CAMPAÑA DEL ENFERMO 2006

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El acompañamiento
espiritual al enfermo
Temas de Formación
CAMPAÑA DEL ENFERMO 2006
“No me molesta llegar tarde, me duele llegar solo.”
H.S.
Una noche un hombre tuvo un sueño.
Soñó que iba paseando por una playa.
A medida que caminaba,
se iba proyectando en su mente la película de su vida.
Se dio cuenta de que en cada escena de la película de su vida
existían dos pares de huellas en la arena: las suyas y las de Dios.
Cuando la última escena de su vida apareció ante él,
volvió a mirar retrospectivamente
las huellas sobre la arena de la playa.
Entonces notó que muchas veces
a lo largo de su vida había tan sólo un par de huellas...
Comprobó que ocurría
en los momentos más difíciles de su existencia.
Llego a preocuparse en gran manera por este hecho,
y preguntó a su Dios:
—“Señor,
tú me dijiste una vez que si decidía seguirte,
caminarías siempre conmigo...
Sin embargo he notado que durante los momentos de mi vida
en que tenía más dificultades y problemas
tan solo existía un par de huellas.
No comprendo por qué
cuando más te necesitaba más me abandonabas”.
Su Dios respondió:
—“Hijo, te quiero y nunca te he abandonado.
En los momentos de angustia y sufrimiento,
cuando tú has contemplado tan sólo un par de huellas,
eran los momentos en que yo te transportaba en mis brazos”.
(Anónimo brasileno)
“Realmente, el Señor está en este lugar, y yo no lo sabía.” Gen 28,16
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Presentación
En el mundo de la salud y la enfermedad, allí donde los hombres y mujeres se
perciben vulnerables, sufren la enfermedad, la fragilidad y la muerte, son lugares donde
las personas humanas viven las experiencias más radicales y determinantes de sus vidas.
Dichas experiencias ponen al descubierto a quien las vive, le plantean interrogantes, la
introducen en un mundo desconocido y misterioso, la colocan habitualmente en
situación de necesidad y de dependencia, de inseguridad e incertidumbre.
Cuando el ser humano está en circunstancias difíciles, en momentos de intensa
fragilidad, se experimenta más que nunca el deseo de ser cuidado, el anhelo de ser
dignamente acompañado. Sentirse acompañado en la enfermedad en el nombre del
Señor y de la comunidad cristiana constituye un alivio y una fuente de consuelo y salud
global para la persona.
* En estos Temas de Formación intentamos, en primer lugar, aclarar conceptos
básicos: qué significa acompañar, en qué consiste la dimensión espiritual, cuáles son las
necesidades espirituales del enfermo.
* En segundo lugar, señalamos algunas claves, que facilitan ese acompañamiento: la
presencia acogedora, la escucha que sana, el diálogo, la empatía. Para acompañar con
competencia no basta la buena voluntad.
* En tercer lugar, acompañar en nombre del Señor y de la Iglesia supone tener de
fondo, o mejor como modelo de Acompañamiento a Jesús, el Señor, por ello se añaden
cuatro “Iconos Bíblicos del Acompañamiento” que pueden servir de trasfondo y
reflexión para nuestra tarea pastoral.
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Icono bíblico del «Buen Pastor»1
Un análisis de los contenidos de la imagen del «Buen Pastor» nos ayudará a descubrir
formas concretas de encarnar el espíritu de la misericordia al lado de quien sufre.
El modelo del «Buen Pastor»
La imagen .del pastor aparece muchas veces en el Antiguo y en el Nuevo Testamento.
El significado de este icono es que Dios se comporta con su pueblo corno un pastor con
su rebaño. Son muchos los verbos que describen la acción de Dios pastor, entre ellos:
apacentar, conducir, guiar, buscar, conoce cuidar, custodiar, reunir, protege hacer salir,
hacer entrar...
Un texto del Antiguo Testamento especialmente denso de significado es Ezequiel 34,125. Un pasaje del Nuevo Testamento que ilustra la identidad y las actitudes del buen
pastor lo tenemos en el evangelio de Juan 10,11-16. Analicemos este último texto
sacando a luz las características del buen pastor que el agente de pas toral está llamado a
encarnar en su actividad.
«Yo soy el buen pastor»
Jesús se define con el adjetivo «bueno», porque la bondad es el ingrediente esencial de
quien quiere cuidar un rebaño. Esta virtud interior contrasta con la actitud del
mercenario, el cual, como no ama a las ovejas, las abandona apenas sobreviene el
peligro La bondad brota del corazón y se transmite con gestos de benevolencia.
La oración divulgada por la Iglesia con motivo de la V Jornada Mundial del Enfermo
reclama la necesidad de esta virtud en quien se acerca al que sufre:
«Bendice las mentes, las manos y los corazones de quienes
se acercan a nuestras enfermedades;
haz que no nos consideren como un caso de estudio, un
órgano que curar o un trámite que despachar, sino que vean
nuestro rostro, comprendan nuestras ansiedades y hagan
brotar nuestros recursos interiores.
Haz que descubran
que la sabiduría habita en Ja humildad
y que la curación camina en compañía de la bondad».
La bondad es ofrecer la ternura de Dios a quien se encuentra afligido.
«El buen pastor da la vida por sus ovejas»
Es fácil entender que el rebaño debe ser guiado, reunido y defendido. Pero parece
paradójico e ilógico que el pastor sea capaz de dar su vida por las ovejas. Lo normal es
que el rebaño sea para provecho del pastor, y no al revés.
El ofrecimiento que el pastor hace de su vida nos trae a la memoria el amor
incondicional de Dios por su pueblo «Dios envió a su Hijo unigénito al mundo para que
tuviéramos vida por él» (1 Jn 4,9); «Nadie tiene amor tan grande como éste: dar la vida
11
Arnaldo Pangrazzi, Girasoles junto a sauces; Ed. Sal Terrae, Santander 2000 pgs. 15-21
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por los amigos» (Jn 15,13); «En esto hemos conocido el amor: en que Él dio su vida por
nosotros, y por eso también nosotros debemos dar la vida por los hermanos» (1 Jn 3,16).
Ofrecer la vida implica desprenderse de la propia seguridad para dedicarse
humildemente al enfermo, dedicar nuestro tiempo y nuestras energías a confortar a
quien está solo, acompañar en silencio a quien está agotado, estar en vela junto al
agonizante. Ofrecer y dar la vida es el tiempo dedicado al amor.
«Yo conozco a mis ovejas»
Cristo tiene la capacidad de leer dentro de las personas, de conocer las intenciones y las
necesidades. Intuye la vanidad y la hipocresía de los fariseos (Mt 23,1-21); la búsqueda
que subyace a la curiosidad de Zaqueo (Lc 19,1-10); el drama de la viuda de Naím (Lc
7,11-15); los sentimientos que esconde la mujer que le seca los pies con sus cabellos
(Lc 7,37-38)...
El conocimiento que tiene de sus interlocutores le lleva a acogerlos, curarlos y
consolarlos, según las circunstancias. Como los océanos retrayéndose permitieron que
emergieran los continentes, así sucede también en la relación de ayuda: en la medida en
que el agente se retira para dejar sitio y protagonismo al enfermo, éste se siente libre
para manifestarse tal como es.
La pastoral no puede reducirse a leves apariciones en momentos determinados o a
intervenciones limitadas al ámbito litúrgico o sacramental. Requiere tiempo para entrar
en el corazón de las personas, y no tener la presunción de interpretar sus necesidades
sugiriendo recetas fáciles o usando frases hechas, que pueden herir más que curar.
«...y mis ovejas me conocen a mí»
Jesús se deja conocer por lo que es y por lo que hace. Cuando el ciego Bartimeo oye que
pasa (Lc 18,35-43), le suplica a gritos: «¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!»;
Jairo, que sabe de su fama, le pide que vaya a su casa y cure a su hija moribunda (Lc
8,41-42; 49-56); las hermanas de Lázaro, conscientes de la profunda amistad que tiene
con su hermano, le envían un mensaje: «Señor, tu amigo está enfermo» (Jn 11,3).
Jesús deja que le vayan conociendo a través de sus parábolas y milagros, y uno le llama
«profeta», otro «mesías», éste «maestro», aquél «hijo de David», el de más acá «hijo de
María y de José», y el de más allá «hijo de Dios».
Tampoco el agente de pastoral puede pretender que los demás se abran a él si él mismo
no se muestra dispuesto a dejarse conocer, a compartir su propia humanidad. Si se
mantiene cerrado en una función o se esconde detrás de la máscara de la
profesionalidad, no deja que se transparente su propio ser, con las riquezas e
imperfecciones que le componen. Cuanto más huma no sea en su acción, tanto mejor
instrumento del Espíritu será.
«Tengo otras ovejas que no son de este rebaño»
El proyecto de salvación de Jesús quiere llegar a todos los hombres; no sólo a los
hebreos, sino a todos. Los destinatarios de la buena noticia son los justos y los
pecadores, los sanos y los enfermos, los pobres y los ricos. Su misericordia se dirige de
manera especial a los lejanos, a los excluidos de la sociedad, a los que necesitan ayuda
también el sábado, día sagrado para los hebreos. Dando precedencia absoluta al amor,
entra en conflicto con los jefes del pueblo, con los doctores de la ley y de la cultura de
su tiempo.
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El amor como valor supremo se manifiesta en su contacto con los leprosos (Lc 5,12-14),
en su acogida de los pecadores (Lc 7,37-49), en las curaciones que realiza en sábado (Lc
13,10-16), en el perdón que ofrece a la mujer sorprendida en adulterio (Jn 8,3-1 1), en la
promesa del paraíso al ladrón arrepentido (Lc 23,40-43).
La pastoral es abrir los brazos para acoger a todos, sin tener en cuenta para nada su raza,
su pertenencia religiosa o su extracción social.
El hospital se ha convertido en una encrucijada de la humanidad: en la misma
habitación pueden encontrarse el religioso y el ateo, el joven y el anciano, el pudiente y
el vagabundo, el que ha recibido gratificaciones en la vida y el que sólo ha encontrado
desilusiones, el que vive de recuerdos y el que está lleno de proyectos, el musulmán y el
budista, el que protesta continuamente y el que transmite serenidad, el que acoge y el
que rechaza...
