Comentario publicado en Ñ - Revista de Cultura

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Comentario publicado en Ñ - Revista de Cultura
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_476352374.html
Miércoles 11 de mayo de 2011Las tramas del presente
desde la perspectiva de la sociología de la cultura
Mario Margulis, Marcelo Urresti y otros
Colección Sociedad
Tramas y los recuerdos del presente
Ciudad, poder, cuerpo, territorio e identidad son algunas de las tensiones que
analiza un trabajo colectivo reciente, dirigido por el sociólogo Mario Margulis
Por María Luján Picabea
La explosión de las comunicaciones y el estrépito causado por el avance tecnológico que sirvió
de antesala al siglo XXI no han conseguido aún reacomodar las piezas en los planos económico y
social, en los que siguen reproduciéndose y, acaso, agravándose esquemas de exclusión e
inequidad. El ciudadano se ha convertido en un consumidor, las identidades colectivas pierden
fuerzas, la palabra cede terreno ante la imagen, se construyen ideales de mujeres, de hombres,
de ciudades, por fuera de los cuales no queda nada. La condición de existencia es ajustarse a la
regla, por fuera de la cual todo es invisibilizado. Ecos de ideas que se disparan, rompen el
silencio y sobrevuelan la lectura de Las tramas del presente desde la perspectiva de la sociología
de la cultura (Biblos), libro resultante de un proyecto de investigación del Taller de Sociología de
la Cultura con dos décadas de existencia en el Instituto Gino Germani, de la Universidad de
Buenos Aires.
Las tramas del presente… reúne doce artículos a partir de cuatro áreas temáticas: Poder,
Identidades, Territorios y Comunicación, en los cuales, tal como explicitan en la introducción
Mario Margulis, Marcelo Urresti y Hugo Lewin, se busca hacer un aporte “conceptual y empírico
que ayude a investigar algunos de los nuevos problemas con que el mundo contemporáneo nos
interpela”. Desde el apartado Territorios, Juliana Marcús revisita Buenos Aires o, más bien, las
múltiples ciudades que se construyen simbólicamente más allá del trazado urbano. “La ciudad no
es sólo las calles, las plazas, los edificios, la arquitectura, el espacio público, el semipúblico, el
privado, el del mercado, de las instituciones; es también, y sobre todo, el caudal de símbolos
con los que sus habitantes procesan y descifran el espacio otorgándole identidad, memoria y
significación”, explica la autora. “Muchas ciudades coexisten en una. Si pensamos en Buenos
Aires, al menos dos ciudades conviven en ella. De un lado la ciudad global con su costado
luminoso y atractivo, una ciudad moderna, renovada y embellecida a partir de gestiones
culturales promovidas por el Estado o grupos empresariales; del otro lado, la ciudad marginal,
con su costado oscuro y miserable, una ciudad invisibilizada, la de la exclusión social, el
empobrecimiento y la fragmentación territorial”. Definidas por oposición ambas ciudades
imponen sus propias fronteras y trazan recorridos posibles y recorridos prohibidos. “En el centro
‘los incluidos’ conviven con los recientemente desalojados que no fueron tenidos en cuenta por
ningún plan social y terminaron literalmente viviendo en la calle, los cartoneros, los vendedores
ambulantes, los chicos de la calle, los mendigos que piden limosna. Todos ellos ‘recogen las
sobras producidas por los incluidos’, forman parte de un paisaje ‘normal’, ‘acostumbrado’, al
punto de pasar inadvertidos ante la mirada distraída del itinerante. No obstante, desde la lógica
hegemónica actual sobre ‘el merecer la ciudad’ son lo imprevisto y lo no deseado lo que se
quiere borrar, volver invisible”, explica Marcús. Esa estrategia de borramiento tiene que ver con
un ideal de “ciudad blanca” históricamente consolidado, en base al que se reproducen las formas
de exclusión y discriminación que analiza Margulis en el trabajo “Nuestros negros”, sobre aquella
porción de la población que no se quiere ver y a la que se excluye, aunque con mecanismos
vedados: “Son aquellos que pertenecen a los sectores sociales más pobres y descienden del
mestizaje de indios, blancos y negros. Son la población ‘no blanca’ de nuestro país, que se
caracteriza por rasgos físicos distintos, y también por pertenecer a los estratos menos
favorecidos. Son los que habitan las villas miseria y los barrios modestos en la periferia de las
grandes ciudades, también en las casas tomadas y en los hoteles-pensión más humildes de la
capital”. Aquellos, continúa Margulis, que no son tenidos en cuenta por los patrones de belleza y
a los que ni siquiera es posible nombrar sin caer en el uso de sustantivos axiológicos: “Este
ocultamiento, esta invisibilización, tiene su correlato en la ausencia de lenguaje, que no ha
acuñado las palabras que reconozcan su existencia y afirmen su identidad: palabras que no sean
despectivas o insultantes o no contengan un dejo de desprecio”. Sin nombre, sin identidad, y
casi sin existencia. Son leídos como la cara no linda de una sociedad que constriñe los cuerpos
con parámetros de belleza cada vez más duros. El cuerpo en tanto “producto social atravesado
por la cultura” es abordado por Eugenia Zicavo en el artículo “Modelos corporales de las
mujeres”, en el que afirma que la conquista de posiciones de las mujeres en la sociedad y su
ingreso pleno al mundo del trabajo añadieron al tiempo una exigencia de belleza “como si se
tolerara su ingreso a ámbitos hasta entonces tradicionalmente masculinos a cambio de su
potencial ‘decorativo’”, dice la autora. La belleza es entendida como un bien que se adquiere y
se produce, y por extraño que parezca, explica Zicavo, “el actual paradigma de belleza femenina
encuentra su expresión en discursos e imágenes que favorecen la aprobación por parte de las
mujeres, a pesar de oponerse radicalmente a sus intereses. Son precisamente ellas, en tanto
sujetos oprimidos, quienes legitiman un canon arbitrario que las somete”. Por fuera del cual,
sólo cabe la invisibilización. Las tramas siguen tejiéndose en términos de inclusión/exclusión.
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