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TEORÍA CRÍTICA
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2 <i ABR. 2006
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HEMEROTECA
CENTRAL _
Origen y destino de la Teoría Crítica de la sociedad
RUBÉN JARAMILLO VELEZ*
Universidad Nacional de Colombia
Para comprender hasta qué punto la Teoría Crítica es heredera y arraiga en las
tradiciones más radicales de la filosofía burguesa, basta recordar de qué manera
los tres representantes más sobresalientes de la escuela se iniciaron en las tareas
de la reflexión filosófica en contacto con ios más grandes pensadores de ésta,
Kant y Hegel. Considerados, por lo demás, ya no desde la perspectiva de un
«neokantismo» que había agotado todas sus posibilidades, y mucho menos desde la de un imposible neohegelianismo. Después de Marx y después de tantos
lustros de luchas de los trabajadores, después de la pesadilla de la Primera
Gueria Mundial, ello ya no era factible. Por lo demás, la propia filosofía académica había reconocido la exigencia de /;• a las cosas mismas. «Frente a todas
las construcciones en el aire, a todos los descubrimientos causales, frente a las
cuestiones aparentes que se extienden con frecuencia a través de generaciones
como "problemas"».'
Cierto que tal consigna no aparece expresamente vinculada al discureo del
materialismo. Y sin embargo, la mediación de la fenomenología husserliana
constituye un momento decisivo en la configuración de la nueva teoría. De otra
parte, la presencia de Heidegger todavía es perceptible hasta en el último Marcuse, quien en una entrevista con el semanario alemán Der Spiegel a mediados
del 68 decía de él que era «uno de los pocos que todavía pensaba». Y también
en la Ncfiaiive Dialektik de Adorno, que apareció poco antes de su muerte.
Horkheimer se habilitó en 1925 con una tesis sobre la Crítica del Juicio,
de Kant. Su trabajo de doctorado lo había elaborado con Hans Comelius, el
«discípulo rebelde» de Husseil. En cuanto a Adorno, él mismo recordará cuan
decisivo paia su desanolio espiritual resultó ser el contacto con la Critica de la
razón pura, que leyó con sumo cuidado en la adolescencia bajo la orientación
de su amigo un poco mayor Siegfried Krakauer. En el año 24 se doctoró con un
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Rithén Jíininiillo
Vélez.
estudio intitulado «La trascendencia de lo cósico y lo noemático en la fenomenología de Husseri».
Ya se ha mencionado la relación existente entre Marcuse y Heidegger.
Para remitimos a su origen basta recordar el último párrafo de la presentación a
su Ontología de Hegel y la teoría de la historicidad (su trabajo de habilitación
para la docencia universitaria, que había dirigido Heidegger y apareció en 1932
en la Vittorío Klosterman Veríag, la misma casa editorial en que éste publicaría
algunos de sus ensayos) en el cual Marcuse expresamente reconoce su deuda
con el trabajo filosófico de Heidegger, quien entretanto había sido nombrado
como sucesor de su maestro Husseri en la cátedra de la Universidad de Friburgo (de cuya obra también se había ocupado Marcuse en sus Contribuciones
para una fenomenología del inatericdismo histórico, un ensayo publicado en los
Philosophische Hefte de Berlín en 1928).
Pero no se trataba tan sólo de la «convergencia» de diferentes escuelas
filosóficas, no se trataba de un asunto meramente académico: era la CT¡.VÍ.V.
Marcuse reconocería a un año de su muerte en 1979, en diálogo con Jiirgen
Habermas, que la búsqueda de una «filosofía concreta», y el desconcierto de
su generación, explicaría la fascinación que sobre ella llegara a ejercer en su
momento el novedoso planteamiento de Heidegger desde la aparición de Ser y
Tiempo en 1928.2
Era la generación que emergía de las ruinas de la Gran Guerra, la primera
conflagración universal. En los primeros días de noviembre de 1918, un año
después del asalto al palacio de invierno en San Petersburgo, la revolución llegaba a Alemania: el joven Marcuse participaría en ella como miembro del consejo de obreros y soldados del distrito de Reinickendorf en Berlín.
I
Quienes se reunieron en el verano de 1922 en Ilmenau —una aldea de Thuringia— para patrocinar un seminario al que denominaron «Primera semana de
trabajo marxista» tampoco provenían exclusivamente del mundo académico
sino de la experiencia viva de la revolución, que ya parecía haberse detenido en
Europa Central mientras en Rusia se consolidaba, de todos modos triunfante
tras los años de la guerra civil y la intervención extranjera, la incipiente república de ios soviets.
