La unidad del bien y el mal

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La unidad del bien y el mal
Desarrollando el coraje para aceptar nuestro bien y mal innatos
El mal de la destrucción es como una sombra proyectada por el bien de la creación. La naturaleza da
y toma vida. Incluso en el nivel celular del cuerpo humano, el mal de la decadencia y la muerte existe
lado a lado con el bien del crecimiento y la salud.
Por ejemplo, si bien el preciso mecanismo del cáncer sigue siendo desconocido, las investigaciones
han demostrado que la maligna transformación de una célula está vinculada con los genes causantes
del cáncer llamados oncogenes. En las células normales, los oncogenes son llamados protooncogenes, que promueven el desarrollo celular y son regulados por los genes celulares llamados
genes supresores de tumores. Los genes supresores de tumores, en otras palabras, controlan los
genes que promueven el crecimiento, que podrían volverse potencialmente malignos. (“Cáncer:
Causalidad.“ “La causa de la enfermedad: El desarrollo anormal de las células”. Enciclopedia
Británica, CD 1999). Así, el potencial para el cáncer no sólo existe en cada célula del cuerpo, sino
que también apoya el desarrollo y la salud de la célula.
Respecto a la naturaleza del bien y el mal, Nichiren Daishonin dice:
“El bien y el mal han sido inherentes a la vida desde el tiempo sin comienzo. El corazón de la
escuela del Loto es la doctrina de los tres mil reinos en un simple momento de vida, que revela que
tanto el bien como el mal son inherentes incluso en aquellos que están en el más elevado estado de
la perfecta iluminación. La naturaleza fundamental de la iluminación se manifiesta como Brahma y
Shakra, mientras que la oscuridad fundamental se manifiesta como el rey demonio del sexto cielo”
(The Writings of Nichiren Daishonin, pág. 1113).
El Daishonin explica que todas las personas están dotadas con el bien y el mal supremos, así como
toda forma de vida posible se mantiene en medio. Nosotros podemos ser tan piadosos como
“Brahma y Shakra” o tan demoníacos como el “rey demonio”.
El bien y el mal, en otras palabras, son aspectos innatos e inseparables de la vida. Este concepto
budista es conocido como “la unidad del bien y el mal”. Esta enseñanza, sin embargo, no significa
que el mal es bien, ni implica que la distinción entre el bien y el mal sea irrelevante. Más bien, nos
enseña a percibir y triunfar sobre el mal interior –y de esa manera conquistar el mal en el exterior–
mediante la fe en la bondad universal de la vida.
En el contexto de la enseñanza del Daishonin, el bien significa la “naturaleza fundamental de la
iluminación”, o la absoluta libertad y felicidad resultantes de un profundo autoconocimiento. El mal
indica la “oscuridad fundamental”, o la ilusión innata de la vida que niega el potencial de la
iluminación, causando sufrimiento para uno mismo y para los demás. Esta oscuridad interior resuena
con la desesperación de que nuestras vidas son desagradables y que carecen de significado;
introduce una cuña de temor que divide el corazón de la gente en “nosotros” y “ellos”. El concepto del
Daishonin respecto al bien y el mal, en este sentido, puede ser mejor entendido como las funciones
dinámicas e innatas de la vida que se hacen manifiestas o latentes, y no como un código moral
externo determinado por las condiciones culturales y sociales.
Un buda es alguien que tiene el coraje para reconocer esos dos aspectos fundamentales de la vida.
Como dice el Daishonin,
“Quien ha despertado completamente a la naturaleza del bien y el mal desde sus raíces hasta sus
ramas y hojas es llamado un buda”. (The Writings of Nichiren Daishonin, 1121).
Los budas aceptan su bondad innata sin arrogancia porque saben que todas las personas comparten
la misma naturaleza de Buda. Los budas también reconocen su maldad innata sin desesperación
porque saben que tienen el poder para superar y controlar su negatividad. Los budas entienden los
corazones de la gente en miríadas de condiciones y circunstancias. Los budas son capaces de guiar
a otros hacia su propio despertar. Esto se debe a que los budas comparten las mismas condiciones
que los demás, pero tienen el poder y la sabiduría para controlar su propia maldad.
