MFrançoise le B Hacer vivir y reinar

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C- Hacer vivir y reinar a Cristo reconciliador.
Vivir el bautismo, es hacer vivir y reinar a Jesús en nosotros, es permitirle que
continúe cumpliendo su vida en nosotros: estas son expresiones muy eudistas para
presentar el dinamismo de la vida cristiana.
Cuando hablamos de reconciliación, se trata de hacer vivir y reinar en nosotros a
Cristo reconciliador, dejar que Jesús continúe cumpliendo en nosotros su obra de
reconciliación, y en cierta forma permitir que la reconciliación de Cristo se encarne en
nosotros.
1- La inciativa de Dios
El primer aspecto es la iniciativa de Dios: Como decía san Pablo a los Efesios:
“Dios que es rico en misericordia nos manifestó su inmenso amor, y a los que
estábamos muertos por nuestras faltas, nos dio vida en Cristo. ¡Por gracia han sido
salvados! (Ef. 2, 4-5). En la reconciliación que Él realiza, Dios no puede cambiar, el
único cambio real se sitúa en el sér humano que, de pecador, se vuelve justificado
por pura gracia/gratuidad. Juan Eudes está convencido de esta gratuidad de la
salvación.
«Fue Dios quien nos amó primero, quien nos invita, nos exhorta y nos
apremia a que lo busquemos, a que nos convirtamos a Él. Este Dios de
amor y misericordia corre cerca de nosotros cuando lo dejamos, nos
persigue con un amor indecible y nos ruega que jamás nos separemos de
quien nos busca con tanto empeño”. (OC VIII, p.55-56)
2- Acoger la reconciliación
Para que llegue a nosotros el cambio operado por la reconciliación, nuestra única
acción está en “consentir” interiormente a la irrupción del Dios Salvador de nuestra
vida.
Juan Eudes lo expresa en un doble movimiento que no es otro que el movimiento
basado en el bautismo: se trata de “renunciar a nosotros mismos para darnos a
Jesús”.
Dejar de hacernos el centro para abrirnos a Dios, no poner más obstáculos a su
acción reconciliadora en nosotros. Esto es lo que pasó, en el fondo de nuestro sér,
en el bautismo. Se trata de ponerlo en obra cada día, de profundizarlo sin cesar; así
podemos comprender las dos series de verbos utilizados por Juan Eudes cuando
habla de la vida de Dios en nosotros.
* hacer vivir y reinar a Jesús, dicho de otro modo, ampliar sin cesar el
espacio dado a Dios en nuestra vida, para que nada le sea sustraído,
* no sólo continuar la vida de Jesús, sino cumplirla, darle toda su plenitud
en nosotros, todo despliegue.
Al hacerlo, al permitir que Jesús viva y reine en nosotros, recorremos un camino de
reconciliación con nosotros mismos, porque la acción del Señor en nuestros
corazones restaura sin cesar la imagen de Dios en nosotros, nos vuelve a nuestra
verdad más profunda, vuelve nuestro corazón hacia el Dios de nuestra vida.
3- Vivir la reconciliación en la Iglesia
En el sentir cristiano, la salvación significada por la reconciliación jamás es
individual: se acoge y vive en el seno de una comunidad, que es el Cuerpo de
Cristo. La obra reconciliadora de Cristo-Cabeza también debe ser una reconciliación
al nivel del Cuerpo Iglesia.
