¿Pecado o delito? Una entrevista con Vicente Santuc

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¿Pecado o Delito?
Por Rocío Silva Santisteban
La defensa cerrada de una "moral privada" ha sido un tema que, a propósito
del destape de los vladivideos y de la defensa pública que hizo Luis Bedoya
Reyes de su hijo, se ha puesto de relieve en los últimos días. Sobre los limites
entre pecado y delito hemos entrevistado a Vicente Santuc, sacerdote jesuita y
filósofo, director de la Escuela de Filosofía y Humanidades Antonio Ruiz de
Montoya.
Pecado y delito, parece que hoy en día se están dando muchas
confusiones al respecto. ¿Cuáles son las diferencias?
El delito hay que situarlo en relación a la ley positiva que define
comportamientos y procedimientos, para que los diferentes roles previstos por
la misma ley tengan que ser asumidos de acuerdo con esa previsión de
manera efectiva. El delito es la violación de un pacto social que permite la
consistencia de una sociedad, es el incumplimiento de los deberes jurídicos
con el Estado o con la sociedad que están allí señalados. La ley establece y
mantiene al día el catálogo de los roles que uno puede jugar dentro de la
sociedad y define las normas para eso. En cuanto uno sale de esos roles, sólo
hay dos alternativas: o es delito o es enfermedad mental. Y quien comete un
delito merece un castigo porque se ha auto-excluido de la convivencia social.
Teniendo en cuenta que la violación de la ley tiene una existencia social, el
castigo es la restauración del derecho tanto de la voluntad del criminal como de
la voluntad social. No hay que entrar en consideraciones aquí sobre
motivaciones o impulsos, sino simplemente considerar si ha cumplido o no. La
cosa nos remite a un examen muy sencillo, un juicio jurídico, en donde se
relaciona el hecho ocurrido con lo que prevé la ley. Si hay un vacío legal, se
asume que el ciudadano tiene la formación suficiente que puede vincular su
acción con el espíritu de la ley en general y ver si el acto que prevé es posible o
no. Hegel dice en un momento dado que quien ha cometido delito tiene
derecho a ser castigado.
¿Derecho a ser castigado? ¿A qué se refiere?
Hegel plantea que se debe respetar la libertad y la capacidad razonable del
propio delincuente, de respetarlas en él más de lo que él las ha respetado. Este
respeto permite seguir considerándolo como persona responsable y no como
enfermo mental. El castigo restituye en el criminal la voluntad razonable que él
mismo no ha respetado.
¿Y el pecado?
El pecado nos remite al nivel subjetivo y a la responsabilidad moral. Se
manejan dos nociones de pecado: se puede considerar el pecado como mero
concepto ético moral o como concepto religioso. El pecado es un acto
desordenado, a veces una mentira, en relación a dos tipos de órdenes: si
consideramos solo la perspectiva religiosa, entonces el pecado será desorden
en relación a la ley eterna o a la voluntad de Dios; suponiendo, entonces, que
la conciencia de uno está formada y entendiendo que la voluntad de Dios es la
voluntad del bien. Si estamos en una perspectiva ético-moral, entonces el
pecado es desorden en relación a la exigencia de la razón. Pero, normalmente,
se habla del pecado en términos religiosos y se nos remite a la violación de un
orden en relación a Dios. Tradicionalmente dentro de la iglesia el pecado se ha
tipificado, como pecado grave, suponiendo tres cosas: materia grave, plena
conciencia y pleno consentimiento.
¿Por qué cree Ud. que se ha manipulado el tema de los bordes entre
pecado y delito como se ha hecho?, ¿Es una manera forzada de evitar
una sanción pública o una táctica bastante bien pensada que permitiría,
en un país católico, salir por la puerta falsa de la responsabilidad?
Es la puerta falsa de la responsabilidad objetiva. El asunto ha sido planteado
como si todo se limitaría a "mi conciencia" para eludir lo jurídico y, por tanto, la
responsabilidad frente a los demás. Pero remitir a la conciencia subjetiva no
arregla nada porque siempre la exigencia moral interna se vive en comunidad.
No puede ser un ipseísmo, una cerrazón sobre sí mismo. Allí hay una especie
de truco que han querido hacer valer estableciendo una suerte de analogía con
la objeción de conciencia. Pero, la objeción de conciencia vale para defender la
integridad de la conciencia frente a una acción. Y no al revés. Esa es en
realidad una forma de eludir la responsabilidad. Creo que hay un olvido: los
deberes son de uno pero obligan con los demás. ¿Qué puede haber detrás de
eso? Estamos viviendo un momento en que las conciencias morales de la
ciudadanía están como perdidas. No saben dónde está el bien y dónde está el
mal. En las ciudades modernas convivimos con muchos sistemas de valores, y
uno puede perderse en ese laberinto, pero a fin de cuentas lo que tenemos que
saber es que soy moral si escojo ser moral: es una decisión.
