Augusto Pérez Lindo : Reconstruir la sociedad – reinventar el Estado

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Augusto Pérez Lindo: Reconstruir la sociedad – reinventar el Estado
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CAPITULO V : RECONSTRUIR LA SOCIEDAD
Como la matriz decisional del desarrollo ya no puede ser controlada
por mecanismos estatales (la planificación tradicional), ni por
mecanismos de mercado (asignación de recursos económicos sin
consideraciones dinámicas y sociales), se remarca constantemente la
necesidad de recurrir a políticas que fomenten la participación de la
sociedad local en el proceso de desarrollo, que involucren a los
grupos locales en la toma de decisiones y que, por lo tanto, busquen
adecuar el interés de los actores individuales al interés colectivo del
territorio. Oscar Madoery, “El valor de la política de desarrollo local1
1. Objetivos y condiciones de la reconstrucción social
La desintegración social constituye de acuerdo a variadas evidencias el
mayor problema que debe afrontar la Argentina actual. El índice de pobreza a
comienzos del 2003 de acuerdo al Instituto Nacional de Estadísticas y Censos alcanzaba
al 57% de la población, o sea, que cerca de 20 millones de personas viven por debajo de
la línea de pobreza. Esto muestra la involución de un país que durante 100 años fue
mirado y buscado por tener una movilidad social ascendente. Los casos de desnutrición
y mortalidad a causa del hambre, así como el crecimiento exponencial de los delitos y
homicidios, no hacen más que abundar en lo mismo. Vivimos en un contexto dramático
de descomposición social.
Si somos concientes de esta situación entonces cualquier política de
reconstrucción del país debe colocar en el centro el desarrollo social. Sencillamente
porque revertir la desintegración social llevará más tiempo y será más difícil que
cualquier política económica y cualquier reforma política.
Otra consecuencia del cuadro social que enfrentamos: el desarrollo social tiene
que ser colocado por encima de cualquier política partidaria o sectorial. Por un
lado, esto exige unificar los programas sociales dándoles carácter nacional articulando
todos los planes que se realizan a nivel local o provincial. Pero, por otro lado, el
esfuerzo que se requiere llevará a plantear nuevas relaciones entre la sociedad civil y el
Estado a fin de que las organizaciones locales o comunitarias puedan intervenir más
eficazmente en aquellos problemas donde demuestran mayor capacidad de acción.
En este sentido proponemos que sean comunitarizados los problemas de
minoridad y familia, así como los problemas de protección ambiental, donde el
potencial de las organizaciones sociales existentes es mayor. También pueden
descentralizarse los programas de reconversión laboral o el desarrollo de experiencias
autogestionarias. Para ello se necesita una reingeniería del sector público dotándolo de
1
En: Antonio Vázquez Barquero; Oscar Madoery (compiladores), Transformaciones globales,
instituciones y políticas de desarrollo local, Homo Sapiens, Rosario, 2001, p. 210
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cuadros especializados en desarrollo social y desarrollo local, flexibilizando las
posibilidades de cooperación entre los organismos del Estado y la sociedad civil.
Así como en economía han fallado los programas de coyuntura por falta de
políticas económicas consistentes, del mismo modo hemos perdido mucho tiempo y
dinero en políticas asistenciales que atienden las necesidades inmediatas pero que no
tienen a resolver los problemas de desarrollo social. Por lo tanto, debe trabajarse en la
perspectiva de por lo menos una década para reorientar la estructura social hacia formas
más justas y más solidarias.
En lo inmediato la lucha contra el hambre y contra la pobreza tienen prioridad.
Dentro de este marco la atención de la infancia y de la juventud debe merecer la mayor
atención. “Hambre cero”, “desprotección social cero” y “desamparo de la infancia cero”
pueden formar parte de los programas de corto plazo donde la sociedad civil tiene que
estar asociada con el Estado.
El fortalecimiento de la gestión pública y de la gestión comunitaria del
desarrollo social aparece como el objetivo instrumental para implementar con eficacia
los programas de desarrollo social. Se debe pasar de un índice de eficacia del 50% a un
índice de eficacia del 90% si queremos maximizar los recursos de que disponemos.
La reconstrucción de la sociedad en esta perspectiva se encuentra íntimamente
ligada a la reconstrucción del Estado. No se puede aprovechar todo el potencial de la
comunidad si el aparato estatal y sus funcionarios no están preparados para trabajar en
cooperación con la comunidad para servir a las poblaciones en riesgo. Necesitamos un
nuevo Estado para construir una nueva sociedad.
El desarrollo social, a su vez, no puede estar disociado del desarrollo económico
y cultural. No se trata simplemente de construir viviendas o de ofrecer trabajos
temporarios. No se trata de paliar simplemente la pobreza y de atender el comedor
escolar. Se trata de construir un país en crecimiento con posibilidades de integración
social para todos. La política económica debe ser vista entonces no como el fin del
desarrollo sino como su soporte fundamental.
El Consejo Económico y Social que ya ha sido propuesto como ámbito para
concertar los órganos del Estado y de la sociedad debería incluir la participación
orgánica de las organizaciones más involucradas en el desarrollo social. Por otro lado,
este Consejo Económico y Social de composición pluralista e intersectorial debería
tener un apoyo científico y técnico suficiente para realizar diagnósticos, proponer
políticas y evaluar resultados.
2. Entre la utopía y el pragmatismo
Para algunos la reforma propuesta les parecerá lejana de los discursos utópicos.
A otros les parecerá demasiado voluntarista y ambiciosa. Muchos siguen creyendo,
felizmente, que podemos construir una sociedad conforme a nuestros ideales. En la
historia de la izquierda europea hubo una confrontación clásica entre los utopistas
(socialistas románticos y anarquistas) y los comunistas que siguiendo a Marx y Engels
sostenían que hay que apoyarse en las leyes de la Historia, o sea, en los procesos
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sociales que llevaban al triunfo del socialismo. De hecho, toda la historia
contemporánea se ha escrito sobre la base de dos paradigmas: uno voluntarista, utópico,
el otro determinista, pragmático. En China o en Estados Unidos, en Rusia o en Francia,
en Cuba o en Israel ...