Basta pensar en algunos nombres, como el de Georg Lukács, el erudito
húngaro que vivía exiliado en Viena tras haber desempeñado un papel significativo en la revolución de su patria como vicecomisario del pueblo para la cultura
durante la efímera experiencia de la República popular bajo la dirección de Bela
Kuhn; o el del jurista y filósofo Kari Korsch, exministro de justicia del gobierno
de coalición comunista-socialista de Sajonia, que dos años más tarde llegan'a al
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Reichstag como diputado comunista y sena nombrado profesor de la universidad de .lena; el de Riciiard Sorge, el hijo desclasado de un millonario de la
industria maderera, activista y agitador entre los mineros de la cuenca del Ruhr,
a quien los japoneses fusilarían durante la Segunda Guerra Mundial por sus
servicios de espionaje a favor de la URSS y el de Constantin Zetkin, el hijo de
Ciara, la compañera de luchas de Rosa Luxemburgo.
Aunque también, desde luego, participaron en el seminario algunos jóvenes académicos. Como Karl August Wittfogel, miembro fundador del USPD
(partido socialdemócrata independiente) y más tarde del partido comunista alemán, quien a comienzos de la década subsiguiente publicaría un trabajo pionero intitulado Economía y Sociedad en China; y el joven Friedrich Pollock,
quien por entonces concluía sus estudios de economía con una tesis sobre la
teoría monetaria de Marx y con el tiempo llegaría a ser el cerebro administrativo del Instituto para la investigación social y además colaboraría estrechamente con Horkheimer, como una especie de «tutor» (M. Jay) en cuestiones
de índole práctica.
Como una consecuencia de este primer seminario sobre Teoría Marxista
se acordaría la fundación del mencionado Instituto, el cual debería ser autónomo e independiente en su administración, aunque vinculado de algún modo
—^ya a través de su director, que debería ser profesor— con la Universidad de
Frankfurt, que había sido fundada diez años antes. Vale la pena recordar que los
fondos gracias a ios cuales pudo iniciar labores este Instituto provenían de un
rico emigrante de Frankfurt: Hermán Weil, quien se había hecho a una considerable fortuna en la Argentina como exportador de granos y cuyo hijo llegaría a
la ciudad a comienzos del siglo con el propósito de estudiar economía entrando
entonces en contacto con los círculos radicales juveniles.
El Instituto para la investigación social fue inaugurado oficialmente el 3 de
febrero de 1923 en Frankfurt, ocupando provisionalmente algunos salones del
Museo de ciencias naturales de la univereidad. Su primer director debería haber
sido Kurt Albert Gerlach, un joven economista de la Tecnische Hochschule de
Aachen, quien, sin embargo, falleció de súbito antes de haber asumido el cargo.
Se invitó entonces a ocuparlo a Cari Gióimberg, el célebre profesor de Derecho
y ciencias políticas de la Universidad de Viena, desde comienzos de la segunda
década del siglo, editor del famoso A rclnv fiir die Gescliichte des Sozialisnuis
and der Arlieiterhewegung {Archivo para la historia del socialismo y del movimiento obrero), la importante revista, más conocida como «Gümbergsarchiv»,
en la cual aparecerían algunos de los más notables trabajos del pensamiento
materialista de su momento como, por ejemplo, el ensayo de Karl Korsch intitulado Marxismo y filosofía y algunos de los que Lukács agruparía un año más
tarde en su libro Historia y conciencia de clase. A Grümberg se lo ha llegado a
considerar inclusive el «padre» del marxismo austríaco, aunque esto se deba
probablemente al hecho de haber tenido entre sus alumnos a algunos de los más
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Kiihí'ii Jíinimillo
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conocidos austromarxistas. No se debe pasar por alto, sin embargo, una observación de Martin Jay, quien afirma que las investigaciones de Grümberg se
fundamentaban en un marxismo «más bien mecanicista y nada dialéctico, en la
tradición de Engels y Kautsky».^
Las primeras investigaciones que se realizaron en el Instituto estuvieron
orientadas preferentemente a la problemática económica. Así, por ejemplo, en el
año 29 se publicó un trabajo de PoUock: Experimentos de planificación económica en la Unión Soviética (1917-1927), resultado de una investigación de varios
años que incluyó una visita a la república soviética con motivo del décimo aniversario de la revolución, por invitación de David Riazanov, el erudito director del
Instituto Marx-Engels de Moscú y editor de la primera edición de sus obras, con
el cual colaboraba el Instituto enviando regularmente a Moscú copias de manuscritos y paineles inéditos traídos desde el cuartel general del SPD en Berlín.