La mayor parte de nuestra dificultad para discernir las funciones del bien y el mal se debe a nuestra
falta de voluntad para reconocer el potencial tanto del bien como del mal supremos dentro de nuestra
vida. No queremos vernos ni como muy buenos ni como muy malos, y por eso nos escondemos
detrás de una mediocridad moral colectiva que no requiere ni de la responsabilidad del bien ni de la
culpabilidad del mal. Para huir de la responsabilidad para realizar el pleno potencial de nuestra
bondad innata, decimos,
“No puedo ser tan bueno como...” o “No puedo ser tan malo como...”
(Llene el espacio en blanco con los nombres de aquellos a quienes considera supremamente buenos
y malos respectivamente, o con “Buda” en el primer caso y “demonio” en el segundo.)
Para algunos de nosotros, nuestra ambigüedad con respecto al yo, sin embargo, parece demandar
un rápido enjuiciamiento de los demás –y a quienes sirven a nuestros intereses los consideramos
como “buenas personas” y a aquellos que nos disgustan, como “malas personas”– como para
compensar nuestra confusión interior con queremos demostrar una forzada claridad afuera. Otros
parecen incapaces de denunciar la maldad claramente evidente de la humanidad por temor a ser
juzgados a su vez. Esas personas temen el juicio de los demás porque ellos mismos carecen del
coraje para ver su propio potencial para el bien y el mal. Como resultado, nuestra visión del mundo
se hace estrecha, si no distorsionada.
Paul Tillich, un connotado filósofo y teólogo del siglo pasado, dijo, “El coraje para afirmarse a sí
mismo debe incluir el coraje para afirmar nuestra propia profundidad demoníaca” (The Courage to
Be, pág. 122).
En igual consideración, Carl Jung dijo,
“Todos llevan una sombra, y mientras menos esté corporificada en la vida consciente del individuo,
más oscuro y denso es” (Psychology and Religion, pág. 93).
Jung también hizo la siguiente observación de una persona que desarrolla el coraje para afrontar el
potencial interior para el mal:
“Ese hombre sabe que cualquier cosa que esté mal en el mundo está en sí mismo, y que con sólo
aprender a tratar a su propia sombra, habrá hecho algo real por el mundo” (Psychology and Religion,
págs. 101-02).
El Daishonin tuvo el coraje para ver su propia “profundidad demoníaca”, tal como lo escribió
sinceramente:
“Aunque yo, Nichiren, no soy un hombre sabio, el rey demonio del sexto cielo ha intentado tomar
posesión de mi cuerpo. Pero por algún tiempo he venido teniendo mucho cuidado y ahora ya no se
me acerca” (The Writings of Nichiren Daishonin, pág. 310).
El Daishonin tuvo el coraje para ver su propia oscuridad fundamental. A pesar de esta sensata
realidad, él reunió su fe en su Budeidad innata y, de esa manera, superó la tendencia de la vida a
negar su propia realidad más elevada. Como él dijo,
“Una afilada espada para cortar la oscuridad fundamental se encuentra sólo en la fe” (Gosho
Zenshu, pág. 751).
La fe que nos hace posible experimentar la libertad y felicidad de la Budeidad es sinónimo del coraje
para ver nuestro potencial tanto para el bien como para el mal. El proceso de aceptar y desafiar
nuestra oscuridad fundamental es necesariamente el proceso para revelar nuestra iluminación
innata. De la misma manera, nuestros esfuerzos para ayudar a que los demás se hagan conscientes
de su propia ilusión de negar el yo, deben estar acompañados por nuestros esfuerzos para ayudarlos
a hacerse conscientes de su poder de la iluminación que afirma el yo. Sin uno, el otro es imposible.
Ver nuestra bondad y nuestra maldad es experimentar la alegría de aceptar todo nuestro ser. Como
dijo Tillich, “La alegría es la expresión emocional del valiente Aceptar el propio y verdadero ser” (The
Courage to Be, pág. 14). Esa honesta y valiente aceptación del yo también marca el inicio de la
transformación esencial de nuestra vida y del mundo que nos rodea.
Por Shin Yatomi
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