REGLA O FORMA DE VIVIR DE LAS HERMANAS (SANT FRANCISCO COLL) CAPITULO IV DE LA CARIDAD FRATERNA Excelencia de la caridad o de la unión fraterna Advertid, dice el Profeta David, cuan bueno y cuan agradable es morar los hermanos en uno. Psal. 131. Cuan bien parece la unión y conformidad entre los hermanos1. Complácese extraordinariamente el Señor al ver como habitan en una misma casa muchas Hermanas unidas con el vínculo de una sola voluntad, dedicadas a servir a Dios, y auxiliarse mutuamente por la caridad para el logro de su eterna salvación y la de los prójimos. ¡Oh! y cuán bello espectáculo no ofrece un establecimiento de Hermanas en el cual afánase una Hermana a loar a la otra, la una a ayudar a la otra, y todas juntas forman un solo corazón y un solo espíritu! Llámanse Hermanas, no porque tales las constituyan los vínculos de la sangre, sino la caridad, que las hace vivir en una verdadera unidad. La caridad mantiene la unión y conformidad de voluntades, como si todas ellas fuesen una sola y única persona. Es imposible que todas las que moran en un establecimiento o convento, tengan un mismo genio e idénticas inclinaciones; pero la caridad reúne los ánimos, amalgama opuestas condiciones, haciendo que todas se soporten mutuamente, y se acomoden la una a la voluntad de la otra, se sirvan la una a la otra, se ayuden la una a la otra, como se sirven y ayudan los miembros de nuestros cuerpos. Observad como el ojo sirve al pie, el pie a la mano, la mano sube a la cabeza para sostenerla, la lengua sirve para decir lo que padece la cabeza, el estómago, etc., la mano pone el alimento a la boca, cada uno de los miembros toma la que le conviene y da al otro su parte necesaria; hay entre ellos tan grande unión y hermandad, que si está el estómago doliente, padece la cabeza, y cuando sana un miembro, todo el cuerpo se alegra. ¿Se le planta al pie una espina? luego acuden los ojos buscando la espina, se inclina todo el cuerpo para hallar la espina, pregunta la lengua, ¿dónde está la espina? luego acude la mano para sacarla. ¿Padece un dedo de la mano? luego acude la otra mano, la lengua pregunta ¿dónde está el mal? se aplican las partes del cuerpo, como la vista, la mano y las demás. Es nuestro Santo Instituto un cuerpo adornado de sus miembros, como de cabeza, ojos, lengua, manos, pies, etc.: todos ellos tienen su propio oficio: uno de ojos, otro de orejas, éste de pies, ese de manos, esto es, una enseña, otra aprende, ésta hace de enfermera, esa de portera, aquélla de ropera y así de las demás, y cada una debe estar contenta de su oficio, y no deben, ni pueden envidiar a las demás, así como los ojos no pueden envidiar el oficio de la lengua, ni la cabeza el de los pies, porque Dios nuestro Señor así lo ha dispuesto, y ha puesto tanta conexión y unidad entre ellos, que no puede decir el ojo a la mano, ni la cabeza al pie: vete, no te quiero, ni te necesito 2; así entre vosotras, oh amadas Hermanas, debéis estar tan unidas, que debéis vivir como los miembros de un mismo cuerpo, y de ningún modo debe, ni puede la cabeza decir al pie: vete, que no te necesito, esto es, no puede la Hermana que enseña decir a la cocinera, ni a la enfermera: vete que no te quiero, ni te necesito; pues la una necesita a la otra: la enfermera necesita a la cocinera, la que enseña necesita a la portera, así las demás. En este cuerpo Religioso deben comer un mismo pan de instrucción, de educación, de corrección, y del mismo pan de comer y vestir, de trabajar y descansar. Esta unión debe ser ante todas y sobre todas las cosas, y el día que esta unión faltare (lo que no permita Dios nuestro Señor), queda ya destruido este Santo Instituto; porque el reino, esto es, una Religión dividida entre sí, no ha menester enemigos que la destruyan, porque las mismas Hermanas se irían consumiendo y asolando unas a otras. Esta unión, dice San Jerónimo, hace que los religiosos sean religiosos, sin esta unión y caridad el establecimiento o convento es un Infierno, y las que habitan en él, demonios; así como al contrario, si hay unión y caridad, la religión será un paraíso en la tierra, y los que en ella viven serán Angeles, porque empiezan acá a gozar de aquella paz y quietud de que ellos gozan; así lo afirma San Basilio, diciendo: los que viven con esta paz, con esta caridad y unión son semejantes a los Angeles, entre los cuales no hay pleitos, ni contiendas, ni disensiones. Es vida de Angeles, dice San Lorenzo Justiniano. Decía San Pablo a los Col 3,12; revestíos, discípulos míos, como escogidos de Dios, de entrañas de misericordia: