“CHRISTIFIDELES LAICI” Versión Popular 1. En 1987 representantes de los Obispos de todo el mundo se reunieron en Roma para realizar un Sínodo sobre el tema de los laicos y las laicas, ellos presentaron las conclusiones de su reunión al Papa Juan Pablo II, y con esta afirmación el Santo Padre ha escrito una exhortación apostólica a toda la Iglesia. Esta exhortación, que lleva el título, “Christifedeles Laici” (“Los fieles laicos cristianos”) fue publicada el día 30 de diciembre de 1988. El Papa empieza su carta haciéndonos recordar la parábola del propietario que mandó obreros a su villa (San Mateo 20:1-2). Las palabras, “Vayan ustedes también a mi viña”, se dirige no sólo a los Obispos y los sacerdotes sino a todos. Sobre todo desde el tiempo del Concilio Vaticano II, 2. “El Espíritu Santo ha seguido rejuveneciendo la Iglesia, suscitando nuevas energías de santidad y de participación en tantos fieles laicos.” (N° 2) Inspirado en el trabajo del Sínodo, el Papa quiere tratar unos retos muy concretos como son: - cómo entregar los ministerios a los laicos y a las laicas; - el desarrollo de los nuevos movimientos; - el papel de la mujer en la Iglesia y en la sociedad. Por lo tanto, esta carta no es un trabajo paralelo al Sínodo sino una expresión de ello: “El objetivo que la Exhortación quiere alcanzar es suscitar y alimentar una más decidida toma de conciencia del don y de la responsabilidad que todos los fieles laicos… tienen en la comunión y en la misión de la Iglesia.” (N°2) 3. Nuestra tarea, entonces, como laicos y laicas es acoger este llamamiento de Cristo de trabajar en su viña. Esta llamada es de especial importancia en nuestra época actual, porque en muchas partes la gente ya se cree sin la necesidad de Dios y cae en el secularismo. Otro signo negativo son las muchas violaciones a la dignidad humana por la excesiva tolerancia y patente injusticia de algunas leyes civiles. Pero no todos los signos de los tiempos son negativos: Otro signo contemporáneo es la participación: deseo de la gente, sobre todo las mujeres y los jóvenes, de participar en la sociedad en todos sus niveles. Es decir, por un lado la gente sufre el efecto de la conflictividad, pero también hay más gente que nunca que busca la paz. Es papel de los laicos y de las laicas es hacer la Iglesia presente en el mundo como signo y fuente de esperanza y de amor. Preguntas para nuestra reflexión Vamos a leer la parábola a la cual el Santo Padre hace referencia: (Mateo 20,1-2) ¿Sentimos realmente que el Señor también nos está llamando a nosotros para un trabajo en la Iglesia? ¿También se dan en nuestras comunidades cristianas ejemplos de cómo la gente responde a diferentes “horas”? ¿Cómo leemos nosotros los signos de nuestro tiempo? Desde la perspectiva de nuestra fe, ¿cuáles son las cosas más negativas que se presentan en nuestro mundo? Y ¿cuáles son los signos más positivos y esperanzadores en nuestro tiempo? Capítulo I: Yo Soy la Vid, Ustedes los Sarmientos La Dignidad de los Fieles Laicos en la Iglesia-Misterio (Nos. 8 a 17) 4. 5. Los fieles laicos y laicas no sólo somos obreros en la viña sino según San Juan (15,5) también somos parte de la misma viña: éste es un símbolo del Pueblo de Dios, de la misma Iglesia. En ella tenemos comunión con el mismo Dios. Es necesario superar las definiciones antiguas negativas acerca de quienes son los laicos y las laicas para que se sientan plenamente identificados con la Iglesia. No solo pertenecen a la Iglesia sino que son Iglesia. Recibimos este don por el bautismo: “No es exagerado decir que toda la existencia del fiel laico tiene como objetivo el llevarlo a conocer la radical novedad cristiana que deriva del Bautismo, sacramento de la fe, con el fin de que pueda vivir sus compromisos bautismales según la vocación que ha recibido de Dios”. (N° 10) El bautismo es un nuevo nacimiento (Juan 3,5) que nos hace hijos e hijas adoptivos de Dios; por consiguiente, somos inseparablemente miembros de Cristo y miembros del cuerpo de la Iglesia; y por la regeneración y unción del Espíritu Santo somos consagrados como casa espiritual. 