C a m i

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Camilo José Cela (1916-2002)
La familia de Pascual Duarte 1942
Yo, señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para serlo.
Me abalancé sobre ella y la sujeté. Forcejeó, se escurrió... Momento
hubo en que llegó a tenerme cogido por el cuello. Gritaba como
una condenada. Luchamos; fue la lucha más tremenda que usted se
puede imaginar. Rugíamos como bestias, la baba nos asomaba a la
boca... En una de las vueltas vi a mi mujer, blanca como una
muerta, parada a la puerta, sin atreverse a entrar. Traía un candil en
la mano, el candil a cuya luz pude ver la cara de mi madre, morada
como un hábito de nazareno... Seguíamos luchando; llegué a tener
las vestiduras rasgadas, el pecho al aire. La condenada tenía más fuerzas que un demonio. Tuve
que usar de toda mi hombría para tenerla quieta. Quince veces que la sujetaba, quince veces que
se me había de escurrir. Me arañaba, me daba patadas y puñetazos, me mordía. Hubo un
momento en que con la boca me cazó un pezón – el izquierdo – y me lo arrancó de cuajo. Fue en
el momento mismo en que pude clavarle la hoja en la garganta... La sangre salía como desbocada
y me golpeó la cara. Estaba caliente como un vientre y sabía lo mismo que la sangre de los
corderos... (zit. Gumbrecht: 965)
La colmena 1951
Doña Rosa no era , ciertamente, lo que se suele decir una sensitiva.
–Y lo que le digo, ya lo sabe. Para golfos ya tengo bastante con mi cuñado. ¡Menudo pendón!
Usted está todavía muy verdecito, ¿me entiende?, muy verdecito. ¡Pues estaría bueno! ¿Dónde ha
visto usted que un hombre sin cultura y sin principios ande por ahí, tosiendo y pisando fuerte
como un señorito? ¡No seré yo quien lo vea, se lo juro!
Doña Rosa sudaba por el bigote y por la frente.
–Y tú, pasmado, ya estás yendo por el periódico. ¡Aquí no hay respeto ni hay decencia, eso es lo
que pasa! ¡Ya os daría yo para el pelo, ya, si algún día me cabreara! ¡habráse visto!
Doña Rosa clava sus ojitos de ratón sobre Pepe, el viejo camarero llegado, cuarenta o cuarenta y
cinco años atrás, de Mondoñedo. Detrás de los gruesos cristales, los ojitos de doña Rosa parecen
los atónitos ojos de un pájaro disecado.
–¡Qué miras! ¡Qué miras! ¡Bobo! ¡Estás igual que el día que llegaste! ¡A vosotros no hay Dios que
os quite el pelo de la dehesa! ¡Anda, espabila y tengamos la fiesta en paz, que si fueras más
hombre ya te había puesto de patas en la calle! ¿Me entiendes? ¡Pues nos ha merengao!
Doña Rosa se palpa el vientre y vuelve de nuevo a tratarlo de usted.
–Ande, ande... Cada cual a lo suyo. Ya sabe, no perdamos ninguno la perspectiva, ¡qué leñe!, ni el
respeto, ¿me entiende?, ni el respeto.
Doña Rosa levantó la cabeza y respiró con profundidad. Los pelitos de su bigote se
estremecieron con un gesto retador, con un gesto airoso, solemne, como el de los negros
cuernecitos de un grillo enamorado y orgulloso. (31)
Benutzte Literatur:
Cela, Camilo José (197212): La Colmena. Madrid/ Barcelona: Noguer.
Gumbrecht, Hans Ulrich (1990): Eine Geschichte der spanischen Literatur. Frankfurt: Suhrkamp. (GR36/159)
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