También íipareció el mismo año una obra de Henryk Grossmann, un economista polaco que se había refugiado en Frankfurt para escapar a la persecución de la dictadura del mariscal Pilsudski en su patria: La ley ele la acumulación V el colapso del sistema capitalista, un texto que recogía una vieja polémica familiar a los teóricos de la socialdemocracia y el movimiento obrero desde
la publicación de una serie de artículos de Bemstein en Die Nene Zeit, la revista
de Karl Kaustky, en la cual intervendrían intelectuales tan destacados como
Rosa Luxemburgo, Heinrich Cunow, Otto Bauer, Tugan Saranowsky, Rudolf
Hilferding y Fritz Sternberg.
Grossmann elaboraría unos años más tarde (1935) un trabajo muy interesante sobre Los fundamentos sociales de la filosofía mecanicista y la manufactura, que fue publicado por la revista del Instituto —la Zeitschrift fiir sozicdfórsclnuii^— como parte de una serie de escritos destinados a indagar por los orígenes de la sociedad burguesa y el capitalismo, de los cuales el más importante
había aparecido en el 34 como libro en la Libraire Félix Alean de París con una
presentación de Horkheimer: La transición de la imagen feudcd a la imagen
burguesa del mundo, del historiador austríaco Franz Borkenau.
Grünberg tuvo que abandonar la dirección después de ser afectado por un
ataque cardiaco en el 27. Con su retiro parece concluir una primera etapa en su
historia y desarrollo. Por esta época se |iercibe un cambio generacional y miembros más jóvenes que ya no compartían la lectura kautzkiano-engelsiana del
marxismo toman la iniciativa. Un joven amigo de Pollock, Max Horkheimer,
hijo de un fabricante de Stuttgart de considerable fortuna, y otros dos jóvenes
intelectuales judíos, completarán bien pronto la nómina de lo que luego se llamará «Escuela de Frankfurt». Eran Theodoi^ Wiesengrund Adorno y Leo Lowenthai, quien mantenía además desdé la adolescencia estrecha relación con el
sicoanalista Erich Fromm. Marcuse llegaría más tarde, con la emigración.
El exilio. Sin lugar a dudas que él también dejaría su huella en la producción de la Escuela. Cuando Horkheimer asumió la dirección del Instituto en el
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Origen y deslino ilc la Teoría Ciílica ele la sociedad
31 tuvo que comenzar por ocuparse de ello, preparar la emigración. Hizo transferir sus fondos a Holanda y estableció contactos con la OIT en Ginebra, que
también deberían servir a fines de investigación.
Tras la llegada de los nazis al poder fue Horkheimer uno de los primeros
catedráticos destituidos, al lado de sus amigos, el teólogo Paul Tillich, el sociólogo Kait Mannheim, el jurista Hugo Zinsheimer (el teórico de la democracia
de los consejos obreros). La biblioteca del Instituto, que ya contaba por entonces con unos sesenta mil volúmenes, fue confiscada por la policía cuando éste
fue cerrado «por tendencias hostiles al Estado». Wittfogel, que había regresado
al país para organizar la resistencia terminaría en un campo de concentración
hasta que la presión internacional logró su liberación. En febrero del 33 inauguró el Instituto su filial en Ginebra y, con el nombre de Societé Internationale de
Reclierchex Sociales se convirtió en el centro administrativo, con dependencias
en Londres y París.
En esta última ciudad contó con el apoyo de Bergson, que se había mostrado muy impresionado por el trabajo del Instituto. Precisamente en el segundo
volumen de la Zeitschrift, del 33, aparecería la reseña de Horkheimer sobre Las
(los fuentes de la moral y de la religión. Horkheimer reconocía el mérito del
ensayo de Bergson frente al lacionalismo abstracto, pero desechaba como ideología su fe en la intuición como vehículo de conocimiento. Polemizaría también
con él en un trabajo intitulado «La metafísica del tiempo de Bergson»: «Ver la
realidad como un flujo ininterrumpido significaba ignorar la realidad del sufrir,
envejecer y morir. Era absolutizar el presente y de esta manera inconscientemente repetir los eiTores de los positivistas». La verdadera experiencia, decía
Horkheimer, resistía tal homogenización. La tarea del historiador debería «preservar la memoria del sufrimiento y promover la exigencia de un cambio históricamente cualitativo».''
