Jesús nos da un nuevo horizonte de vida

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Jesús nos da un nuevo horizonte de vida.
“Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Único,
para que todo el que crea en él no se pierda, sino que tenga vida eterna”
(Jesús en Jn 3, 16)
1. Un corazón inquieto.
La fe cristiana nos enseña que en cada persona hay una sed de infinito. En lo más profundo de
nuestros corazones - y lo experimentan de manera especial los jóvenes - reside un anhelo de
trascendencia, el que se manifiesta en un insaciable deseo de amar y ser amados, en un impulso de
vida plena y gozosa. Hay un corazón inquieto. Es un corazón creado a imagen y semejanza de Dios.
Es por eso que es bueno volver a constatar que los sufrimientos más dolorosos provienen,
precisamente, de la falta de respuestas a esta fuerza de vida o, peor aún, de la postergación o hasta
la negación de la radical necesidad de iluminar y de colmar esta realidad del corazón. Lo cierto es
que nos sabemos anhelantes pero también heridos, abiertos al misterio y también débiles por
nuestras incapacidades y caídas. Hay un horizonte nuevo y eterno que se nos propone como un don
y es nuestra obligación en conciencia detenernos para tomar en serio esta condición humana
fundamental. Es el horizonte de la cercanía de Dios que viene gratuitamente – sólo por amor - a
nuestro encuentro para darnos vida y vida en abundancia. Si no nos hacemos el tiempo para la
meditación y el asombro ante esta verdad, no tendremos paz interior.
Esta es la puerta de la fe que se nos invita a abrir de par en par para recibir en la persona de Jesús, el
Camino, la Verdad y la Vida. Así podremos saciar nuestra sed de Dios – de Vida eterna - que Jesús
sacia en abundancia. Lo dice el mismo Jesús a la mujer samaritana: “el que beba del agua que yo le
daré, no volverá a tener sed. El agua que yo le daré se hará en él manantial de agua que brotará para
la vida eterna” (Jn 4, 14). El corazón inquieto descubre en el encuentro con Cristo el don de la fe y
gracias a esta fe se le abren los ojos para ver, amar y seguir a Jesús. Es por eso que este encuentro
personal, gratuito, libre, amable y gozoso, es el regalo más importante para descubrir maravillados
que hemos sido creados para vivir en el amor a Dios y al prójimo, porque Dios es Amor. (1Jn 4, 8b)
He aquí el misterio central de nuestra fe, el que se nos ofrece para ser plenos y felices –
bienaventurados – afirmando nuestra vida y proyecto vocacional en el amor entregado por Jesús en
el sacrificio de su muerte en la cruz, ahí donde derrotó para siempre, con la fuerza de su
Resurrección, todo desánimo, tristeza, odio y muerte. Este es el nuevo horizonte ofrecido al joven
de hoy y de siempre. No hay nada más valioso para un joven que descubrir y hacer propio un
proyecto de vida que le llene el alma de gozo. Aquí lo encuentra, aquí descubre la aventura de la
libertad que se despliega en el servicio como discípulo y misionero de Jesús.
2. Las preguntas más importantes.
Es por esta dramática y entrañable experiencia humana que se nos hace urgente hacernos las
preguntas más importantes de la vida: ¿quién es el hombre?, ¿quién es Dios? “Mi alma tiene sed de
Dios, ¿cuándo iré a contemplarle” canta el salmista. Y el joven san Agustín también expresa esta
sed de Dios descubriendo, por el don de la fe, que fue creado para descansar en Dios, su Creador y
dice: “nos creaste para ti y nuestro corazón andará siempre inquieto mientras no descanse en ti”
(‘Confesiones’ cap. 1).
