Documento 2630061

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C LÁ S ICOS
CONTADOS A LOS NIÑOS
Milagros
de
Nuestra Señora
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Proyecto y dirección: EDEBÉ
Adaptación del texto: Rosa Navarro Durán
Ilustraciones: Francesc Rovira
Dirección editorial: Reina Duarte
Diseño: Joaquín Monclús
1.ª edición, septiembre 2011
© Edición cast.: edebé, 2011
Paseo de San Juan Bosco, 62
08017 Barcelona
www.edebe.com
ISBN 978-84-236-9649-9
Depósito Legal: B. 20898-2011
Impreso en España
Printed in Spain
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta
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C LÁ S ICOS
CONTADOS A LOS NIÑOS
Milagros
de
Nuestra Señora
contados a los niños
por Rosa Navarro Durán
con ilustraciones de Francesc Rovira
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INTRODUCCIÓN
Hace muchos, muchos años, un clérigo que se llamaba Gonzalo y que
había nacido en Berceo, un bello pueblo de La Rioja, escribió estas leyendas que os voy a contar. Estudió en el monasterio de San Millán de la
Cogolla, sabía muy bien latín y le gustaba mucho leer los libros escritos
en esa lengua. Así se enteró de viejas historias que hablaban de lo importante que era rezar a la Virgen y se entusiasmó con los milagros que,
según esos libros, Nuestra Señora hacía a los que se acordaban de ella.
Y, como le gustaron tanto, quiso contar a su modo algunos de esos
milagros en la lengua que hablaba la gente, en español, pero en verso
para que fueran más bellos, y se convirtió así en el primer poeta que conocemos en nuestra lengua. Y yo ahora, más de setecientos cincuenta
años después, quiero que vosotros podáis leer estas historias y por eso
os las cuento siguiendo al pie de la letra lo que escribió Gonzalo, pero
con las palabras que hoy utilizamos.
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Pero antes quiero deciros que estas hermosas historias no han pasado
de verdad, que son leyendas, y que lo importante es obrar siempre bien,
ser muy buena persona. A lo mejor os extrañarán cosas que se cuentan
en ellas porque en el siglo XIII, que es cuando las escribió Gonzalo, la
vida diaria era distinta a la nuestra, y leyendo libros como este es como
si viéramos a la gente de entonces por una ventana que mira al pasado.
Son quince las leyendas que os voy a contar, cinco veces cinco, porque cinco son las letras del nombre de MARÍA, y están llenas de ternura y de fantasía. Primero Gonzalo de Berceo nos dibuja un verde prado
y nos cuenta qué significado tienen para él las flores, los pájaros, los árboles y sus frutos... Pasad página y lo veréis.
Rosa Navarro
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PRÓLOGO
Cuenta Gonzalo de Berceo que, un día que iba a una romería,
llegó a un verde prado, lleno de flores, un lugar ideal para descansar. Las flores olían tan maravillosamente que daban gusto
al cuerpo y al alma. Había allí cuatro fuentes de agua limpísima, muy fría en verano, y caliente en invierno.
En el prado había muchos árboles: granados, higueras,
perales, manzanos y otros frutales. Todas las frutas que daban
los árboles eran sabrosas. No había ninguna que fuera ácida ni
que estuviera podrida.
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El verdor del prado, el olor de las flores, las sombras de
los árboles, todo ello junto hizo que Gonzalo de Berceo se sintiera tan bien que olvidó su cansancio. Nunca había encontrado un lugar tan agradable ni una sombra que refrescara
tanto ni un olor tan deleitoso. Para descansar mejor y gozar
más, se quitó la camisa y se puso a la sombra de un hermoso
árbol.
Estando así descansando, consiguió olvidarse de todas sus
preocupaciones y sólo escuchar el canto armonioso de los pájaros. ¡Nunca había oído sones tan bellos! No había en el mundo músico que tocara instrumento alguno que se pudiera comparar con esa maravillosa música.
Ese prado tenía además otra cualidad única: nunca perdía
su belleza ni por frío ni por calor, porque siempre estaba verde.
