Nocturno y otros desamparos

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Agosto Rosario, Moisés. Nocturno y otros desamparos.
Carolina: Terranova, 2007. 125 págs.
Hay golpes en la vida tan fuertes,
yo no sé. Golpes como las letras
de Moisés Agosto Rosario. Letras
que te hacen conmover, aún
aferrándote a la valentía que te
da la experiencia de saberte vivo.
Aún si te convences de que eres
fuerte, y de que tu paso por este
mundo angosto no ha sido en vano, y que la piel de reptil
que has formado te ha vuelto un ser humano duro, con un
escudo que protege las emociones. Justo cuando piensas
que todo eso te ayudará a sobreponerte a la pena, llega
este libro, Nocturno y otros desamparos y es como si la
mano de dios te abofeteara.
Moisés Agosto Rosario (Puerto Rico, 1965) es un
escritor de usted y tenga. Obtuvo el grado de bachiller en
Artes de la Universidad de Puerto Rico en el 1988. Es
Miembro de la Generación de Poetas de los Ochenta en
PR. Ha publicado poemas y cuentos en diferentes revistas
literarias, entre estas Contornos, Revista Cupey, Revista
Hostosiana y en la sección En Rojo del periódico Claridad,
entre otras publicaciones. Su poesía aparece en las
antologías Mal(h)ab(l)ar y PoeSIDA, también en la página
de Internet Poetas del Mundo. Ha ganado premios y
distinciones que van cónsonos con su quehacer literario y
que nos recuerdan que escribe sus letras con sangre.
Entre cada latido que te da el cuerpo mientras lees a
Agosto Rosario, aguantas la respiración porque a veces no
quieres saber el desenlace, pero a veces sí quieres,
entonces es una dicotomía que no te permite apartarte
de su narrativa. Actualmente se encuentra en el proceso
de terminar de escribir su primera novela.
Los seres que crea para su audiencia Agosto
Rosario, navegan por el mundo de la ficción tan parecida
a la vida de carne y hueso, sin que el autor agote el
discurso moralizante. Niños varones a los que se les
utiliza como a las hembras de la casa, así, sin que medie
un consentimiento o voto de aceptación de parte de ellos,
menores que juegan con otros menores a hacerles lo
mismo que los grandes hacen con ellos cuando bien
podrían estar disfrutando de su pubertad, del juego en el
campo, de los muñequitos en la tele o la simple
observancia de las vacas en el corral. Chiquillos que
comparan el olor de la sangre de vacas moribundas con el
olor de la sangre que se les desliza del ano recién
estrenado. Jovencitos moribundos, acaso tan moribundos
como ese mismo grupo vacuno que se mira deambular a la
muerte. Espejismo de ganados, de una sociedad que va en
manada hacia su propio degüello-exterminio. No hay
quien detenga este mundo que gira como un trompo
agitado por la cabuya de alguna deidad de turno. No hay
quien se conmueva por un muchacho que baila solo en
una discoteca y que lanza pétalos rojos, blancos,
amarillos, color melón al suelo. No hay quien se acerque y
lo toque con un roce de humanidad, no hay quien lo
descifre y lo haga desistir de la idea de partir a solas y en
compañía de unas venas abiertas en su bañera. No hay
quien. Hay golpes tan fuertes.
Moisés Agosto Rosario trae consigo la minusvalía
de los pequeños y débiles, un tema tan controversial y
tan descrito a veces que insensibiliza conciencias. En este
despacho de historias, sin embargo, el asunto es tratado
con total apoderamiento de la elocuencia y el acierto.
Los mortales homo sapiens, homo eróticos, homo
erectos que componen el balance de sus fábulas, son
personajes carnales, contundentes, pecadores y
angelicales. Lo mismo piensan en la infidelidad sin tregua
ni redención, o lo mismo hacen una pausa vespertina para
tomarse los medicamentos que los mantendrán alejados
de infecciones oportunistas. Lo mismo fumarán marihuana
de una pipa, derretirán piedritas para intoxicarse,
abrazarán una tableta de éxtasis entre sus lenguas y
sembrarán el navío extraviado de la eutanasia privativa
con los seres de la noche. La colectiva desesperanza de
este terreno planetario, se mutila observando las bolas de
cristales colgadas de los techos en clubes oscuros y Agosto
Rosario lo sabe muy bien. Por eso lo escribe, para
perpetuar las madejas de existencia paria.
Mi historia favorita pertenece al segmento final
del libro, cuya división magistralmente labrada separa a
los “nocturnos” de los “otros desamparos”. Este
desamparo es el último cuento, Matilde, y pertenece a
una mujer que no es mujer, con pasado de hombre que
nunca fue hombre, con pesadillas de un abuso familiar
conjuntivo, no consentido y poco forzado. La ninfa
andrógina protagoniza una historia de amor con otro ser,
que no es de su género, pero que se vuelve genérico, que
se disfraza de genitalia anhelada, o acaso su genitalia se
disfraza del ser. Comparten un romance famélico,
verosímil y memorable; despampanante al mejor estilo de
las dragas de Almodóvar, de las divas que lo fueron, o que
aún lo son de a poco, o que han dejado de serlo y
continúan soñándolo. Es una historia redactada con una
genialidad multifacética y multiemblemática. Los
borbotones de provocación que preluden la tentación casi
mitológica del romance, son esenciales para la
comprensión existencial, folklórica y cultural de estas
vidas. Es un “must” leer el libro de Agosto Rosario si
quiere uno bajarse del viaje de la hipocresía del tiempo,
y montarse en el caballo de la desnudez y veracidad de
espíritu.
Daniel Torres, escritor y crítico literario,
menciona sobre el autor lo siguiente: “Moisés Agosto
Rosario ha creado en estos nocturnos todo un universo
narrativo de la supervivencia en la era que le sigue a la
pandemia del VIH/SIDA. Son estos los relatos del
desamparo de narradores sobrevivientes, que nos cuentan
de su vida erótica, desde sus inicios pueriles hasta las
grandes relaciones que han marcado sus vidas. Se hace
inevitable la disyuntiva del exilio que se vive en Estados
Unidos, y esa mirada oblicua, desde fuera, de la realidad
isleña”.
También ha dicho el catedrático Rubén Ríos Ávila
sobre el autor de Nocturno y otros desamparos: “Moisés
recuerda la mejor tradición de la prosa urbana gay en
inglés (…) de John Rechy, o la prosa escueta y fulminante
de Edmund White y Andrew Holleran". La prosa de Agosto
Rosario se lee de espaldas al espejo de la crudeza, o de
frente a las facetas de los vitrales del subconsciente.
Yolanda Arroyo Pizarro
Escritora y Educadora
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