LA ÉTICA, EL HISTORIADOR Y LA ENSEÑANZA DE LA HISTORIA EN NICARAGUA Luis A. Lobato Blanco UNAN-Managua, Nicaragua (Ponencia presentada al VI Congreso Centroamericano de Historia, Ciudad de Panamá, República de Panamá, 22-26 de julio de 2002) 1. Introducción Se pretende en esta ponencia presentar un análisis de las relaciones entre la ética y la enseñanza de la Historia en Nicaragua partiendo de una visión retrospectiva en la aplicación de las disciplinas históricas y particularmente la enseñanza de la Historia de Nicaragua que en los últimos tiempos no ha estado carente de un sin número de dificultades. Pero además de ofrecer un diagnóstico de la situación partiendo de los principales problemas que enfrenta la Historia tanto de carácter político como los derivados de las propias carencias de la especialidad, se pretende ofrecer algunas recomendaciones que de aplicarse fortalecerían el carácter formativo e introspectivo en lo que se refiere al análisis de una realidad políticamente polarizada. Para ello me he basado en la propia experiencia de los especialistas en Historia y particularmente de aquellas personas ligadas de forma tradicional en la enseñanza de la Historia en nuestro país. También se toman en cuenta las opiniones de los estudiantes de la carrera de Historia de la UNAN-Managua a quienes va dedicada esta ponencia como una aportación a las realidades que vive su futura profesión. Hay que hacer mención de los planteamientos de diversos historiadores sobre un tema de permanente actualidad como es la ética en la enseñanza de la Historia y particularmente de nuestra historia que necesariamente debe estar ligada a los valores de identidad y defensa tanto de la unidad como de la diversidad en procura de un mundo más justo y solidario. 1. EL PUNTO DE PARTIDA No es posible definir la ética del historiador sin ponernos de acuerdo primeramente en lo que constituye el objeto de estudio de la Historia. Como explicaba el gran historiador francés Pierre Vilar “el término Historia designa a la vez el conocimiento de una materia y la materia de este conocimiento”1. Es decir, el historiador ha de preocuparse no solo de proceder a reconstruir y valora los hechos y procesos del pasado para arrojar luces sobre el presente y establecer tendencias de futuro, sino también referirse con plena modestia a las aportaciones de otros historiadores en su sentido profesional, y los que de una u otra manera con distinta fortuna en sus apreciaciones han incursionado en el campo de la Historia. La historiografía es aquella parte de la ciencia que se ocupa de la historia de la historia, o sea de la evolución del quehacer profesional en nuestro campo La historia entonces tiene la dudosa preferencia de ser objeto de estudio por parte de aquellos que ven en la misma una posibilidad de proyectar sus sueños o pesadillas. Al contrario que en la Medicina donde la no posesión de un título puede llevar a la condena de los que ejercen la profesión médica, lo mismo ocurriría con la práctica del Derecho, ser historiador no necesariamente comporta en nuestro tiempo el estudio de una carrera universitaria, específicamente en cuanto a formación profesional se refiere ni tampoco la posesión de un título. El ejercicio de la ciencia histórica bien sea como una actividad 1 Pierre Vilar. Iniciación al vocabulario del análisis histórico. Barcelona, Crítica, 1980, pág. 17. Véase también en el mismo sentido a G.W.f. Hegel, Lecciones sobre filosofía de la Historia Universal. Madrid, Revista de Occidente, 1974, pág. 137. profesional o como pasatiempo más o menos constructivo, ha sido tomado en muchos casos como una actividad más relacionada con una vivencia personal que como un quehacer científico de amplia proyección social. En Nicaragua la historia ha sido utilizada como arma arrojadiza entre los escritores de la misma pertenecientes a las diversas tendencias ideológicas; o si no ¿cómo entender los sucesivos manuales publicados a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX?. Estos eran vistos como una forma de justificar las opciones liberales o conservadoras, trasladándolos así al campo del discurso histórico A la historia se le ha visto como un estudio más o menos científicamente elaborado consistente en el armazón de un conjunto de piezas del rompecabezas general donde todo tenía que encajar armónicamente. Los cuestionamientos a la historia como ciencia han provenido tanto desde afuera de la propia profesión como desde adentro de la misma a las críticas procedentes del neopositivismo de Popper y más recientemente de los llamados seguidores del “fin de la historia”, se han sumado los partidarios del postmodernismo y de la reducción de la historia a un mero pasatiempo concentrado en la necesidad de vender libros como si