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El diálogo con Jesús nos hace recorrer juntos el camino de la educación de la fe. En el seguimiento
de Jesús podemos hacer experiencia de su mensaje que nos permite hacer comprobación concreta de
que la propuesta de la fe es razonable y llena de sentido. El encuentro con los amigos de Jesús nos
ayuda a entrar en el misterio de su presencia en las mediaciones de la comunidad eclesial que Él
mismo nos dejó. Estas huellas de Jesús son: la oración compartida, la proclamación de la Palabra, la
celebración de la fe en los sacramentos, la alegría del servicio solidario y misionero, la vocación
profética que nos permite ver y asumir la causa de Dios, la experiencia del diálogo, el compromiso
por la polis y el bien común, el reencuentro y el perdón por los caminos de la justicia y de la paz.
Todos estos dones están al alcance de la mano, y los ha dejado Jesús como signos de su presencia
real y eficaz en medio de nosotros, en la Iglesia – Pueblo de Dios y Cuerpo Místico de Cristo - y en
la historia. Todos sostenidos en la fuerza y la sabiduría de su propio Espíritu de Vida. Y en todos
ellos se nos ofrece una escuela de la fe que nos ayudarán siempre para descubrir las verdades de
Dios, del hombre, de la convivencia social, la vocación de servicio y el proyecto del Reino de Dios
que nos trae la justicia y la paz para todos los pueblos de la humanidad.
3. El Absoluto de Dios.
Para hacer esta experiencia de conocer con Jesús las verdades que nos hacen libres y el amor que
nos da la vida, es necesario dar el paso de salir de nosotros mismos para abrirnos al encuentro con el
Otro con mayúsculas. Es necesario salir de nuestro asfixiante encierro intimista y decidirnos a saltar
hacia la nueva experiencia del hacer contacto con el Otro, con Dios mismo en Cristo, el Señor. En
una palabra, la fe nace y se desarrolla cuando dejamos a Dios ser Dios. Cuando dejamos de
mirarnos el ombligo y hacer del yo un ídolo y pasamos decididamente a la aventura de liberarnos
hacia la novedad de la amistad, la fraternidad y el servicio desde el encuentro con Dios.
Si no dejamos a Dios ser Dios, buscamos otros ídolos. Es así que la esperanza la achicamos a
nuestra medida humana. Y es por eso que idolatramos el éxito, la fama, el dinero, el poder, el placer
comercial, la figuración personal. Es la ley del más fuerte, la ley de la selva, la ley que nos
esclaviza. Es la ley del miedo, la que reina a sus anchas en el relativismo destructor de la ley natural
y sobrenatural, de toda certeza moral, teológica y doctrinal. Todo esto, para robar una felicidad que
nunca llega y para recibir a cambio una angustia que siempre nos amarga. Por este derrotero, el
corazón se defiende y se endurece como una piedra.
Algo parecido sucede cuando no dejamos entrar a Dios en nuestro corazón, justo ahí donde
clamamos por un amor pleno. Cuando esto pasa, buscamos el amor a la fuerza, en el dominio del
otro, en el engaño y la mentira, en la autosatisfacción. Este ‘amor’ es falso y desechable porque no
hacemos contacto con el otro, no nos interesa, no lo escuchamos, sólo lo valoramos si es útil a mis
propios intereses mezquinos. Es así porque del otro buscamos nuestro propio provecho y placer.
Ahí no hay amor ni gratuidad, ahí hay egoísmo utilitarista, o sea, un encierro en mi mismo, eso se
llama cárcel, donde reina el tedio, la frustración y el aburrimiento total.
Peor aún si desplazamos la fe en Dios. Cuando esto pasa terminamos inexorablemente creyendo en
cualquier cosa. Es así que nos atraen los horóscopos y las predicciones astrales, nos fascinan los
gurús de moda, tanto como los ídolos del canto como del deporte, los transformamos en una
religión. Reemplazamos a Dios por la energía natural de las cosas o por la fuerza de la naturaleza.
Pasamos así a una cosmovisión determinista de la vida, donde confundimos la divinidad con la
misteriosa materia – panteísmo naturalista – y, casi sin darnos cuenta, nos invade el fatalismo, la
desesperanza, el desánimo. Cuando esto sucede, queda otra atracción fatal: la industria de la
entretención, cada día más atrayente y pegagosa, y, peor aún, entramos en el ocio que nos lleva al
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inmovilismo, la indiferencia radical y el desprecio por toda propuesta de sentido, venga de donde
venga.