El agente de pastoral está llamado a ser instrumento de misericordia especialmente para
con quien se siente más abandonado, conforme al espíritu de la oración de Raoul
Follerau:
«Señor, enséñanos a amar no sólo a los nuestros;
enséñanos a pensar en los otros,
a amar, ante todo y sobre todo, a los que nadie ama...
No nos permitas, Señor, vivir felices solos.
Haznos sentir la angustia de la miseria universal
y líbranos de nosotros mismos».
«Oirán mi voz»
Al encarnarse, el Hijo de Dios entra en nuestra historia humana. Sabe qué necesita
realmente el corazón de los seres humanos, y conoce también sus resistencias. Su
venida y su mensaje le han convertido en la figura central de la historia a lo largo de los
últimos dos mil años.
Muchos creyentes se han sentido atraídos por Él, porque se hizo vulnerable y se inclinó
constantemente sobre la debilidad humana. La condición de vulnerabilidad hace al
enfermo sediento de palabras que le animen y consuelen. Su corazón herido no necesita
reproches, sino caricias.
El mundo del sufrimiento reclama un lenguaje no abstracto, filosófico o racional, sino
encarnado, concreto y participativo. En su mensaje, el agente de pastoral no debe
apresurarse a defender a Dios ni entregarse a tonos piadosos o de fácil consuelo, sino
valorar la aflicción interior de los que le escuchan y explorar con ellos itinerarios
constructivos para afrontar mejor su dolor. El fruto de este anuncio, corno decía san
Agustín, es que «quien escucha crea; creyendo, consiga esperanza; y esperando, ame».
«Serán un solo rebaño y un solo pastor»
La misión de Cristo consiste en agrupar a todos en la unidad, guiando a los hombres
hacia Dios. La unidad se consigue amalgamando la originalidad de cada persona con la
diversidad de los demás en sus respectivas culturas y tradiciones.
La unidad no significa eliminar las diferencias, sino conseguir que las criaturas, en la
diversidad de sus itinerarios, puedan afirmar la centralidad de Dios en la historia
humana.
La salvación no es un proyecto individual, sino comunitario. Toda la historia de la
salvación, desde la llamada del pueblo de Israel hasta la elección de los doce apóstoles,
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es un proyecto hacia la unidad. «Que todos sean una sola cosa; como tú, Padre, estás en
mí y yo en ti, que también ellos sean una sola cosa en nosotros […]Yo en ellos y tú en
mí, para que sean perfectos en la unidad» (Jn 17,21-23).
Se colabora en el proyecto tratando de construir comunidad, actuando en unidad de
intenciones con cuantos se sienten motivados a promover el Reino de Dios en el mundo
de la salud. La meta de la unidad exige el compromiso de armonizar creativamente los
dones de cada uno para ponerlos al servicio de Dios y del bien común. El agente de
pastoral que hace suyas las, actitudes de Cristo, modeló de buen pastor, y las pp
práctica, se convierte en icono viviente de la compasión
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TEMA 1. EL ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL
Uno de los temas más complejos de abordar en las sociedades contemporáneas es el
del acompañamiento espiritual a las personas. En ocasiones, tenemos la sensación de
que no disponemos de las condiciones idóneas para realizar dicho acompañamiento, que
el entorno y la celeridad de la vida cotidiana hacen prácticamente imposible el ejercicio
de acompañar y, sin embargo, el acompañamiento es una necesidad, máxime cuando
uno atraviesa circunstancias difíciles, momentos de intensa fragilidad vital.
Acompañar
Acompañar viene del latín cum-panis Su significado tiene relación simbólica con lo
que podríamos expresar así: “comer pan juntos”. En el Diccionario de uso del español de
María Moliner leemos: “es también una de las distintas palabras derivadas del latín vulgar
companio, onis y compania, las cuales proceden de panis-is, pan; con el significado de
comer el pan juntos. Es también válido definirlo como “ir con alguien”
Entre las acepciones del Diccionario de la Real Academia de la Lengua sobre el
significado de “acompañar” podíamos fijarnos en dos de ellas: acompañar significa “estar
o ir en compañía de otro”, también “participar en los sentimientos de otro”,
intercambiar sentimientos, deseos, preocupaciones, esperanzas.
El acompañamiento espiritual
Es acompañar a las personas en el camino de sus vidas ayudándolas a descubrir en
ellas la presencia de Dios. Es pues un servicio de misericordia y esperanza, de
acogida y animación que realiza la Iglesia, como expresión de su misión.
Por tanto lo que se plantea en el acompañamiento es el itinerario que precisa
seguir el ser humano creyente para que se encuentre con Jesús de Nazaret y se ponga
en actitud de continuar su misión. Lograr que la vida de un cristiano se configure con
Cristo.
Tradicionalmente al referirse al acompañamiento, se ha hablado de dirección
espiritual. A lo largo de la historia se fue abriendo el concepto y se habló de psicoespìritual o acompañamiento espiritual en el que se tenía en cuenta la dimensión
psicológica. Una posterior evolución toma en consideración la historia de la persona, su
dimensión biográfica, pues en ella tiene lugar el encuentro con el Dios de Jesucristo. Al
acoger y acompañar todo lo que acontece en la persona seremos capaces de ir
construyendo una historia nueva.
El acompañamiento espiritual al enfermo
Hay algo que hace que el acompañamiento tenga aquí un matiz especial. Se trata de
acompañar al ser humano en su caminar, pero marcado por la enfermedad y en situación
de necesidad, en un mundo secularizado y a una persona no necesariamente creyente.
Desde el plano espiritual entendemos que el fin del acompañamiento consiste en
detectar las necesidades e intentar caminar con la persona en la satisfacción de las
mismas. Se trata de intentar eliminar el sufrimiento innecesario, luchar contra el
sufrimiento injusto y evitable, mitigar en lo posible el sufrimiento inevitable, asumir el
sufrimiento que no se puede superar en actitud sana. Es decir, se trata de acompañar al
enfermar a vivir de manera apropiada –no expropiada por el ayudante–, es decir, en clave
de relación sana consigo mismo, con los demás, con el mundo y –para el creyente– con
Dios, manteniendo en todo lo posible el protagonismo y la responsabilidad.
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No se trata, pues, de lo que tradicionalmente se conoce como “dirección espiritual”,
sino de acogen cuanto de espiritual se da cita en el acompañamiento al enfermo. El
Acompañamiento espiritual al enfermo consiste, pues, en el ace4rcamiento al sufriente
realizado “en el nombre del Señor” (Hch 3,6, 4,10; 16,18) Todo ello supone presencia
acogedora, escucha, diálogo, empatía. Acompañar en los sentimientos y esperanzas del
otro pasa entonces por hacer un camino con el otro, en nuestro caso, con el enfermo,
yendo a su ritmo.
Algunas tendencias a evitar
Acompañar significa disponerse a entrar en la tierra sagrada del enfermo
“descalzos”, libres de algunas tendencias más o menos arraigadas como:
- la de moralizar sobre lo que el enfermo dice, siente, hace, etc.;
- la de responder con frases hechas y consuelos baratos: “otros están peor”, “hay
que animarse”, “con el tiempo todo se cura”, etc.;
- la tendenia a investigar o a llenar la visita de preguntas;
- la tendencia a decir al otro lo que tiene que hacer, sentir o pensar: “no te
preocupes”, “no estés triste”, “no te desanimes”, “tienes que…”, etc;
- la tendencia a decir aquello que uno mismo no cree: “todo irá bien”, etc.
Algunas metas a conseguir
Acompañar al enfermo entraña algunas características importantes, que son, también,
metas a conseguir. Supone:
 asumir, “hacerse cargo” de la experiencia ajena
 acoger en uno mismo el sufrimiento del prójimo
 preocuparse por todo sin preocupar;
 conmoverse ante el otro sin compadecer;
 aguantar sus rarezas sin incomodarse;
 hacerle el bien sin crear dependencias;
 infundir ánimo, fuerza y esperanza;
 estar disponible sin disponer;
 recorrer el incierto camino espiritual de cada persona, con la confianza de que la
compañía sana (que significa también “saber no estar”), ayuda a superar la
soledad, genera comunión y salud en el sentido global, integral. mostrarle
cercanía, confianza y amor.
El que acompaña no dirige, sino que camina al lado; no impone, sino que insinúa; no
aconseja, sino que discierne en común. Quien sabe acompañar genera salud. Consigue,
con su discreta presencia, un mayor bienestar, una mayor estabilidad emocional, una
compañía para compartir las preguntas por el sentido, las inquietudes y malos
momentos que conlleva la enfermedad. Quien sabe acompañar mata la soledad con su
delicada presencia, se pone junto al prójimo, se acomoda a su perspectiva con todos los
sentidos en clave de servicio.
Para pensar
La vida se parece a un viaje que hacemos entusiasmados o dubitativos, solos o en
compañía. El paso puede de pronto volverse lento y necesitamos que alguien esté a
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nuestro lado y nos coja de la mano, sobre todo que nos dé la seguridad de una
presencia.
La enfermedad, con el sufrimienro que la acompaña y los miedos que evoca, es
con frecuencia una experiencia de desconcierto y soledad. Sin haberlo planeado, nos
sentimos extraños a nosotros mismos, sin referencias, inseguros. La presencia de los
que nos quieren o de quien, por diversas razones, nos asiste y nos cura puede ser
signo de una adhesión que creíamos haber perdido, de una relación que armoniza las
partes de nuestro cuerpo y los fragmentos de nuestra vida, de un apoyo a nuestra
esperanza a lo largo de nuestro caminar.
Quien nos quiere o se interesa por nosotros puede estar a nuestro lado, a nuestra
disposición, para evitar que nos ahoguemos o para ofrecernos el precioso tesoro de
una proximidad que cura, que ama, que consuela.
A veces no sucede así. Quien debería estar junto a nosotros se aleja y quien se acerca
tal vez provoca una gran distancia con su relación. Tal vez porque el mismo se siente
reflejado en nosotros y rechaza, en nuestro dolor y en nuestra enfermedad, su propio
dolor y su vulnerabilidad. Quizá porque tiene miedo. Tal vez porque quisiera ayudarnos
y no sabe cómo.
