I E S T

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INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DE SANTO TOMAS DE AQUINO
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I, q. 20, art. 1
En Dios, ¿hay o no hay amor?
Objeciones por las que parece que en Dios no hay amor:
1. En Dios no hay ninguna pasión. Pero el amor es pasión. Luego en Dios no hay amor.
2. El amor, la ira, la tristeza, y similares, se oponen. Pero la tristeza y la ira no son
atribuidos a Dios más que metafóricamente. Luego tampoco el amor.
3. Dice Dionisio en el c.4 De Div. Nom. : El amor es una fuerza de unión y de fusión. Pero
en Dios esto no puede darse, ya que es simple. Luego en Dios no hay amor.
Contra esto: está lo que se dice en 1 Jn 4,16: Dios es amor.
Respondo: Es necesario que en Dios haya amor. El primer movimiento de la voluntad, y de
cualquier facultad apetitiva, es el amor. Pues como el acto de la voluntad y de cualquier
facultad apetitiva tiende al bien y al mal como objetos propios; siendo el bien, en sí mismo
y principalmente, el objeto de la voluntad y del apetito, y el mal es bien sólo por otro y
secundariamente, esto es, en cuanto que se opone al bien; es necesario que los actos de la
voluntad y del apetito que se orientan al bien sean anteriores a los que se orientan al mal.
Como el gozo a la tristeza, el amor al odio. Pues lo que es por sí mismo, es anterior a lo que
es por otro.
Por otra parte, lo común es por naturaleza lo primero. Por eso, el entendimiento está
orientado antes a la verdad general que a las verdades particulares. No obstante, hay
algunos actos de la voluntad y del apetito que se orientan al bien situado en alguna
condición especial: como el gozo y el deleite centran su objeto en el bien presente ya
conseguido; el deseo y la esperanza, en el bien aún no logrado. Por su parte, el amor centra
su objeto en el bien común, alcanzado o no. Por eso, el amor por naturaleza es el primer
acto de la voluntad y del apetito. Esta es la causa por la que todos los otros movimientos del
apetito presuponen el amor como su primera raíz. Pues nadie desea algo más que como bien
amado; nadie goza más que con el bien amado. Y el odio no se centra más que en lo
opuesto a lo amado. Lo mismo sucede con la tristeza y similares, en donde es evidente su
directa referencia al amor como primer principio. Por lo tanto, donde hay voluntad y apetito
es necesario que haya amor, anulado lo primero, queda anulado lo segundo. Ya se demostró
(q.19 a.1) que en Dios hay voluntad. Por eso, es necesario también que en El haya amor.
A las objeciones:
1. La fuerza cognoscitiva no mueve más que a través de la apetitiva. Y así como en
nosotros la razón universal mueve a través de la razón particular, según se dice en el III De
Anima, así también el apetito intelectual, llamado voluntad, se mueve en nosotros a través
del apetito sensitivo. Por eso, el motor inmediato del cuerpo en nosotros es el apetito
sensitivo. De ahí que el acto del apetito sensitivo se dé junto con algún cambio corporal; de
modo especial el corazón, que es el primer principio de movimiento en el animal. Es así
como los actos del apetito sensitivo, en cuanto que llevan anexo un cambio corporal, son
llamados pasiones, y no actos voluntarios. Así, pues, el amor, el gozo y el deleite son
pasiones en cuanto actos del apetito sensitivo; pero no lo son en cuanto actos del apetito
intelectual. Como tales son atribuidos a Dios. Por eso el Filósofo en VII Ethic. dice: Dios
goza con una única y simple operación. Por lo mismo, ama sin pasión.
2. En las pasiones del apetito sensitivo hay que tener presente un aspecto material, el
cambio corporal; y un aspecto formal, por parte del apetito. Tal como se dice en I De
Anima, en la ira lo material es el acaloramiento o algo parecido; lo formal, el deseo de
venganza. Además, en lo formal, en algunas pasiones hay siempre algo imperfecto. Como
en el deseo, lo es el bien alcanzable; o en la tristeza, el mal hallado. Lo mismo cabe decir de
la ira que presupone la tristeza. Otras, como el amor y el gozo, no revisten ninguna
imperfección. Por lo tanto, en el aspecto material, nada es atribuible a Dios, como ya se dijo
(ad 1); y lo que en el aspecto formal reviste alguna imperfección puede ser atribuido a
Dios más que metafóricamente, esto es, por la semejanza en el afecto, como también se dijo
(q.3 a.2 ad 2; q. 19 a. 11). En cambio, lo que no reviste imperfección, como el amor y el
gozo, es atribuido a Dios propiamente. No obstante, siempre quitando la pasión, como se
Índico (ad 1).
3. El amor tiene siempre una doble dimensión: una, el bien que quiere para alguien; otra,
aquel para quien quiere el bien. Pues en esto consiste, propiamente, amar a alguien: querer
para él el bien. Por eso, en aquello que alguien ama, quiere un bien para sí mismo. Y, en la
medida de lo posible, quiere poseer aquel bien. En este sentido el amor es llamado fuerza
de unión; también en Dios, que no tiene composición; puesto que aquel bien que quiere
para sí no es otro que El Mismo, que es esencialmente bueno, como ya se demostró (q.6
a.3). Por otra parte, por el hecho de que alguien ame a otro quiere el bien para ese otro, y,
consecuentemente, lo trata como si fuera él mismo, deseando el bien para el otro como para
sí mismo. En este sentido el amor es llamado fuerza de fusión, porque se funde con otro
considerándolo como si fuera él mismo. También el amor divino, sin comparación, es
fuerza de fusión, pues quiere el bien para los demás.
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