Dejar a Dios ser Dios nos ordena la vida, la orienta y la fundamenta en principios trascendentes que
nos llevan por el itinerario de la verdad que nos hace libres y del amor que nos hace plenos para el
servicio de la justicia y de la paz. La formación integral del joven, la que incluye la dimensión
moral y espiritual, se desarrolla con vistas a su fin último y al bien de la sociedad de la que es
miembro. Al respecto, el Papa Benedicto señala que “Nunca podemos olvidar que ‘el auténtico
desarrollo del hombre se refiere a la totalidad de la persona en todas sus dimensiones’ (CiV 11),
incluida la trascendente, y que no se puede sacrificar a la persona para obtener un bien particular, ya
sea económico o social, individual o colectivo” (Jornada Mundial de la Paz, Mensaje “Educar a los
jóvenes en la justicia y la paz” 2012. 3).
Reconocer a Dios como el único Absoluto de mi vida significa emprender el viaje hacia la verdad,
la libertad, el amor y la vida eterna. Y el camino es Jesús, la fuerza la recibimos de su propio
Espíritu. Aquí se manifiesta lo más original, único, irrepetible y hermoso de cada joven. Aquí su
vocación y el descubrimiento de innumerables dones y talentos que lo hacen crecer creativamente
hasta el infinito.
Y agrega el Papa Benedicto XVI, en su conversación paternal con los jóvenes: “Sólo en relación
con Dios comprende también el hombre el significado de la propia libertad. (…) Ésta no es la
ausencia de vínculos o el dominio del libre albedrío, no es el absolutismo del yo. El hombre que
cree ser absoluto, no depender de nada ni de nadie, que puede hacer todo lo que se le antoja, termina
por contradecir la verdad del propio ser, perdiendo su libertad. Por el contrario, el hombre es un ser
relacional, que vive en relación con los otros y, sobre todo, con Dios. La auténtica libertad nunca se
puede alcanzar alejándose de Él.” (id. 3)
4. El mandamiento nuevo es el nuevo amor de Jesús: el proyecto de Jesús.
“Mi mandamiento es éste: Ámense unos con otros, como Yo los he amado” dice Jesús (Jn 15, 12).
El apóstol Juan nos dice – siguiendo el hilo a Jesús - en su primera carta: “Queridos míos,
amémonos los unos a los otros, porque el amor viene de Dios. Todo el que ama ha nacido de Dios y
conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios, pues Dios es amor. Envió Dios a su Hijo
Único a este mundo para darnos la Vida por medio de Él.” (1Jn 4, 7 – 9). Lo enseña así porque lo
aprendió del mismo Jesús cuando lo escuchó decir: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su
Hijo Único, para que todo el que crea en él no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16). Y
¿”qué tenemos que hacer, y cuáles son las obras que Dios nos encomienda? (le preguntaron a Jesús
los judíos). “Jesús respondió: ‘La obra es ésta: creer al Enviado de Dios’.” Porque, agrega Jesús, “la
voluntad de mi Padre es que toda persona que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna: y yo lo
resucitaré en el último día” (Jn 6, 28 – 29 y 40).