[…] Al lado del enfermo nos descubriremos mutuamente como excelentes
compañeros de viaje. Y al despedirnos nos daremos cuenta de lo estupendos que
han sido nuestro diálogo, el tiempo que nos hemos dedicado y nuestro caminar
juntos.
Luciano Sandrin
Sandrín Luciano; Compañeros de viaje. El enfermo y su cuidador; San Pablo 2001
Cuestionario
- Reflexionar sobre las características principales del acompañamiento
realizado con los enfermos. ¿Está centrado en sus necesidades o, a veces,
en las del que acompaña?
- En qué medida al acompañar a los enfermos nos “hacemos cargo” de sus
sufrimientos? ¿Hasta dónde ese “hacerse cargo” es saludable para el que
sufre y para el acompañante?
- El estilo no directivo de acompañamiento comporta evitar dar consejos en
tono paternalista. ¿Es así nuestro estilo de acompañamiento?
Compromiso
Para orar
BIENAVENTURANZAS
DEL QUE ACOMPAÑA AL ENFERMO
Bienaventurado el que con su silencio
Sabe llegar al enfermo.
Bienaventurado el que hace de la amabilidad
la mejor de sus técnicas.
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Bienaventurado el que sabe gastar su tiempo
con los que sufren
Bienaventurado el que comunica al enfermo
gozo y esperanza.
Bienaventurado el que permanece junto al enfermo
compartiendo su fe, su esperanza y su amor.
Bienaventurado el que defiende los derechos justos
de los que no tienen voz.
Bienaventurado el que ante el sufrimiento
es capaz de irradiar serenidad.
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TEMA 2. La dimensión espiritual
“Cuando se habla de espiritualidad, hay quienes tienden a considerarla como sinónimo de
pertenencia a una determinada religión. Aunque es verdad que para muchos la
espiritualidad está directamente relacionada con su propia tradición religiosa, para otros no
es así. Actualmente las religiones tradicionales están perdiendo influjo y dominio, mientras
que crece el interés por la espiritualidad y por la búsqueda de la transcendencia. Hay un
elevado número de personas que no conocen ni frecuentan la iglesia, el templo, la
mezquita o la pagoda, pero que poseen una rica espiritualidad”. (A. Pangrazzi)
Fácilmente identificamos la dimensión espiritual con la dimensión religiosa. La dimensión
espiritual es lo más específicamente humano. De ella no podemos renegar, mientras que sí
podemos optar por declararnos no creyentes, no “re-ligarnos” a ningún tipo de fe.
Nos proponemos comprender el significado de la dimensión espiritual para acompañar a
las personas en esta dimensión de la vida durante la enfermedad.
Aproximación al termino espiritual
El termino presenta hoy una gran ambigüedad y aparece como una palabra
extraordinariamente polisémica. “No es una casualidad que la decadencia de la sociedad
materialista tenga como correlato el deseo de espiritualidad”. (R. Inglehardt). Vivimos una
emergencia de lo espiritual en un claro tono sincrético, y a lo sumo en un tono
interreligioso o ecuménico. Es decir, hay una apertura a lo espiritual, pero desde el
sincretismo, desde la unión de tradiciones espirituales distintas.
En las grandes antropologías de corte judeo-cristiano, se contempla el reconocimiento de
una dimensión espiritual en el ser humano que se puede cifrar de maneras muy distintas.
En esta sociedad materialista, aparece, frecuentemente, como una moda que es siempre
frecuente en contextos muy caóticos. El ciudadano de un mundo invertebrado parece tener
necesidad de recogimiento y de reencuentro consigo mismo. La emergencia de lo espiritual
tiene que ver con la crisis del pensamiento utópico y la percepción del mundo como un
todo caótico.
En nuestra cultura occidental, el espíritu se define como “ser inmaterial y dotado de razón”
y también como “alma racional”. En la antigüedad el filósofo Aristóteles lo entendía así:
“Aquello por lo que nosotros vivimos, sentimos y ante todo pensamos” (Del alma, 414
a,12).
En la Biblia, al igual que el alma, el espíritu del hombre designa a la persona en su más
secreta intimidad o en su totalidad. A diferencia del animal, el hombre es creado “a imagen
de Dios” (Gn 1,27); tiene una dimensión material y una dimensión espiritual: “Dios formó
al hombre del polvo de la tierra, y le infundió aliento de vida, y fue así el hombre ser
animado” (Gn 2,7).
Dimensión específicamente humana
El ser humano está dotado de una dimensión espiritual que lo diferencia de los otros seres
de la creación y lo abre a la trascendencia . La dimensión espiritual es algo específicamente
humano, seamos creyentes o no. La experiencia de la enfermedad hace que surjan
preguntas sobre el sentido de la vida, del sufrimiento y de la muerte, y que el mundo de los
valores sea interpelado.
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La OMS dice que la dimensión espiritual “se refiere a aquellos aspectos de la vida humana
que tienen que ver con experiencias que trascienden los fenómenos sensoriales. No es lo
mismo que religioso, aunque para muchos la dimensión espiritual incluye un componente
religioso; se percibe vinculado con el significado y el propósito y, al final de la vida con la
necesidad de perdón, reconciliación o afirmación de los valores”.
Para Cecily Saunders la dimensión espiritual “es todo el campo del pensamiento que
concierne a los valores morales a lo largo de toda la vida. Recuerdos, sentimientos de
culpa, búsqueda de lo prioritario, apetencia de lo verdadero y valioso, rencor por lo
injusto, sentimiento de vacío… pueden ser el negativo de la foto espiritual”. De
esta
manera, el positivo, el núcleo de lo espiritual se experimentaría en forma de paz, de bien,
de valor, de verdad, de justicia, de plenitud…
P.W. Speck, por su parte, entiende la espiritualidad desde tres dimensiones: la capacidad
de trascender lo material, el mundo de los fines y valores últimos y el significado
existencial que todo ser humano busca.
La dimensión espiritual y la dimensión religiosa, íntimamente relacionadas e incluyentes,
no son necesariamente coincidentes entre sí. Son diferentes, pero siempre
complementarias. La dimensión espiritual es más vasta. Abarca, como elementos
fundamentales, el mundo de los valores, la pregunta por el sentido último de las cosas, las
opciones fundamentales de la vida y las experiencias.
Cuando los valores, las opciones fundamentales, las preguntas por el sentido, cristalizan
en una relación con Dios, dentro del grupo al que pertenece como creyente y en sintonía
con modos concretos de expresar la fe y las relaciones, entonces hablamos de dimensión
religiosa.
Algunas pistas
La dimensión espiritual es, pues, más amplia que la religiosa. En el acompañamiento al
enfermo, esta dimensión tiene gran importancia. Veamos algunas pistas para cultivar la
dimensión espiritual de la persona enferma:

Nos define y nos une por encima de las creencias.

Nos hace reconocernos deseosos de trascendencia, buscadores de sentido,
buscadores del bien y de la hondura de nuestra condición.

La experiencia de la enfermedad hace que surjan preguntas sobre el sentido de la
vida, del sufrimiento, de la muerte…Hace que el mundo de los valores sea
interpelado.

La dimensión espiritual incluye todo el campo del pensamiento que concierne a los
valores morales a lo largo de toda la vida: recuerdos, sentimientos de culpa,
búsqueda de lo prioritario, apetencia de lo verdadero y valioso, reacción contra lo
injusto, sentimiento de vacío.

El núcleo de lo espiritual se experimentaría en forma de paz, de bien, de valor, de
verdad, de justicia, de plenitud, en la capacidad de trascender lo material, en el
mundo de los fines y valores últimos y en el significado existencial que todo ser
humano busca.
Estamos en el corazón de la dimensión espiritual del ser humano, en el ámbito de lo no
tangible, de lo que supera la dimensión intelectual, de lo que es objeto de experiencia, de
lo que tiene que ver con el misterio de la vida.
13
Se puede encontrar cierta dificultad a la hora de nombrar las necesidades espirituales,
cayendo, con cierta frecuencia, en las necesidades que otros calificarían de psicológicas o
religiosas. La identificación de las específicamente espirituales refleja un modo de
considerar al hombre y comprender a la persona: una visión global, donde se presta
atención al cuerpo, a la dimensión intelectual, a la dimensión emotiva, a la dimensión
relacional o social y a la dimensión espiritual y religiosa. No todo es reductible al ámbito
de la psicología. El misterio de la persona, el mundo de los valores, el sentido último…
reclaman una dimensión específica: la espiritual.
Para pensar
La dimensión espiritual2
En lo íntimo de cada hombre hay un misterioso y profundo anhelo de relacionarse con
Dios y de comprender su presencia en el mundo y en los acontecimientos de la vida.
Pero la fe puede salir herida del impacto con el dolor, y Dios puede terminar en el
banquillo de los acusados.
De este modo, el tiempo de la enfermedad se transforma en una ocasión de búsqueda de
la presencia de Dios, del significado de la vida, del dolor y de la muerte. Cada persona
recorre itinerarios de búsqueda personales y echa mano de recursos diferentes. Uno
encuentra alivio en los recuerdos, y otro en el afecto de los familiares-, uno en el
abandono en manos de la Providencia, y otro en los sacramentos; uno en las palabras, y
otro en el silencio; uno en la protesta, y otro e» la aceptación. El sufrimiento es un
laberinto, cuyo centro o salida debe encontrar cada persona.
La apertura a Dios y a la trascendencia reconcilia con la propia creaturidad y produce
espacios para invocar la ayuda y la protección divinas en el camino de cada día.
La persona camina hacia la plenitud en la medida en que sabe desarrollar e integrar las
diversas dimensiones de su propio ser. De ahí que la relación de ayuda sea sanadora en
la medida en que quien la practica esté atento a la globalidad, es decir, en la medida en
que sea sensible a Ías xozoBras o a los sufrimientos de] cuerpo, acoja las
preocupaciones de la mente y las necesidades del corazón y valore las responsabilidades
sociales y los recursos espirituales del enfermo.
Cuestionario
2
-
Releer las definiciones de “espiritualidad” y reflexionar sobre ellas
individualmente o en grupo: ¿Qué nos aportan para la reflexión sobre el
acompañamiento a las personas enfermas y dependientes?