En París aparecieron los Estudios sobre autoridad y familia, una obra que
respondía a una urgencia inmediata, contribuir a explicar la naturaleza del fascismo. Horkheimer escribiría la parte general, mientras Marcase asumiría la
parte «ideohistoriogiáfica», una condensada reseña del problema de la autoridad
en la época moderna, desde Lutero y Calvino a la Teona de las Élites de Pareto,
pasando por Kant y Hegel, por los ideólogos de la contrarrevolución y el romanticismo, |3oi- Marx. Erich Fromm escribiría uno de sus buenos trabajos, la
parte «socio-psicológica», un excelente resumen de la literatura psicoanalítica
sobre el asunto.
Los estudios aparecieron en 1934 en la Librerie Félix Alean de París, la
editorial que publicaba los escritos del Instituto. Fromm ya había emigrado a los
Estados Unidos, como docente del Chicago Institute of Psycoanalisis. Por otra
parte, Horkheimer había visitado Nueva York en el 34 estableciendo algunos
contactos, entre otros con el presidente de la Universidad de Columbia, que le
había ofrecido apoyo y la asociación a la Universidad. A consecuencia de lo
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anterior se produjo el traslado del Instituto y su instalación en el distrito de
Morningside Heights de la gran metrópoli. Marcuse llegaría en julio de ese año
y en los dos meses subsiguientes arribarían Lówenthal, Wittfogel y Pollock.
Adorno, que se encontraba por entonces en la Universidad de Oxford, llegaría
apenas en el 38.
No se produjo, sin embargo, una integración a la vida académica norteamericana hasta la década de los cuarenta. En los Studies in philosophy and
social sciencie que aparecieron hasta 1941 y en los Studies in prejuíce, que
fueron subsidiados por el American Jewisch Commite, se recogió la obra de los
investigadores vinculados alrededor del Instituto en su período neoyorquino. El
más importante de estos trabajos es la obra monumental The authoritarian personality, en la cual intervino Adorno, publicada en 1950. Los otros estudios
eran: Dynamics of prejudíce: A psychological and sociological study of veterans, de Bruno Bettelheim y Morris Janowitz; Antisemitism and emocional disorder: a psychoanalitical interpretation, de Natán W. Ackerman y Marie JahodíT; Prophets ofdeceit, de Leo Lówenthal y Norbert Guterman; y Rehearsal for
destruction de Paul Massing.
Pero la revista continuó apareciendo en alemán en la Librarle Félix Alean
de París, hasta que la ocupación alemana hizo imposible su publicación. La
voluntad de mantener viva la tradición humanística de la cultura y la lengua
alemana, que los nazis habían degradado fue uno de los propósitos expresos del
Instituto en el exilio. Durante éste período aparecieron en ella algunos de los
trabajos más importantes de Horkheimer, Marcuse, Fromm, Lówenthal, Neumann y otros de sus colaboradores. Todos los miembros del Instituto eran conscientes de que tras la derrota de Hitler su trabajo podía sentar las bases para una
reconstaicción. Aunque agobiados por el triunfo del fascismo, nunca abandonaron la esperanza.
La lucha contra el fascismo determinaría también el esfuei-zo teórico de los
emigrantes. En 1947 publicó Horkheimer en inglés una colección de ensayos
que reproducían conferencias públicas dictadas en la primavera de 1944 en la
Universidad de Columbia: Eclipse of Reason (que en las ulteriores traducciones
al alemán y al español se intitularía Crítica de la razón instrumental). Debemos
recordar además que Razón y Revolución - Hegel y el surgimiento de la teoría
social, la importante obra de Marcuse, que precisamente pretendía recuperar a
Hegel como parte de la herencia del pensamiento radical y superar el malentendido propiciado por los fascistas —piénsese en la teoría del «Estado ético» del
filósofo italiano Giovani Gentile, ministro de Mussolini, así como en las deformaciones de los profesores nazis— apareció en Nueva York en 1941.
En el 47 la Querido Verlag de Amsterdam —la editorial de los emigrantes
alemanes antes de la ocupación de Holanda por los alemanes— editaría los
«fragmentos filosóficos» de Horkheimer y Adorno: Dialéctica de la Ilustración,
un libro en el cual los dos amigos sometían a un severo análisis el ciego proce10
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SO y destino de la razón burguesa. También Mínima moralia, un libro de reflexiones de Adorno, que se publicaría en el 51, fue elaborado durante el exilio
americano. En 1934 escribiría Horkheimer en Diimmermg {Ocaso), una colección de aforismos publicado bajo el seudónimo de Heinrich Regius para posibilitar su circulación en Alemania: «El ocaso del capitalismo no iniciará necesariamente la nocine de la humanidad, que, por cierto, parece amenazamos hoy».