6. Además, como dice la primera carta de San Pedro (2,4-5), los fieles laicos y laicas participan, según el modo que los es propio, en el triple oficio, sacerdocio, profético y real, de Jesucristo. Y Juan Pablo II nos invita a reflexionar sobre este triple oficio: sacerdotal: como Cristo se ha ofrecido en la cruz, el laico y la laica en el ofrecimiento de sí mismo y de sus actividades (Rom 12,1-2). El Concilio recuerda que el laico y la laica hacen este ofrecimiento a través de la Misa. Profético: “acoger con fe al Evangelio y anunciarlo con las palabras y las obras.” Oficio real: la realeza cristina es la lucha en contra del reino del pecado… y es la justicia y la caridad: los laicos participan en la tarea “de dar a la entera creación todo su valor originario”. (N° 14) 7. 8. En razón de nuestra común dignidad bautismal los laicos y las laicas somos corresponsables de la misión de la Iglesia pero a la vez tenemos una modalidad que nos distingue pero no nos separa de la Iglesia. Hay que profundizar teológicamente lo que es esta índole secular. La Iglesia vive en el mundo pero no es del mundo; continua la obra redentora de Jesucristo… que busca la salvación de los hombres y de las mujeres ya abarca también la restauración de todo el orden temporal. Todos los miembros de la Iglesia son partícipes de esta dimensión secular pero de formas diversas: los laicos y las laicas tenemos nuestra modalidad: “El mundo se convierte en el ámbito y el medio de la vocación cristiana de los fieles laicos” (N°15). El laico y la laica no deben abandonar el mundo sino dar testimonio de su vida con el fulgor de su fe, esperanza y caridad el mundo es una realidad no sólo sociológica sino teológica. Así se entiende el carácter secular a la luz del acto creador y redentor de Dios. La primera y fundamental vocación que el Padre dirige a todos es la vocación a la santidad. Nos dice el Papa: “La vida según el Espíritu, cuyo fruto es la santificación, suscita y exige de todos y de cada uno de los bautizados el seguimiento y la imitación de Jesucristo, en la recepción de la Bienaventuranzas, en el escuchar y meditar la Palabra de Dios, en la participación consciente y activa en la vida litúrgica y sacramental de la Iglesia, en la oración individual, familiar y comunitaria, en el hambre y sed de justicia, en el llevar a la práctica el mandamiento del amor en todas las circunstancias de la vida y en el servicio a los hermanos especialmente si se trata de los más pequeños, de los pobres y de los que sufren” (N°16). 9. La vocación del laico y de la laica se expresa particularmente en nuestra inserción en las realidades temporales y en nuestra participación en las actividades humanas. El laico y la laica se santifican en la vida profesional y social ordinaria. Esta llamada a la santidad es un elemento constitutivo de nuestra vocación. Dice la encíclica: “La misma santidad vivida, que deriva de la participación en la vida de la santidad de la Iglesia, representa ya la aportación primera y fundamental a la edificación de la misma Iglesia…” (N°17). Preguntas para Nuestra Reflexión ¿Cómo entendemos nuestra participación en la Iglesia? ¿Creemos que realmente nosotros somos Iglesia o nos sentimos como ciudadanos de segunda o tercera clase en la Iglesia? En nuestras parroquias ¿cómo nos han enseñado lo que significa la vocación de ser laico y laica? El Santo Padre dice que como laicos y laicas participamos de manera especial en el triple oficio de Jesucristo: sacerdote, profético y real. ¿Cómo vivimos este triple oficio en la práctica? El Papa también habla de la índole secular que nos hace corresponsables de la misión de la Iglesia. ¿Cómo vivimos nuestra vocación a la santidad y a la misión dentro de las realidades terrenales? Capítulo II: Sarmientos Todos de la Única Vid: La participación de los Fieles Laicos y Laicas en la Vida de la IglesiaComunión 10. Hasta este punto hemos configurado la figura del laico y de la laica. Ahora vamos a ver nuestra misión y nuestra responsabilidad en la misión de la Iglesia. “Comunión-Koinonía” es un símbolo antiguo retomado por el Concilio y por el Sínodo de 1985. De la unión a Cristo procede la unión en Cristo que existe entre los cristianos y las cristianas en la Iglesia. La Iglesia como comunión es el contenido central del misterio de la salvación. Análoga al cuerpo es una comunidad orgánica con la diversidad y la complementariedad. El principio dinámico de la diversidad y de la unidad es el único Espíritu (Ef. 4:23). La comunión eclesial es un don del Espíritu; con ese don vienen los múltiples carismas y ministerios. 