Ética y Educación

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Ética y Educación
Desde la más remota antigüedad, los seres humanos, como creadores de
cultura y constructores de proyectos de convivencia, siempre han situado en un mismo
plano la aplicación de criterios y normas para la supervivencia del grupo social de
pertenencia y la transmisión de dichas normas a las futuras generaciones. Las
preocupaciones y creaciones morales y éticas, así como los procedimientos y métodos
para enseñar y educar moralmente a las nuevas generaciones, han sido un elemento
esencial para la supervivencia de la propia especie humana en su dinámica relacional con
la naturaleza y con la sociedad.
En el fondo, el actual ideal de una ética planetaria y universal que vaya mucho
más allá del antropocentrismo, es una gran síntesis creadora hecha a partir de la puesta
en común y de la racionalización de denominadores procedentes de las más diversas
culturas, mitos, leyendas, tradiciones espirituales y religiones que la Filosofía y
específicamente la Ética como reflexión crítica sobre la Moral, ha ido construyendo
durante milenios. Pero a su vez, está gran síntesis que desemboca en el principio universal
de la igualdad esencial de todos los seres humanos sin excepción y en su valor intrínseco e
intransferible, no habría sido posible si los principios, valores, normas y reglas no hubiesen
encontrado formas diversas de transmisión y de enseñanza.
No cabe duda, de que si la especie humana ha llegado hasta hoy, lo cual es algo
de porvenir incierto en la actualidad dado el rebasamiento de los límites del crecimiento,
no ha sido debido sólo a los extraordinarios logros y avances conseguidos en los terrenos
científicos, tecnológicos, económicos y políticos, sino también y de una forma altamente
significativa, a aquellas creaciones culturales y artísticas que han configurado un particular
modo de convivir y de entender la vida y el lugar que ocupa el ser humano en el cosmos.
Unas creaciones cuyo substrato está cargado de valores éticos y estéticos y que tienen su
más alta expresión en los grandes ideales platónicos de verdad, bondad y belleza, o en los
grandes valores de compasión, ecuanimidad y serenidad de la cultura oriental, valores que
son, como es sabido, los que han inspirado de diferentes formas, todas las realizaciones y
creaciones educativas de todos los tiempos.
Así pues, Ética y Educación siempre han ido de la mano e íntimamente unidas. De
hecho lo que comúnmente entendemos por el término “educar” como proceso de
actualización y perfeccionamiento de las capacidades humanas o de transmisión de la
cultura dada y heredada de antemano, está sin duda ligado a lo que previamente
consideremos como capacidades o facultades humanas más necesarias, más buenas, más
útiles o más convenientes. Es decir, que debajo de toda acción educativa, hay siempre una
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opción axiológica y ética, de lo que se desprende el hecho, de que la educación, por
mucho que lo intente, en ningún caso puede ser axiológica o éticamente neutral, ya que
su naturaleza ontológica es esencialmente teleológica y axiológica.
Educar es entonces algo muchísimo más complejo y transcendente que el hecho
de conocer, instruir, utilizar o aplicar determinados automatismos, competencias, hábitos
o procedimientos para la adquisición de información y formación. Educar es un fenómeno
y un proceso de carácter ético, porque la determinación de aquello que vale realmente la
pena ser aprendido y enseñado corresponde siempre, lo queramos o no, a la Ética. Es
necesario entonces, distinguir y diferenciar el verdadero significado y sentido del vocablo
“educar” de otros como adquirir competencias, instruir, formar, enseñar, entrenar,
habituar, inculcar, especializar, disciplinar , etc, acciones todas ellas, en las que el sujeto
que se educa es generalmente considerado como un objeto que debe acumular o adquirir
con mayor o menor eficacia, determinados conocimientos o habilidades que son
legitimados por instituciones que proporcionan credenciales gestionadas y controladas
por funcionarios docentes especializados. Es más, puede suceder y de hecho sucede, que
dichas instituciones expedidoras de credenciales de formación, no solamente no eduquen,
sino que des-eduquen, es decir, se dediquen exclusivamente a adiestrar, automatizar o
suministrar determinados conocimientos o procedimientos, en la creencia de que dichas
operaciones formativas pueden ser efectivamente realizadas sin necesidad de recurrir a la
Ética para fundamentarlas, sostenerlas y aplicarlas.