Para Juan Eudes y todos los maestros de la Escuela Francesa, era muy fuerte esta
realidad del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia. Entonces no es sorprendente que,
durante las misiones parroquiales, los misioneros dieran gran importancia a la
dimensión eclesial de la reconciliación, en el sentido de hacer una acción concreta
para reconciliarse unos con otros, pero la dimensión comunitaria del sacramento no
aparecía en la celebración (hoy las celebraciones penitenciales pretenden poner el
acento sobre esta dimensión)
Sabemos bien que la reconciliación está en el centro de la vida de toda comunidad
cristiana, Cuerpo de Cristo del que todos somos miembros unos de otros. Nuestra
vida está tejida de múltiples relaciones, y por experiencia sabemos que la armonía no
se adquiere de un día para otro, ni de una vez por todas! Las tensiones, las
disensiones, los desacuerdos, los conflictos… hacen parte de la vida. Con frecuencia
les tenemos miedo, porque no sabemos manejarlos, también podemos tratar de
evitarlos, sin embargo no por eso desaparecen…
Durante toda nuestra vida tenemos que hacer un trabajo de reconciliación/ perdón. Y
este trabajo no podemos hacerlo solos: en términos eudistas, estamos fuertemente
invitados a “renunciar” a todo lo que nos resiste en un proceso de reconciliación y a
“darnos” a Jesús para que él mismo cumpla en nosotros su obra reconciliadora.
Así lo entendía Juan Eudes. Basta tomar uno de los textos que ya citamos:
«Todos aquéllos que están en disensión con el prójimo, no deben ser absueltos
si no quieren hacer la parte que deben, para entrar en la paz y caridad.
No es que se les rehúse la absolución, sino que antes hay que tratar de
ablandar su corazón con razones fuertes y buenas, y por el ejemplo de nuestro
Señor, de su Madre y de sus santos, a fin de obligarlos a reconciliarse y a
hablarse entre ellos” (OC IV 229)
Este texto habla por sí solo: no es posible alejarse del pecado y encontrar de nuevo
la comunión de amor con Dios si no nos comprometemos a ir hacia el otro que está
cerca de nosotros… como Jesús vino a nuestra humanidad, se hizo uno de nosotros,
hizo su morada en medio de nosotros para reconciliarnos con Dios.
Es necesario mirar a Jesús directamente y en los santos que continuaron su vida
antes que nosotros. Debemos darnos a él para que pueda vivir en nosotros como
reconciliador, darnos a él y dejarlo trabajar nuestro cuerpo para que se abra al otro,
dejar que guíe nuestros pasos hacia aquél con quien tenemos un conflicto… aun
cuando sea éste quien lo originó.
Es así en lo cotidiano de la vida, donde debe vivirse la reconciliación a través de
pequeños detalles, más que en ocasiones de grandes heridas. Pero en uno y otro
caso, la referencia a Jesús siempre nos permite salir de nuestros carriles donde tan
fácilmente podemos hundirnos, de las murallas que estamos prontos a construír
para protegernos y defendernos de los otros:
« Si os han ofendido, o si habéis ofendido a alguien, no esperéis que vengan
a buscaros; sino acordaos que Nuestro Señor dijo; Si llevas tu ofrenda al altar,
y te acuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda, y ve
primero a reconciliarte con tu hermano.
Y para obedecer a estas palabras del Salvador, y también para honrar a quien
es el primero en buscarnos, que nos hizo toda clase de favores, y que no recibe
de nosotros sino toda clase de ofensas, id a buscar al que os ha ofendido o a
quien habéis ofendido, para reconciliaros con él, disponiéndoos a hablarle con
toda dulzura, paz y humildad”. OC I pág. 263 (práctica de la caridad
cristiana)
Un texto de nuestras primitivas Constituciones, situado en el centro de un capítulo
sobre la caridad que debe ser la reina, la regla, el alma y la vida de nuestra
Congregación, expresa también la savia evangélica de la inspiración de Juan Eudes, y
la exigencia cotidiana de la reconciliación:
« Si una Hermana ofendiere a otra de palabra o acción, no dejará pasar el día
sin pedirle perdón y sin reparar su falta.