-
¿Cómo vivimos la dimensión espiritual: de manera encarnada, desencarnada,
próxima a la experiencia de la cotidianidad de la vida o distante de ella?
-
Algunas pistas para cultivar la dimensión espiritual de la persona enferma.
PANGRAZZI,A.: “Girasoles junto a sauces”. En diálogo con los enfermos, Santander, Sal Terrae, 2000. pg.
206-214
14
Compromiso
Para orar
MIEDOS, DUDAS, TEMORES
Señor, te ofrezco mis miedos,
mis dudas, mis angustias,
mi depresión, mis problemas morales,
mis dudas existenciales.
Que tu Espíritu me ilumine.
Señor, te presento
mis preocupaciones de cada día,
a las que doy mil vueltas
cuando apago la luz y me acuesto.
Que tu Espíritu disipe mi mente
de tantas preocupaciones
que no tienen importancia.
Que tu Espíritu me haga salir
de este mundo deprimente de mis sueños,
de mis miedos, temores y dudas.
Necesito valor, Señor.
Necesito tu ayuda.
Necesito oirte decir: “Soy yo. No temas”.
Necesito que alguien
iluminado por tu Espíritu,
guiado por tu amor,
salga a mi camino,
me acompañe y se solidarice conmigo
y me ilumine con tu Verdad y me de paz.
15
TEMA 3. Necesidades espirituales en la enfermedad
Necesidad, es un termino ambiguo. Normalmente, un objeto cuya ausencia o no
satisfacción lleva consigo un sufrimiento, y puede que una amenaza vital. Ejp.: carencia
de comida, bebida.... Si se satisface la necesidad cesa el sufrimiento.
La enfermedad, que afecta a la persona en su totalidad, suscita la experiencia de la
propia limitación y fragilidad y marca y moldea siempre su vida, modifica su mundo
relacional y le convierte en un ser necesitado, biológica, psicológica, social y
espiritualmente.
Desde el plano espiritual, entendemos que el fin del acompañamiento consiste en
detectar las necesidades e intentar favorecer con la persona su satisfacción. Se trata de
intentar eliminar el sufrimiento innecesario, luchar contra el sufrimiento injusto y evitable,
mitigar en lo posible el sufrimiento inevitable, asumir el sufrimiento que no se puede
superar en actitud sana. Es decir, se trata de acompañar a vivir la propia limitación de
manera apropiada -no expropiada por el ayudante-, es decir, en clave de relación sana
consigo mismo, con los demás, con el mundo y -para el creyente- con Dios, manteniendo
en todo lo posible el protagonismo.
No es fácil hacer una clasificación de las necesidades del ser humano. Una de las
clasificaciones más conocidas es la pirámide de Maslow. J.H. Thieffrey hace una
clasificación sobre las Necesidades espirituales del Enfermo Terminal. F. Torralba
enumera doce necesidades de tipo espiritual.
1. Necesidad de ser reconocido como persona
La enfermedad impone su ley a través de una serie de síntomas –fiebre, fatiga,
entumecimiento...– y resquebraja la unidad y la identidad de la persona. El yo no se
reconoce ante el espejo y busca en la mirada del otro la seguridad de ser reconocido.
Si ha de ingresar en el hospital fácilmente puede experimentar el sentimiento de estar
despersonalizado. En el exterior era alguien, en el hospital se siente un numero por su
enfermedad, su forma de vestir, su planta... Está privado de sus valores sociales, de sus
responsabilidades y de sus compromisos. Siente, pues, amenazada su identidad y
avivada su soledad.
Ser reconocido como persona es sentir que no hay dos personas iguales, que a pesar de
la enfermedad, es único, y necesita ser nombrado y valorado por lo que ha sido su vida,
ser mirado con aprecio, vigilando la estética de un cuerpo que se degrada, para
testimoniar el respeto que se le da es una buena forma de luchar contra el desprecio que
el enfermo podría tener, lo cual estimula y apoya el deseo de vivir.
Se trata, por tanto, de poder ser uno mismo, sin reprobación, de encontrar la libertad de
expresar sus actitudes, sus aprehensiones, su pena, su miedo, sus dificultades. El
enfermo se verá reconocido como persona cuando es llamado por su nombre, amado en
sus diferencias y respetado en sus decisiones.
2. Necesidades de releer la propia vida
16
La enfermedad coloca a la persona delante de su propia vida cuestionándola y necesita
volver a leer la vida. Esta relectura tiene su ritmo, será cuestión de horas, semanas o
meses, pero el enfermo tiende de nuevo a vivir su vida, a volvérsela a apropiar en todo.
Es un pensamiento que puede ser desechado por algunos, pero para otros, este relato
tiene una función clarificadora encadenando los acontecimientos de la vida; procura
mirar su pasado con un trayecto, trata de redescubrirse como sujeto a través de cierta
continuidad y coherencia de los diferentes momentos y actividades de su vida. Siente la
necesidad de que su palabra sea escuchada, atendida. Martine Douillet, recuerda la
necesidad de hablar de su vida pasada, de lo positivo realizado y del deseo de ser
reconocido en lo mejor de sí mismo.
3. La búsqueda de sentido
Sentir la vida amenazada pone a cada uno frente a lo esencial en un intento de encontrar
sentido a la propia existencia, a la historia personal. Ante la pregunta por el sentido de la
propia existencia, no se trata de buscar culpables, o sentirse culpables. “Para afrontar las
cosas de forma más constructiva habrá que seguir un camino diferente e intentar, en
primer lugar, reafirmar, confirmar las opciones fundamentales que han guiado
moralmente una vida humana”. Se trata de encontrar actitudes que nos den seguridad.
Encontrar con serenidad la unidad de la vida, evita ese “sufrimiento apagado” que hace
del paciente persona resentida con un malestar indefinible a causa de la incomprensión
de lo que ha sido su vida.
4. Liberarse de la culpabilidad
Hay un sentimiento de culpabilidad que es doble. Por una parte, se intenta dar una
explicación al mal, una respuesta a tanto “por qué” como una expiación de su vida
pasada, aun cuando en ella no haya ningún comportamiento que pueda desencadenar tal
castigo, o al menos no haya sido identificado: ¿qué he hecho yo para merecer esto? Esta
actitud puede engendrar lo que E. Kübler-Ross llama el regateo.
Por otra parte, cuando la vida ha estado fuertemente vinculada a un ideal, se da el
sentimiento de no haber sido fiel a ese ideal, es el aspecto negativo de una adhesión a
valores, a reglas morales que mantenemos a pesar de que nos juzguen. “En el momento
mismo que nuestra culpabilidad nos descalifica, la adhesión a valores nos revaloriza al
mismo tiempo que nos juzga”. El enfermo necesita volver a confiar en sí mismo, abrirse
al perdón para mantener la esperanza, ser capaz de afirmar que el hombre es mucho más
de lo que hace y que la culpabilidad no puede envolver en hipocresía una opción
fundamental. Aún hay tiempo para retomar la vida en positivo.
5. Deseo de reconciliación
No se trata de rumiar las penas, sino de mirar al pasado y abrirse a la posibilidad de
verlo con ojos nuevos, de vivir la experiencia de decirse a sí mismos lo que vivieron,
mal o bien. Es la necesidad de experimentar el perdón recibido y ofrecido, pues, “nunca
es demasiado tarde para rechazar, negar o alejar de nosotros el mal que hemos hecho.
Para ello hay que creer en la posibilidad del bien, y por tanto, beneficiarse del perdón de
alguna parte, de una confianza que no puede venir más que de los demás”. Se necesita
una experiencia reconciliadora: reconciliado consigo mismo, agradecido a la vida, en
paz con sus seres queridos, en paz con Dios... Hay miradas, sonrisas, manos colocadas
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con ternura sobre la frente o una palabra serena que caerán como bálsamo en la herida y
el enfermo los sentirá como la fuente de cierta reaceptación de sí mismo.
6. Necesidad de continuidad
El hombre nace y vive con sed de eternidad y en la fragilidad de la vida siente la
necesidad de saber cómo va a poder sobrevivirse a sí mismo y a prolongarse en los
demás. Puede que sea una necesidad que aparece con distintas manifestaciones, pero
con ese denominador común de continuidad.
Quien intuye que va a encontrarse solo, mastica ya la soledad y se plantea dónde queda
todo lo que ha hecho. Su conducta puede ser desconcertante, pues mientras a él se le
para la vida, los otros siguen viviendo. Se siente aislado de ese todo que continúa, y se
plantea, si aislado en el espacio, lo estará también en el tiempo, como si su vida no
hubiese sido más que un paréntesis en un periodo histórico al que él hubiera quedado
totalmente ajeno.

Encontrar sentido a la solidaridad. El sentimiento de estar en comunión, de ser
parte de un todo, de un grupo, le abre a una dimensión más amplia; todos los planes
que él no puede realizar, otros los realizan ante sus ojos de paciente; no sentirá
envidia de los otros, sino que se alegrará con ellos y gozará en ellos ante tantas
cosas buenas que hacen y que él ya no puede realizar.
La vida se le va, pero la historia sigue y aunque los cambios son rápidos y profundos,
necesita saber que otros van a continuar la realización de aquellos valores por los
que él ha luchado en la vida: la fraternidad, la solidaridad, la justicia, el respeto a los
demás... Se trata de asegurar una presencia capaz de recoger el relevo de su vida, la
palabra pronunciada desde su interioridad como un legado de su experiencia y
hacernos depositarios y portadores de toda su riqueza humana para un futuro que él
espera mejor.
Es un sentimiento de solidaridad que va más allá de los límites familiares y, aunque
la familia siempre puede ser, debe ser o es, punto de apoyo y fuente de recursos, nos
lleva a tener una perspectiva con horizontes más amplios, como el grupo de amigos,
un partido político, círculos de discusión, una Iglesia... Se trata de encontrar un
“nosotros” sólido que resista a la misma muerte, pues en el planteamiento de la
continuidad, si este se encuentra, el paciente vive cierta serenidad.