11. En primer lugar tenemos los diversos ministerios en la Iglesia. Encontramos en primer lugar los ministros ordenados que derivan del sacramento. Su ministerio está orientado fundamentalmente en función del servicio al pueblo de Dios. En ausencia de un ordenado, el laico o la laica puede suplir en algunos casos litúrgicos, “pero el ejercicio de estas tareas no hace del fiel laico un pastor”. “No es la tarea lo que constituye el ministerio sino la ordenación sacerdotal” (N° 23). Hay que insistir, de todas maneras, más en los ministerios que proceden del bautismo y no dar toda la importancia a esas “situaciones de emergencia”. 12. Luego vienen los carismas: Son impulsos particulares según la absoluta libertad del espíritu (Cfr I Cor 12; Rom 12; I Pe 4): son gracias para una utilidad eclesial. Para que sean apropiados, es siempre necesario el discernimiento de los carismas: Y “el juicio sobre su autenticidad y sobre su ordenado ejercicio pertenece a aquellos que presiden en la Iglesia” (N° 24). La participación del laico no se limita a cumplir funciones o ejercer carismas: 13. Esta participación ocurre sobre todo en las iglesias particulares. No se trata ni de agregación ni de fragmentación sino de un vínculo vivo entre la articular y la universal. La Iglesia particular está formada en la imagen de la universal. Su célula es la parroquia. La parroquia es la expresión más visible e inmediata de la Iglesia: “Es, en cierto sentido, la misma Iglesia que vive entre las casas de sus hijos y de sus hijas” (N° 26). Es a nivel de la Parroquia donde ocurren todas las funciones amplias del laico y de la laica. Las parroquias tienen que renovarse y abrirse a nuevas necesidades. “Deben promoverse las pequeñas comunidades de base, también llamadas comunidades vivas, donde los fieles pueden comunicarse mutuamente la Palabra de Dios y manifestarse en el recíproco servicio y en el amor” (N° 26). 14. El mismo Concilio en su decreto sobre los laicos y las laicas insiste que los Pastores no pueden tener plena eficacia en su apostolado sin la ayuda de los laicos y de las laicas precisamente porque sus carismas y ministerios son distintos pero complementarios. La Parroquia tiene que funcionar como comunidad, y deben promoverse los consejos pastorales parroquiales. Somos todos miembros de una Iglesia pero cada uno de nosotros somos un ser individual. Es absolutamente necesario que cada fiel laico y laica tenga conciencia de ser miembro de la Iglesia con una misión personal insustituible (N° 28). 15. Hay diferentes formas de participación. Estas asociaciones son muy diferenciadas, pero existe una profunda convergencia en la finalidad que les anima. La razón fundamental de las asociaciones es teológica: es signo de la comunión y de la unidad de la Iglesia en Cristo. Este es a la vez el criterio de discernimiento de su autenticidad. En concreto, estos criterios son: - Dar primacía a la vocación a la santidad; - Confesar la fe católica; - Tener comunión con el Papa y los Obispos; - Participar en el fin apostólico de la Iglesia; - Comprometerse en la sociedad humana (N° 30). Y las asociaciones deben recibir su aprobación oficial. De esta forma podemos trabajar con armonía y evitar conflictos entre diferentes organizaciones. Preguntas para Nuestra Reflexión ¿Cuáles son los ministerios concretos y cuáles son los carismas que ejercemos como laicos y laicas en nuestras parroquias? En nuestra parroquia ¿cómo funcionan las comunidades de base? ¿Estamos abiertos a nuevas situaciones y necesidades? ¿Colaboramos con nuestros Párrocos en la comunidad parroquial, y sentimos que cada uno de nosotros tiene su misión insustituible? Las asociaciones que se han formado en nuestras parroquias, ¿cumplen con los criterios que la exhortación apostólica propone? Capítulo III: Les he destinado para que Vayan y den Fruto: La corresponsabilidad de los Fieles Laicos en la Iglesia Misión 16. “La comunión representa a la vez la fuente y el fruto de la misión: la comunión es misionera y la misión es para la comunión”. La misión es llevar a todos a esa comunión en el Hijo, y “El Señor confía a los fieles laicos, en comunión con todos los demás miembros del Pueblo de Dios, una gran parte de la responsabilidad” (N° 32). “Los fieles laicos, precisamente por ser miembros de la Iglesia, tienen la vocación y misión de ser anunciadores del Evangelio; son habilitados y comprometidos en esta tarea por los sacramentos de la iniciación cristiana y por los dones del Espíritu Santo”… “Por la evangelización de la Iglesia es construida y plasmada como una comunidad de fe; más precisamente, como comunidad de una fe confesada en la adhesión a la Palabra de Dios, celebrada en los sacramentos, vivida en la caridad como alma de la existencia moral cristiana” (N° 33). 