ética y comunicación en la perspectiva de los derechos humanos

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Ética y Comunicación en la perspectiva de los Derechos Humanos
Un comentario al ensayo de Gabriel Jaime Pérez, SJ
Exposición del argumento
Gabriel Jaime Pérez, antes profesor titular de Ética de la Comunicación Pontificia
Universidad Javeriana en Bogotá, contribuyó a los aportes científicos enviados para la
celebración del Mutirao de la comunicación con una interesante contribución llamada
Ética y Comunicación en la perspectiva de los Derechos Humanos. Como se derive del
título del ensayo, intenta enlazar los derechos humanos con una ética de la comunicación.
Por ello el autor comienza con una exploración del concepto de la dignidad de la persona
en que se fundamentan los derechos humanos, y una amplia descripción de los artículos
que componen la Declaración Universal de los Derechos Humanos, proclamados por la
Organización de las Naciones Unidas. En esta declaración se refleja ya una Ética Civil o
Ética Ciudadana, en cuanto contiene una ética de mínimos universales de como habrá
que tratar y respetar a todos los seres humanos.
Como personas involucradas en la comunicación necesitamos tomar en cuenta a esta
Ética Civil implícita de la declaración de los Derechos Humanos, nos comenta el autor,
porque nos proporciona las bases para elaborar una ética de la comunicación. Pérez
derive su concepción de la ética del filósofo francés Paul Ricoeur quién la definió como: la
intencionalidad de la vida buena, con y para el otro, en instituciones justas1. Ricoeur
elabora esta definición de la ética para responder a la complicada interrelación entre la
vida buena, como lo concibo yo, como lo conciben otras personas, y como se le concibe
desde una ética de los procesos sociales que deben ser proclamados y regulados por las
instituciones de la sociedad nacional e internacional, a comenzar por las del estado, de la
legislación y de la justicia.
Según Pérez, la relación entre ética y comunicación se debe plantear en términos de la
realización de tres categorías axiológicas básicas: el elemento de la veracidad en
oposición de su polo axiológico negativo en el campo de la comunicación que podemos
definir como la mentira; la libertad entendida como capacidad personal de
autodeterminación con relación a su medio social, de lo cuál el polo negativo es la
censura y el silenciamiento; y, la justicia, que, según el autor, comprende la realización
cabal de los derechos humanos de todas las personas, incluidos el derecho a la
búsqueda de la verdad y al ejercicio de la libertad. El autor menciona otro tema, y es el
tema de las identidades culturales, en el sentido del reconocimiento y el respeto de la
alteridad, la pluralidad y la diversidad, un tema que se pudiera haber añadido como otra
categoría axiológica -que yo definiría como categoría cultural- pero no lo hace, desde la
convicción que ya está contenida en las tres anteriores.
Gabriel Jaime Pérez se detiene particularmente en la categoría ética de la justicia y sus
implicaciones para una comunicación socialmente responsable y democráticamente
participativa. Enfatiza que lo que hoy entendemos como equidad derive del concepto latín
de aequitas, que abarcó todos los aspectos o tipos de la justicia que en tiempos clásicos y
medievos han sido caracterizados como justicia general. Hoy la llamamos justicia social
entendida como la realización efectiva del “bien común” en cuanto bien de cada individuo
y de la sociedad como un todo. Esta categoría axiológica de la ética está en tensión y
entra frecuentemente en conflicto con la exigencia ética de la libertad individual. Según el
autor las dos exigencias de la libertad individual y de la justicia social responden más bien
a dos ideas contrapuestas de la justicia. La primera se basa en el mérito (que
1
Ricoeur, Paul,1996, Sí mismo como otro, Editorial siglo XXI, México-Madrid. (1990, Soi même
comme un autre, Editions du Seuil, París.)
corresponde al principio: a cada cual lo que se merece) y la segunda que se basa en la
necesidad (correspondiente al principio: a cada cual lo que necesita).
El problema de la justicia se plantea así en el sentido de la pregunta por la
participación equitativa de todos los sectores de la sociedad en los procesos de
construcción y desarrollo de la democracia en la perspectiva del derecho a la
comunicación. “En la justicia participativa (social) se encuentra precisamente el núcleo
de la relación entre ética y comunicación, entendida ésta como relación dialógica en la
que todos -incluidas las mayorías desposeídas y las minorías silenciadas por la
injusticia estructural institucionalizada-, sean reconocidos realmente como sujetos
interlocutores con el derecho a tomar la palabra y expresarse con sus propias
imágenes y desde sus propias identidades sociales y culturales”. El dilema entre una
ética ‘de meritos’ (podemos denominarla también ética individual o liberal en el sentido
de valorar los meritos de individuos destacados) y una ‘de la necesidad’ (una ética del
bien común; podemos hasta definirle como una ‘ética socialista’), se relaciona
directamente con el actual debate en el ámbito de la comunicación en que se opone el
principio de la libertad de expresión (de algunos pocos que poseen los recursos para
expresarse) a este otro principio del derecho a la comunicación de todos (de la
mayoría que no tiene los recursos para expresarse).