Por lo tanto, tienen razón aquellos afirman que se pueden cambiar las estructuras
sociales en Argentina, pero también tienen razón los que afirman que hay condiciones y
límites para un cambio profundo de la sociedad. ¿Cuáles son las condiciones de
posibilidad de este cambio?.
Las hipótesis están a la vista si tomamos los discursos de los mismos actores
actuales. La primera: que exista una conciencia y una voluntad popular para un cambio
de estructuras. Muchos quieren cambios pero la mayoría no quiere ni una revolución ni
una dictadura ni la eliminación del capitalismo. El ensayo de un consenso para lograr
“que se vayan todos” y llegar a una asamblea constituyente que disolviera todos los
poderes no duró más de 30 días. Sus voceros principales (Zamora, Carrió y De
Gennaro) tuvieron que recular ante las incertidumbres que habían generado.
Aparentemente, el problema no estaba en el rechazo a la idea de “que se vayan
todos” sino a la falta de un proyecto de país que debía suplantar el vacío. Aquí viene la
otra hipótesis: sin proyecto alternativo creíble es difícil lograr la adhesión de una
mayoría que está tratando de sobrevivir en medio de grande incertidumbres. El
ciudadano, aún el que critica todo, se ha vuelto más exigente. Pero, ¿quién tiene un
proyecto de sociedad en la mano?. Porque una cosa es tener proyectos políticos y otra
cosa es prever el tipo de sociedad que se puede lograr. Es más fácil inclusive tener un
buen programa económico que diseñar una nueva sociedad. Y ya vimos lo difícil que
resulta en Argentina tiene un buen programa económico o tener buenas políticas
públicas.
La tercera hipótesis sería que sin organización y liderazgos adecuados no se
puede cambiar nada fundamental. Desde la revolución mexicana a principios del
siglo XX para fines del 2000 podemos observar en América del Sur que diversas
tentativas de cambio fracasaron por falta de líderes o de organización. Sin embargo,
podemos observar que muchos grupos bien organizados tuvieron una gran influencia
pese a su limitada representación política. Es el caso del Partido Socialista de la
primera mitad del siglo XX en Argentina que organizó una red de bibliotecas
populares, centros de formación de dirigentes, sindicatos, mutuales. Había creado una
serie de asociaciones alternativas y había logrado una gran implantación gremial y
política. Había formado y captado líderes que provenían de las clases medias en ascenso
y aún de las clases altas. Tenían una base obrera.
¿Por qué no lograron el cambio?. En parte porque no tenían fuerte
representación en las mayorías nacionales que en principio apoyaban al Partido Radical
y que luego se volcaron al peronismo. En parte porque muchas de sus experiencias que
aún hoy perduran como ejemplos (cooperativas, bibliotecas, mutuales) fueron pensadas
como alternativas a la intervención del Estado ,entonces penetrado por la oligarquía o
por el clientelismo radical. Los socialistas fueron los primeros en intentar una reforma
social con independencia del Estado.
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Fue el Coronel Perón quién percibió, por su propia formación militar que el
Estado era el actor histórico decisivo en sociedades como la nuestra. Contó además con
el carisma popular para convertirse en líder de las mayorías, fomentó diversos tipos de
organizaciones colectivas para sostener sus políticas (sobre todo los sindicatos) y
formuló un plan estratégico (industrialización del país, creación de un Estado de
Bienestar, independencia económica, identidad nacional). La pregunta obvia es: ¿por
qué fracasó?.
Perón tuvo todos los elementos para mantener una hegemonía duradera:
liderazgo, representatividad y legitimidad política, proyecto económico, sistema de
solidaridad social muy amplio. Pero subestimó la importancia de la democracia política
(acorraló a sus adversarios) y la función de los intelectuales, profesionales,
universitarios, docentes en la creación de una sociedad moderna. Lo que permitió que la
oligarquía tradicional encontrara el camino abierto para una alianza antagonista junto
con las clases medias. Los desbordes autoritarios, los casos de corrupción y el
agotamiento del proceso de industrialización por sustitución de importaciones le
brindaron a los anti-peronistas la oportunidad para derrocar al peronismo e intentar una
restauración de la sociedad oligárquica.
2. ¿Estado o sociedad civil?
En la actualidad nos encontramos con la paradoja siguiente: los movimientos
sociales (como los piqueteros o los asambleístas barriales), las organizaciones no
gubernamentales (como las fundaciones y las organizaciones de solidaridad), los
agentes de la economía social (como las cooperativas, las empresas autogestionarias, las
PYMES) han adquirido un gran protagonismo al mismo tiempo que el Estado se ha
revelado cada vez más impotente para atender los problemas sociales.
Esta sociedad civil emergente nunca tuvo tanta autonomía, tan influencia y tanta
libertad de acción como ahora. En cualquier ciudad de más de 50 mil habitantes hay
siempre por lo menos entre cinco y diez radios libres. El conjunto de los medios de
comunicación social ha avanzado de manera impresionante sobre un espacio que hasta
hace 20 años controlaba soberanamente el Estado. En México, el Comandante Marcos
ha sabido utilizar con inteligencia la fuerza del espacio comunicacional para compensar
sus debilidades en la relación de fuerzas con el Gobierno. Pero el Coronel Chávez en
Venezuela, con el aparato estatal a su favor, se ha sentido debilitado por el uso masivo
de los medios de comunicación privados en su contra.