17. Actualmente muchas comunidades están puestas a la prueba. En nuestro continente se preservan muy vivas las tradiciones de la piedad y de la religiosidad popular cristiana; “pero este patrimonio moral y espiritual corre hoy el riesgo de ser desperdigado bajo el impacto de múltiples procesos, entre los que destacan la secularización y la difusión de las sectas” (N° 34). Es como parte de su misión profética que el cristiano laico y laica tienen que anunciar el Evangelio en esta clase de mundo: Hay que anunciar la sorprendente Buena Nueva de que el hombre es amado por Dios. La tarea de la evangelización es tarea de todos los laicos y las laicas sin límites ni fronteras. Porque la Iglesia le revela al ser humano quién el verdaderamente es, y de esta forma la Iglesia hace a la persona más persona. 18. Nuestra misión es promover la dignidad de la persona. Nos dice Juan Pablo: “Redescubrir y hacer redescubrir la dignidad inviolable de cada persona humana constituye una tarea esencial; es más, es la tarea central y unificante del servicio que la Iglesia, y en ella los fieles laicos, están llamados a prestar a la familia humana” (N° 37). Como es Dios en quien el ser humano encuentra su verdadero ser, las violaciones de los derechos humanos son también pecados. Por lo tanto, hay que condenar y terminar con toda forma de discriminación entre las personas y la dignidad que Dios les da es el fundamento de la solidaridad de los hombres y las mujeres entre sí. 19. La inviolabilidad de la persona es reflejo de la absoluta inviolabilidad de Dios. De todas maneras, esta preocupación por los derechos humanos “resulta falsa e ilusoria si no se defiende con la máxima determinación el derecho de la vida como el derecho primero y frontal, condición de todos los otros derechos de la persona” (N° 38). Tenemos más responsabilidad frente a la vida más débil y enferma. 20. En el N° 39 el Papa no habla de la libertad religiosa como la piedra angular en el edificio de los derechos humanos. Pero la verdad es que mucha gente no goza de este derecho fundamental. Los mismos Padres del Sínodo agradecen a los laicos y las laicas que han sido testigos fieles en situaciones difíciles, que se juegan todo, hasta la vida. 21. De la misión de servir a la persona viene la misión de servir a la sociedad. Dios hizo a la persona para vivir en sociedad. Y la primera sociedad es el matrimonio, y el matrimonio es el primer compromiso social del laico y de la laica. La familia misma debe ser un instrumento social frente a la sociedad (N° 40). 22. De allí se sigue que toda la Iglesia está llamada al servicio de la caridad entendida ésta como el alma y el apoyo de la solidaridad. Es por eso que el Papa insiste que la caridad no puede separarse de política, y como consecuencia el fiel laico y la fiel laica tienen que trabajar a nivel político también. Escuchemos las palabras explícitas de Juan Pablo al respecto: “Para animar continuamente el orden temporal… los fieles laicos de ningún modo pueden abdicar de la participación en la ‘política’; es decir, de la multiforme y variada acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común” (N° 42). El hecho que el mundo político puede ser un lugar de “peligro moral” no justifica la separación de los cristianos y las cristianas de ese mundo político, ni su escepticismo. La comunidad política es el medio concreto para conseguir el bien común. El objetivo del mundo político debe ser la defensa y la promoción de la justicia. Como la sociedad es pluralista, los laicos y las laicas tenemos que respetar la autonomía de las realidades terrena, pero por el otro lado, conocedores de la Doctrina social de la Iglesia, los laicos y las laicas debemos hacer presentes los valores evangélicos en la sociedad, especialmente la solidaridad. Solidaridad no es un sentimiento vacío sino una determinación firma de empeñarse por el bien común. Y el fruto de la actividad política solidaria debe ser la paz. No podemos quedarnos callados ante las fuerzas que se oponen a la paz. Hay que colaborar con los que buscan la paz, promover los valores cristianos, y rechazar las formas inaceptables de violencia. 