Son numerosos los informes nacionales e internacionales, así como cuantiosos
los trabajos teóricos y prácticos que sitúan a la Ética como el saber educativo más
necesario, importante y transcendental para el siglo XXI. Nunca antes en la Historia de la
Educación y de la Ética, hemos tenido a nuestra disposición tanto conocimiento en forma
de infinitas publicaciones y de numerosísimos tratados acerca de lo que debe o no hacerse
o pensarse, acerca de las relaciones indisolubles entre Ética y Educación. Y nunca antes
tampoco, hemos podido tener a nuestro alcance tan enriquecedoras experiencias y
reflexiones educativas en las que la Ética ha sido el eje articulador estratégico de las
prácticas curriculares, organizativas y formativas más ricas e innovadoras. Sin embargo, las
exigencias de los mercados; la feroz competitividad en todos los ámbitos; la orientación
marcada y exageradamente economicista y científico-tecnológica de nuestros sistemas
educativos; las exigencias planteadas por las evaluaciones y los rankings educativos
internacionales; la obediencia a las normativas y administraciones educativas que
obedecen a su vez a los gobiernos y gestores de turno o a la consuetudinaria tendencia a
la rutina, a la conformidad y al acriticismo de las prácticas pedagógicas cotidianas, están
provocando que la distancia entre la Ética y la Educación sea cada día mayor.
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Mantengo pues la opinión, de que actualmente existe una especie de divorcio
entre Ética y Educación, sencillamente porque ni la Enseñanza Ética ni la Educación Moral
de la infancia y la juventud constituyen una prioridad o una necesidad educativa esencial
que debe ser satisfecha y atendida para seguir garantizando la supervivencia de la especie
humana y el desarrollo efectivo de los Derechos Humanos Universales. Ahora que por
doquier se defiende y se impone el modelo de competencias como la máxima y más
refinada expresión de eficacia pedagógica y de transferencia y generalización de
aprendizajes, paradójicamente la Ética, el saber más transversal y transcendental de
todos, no pasa de ser el de una asignatura menor y de poca importancia en el curriculum.
Tal vez esta situación, pueda ser debida a que en esta época de postmodernidad,
de crisis civilizatoria, ya no interesan mentes críticas y bien pertrechadas de convicciones
firmes fundadas en una ética fuerte y radical capaz de hacer frente de forma autónoma y
creadora a los complejos problemas a los que estamos enfrentados. Por el contrario, lo
útil, lo eficaz, lo productivo, lo exitoso, es que los sistemas educativos sigan produciendo
individuos vulnerables, miedosos, obedientes, inseguros que disfruten sin descanso de los
placeres prometeicos que les proporciona la sociedad del ocio y la industria de la
conciencia, una industria por cierto, que en nombre de un supuesto respeto a las
audiencias como espacio mercantil de salvaje competencia, edulcora la vida humana,
proporcionándonos sucedáneos de felicidad basados en una ética indolora destinada a
confundir perpetuamente euforia con alegría, placer con felicidad y opiniones con
convicciones.
Existe pues en nuestro tiempo, un divorcio entre Ética y la Educación que aunque
no es reducible exclusivamente a lo escolar, está caracterizado por la marginación, el
extrañamiento, la minusvaloración e incluso el desprecio de los saberes éticos y estéticos,
que son reducidos por lo general a espacios restringidos, a tareas menores, a juegos
infantiles de la escuela primaria, o en su defecto a la condena de su propia negación
mediante prácticas docentes enajenantes y formas de organización opresoras y
reproductoras de arbitrariedad, injusticia y desigualdad. Marginación y extrañamiento
producido tanto por la obsesión de la especialización y la subordinación al utilitarismo del
mercado, como por el papel marginal o secundario que generalmente ha ocupado en las
disciplinas escolares. Su papel es incluso muchas veces subalterno al de otras materias
escolares, como es el caso de la Religión Católica en aquellos países en los que se
considera de oferta obligatoria en las instituciones escolares públicas. Un hecho
realmente contradictorio e incoherente, porque no puede concebirse que un alumno que
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reciba las enseñanzas de una determinada Religión quede eximido de la necesidad de
recibir las enseñanza de una Ética ciudadana, civil, democrática y planetaria.