Nos encontramos en un nuevo ciclo histórico donde la sociedad civil tiende a
emanciparse de la tutela del Estado a través de la educación, la participación política
directa, la independencia de los medios de comunicación, la creación de formas
alternativas de organización económica , social y cultural. El Estado ha perdido
centralidad y hegemonías mientras que la sociedad civil ha ganado cada vez más
espacios. A lo cual hay que agregar el surgimiento de nuevas subjetividades (por
ejemplo: la emancipación de las mujeres, pero también la liberación de los jóvenes).
La autonomización de la sociedad civil cobró impulso en el caso argentino en el
comienzo de la restauración democrática de 1983 con Alfonsín quien desde un punto
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liberal democrático apoyó iniciativas para quitarle poder a los organismos centralizados.
La descentralización administrativa y política le hizo pensar inclusive que había que
trasladar la Capital del país a una zona lejana de Buenos Aires (se pensó en Viedma,
Río Negro). El sistema de salud, el sistema educativo, fueron descentralizados y sus
dependencias pasaron a manos de las provincias. Las universidades se autonomizaron
totalmente.
Es probable que si se hubiera mantenido el crecimiento y la estabilidad
económica el proceso de la autonomización de la sociedad civil hubiera seguido su
curso con otras características. Pero ocurre que el desempleo y la marginación social
crearon una sociedad de excluidos y una anti-sociedad. El índice de pobreza, medido
por el INDEC en enero de 2003, llegaba al 57%, o sea, con más de 20 millones de
pobres sobre 37 de millones de habitantes bajo la línea de pobreza. La sociedad de los
excluidos fue creando sus propias organizaciones para luchar por la integración social
mientras que los que se sienten fuera de toda norma social han crecido en número y en
virulencia.
En la sociedad de los pobres, que hoy abarca a más de la mitad de la población,
podemos distinguir tres situaciones diferentes: la de los que tienen bajos ingresos pero
poseen un empleo, la de los que no tienen empleo pero tienen subsidios y modos de
participación social, la de los que están fuera de todo circuito y sobreviven de la caridad
o de la delincuencia.
Teniendo en cuenta la escala y las características del drama social que
enfrenta la Argentina es evidente que sin políticas públicas no se podrán encontrar
soluciones de fondo. Pero, por otro lado, sin participación de la sociedad civil, las
estrategias de integración social serán limitadas. Por lo tanto, un horizonte para
reconstruir la sociedad es la articulación entre las políticas públicas y las
organizaciones sociales.
En aquellos aspectos donde las organizaciones sociales ofrecen mejores
alternativas podrían ser ellas las que se hagan cargo de los programas sociales. En parte
se está ya experimentando esta perspectiva (la participación de Caritas o de los
piqueteros en algunos programas lo indican). Creemos que la atención de problemas de
minoridad y familia podrían quedar bajo la gestión de la sociedad civil aunque el Estado
sea el que aporte el financiamiento o el poder de auditoría. También podría ser el caso
para los problemas ecológicos donde ya hay organizaciones mejor preparadas y más
motivadas que las oficinas públicas. Experiencias de este tipo ya existen en Europa y
Estados Unidos.
3. Utopía minimalista: cumplir con la Constitución Nacional
Pero antes de adentrarnos en las alternativas para la reconstrucción de la
sociedad hay que volver a las cuestiones iniciales: ¿qué tipo de cambios queremos?
¿cuáles son las condiciones de posibilidad de esos cambios?.
Respecto al cambio que queremos podemos situarnos desde una perspectiva
utópica o ideológica (propia de los militantes y los intelectuales) o situarnos desde las
expectativas reales de los interesados. Es propio de ciertos momentos históricos que
una masa importante de la población encuentre una coincidencia entre un proyecto
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ideológico y una expectativa de bienestar. En muchos de esos casos la población estuvo
dispuesta a sacrificar sus intereses inmediatos, e inclusive su vida, en función de
intereses generales (independencia, revolución, guerra por intereses nacionales,
restauración del orden social, etc.).
En Argentina no hay una ideología, ni un movimiento político o social capaz de
representar una alternativa de este tipo en la actualidad. La mayoría de los actores
(desde los ahorristas que esperan que les devuelvan los dólares depositados hasta los
desempleados que quieren más y mejores subsidios, desde los pequeños empresarios
arruinados hasta los empleados de bajos salarios) están buscando mejorar sus
condiciones de supervivencia pero no creen que alguna fórmula ideológica conocida
pueda ofrecerles automáticamente un futuro mejor. Esto podrá explicarse por diversas
razones: fragmentación social, instalación de la cultura individualista y consumista,
privatización de las luchas sociales.
Podemos criticar esta contradicción entre los intereses inmediatos y los intereses
más generales, podemos mantener una perspectiva utópica, moral, filosófica o
ideológica más radical. Pero, ¿quién podrá convencer a los ciudadanos que una
asamblea constituyente a la escala de los 37 millones de argentinos va a resolver los
problemas pendientes?. El recurso a una asamblea democrática ha sido eficaz para
derrocar reyes, tiranos y oligarquías porque en sí misma fue en algunos casos un acto
revolucionario. No es el caso argentino actual.
Aunque parezca irrealista decirlo en estas circunstancias de todas las cuestiones
a resolver la más difícil parece ser la del proyecto de país. Porque existen recetas
económicas y sociales para enfrentar con bastante posibilidades de éxito los problemas
sectoriales. Pero no existe consenso en torno al perfil del país que deseamos para las
próximas décadas. Debemos contentarnos por un lado con una utopía institucional
para cumplir con los derechos individuales y sociales que proclama la Constitución
Nacional. Debemos aceptar por otro lado que, de hecho y de derecho, coexisten
visiones concurrentes sobre el proyecto de país.