Jesús nos explica los misterios de nuestra fe: Jesús nos sana y libera para que podamos creer en él y
en el que lo envió. Jesús nos anima – nos da su propia fuerza, su propia vida y en abundancia – para
hacer la experiencia del nuevo amor. El nos ayuda a cambiar de vida, a dejar atrás al hombre viejo y
miserable que hay en nosotros por la herida del pecado. Jesús mismo se une a nosotros y nos
alimenta con su propio Cuerpo como Pan de Vida para que podamos nacer de nuevo y vivir en el
amor que él mismo nos enseñó: limpio, sano, generoso, gratuito, bienaventurado y santo. Jesús nos
revela el sentido de nuestra existencia: el que se fundamenta en el principio del amor, porque hemos
sido creados y redimidos por amor; despejándonos así el camino para sanar nuestras relaciones
fundamentales con el prójimo, a través de la humildad, la valentía del compromiso y de la verdad, el
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diálogo sincero, la fuerza para derrotar el orgullo con el perdón y la reconciliación, el coraje de
cuidar y defender a los más pobres y a toda vida humana amenazada, la libertad para dar la vida, y
un destino eterno en la alegría del amor infinito y desbordante de Dios. Él tiene la fuerza divina
para derrotar la tiranía del orgullo y la violencia del odio y de la muerte en el corazón inquieto de
los jóvenes, en el pueblo, en toda la humanidad.
El es la Vida eterna, conocerlo, encontrarse con Él, convertirse y cambiar de vida, servir y trabajar
con Él en comunión fraterna y solidaria para cambiar el mundo y morir como Él nos amó en la cruz
es el proyecto del Señor Jesús. Este es el proyecto de vida más increíble y accesible que jamás
imaginamos que se nos podía regalar como un don gratuito y para nuestro bien. Se diferencia
claramente del proyecto del mundo sin Dios, frívolo y farandulero, el que muy bien describe el
apóstol Juan diciendo: “(…) La corriente del mundo es: codicia del hombre carnal, ojos siempre
ávidos y gente que ostenta superioridad. Eso no viene del Padre Dios sino que viene del mundo.
Pasa el mundo – concluye Juan – y toda su codicia, mas el que hace la voluntad de Dios permanece
para siempre” (1Jn 2, 16 – 17). Entonces, el proyecto de vida de los jóvenes es el proyecto de Jesús.
5. La Vida nueva en Cristo: amistad que no defrauda.
La vida nueva en Cristo, entonces, nace de la fe que nos lleva al encuentro personal con Cristo,
quien nos entrega su propia vida en la cumbre de su amor: en su muerte y Resurrección. Desde ahí,
desde su amor misericordioso que nos dio el perdón y la paz, nos hace nacer de nuevo por la gracia
y la fuerza del Espíritu en el Bautismo y la Eucaristía. Es un don gratuito y abundante que nos hace
saltar y cantar de gozo porque Jesús ya nos dio en su misterio Pascual todo lo que necesitamos para
vivir bienaventurados, felices y santos: su amor y vida en abundancia. Este amor nos quita todos los
miedos y vergüenzas, lo enseña san Juan así: “En el amor no hay temor. El amor perfecto echa fuera
el temor, pues el temor mira al castigo. Mientras uno teme no conoce el amor perfecto” (1Jn 4, 18).
La vida nueva en Cristo es también una responsabilidad. Exige nuestra respuesta responsable y
definitiva. No hay lugar para los tibios, con Jesús todo es transparente y leal, con él todo es pan-pan,
vino-vino. Consecuente e integral. Jesús ya nos dio todo, a nosotros nos toca dárselo todo. Y esto
significa decisión libre y voluntaria, conversión moral e intelectual, interior y práctica. Confianza
total. Entrega sin mirar atrás. Jesús nos sostiene con su gracia abundante y quiere que nosotros
también nos dejemos sostener libremente en su mano. Él quiere nuestra libre decisión, sostenida
ciertamente en nuestra condición humana frágil y herida. Él lo sabe, y es por eso mismo que para
fortalecernos y sanarnos necesita de nuestra respuesta comprometida y consecuente.