23. En esta parte de su encíclica (N° 43), Juan Pablo nos hace acordar su propia encíclica anterior sobre el trabajo humano: Laborem Exercens El momento esencial del servicio a la sociedad es la cuestión económica-social, la organización del trabajo. La Doctrina Social de la Iglesia parte del principio de la destinación universal de los bienes. El concepto de propiedad privada tiene que estar al servicio de esta destinación universal: los fieles laicos y las fieles laicas debemos comprometernos a resolver las grandes crisis del mundo del trabajo, por ejemplo la desocupación, y a promover la solidaridad entre los obreros. Como los hombres y las mujeres ofrecen su trabajo a Dios, se asocian a la propia obra redentora de Dios. 24. Del tema del trabajo humano el Santo Padre pasa al tema de la cultura humana: “La cultura debe considerarse como el bien común de cada pueblo, la expresión de su dignidad, libertad y creatividad, el testimonio de su camino histórico. En concreto, sólo desde dentro y a través de la cultura, la fe cristiana llega a hacerse histórica y creadora de historia” (N° 44). En un sentido expreso el Papa nos llama como fieles laicos y laicas a estar presentes en el mundo de la cultura e inclusive a “subvertirla”: “alcanza y casi trastornar mediante la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes… que están en contraste con la palabra de Dios y con su plan de salvación”. De esta manera evangelizamos profundamente la cultura. Preguntas para nuestra Reflexión Como laicos y laicas nos sentimos realmente co-responsables con la misión de la evangelización? O en la práctica ¿hemos dejado esta tarea exclusivamente a los Obispos, sacerdotes y religiosos/as? ¿En nuestro ambiente se siente el desafío de la secularización o el peligro del secularismo? o Si respondemos que si, ¿cómo estamos intentando responder a este reto? o Y si respondemos que no, ¿entonces qué cosa consideraríamos como el desafío más grande de nuestra cultura local? En nuestra realidad ¿cómo anda la situación de los derechos humanos y cómo estamos respondiendo como Iglesia para promover la dignidad de la persona y defender el derecho a la vida? El Papa no dice que no podemos abandonar nuestra responsabilidad en el mundo político ¿En la práctica qué significa para nosotros promover la solidaridad en el mundo político y en el mundo del trabajo humano? En la última sección de este capítulo el Santo Padre nos invita a evangelizar nuestras culturas profundamente: o ¿Cuáles son los valores evangélicos que ya encontramos en nuestra cultura? o Y ¿cuáles son los valores evangélicos que faltan en nuestra sociedad y que debemos anunciar? Capítulo IV: Los obreros de la viña del Señor (Nos. 45 a 54) 25. En este capítulo de la exhortación Juan Pablo nos habla acerca de la variedad de vocaciones de los laicos y de las laicas dentro de la Iglesia: Los y las jóvenes como la esperanza de la Iglesia y protagonistas de la evangelización; los niños y las niñas como signos del Reino de Dios; y los ancianos y las ancianas para su aporte de sabiduría. Luego profundiza más en el papel de la mujer sobre todo como agente de la evangelización. 26. Cuando reflexionamos sobre el espacio que la mujer debe ocupar en la Iglesia, vemos que no existe ninguna discriminación en el plano de la relación con Cristo y en el plano de la participación en la vida y la santidad de la Iglesia. La mujer tiene un papel en la misión evangelizadora de la Iglesia: El Sínodo insiste que las mujeres también deben formar parte de los consejos pastorales y tomar parte en la elaboración de decisiones (N° 51). Pero hay otros campos que los hombres han dejado a las mujeres y que convienen que sean la tarea de ambos: como por ejemplo, la educación religiosa de los hijos y de las hijas. 