Si cumplimos con los principios constitucionales y con los principios de los
derechos humanos individuales y sociales que los mismos incluyen, podríamos darnos
por satisfechos. ¿Acaso lo que esperan los argentinos no es que se asegure a todos un
acceso igualitario a la educación, a los servicios de salud, al trabajo o a la vivienda?. El
problema es que, de hecho, no todos los proyectos de país son compatibles con el
respeto de los derechos humanos. Votar leyes que permiten eliminar el contrato de
trabajo, la explotación de los trabajadores, la expropiación de los aportes jubilatorios, la
discriminación en el acceso al sistema de educación y de salud o la asignación de
privilegios para funcionarios y políticos, constituyen violaciones de varios principios
constitucionales (entre otros el de igualdad ante la ley, el de la intangibilidad de los
ahorros o el de igualdad de oportunidades). Deberíamos entonces reforzar la Ley de
Defensa de la Democracia estableciendo que ningún órgano de los tres poderes
(legislativo, ejecutivo y judicial) puede establecer normas que violen los principios
constitucionales sin quedar automáticamente sometidos a un juicio público con
participación de la comunidad. (El hecho de que la clase dirigente se juzgue a sí
misma es lo que ha permitido toda clase de impunidades).
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Remitirse a los principios de la Constitución Nacional de 1994 puede parecer
restrictivo y hasta contradictorio porque esa reforma consagró el reparto del poder entre
las fuerzas dominantes a través del Senado y la Corte Suprema. Pero una cosa son las
formas institucionales, que siempre se pueden reformar, y otra cosa son los principios
de igualdad que en la Constitución Argentina asumen todos los derechos establecidos en
las convenciones internacionales sobre derechos humanos. El marco ético de nuestra
Constitución tiene el fundamento del mayor consenso alcanzado en el mundo respecto a
los contenidos de la dignidad humana. Por lo tanto, si se aplicaran coherentemente estos
principios seríamos capaces de organizar una sociedad justa.
El problema se encuentra en el contexto de aplicación. Como en todo el mundo.
La libertad y la igualdad se reivindica en todas partes, pero en la práctica proliferan las
violaciones de los derechos humanos. Aquí es donde aparece el tema de las
instituciones, de la forma de administrar las mismas, de las políticas públicas.
4. Proyecto de país, gestión social y políticas públicas
Si queremos cumplir con los principios de libertad e igualdad que proclama la
Constitución debemos empezar por definir un modelo económico, un modelo de
organización social y un sistema político congruentes con esos valores. Si el modelo
económico enajena nuestra independencia también atenta contra nuestra libertad. Al
respecto, recordemos que en 1774 las Trece Colonias de América del Norte se rebelaron
porque el Imperio Británico los obligaba a pagar un impuesto al té, algo que
consideraron un atentado a sus libertades civiles. ¿Por qué puede resultar contrario a los
principios de liberales el hecho de que un pueblo rechace las imposiciones del FMI, de
los banqueros o de las multinacionales?.
Un modelo de acumulación económica coherente sería aquel que asegura un
desarrollo autosustentable y que facilita la realización los principios de bienestar,
libertad e igualdad del pueblo. Del mismo modo, no se pueden aceptar estructuras
sociales que consagran la desprotección de los ciudadanos, la vulneración de derechos
elementales al bienestar colectivo. En las sociedades modernas esto se regula a través
del sistema impositivo y a través de las políticas de distribución del ingreso nacional.
Bastaría con proponerse llegar a los estándares de la Unión Europea en este aspecto para
lograr un cambio significativo en la distribución de recursos con más impuestos para los
más ricos y con mejores mecanismos para las políticas sociales.
Un modelo de desarrollo autosustentable y solidario implica entonces una
reforma social en Argentina. ¿Cuáles serían sus características?. En primer lugar, habría
que redefinir las políticas y prácticas impositivas que en Argentina facilitan la evasión
de más del 50% de los contribuyentes. En segundo lugar, sería necesario asegurar un
ingreso mínimo por familia que se encuentre por encima del índice de la canasta
familiar (este ha sido un proyecto presentado por la CTA y otros sectores en los últimos
años). En tercer lugar, habría que asegurar que los recursos sociales vayan directamente
a los interesados y no sean absorbidos por la burocracia o por el clientelismo político.
Es aquí donde aparece la necesaria participación de la sociedad civil.
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Muchos están convencidos que la reforma social depende fundamentalmente de
decisiones políticas. Esto es verdad con respecto a la definición de las políticas pero nó
con respecto a la implementación de las mismas. Aquí el factor decisivo es al modo de
gestión. Sería un error también creer que este problema afecta solamente a las políticas
de Estado o a las políticas sociales. Muchas reformas empresariales fracasan no solo por
las estrategias equivocadas sino también por el modelo de gestión. Y es por esto que
proliferaron los cursos de “management” en las últimas décadas.
La mayoría de los programas de ayuda en Africa y en América Latina así como
la mayoría de las reformas educativas han fracasado por errores en la implementación.
Se han subestimado en todas partes los contextos, los obstáculos, los actores, las
estructuras que en la vida social mediatizan los proyectos y las decisiones. Toda
reforma social requiere una gestión estratégica eficaz capaz de tomar en cuenta
todos los aspectos que permiten realizar lo que se propone.
Tomemos el caso de los menores en riesgo. En Argentina es posible resolver en
el corto plazo el problema de la desatención y desamparo de los niños y jóvenes en
situación de vulnerabilidad. Pero si analizamos los factores en juego (cantidad de niños
a atender, mecanismos judiciales y policiales, instituciones estatales y de la sociedad
civil, recursos disponibles, etc.) veremos que el Servicio Nacional del Menor apenas
puede atender unos 20.000 casos por año a un costo tres veces superior al que se tendría
con la intervención directa de la comunidad. Veríamos también que mientras existe una
gran oferta de solidaridad (familias adoptantes, familias sustitutas, apoyo profesional
gratuito, donaciones, residencias o locales ofrecidos para atender niños en situaciones
de riesgo) los trámites judiciales demoran hasta dos y tres años la adopción, las policías
resuelven a su buen saber y entender el destino de los menores, los interesados en
proteger a los niños y jóvenes no cuentan con el respaldo institucional suficiente
(algunos se arriesgan por su cuenta atendiendo a jóvenes drogadictos y delincuentes).