Dominar la pena de la separación de las personas cercanas. Junto al sentimiento de
solidaridad y continuidad de la historia humana, se encuentra el dominar la pena de
la separación de las personas cercanas. Pena de dejar a los que se ama y miedo por
la pena y tristeza que tendrán cuando ya no esté con ellos. El sufrimiento por la
ruptura afectiva es sentido tanto por el que se va como por los que quedan. Aquí
tendría toda su importancia la elaboración del duelo –dolor– y del luto –llanto–,
comprendiendo que son el precio a pagar por el amor vivido. Se trata de la calidad
de la relación, del amor y de la amistad que allí se está viviendo; enfrentarse a la
posibilidad de reunir todas las experiencias y separaciones vividas y más o menos
superadas y conseguir cierta autonomía afectiva, para que sea plenamente él mismo
quien se enfrenta a la muerte y se intuya una superación de la pena, pues en ellos se
da una relación amorosa que comunica la riqueza de cada uno con toda su verdad
para construir la fuerza que haga frente a la separación.
18

Creer en la continuidad de la historia humana y en el más allá como apertura a la
trascendencia. Este deseo de continuidad, por último, reclama la necesidad de
colocar su vida en un más allá de sí mismo, en el deseo de que haya algo después de
la muerte, y lo cierto es que suele estar acompañado de muchas dudas, incluso entre
los creyentes, en cuanto a la realidad de esa vida en el más allá. Es el deseo de una
vida eterna que todos buscamos, creyentes o no” , pues “el deseo de eternidad es
simplemente la consciencia de nuestra naturaleza espiritual liberada de todo cuanto
la ocultaba”.
Para pensar
"Hay preguntas que no se plantean para ser contestadas, sino para que ellas
interroguen a la persona que las plantea. Le alertarán sobre incertidumbres,
incógnitas y misterios que -acompañantes inseparables y huéspedes familiares de la
vida de cada día- alberga oficiosamente en su casa. Versan sobre realidades normales
y sabidas, como la salud y la enfermedad, el bienestar y el sufrimiento, la satisfacción
y la decepción, la esperanza y la desesperanza, el bien y el mal, la vida y la muerte. El
hombre va zigzagueando por la vida entre esas polaridades, intentando encontrar el
equilibrio sobre la "y" en que ambas se dan la mano. (...) Las preguntas existenciales,
vitales y trascendentes no son para ser contestadas, sino para ser vividas. Una
respuesta objetiva, universal, definitiva, nadie puede esperarla: sería pretenciosa y
vulgar, vana y deshumanizadora. La duda y la pregunta, la incógnita y el misterio, el
temor y la esperanza son ingredientes irrenunciables de la vida humana. (...) Nos
interesa su arte de plantearlas, su talante para asumirlas, su sabiduría para vivirlas
con temor y respeto. Es quizá el modo mejor de humanizarlas y de que ellas nos
humanicen".3
El poeta Rocki escribía: "Sé paciente con todo lo que queda sin resolver en tu
corazón. Trata de amar tus mismas preguntas. No busques las respuestas que no se
pueden dar, porque no serás capaz de vivirlas. Vive tus preguntas porque tal vez, sin
notarlo, estás elaborando gradualmente las respuestas".4
Cuestionario
-
-
Las necesidades espirituales del enfermo se pueden expresar de diferente
manera. A la vista de cuanto leído sobre esto, hacer una lista de necesidades
formuladas con frases cortas.
Reflexionar sobre cómo experimentan las personas no creyentes las
necesidades espirituales en el tiempo de la enfermedad.
Identificar las necesidades espirituales más frecuentemente detectadas en la
relación con los enfermos y las más difíciles de acompañar, así como algunas
posibles claves para mejorar el acompañamiento.
3
GONZALEZ NUÑEZ A., "Antes que el cántaro se rompa. Sobre la salud, la enfermedad, la muerte y la vida",
Madrid, San Pablo, 1993, p. 9-11.
4
Citado por PANGRAZZI A., "La pérdida de un ser querido", Madrid, Paulinas, 1993, p. 107.
19
Compromiso
Para orar
NO PASES DE LEJOS
Señor, no quiero pasar de lejos
ante el hombre herido
en el camino de la vida.
Quiero acercarme
y contagiarme de compasión
para expresar tu ternura,
para ofrecerle el aceite que cura las heridas
y da salud integral, la salvación.
Ven, Buen Samaritano,
y haz que tenga
tus mismos sentimientos
y comportamientos.
Que sea libre en todo momento
en mi trabajo pastoral
en el mundo de la salud y de la enfermedad.
Que me entregue como Tú.
Que sirva como Tú.
Que sea fiel como Tú
a la misión que me has confiado
en este mundo
de la salud y de la enfermedad.
Que ore en todo momento
como Tú, Buen Samaritano. Amén.
20
Icono bíblico del «Buen Samaritano» (Lc 10, 30-37)
A dos mil años de distancia, esta parábola mantiene su actualidad y fuerza inspiradora.
Recorramos la relación de ayuda realizada por el Buen Samaritano delineando seis
connotaciones trazadas por él que nos sirven como referencias concretas para la
actividad pastoral.
– Primera connotación: el ser conscientes, “al verle”
Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de salteadores, que, después
de despojarle y golpearle, se fueron dejándole medio muerto. Casualmente, bajaba por
aquel camino un sacerdote y, al verle dio un rodeo. De igual modo, un levita que
pasaba por aquel sitio le vió y dio un rodeo. Pero un samaritano que iba de camino
llegó a él y al verle tuvo compasión.
Los tres protagonistas de la narración “ven” al desventurado, pero cada uno lo mira con
ojos y corazones diferentes. El sacerdote y el levita, condicionados por el papel
religioso de una concepción vertical de la relacional con Dios, por las prescripciones de
la ley y de las expectativas culturales “dieron un rodeo”, mientras que el Samaritano se
detiene, guiado por las razones del corazón.
– Segunda connotación: la compasión, “tuvo compasión”
El Samaritano conjuga la convicción externa del ver con una respuesta interior, se deja
conmover e interrogar por lo que ve.
La compasión, del latín “cum pasión” = sufrir con, no es hecha ni de piedad ni de
superioridad, sino que es un dejarse tocar por las heridas de los demás.
La relacional de una ayuda eficaz se basa en el desarrollo de actitudes interiores como la
compasión, la sensibilidad y la estimulación para orientar e inspirar la acción.
– Tercera connotación: la cercanía, “llegó a él”
No es suficiente advertir el estremecimiento del corazón ante las imágenes que turban e
interrogan; la sensibilidad interior sin la acción externa permanece estéril y mortificada.
Acercarse significa romper las barreras geográficas o culturales para hacerse prójimo;
acercarse es algo particularmente critico frente a aquellas personas con patologías que, a
veces, provocan fastidio o rechazo en los agentes sanitarios, como: los drogadictos, los
enfermos mentales, seropositivos y los afectos de SIDA, los moribundos.
– Cuarta connotación: el cuidado, “vendó sus heridas echando en ellas aceite y vino”
El Samaritano no llega a la escena con las manos vacías, sino lleva consigo los recursos
que la prudencia y el buen sentido le sugieren.
Vendar las heridas, hoy, significa ofrecer acogida a quien está en el dolor, a través de la
gentileza y de gestos que encarnan la bondad; echar el aceite de la esperanza y el vino
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de la consolación, simbolizan el acto de curar las llagas físicas y morales de los que
sufren.
– Quinta connotación: el acompañamiento, “y montándole sobre su propia
cabalgadura, le llevó a una posada y cuidó de el”
Después de haber interrumpido su viaje para socorrer al desventurado, el Samaritano
enfrenta la situación de emergencia, lo acompaña a una posada y vela junto a él toda la
noche.
Acompañar es recorrer un trecho de camino con quien se siente solo y descorazonado,
con quien está tentado de rendirse porque está cansado y exasperado. Es hacer propio
este mensaje: “No camines frente a mí, no te podría seguir; no camines detrás de mí, no
podría verte; camina junto a mí y sé amigo mío”.
– Sexta connotación: la colaboración, “Al día siguiente, sacando dos denarios, se los
dio al posadero y dijo: 'Cuida de él y si gastas algo más, te lo pagaré, cuando vuelva”.
Después de haber pagado personalmente los gastos, el Samaritano no pretende hacer
todo por si solo, sino involucra al posadero, en el proyecto de asistencia.
Este es el campo vital en el que obra la pastoral actual. A 20 siglos de distancia, es el
aspecto de la parábola que ha gozado el mayor desarrollo. La posada ha sido sustituida
por millares de estructuras sanitarias: hospitales, centros de emergencia y de
rehabilitación, casas para ancianos, etc. y el posadero ofrece cirujanos, radiólogos,
anestesistas, cardiólogos, enfermeros, técnicos, auxiliares, cada uno con una
competencia específica.
La tragedia del desventurado se repropone a nosotros, hoy, a través de miles de
acontecimientos diferentes y las actitudes del Buen Samaritano encuentran eco en los
gestos de quien se hace próximo del que sufre.
Sigamos ahora. Un encuentro que, por un lado, ilustra los sentimientos y las
preocupaciones de una anciana hospitalizada a raíz de un accidente y, por otro, el aporte
de una voluntaria que le ofrece consolación estando junto a ella.
Diálogo:
E.: Elsa (voluntaria)
R.: Rita (paciente)
La visita es hecha a una señora de 75 años, viuda, atropellada por un automóvil mientras
atravesaba la calle. Me han informado que el chofer, después de haberla atropellado, por
el miedo había escapado. La señora tiene un fémur roto, algunos moretones en la parte
derecha del rostro y del brazo; además, se le ve turbada. El encuentro tiene lugar en la
mañana luego de su hospitalización.
E. 1: Buenos días señora, me llamo Elsa y soy voluntaria en este pabellón. He venido
para saludarla, para desearle que se recupere pronto. ¿Cómo se llama?
R. 1: Teresa (después de un momento de pausa). Me escuche, no he dormido toda la
noche. Incluso el más pequeño movimiento me causaba dolor (con una mueca) ...; cada
vez que he llamado a los enfermeros he tenido que esperar antes de que se presentaran
22
(cerrando los ojos). ¡Por nada esperaba que me sucediera también esto! (con una
expresión de tristeza), ¡Cómo es feo este mundo, ya no se puede más!
E. 1: Creo entender que lo que ha sucedido le ha turbado y está triste por todo lo que le
está ocurriendo.
