Bajar discurso de Rodrigo Valenzuela

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DOMEYKO: UN FORJADOR DEL FUTURO
DISCURSO
PREMIACIÓN CONCURSO NACIONAL
EXPLORANDO A IGNACIO DOMEYKO
Ministerio de Educación y Programa EXPLORA de Conicyt
Comisión Nacional de Investigación
Científica y Tecnológica
Salón de Consejo
Julio 31 del 2002
Nuestro país no es sólo el territorio que habitamos. No es sólo una
forma de hablar y de pensar. No son sólo los recuerdos que nos retratan
sino los sueños que nos habitan.
No es sólo nuestro país, el de los nacidos en él, sino que es el país de
tantos hombres que vinieron de lejos, que perdieron todo para
encontrarnos, y que decidieron cumplir aquí, en Chile, geográficamente
el último país del mundo, sus ideales y sus anhelos.
En estos 20 años, Chile ha sido territorio nuevo y libre para muchos
extranjeros notables. Para los grandes argentinos Mitre, Sarmiento y
Alberdi. Para el destacado venezolano Andrés Bello. Y así lo fue también
para un hombre que vino de muy lejos y de muy cerca de nosotros:
Ignacio Domeyko.
¿Qué tenía que hacer en Chile este científico, este intelectual europeo
que conjugó su trabajo con la lucha por la independencia de su Polonia
natal? ¿Qué tenía que hacer en Chile, por entonces un país sin ciencia y
con escasa educación?
Pues hizo justo lo que amaba hacer: enseñar y descubrir. Pudo habitar
esta nueva tierra de los ideales que no le permitieron vivir en la suya.
Salió de una Polonia con una fuerte identidad nacional a la que se le
quitó el derecho a ser una nación, para llegar a un país con bandera e
independencia, pero que no sabía cuál era su identidad.
Sabía más que nadie el valor de esa identidad y sabía más que nadie el
precio de esa libertad. Dedicó su vida y su ciencia a encontrar lazos de
unión y de cooperación allí donde su época veía contradicción y
conflicto. Domeyko es un hijo de la lucha por la formación de los
estados nacionales, de la revolución científica y el desarrollo tecnológico,
de la expansión de la educación, de las luchas entre religión y Estado.
Fue su profunda curiosidad científica la que lo trajo a Chile e instaló su
laboratorio en el Liceo de La Serena. Los padres lo miraron con
extrañeza y sus alumnos con terror. Con gran sentido pedagógico,
comprendió que enseñar desde la teoría era inútil y que debía hacerlo
desde la experiencia.
Domeyko fue un científico y un pedagogo de las ciencias pero fue
también un humanista. Era un partidario acérrimo de la formación
general previa a la especialización. Esto, en 1840, no en el año 2000 en
que volvemos a la base de su pensamiento para plantear una reforma
del que él es un inspirador, una figura tutelar que nos pide más
esfuerzo, más comprensión, más visión. Domeyko reformó el currículum
de la educación media en esa dirección. La oposición entre
especialización y conocimiento general, entre ciencias y humanidades,
no fueron contradictorias para él. La historia le dio la razón.
La misma fe en la apertura, la misma visión de la educación como un
todo, la aplicó a su labor en la Universidad de Chile, que guarda la
impronta de su sombra.
Domeyko fue un hombre múltiple que en su vida sin estridencias, creyó
en la cooperación humana desde la propia identidad nacional, religiosa,
étnica o disciplinaria. Un hombre para quien la identidad era un valor
para la tolerancia y la paz y nunca un motivo de exclusión u opresión.
Celebrar su bicentenario es celebrar la vigencia de todos esos valores,
de todos esos sueños, que tan bien están retratados en el ensayo de
Claudia Ortiz, del Colegio Agrícola Francisco Napolitano de Arica, a quien
aprovecho de felicitar muy afectuosamente.
Celebrar los 200 años de Domeyko es volver a encontrarnos con ese
extranjero que por amor a nuestra tierra y a nuestro futuro se
transformó en el más chileno de todos. Celebrar su bicentenario no es
sólo valorar nuestro pasado y las figuras que nos fundaron, sino volver a
revisar los sueños de Don Ignacio y encontrar en ellos la raíz de nuestro
futuro.
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