Hay un problema de gestión y de organización.
En el caso argentino los recursos disponibles del Estado y las ofertas de la
comunidad son suficientes para atender la situación de menores en riesgo (hambre,
desamparo, droga, violencia, marginación). El “déficit” proviene del modo de
organización y de gestión vigente. Por empezar, habría que unificar, nacionalizar, la
articulación de todos los actores que intervienen en la materia. Conocemos los casos de
jueces que han lucrado con adopciones, de policías que disponen del destino de los
menores o de funcionarios que actúan discrecionalmente en la administración de las
instituciones de minoridad. Sería necesario reunir primeramente a todos los actores
involucrados para definir nuevos mecanismos de articulación entre las instancias
correspondientes que permitan una acción rápida y eficaz. De allí tendría que surgir un
proyecto de ley correspondiente.
En varios países europeos (Bélgica, Holanda, Dinamarca) las organizaciones
para la infancia y la juventud de la misma sociedad civil son las responsables de la
atención de esos sectores con el apoyo económico y la supervisión del Estado. El
Consejo de la Juventud de Bélgica se compone con todas las organizaciones (políticas,
confesionales, laicas, humanitarias) que se ocupan de los niños y los jóvenes. El Estado
participa en el financiamiento y en el control de gestión con una administración muy
pequeña. Son las organizaciones de la comunidad las que identifican y asisten a los
menores en riesgo. Asumen también responsabilidades con jóvenes drogadictos y
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delincuentes en acuerdo con los jueces. Lo que ha permitido en muchos casos la
despenalización de muchos jóvenes que tienden a reintegrarse con menos traumas en la
sociedad.
En Argentina podría pasarse a un sistema de co-gestión de los problemas de
minoridad con amplia participación de la comunidad. Esta experiencia hay que
realizarla gradualmente partiendo de los lugares donde existe experiencia de la
comunidad. En algunos casos los organismos del Estado conservarían todas las
responsabilidades y en otros sería la comunidad. También sería deseable crear Consejos
de la Comunidad para la Familia y la Minoridad que puedan tomar decisiones rápidas
en lo que respecta a chicos en situación de abandono, de violencia familiar, de
drogadicción o marginación. Estos Consejos podrían tener un registro de voluntarios y
de recursos solidarios para atender emergencias. La internación en institutos del Estado
o de organizaciones sociales quedaría como última instancia.
Por supuesto, todo esto implicará una inversión. Hablamos de “inversión”, nó de
gasto. Porque todo lo que hagamos para educar en condiciones aceptables a los niños y
jóvenes incrementa nuestro capital social y disminuye los verdaderos “gastos”que
implican los circuitos perversos de las detenciones policiales, encarcelamientos,
procesos, etc. En suma, estaremos ahorrando en dramas y dineros. Las “externalidades
positivas” (y nó perversas como las actuales) serían varias.
5. Hambre cero, desprotección cero y desarrollo local
No sería utópico proponerse como objetivos políticas de “hambre cero” (como
ahora ha prometido el Presidente Lula en Brasil) o “desprotección social cero”. Todo el
mundo ha sentido como un escándalo el caso de niños desnutridos y muertos por el
hambre en los últimos tiempos. Esto ha permitido poner de manifiesto que el hambre
tiene en parte que ver con las políticas económicas y sociales de los últimos años, pero
también tiene que ver con la incapacidad de los gestores políticos para movilizar los
recursos necesarios para atención de los más necesitados. Sin considerar los casos de
corrupción o de mala voluntad hablamos de “incapacidad”.
Sabemos que los recursos son escasos, insuficientes. A esto agreguemos la
desorganización, los déficits de gestión, la discordinación con otros organismos, la falta
de articulación con la comunidad. Experiencias de desarrollo local en provincias pobres
como la de Rubén Daza en Jujuy, la Red Argentina de Municipios Autosustentables 2,
la gestión con presupuesto participativo de Monte Caseros (Corrientes) con Eduardo
Galantini , la Unión de Municipios del Sudoeste Chaqueño con Ana Lucca y muchas
otras muestran que cuando los actores políticos y sociales se concertan para afrontar los
problemas pueden encontrar mejores respuestas y a veces inclusive la posibilidad de
encarar proyectos más allá de la supervivencia.
Tenemos ya centenares de experiencias de desarrollo local en Argentina. Con
alcances de los más variados, incipientes en la Capital Federal, más experimentados en
el norte del país. Cuando en los años 60 se adoptó la consigna de Schumacher , “small is
2
Ver algunas de estas y otras experiencias en: David Burin ; Ana Inés Heras (comps.), Desarrollo local.
Una respuesta a escala humana a la globalización, Ed. La Crujía, Bs.As., 2001
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beautiful” (lo pequeño es hermoso), los que pensábamos en estrategias y planeamientos
del Estado veíamos eso como algo ingenuo. Los ecologistas, comunitaristas y
pacificistas que se formaron en aquellas ideas lograron grandes cosas en las últimas
décadas. Sin armas influyeron en el desarme nuclear. Sin recursos obligaron a las
grandes empresas a respetar el medio ambiente. Sin Estado lograron impulsar en todo el
mundo proyectos comunitarios.
Las virtudes del desarrollo local son innegables, pero para realizar el objetivo del
“hambre cero” o de la “desprotección social cero” se requiere una alianza muy fuerte
entre las fuerzas de la sociedad civil y los recursos del Estado. En Argentina se produjo
una descapitalización de la economía, pero en cambio ha crecido el capital social a
través de múltiples asociaciones y redes de solidaridad. Sería una grave ceguera
desconocer esto y sería un grave error no percibir que hace falta un nuevo contrato
entre el Estado y la sociedad civil.
