Alcance de valores - Universidad Iberoamericana

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Alcance educativo…
No es posible enseñar valores
en la educación formal.
La forma en que se ha intentado está destinada al fracaso,
si no se vive una revolución interna.
Humberto Macías
[email protected]
Profesor de la Universidad
Iberoamericana Tijuana.
Los recientes casos en nuestra ciudad de jóvenes aparentemente ejemplares que delinquen, evidencia
que la educación tradicional no puede responder ante todo lo que se espera de ella. A cualquier
ciudad, universidad, o familia, le puede suceder.
Si bien es cierto que la institución educativa no puede responder por los actos deliberados por sus
alumnos, bien puede ocasionar parte de la situación, si plantea erróneamente su oferta formativa.
Que no haya ingenuos para que no haya desencantados. Sermonear masivamente a los alumnos con
una hora semanal de pasajes moralizantes, terminará bloqueándolos a ellos y desgastando las
palabras hasta que queden inservibles. La escuela se lavará las manos, pero el problema seguirá
presente. El enfoque actual está desorientado.
Es falso repetir y repetir que “ya no hay valores”. Mientras haya seres humanos habrá valores. No los
mismos, ni en el mismo orden que los priorizamos nosotros, pero siempre se dará valor a lo que se
desea más profundamente.
El orden de los factores sí altera el producto. Ojo: No se desea lo que se valora, sino se valora lo que se
desea.
No uso abrigo por que éste sea “bueno”, sino que el deseo de huir del frío me motiva a cargar y cuidar
mi prenda todo el día. La valoro. Cada situación particular, que cuestiona mi existencia, despierta mi
deseo más profundo (sobrevivir) y ello deriva en valorar los medios que me prometen realizar ese
anhelo. Pero la fibra de lana que me salvó la vida en la Rumorosa, puede ser mortal si la uso enmedio
del desierto del Vizcaíno, bajo un sol a plomo.
El valor resulta relativo, pero no es relativista, porque lo que no es negociable en el ser humano es el
deseo primario de vivir, y de vivir feliz.
No se puede culpar a los jóvenes delincuentes (universitarios o no) de no desear vivir. A lo sumo
podemos afirmar que los medios que buscaron para realizar su deseo fueron diametralmente
equivocados. Ello porque su conducta ha atraído la infelicidad, real y efectiva, a sus víctimas, a sus
familiares y a ellos mismos. Valoraron un medio que no podía prometerles el fin que deseaban. ¿Pero
dónde aprendieron eso? No de las palabras, sino de los hechos. La misma sociedad que los acusa, vive
efectivamente lo que no se atreve a confesar. Si se predica socialmente la justicia y se constata la
impunidad por doquier, la confusión no es de los muchachos. Y es que en nuestra sociedad la
incongruencia es endémica. Entre los deseos efectivos y lo que discursivamente se valora hay mucho
trecho. Una hora semanal de consejos escolares no puede desmentir el inconsciente colectivo. Ellos
siguieron un espejismo y se extraviaron. Apostaron con datos falsos y perdieron. ¿Quién se los pudo
haber dado? Nosotros mismos. Pero el análisis no puede ser simplista.
Tampoco se puede explicar el fenómeno con culpar a una supuesta crisis de valores del presente. Al
pasado, por ser ya inalcanzable, se le suele ver con indulgencia. Pero los valores egoístas y las
situaciones insolidarias han existido siempre. Quizás ahora las mediaciones son más potentes, debido
al progreso tecnológico, pero no se puede satanizar al presente gratuitamente.
Conforme avanza la historia humana la situación que se vive cambia constantemente. Lo que antes
era valor, ahora puede ser lo contrario y viceversa. Pero siempre ha habido una fuente orientadora
para discernir los medios que realmente alcancen los fines buscados: el deseo de vivir y de vivir en
auténtica abundancia (con los demás, con con todos los más que se pueda, y si se tiene fe, con Dios).
¿Pero, cómo se aprende ese olfato primordial? ¿Cómo se desarrolla esa inteligencia existencial? No se
trata de inyectar valores, sino de dejar salir la fuerza vital por los cauces adecuados.
Hasta el villano más terrible no va a dar un alacrán de comer a su hijito amado. El hombre es
fundamentalmente bueno y desea la vida. Por ello la universidad no debe proveer discursos
moralizantes, sino aportar la ecología personal que permita salir de cada uno de sus alumnos el deseo
más genuino de vida. Y debe también capacitarlos con la cultura crítica que le permita implementar
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adecuadamente ese deseo motriz. Ese magnífico propósito universitario no es resultado de suerte o de
magia. Es cuestión de enamoramiento, no de mera disciplina externa.
Sobre lo valores no hay que hablar, sino hay que actuar. Diez años después de haber cursado una
materia en el aula, la que sea, muy posiblemente el alumno no recuerde las palabras del profesor, ni el
contenido de su examen final. Pero muy posiblemente estén muy presentes todavía, su sonrisa, sus
ganas de vivir, su formalidad académica, su respeto por los otros (aunque estuviera de pormedio su
propia persona o prestigio). Un profesor que valora la vida y lo hace congruentemente con el deseo de
vivir con los demás, no enseña valores, hace que sus alumnos los descubran y se enamoren de ellos.
La universidad no puede renunciar a compartir los valores en lo que cree. Pero no los enseña, los debe
vivir y ofrecer callada y libremente en toda su estructura. Es decir, el modelaje de deseos auténticos de
vida y los valores que se deriven de ellos, no se puede dejar solamente en el ámbito personal. Ese
ejemplo fundamental, humano, debe potenciarse por la institución. No con discursos, con hechos. La
ciencia que cultiva la universidad, sondea la naturaleza para descubrir los medios de reproducir la
vida para todos (no el lucro exclusivo del profesionista). La estructura académica no debe fomentar la
competencia desencarnada, la ley de la selva que excluye al débil. El servicio social debe serlo hacia
los más desprotegidos de nuestro entorno. Los programas académicos deben cultivar al ser humano
integral, no sólo su productividad económica. Sin enunciar siquiera una moraleja, la universidad
puede favorecer que aquellos alumnos que libremente lo deseen, cultiven sus más genuinos deseos de
vida y generosidad.
No se puede enseñar valores. El fracaso está garantizado. La promesa está en vivir a fondo el
enamoramiento personal e institucional por todo lo profundamente humano. El saber, la generosidad,
la práctica constructiva y crítica, deben ser esencialmente (no discursivamente) a favor de la vida de
todos y para todos.
Si la palabra vacía mata, la fe en el proceso humanizante, seduce. El profesor feliz contagia su
felicidad. La universidad inspirada por un genuino humanismo puede mostrar alternativas a la
incongruencia social endémica.
Por ello la Universidad Iberoamericana, orientada por su inspiración fundamentalmente cristiana,
intenta vivir un loco deseo de vida, e invita a sus alumnos a una locura tremenda, pero seductora: la
locura de enseñar a leer a niños que han fracasado en muchas escuelas, la lunática necedad de
orientar a sus investigadores para buscar las causas de la pobreza en un mundo globalizado y
excluyente, la extravagancia en buscar el desarrollo de métodos didácticos humanistas en medio de la
moda hipertecnologizada en educación, la excéntrica invitación a la sociedad civil para suspender el
deseo salvaje de lucro, invitándola a patrocinar los estudios de jóvenes que de otra manera no pueden
costearse una formación académica. Quizás esa locura no sea más que eso. Pero muy posiblemente
sea más contagiosa y real que la incongruencia social cotidiana que deslumbra y engaña fatalmente a
jóvenes (y viejos...)
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