En la actualidad nos encontramos también con la realidad de medios de comunicación
que están siendo monopolizados por algunas grandes empresas. ¿Cómo, entonces,
podemos asegurarnos de la participación de las mayorías desposeídas y las minorías
silenciadas en el ámbito de la comunicación? Gabriel J. Pérez busca una respuesta en los
aportes teóricos de Antonio Pasquali2, quien propuso instaurar una estrategia desmitificadora de los medios para reactivar en el público ‘perceptor’ su potencialidad
participativa teóricamente consagrada por leyes y declaraciones universales, pero de
hecho distorsionada por los oligopolios comunicacionales. Pasquali invocó otra estrategia
análoga, destinada a suscitar una demanda de acceso libre, universal y democrático al
uso de todas las fuentes y medios de comunicación. Pero reconoció que su filosofía
práctica de una ética de las comunicaciones debía detenerse aquí, en miras a que la
tarea concreta correspondería más bien al político, al comunicador y al legislador, a los
centros de decisión nacionales e internacionales, es decir, a todos aquellos sectores de la
actividad pública con capacidad y poder para generar cambios sociales.
Gabriel J. Pérez señala que esta ‘tarea concreta’ de implementar la ética de ‘una
justicia social o participativa’ en la comunicación, y que debe asegurar la participación
de las mayorías y de las minorías, no puede ser delegada al estado. El estado es
indispensable para la implementación de una legislación que debe garantizar estos
principios éticos, pero solo actuará bajo presión de sus ciudadanos, al menos, si
consideramos su actuación en el ámbito de una democracia. El principal actor para
implementar la justicia como equidad participativa en el ámbito de la comunicación es
el que solemos definir como la ciudadanía o la ‘sociedad civil’, en el sentido del ámbito
en que los ciudadanos se asocian de acuerdo a sus propios intereses y deseos. El
autor invoca el papel de las organizaciones no gubernamentales como entidades que
deben vigilar la realización de los derechos humanos en el ámbito de la comunicación
por parte de la sociedad civil.
Pero Gabriel J. Pérez espera la principal contribución para una participación equitativa y
activa de la sociedad civil en los procesos de comunicación pública de los agentes que
determinan el papel y las formas de operación de los medios según tres ámbitos de
articulación: el ámbito político, el ámbito profesional y el ámbito del usuario. Una ética
integral de la comunicación debe articular estos tres ámbitos, y el autor opina que sólo
2
Pascuali, Antonio, Comprender la comunicación, Monte Ávila Editores, Caracas, 1979
sea posible partiendo del ámbito de los usuarios de los medios como base infraestructural
determinante de las relaciones de comunicación participativa, que tienen que
establecerse y concretarse mediante las políticas, la legislación y la regulación del ámbito
político - estatal, y mediante la planeación, la autoevaluación y la autorregulación del
ámbito de los profesionales de a comunicación.
Para efectuar esta ética de comunicación, desde el ámbito de los usuarios, fuese
indispensable una educación para el uso de los medios en la cual intervengan como
participantes activos los miembros de la familia -padres e hijos-, los educadores de
todos los niveles de enseñanza formal y sus educandos, y los expertos en el análisis
crítico de mensajes, para promover y desarrollar sistemas de recepción activa. El
contenido de esta formación debería consistir en desarrollar “una actitud crítica frente
a los medios y mensajes, a partir de una desmitificación de las tecnologías y de un
análisis hermenéutico y crítico -dialogal- de los mensajes, de modo que sus
significados denotativos y connotativos y toda su estructura significativa, sean objeto
de una captación consciente, reflexiva y constructivamente transformadora, en
coherencia con el reconocimiento de los derechos y deberes inherentes al valor
supremo de toda forma de comunicación: la dignidad de la persona humana”.