revestíos, oh amadas en Jesucristo, de entrañas de caridad, como escogidas de Dios nuestro Señor, revestíos de entrañas de caridad, por dentro y fuera así como andáis vestidas con el sayal que cubre vuestro cuerpo de arriba a bajo, esto es, que todas vuestras acciones deben ir acompañadas de caridad, sí, de caridad en los pensamientos, palabras y obras. En cuanto a los pensamientos, procurad rechazar todo juicio, sospecha o duda temeraria que contra vuestras Hermanas os asaltare. Lo más seguro y lo más aceptable a la virtud de la caridad es juzgar piamente de todo el mundo, y desviar de sí los juicios temerarios y las sospechas. La caridad no piensa mal, dice el Apóstol 1 Cor. c. 13, excepto las que ejercen el cargo de Superioras, o Maestras de Novicias, que obran bien, y aún están obligadas a andar recelosas, a fin de evitar el mal que puede acontecer, si no se aplica el oportuno remedio. Pero si no os hallareis revestidas de cargo alguno que os obligare a la corrección de las demás, procurad en todas ocasiones pensar bien de las demás. 1 2 EP, IV, cap. I, T. I, p. 142 Ibíd, IV, cap. IV, T.I, pp. 158 - 159. La caridad y amor de unos con otros no ha de ser solamente interior en el corazón, sino que se ha de mostrar también en las palabras y en las obras. En una de las cosas en que habemos de procurar manifestar siempre mucha estima de nuestras Hermanas, es en hablar siempre bien de ellas y con palabras que muestren que tenemos de ellas grande honra y estima. No hay cosa, que así encienda la caridad y que así la conserve, como saber cada una que su Hermana la ama, la quiere bien y habla bien de ella delante de las demás Hermanas. ¡Qué de buenos efectos se siguen de eso! Se sigue un verdadero amor entre ellas. Si quieres ser amado, ama, dice Séneca. Al contrario, ¡qué de mal no se sigue de hablar mal y sobre todo de la murmuración! El murmurador contamina su propia alma, y se hace aborrecido de Dios nuestro Señor y de los prójimos. Dice San Jerónimo que muchos abandonan los demás vicios, pero no saben abstenerse del infame vicio de la murmuración. ¡Ojalá no hubiese en la Religión ciertas Religiosas cuya lengua no sabe lamer sin hacer brotar sangre, quiero decir, que no toman por objeto de su conversa sino el murmurar de un modo u otro de las compañeras o demás Religiosas! Estas lenguas mordaces, mejor fuera arrancarlas del establecimiento o encerrarlas en un calabozo perpetuo; porque son causa de discordias, de perturbaciones en el recogimiento, en el silencio, en la devoción y en la paz y unión que debe guardar toda la Comunidad, en una palabra, son el escándalo y la ruina de los conventos3. Guardaos, pues, oh benditas Hermanas,de hablar mal de vuestras amadas Hermanas, no sólo entre vosotras, sí que también, y mucho más, con los de fuera. No ha de haber pretexto alguno que os facilite el hablar mal. Si vierais cosas muy escandalosas (lo que Dios nuestro Señor no permita), daréis a solas un aviso a dicha Hermana del mal que hace, y si después de avisada, continuase en hacer semejante mal como antes, entonces advertiréis al inmediato superior, quien tal vez no lo habrá advertido. Procurad en no decir sino mucho bien de todo el mundo, y sobre todo de vuestras Hermanas. No digáis cosa alguna de vuestras Hermanas, que no las diríais en su presencia, decía Santa Magdalena de Pazzis. Si os ocurriese oír una Hermana que habla contra otra, no la incitéis a hablar más de ella, antes manifestad que no os gusta, o a lo menos excusad la intención, esto es, defendedla por la buena intención que habrá tenido dicha Hermana. Así lo practicaba Santa Teresa, de modo que decían sus religiosas que donde se hallaba la Santa, tenían seguras las espaldas. Poned sumo cuidado en no descubrir a la Hermana la palabrilla que en menoscabo suyo haya dicho otra Hermana, porque de eso suelen engendrarse tales disturbios y rencores, que duran meses y años enteros. ¿Oíste alguna cosa contra tu prójimo? Muera en ti, esto es, haz que no se hable más de ello4. Guárdate de porfías y contiendas, decía San Pablo a su discípulo Timoteo 2.Tim. 2, porque no sirven sino de [para] desedificar a los que las oyen: Lo mismo os digo, amadas Hermanas, a vosotras. Os conviene ser humildes, mansas, y pacíficas; por este motivo guardaos de porfías y contiendas, porque hacen perder la humildad, la caridad y el buen nombre, y la razón es, porque todas esas porfías regularmente nacen de soberbia, por querer salir con la suya, por parecer más sabio que los otros; y si no es por parecer más sabios que los otros, porfían y disputan por no