R.3: ¡Sí! Más pasa el tiempo y es más difícil vivir. Hace ocho años murió mi esposo y
me quedé sola..., no pudimos tener hijos y ahora mi única compañía son mis gatos.
Estoy preocupada porque no hay nadie en casa que les dé de comer. (Después de una
breve pausa)... ¡Ay de ese maldito chofer! Ese desgraciado, ¡nunca lo perdonaré!
¿Cómo se puede atropellar y dejar en el suelo a una anciana como yo? Gente como esta
sería necesario encerrarla en la cárcel.
E. 3: Señora Teresa, su resentimiento hacia quien le ha provocado tanto dolor es
comprensible y ciertamente no se puede perdonar cuando la herida es tan fresca...
R. 3: Perdonar... ¿estamos jugando? A esta clase de gente vienen ganas de matarla.
Ahora lo poco que me queda para vivir llevará las consecuencias de este accidente,
(hace un pequeño movimiento y gime por el dolor). Ah, Dios mío, Dios mío...
(suspirando). Me parece tener espinas plantadas en los costados. (Luego, tratando de
relajarse)... ¡Pobres mis gatos...!
E. 4: Veo que está preocupada por sus gatos, pero ¿no hay nadie que pueda ocuparse de
ellos mientras usted está aquí?
R. 4: Vivo en un condominio y con los vecinos apenas nos vemos. Cada uno vive en su
mundo y está preocupado por sus cosas... nos saludamos a la escapada. Alguien me ha
dejado entender que está fastidiado por la presencia de mis gatos. La única persona con
quien tengo un poco de amistad es otra viuda del piso inferior. De vez en cuando nos
encontramos para charlar un poco, cuando ella no va a ver a sus hijos y nietos.
E. 5: Pues bien, si lo considera oportuno y tiene su número, de teléfono, podría
contactarla para informarle de lo que le ha sucedido. Quizás ella pueda darle de comer a
sus gatitos y quizás podría traerle de casa algo que usted necesite...
R.5: Sí, quizás es una buena idea. Si usted pudiera, me haga el favor de pasar más tarde
porque primero quisiera hablar con el médico y entender cuánto tiempo permaneceré
aquí, para regularme sobre lo que hay que hacer.
E. 6. Sí, está bien. Dentro de poco pasarán los médicos para visitarle y valorarán sus
condiciones. Yo pasaré más tarde, así me dirá si desea que contacte a su vecina de casa.
R. A De acuerdo, señorita, le agradezco por su amabilidad.
E. 7: De nada. Hasta luego.
Breve análisis
La señora Rita, al igual que el desventurado de Jericó, ha sufrido una experiencia
violenta y de abandono. Del diálogo trasluce el dolor y la amargura incluso por otras
pérdidas vividas: la muerte del esposo, la falta de hijos, el clima de anonimato que se
respira en el condominio.
La única compañía son sus gatos que de alguna manera compensan el vacío afectivo que
la circunda. Su preocupación, incluso en la desventura, se dirige a ellos para que no
sufran el hambre y no la priven en el futuro de su preciosa compañía. Un rayo de luz
23
proviene de la relación existente con la viuda del piso inferior, unida con ella por la
experiencia de una pérdida.
La voluntaria se acerca con sensibilidad a este acontecimiento humano haciendo suyas
algunas actitudes del Buen Samaritano: se detiene y echa el aceite de la comprensión y
de la empatía en las heridas de la paciente transmitiéndole cercanía.
No juzga, sino se pone en sintonía con sus sentimientos, sobre todo con el resentimiento
ante quien, con su imprudencia le ha complicado el presente y el futuro. No le hace
sentirse culpable por no saber perdonar, pero le da la posibilidad para desahogar la
amargura y la cólera en la convicción que el perdón, fruto de la gracia de Dios y de la
colaboración humana, tiene necesidad de tiempo para madurar y realizarse.
Ante el desaliento manifestado por Rita, la voluntaria representa una presencia humana
y humanizante. Presencia que sirve de puente, como el Buen Samaritano con el
posadero, con otros recursos comunitarios representados por la vecina de casa, que
puede aliviar la preocupación de Rita ocupándose de los gatos y volviéndose en anillo
de solidaridad.
En su conjunto, la visita de la voluntaria, caracterizada por la escucha y por la sencillez,
es vivida como momento positivo de parte de Rita.
Dolentium Hominum, nº 39 (1998, p. 20ss)
24
TEMA 4. LA RELACION PASTORAL DE AYUDA
La relación concretada en la comunicación interpersonal, es uno de los recursos
privilegiados de los que disponemos para acompañarnos unos a otros en los momentos de
vulnerabilidad. Lo mismo que utilizamos fármacos y tecnología material, también la
relación es tecnología que ayuda si es bien utilizada. Hecha en el nombre del Señor y de la
comunidad cristiana como servicio, la llamamos relación pastoral de ayuda.
La relación de ayuda tiene entre otras dos características propias que nos interesa
conocer para entender bien su función y finalidad:
a. Su origen pastoral. La relación de ayuda nació en las primeras décadas de este
siglo a la sombra de los servidos de asistencia religiosa cristiana —protestante y
católica— en los hospitales norteamericanos, con el fin de prestar atención y ayuda
preferente a la persona del enfermo. Para ello parte del modelo cristiano de asistencia, y
lo enriquece y complementa con los hallazgos de la psicoterapia moderna.
b. Su método. Es una forma de terapia centrada en el enfermo, en el sentido no sólo
de que él sea el objeto de todos los cuidados que se le imparten, sino sobre todo en el
afán de que sea él mismo quien actúe como terapeuta sobre sí mimo. Por eso la relación
de ayuda recibe en los países anglosajones el nombre de pastoral care and counseling,
algo así como asistencia pastoral basada en el consejo.
El proceso de la relación de ayuda
Partiendo de la premisa incuestionable de que cada ser humano —sano o enfermo—
es único e irrepetible, y que posee una intimidad a la que sólo es posible acceder en la
medida en que él consiente en desvelarla ante sí mismo y ante los demás, la relación de
ayuda se basa en la convicción de que no es posible ayudar sin conocer, ni conocer sin
prestar la máxima atención a toda la persona, sobre todo a las manifestaciones exteriores
de su interioridad. El proceso de ayuda, por tanto, deberá consistir en tres etapas a la
inversa:
a. Prestar al enfermo la mayor atención para conocerle.
b. Llegar a conocerle bien, para poder ayudarle.
c. Ayudarle a que aprenda a ayudarse a sí mismo.
No es posible ayudar a nadie en su intimidad sin conocerle. No se puede conocer a
nadie sin prestar la máxima atención a toda su persona a través de las manifestaciones
exteriores de dicha intimidad.
Cualidades y actitudes que requiere la práctica de relación de ayuda:
1. La atención. Es una cualidad que no se improvisa, pues es la disciplina adquirida
por un corazón educado y se expresa sobre todo personalizando una relación
humana. En una sociedad, como la nuestra, donde hay inflación de anonimato y de
actitudes vacías, la atención se dirige al reconocimiento y a la valoración del otro.
25
Se manifiesta en la presentación de los interlocutores y en el esfuerzo por poner al
enfermo en el centro del diálogo.
La atención se cultiva a través del arte de la observación. Quien aprende a
observar el ambiente del enfermo, sus expresiones y comportamientos, sus
actitudes verbales y no verbales, puede recoger detalles e informaciones que
llevan a conocerle mejor. Por ejemplo, sobre la mesilla de noche puede haber un
plato con fruta, una fotografía, un periódico, la Biblia, un rosario; cada uno de
estos objetos representa un camino de valores, un exponente de los intereses de la
persona.
2. El calor humano. Amar y ser amado constituyen dos necesidades absolutas del ser
humano. El calor humano es la energía afectiva que dirigimos hacia el otro y que
recibimos de él. El cauce de esta transmisión es nuestro cuerpo: nuestro rostro,
nuestros ojos, nuestras manos, etc.
En determinadas situaciones las palabras no sirven; al contrario, si se pronuncian,
molestan. Tal ocurre, por ejemplo, cuando una persona ha recibido un diagnóstico
desfavorable o está afligida por un violento dolor físico, o vive una pérdida
imprevista. Son momentos cargados de dramatismo. El sufrimiento exige respeto,
no sermones. Una presencia silenciosa, un gesto de apoyo o de afecto pueden
expresar más que cualquier palabra.
3. La escucha. Escuchar significa ofrecer acogida a las vivencias del otro, dar
espacio a su individualidad e historia personal. El arte de escuchar es difícil:
solemos ser más dados a juzgar las actitudes y estados de ánimo de los demás, que
a aceptarlos y ofrecerles hospitalidad. La necesidad de protagonismo personal es
muy sentida y se puede manifestar en la tendencia a minimizar las preocupaciones
del enfermo, proponer soluciones fáciles, impacientamos con él, dirigirle mensajes
religiosos indiscriminados, o culpabilizarle.
4. La comprensión. La escucha es la llave con que el acompañante abre la puerta a la
comprensión del que sufre: sus penas, sus esperas y esperanzas, sus sentimientos,
sus riquezas. La comprensión proporciona al cuidador la capacidad de ver la vida
desde la perspectiva del otro, porque ha logrado captar su óptica. Se transmite a
través del lenguaje verbal y no verbal.
5. La discreción. En el mundo del sufrimiento no se entra avasallando, sino con
delicadeza. La presencia se ofrece, no se impone. Hay quien agradece su visita, y
quien prefiere estar solo. Quien sabe moverse con tacto y desenvoltura, aprende a
discernir cuáles son las situaciones propicias para acercarse al enfermo, a ser
sensible sin entrometerse, a no divulgar las confidencias recibidas y, con todo ello,
a hacer crecer la confianza del enfermo en su relación con él.
6. La humildad. Está basada en un sano realismo que parte de la conciencia de la
propia limitación en el esfuerzo por poner al enfermo en el centro de su atención y
en la convicción de que su contacto con él puede enseñarle gratuitamente muchas
y muy importantes verdades.
7. No nos creeremos indispensables, ni con el deber de resolverle sus problemas,
sino de convertirnos en compañero de su camino, confortarlo en su espera y ser
portador de alimento y consuelo en los momentos de dolor.