II
En el discurso que pronunciara Horkheimer en 1931 al tomar posesión de la
dirección del Instituto como sucesor de Grümberg, había elaborado un concepto
de la «filosofía social» que determinan'a en fomia decisiva el desarrollo ulterior
de sus investigaciones. Tal y como él lo veía, ella no sería «una mera Wissenschaft (ciencia) en busca de una verdad inmutable». Debería ser más bien comprendida «como una teoría materialista enriquecida y suplementada por el trabaJo empírico, del mismo modo que la filosofía natural estaba dialécticamente
relacionada con disciplinas científicas individuales».'
En los trabajos publicados por la Revista para la Investigación Social
durante la década de los treintas se intentaría desarrollar tal programa. Aparecieron por entonces también los motivos mñs característicos del nuevo pensamiento que estaba en gestación. En el 32 Horkheimer sometería a un severo
análisis la circunstancia social que caracterizaba en ese momento al mundo
capitalista: la crisis. No sólo la crisis económica, que se había iniciado con el
colapso de la bolsa de Nueva York aquella tarde del 24 de octubre de 1929. Se
trataba de la encrucijada en que se encontraban la ciencia y la cultura burguesas, en general. Vale la pena recordar que por la misma época otro pensador
—el maestro de su maestro, el viejo Husserl— también meditaba sobre ello y
que cuatro años más tarde publicaría el resultado de su meditación con el título
La crisis de las ciencias europeas y la fenomenología trascendental (Belgrado,
1936), un ensayo en el cual —como dirá Carlos Astrada, su discípulo argentino— el filósofo, que fallecería dos años más tarde, implícitamente alertaba
sobre los peligros del fascismo.
En contraste con la obra de Husserl, el escrito de Horkheimer es un trabajo breve. Sin embargo, la intensidad de la reflexión manifiesta desde un comienzo una intención explicativa radical como sólo se adquiere en el laboratorio del materialismo histórico. Como la única posibilidad de escapar efectivamente al solipsismo, Horkheimer introduce desde el principio la circunstancia
social de su reflexión y de su objeto. Pero al considerar en primer lugar la
estructura material-social sobre la cual éste aparece, reconoce igualmente la alternativa radical de transformación, que siempre fue reprimida por la razón burguesa (desde Descartes, con su «moral provisional»).
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Desde un principio, su mediación está guiada por una finalidad trasformadora: «En la crisis económica general, la ciencia aparece como uno de los numerosos elementos de la riqueza social que no cumplen con aquello para lo cual
estaban destinados. Tal riqueza supera hoy con mucho la que poseyeron épocas
anteriores. Sobre la tierra hay más materias primas, más máquinas, más mano
de obra instruida y mejores métodos de producción que antes, pero todo esto no
redunda, como correspondería, en provecho de los hombres. En su forma actual, la sociedad se manifiesta incapaz de emplear efectivamente las fueraas
desarrolladas en ellas y la riqueza producida dentro de su marco. Los conocimientos científicos comparten el destino de las fuerzas y medios productivos de
otra índole: se los emplea muy por debajo de lo que permitiría su alto nivel de
desarrollo y de lo que exigirían las reales necesidades de los hombres; de este
modo también se frena su ulterior despliegue cuantitativo y cualitativo. Tal
como lo ha demostrado el curso de crisis anteriores, el equilibrio económico se
restaura únicamente sobre la base de un vasto aniquilamiento de valores humanos y de valores prácticos».^'
El análisis conduce necesariamente a develar aquellos elementos que impiden a los hombres reconocer las raíces de la situación: «No sólo la metafísica es
ideológica, lo es también la ciencia criticada por ella, en tanto conserva una
forma que impide descubrir las causas reales de la crisis... Son ideológicas todas
las formas de la conducta humana que ocultan la verdadera naturaleza de la
sociedad erigida sobre antagonismos».^
Como consecuencia de tal reconocimiento, este pensamiento se sabe conscientemente determinado por un interés emancipatorio.** Renuncia por ello a una
jiretensión abstracta, no somete sus criterios a una expresa formalización. Ellos
se inscriben en el programa de la razón —Vennuift— misma: realización. Por
ello también, la prosa continua que caracteriza su discurso indica igualmente
que se ha renunciado a toda intención sistemática exterior, para concentrar la
atención del lector en la esencial «socialidad» de todo asunto del pensar; hacerle
comprender que sólo la referencia al acontecer material efectivo, a los procesos
de producción y reproducción de la vida en sociedad, permite entender de qué
manera está eslructuiada la realidad, el mundo que él debe y ha de transformar.