Algunos analistas sostienen que, una vez más, la religión está
permitiendo un espacio de "blandura moral" en el cual los "pecadores" se
refugian para evitar el castigo público. Esto es sumamente peligroso en
tanto que aseguran de parte de la opinión pública una mayor tolerancia
hacia morales "privadas".
Esta imagen que plantean es la del pecador que acude al confesor para ser
"liberado". Es cierto también que hay una palabra bien tradicional que presenta
a la iglesia como "refugio de los pecadores". Pero se trata del lugar donde
pueden ir aquellos que se sienten pecadores y quieren salir del pecado. La
condición de ir es sentir el pecado como tal y no sentirse perfecto.
Personalmente considero que hay una cierta malformación de la conciencia en
relación con la vivencia como automatismo del pecado-perdón-comunión. Esta
práctica nos remite a conciencias mal formadas que no entienden ni el perdón
ni el pecado, así sólo asumen la vida como un mecanismo que funciona por sí
solo: renuncian a responsabilizarse por su propia vida. Nos encontramos en un
momento muy confuso: estamos pasando de una
conciencia moral
estructurada tradicionalmente por prácticas religiosas, a una conciencia ética
civil que sería el civismo moral en el que puedan converger diferentes morales.
Estas éticas tendrán que aceptarse en el diálogo: quizás estamos tanteando
eso en este momento de nuestra historia peruana. Pero hay que entender que
para llegar a asentar una conciencia cívica mínima, no todos los términos
dentro del diálogo pueden ser cuestionables. Se puede revisar procedimientos
o formulaciones de leyes, pero no puede ser cuestionable la exigencia y el
respeto a los derechos humanos, por ejemplo. Ahora bien, en este momento
vivimos el paso de una moral asentada sobre costumbres a una moral
asentada sobre la decisión de uno.
¿El ojo de Dios? ¿O hacer las cosas en función del miedo?
Muchas veces se ha propuesto una eticidad de conductas morales de
acuerdo a patrones, pero en realidad era el miedo que presidía, qué va a decir
la vecina, el vecino, el cura, Dios. Cuando estoy guiado en mi conducta por el
miedo, no estoy decidiendo ni por la razón ni por la libertad. Por lo tanto, no soy
moral porque no he optado por eso, estoy obligado a hacerlo. Y nadie es moral
por obligación.
Los bordes entre lo público (delito) y lo privado (pecado) se borran con
mucha fuerza en el Perú. ¿Cómo marcarlos sin perder de vista que el
poder atraviesa también todos esos espacios?
Este es un punto muy delicado. Lo público aquí no tiene mucha existencia,
porque me remite a la normatividad jurídica, a los procedimientos, a los
consensos que normalmente asientan lo público. Eso es tremendamente débil
porque estamos acostumbrados a que lo público esté en manos de
personalidades más o menos fuertes, de líderes carismáticos, que a fin de
cuentas respetan poco lo público, pues pasa a ser cosa de ellos. Estamos
acostumbrados a una privatización de lo público: el grupo, los amigos, las
relaciones de compadrazgo y parentesco tiñen lo público. Personalmente
considero que estamos en un proceso de salida de una estructura social que
hasta la fecha, si bien estaba normalmente sustentada por una ley objetiva, de
hecho funcionaba por mecanismos que no eran los previstos por esa ley.
Cumplir la ley no era una opción, sino la salida si no accedías al compadrazgo:
con un compadre en la corte, para qué cumplir la ley.
Y eso ha llegado al paroxismo con Vladimiro Montesinos.
La ley era perfecta como para un país de maravillas, pero los procedimientos
han descansado en ese tipo de relaciones. Esto me hace pensar en una cosa:
en la ausencia de la figura paterna en la casa o la presencia a medias, violenta,
inestable, que no organiza la "ley", el interdicto, que no logra romper con esa
simbiosis con la madre. Es imposible que el niño pueda identificarse con quien
representa la ley. Por eso, me parece, que la ley encarna en términos
simbólicos una agresión. Por eso siempre se está pensando en cómo sacarle la
vuelta a la ley. Para un muchacho que tiene este concepto y vivencia del padre,
respetar la ley no puede ser razonable, pues siempre será un espacio de
agresión y amenaza.