Y por más flores que se cortasen, no se notaba que faltara
ninguna. Si se arrancaba una, en su lugar nacían tres o cuatro.
El prado era como el paraíso.
El fruto de los árboles era dulce y sabroso. Si Adán y Eva
hubieran comido de él, nunca hubieran querido probar el del
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...consiguió olvidarse
de todas sus preocupaciones
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árbol de la ciencia del bien y del mal, y Dios no los hubiera
echado del paraíso.
Todo esto nos lo cuenta Gonzalo de Berceo. Y luego explica
qué significa este prado, esta belleza, este olor, esta música, estas sabrosas frutas. Así lo dice él…
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Todos somos peregrinos en este mundo, y acabamos nuestra romería al morirnos, cuando nuestra alma va al paraíso. En
la peregrinación de esta vida tenemos un buen prado en donde
siempre podemos encontrar sombra y descanso: es la Virgen
gloriosa, Madre del buen Hijo.
Las cuatro fuentes claras que manan en el prado son los cuatro Evangelios porque, cuando los evangelistas los escribieron,
hablaban con la Virgen. Y si se equivocaban, ella los corregía.
La sombra de los árboles, dulce y sana, son las oraciones
que hace Santa María, que ruega por los pecadores día y noche.
Todo el mundo, tanto reyes como labradores, vasallos y
señores, todos vamos a su sombra.
Los árboles que dan frutas sabrosas son los santos milagros
que hace la Gloriosa, porque son mucho más dulces que el
azúcar. Y los pájaros que cantan son los escritores que escribieron sobre la Virgen y nos contaron todas las cosas maravillosas que hizo.
Las flores que hay en el prado y que le dan esa belleza que
tiene son los nombres de la Virgen María: es estrella de los
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Quiero en estos árboles
un ratiello subir
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mares, porque guía a los marineros en la navegación, y estrella
matutina, de la mañana. Es también Señora nuestra, piadosa
vecina, salud y medicina de cuerpos y almas, fuente de quien
todos bebemos, puerto al que todos queremos llegar, puerta
cerrada que se nos abre a nosotros, paloma sin hiel. Es además
vid, uva, almendra, granada, aceituna, cedro, bálsamo, palma
frondosa… ¡Tiene más nombres que las flores del campo!
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Y, finalmente, Gonzalo de Berceo nos dice que quiere
hablarnos sobre los frutales, que son los milagros de Santa
María, y escribir con ellos unos versos.
Con estos cuatro que os copio nos lo anuncia, y sé que vais
a entender lo de ratiello y que os daréis cuenta de cómo se
decía entonces, en el siglo XIII, la palabra milagros:
Quiero en estos árboles un ratiello subir
y de los sus miráculos algunos escribir.
¡La Gloriosa me guíe, que lo pueda cumplir!
Pues yo no me atrevería en ello a venir.
Yo os voy a contar quince de los veinticinco milagros que él
narró en su bello poema de más de novecientas estrofas de cuatro versos, como ésta que os he copiado. Como el nombre de
MARÍA tiene cinco letras, él escribió cinco veces el número
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cinco al componer sus 25 milagros. Yo lo voy a hacer sólo tres
veces, porque de ellos he escogido quince para vosotros. ¡A ver
si os gustan!
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LA CASULLA DE
SAN
ILDEFONSO
Los milagros de la Virgen son muchos más que las arenas del
mar. Son tantos que ni sé por dónde comenzar. Voy a empezar
a hacerlo contando lo que pasó en España, en Toledo, una ciudad muy famosa.
En Toledo la buena, esa ciudad que está sobre el Tajo, hubo
una vez un arzobispo, muy amigo de la Virgen gloriosa, que se
llamaba Ildefonso. Era muy buen hombre y llevaba una vida
muy santa. No hacía más que pensar en Santa María, y en
procurar que siempre tuviera lo mejor.
Mandó hacer un libro muy bello que hablase de ella, y
trasladó la fiesta que se le hacía en marzo y que a veces, por ser
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«¡Ave, María!»