Pensamiento teleológico radical, considera que el estricto conocimiento de lo
real, en toda su pluriformidad, tal y como lo intenta la ciencia, es aireñas una
parte de la verdad, y que sólo en la sociedad libre ella será posible.
En el propósito más íntimo del pensamiento crítico materialista se encuentra, pues, la voluntad emancipadora, el convencimiento de que en la historia y
evolución del género humano, a través de la división social del trabajo y la
estratificación de la sociedad en claseS, se ha cumplido ya con aquellas tareas
históricamente necesarias que permiten hoy una reorganización radical y finalmente armónica de la convivencia entre los hombres, liberada de la fatalidad y
del anárquico desarrollo de los procesos ciegos de la sociedad de intercambio.
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Sobra decir que las premisas de este pensamiento fueron establecidas por
Marx y Engels, quienes a su vez recibieron el influjo de la cultura universal en
su momento y, en particular, se hicieron herederos de la gran tradición de la
ilustración, inglesa, francesa y alemana; de las motivaciones fundamentales de
la gran filosofía alemana y de esa peculiar disciplina del [jensar producida por
las mentes más lúcidas de la burguesía inglesa: la economía política, factores a
los que se sumaría un producto de la última fase de la Ilustración y de la gran
revolución de Francia: el socialismo utópico, una vaga y fraterna ideología de
la felicidad.
Pero el reconocimiento de sus premisas en el pensamiento de los clásicos
no significa de ningún modo aceptarlo como un cuerpo de doctrina cerrado y
acabado que excluyera la contribución crítica y su ulterior desaiToUo. Por su
naturaleza misma materialista es un pensamiento y un conocimiento abierto a la
exi^eriencia y al desarrollo de sí a partir de la misma, que no iDermite la codificación escolástica: no es un saber retrospectivo y legitimante sino un conocimiento proyectivo emancipador.
El iTcnsamiento materialista se fundamenta en el descubrimiento de la relación de dependencia del curso general de la cultura humana con respecto al
acontecer económico, material, el proceso de producción y reproducción de la
vida en sociedad, tal y como Marx y Engels lo formularon en 1846, en las
primeras páginas de La ideología cilemana: «Lí\s premisas de que partimos no
tienen nada de arbitrario, no son ninguna clase de dogmas, sino premisas reales,
de las que sólo es posible sustraerse en la imaginación. Son los individuos
reales, su acción y sus condiciones materiales de vida, tanto aquellas con que se
han encontrado como las engendradas por su propia acción».
Pero al sentar tales premisas, el pensamiento materialista había socavado,
ya por entonces, ilusión ideológica propia de la filosofía, de pretender ser una
actividad absolutamente original {Urspruni's píiUosopliie) que se fundamenta y
se justiñca desde sí misma.
El interés del pensamiento materialista es, sin embargo, típicamente filosóílco-emancipatorio, para utilizar una formulación reciente.'^ Él ha elegido la realización de la lllosofía, contribuir a la conformación de un orden social racional dentro del cual los postulados más elevados de la razón, formulados en
buena parte por la filosofía, se hayan materializado en una modalidad específicamente nueva —es decir, Justa— de la convivencia entre los hombres: el fin
de la prehistoria.
Si la superación de lafilosofíacone paralela a su realización, la conciencia
plena del problema obliga también al pensador materialista a asumir una tarea
esi^ecíficamente crítica: no sólo cuestionar radicalmente esa actitud tardía de la
razón burguesa, su endurecimiento instmmental, sino exigir la reflexión. Al propugnar por la superación de lafilosofía,el pensamiento materiali.sta fundamenta
su proyecto en su propio concepto de la razón como libertad, que tiende a su
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realización. Pero para evitar igualmente caer y permanecer en una actitud contemplativa o de ensoñación religiosa, la actitud del crítico es ya radicalmente
diferente a la del pensador-organizador «contemplativo»: la realidad, el mundo,
deben ser transformados.
Aunque una tarea previa y específicamente crítica acompaña tal transformación, la de mostrar al desnudo los mecanismos de la racionalización instrumental
que operan en el interior de la sociedad. El materialismo no acepta como legitimación positiva del mundo ese proceso de racionalización progresiva de las relaciones interpereonales, ni mucho menos su descripción apologética, aunque supuestamente «libre de valoD> en los discursos. Él no desconoce tal racionalidad, inclusive se podna decir que él la hareconocidopor primera vez (aunque, desde luego,
alguna parte del trabajo correspondió realizarlo a los economistas burgueses). Pero
la ubica en la dimensión que le corresponde, la dimensión instaimental; y comprende de antemano que esa racionalidad instrumental es ella misma causa y
efecto del proceso que ha acompañado el desarrollo y ascenso de la civilización
capitalista, la transformación de la historia en historia universal.