Otro error posible: creer que las organizaciones de resistencia y de protesta
representan la totalidad de la sociedad o la totalidad de las poblaciones en riesgo. Hay
tres millones de personas involucradas en organizaciones de solidaridad, cerca de un
millón de desocupados están representados en organizaciones piqueteras, más de seis
millones de personas se encuentran comprendidas en las organizaciones sindicales y
mutuales. Pero tenemos que pensar políticas para más de 20 millones de personas
empobrecidas y para los 37 millones de habitantes del país. El Estado sigue siendo el
garante de que la solidaridad social llegue a todos, tiene la responsabilidad de cubrir las
brechas que dejan afuera , desprotegidos, a millones de ciudadanos. Si todas estas
fuerzas convergieran en torno a consignas básicas como “hambre cero”, “desprotección
social” cero es más fácil imaginar que tendremos éxito.
7. La rearticulación del Estado y la sociedad
Todos percibimos que hay un proceso de rearticulación espontánea entre el
Estado, la sociedad civil y la economía. Este fenómeno se puede apreciar en el
crecimiento de las organizaciones sociales que asumen funciones y poderes que hasta
ahora estaban reservados al Estado: seguridad pública, gestión de programas sociales,
control de gestión de los organismos públicos, definición de políticas ambientalistas,
etc. La cuestión es saber hasta donde llega este proceso y en qué medida se puede
inscribir en una estrategia de reconstrucción nacional.
Hay una cuestión teórica previa que hace a la redefinición del Estado y de la
sociedad civil. Vale la pena revisar las atribuciones que se asignaron en el pasado a
estos dos espacios (Estado-sociedad civil) para constatar en qué medida han ocurrido
deslizamientos profundos desde el nivel institucional hasta el nivel de los actores
individuales (por ejemplo: se ha producido una “feminización” de la sociedad, se han
diversificado las identidad sexuales admitidas por las normas jurídicas y sociales, ha
descendido la edad en que se considera a un niño imputable, se ha producido una
psicologización de las culturas, las fronteras entre el espacio privado y el espacio
público se han modificado, etc.).
Sería pretencioso e irrelevante definir teóricamente las nuevas características del
Estado y la sociedad. Todos los que lo han hecho hasta ahora se han equivocado o se
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han quedado cortos. Por supuesto interesa lo que han dicho Max Weber, Saint-Simon,
Habermas, la Iglesia Católica, los humanistas, Marx y muchos otros. Pero basta con
aproximarse a los problemas reales que se plantean en China , en Argentina, Brasil ,
Argelia , Estados Unidos o en cualquier lugar del mundo, para darse cuenta que las
mutaciones en curso no han sido contenidas en ningún paradigma de las ciencias
sociales. Podríamos contentarnos con la siguiente hipótesis: estamos viviendo una
mutación bio-histórico-social que implica entre otras cosas la redefinición de los
actores colectivos y de las identidades individuales.
La historia marcha por delante de nuestras teorías sociales. Pero estamos
intentando resignificar los conceptos. No por nada circulan neologismos de todo tipo:
neo-liberalismo, socialismo de mercado, post-liberalismo, neo-estatismo,
postmodernismo, neo-conservadorismo, nuevos movimientos sociales. La volatilidad
de los conceptos es más patente en Argentina porque el país se ha convertido en un
laboratorio de experiencias sociales. Para aproximarnos entonces a una idea sobre la
rearticulación del Estado y la sociedad civil conviene analizar algunas situaciones
particulares que estamos viviendo.
Podemos partir del análisis de algunas protestas políticas. El surgimiento de las
“asambleas populares” despertó muchas expectativas e interrogantes. Existen unas 200
asambleas de este tipo en todo el país, principalmente en la ciudad de Buenos Aires. En
la Capital Federal se expandieron a partir del “cacerolazo” del 19-20 de diciembre del
2001. Al principio fueron multitudinarias. Hoy existen un centenar de estas experiencias
con una participación que oscila entre 30 y 80 personas. Es decir, un universo real de
unas 10.000 personas que discuten horizontalmente todos los problemas y que se
ocupan de cuestiones sociales, políticas y culturales. A veces han dado lugar a pequeños
emprendimientos y a nuevas asociaciones
formales (cooperativas, mutuales,
fundaciones). Muchos las identificaron con la “anti-política”, otros con el surgimiento
de un nuevo poder popular y otros con una “nueva ciudadanía” que reclama mayor
participación y control de la gestión pública.
Aquí tenemos un ejemplo de cómo se esboza la posibilidad de redefinir las
estructuras del poder político y del espacio público a partir de nuevas demandas de la
ciudadanía. Para el caso no tiene importancia que las asambleas no hayan resuelto los
problemas vecinales o que hayan visto mermada su representatividad. Por lo menos en
lo que respecta a la Capital Federal las nuevas exigencias ciudadanas reflejan un
reclamo generalizado (desde la derecha a la izquierda) de nuevas formas de control de
gestión del espacio público y del poder político. La ciudad de Buenos Aires , por otro
lado, ya tiene una legislación que promueve la descentralización del poder municipal y
la creación de nuevas formas de participación ciudadana. Se ha ensayado también una
consulta ciudadana para generar un “presupuesto participativo” (como se practica en la
ciudad de Porto Alegre desde hace una década).
En este caso es evidente que lo que el poder político institucional debería
viabilizar los reclamos de participación, que siempre son buenos para la democracia.
También habría que admitir que existe , más allá de las contradicciones, la búsqueda de
una “nueva ciudadanía” que reclama transparencia en la gestión pública, con poder de
evaluación sobre los actos de gobierno, con mayor participación directa. En este proceso
algunas decisiones que estaban en manos del aparato del Estado pueden quedar en
manos de la comunidad (el caso de la revisión del presupuesto es evidente, pero también
Augusto Pérez Lindo: Reconstruir la sociedad – reinventar el Estado
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puede suceder en cuanto a la remoción de legisladores que no responden a su mandato o
con respecto a la gestión de programas sociales o ecológicos).
