Dignidad de los abogados, sistema procesal penal y reuniones

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Dignidad de los abogados, sistema procesal penal y reuniones privadas
con los jueces
"... El hecho que los tribunales orales y de garantía tengan una política estricta de
no realizar 'reuniones privadas' con los abogados es un gran avance..."
Martes, 03 de abril de 2012 a las 12:48
Mauricio Duce
El pasado 20 de marzo Miguel Schweitzer publicó en este medio una opinión en la
que, reconociendo las ventajas que ha significado la instauración del sistema procesal
penal acusatorio en nuestro país, señalaba que uno de los efectos negativos que
habría producido era el “haber perdido el respeto por la dignidad de la función del
abogado”. Por lo mismo, abogaba por la realización de reformas legislativas para
corregir esto y hacía un llamado para que la orden profesional y las facultades de
derecho tomaran cartas en el asunto con cierta urgencia (aún cuando sin dejar en
claro qué reformas y medidas concretas son las que considera debieran adoptarse).
Al fundar su opinión, Miguel Schweitzer identifica varias áreas de funcionamiento de
nuestro actual sistema procesal penal que reflejarían un problema significativo para la
“dignidad de los abogados”. Se trata de cuestiones en muy distintos niveles, algunas
van desde apreciaciones estéticas acerca de cómo deben vestir y comportarse los
abogados en la audiencia (por ejemplo lo inconveniente que considera para la
dignidad de la profesión y la solemnidad del rito que los abogados litiguen en
audiencias en mangas de camisa y tomando agua mineral en botellas); otras tienen
que ver con aspectos de gestión del sistema (por ejemplo los extensos plazos que se
dan para realizar audiencias de revisión de medidas cautelares); y, finalmente, otras
se refieren al escaso acceso de los abogados a los jueces para exponerles fuera de
audiencia sus puntos de vista.
Como puede apreciarse, se trata de una gran gama de cuestiones. A pesar que
algunos de los aspectos planteados parecen ser problemas de funcionamiento que
requieren corrección y en los que estoy de acuerdo (como por ejemplo la demora en
el agendamiento y realización de audiencias), estimo que -en general- se trata de
cuestiones que poco tienen que ver con la dignidad profesional de los abogados y
muchas de ellas son directamente muy discutibles e inconvenientes.
Me parece que la cuestión más problemática planteada y que requiere mucho mayor
discusión es el reclamo realizado por el decano Schweitzer respecto a la falta de
acceso a los tribunales. En esta dirección, se argumenta que en el nuevo sistema se
ha impedido el acceso al tribunal de parte de los litigantes fuera de la audiencia, salvo
tratándose de las Cortes de Apelaciones y Corte Suprema en donde los Ministros
mantendrían y respetarían esta práctica. Lejos de un problema, me parece que la
nueva práctica descrita parece ser un claro avance por contar en nuestro sistema con
un proceso más transparente y que asegure la igualdad de armas de los intervinientes.
Miguel Schweitzer plantea que estas reuniones fuera de audiencia podrían efectuarse
en presencia de la contraparte, sosteniendo que de esta forma no se afectaría ni la
publicidad ni la adversarialidad del proceso. Desde ya resulta extraño el argumento
que una reunión privada ante el juez no afecte la publicidad del proceso. Debe
recordarse que la publicidad está pensada no sólo como un problema de acceso a la
información de las partes en litigio, sino que como un control de la sociedad en su
conjunto al trabajo de las agencias del sistema de justicia penal y una manera de
legitimar las decisiones tomadas con información que es conocida por todos. Desde
este punto de vista una “reunión privada” del juez con las partes es siempre una
infracción a la publicidad. Pero más allá de eso, me parece se trata de una propuesta
en la que la historia de nuestro país nos demuestra tiende, lejos de beneficiar la
“dignidad de la profesión”, a establecer ventajas para algunos grupos de abogados por
sobre otros. En efecto, lo que nos demuestra la práctica de litigio en nuestros
Tribunales Superiores de Justicia es que este tipo de accesos al tribunal
históricamente se ha producido ex-parte o en forma unilateral. Es decir, en la que ha
existido una tradicional práctica de recibir separadamente a los abogados de las
distintas partes sin un control de la otra. Práctica que ha sido conocido comúnmente
como los “alegatos de pasillo”. Por cierto, no se trata de un acceso universal o
completamente igualitario para cualquier abogado, sino tradicionalmente concedido a
los abogados con más prestigio, relaciones al interior de los propios tribunales o más
insistentes. Al tratarse de actividades no reguladas, su ejecución corresponde
básicamente a la discreción de cada juez o sala y por ello es posible encontrar
prácticas muy disímiles en la materia. Esto, lejos de ser un aspecto positivo del
sistema, es una cuestión que en mi opinión debiera erradicarse de nuestros tribunales.
En la dirección antes descrita, el hecho que los tribunales orales y de garantía tengan
una política estricta de no realizar “reuniones privadas” con los abogados es un gran
avance que corrige una distorsión histórica de nuestra práctica forense. Lejos de
afectar la dignidad de los abogados, se trata de una conducta que la fortalece. Lo hace
ya que la señal que se envía a los abogados es que su mejor trabajo profesional se
realizará en el contexto de mayores garantías y transparencia como es la audiencia
pública, instancia que por excelencia representa el momento en que el abogado, de
cara a la comunidad y su representado, ejercerá sus conocimientos y destrezas
profesionales. Se trata, además, de un momento en donde el sistema asegura que las
partes en disputa son escuchadas igualitariamente por el o los jueces y en la cual se
garantiza que al resolver se deban considerar los puntos de vista en disputa en la
fundamentación de la decisión. Nada de esto ocurre con las reuniones privadas. Abrir
la puerta para ese tipo de prácticas constituye un riesgo enorme para la legitimidad y
transparencia del sistema y eso, me temo, si que podría significar un enorme atentado
para la dignidad de nuestra profesión.
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