En la introducción del año 57 a su Contribución a la crítica de la economía política lo había dicho Marx: «La historia mundial no ha existido siempre,
la historia como historia mundial es un resultado». Pero Marx no quiere comprender el concepto de progreso «de la manera abstracta habitual», ideológicamente. Ello explica la concreción de sus investigaciones sobre las de economía,
iniciadas en su exilio parisino, a mediados del 43. «El resultado más importante
de estos extensos estudios históricos de Marx, que constituyen la base material
de toda su teoría económico-política (y a la que en esta medida pertenecen), es
la compresión de la radical historización de la historia conexa al "devenir" y a
la "existencia" de la producción capitalista. La historia pasa a ser historia mundial en la medida en que los hombres salen de la seminaturalidad de las agrupaciones y comunidades precapitalistas, en la medida en que viven bajo relaciones
que no son ya dadas sino producidas».'"
Sin embargo, lo que específicamente diferencia al pensamiento crítico materialista respecto de la filosofía tradicional es que considera tal desarrollo siempre en la perspectiva de una transformación radical. Marx reconoció desde muy
temprano que .el capital no podía existir «sin revolucionar permanentemente las
condiciones sociales»; y que a partir de un determinado momento, cuando la
mediación universal de las fuerzas productivas hubiese acelerado las contradicciones inherentes a esta forma de organización de la producción y el intercambio, una nueva sociedad y una nueva civilización se impondn'a sobre sus ruinas.
Por ello, la Teon'a Crítica cuestiona la idea misma de «progreso» mientras
éste se mueva exclusivamente en la dirección que señala la razón instrumental
burguesa —el proceso de acumulación— y no se oriente a una reorganización
radicalmente nueva de la convivencia humana, fundamentada, a su vez, en las
posibilidades históricamente condicionadas del cambio.
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üiigen y destino tic la Tcoiía Crítica de la sociedad
Lo que ella propone es precisamente invertir el tradicional predominio de
los procesos económicos en el destino de los individuos y la sociedad. Porque
parte de reconocer tal predominio como dado (la dependencia del individuo real
con respecto a los procesos materiales de la producción y la reproducción de la
vida social), está interesada en liberar a los individuos y a la sociedad en su
conjunto de tal hegemonía para que éstos puedan llegar a ser progresiva e infinitamente libres. Liberar a los hombres de tal predominio ciego, y en particular
del que ejercen los propietarios de los bienes de producción sobre la gran mayoría de proletarios y de pauperizados, de tal modo que puedan configurar ellos
mismos su destino, sometido hoy, a través de los ciegos procesos de la economía, a un elemento de esencial casualidad.
El materialismo crítico se hace heredero de las preocupaciones básicas y
de los temas y problemas más característicos de la gran filosofía, Considera
también como parte integral de su tarea el apropiarse de la verdad contenida en
los grandes textos de la reflexión filosófica, en particular de ese momento estelar de la ilustración burguesa que fue el idealismo alemán, aunque también
asimila los aportes del más antiguo materialismo y sensualismo francés del siglo XVIII. Sin embargo, la Teoría Crítica se hace consciente también del carácter provisional de esta verdad de la filosofía, sabe que ella sólo llegará a ser
verdad plena en el proceso de realización y superación de la filosofía misma.
Ella hace conciente la contradicción, en sí misma progresiva, que existe
entre los postulados más generales de la filosofía burguesa y su no materialización en la práctica; cuestiona el carácter del sujeto abstracto que ha adquirido el
hombre en la tradición de la filosofía burguesa desde Descartes y que se corresponde efectivamente con el proceso de abstracción del individuo real en el interior de la sociedad capitalista.
Al materialismo corresponde expresamente cuestionar desde un principio
los presupuestos básicos de una filosofía que arraiga en tal situación. Si de un
lado propugna por esclarecer tal proceso de abstracción con base en aclarar el
real y efectivo de los antagonismos sociales, busca al mismo tiempo señalar
alternativas factibles de cambio que procuran superar una circunstancia en la
cual el individuo, como puntualiza Horkheimer, es mera apariencia, razón por
la cual cuestiona igualmente y por encima de todo el predominio de una fatalidad ciega que hace del principio de adaptación el criterio máximo del trabajo
de la cultura.