¿Qué implica perdonar? Cierto discurso del perdón ha sido manejado
por muchos gobiernos constitucionales tras años de una dictadura
anterior (Alfonsín en Argentina, Alwyn en Chile) como una forma de
plantear una "reconciliación nacional" que al mismo tiempo significaba
borrón y cuenta nueva. ¿Hasta dónde es posible el perdón?
El perdón no es un acto íntimo, sino un acto en la conciencia de un hombre.
Tampoco es olvido, ni borrón y cuenta nueva. El perdón es una especie de
asumir la posibilidad de crear cosas nuevas, de inaugurar una vida nueva. Sólo
es posible si están implicados todos los interesados. Y ese acto supone de
todos: que lo quieran, que lo crean posible y que hagan un esfuerzo por hacer
la verdad entre todos los implicados.
¿Y qué es el perdón?
El perdón es no dejar que lo muerto de ayer se coma lo vivo de hoy. No
permitir vivir una mecánica del resentimiento permanente y de la venganza
permanente. El perdón es la afirmación de que podemos vivir hoy. Pero debe
ser un acto en que, juntos, todos los implicados, se liberan del mal que se ha
hecho y de sus consecuencias: de las heridas, del resentimiento. Esto es
imprescindible para decidir qué se puede hacer juntos para el mañana. La
decisión viene a ser la de no entramparse en el pasado, el perdón descansa
sobre un acto de la imaginación creadora para vislumbrar escenarios
diferentes, y no creer que el escenario de ayer me entrampa en la repetición.
Es una mirada a futuro, por eso permite además definir procedimientos de
control de las conductas razonables entre nosotros. Yo creo que el perdón es
fundamentalmente un acto de creación de novedad. Todas las sociedades de
una manera o de otra se han planteado el perdón para no dejarse enredar en el
pasado: no podemos dejar que lo muerto coma lo vivo. Efectivamente, quien lo
ha practicado más y lo ha pedido en cierta manera es Jesús, es él a fin de
cuentas quien ha dado la verdad del perdón cuando dice que nunca sabemos
ni el mal que hacemos, ni el bien que hacemos.
¿No hay perdón por decreto?
No funciona. Para poder llegar al perdón es imprescindible una formación de
la conciencia para que estén abiertas a esa posibilidad. Sin educación, no hay
disposición. Por eso es imprescindible que el discurso político explique el
sentido del perdón como aquello que juntos podemos darnos.
Pero, acá en el Perú, todo está tan trastocado, que incluso a los presos
inocentes se les indulta como si se tratara de un perdón cuando sólo es
un acto de justicia.
Hay mucha confusión. El perdón es cuando todos los implicados se han
hecho daño y permite el reconocimiento de ese daño. Creo que, después de la
época del terrorismo, la sociedad peruana debió plantearse el tema del perdón.
Pero no fue el momento. Sin embargo, de hecho, hubiéramos tenido que poder
expresar qué decían los terroristas y qué decían los campesinos, y los otros:
los militares. Y qué decíamos la sociedad civil.
Pero tanto los terroristas como los militares plantean como causas y
motivo de sus acciones temas como "salvar a la patria", "reivindicar a los
pobres".
Cuando manejamos esos principios generales, la patria, etc., creo que en
esos momentos se plantea la cuestión de los medios en relación a los fines. No
puedes emplear medios que nieguen de manera tan evidente los fines para los
cuales son utilizados. Y eso plantea el problema de las guerras. Después de la
II Guerra Mundial habíamos llegado a la conclusión de que las guerras no
solucionaban nada.
Lo que sucede en estos momentos, esta degradación de la que somos
espectadores privilegiados a través de los vladivideos, forma parte de
este continuum que viene desde los 80 con el terrorismo y con las formas
de reprimir el terrorismo.
Pienso lo mismo, pero creo que deberíamos examinarlo con más
detenimiento. El Perú arrastra demasiado su pasado. Al momento de la
conmemoración de los 500 años del descubrimiento de América, se volvió a
decir que el problema del Perú era la violencia de la conquista. Esta es una
forma de delegar la responsabilidad hacia atrás y de vivirnos como efecto de
una causa. Debemos renunciar a esa idea y ser sujetos de nuestro propio
destino. El perdón supone también reconocer una responsabilidad y liberarme
a mí mismo.
desco / Revista Quehacer Nro. 129 / Mar. – Abr. 2001
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