pensar-actuar-vivir en otros paisajes éticos

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Pensar-actuar-vivir otros paisajes éticos:
Denise Najmanovich
Hoy quiero presentar esta narración en un paisaje diferente al
usual en la
reflexión académica. Con ese objetivo voy a presentar una cita del libro-homenaje
de Margarete Buber-Neumann a su gran amiga Milena Jesenská, titulado
“Milena”. Se trata de un episodio que vivieron estas portentosas mujeres en el
Campo de Concentración donde se conocieron:
Una amistad íntima es siempre un regalo fabuloso. Pero si esta fortuna,
además, tiene lugar en el descorazonador ambiente de un campo de
concentración, puede convertirse en el único sentido de la existencia.
Estando juntas Milena y yo superamos el insoportable presente. Pero
nuestra amistad, con su fuerza y exclusivismos, se convirtió también en
algo más: una abierta protesta contra la humillación. Las SS podían
prohibírnoslo todo, degradarnos convirtiéndonos en números,
amenazarnos con la muerte, esclavizarnos: en los sentimientos que
nos unían seguíamos siendo libres e intocables. Habíamos llegado a
finales de noviembre cuando por primera vez nos atrevimos a tomarnos
de la mano, cosa que estaba severamente prohibida. Íbamos así en la
oscuridad por el callejón del Campo, en silencio, con extraños pasos
largos semejantes a los de una danza, contemplando la pálida luz de la
luna. El viento estaba totalmente calmado. En algún lugar, fuera, lejos
de nosotras se arrastraban los chanclos de madera de las demás. Para
mí solo existía la mano de Milena en la mía y el deseo de que nuestro
encuentro no terminara. Entonces sonó la sirena del toque de queda.
Todas corrieron hacia los barrancones. Pero nosotras dudábamos, no
queríamos separarnos, nos cogimos con más fuerza. Los gruñidos del
vigilante se acercaban más y más aún...
He elegido este párrafo porque me ha conmovido profundamente, porque
presenta de una manera a mi juicio enternecedora y terrible nuestra frágil y
potente condición humana y también porque todo ello reclama profundamente por
una nueva perspectiva para pensar tanto la corporalidad como la subjetividad, lo
personal y lo social, lo ético y lo estético. Reclama que seamos capaces de
encontrar nuevas metáforas, que sólo podrán nacer a partir de nuevas formas
relacionales, de búsquedas que estimulen las prácticas de la libertad y el
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entramado de los afectos, que sigan el camino de las “pasiones alegres” y que así
nos alejen de la tenebrosa sombra de los Campos.
Frente a esta inmensa expresión de humanidad no podemos ubicarnos como
meros espectadores. Más aún desde esa perspectiva desapasionada y neutral
probablemente no veríamos nada: el gesto se diluiría en el conjunto de los otros
cuerpos y signos. La inmensidad del gesto salta a la vista sólo cuando somos
capaces de resonar con él, de entramarlo en nuestra historia, de percibir a través
de otros cuerpos (los de las letras) este momento mágico, esa comunión de dos
seres en, por y a través de sus cuerpos significados, emocionados, vivos a pesar
de las instrucciones, de las reglas del campo, de la maquinaria de dominio, de las
razones en contrario.
Es cierto que el gesto podría haber sido otro, pero también es necesario darse
cuenta que sea cual fuere ha de ser corporal y ha de cobrar sentido en función de
nuestra historia, sensibilidad, búsquedas, expectativas y capacidad imaginaria.
Los encuentros –y desencuentros humanos- no se inscriben en una sola
dimensión. Dibujan siempre paisajes complejos formando configuraciones y
constelaciones multidimensionales. ¡Qué pobreza sería si encerráramos a
Margarete y Milena sólo en un cuerpo biológico! ¡Qué limitación suponer que el
sentido está establecido de una vez para siempre en la gramática! ¡Qué
lamentable pérdida si no nos vemos a nosotros mismos produciendo en nuestro
encuentro con el texto la emoción y el sentido que le dan cuerpo a esta escena!
Más aún, ese paisaje cobra profundidad y relieve en la estética grisácea y patética
de los campos, entre los gritos de los guardias y el temor de las otras prisioneras,
en el recuerdo de los testimonios que hemos escuchado de los sobrevivientes,
ante las imágenes siniestras de infinidad de películas que hemos visto. Los
cuerpos de esos pabellones aterradores, los delantales y los chanclos, el humo de
los crematorios forman parte de la trama corporal, inmensamente significativa,
que se teje en esta historia.
Este paisaje sólo se siente a partir de una ética, se crea desde una estética,
cobra sentido en una corriente de vida, adquiere su intensidad en lo político,
nos conmueve en nuestra emocionalidad, nos golpea desde su significado,
nos impulsa desde su intensidad, nos deja en silencio en su desborde de
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posibilidades. En suma: hacemos cuerpo con el relato y participamos de su
significado.
Desde que la leí esta historia por primera vez, llevo grabada la imagen de esas
dos mujeres asombrosas caminando de la mano por el Campo de concentración,
creando un paisaje propio para habitar su humanidad -y hasta la nuestra- en un
gesto de ternura e irreverencia impensable en la lógica de la disciplina y la
fatalidad del campo pero posible, vivo y potente en los paisajes que crea el afecto,
la vitalidad y la lucidez. Para gozar este paisaje tenemos también nosotros que
salir de las estrechas casillas que cuadriculan la experiencia según los cánones
de la modernidad. Precisamos crear figuras de pensamiento que desborden los
diques que contienen al cuerpo dentro de la “máquina biológica”, que hacen del
significado un mero formalismo planeando en el mundo límpido de la gramática
universal, que desprecian la emoción y la sensibilidad porque las suponen fuente
de error para una razón (que paradójicamente suponen independiente e
inconmovible). Se trata entonces de formar otros “corpus” de sentido, de buscar
otras tramas posibles, de entramar el cuerpo al sujeto y éste a los otros y al
cosmos en innumerables historias posibles y cada vez más necesarias.
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