Se podría calificar de «utópico» el propósito que anima el trabajo del cn'tico
y difícilmente podna renunciar éste a tal tradición. Sin embargo, no se debe olvidar que él considera su propósito a partir de las posibilidades reales y efectivas del
cambio, teniendo siempre en ci.w.ita las disponibilidades tecnológicas, el desarrollo
de las fuellas productivas y, sobre todo, el avance de la ciencia y la cultura
iuimanas, en general, pero también el grado de perfeccionamiento de la naturaleza humana en su capacidad parareivindicarla libertad concreta: la felicidad.
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NOTAS
* Profesor del Departamento de Filosofía de la Universidad Nacional de Colombia.
1. Martín Heidegger, Ser y Tiempo. Introducción: el método fenomenológico de la investigación. Traducción, de José Gaos, FCE, México, 1952, p. 32.
2. «Yo creo que el tránsito de lo que u.stetl llama el universo conceptual heideggeriano al
marxismo no constituyó un problema personal sino generacional. Lo decisivo fue el i'racaso de la
revolución alemana, del cual luimos testigos mis amigos y yo propiamente ya en el año de 1921 e
incluso desde antes, con el a.sesinato de Karl y Rosa. No parecía exLstir entonces nada con lo cual
uno pudiera identificarse. Entonces llegó Heidegger, en el año de 1927 apareció Ser y Tiempo. Por
esa época había concluido mis primeros estudios, me había doctorado en el año de 1922, había
trabajado durante algún tiempo en Berlin en una casa editorial y librería de anticuario y me encontraba, no obstante, todavía a la búsqueda. ¿Qué .sucede tras el fracaso de la revolución? Ésta era una
cuestión absolutamente decisiva para nosotros. En aquellos años se enseñaba bastante filosofía, la
escena académica la dominaba el neokantismo, el neohegelianismo. De pronto apareció Ser y Tiempo como unafilo.sofíarealmente concreta. Aquí se hablaba de Dasein, de la «existencia», del «uno»,
de la «muerte», de la «preocupación» (Sorge). E.so parecía tocamos. Esto duró ha.sta 1932 aproximadamente. Entonces comenzamos a notar —y hablo en plural porque en realidad no .se trataba .sólo de
un proceso personal— que esa concreción era ba.stante falsa. Lo que Heidegger hizo fue, en lo
e,sencial, reemplazar las categonas trascendentales de Hu.s.seri por sus propias categonas trascendentales, lo cual significa que conceptos aparentemente tan concretos como existencia y preocupación se
volatilizan en malos conceptos ab.stractos. Durante todo este tiempo había leído a Marx y continué
leyéndolo, y entonces se produjo la aparición de los Manuscritos económico-filo.síyicos. Aquí se
tuvo lugar probablemente el viraje. Se presentaba a.C. en cierto sentido un Marx nuevo que realmente era concreto y al mismo tiempo superaba al marxismo anquilosado, tanto en el .sentido
teorético como en el práctico, de los partidos. Y a partir de entonces, el problema Heidegger v6'/.vi(.v
Marx ya no significó para mí ningún problema», Jürgen Habennas, Silvia Bovensehen y otros,
Ge.ymiche mit Herhert Maratse. Suhrkamp Veriag, Frankfurt/main, 1980. Nuestra versión al castellano: Conversaciones con Herl>erl Marcuse, en Ideas y Valores - Revista Colombiana de Filosofía,
n.-.57/58, Bogotá, abril 1980, pp. 23-27.
3. Martin .lay. La imaginación dialéctica - Una historia de la Escuela, de Frankfurt. Ver.sión española de J.C. Cuaichet. Ed. Taums, Madrid 1974, p. 36.
4. Citado por Jay, op. cit., p. 99.
5. Max Horkheimer, Uiniversitatsreden XXVII, Frankfurt, 1931. Ptiblicado también en So7.ialphilosopliischc Estudien (Alhenaus Fischer Taschenbuch Vcrlag), Frankfurt 1972.
6. Max Horkheimer, Ohsen'aciones sobre ciencia y crisis. Traducción de Edgardo Abizú y
Carlos Luis, en Teoría crítica. Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1974, p. 16.
7. Op. cit.. pp. 19-20.
8. En el .sentido de Jürgen Habermas. Véa.se: Conocimiento e interés. Trad. de Guillermo
Hoyos Vázquez en: Ideas y Valores - Revista Colombiana de Filosofía (Universidad Nacional),
n.'" 42/43 (Bogotá, agosto, 1975).
9. Habermas, op. cit.
10. Alfred Schmidt, Historia y estructura - critica del estnictiiralismo marxista. Trad. de
G. Muñoz, Comunicación serie B, Madrid, 1973, pp. 35-36.
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RIFP/26 (2005)
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