de cualquier artículo de mercancía se tratara. Hoy en las librerías de todo el mundo proliferan las llamadas “historias de la vida cotidiana” donde el carácter trascendente del hombre y la mujer como seres sociales se subordina a la trivialidad y a las preocupaciones comerciales de los editores. Que algunos paradigmas hayan entrado en crisis no significa la renuncia a una historia más científica y a la vez más comprometida con los procesos de naturaleza social y política. Que algunos políticos tradicionales malversen la historia tampoco nos da derecho a renegar de la misma. Luego, hacer historia significa identificarnos con las principales aportaciones, las más valiosas, que han caracterizado al desarrollo de esta ciencia, pero también representa un compromiso con la realidad y particularmente una necesidad de enseñarla con una perspectiva ética. 2. LA ÉTICA DEL HISTORIADOR. Partiríamos de la noción que nos da la historiadora francesa Adeline Ducquois. Para ella “la ética debería ser la honestidad intelectual dentro de una profesión que tiene en principio, su método, lo cual da lugar a una ciencia de los métodos o metodología. Una profesión que tiene un deber entre historiadores y para eso sirve la comunidad científica. El deber de comunicación y juzgar las nuevas formas de experimentación”2. Detengámonos en esta definición. En primer lugar lo referido a la honestidad intelectual, es decir el reconocimiento de un conjunto de obligaciones ético-morales que van más allá de la pertenencia a un conglomerado profesional o a una “gilda” o gremio como se le quiera llamar. En segundo lugar, tener un método que da lugar a una ciencia de la metodología, es decir dispuesto a la aplicación de un método científico, no necesariamente uniformado pero dispuesto al rigor propio de la ciencia, entendiendo por metodología aquel apartado de la ciencia que para aprehender el objeto de estudio utiliza determinadas reglas, vías, normas procedimientos y técnicas, lo que además presupone un ejercicio constante de hábitos y habilidades que en nuestro caso sitúan al historiador en una perspectiva de constante Adeline Ducquois. Mesa redonda sobre “la ética del historiador” en Carlos Barros (ed.), La historia a debate. Santiago de Compostela, 1999. 2 aprendizaje y capacidad de comunicación, lo que abordaremos posteriormente. En tercer lugar “una profesión”, es decir la pertenencia a un cuerpo colegiado que tiene en común la posesión de un título profesional para ejercer en la vida un conjunto de tareas y que mantiene una vinculación no necesariamente armónica con el resto de los miembros de su comunidad científica. Tradicionalmente, la profesión de historiador ha estado vinculado en numerosas acciones a la del cronista oficial que narra o que hace historias por encargo y no necesariamente inmerso en un colegio profesional. En cuarto lugar “el deber de comunicación y juzgar las nuevas formas de experimentación”, lo que quiere decir que la tarea del historiador no debe ser puramente de naturaleza endogámica o hacia adentro, sino que tiene como una de las principales razones de ser el de la transmisión no solo de conocimientos sino de valores de juicios y de planteamiento de propuestas que contribuyan a una sociedad más justa, equitativa y solidaria. Entonces como la propia Adeline Ducquois expresa y se pregunta ¿Hay que escribir la historia para la transmisión o no? ¿Para qué necesita la sociedad la historia?. De ahí que coincidamos en el hecho de que para un historiador la tarea de enseñar y divulgar pero transmitiendo valores y promoviendo la acción solidaria forman parte de la ética y el compromiso del intelectual que se desempeña en el campo de la Historia. 3. LA ENSEÑANZA DE LA HISTORIA EN NICARAGUA. Es fundamental que ofrezcamos una visión retrospectiva de cómo se ha venido incorporando los estudios de historia a los distintos subsistemas de la educación, deteniéndonos, además en la formación de formadores. Para no remontarnos a la historia de la enseñanza en Nicaragua deberíamos referirnos a lo que ha sucedido en los últimos cincuenta años donde en un principio la enseñanza de la Historia estuvo más vinculada a los planes de estudio de las Escuelas Normales. En lo que respecta a la enseñanza secundaria, la fundación en 1960 de la Escuela de Ciencias de la Educación, como dependencia de la Facultad de Humanidades de la UNAN, supuso un importante hito en el desarrollo de la educación e nuestro país. En ese contexto se graduaron los primeros profesores en Ciencias Sociales que incorporaban dentro de su plan de Estudio la enseñanza de la Historia. La fundación en 1980 de la Facultad de Ciencias de la Educación representó un factor de motivación para el desarrollo de las Ciencias Sociales y en particular de la