Gracias a esta fe, cultivada en la oración y en la vida interior – la espiritualidad – los jóvenes
reciben poco a poco la gracia de sanar su propia historia personal, porque la ven con los ojos de
Dios y así se maravillan de cómo Jesús los perdona, les ayuda a perdonar y les restituye su
dignidad. Jesús nos hace nacer de nuevo al transformar nuestra historia de heridas y caídas en una
historia de sanaciones y de perdón, se le llama historia de salvación. La que se realiza eficazmente
en la escucha de la Palabra de Dios, en la celebración de los sacramentos, en la conversión radical,
en la comunión eclesial, en la oración y el cultivo de la vida interior, en el servicio misionero y
solidario con los más pobres y sufrientes, en el compromiso por el bien común y en la escuela de
María y de todos los santos y santas de Dios. (cf. Lugares de encuentro con Jesús en: OO.PP CECH
2008 – 2012 y Aparecida).
Gracias a esta fe que se cultiva en la amistad con Jesús, se revela a los jóvenes su vocación más
auténtica, mostrándoles un nuevo horizonte de sentido: el del compromiso por un mundo nuevo y
eterno. Descubren así – y con gozo desbordante - su misión de colaborar en hacer un mundo más
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humano y equitativo, fundado en la justicia y la paz. Es el Reino de Dios: esto es, una nueva manera
de pensar, de relacionarse con los demás, consigo mismo, con el trabajo y con la inhabitación de
Dios en su mundo interior y en toda persona humana. “Si alguien reconoce que Jesús es el Hijo de
Dios, Dios permanece en él, y él en Dios. Nosotros hemos encontrado el amor de Dios presente
entre nosotros y hemos creído en su amor, Dios es Amor. El que permanece en el Amor, en Dios
permanece, y Dios en él” (1Jn 4, 15 – 16).
Y, finalmente, gracias al don de la fe, podremos decir con san Pablo: “Para mí la vida es Cristo y la
muerte, una ganancia” (Flp 1, 21).
6. Jesús nos regala una nueva comunidad, un mundo nuevo.
La fe les abre a los jóvenes las puertas a una nueva comunidad, es la familia de Jesús, la Iglesia y
los hombres y mujeres de buena voluntad. La que aprende a amar como Jesús les enseña. Son los
pobres y sencillos, gente buena y humilde, que se saben hambrientos de misericordia y conscientes
de su indigencia. Son los que lloran porque el amor no llega a todos, los pacientes porque tienen
esperanza en un mundo más fraterno y solidario. Son los que tienen hambre y sed de justicia y
santidad, los que hacen propio y se comprometen por el dolor de los que sufren. Son los limpios de
corazón que crean confianza y ayudan a buscar la verdad y el bien. Son los que trabajan por la paz
porque han sido perdonados por la misericordia de Dios, desarmando su corazón de toda soberbia y
prepotencia. Son los que por seguir a Jesús como sus discípulos misioneros son también
perseguidos por causa del bien, pero no por eso se echan a morir, porque ya no se buscan a sí
mismos - ¡están libres de sí mismos! - sino que trabajan apasionadamente por el Reino de los
Cielos, allí donde ya no habrá más llanto, luto ni dolor. Ni siquiera se preocupan cuando los
calumnian o injurian por seguir a Jesús, porque no buscan su propio interés sino la Gloria de Dios, y
la Gloria –la alegría de Dios - consiste en que el joven viva y viva en abundancia. Por todo esto, el
sello de los amigos y familia de Jesús es la alegría, porque no hay alegría más grande que dar la
vida por los amigos, tal como lo hizo Cristo al morir en la cruz y resucitar al tercer día. A estos
jóvenes - que descubren esta vida nueva en Cristo - nadie les podrá arrebatar jamás el amor
desbordante de Jesús que los hace libres de sí mismos y de la esclavitud del egoísmo para hacer de
sus vidas una ofrenda solidaria y fraterna. Esta alegría les quitará todos los miedos y complejos
porque “en el amor no hay temor” (1Jn 4, 18). Recibimos así, el don de una vida plena, gozosa y
bienaventurada. (Cf. Mt 5, 1 – 12).
Y así, el mismo Jesús nos vuelve a decir que “Yo les he dicho todas estas cosas para que en ustedes
esté mi alegría, y la alegría de ustedes sea perfecta” (Jn 15, 11).