Si dos se ofenden mutuamente, sea bendita aquélla que se humillare
primero, y buscare a la otra para reconciliarse con ella, aunque piense
que ella ha sido la más ofendida » (OC X Const.19, de la Caridad, p.109)
Para vivir cada día este proceso de reconciliación, hay que tomar conciencia que con
frecuencia tenemos que trabajar “río arriba”, es decir sobre sí mismo y sobre las
relaciones fraternas. Juan Eudes evoca esto repetidas veces en su capítulo sobre la
caridad fraterna:
« Cuando alguna sienta en sí alguna aversión o frialdad respecto a otra, que se
ponga en guardia para no dejarse llevar, que no diga ni haga nada, o no omita
este principio; y que no deje de combatir estos malos sentimientos, por actos
interiores y exteriores de caridad, hasta que los haya vencido…
La diversidad de sentimientos, en las cosas especulativas como en las prácticas,
generalmente es madre de la discordia y enemiga de la unión de voluntades;
todas se esforzarán por evitarla, tanto como les sea posible, y se guardarán
de apegarse a su propio parecer, como de una peste muy perniciosa contra
la paz y la concordia. »(OC IX, 213)
Por lo tanto hay que ir hasta la raíz de todos estos movimientos que cada día
aparecen en nosotros, como obstáculos en el camino de una verdadera
reconciliación. Para esto desde el principio se debe estar atento, y en el
discernimiento de candidatos tener en cuenta las disposiciones íntimas de cada uno
en este nivel:
Puesto que « El amor desordenado de sí mismo, nos ata a nuestros
intereses y nos lleva a buscar nuestras comodidades y satisfacciones, es el
enemigo mortal de la unión que debemos tener con nuestros hermanos, y
fuente de todas las divisiones, en la Congregación, no se recibirá a nadie si no
está bien resuelto a trabajar concienzudamente para hacerle morir en sí, y para
hacer vivir y reinar el verdadero amor de Dios y la verdadera caridad del
prójimo”. (OC IX, 4/4, 223)
En esta perspectiva de vigilancia constante, de renunciamiento de sí para darse a
Jesús a fin de que Él pueda vivir y reinar en nosotros, se comprende que Juan Eudes
haya querido invitar a sus hermanos a un momento cotidiano de “relectura” de su
vida, en lo que el llama “ejercicio del medio día”.
Más que un « examen de conciencia » es una oración de adoración y alabanza
delante de diversos aspectos del misterio de Cristo. Esta contemplación se vuelve
deseo de conversión y consentimiento a la acción del Espíritu Santo.
Al término de este momento donde uno se ha « expuesto » al amor salvador, Juan
Eudes propone una oración sacada de la Escritura, en la cual se combinan dos
pasajes de Pablo en su Epístola a los Corintios, ya citada:
Cristo Jesús se hizo por Dios, nuestra salvación, nuestra justicia y nuestra
santificación.
Él murió por nosotros, a fin que los vivientes no vivan más por ellos mismos,
sino por Él, que murió y resucitó por ellos.
Queremos, Señor Jesús, que reines en nosotros.
Es todo el sentido de la vida cristiana lo que se expresa allí: Jesús dio su vida para
reconciliarnos con Dios y, a nuestro turno, nosotros no podemos ya vivir centrados
sobre nosotros mismos, sino abrirnos a Jesús para que Él viva y reine en nosotros!
Conclusión
Para terminar esta parte, quisiera citar un texto de Juan Eudes, que no habla
directamente de reconciliación, pero que evoca el poder transformante del Corazón
de Jesús.
Juan Eudes no habla, como se hace hoy, de reconciliación cósmica. Pero, la manera
como evoca el Corazón de Jesús puede englobar una dimensión de reconciliación
universal. Cuando, verdaderamente Jesús es reconciliador que “reina” en una vida
humana, por otra parte tan frágil, se puede descubrir un principio de realización de la
profecía de Isaías, de su visión escatológica; es ya un paso hacia la construcción de
un porvenir donde la creación será reconciliada, encontrará de nuevo su primitiva
armonía. (Is. 11, 6-9):
«El Corazón de Jesús, hogar ardiente de amor transformante… transforma
las serpientes en palomas, los lobos en corderos, las bestias en ángeles, los
hijos del diablo en hijos de Dios, los hijos de cólera y maldición en hijos de
gracia y bendición…” (OC VIII, Lect 48)
Marie-Françoie Le Brizault
Angers, Junio 2006
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