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tiempo de Cuaresma, no podía celebrarse, a mediados de diciembre. Era la fiesta de la Anunciación, y recordaba el día en
que el arcángel san Gabriel se le apareció a María saludándola
con el «¡Ave, María!» y después le dijo que iba a tener un niño
y que éste iba a ser el Hijo de Dios, el Mesías.
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Antes, la fiesta no se podía celebrar con cantos de alegría ni
hacer procesiones porque caía en un tiempo de dolor, la
Cuaresma. Así, gracias al arzobispo Ildefonso, se pudo luego
cantar aleluyas y convertir un día tan señalado en una gran celebración. Él la puso muy cerca de Navidad, para que la fiesta
de la Madre estuviera muy próxima a la del Hijo, para que una
buena viña estuviera cerca de una buena parra.
El nuevo día de la fiesta de la Anunciación nadie se quedó
en casa. Todos fueron a la iglesia, a misa. El arzobispo Ildefonso estaba ya preparado para la ceremonia cuando se le apareció
la Gloriosa con un libro en la mano del que salía luz. ¡Era el
que él había mandado escribir sobre la Madre de Dios! ¡Qué feliz se sintió el arzobispo porque se dio cuenta de que a ella le
había gustado!
La Virgen quiso hacerle un regalo: le dio una casulla maravillosa, que no había sido cosida con aguja de este mundo. No
la había tejido persona alguna, porque la habían hecho los mismos ángeles.
Y luego le dijo:
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...este regalo mío
en la misa
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–Amigo, quiero que sepas que estoy muy contenta con lo
que has hecho por mí. Me has honrado de dos maneras: me
has alabado mucho en un libro que mandaste escribir sobre
mí, y me has dado una nueva fiesta.
»Por eso quiero que lleves este regalo mío en la misa de esta
nueva fiesta, esta preciosa casulla, para que con ella cantes alabanzas a Dios hoy y el día de Navidad. Sólo tú te la podrás
poner, ¡nadie más!
Y después de decirle estas palabras, la Virgen desapareció.
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El Papa quiso confirmar el nuevo día de la fiesta de la Anunciación en un Concilio, y así se celebró en aquellos tiempos en
diciembre.
Cuando Dios quiso, el buen arzobispo Ildefonso se murió.
Y la gloriosa Virgen, Madre del Creador, quiso que se honrara
muy bien su cuerpo, y mucho mejor su alma.
Le sucedió en su puesto un canónigo muy distinto a él,
porque era muy orgulloso y vanidoso. Se llamaba Siagrio.
Quiso ser como Ildefonso, pero los toledanos pronto se dieron
cuenta de que no era bondadoso y humilde como él.
Se sentó en la cátedra –la silla– de su antecesor y pidió que
le llevaran la preciosa casulla de san Ildefonso porque quería
ponérsela él. Y dijo unas palabras locas, que le pesaron mucho
a la Madre de Nuestro Señor:
–Ildefonso era como yo. No era más importante ni más digno que yo, porque todos somos iguales en el mundo.
Si Siagrio hubiese sido discreto, si se hubiese callado, no
hubiera provocado la ira de Dios. Pero como no lo fue y dijo
palabras tan locas, ¡estuvo perdido!
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...todos somos
iguales
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Mandó a los sacerdotes que le llevaran la casulla para decir
misa con ella. Y así lo hicieron. Pero lo que Dios no quiere, no
hay nadie que lo consiga.
Aunque la casulla era muy ancha, le estuvo muy estrecha a
Siagrio, tanto que le apretó la garganta como si fuera una dura
cadena y lo ahogó.
La Virgen gloriosa, estrella del mar, sabe premiar a sus amigos, a las buenas gentes, y también castigar a los que no la sirven bien y no son humildes.
Amigos míos, tenemos que respetar a la Madre del Señor. Si
la servimos, seremos premiados porque salvaremos el alma.
¡Con tan poco servicio tendremos una gran recompensa!
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