El recordado Papa Pablo VI escribió, en el año 1975, unas hermosas palabras dirigidas
especialmente a los jóvenes donde se maravilla al constatar una sintonía extraordinaria entre la
Iglesia de Jesús y los mismos jóvenes. Dice Pablo VI: “Si, en efecto, la Iglesia, regenerada por el
Espíritu Santo, constituye en cierto sentido la verdadera juventud del mundo, en cuanto permanece
fiel a su ser y a su misión ¿cómo podría ella no reconocerse espontáneamente, y con preferencia, en
la figura de aquellos que se sienten portadores de vida y de esperanza, y comprometidos en asegurar
el futuro de la historia presente? Y, a la inversa, ¿cómo aquellos que en cada vicisitud de esta
historia perciben en sí mismos con más intensidad el impulso de la vida, la espera de lo que va a
venir, la exigencia de verdadera renovación no van a estar secretamente en armonía con una Iglesia
animada por el Espíritu de Cristo? ¿Cómo no van a esperar de ella la comunicación de su secreto de
permanente juventud, y por tanto, la alegría de su propia juventud?” (Exhortación Apostólica
‘Gaudete in Domino’, sobre la alegría cristiana. 54).
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Y agrega el Papa Pablo VI, en este mismo diálogo con los jóvenes, una hermosa y profética
confesión: “(…) creemos tener todas las razones para dar confianza a la juventud cristiana: ésta no
dejará defraudada a la Iglesia si dentro de ella encuentra suficientes personas maduras, capaces de
comprenderla, amarla, guiarla y abrirle un futuro, transmitiéndole con toda fidelidad la Verdad que
no pasa. Entonces ocurrirá que nuevos obreros, resueltos y fervientes, entrarán a su vez a trabajar
espiritual y apostólicamente en los campos en sazón para la siega. Entonces sembrador y segador
compartirán la misma alegría del Reino (cf. Jn 4,35-36).” (id. 58).
7. Jesús anima a los jóvenes a comprometerse con la justicia y la paz en Chile y el mundo.
En el mes de septiembre de 2012, el Comité Permanente de la Conferencia Episcopal de Chile y por
encargo de todos los obispos del país, nos entregaron una extraordinaria Carta Pastoral. En ella la
Iglesia nos invita a mirar nuestra patria con los ojos y el corazón del Señor Jesús. Lo hace como su
discípula misionera, humilde y penitencial, servidora y solidaria. Con esta actitud nos propone una
mirada del modelo de desarrollo en Chile, sus luces y sombras y una propuesta de acción en esta
hora actual y en estas circunstancias históricas. Bien podríamos decir que los destinatarios
principales de esta Carta son los jóvenes, quienes más que ser el futuro del país, son el presente, y
con los cuales hemos de reflexionar juntos acerca del Chile que queremos.
La Carta Pastoral nos propone “Humanizar y compartir con equidad el desarrollo de Chile”.
Constatan que se ha deshumanizado el rostro de los chilenos por ‘hechos que crean malestares’;
tales como ‘un determinado tipo de globalización’; por una ‘excesiva centralidad de lo económico’
en desmedro de la equidad y la igualdad; ‘malestar ante el individualismo y la soledad’; y ‘el
profundo malestar existencial’; también por las ‘deficiencias en el rol del Estado’; la ‘desigualdad
social’; ‘el “lucro” desregulado’; algunos malos ‘efectos en la naturaleza’; y las ‘consecuencias en
la vida familiar’.