A esta situación, hay que añadir además el hecho de que los saberes éticos han
quedado restringidos al uso y conocimiento de los especialistas en Filosofía y/o
Humanidades, presentándose escolarmente como saberes ajenos a la ciencia, a la
metodología, a la práctica concreta en el aula, a los saberes pedagógicos y a la vida
cotidiana en cualquier aspecto o área de conocimiento. De una parte su presencia en
tiempo lectivo y curricular es cada vez menor en favor de otras disciplinas supuestamente
más útiles e importantes. Y de otra su consideración como un conocimiento curricular
más, destinado exclusivamente a ser recordado como recurso para superar pruebas y
exámenes. La Ética pues se ha separado de la vida real de nuestras instituciones escolares,
se ha divorciado de la práctica educativa, en el sentido de ser reducida a mera disciplina
académica de segundo o tercer orden y de no ser compartida y vivida diariamente de
forma activa, natural y transversal en cada una de las actividades que las diferentes
disciplinas académicas y escolares realizan en las aulas, o en cada una de las instancias y
unidades organizativas que componen la estructura y dinámica funcional de las
instituciones.
Urge entonces encontrar estrategias de intervención educativa, así como
medidas administrativas y políticas que coloquen a la Ética en el lugar central y transversal
que le corresponde en la Educación, si es que realmente asumimos el sabido consenso
mundial de que la Ética es el saber educativo más transcendente e importante para el
siglo XXI y el hecho de que Ética y Educación son necesariamente indisociables.
Tal vez la medida más estratégica y de largo alcance de todas, sea abordar con
rigor y coherencia la formación docente, humana e integral de nuestros profesores y
profesoras, tanto de las maestras y maestros que atienden a la población infantil, como al
resto de docentes que ejercen sus funciones en centros de secundaria, profesionales y
universitarios. Es inconcebible que en pleno siglo XXI, la formación ética no sea parte
integrante, transversal, teórica y práctica de cualquier disciplina susceptible de ser
enseñada en cualquier institución escolar.
Cada docente, no solo debería poseer una educación moral y una formación ética
sólida, sino sobre todo debería conocer las implicaciones, vinculaciones y relaciones que
tiene su disciplina o su especialización docente con la Ética, de tal modo que supiese dar
cuenta mediante su práctica en el aula, tanto de los dilemas morales y paradojas éticas de
su propia disciplina, como de aquellos problemas y situaciones sociales de actualidad que
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tienen una base ética. Todo profesor o profesora, debería entonces asumir la
responsabilidad, además de la suya propia como docente de una disciplina escolar o
académica, de ser al mismo tiempo profesor de Ética, profesor de convivencia y
ciudadanía, e incluso profesor de Derechos Humanos, algo que por cierto no es un asunto
meramente cognitivo, sino esencialmente actitudinal, práctico, experiencial y testimonial.
Al mismo tiempo, otra medida estratégica de largo alcance sería la constitución
de observatorios y mesas de diálogo dirigidos a reflexionar sobre asuntos éticos que
afectan o atraviesan a las instituciones escolares y también enfocados a proponer y
realizar actividades, en las que con la implicación de toda la comunidad se generasen
ambientes psicosociales motivadores y sostenibles en la defensa y la educación en valores
éticos. Esto exigiría también de forma continua, el tratamiento ético de cada uno de los
contenidos escolares y/o académicos a la luz de los problemas y necesidades del contexto
social más cercano, lo que permitiría en la práctica de aula, incorporar como actividad
específicamente disciplinar, actividades éticas y de educación moral, lo que exigiría desde
luego, medidas de apoyo y formación permanente del profesorado.