8. La interioridad. Es un espacio escondido en el que fraguan los ideales, el espíritu
personal y de la trascendencia. El impacto del sufrimiento puede descubrir
26
aspectos espirituales que la gente expresa en sus preguntas: ¿Por qué a mi? o en la
búsqueda de Alguien a quien uno trata de dirigirse en medio de su incertidumbre.
Nos acercamos y acompañamos, no para explicar a Dios o defenderle, sino para
estimular la fe de quien busca en el tiempo de la prueba.
9. El respeto. Hoy, más que nunca, el camino de la paz pasa por la aceptación de lo
diverso. El respeto hacia cada persona con la que uno se encuentra es una actitud
que hay que cultivar: es la capacidad de considerar a cada ser humano como una
persona creada a imagen de Dios, con su dignidad y unidad..
10. Tener paciencia es un modo de amar y de curar. A veces corremos el riesgo de
pretender que caminen a nuestro paso, en lugar de adaptarnos al suyo. Si se
lamentan nos molestan, si están tristes nos turban, si repiten la misma historia
varias veces nos irritan. Ayudar a alguien significa tener paciencia con él.
11. La perseverancia. Cada día tiene su repertorio de obstáculos, decepciones,
contratiempos. No se puede crecer sin sufrir. Quien acepta el desafío de la
solidaridad, antes o después se encuentra en situaciones que le ponen a prueba. La
perseverancia requiere coraje, disciplina y buen humor: coraje para superar
cualquier dificultad transitoria, disciplina para mantener la fidelidad al propio
empeño, y buen humor para saber relativizar y desmitificar lo que previamente nos
ha llevado a dramatizar.
La relación de ayuda pastoral es, por tanto, un ministerio. Lejos de concebirla como
un servicio personal, individual, separado de la comunidad, hemos de enmarcarlo en la
iglesia como verdadero servicio. Podríamos decir que es un ministerio de la comunidad
creyente que tiene como fin la curación, la liberación, la reconciliación y el crecimiento
espiritual de la persona. Mediante la comunicación, mediante el diálogo, es como el agente
de pastoral se hace instrumento del Espíritu para realizar un adecuado acompañamiento.
La especificidad del ministerio de la relación pastoral de ayuda viene dada, pues, por
diversos elementos: por sus efectos (el resultado debe ser un crecimiento en las relaciones
interpersonales y con Dios), por su filosofía (reconoce a Dios como último agente del
proceso de curación), por sus instrumentos (se desarrolla en un contexto de ágape), por sus
fuentes (se inspira en la tradición cristiana), por sus agentes (agentes de pastoral que
desarrollan su ministerio en el nombre del Señor y como miembros de la Iglesia), por su
finalidad última (tiende a profundizar la relación con la persona de Dios).
Para pensar
Cuento: Las quejas del mercader
En un país muy lejano vivía un mercader lleno de celo por la causa de Dios. Tanto
era su celo que había vendido toda su hacienda y había comprado a cambio centenares
de libros que le prometían enseñarle a negociar en beneficio de esa causa. Los fue
leyendo uno a uno y se llenó de ideas hermosísimas que consiguió vertebrar en una
poderosa síntesis doctrinal. Elaboró un plan de pastoral y se lanzó a la brecha. Montó
su puesto en un parque público y, subido sobre una silla, se puso a hablar a la gente:
"Hermanos: ha llegado la hora de abandonar toda impostación dialéctica que nos
dificulte el acceso al keriygma. No nos dejemos arredrar por la problemática del círculo
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hermenéutico: tenemos con nosotros al Paráclito como don escatológico, y él puede
guiarnos hacia una exégesis verdaderamente eclesial y ecuménica..."
"¿Mande?, dijo un jubilado poniéndose la mano en la oreja en forma de pantalla,
porque estaba un poco sordo.
"¿De qué habla?", se interesó una joven madre que mecía a su hijo en el cochecito.
"Debe de ser de los del Hare-Krishna, pero es raro, porque no lleva pandero...",
comentó un guarda del parque que estaba acostumbrado a ver de todo.
Una mujer de mediana edad, que venía de la compra, le miró con benevolencia:
"Parece buen chico", pensó. "Lástima que no se entienda lo que dice...", y se alejó
arrastrando su carrito.
Se pararon dos chavales con zapatillas y bolsas de deporte. "Mira", dijo uno, "ése va
de religión". "Passando a tope, colega", dijo el otro. Y siguieron andando.
El mercader lleno de celo por la causa de Dios estaba desanimado: las cosas no
estaban saliendo como habían sido previstas en el plan de pastoral. De modo que acudió
al Señor: "La gente no compra nada", se quejó. "Cada cual va a lo suyo, y a nadie le
interesan tus cosas, Dios mío..."
"Hace tiempo que están convencidos de que las ideas no les sirven para mucho", les
disculpó el Señor. "Pero de verdad que están agobiados y con sed de agua viva..."
El mercader creyó comprender. Vendió los libros y puso un herbolario. Ofreció
tónicos de frutos espirituales, infusiones de moralina, germen de maná liofilizado, pan
bendito integral y parches Sor Virginia.
La gente compraba, pero se hacía un lío con las mezclas de hierbas y no acertaba a
saber muy bien para qué servía cada cosa. Por eso acudía constantemente al mercader a
pedir nuevas recetas. El mercader se impacientó y fue a quejarse al Señor: "La gente
sigue sin comprender, Señor, y yo no puedo pasarme la vida solucionando sus dudas...".
"No han tenido muchas oportunidades de estudiar, ¿sabes?", le dijo el Señor. "Además,
trabajan mucho y tienen poco tiempo para ponerse a descifrar el lenguaje de tus recetas.
Si intentaras..."
El mercader lleno de celo por la causa de Dios le dejó con la palabra en la boca: había
tenido una iluminación repentina. ¡El lenguaje! ¿Cómo no se había dado cuenta antes?
Traspasó el herbolario y decidió dar un nuevo giro a su negocio. Mercaderes de Oriente le
vendieron varitas de incienso, taburetes para meditar, tapices y "cassettes" de relajación.
Mercaderes de Occidente le vendieron montajes audiovisuales, "vídeos", cadenas de
sonido, amplificadores, una batería electrónica y un ordenador. Al mercader ya no le
faltaba ningún detalle para hacer triunfar la causa de Dios. Así que montó una gran carpa
en medio del parque. La gente se agolpaba para entrar, y las gradas de la carpa estaban
siempre llegas. Todos miraban con atención y escuchaban extasiados. A la salida
felicitaban al mercader y se marchaban muy contentos, porque habían participado en un
hermoso espectáculo.
Pero el mercader lleno de celo por la causa de Dios no acababa de estar satisfecho.
Había caído en la cuenta de que a su carpa apenas venían pecadores. Su clientela era
gente buena, gente de toda la vida; pero pecadores, lo que se dice pecadores, venían
poquísimos.
Fue a quejarse al Señor, y el Señor le dijo: "Tendrás que salir a buscarlos. Recuerda el
trabajo que me costó a mí encontrar la oveja que se me había perdido...."
El mercader decidió salir en busca de los pecadores. Había muchísimos más de los
que él creía, y al fin consiguió sentarse a comer con ellos. Sacó sus "cassettes": se
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aburrían. Sacó un montaje: bostezaron. Puso en marcha la megafonía: hablaban entre
ellos. "Son unos pecadores bastante empedernidos", pensó el mercader disgustado. Y se
volvió a su casa abatido.
En la oración de la noche se quejó al Señor: "He hecho lo que he podido, Dios mío; he
seguido tu ejemplo y me he sentado a comer con ellos, pero me he fatigado en vano y he
consumido inútilmente mi tiempo y mis energías..."
El Señor esperó pacientemente a que el mercader acabara su letanía de quejas y,
cuando hubo terminado, le dijo: "Hijo mío, todos esos hermanos tuyos estaban enfermos,
pero tú estabas tan preocupado por mi causa que te has olvidado de preguntarles por sus
heridas.
Cuestionario
 ¿En qué sentido podemos entender la relación pastoral de ayuda como un
ministerio?
 ¿Cuál de las habilidades de la relación pastoral de ayuda nos parece más
importante potenciar en este momento para el acompañamiento espiritual al
que sufre?
 Habitualmente es posible que pongamos la especificidad del acompañamiento
pastoral en otras claves. ¿En cuáles? ¿Qué implicaciones tienen las claves que
aquí se indican?
Compromiso
Para orar
Acoger una vida cerrada
«En el camino, tierra pisada,
encontré una semilla rara,
acerada cáscara brillante,
cerrada sobre sí misma,
hermética defensa, seguro el gesto,
certera la palabra,
todas sus costuras bien selladas.
Para saber quien era
Y hacer vida su secreto estéril,
abandone la curiosidad del niño
que revienta su juguete,
o la del sabio bisturí que disecciona
y aprende de la muerte,
o la pregunta experta
calculada como un lazo
que atrapa el paso confiado.
La enterré en el mejor rincón
de mi jardín sin alambradas,
la dejé abrazada por el misterio de la tierra,
del cariño del sol alegre,
29
y del respeto de la noche.
Y brotó su identidad más escondida.
Verdes hojas primero, temblorosas,
asomándose al borde de la tierra
recién resquebrajada.
Pero al fin se afianzó de vida esperanzada.
Al verla toda ella,
renacida al pleno sol,
con su melena de hojas
a todos los vientos desplegada
supimos al fin quién era
todo su secreto vivo, suyo y libre»
(B. González Buelta)
TEMA 5. LA ESCUCHA QUE SANA
No se puede hacer un verdadero acompañamiento en el sufrimiento sin auténtica
escucha. La escucha no es sólo una habilidad. Es un modo de ser y de estar en el
mundo. Disponerse a escuchar es querer ser fieles a la realidad, a las necesidades del
mundo, de las personas que encontramos, de nosotros mismos. La escucha es un arte y
para escuchar de verdad es necesario comprender su significado y adiestrarse. “La
opción de regalar escucha es una medida de la disponibilidad al servicio y al beneficio del
encuentro.”
Ninguna escuela enseña tanto al hombre, nada le hace tan humano como captar las
expresiones de la vida del otro sin intermediarios, despojándose incluso de las buenas
intenciones de consolar con palabras. Los documentos humanos revelan su secreto sólo a
quienes escuchan y se ponen delante de ellos en silencio y con modestia.