Ante esta mirada de la realidad del tipo de modelo que se observa hoy en Chile, los pastores
vuelven la mirada y el oído atento a las enseñanzas del Maestro. De este modo, afirman, en primer
lugar, que ‘el aporte cristiano para humanizar y compartir el desarrollo (consiste) en evangelizar la
cultura’. Ahí señalan que: “No nos parece cristiano quedarnos en una posición lastimera y negativa
ante el presente. Nuestra misión nos invita a reconocer la globalización para contribuir a orientarla,
y darle un sentido correcto que nos humanice. Por ello, frente a esta forma de globalización que
hemos descrito, tenemos una doble misión. Por una parte sentimos un fuerte llamado a asumir sin
miedos todo lo positivo que ella tiene, y al mismo tiempo a promover que esa globalización sea
corregida en sus limitaciones para que esté marcada por la solidaridad, por la justicia y por el
respeto a los derechos humanos. Por cierto es necesario un desarrollo económico, pero este no
puede generar la destrucción de lo social. Queremos hacer de Chile un país genuinamente
desarrollado, un país fraterno, con mayor esperanza, más libre, más feliz.” (CP IV).
Y continuando con la mirada fija en Jesús, los obispos de Chile invitan ‘a Jesús a nuestra casa, a
nuestra patria, para que entre en ella realmente la salvación’ Él es quien nos muestra y enseña los
caminos para humanizar y hacer más justo y equitativo el desarrollo integral del país.
¿Qué nos ofrece Jesús, entonces? 1. ‘Jesús nos ayuda a entender la dignidad de la persona humana;
2. ‘Jesús nos ayuda a darle sentido profundo a la vida; 3. ‘Jesús nos ayuda a reemplazar el
individualismo por el amor y la solidaridad’; 4. Jesús nos ayuda a valorar el servicio y lo gratuito’;
5. ‘Jesús nos ayuda a reencontrar la verdadera libertad’; 6. ‘Jesús nos ayuda a enfrentar el dolor, la
debilidad y el fracaso; 7. ‘Jesús nos ayuda a dar dignidad al trabajo humano; y 8. ‘Jesús nos ayuda a
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vivir el pluralismo y fundar sólidamente nuestros valores’. Y, por último, concluyen los obispos,
‘con una especial preocupación por la familia y la educación’.
Finalmente, la Carta Pastoral concluye haciéndonos a todos una amable invitación: “A Cristo
tenemos que escucharlo, amarlo y seguirlo como verdaderos discípulos. Por Él debe recomenzar
nuestro camino. En Él debemos reencontrar nuestra credibilidad más que en nosotros. Nuestro
testimonio debe ser transparente para encarnar su Evangelio en el corazón mismo de la nueva
cultura”. (CP VI).
Conclusión.
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Todo comienza desde el encuentro personal con Cristo en su comunidad eclesial, la Iglesia.
La mayor aventura en la vida es crecer como personas y como pueblo.
Jesús nos enseña la verdad de Dios y la verdad del hombre. Nos da el sentido de la vida.
En su misterio Pascual, Jesús nos transmite su Vida, a través del Bautismo, la Eucaristía, la
Confirmación y todos los sacramentos que nos santifican.
Jesús nos acompaña en la pedagogía de la fe y de la vida en el amor con su Espíritu Santo.
Jesús nos integra a su comunidad: es el Pueblo de Dios, Cuerpo Místico de Cristo.
Jesús nos invita a trabajar por la justicia y la paz para que todos tengan vida en abundancia.
Jesús nos regala su propia santidad como un don gratuito que nos hace fraternos y solidarios.
Jesús nos compromete para hacer de Chile y el mundo un pueblo más humano y equitativo.
Jesús Resucitado envía su Espíritu y nos abre las puertas de la vida eterna en la Gloria del
Padre.
La Virgen María nos transmite su experiencia de fe cantando: «Mi alma engrandece al Señor
y exulta de júbilo mi espíritu en Dios, mi Salvador... Por eso, todas las generaciones me
llamarán bienaventurada» (Lc 1, 46-48).
Jesús, en definitiva, nos dice “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”
(Jn 10, 10). Es el Reino de Dios que llena de gozo a los pobres y excluidos y a los pecadores
y caídos. A todos los que quieran recibirlo, sin excepción.
+Pedro Ossandón B.
Obispo auxiliar de Santiago.
En el Congreso Nacional de Pastoral Juvenil – Concepción.
25 de enero de 2012
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