En realidad, lo que apareció en Buenos Aires con mayor estridencia ya se estuvo
esbozando en distintos lugares del país durante la última década. El “presupuesto
participativo” se ensayó con éxito en Monte Caseros (Corrientes) en los 90. En diversos
movimientos provinciales (Catamarca, Corrientes, Jujuy, Rosario...) aparecieron
esporádicamente reclamos de una “nueva ciudadanía” con mayor poder de control en el
espacio público y político. Hasta hoy todas estas manifestaciones fueron reabsorbidas
en el sistema vigente o fueron recuperadas por el clientelismo político. Pero un proceso
de reconstrucción como el que necesita la Argentina implica movilizar todas las
potencialidades de la sociedad y del Estado. No hay una receta precisa para eso, pero sí
podemos admitir como un nuevo paradigma que los nuevos actores sociales van a
ocupar cada vez más espacios de poder, ya sea porque la crisis los empuja a ello, ya sea
porque ha crecido la conciencia ciudadana.
Podemos tomar otro caso desde el ángulo de lo social: el crecimiento de las
organizaciones sociales, entre las que podemos destacar el “movimiento piquetero”.
Este universo comprende cerca de tres millones de personas involucradas en
instituciones como Caritas, Greenpeace, organismos de derechos humanos, mutuales,
cooperativas, asociaciones vecinales, empresas autogestionarias, agrupaciones
solidarias, etc. De este universo se destacan entre los “movimientos sociales” los
“piqueteros” que tienen además estrategias de resistencia y objetivos políticos. El
movimiento piquetero involucra a cerca de 200.000 personas.
Dejemos de lado las variadas consideraciones que se pueden hacer sobre las
organizaciones sociales y el movimiento piquetero que son objeto de análisis en más de
cincuenta ensayos durante el último año para plantearnos la siguiente cuestión: ¿en qué
medida este surgimiento de organizaciones sociales tiende a redefinir el espacio social,
el espacio político y las relaciones entre el Estado y la sociedad?.
Tampoco en esto sería pertinente enunciar definiciones canónicas porque la
experiencia está en curso. Pero podemos extraer algunas consecuencias de lo que está
sucediendo. En muchos lugares gracias a la intervención de las organizaciones sociales
se ha mitigado el hambre, la pobreza y la disolución familiar. En otros momentos el
Estado, los sindicatos y los mismos partidos, fueron grandes integradores sociales. Hoy
esos actores luchan por su subsistencia o reproducción. El comedor barrial lo atienden
voluntarios u organizaciones sociales. Es verdad que la escuela pública ha conservado
en gran medida su función social a través de comedores y otras actividades; las escuelas
dan de comer a millones de chicos por día durante el año lectivo. Pero en general
millones de argentinos sobreviven porque existe una sociedad civil solidaria.
La “sociedad civil” no es una entelequia homogénea y con fines claros. El
Ejército de Salvación no es lo mismo que el comedor de los Caras Sucias, la asociación
del Barrio Nicole de La Matanza no es lo mismo que Caritas de Goya, la Corriente
Clasista Combativa (en tanto organización social) no es lo mismo que la Fundación del
Padre Grassi. Estas organizaciones sociales suelen ser englobadas en las categorías de
“sociedad civil”, “comunidad”, “Tercer Sector”, “movimientos sociales”, pero no tienen
funciones y objetivos comunes. No obstante la dificultad para englobarlos en una
Augusto Pérez Lindo: Reconstruir la sociedad – reinventar el Estado
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denominación lo que resulta claro es que han ido ocupando responsabilidades sociales
que antes le correspondían al Estado.
La antítesis de esta situación la podemos ubicar en el Estado de Bienestar que el
peronismo desarrolló entre 1946-1955. En ese período el Estado asumió todas las
responsabilidades inherentes a la seguridad social, la protección de la infancia, de los
ancianos, de los jubilados, de las familias pobres. Se concibió como un “Estado de
solidaridad universal”. Las políticas sociales de ese entonces no eran meramente
supletorias o asistenciales. El Estado intervenía para llevar a la escuela a los niños cuyas
familias se resistían a escolarizarlos, procedía a la internación de menores sometidos a
abusos o abandonos de sus padres, ofrecía refugios para los sin techo y aseguraba a
todos los ancianos hogares especiales. Los sindicatos fueron por entonces la única
organización social que cumplía funciones complementarias a la del Estado y tenían
amplias coberturas médicas, recreativas, asistenciales para sus afiliados y familias.
El desmantelamiento del Estado de Bienestar por los gobiernos que sucedieron
al peronismo y el debilitamiento de las organizaciones sindicales hizo que millones de
argentinos quedaran desamparados. El problema del desamparo no es exclusivo de
países pobres y en crisis ya que en Estados Unidos existen 36 millones de pobres. En el
país más rico del mundo, se ha visto como la pobreza y el desamparo no solo tienen que
ver con el empleo sino también con políticas sociales neo-liberales que eliminaron los
mecanismos que tienden a proteger solidariamente a todos los individuos afectados por
crisis familiares, económicas o discriminaciones sociales. En Argentina se ensayó en
las últimas décadas limitar la responsabilidad del Estado en la atención de estos
problemas. Esto es lo que ha dado lugar a un “Estado de malestar” y a “políticas de
exclusión”.
La emergencia de una nueva “sociedad civil” puede interpretarse como un
reacción espontánea de solidaridad social. Muchos valoran esto con razón. Pero otros
consideran que el crecimiento de las organizaciones no gubernamentales fue el
resultado de políticas neo-liberales que buscaban desplazar al Estado. Desde este punto
de vista algunos sostienen que el crecimiento de la sociedad civil tiene que ver con la
privatización de las políticas sociales.