Historia. Las carreras de Ciencias Sociales, particularmente en Managua, supusieron por otra parte un estímulo para aquellos cuadros de dirección del nuevo estado revolucionario que veían en la historia una herramienta importante de análisis de la situación social. La Historia fue adquiriendo un peso cada vez mayor en los planes de estudio y la asignatura de Historia de Nicaragua se convirtió en asignatura obligatoria para todos los universitarios nicaragüenses. No obstante también dicha asignatura se convirtió en un elemento puramente justificadfor del sistema político existente, descuidando el carácter científico de la misma. En 1984 se formó la Escuela de Historia dependiente de la Facultad de Ciencias de la Educación de la UNAN-Managua donde el componente de especialización en la ciencia se sumaba al nivel necesario de formación de los educadores destinados a la enseñanza de la historia en los colegios de secundaria del país. En muchos casos a la carrera de Historia afluyeron cuadros pertenecientes al Estado y a las Fuerzas Armadas como una forma de llenar un importante vacío en la formación de las ciencias sociales. Esta experiencia de Escuela de Historia con un perfil básicamente pedagógico tuvo su continuidad en 1992 cuando la UNAN-Managua dio apertura a la carrera de Historia con un perfil más dirigido a la investigación y la profundización en la ciencia. Esto debe contextualizarse necesariamente en la necesaria elaboración del historiador frente a un mundo acongojado por la crisis de los paradigmas a inicios de los noventa y en la búsqueda de su identidad sustituyendo al refugio de los manuales que habían caracterizado el estudio de las ciencias sociales en la época anterior. El contexto de la evolución socio-política en Nicaragua en los últimos años no ha sido favorable para el ejercicio de la profesión de historiador ni para la enseñanza de la Historia propiamente dicha. La crisis de los diferentes subsistemas de la educación y la política fundamentalista de quienes han ejercido los diferentes cargos ministeriales en la Educación nacional han supuesto un significativo lastre. El ejercicio del revanchismo político como arma, el desconocimiento de las experiencias positivas anteriores y el sistemático ejercicio de borrar de la memoria elementos claves de la identidad nacional, han supuesto un duro golpe no solo desde el punto de vista de la práctica educativa sino específicamente en la enseñanza de la Historia. Los gobiernos que siguieron a la década revolucionario y particularmente en lo que corresponde al Ministerio de Educación, salvo algunas excepciones, no han entendido que la Historia puede ser un arma formidable para la formación de valores éticos más allá de adscripciones políticas e ideológicas. Los profesores de secundaria se han encontrado con frecuencia con la disyuntiva de transmitir la historia tal como se orienta en los planes y libros de texto promulagados por las autoridades ministeriales, renunciando en numerosas ocasiones a la razón y la ética o sufrir el llamado de atención o el despido. También los alumnos se ven sometidos a presiones similares. Basta citar de que en las vísperas de las elecciones generales de octubre de 1996 los profesores fueron obligados a dictar el material elaborado por Germán Romero Vargas y titulado “Adendum al Tomo II. Los años recientes” editado por el Ministerio de Educación donde se incluía una crítica abierta a la década revolucionaria. Los estudiantes de V año, en edad de votar, fueron a su vez obligados a elaborar un trabajo que sería evaluado. Paralelamente las diferentes organizaciones sociales y la propia sociedad civil no han asumido el papel de que la transmisión de valores históricos no solo le compete a las universidades e instituciones educativas sino al conjunto de la sociedad. Así nos encontramos con el siguiente panorama que se confronta evidentemente con posiciones de carácter ético: a) No existe una valoración social del papel del historiador y del profesor de Historia en al actual contexto que vive Nicaragua. b) Se sigue concibiendo la Historia como un conjunto de compartimentos estancos y como forma de llenar espacios en los respectivos planes de estudio. c) Se acude normalmente para la elaboración de textos a aquellos que están lejos de las aulas universitarias recurriendo a las llamadas historias por encargo. d) No existe, en el caso particular de la historia, una conciencia de lo que supone una formación a largo plazo de los cuadros destinados a la formación de nuevas generaciones. e) Los organismos competentes no asumen que la transmisión de valores históricos es parte de la formación del ciudadano, y así asistimos impasibles como se dedican medios y recursos del estado, canales televisivos propiedad de