No obstante y si todas las materias escolares o disciplinas académicas, estuviesen
atravesadas por la Ética, gozando este saber de espacios, tiempos y actividades que serían
realizadas por cualquier profesor en el marco de sus competencias docentes
especializadas, esto no quiere decir que haya que abandonar la formación ética de base
de carácter sistemático, organizado, cognitivo y filosófico. Por el contrario, las disciplinas
humanísticas deberían tener un peso curricular mayor en los programas escolares sin que
esto supusiese la exclusión o la merma de una formación científica y técnica de calidad. Y
digo un peso mayor, tanto en el sentido de aumentar el tiempo dedicado a las mismas,
como en el de las exigencias de objetivos educativos, contenidos y actividades
curriculares. Considero por tanto, que materias o saberes como la Filosofía (aprender a
reflexionar y a pensar de forma autónoma y crítica), la Psicología (aprender a conocerse a
sí mismo y a desarrollarse intelectual y emocionalmente de forma armónica y
equilibrada), la Ética (aprender a reflexionar sobre los hechos sociales y la propia conducta
en base a valores éticos siendo capaces de responsabilidad, compromiso y coherencia),
deberían ser algo permanente desde la Educación Infantil y tan natural como son las
disciplinas de Lenguaje, Matemáticas, Sociedad o Naturaleza.
De este modo, combinar de forma adecuada y sostenible disciplinas humanísticas
y disciplinas científicas, no significa multiplicar y yuxtaponer nuevas materias aisladas y
encapsuladas con el fin de multiplicar especialidades y gremialismos, sino más bien de
encontrar espacios interdisciplinares que conecten las diferentes disciplinas e incluso que
permitan llegar más allá de ellas, es decir, a prácticas educativas transdisciplinares. Y en
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este sentido, creo que la Ética, no es propiamente una disciplina, sino una transdisciplina,
es decir, se nutre, reflexiona, vincula e implica a todas las disciplinas. Claro que para llegar
a esto, hay que ir pensando en nuevos tipos de organización y gestión escolar más
flexibles, abiertos y adaptados tanto a las necesidades de sus alumnos, como a las del
contexto comunitario.
¿A quién corresponde entonces la responsabilidad y la competencia de vincular y
hacer posible y coherente la unidad y la armonía entre Ética y Educación? Es evidente que
corresponde a cada educador, a cada profesor, maestro o docente en particular, porque
su función docente y educadora, lleva implícita una Ética personal y profesional. Pero es
más evidente aun, que esta responsabilidad estratégica y transversal de hacer posible la
Educación Moral y la Enseñanza Ética en las aulas, corresponde garantizarla, ampararla,
estimularla y promoverla a las administraciones educativas que controlan y gestionan
todo el entramado de normas curriculares, sistemas de formación inicial y permanente del
profesorado, horarios, recursos materiales y condiciones laborales y profesionales del
trabajo docente. En consecuencia habrá que demandar y exigir a los gobiernos y
autoridades políticas de turno, el que hagan frente a la transcendental necesidad de hacer
posible,tanto en la práctica diaria de nuestras aulas, como en la dinámica cotidiana de los
medios de comunicación y las instituciones de formación, la unidad integral y esencial
entre Ética y Educación, ya que la Ética es el saber educativo más transcendental para
nuestra supervivencia como especie y para una nueva civilización.
JUAN MIGUEL BATALLOSO NAVAS*
*Licenciado en Filosofía y Educación y Dr. en Ciencias de la Educación –Universidad de Sevilla, España–. Ha
ejercido la profesión docente durante 35 años, impartido numerosos cursos de Formación del Profesorado,
dictado Conferencias en España, Brasil, México, Perú, Chile y Portugal, publicado varios libros y numerosos
artículos sobre temas de educación. Es Miembro del Consejo Académico Internacional de UNIVERSITAS
NUEVA CIVILIZACIÓN, donde ofrece el Curso e-learning: ‘Orientación Educativa y Vocacional’.
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