En otro sentido puede interpretarse que la “sociedad civil” creció en distintas
direcciones durante las últimas décadas. Pensemos en el crecimiento de las
organizaciones feministas, de lucha por los derechos humanos, de las organizaciones
ecologistas o de los movimientos religiosos que también se ocupan de la “religación
social. Estos movimientos responden a lógicas sociales distintas. Lo que vemos es que
surgieron nuevos actores sociales que entraron a competir por el espacio público que
antes monopolizaba el Estado.
En consecuencia, podemos afirmar que las relaciones entre el Estado y la
Sociedad tienden a redefinirse porque han surgido nuevos contextos y nuevos actores
sociales. A principios del siglo XX la mayoría de los ciudadanos de los estadosnaciones existentes era analfabeta. En la actualidad, aún en países subdesarrollados la
escolarización primaria, secundaria y superior se ha vuelto masiva. La autonomía de que
goza hoy la mujer no se compara en nada a la que tenía hace varias décadas. La
maduración rápida de los niños ha obligado a revisar nuestros parámetros sobre la edad
mental y la edad escolar. Las identidades colectivas e individuales han cambiado.
Augusto Pérez Lindo: Reconstruir la sociedad – reinventar el Estado
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Si pasamos del análisis a las propuestas nos encontramos con que cualquier
política de reconstrucción tiene que recuperar por un lado la capacidad social del Estado
y por otro lado tiene que fortalecer las organizaciones sociales. El Estado sigue siendo
un actor histórico fundamental y el principal garante de la solidaridad social. Pero la
sociedad civil ha adquirido mayor autonomía y reclama mayor protagonismo.
Urge entonces repensar la articulación entre la sociedad y el Estado. En el caso
de los programas sociales, por ejemplo, esto podría significar que los organismos del
Estado y las organizaciones sociales establezcan acuerdos específicos para luchar contra
el hambre, la pobreza, el desempleo, la marginalidad. De hecho, esto ya está ocurriendo.
El Estado sigue siendo el principal garante de la solidaridad social y del financiamiento
de los programas sociales. Pero la ejecución de estos últimos puede realizarse a través
de organizaciones de la sociedad civil.
En cuanto a los problemas ambientales las organizaciones ecologistas aparecen
como los actores más eficaces para lograr resultados efectivos en el marco de políticas
públicas compartidas. En otros casos, como el de la atención de los menores (víctimas
de la pobreza, el desamparo, la violencia, el narcotráfico o la marginalidad) sería un
progreso valorizar las capacidades de la comunidad para hacerse cargo de menores y
familias en riesgo con apoyo del Estado. Esto es lo que se hace en varios países de la
Unión Europea.
En Argentina nos encontramos con la paradoja de que la oferta de solidaridad
para atender a menores en riesgo es mayor que la demanda de atención, pero las trabas
jurídicas y burocráticas no solo dificultan las ofertas de adopción o de familias sustitutas
sino que agravan los problemas e incrementan los costos de los programas sociales.
Podríamos hablar de un nuevo pacto entre la sociedad civil y el Estado. Pero
previamente hay que restituir al Estado-Nación su capacidad para ejecutar políticas
públicas, para asegurar los derechos fundamentales, para defender estrategias nacionales
en un contexto global. Un Estado inteligente y solidario puede flexibilizar su
organización para compartir proyectos y responsabilidades con la sociedad civil. La
reconstrucción del Estado debe estar unida a la búsqueda de una nueva relación con la
sociedad.
Desde el punto de vista político el surgimiento de nuevos actores sociales y de
nuevas demandas ciudadanas obliga a redefinir la cultura política en general. Se ha
considerado un progreso en los partidos el hecho de que haya “internas” para elegir a
los candidatos. Ahora, lo decisivo va a ser ganar las “externas”, es decir, lograr el
apoyo de grupos, individuos y organizaciones que no quieren encuadrarse en un partido
pero que tienen propuestas para la sociedad. En la actualidad la mitad de los argentinos
está implicado en las opciones políticas convencionales y la otra mitad está afuera. Esto
amenaza la legitimidad del sistema democrático. Ignorarlo, como se hizo en Colombia,
o como se hizo durante la proscripción del peronismo durante l8 años en Argentina,
puede conducirnos a nuevos callejones sin salida. Habrá que aprender a hacer
coaliciones que involucren no solo a los militantes sino también a las entidades de la
sociedad civil que ofrecen alternativas para el mejoramiento de la sociedad. Habrá que
aprender a compartir proyectos comunes con actores que piensan diferente.
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En todos las esferas del poder habrá que dejar paso a nuevas formas de
participación, cogestión y control de gestión popular. Los mecanismos convencionales
inventados para hacer más transparente y eficientes los órganos de control de gestión
del Estado no han dado los resultados esperables. Ni las Auditorías, ni el Consejo de
Magistratura, han logrado esclarecer los casos más graves de corrupción, ni remover a
los jueces y funcionarios corruptos, ni remediar las ineficiencias del Estado. El
periodismo ha logrado mucho más que todos estos organismos y con menos gasto. Esto
indica que se necesitan órganos de control más independientes del poder y más cerca de
la sociedad. También sugiere que tal vez convenga introducir la forma de juicios por
jurados surgidos de la comunidad.
Crear alternativas para canalizar las demandas de la nueva ciudadanía (que ahora
parece una forma de anti-política porque no tiene reconocimiento institucional) debería
ser un objetivo lúcido de cualquiera que desee fortalecer la democracia. Se han
esbozado algunas iniciativas como la supresión de las “listas sábanas”, la creación de
centros de gestión participativa o la vía de las consultas populares. Haría falta inscribir
estas y otras iniciativas que se están reclamando en un proyecto de reorganización de la
cultura política e institucional para consolidar un sistema que valorice al mismo tiempo
la participación popular y la capacidad del Estado para realizar políticas públicas al
servicio de la sociedad. Como en los momentos históricos decisivos de nuestra historia
nos enfrentamos al desafío de redefinir las relaciones entre el Estado y la sociedad.
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