27. Otra vocación específica dentro de la Iglesia es la de las personas enfermas y de las que sufren: Los enfermos y las enfermas también son obreros de la viña: no sólo de llevar el dolor sino por la fuerza del Resucitado para convertirla en alegría. En una pastoral renovada se ve al enfermo y a la enferma no sólo como objeto del amor sino sujeto de la evangelización. 28. En resumidas cuentas, todos en la Iglesia somos a la vez objeto y sujeto de la comunión de la Iglesia y la participación en su misión. Las diferentes modalidades de vocación son a la vez diversas pero complementarias. Preguntas para Guiar nuestra reflexión ¿Qué papel ocupa la mujer dentro de nuestra Iglesia local? ¿Nos parece que todavía existe el problema del machismo en nuestras Iglesias locales? ¿Cómo pueden los enfermos y las enfermas tener un papel activo en la misión de evangelización de la iglesia? Capítulo V: Para que den más fruto La formación de los fieles laicos (Nos. 57 a 64) 29. Los Padres del Sínodo han dedicado gran parte de su tiempo al asunto de la formación cristiana permanente e integral de los laicos y de las laicas. Y esto debe ser una prioridad de cada diócesis. El objetivo de la formación es descubrir la vocación propia del laico y de la laica: Como Dios llama a cada uno por su nombre a través del desarrollo histórico de nuestra vida, sólo se revela la vocación gradualmente de día en día. 30. El Papa nos cuenta en el N° 59 que esta formación debe ayudarles a los laicos y a las laicas a vivir en la unidad. No se deben separar los mundos “espirituales” y “seculares” porque el mundo real es donde Dios se hacer revelar y es en el mundo donde se ejerce la fe, esperanza y caridad: “una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no enteramente pensada, no fielmente vivida”. Esta formación tiene que ser a la vez espiritual y doctrinal “para profundizar la fe y dar razón de la esperanza” (N° 60). También es necesario un conocimiento más exacto de la Doctrina Social de la Iglesia. Porque si los Pastores proponen los principios morales sobre el orden social, todo cristiano y cristiana tiene el deber de defender los derechos humanos pero sólo los laicos y las laicas participan en los partidos. 31. ¿Quién asume la tarea de la formación integral? Dios es el primer gran educador de su pueblo (Deuteronomio 32,10-12). En la Iglesia universal el Papa tiene un rol especial como educador. Y los Obispos tienen esta tarea en las Iglesias particulares. Y dentro de la diócesis la tarea educadora se lleva por las parroquia y las comunidades eclesiales. Por otra parte, la familia cristiana es como Iglesia doméstica porque es la primera experiencia de la Iglesia para los hijos y las hijas. En este N°. 62 el Papa también habla detalladamente sobre la tarea de las escuelas y especialmente las universidades en la formación de profesionales laicos y laicas. 32. “La formación no es el privilegio de algunos sino el derecho y el deber de todos”. Hay que dar especial énfasis a los pobres, dice el Sínodo, “los cuales pueden ser ellos mismos fuente de formación para todos” (N° 63). También hace falta prioridad a la formación de los formadores. 33. Juan Pablo II termina su encíclica con un llamamiento y una oración: Que seamos conscientes de la extraordinaria dignidad que se otorga por el bautismo que nos ha hecho hijos e hijas de Dios. Esta “novedad cristiana” viene a todos, y en los laicos y en las laicas se manifiesta por la índole secular. Y en segundo lugar que seamos conciencies del misterio de la Iglesia-comunión: que seamos uno. En vísperas del Gran Jubileo del año 2000, porque el Papa escribió esta exhortación en 1988, nos hizo recordar que tenemos que reconocer el mandato que es la nueva evangelización. Preguntas para Guiar nuestra Reflexión ¿Cómo es el programa de formación de laicos y laicas en nuestra Iglesia local? ¿Se da importancia tanto a la formación espiritual como a la formación profesional humana de los laicos y de las laicas? ¿E qué sentido se puede decir que los pobres son los que nos evangelizan y nos forman? Cuando celebramos el V° Centenario de la Evangelización de América latina en 1992 (cinco años después de la Christifideles laici), ¿tomamos en serio la tarea de la “Nueva Evangelización de las Nuevas Culturas “ ¿Y ahora?