Comentario
El gran valor del ensayo de Gabriel Jaime Pérez reside en su iluminador
esfuerzo de transparentar la coherencia entre la dignidad humano reflejado en los
Derechos Humanos y su aplicación en el ámbito de la comunicación. Es un excelente
ensayo por su esfuerzo de juntar tantos cabos sueltos de los actuales debates y
aportes de la comunicación en una teoría, en un marco de reflexión filosófica. No es
difícil comentar algunos temas y señalar algunas omisiones en un tema de tanta
envergadura como es el proyecto de una ética de la comunicación. Por ello propongo
que mis comentarios se consideren como una elaboración de la reflexión en base de
los temas propuestas por el autor, antes que una crítica de su valioso ensayo.
Restringiré estos comentarios a tres temas.
1
No parece que el autor resolvió el conflicto entre los principales ejes o
categorías axiológicas de la libertad y de la justicia, formulados como una justicia
basada en méritos de la élite y otra en las necesidades del pueblo. Y resulta difícil que
lo haría porque ha representado el nudo gordiano, tanto a nivel intelectual como en la
práctica política, desde que los ideales de la libertad, igualdad y fraternidad de la
Ilustración se impusieron como bandera de la revolución francesa y de las
revoluciones que le siguieron en América del Norte y del Sur. La crítica de Karl Marx a
esta revolución sigue siendo vigente, es decir, que logró implementar la parte de
libertad (para los adinerados) pero nunca supo responsabilizarse de la parte de la
equidad y de la fraternidad. Es allí donde la opción de Gabriel J. Pérez para una
justicia social o participativa, basada en necesidades colisiona con la sentida
necesidad –necesidad sentida, pero no explicitada por el autor- de respetar el valor de
la libertad y de evitar una dictadura en nombre de los más pobres, una dictadura del
‘proletariado’, por parte del estado, como la conocimos en la Unión Soviética, China, y
en Cuba, para mencionar un ejemplo bien cercano.
No hay necesidad de descalificar ni los experimentos de democracia de estilo liberal ni
los de estilo socialista. Ambos nos enseñan de las dificultades en construir una
verdadera democracia, así como -podemos añadir- en construir una verdadera
ciudadanía. Opino que los países pobres, y los países latinoamericanos, deben
superar los modelos liberales y buscar con urgencia nuevas formas de democracia
‘directa’, en base de lo que Gabriel J. Pérez califica como una justicia fundamentada
en la necesidad. Toda la reflexión alrededor de democracia y ciudadanía, o de la
sociedad civil, con importantes aportes de autores como Habermas, Tylor y Rawls
citados por el autor, nos pueden apoyar en esta exploración de una democracia, que
estará más adaptada para involucrar al pueblo y a los estratos más pobres de nuestra
sociedades. Aquí también habrá que evitar una simple repetición y, más aún, una
imposición de modelos occidentales, para desarrollar la creatividad que necesitamos
en nuestros países del hemisferio sur. En este contexto cabe revisar la creatividad de
los nuevos experimentos de gobierno en Chile, Brasil, Argentina, como los del
‘socialismo del siglo XXI’ en Venezuela, Bolivia, Paraguay, Ecuador y Nicaragua, y
particularmente, sus confrontaciones en el ámbito de los derechos de la
comunicación.
Lo que si debe considerarse en un debate alrededor los derechos humanos, la justicia,
la democracia, la sociedad civil y una ética de la comunicación es el importante tema
de la economía. Si Gabriel J. Pérez comenta al monopolio de las grandes empresas
de comunicación, habrá que precisar que son empresas, y comunicadores, que viven
de las ganancias que se pueden obtener dentro el contexto de una economía que se
rige por los principios del libre mercado. ¿Cómo deben articularse estas exigencias del
mercado y de la ganancia con estas otras exigencias que proceden de la democracia,
de la sociedad civil y de los Derechos Humanos aplicados al terreno de una ética de la
comunicación? ¿Cuál de las exigencias prevale o debe prevaler en nuestra sociedad;
la impuesta por la economía o la impuesta por la sociedad civil?3
2
Quiero señalar, brevemente, que Gabriel J. Pérez se dedica al conflicto entre
los dos polos opuestos de la libertad y la justicia, pero deja abierto el tema de la
veracidad que menciona como la tercera categoría axiológica de una ética de la
comunicación. Es una obligación que demos atención a esta dimensión de veracidad y
su opuesto en el campo de la comunicación que el autor definió como la mentira. El
concepto de la verdad merece una aclaración más elaborada sobre lo que no puedo
detenerme este breve espacio. Mencionamos tan solo que, de repente, se desvía de
la opinión de la mayoría que tanto se aprecia en la democracia, y que contiene un
elemento profético en despertar el intelecto y la consciencia de la comunidad. Los
medios de comunicación suelen ser sesgados en sus informaciones, lo que se ha
acentuado con las innovadoras técnicas digitales, la difusión de videos y el acceso al
Internet. No es tan solo el trabajo periodístico sino todo el ámbito de producciones de
audio, de video y de cine que se debe confrontar con lo que nuestro autor define como
la categoría de valores relacionados a este criterio de la veracidad.