parecer menos que los otros, que todo es soberbia. En las cosas que se tratan, no va nada en que sean así o de otro modo; y en perder la paz y la caridad, lo cual se suele seguir, va el vivir bien o mal. No tengáis espíritu de contradicción que es mal espíritu. Si es cosa de mucha importancia, o bien consultadla a una persona más sabia, o bien, dejad al sujeto en su buena fe, y después a solas decidle vuestro parecer y quedaréis en paz. El ceder uno de su derecho y dejarse vencer en semejantes contiendas y porfías, dice el Sabio, que es de nobles y generosos corazones Prov. c. 20. Si amáis la caridad y queréis que no se aparte de vosotras, sed afables y sosegadas con toda clase de personas. La mansuetud [mansedumbre] es llamada virtud propia del cordero, esto es, virtud propia de las esposas de Jesucristo; en vuestro trato y conversación usad de modales dulces, para pequeños y grandes, para Religiosas y seglares y sobre todo con aquellas Hermanas y demás personas de las cuales hayáis recibido alguna ingratitud y desprecio, real o fingido. En tales ocasiones procurad refrenar los ímpetus de ira. Sufridlo todo por amor de Jesucristo, que mayores desprecios e ingratitudes ha padecido por amor vuestro. Absteneos de las palabras que pueden ser desagradables a las Hermanas, y de las palabras ásperas y altaneras, y si en un descuido, o en un ímpetu de ira, os dijesen alguna palabra que os desagradare, no os resintáis, sufridla por los disgustos que habéis dado a Jesucristo. ¡Qué miseria, Dios mío, ver a ciertas religiosas que tienen cotidiana oración, comulgan con mucha frecuencia y verlas tan sumamente resentidas y delicadas por ciertas palabras poco respetuosas y atentas, que sin advertirlo les son dirigidas! Advertid que la caridad es paciente Gal. 6. Si os dice alguna palabra con ira otra Hermana, u os dirigiese alguna palabra injuriosa, ¡ea! responded con mansedumbre, y veréis prontamente aplacado su enojo. Una respuesta dulce mitiga la ira [Prov 15,1]. Si sucediese que la Hermana que os ha ofendido viene a pediros perdón, como quiero que así se haga, recibidla con todo amor y con toda humildad: la humildad y la caridad os pondrán en paz a las dos, y así volveréis en paz y unión con Dios nuestro Señor y con vosotras mismas5. Os advierto a más, oh benditas Hermanas, lo que el Apóstol San Juan escribía a sus discípulos: -Hijos míos no amemos de palabra, ni de lengua, sino de obra y de verdad- 1 Joan. c. 3. v. 18. Hermanas amadas en Jesucristo, no debéis contentaros en amar a vuestras Hermanas con sólo no pensar mal de ellas, ni murmurar y decir mal de ellas, sino que debéis amarlas con obras. Religiosas hay, dice San Ligorio, que se glorían de amar cordialmente a sus Hermanas, pero no saben sufrir incomodidad alguna por amor suyo, ¡qué lástima! A sí mismas se aman. Pertenece a la virtud de la caridad ser condescendientes para con las Hermanas, aunque se haya de mortificar algún tanto para [por] ellas: adviértase que esta MS, cap. XII, II, 1, pp. 336 - 337 MS, cap. XII, II, 3-4, pp. 338-339. 5 MS, cap. XII, II, 6, 7, 11, pp. 341, 342, 345. 3 4 condescendencia debe ser, ya en el comer, en el hacer alguna cosa que no sea en perjuicio de la observancia de las Santas Reglas, por ejemplo; si os pidiera que pasaseis el tiempo con ella, hablando de cosas espirituales, de mortificaciones, y tuvieseis que dejar entre tanto el examen, la lectura u otra cosa de las Reglas, entonces no debéis ceder, ni tampoco para descansarla de aquellas cosas que no llevan necesidad alguna; y si son de mucha necesidad, pedirán licencia para ocuparse en ellas, a no ser que con pocos instantes se hubiese hecho lo que pide o lo que necesita, como hacer luz a una que se le ha apagado, o que no la tiene, como hacía Santa Teresa a la que veía que andaba sin luz; decirle alguna cosilla que lo necesita, como un aviso, esto lo puede y debe hacerlo, y sin licencia, porque es un acto de caridad, y sin detrimento de lo demás6. El Apóstol San Pablo escribiendo a los Colosenses, va enseñando y encomendándoles muchas virtudes, pero sobre todas, dice, os encomiendo la caridad, que ata, conserva y da vida a todos. Lo mismo os digo, oh amadas Hermanas, todas las virtudes os recomiendo, pero de un modo especial, la caridad, la caridad, la caridad; sufríos unas a otras, ayudaos unas a otras con palabras de caridad, y sobre todo con las obras y buen ejemplo. Esta virtud nos atará nuestros corazones para que no sean más que uno entre todos, y nos conducirá al Cielo a todos, como así os lo deseo. Amén. 6 MS, cap. XII, III, 2. p. 349.