los contribuyentes para la utilización seudopolítica y deformada de la Historia. f) Existe desconexión entre el quehacer de algunas instituciones científicas como la Academia de Geografía e Historia y los Departamentos Académicos de las universidades dedicados a la transmisión y educación de conocimientos de carácter histórico. g) El Ministerio de Educación Cultura y Deporte de la República de Nicaragua no toma en cuenta la existencia de Facultades de Educación o lo toma muy tangencialmente y con un fuerte prejuicio ideológico. h) No hay suficiente proyección de las Facultades de Educación que incidan en la situación de capacitación de los profesores de Historia del nivel medio. Faltan, por otra parte mecanismos que divulguen el quehacer científico en el campo de la Historia. De acuerdo con lo anterior ¿Qué propuesta podemos hacer que genere una actitud ética y profesional de los historiadores en lo que se refiere a su función de transmisión de valores y conocimientos?. En los actuales momentos que se viven y en un contexto de políticas nacionales en todos los ámbitos que tiendan al desarrollo democrático de nuestra sociedad se imponen políticas de consenso que además de prestigiar la actividad de los historiadores promuevan la transmisión de valores que defiendan la identidad nacional y la defensa del patrimonio cultural de la nación. Se trata de incorporarse al proceso que se viene impulsando desde distintas instancias de la sociedad civil para promover el Plan Nacional de Educación. En ese sentido, propongo la incorporación de materias de Historia que por otra parte se conecten con la defensa de los valores culturales y el patrimonio de todos los nicaragüenses. La inclusión de contenidos y materias de historia que vinculen a Nicaragua con el mundo, desterrando de los planes de estudio visiones que más bien contribuyen a la división de la sociedad nicaragüense y a fomentar la polarización. Ello no puede ser obstáculo para la defensa de la diversidad y libre derecho de expresión como valores esenciales del ser humano. Congruente con lo anterior es pertinente la puesta en práctica en los planes de estudio universitarios de la asignatura de Historia de Nicaragua elaborando programas que tiendan a la promoción de los valores éticos y rompiendo la dinámica de una enseñanza manualística y dogmática. Los Consejos Universitarios deben poner especial atención y evitar que las comisiones de carrera caigan en la tentación de suprimir la Historia de Nicaragua de los planes de Estudio. Los Ministerios respectivos con la ayuda de universidades y centros especializados deben establecer un programa para que los medios de comunicación particularmente los pertenecientes al Estado contribuyan a la transmisión de valores mediante la puesta en funcionamiento de espacios culturales e históricos que contribuyan al fortalecimiento de la identidad nacional y regional y a la unidad de los nicaragüenses en la diversidad. Las Universidades deben realizar una ardua campaña para prestigiar la profesión de historiador particularmente por parte de la UNAN-Managua, única institución de la Educación Superior donde se imparte la carrera de Historia. La Academia de Geografía e Historia debe coordinarse con las universidades para que juntos se establezcan planes comunes de desarrollo de la enseñanza de la Historia y su función ética en la sociedad nicaragüense. Deben evitarse esfuerzos aislados en relación al apoyo a la educación primaria y secundaria. Unido a lo anterior ¿ Qué iniciativas podemos desarrollar los que nos dedicamos de forma cotidiana a la enseñanza de la Historia?. Considero que una primera respuesta es la creación de mecanismos que nos unan sin caer en posiciones gremialistas. La formación de asociaciones prohistoria que vinculen a egresados, profesores, estudiantes de los últimos años de la carrera de Historia y a todos aquellos interesados en promover una regeneración ética en la enseñanza e investigación en la profesión, y como antesala de lo que en el futuro podría ser la creación de u colegio oficial de profesores e historiadores investigadores que defienda el ennoblecimiento de la profesión, que apoye y vele por los intereses del colectivo que facilite su comunicación, que promueva el desarrollo de la actividad investigadora y que potencie los recursos del Estado y la sociedad, en función de la transmisión de valores éticos. que evite el intrusismo dentro de la profesión y que coordine con los medios de comunicación programas educativos en el campo de la Historia para toda la población. Nuestra ciencia puede y debe necesariamente convertirse en una herramienta básica para el desarrollo de una cultura de tolerancia, paz y derecho a la diversidad. Managua, 118 de junio de 2002 Luis A. Lobato Blanco