3
Por fin quiero comentar el empeño de Gabriel Jaime Pérez en establecer una ética
de la comunicación en base de los Derechos Humanos. El autor aclara el sentido de su
propuesta cuando menciona (en1.7) que el reconocimiento de la dignidad de la persona
humana, de la cual se desprenden todos sus derechos, no es patrimonio exclusivo de
ninguna normatividad moral particular, sea ésta de carácter jurídico, político o religioso.
Es, dice, una instancia de lo que se denomina la Ética Civil o Ética Ciudadana, en cuanto
se trata de una ética de mínimos universales, es decir, de lo que cada ser humano en
principio puede reconocer como derechos y deberes de todos, no obstante la pluralidad
de opiniones y las diferencias culturales. Es loable este empeño de buscar un trasfondo
común de consensos mínimos para la elaboración de una ética de la comunicación,
porque es el único que podrá imponerse como un estándar, para ser implementado por la
3
Interesantes aportes alrededor el tema son los de Adela Cortina, Ética de los medios y
construcción de ciudadanía, y Jesús Conill, ¿Es posible una ética de la empresa periodística?
Nueva cultura empresarial en la jungla global, p.15-32 y 101-110 respectivamente en:
Comunicación, ciudadanía y valores. Reinventando conceptos y estrategias, OCLACC y
Universidad Técnica Particular de Loja, Quito, 2008.
legislación nacional e internacional, en concordancia con la aceptación de los mismos
Derechos Humanos.
Por otra parte, es menester señalar que no es nada fácil proponer y elaborar una ética
que pueda, y deba, ser reconocida universalmente. La misma declaración de los
Derechos Humanos de la ONU, que intenta inventariar lo que consideramos como
dignidad humana, ha sido un proceso en perpetua búsqueda de la formulación de estos
derechos que hoy ya alcanzan cuatro “generaciones”, como menciona Gabriel J. Pérez en
su ensayo. Dentro este cuerpo, algunos resaltan los derechos individuales o liberales
cuando otros pondrán énfasis en los derechos de carácter social; entonces, tiene
múltiples interpretaciones como ocurre, en escala mayor, con la interpretación de las
sagradas escrituras. Propongo que una propuesta de una ética de máximos puede ser
tan necesaria como la de mínimos propuesta por el autor. Definiría esta ética de máximos
como una propuesta que parte de una decidida opción que no se limita a valores mínimos
que sean universalmente aceptados, como ocurrió en el proceso de la elaboración y
aceptación de la declaración de los Derechos Humanos,
En los términos de Paul Ricoeur, la complicada interrelación entre la vida buena, como lo
concibo yo, como lo conciben otras personas, y como se lo concibe desde una ética de
los procesos sociales que deben ser proclamados y regulados por las instituciones de la
sociedad nacional e internacional, puede obtener importantes impulsos desde una
propuesta concreta que parte del ‘yo’ o del ‘nosotros’, es decir, desde una propuesta de
valores éticos particulares. Está ética, que puede proponerse desde cualquier ideología,
filosofía o religión, tendrá la ventaja de extenderse más allá de los mínimos, hacia
propuestas más creativas del comportamiento ético. Debería ser evidente que estas
propuestas éticas -en nuestro caso: una ética de la comunicación- no pueden permitirse ir
en contra de la ética de los mínimos ya establecida por los Derechos Humanos. Necesita
ser particularmente cuidadoso en respetar las libertades de opinión, de expresión y de
ideología/religión, es decir, en respetar las opiniones expresadas por ‘otros’ que no
comparten la misma ideología.
Esta tarea de una propuesta de máximos me parece pertinente para las comunidades
cristianas; intelectuales y comunicadores cristianos; pastores y teólogos son las
personas indicadas para elaborar una ética de comunicación que corresponda a los
desafíos de la evangelización de nuestros tiempos. Estimo que Gabriel J Pérez mismo
excede su propuesta de mínimos cuando propone una ética que parte de una justicia
social que se fundamenta en las necesidades de la mayoría en vez de los méritos de
la elite. ¿No era eso, por si acaso, la diferencia esencial entre la concepción judeo
cristiano de la salvación, vigentes ya desde los profetas que antecedieron a Jesús, y la
de los griegos y romanos?
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