El mejor de los regalos (2013)

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Escritos y
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El mejor de los regalos...
Una de las épocas que, de un modo generalizado, vivimos con mayor intensidad, es la celebración del fin de año. Es tiempo de regresos, de vivencias y añoranzas, de verse nuevamente, con la familia, con los amigos, con el pasado que tanto sentido tiene para cada uno, y con un presente al que perseguimos sin tener claro en qué dirección va, pero que afrontamos con ilusión renovada y esperanza. Nunca faltan encuentros, reencuentros y desencuentros. Y por supuesto, los regalos; porque la ilusión, sin ellos, no tiene sentido. Este año, como todos, yo tuve mis regalos. Mi familia y mis amigos, una vez más, consiguieron sorprenderme, e hicieron que sacara, otra vez, esa sonrisa, entre solapada e inocente, que guardo para las ocasiones especiales. Porque, como a todos, me encanta recibir regalos. Me parece especial ese momento mágico, en el que se especula, tratando de adivinar el contenido de los paquetes; cada uno alberga un cierto halo de misterio, que sólo rasgando el envoltorio y abriendo los ojos como platos, es posible disfrutar. Además, yo este año tuve un regalo especial. Al menos, así me pareció, muy especial. Y no porque careciera de envoltorio, pues llegaba como adjunto en un sencillo correo electrónico, aunque lo "rasgué" con la misma ilusión que pongo la noche de reyes, un tanto nervioso. Sino, porque me pareció, sorprendente, el mejor de los regalos. Era... nada más que dos páginas de una revista, escaneadas (yo diría más bien "nada menos", y vais a entender por qué), pero éste consiguió eso para lo que fueron inventados los regalos, consiguió emocionarme; tanto que a todo el mundo se lo fui enseñando. Se trataba de un artículo que yo publicaba en la revista Besaya, el mes de diciembre de 1973, cuando, siendo estudiante de COU, aquel curso que nos permitía sentirnos casi universitarios, dedicaba, de forma altruista, parte de mi tiempo a colaborar en esta publicación, porque me sentía comprometido con aquello que me gustaba, y disfrutaba. Ya por entonces, me gustaba escribir. Y me sigue gustando. Aunque por aquel entonces, además de escribir, la colaboración requería "picar" los originales, dibujar, maquetar, montar, grapar... Era una tarea tan artesanal que, quizás por laboriosa, hizo que sintiéramos la revista aún más nuestra. El regalo me evocó todo ese pasado. Consiguió retrotraerme a una de las mejores épocas que todos tenemos: ese momento en que la juventud aflora, brotando como una crisálida de una convulsa adolescencia, para lanzarte a un mundo, incierto pero... tuyo, sobre todo, eso, tuyo porque, en ese momento, joven en plenitud, uno se siente capaz de abarcarlo en su totalidad. Con la lectura del artículo, el deleite literario resultó más que nada gracioso, descubriendo unas primeras letras dubitativas aunque atiborradas de osadía, carentes de presteza y rebosando sinceridad y nobleza. Vamos, que descubrí lo malos que fueron mis comienzos (podréis juzgar si el tiempo ha logrado pulir esta pluma), y con ello, algo más, algo muy importante: me descubrí a mi mismo sobre el monitor, pues de un modo secuencial fueron proyectándose en él, multitud de escenas, airosas, juveniles, entrañables... evocando los años que pasé en el instituto: sus recreos, siempre ensordecedores, los también bulliciosos cambios de clase, la curiosa cinematografía que nos regalaba cada sábado el cineclub, las 1 clases de gimnasia que se quedaron jadeantes evadiendo las carreras por la parte de atrás del edificio e incluso alcancé a ver, con total nitidez, nuevamente, el mundo del revés, como aquella primera vez que logré por unos instantes, hacer el pino, un ejercicio que me valió el mejor aprobado de mi vida. Fueron años, como dice la película, maravillosos, con aromas mezclados de música (de Pink Floyd y Deep Purple, sin lugar a dudas), el sudor del juego, el refrito de las rabas flotando escasas en la miga del bocadillo y las escapadas por el paseo, corriendo para llegar al instituto de las chicas justo a la hora en que ellas salían de clase. La vida, entonces, suponía un reto tras otro, y con cada uno, se nos insuflaba aún más vida, auténtica vida. En medio de toda la escena, al igual que sucede en esas películas de acción donde los héroes surgen serenos, triunfales, del aparente caos, un grupo de profesores aparecen grabados en mi memoria. Todos y cada uno de ellos, aún sin saberlo, cobraron un protagonismo singular en mi vida los años posteriores. Con la lectura del artículo, evocando aquel tiempo pasado, me he dado cuenta que realmente así fue, que nos educaron de verdad y que, con las Matemáticas, las Ciencias o la Lengua, nos supieron regurgitar también eso que llaman la cultura del esfuerzo, el rigor en el trabajo y la noble admiración del saber,... Tengo la convicción de que con todo ello, con sus clases, con tantas actividades, incluso con la revista, me prepararon para la vida. Sí, porque después de aquello, viví y protagonicé la vida que quise vivir. Ahora, con mi regalo delante, he podido no sólo descubrirlo, sino también saborearlo. Podréis comprender, por qué fue tan bonito. Gracias, muchas gracias a todos. Madrid, Febrero 2013. (Colaboración solicitada para la Edición especial de la Revista Besaya, del IES Besaya de Torrelavega (Cantabria)) Att. Fernando Palacio Arce. 2 
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