¿Qué es la escucha?
Escuchar es un arte y no es lo mismo que oír. Escuchar comporta prestar atención,
centrarse en la persona del otro, en los significados que las experiencias que vive tienen
para él, sin juzgarlas, sin pretender cambiarlas impulsivamente.
Escuchar supone hacer silencio dentro de sí, interesándose realmente por el otro,
intentando comprender el significado de las palabras y del lenguaje no verbal; poner entre
paréntesis las comunicaciones intrapsíquicas que piden derecho de ciudadanía dentro de
nosotros mismos; supone dejar a un lado nuestra tendencia a responder a todo, queriendo
ofrecer soluciones.
Supone respetar y soportar el silencio, acogiéndolo como un momento precioso de la
comunicación; leyendo en él el mensaje que encierra. Angelo Brusco dice que la escucha
es ciertamente una de las formas más eficaces de respeto..., es una de las “caricias
positivas” más apreciadas por la gente. Cuando uno se siente escuchado, tiene la cálida
percepción de tener valor a los ojos del interlocutor.
30
Cómo se escucha activamente
Se escucha, en primer lugar, con toda la persona. Se escucha mediante el contacto
corporal que, además de ser lenguaje privilegiado para comunicar ternura y fortaleza,
expresa acogida e interés por cuanto el otro está viviendo y da intensidad a la
conversación.
Se escucha con la mirada. Nada tan potente y revelador como la mirada. Es capaz de
reconstruir a una persona y es capaz de destruirla. Comunica interés y afecto si es
transparente; hiere, ofende y destruye si es violenta, indiferente o forzada. Con frecuencia
el primer bien precioso que se le puede ofrecer a una persona es una mirada distinta.
Se escucha con los monosílabos o interjecciones (ah, si, uh...) que nos hacen estar
presentes en el diálogo. Sin interrumpir la exposición del otro, respetándole y dejándole
hablar, respetando incluso su silencio –hay silencios muy elocuentes– Respetar el
silencio en el diálogo significa escucharle y ponerle en el centro del interés.
Se escucha con los oídos atentos a los sentimientos.
Permitir a una persona en crisis retomar momentáneamente trozos de su arqueología
vital, verbalizar un problema, un conflicto, es ya dar un paso en la aclaración de la
propia situación y conlleva en el ayudado la agradable sensación de acogida y
hospitalidad. La conversación de ayuda supone un cierto hospedaje emotivo: el que
sufre encuentra en el que escucha un hospedaje, un “templo”, alguien en el que vivir.
La escucha significa ofrecer acogida a las vivencias del otro, dar espacio a su
individualidad e historia personal. ¡Qué fácil nos resulta juzgar las actitudes y estados
de ánimo de los demás y qué poco aceptamos y ofrecemos hospitalidad!
Obstáculos para la escucha.
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Los propios del ambiente físico: ruidos, formas físicas, etc...
Los del área emocional
Los del área cognitiva o mental: prejuicios morales, primeras impresiones...
El obstáculo de la ansiedad. Preocupado por si mismo: cómo me recibe; cómo
respondo; el miedo a que el otro despierte en mi alguna zona capaz de sangrar
por estar herida.
El obstáculo de la superficialidad. Dificultad de pararse en el problema; se
generaliza; se huye de temas comprometidos.
La tendencia a juzgar e imponer.
La impaciencia, la impulsividad: no dejamos que el otro hable o termine de
hablar. “Tened paciencia mientras hablo, cuando haya hablado os podréis
burlar” (Job 21,2)
El obstáculo de la pasividad: dar siempre la razón.
La tendencia a predicar, proponer pequeños sermones. “¿Hasta cuándo afligiréis
mi alma y a palabras me acribillaréis?” (Job18,2)
Vivir sin escuchar es vivir centrado en sí mismo, cerrado a la realidad del mundo, de
nuestro prójimo, del corazón de quien tenemos delante. Vivir sin escuchar es cerrarse a la
verdad, desencarnarse del mundo y del momento histórico de quien nos rodea.
31
Quien escucha ofrece un templo para que el otro habite y descanse, desahogue sus
preocupaciones, las contemple y pueda discernir sobre ellas y afrontarlas con los recursos
más indicados.
Quien escucha puede tener la sensación de que su aportación es escasa, como si
tuviéramos la obligación de “decir algo”, de solucionar los problemas ajenos o indicar al
otro lo que tiene que hacer, que decir o que pensar para estar bien y superar sus
dificultades.
El que escucha de verdad, apuesta porque el otro encuentre dentro de sí su médico
espiritual interior al hilo del “caminar juntos”. Cuando el otro se siente escuchado, cae en
la cuenta de su propia realidad, la ve más clara, con más orden, con más posibilidad de
intervenir sanamente sobre ella.
Y escuchar sana. Cura la soledad radicalmente: la anula. Si la escucha es auténtica, cura
la soledad interior, libera preocupaciones, conforta y desahoga, genera salud mental,
relacional, emocional, espiritual y por qué no, salud física.
No sólo; sino que el que escucha, en el fondo, se cura también a sí mismo. Se cura de
centrarse en sí mismo; de creerse poseedor de la verdad, de las soluciones para los demás;
se cura de creer que los propios problemas son los más grandes o los únicos; se cura del
egoísmo o de la insolidaridad. Escuchar, en el fondo, sana al que escucha y al que es
escuchado.
Para pensar
"Nos han sido dadas dos orejas, pero sólo una boca
para que podamos oír más y hablar menos". (Zenón de Elea)
"Cuando te pido que me escuches y tú empiezas a darme consejos, no has hecho lo
que te he pedido. Cuando te pido que me escuches y tú empiezas a decirme por qué no
tendría que sentirme así, no respetas mis sentimientos. Cuando te pido que me escuches
y tú sientes el deber de hacer algo para resolver mi problema, no respondes a mis
necesidades. ¡Escúchame! Todo lo que te pido es que me escuches, no que hables, o
que hagas. Sólo que me escuches. Aconsejar es fácil. Pero yo no soy un incapaz.
Quizás esté desanimado o en dificultad, pero no soy un inútil. Cuando tú haces por mí
lo que yo mismo podría hacer y no necesito, no haces más que contribuir a mi
inseguridad. Pero cuando aceptas, simplemente, que lo que siento me pertenece,
aunque sea irracional, entonces no tengo que intentar hacértelo entender, sino empezar
a descubrir lo que hay dentro de mí."5
Cuestionario
-
¿En qué medida siento que escuchar sana y me sana?
Escuchar requiere adiestramiento. ¿Cuáles creo que pueden ser las pistas más
indicadas para aprender realmente este arte o mejorarlo en mí?
5
O'DONNEL R., "La escucha", en PANGRAZZI A., (Ed), "El mosaico de la misericordia", Santander, Sal Terrae,
1989, p. 43.
32
-
A veces creemos que escuchar es poco, como si no prestáramos así ningún
servicio, y entonces tendemos a… ¿Cuáles parecen las tendencias más
habituales cuando nos cuesta escuchar?
Compromiso
Para Orar
BENDICE, SEÑOR
Señor, bendice nuestros oídos
para que sepan oír tu voz
y perciban claramente
el grito de los afligidos;
que sepan quedarse sordos
al ruido inútil y la palabrería,
pero no a las voces que llaman
y piden que les oigan y comprendan
aunque turben nuestra comodidad.
Bendice, Señor, nuestra boca
para que dé testimonio de ti
y no diga nada que hiera o destruya;
que sólo pronuncie palabras que alivian,
que nunca traicione confidencias y secretos,
que consiga despertar sonrisas.
Señor, bendice nuestro corazón
para que sea templo vivo de tu Espíritu
y sepa dar calor y refugio;
que sea generoso en perdonar y comprender
y aprenda a compartir dolor y alegría
con un gran amor.
Sabine Naegeli
TEMA 6. ALGO MAS QUE ESCUCHAR: LA EMPATIA
La escucha es el primer elemento en el que se traduce la empatía. Esta palabra tan
utilizada hoy popularmente, tiene un significado y un sentido bien preciso para el
acompañamiento espiritual al que sufre. No es lo mismo que simpatía o que cordialidad o
sencillamente buena relación o buen entendimiento recíproco. La empatía es la actitud que
traduce en el acompañamiento el misterio de la Encarnación: Dios que entra en nuestra
condición y nos despierta nuestra responsabilidad de construir el Reino. Es una de las
actitudes sobre las que más se insiste hoy en el acompañamiento espiritual.
El concepto de empatía.
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La historia del concepto de empatía es relativamente breve tanto en psicología como en
el ámbito pastoral. Cuando Titchener tradujo la noción de Einfühlung con empathy
sirviéndose del griego empatheia quería subrayar una identificación profunda con otro ser
que le llevara a comprender los sentimientos con los “músculos de la mente”. El desarrollo
del concepto lleva a adquirir una importancia central en el ámbito de las relaciones de
ayuda, de modo particular con C. Rogers.
Como actitud (más que como mera técnica), la empatía lleva al ayudante a intentar
comprender el mundo interior del ayudado, de sus emociones y de los significados que las
experiencias adquieren para él. Los mensajes percibidos por el ayudante encuentran en su
interior un eco o referente que facilita la comprensión, manteniendo la atención centrada
en el ayudado.
Por empatía entendemos, por tanto, la capacidad de comprender los pensamientos,
emociones, significados, del otro. Pero no basta con comprender al otro si uno no es capaz
de transmitírselo. Por consiguiente, hay dos momentos inseparables: un primer instante en
el que el acompañante es capaz de interiorizar la situación emocional del paciente y un
segundo instante en el que le da a entender al paciente esta comprensión. El paciente nos
juzgará empáticos por lo que le diremos, pero más por lo que observe, pero aún más
porque, en efecto seamos comprensivos y tolerantes.
Comprender los puntos de vista de los demás nos permite el acceso a lo que puedan
estar pensando, a cómo consideran y definen una situación, al significado que le dan, a lo
que planean hacer al respecto. Esta clase de comprensión necesita tiempo para
desarrollarse progresivamente y depende del propio nivel de crecimiento cognitivo y de
maduración afectiva, así como también ayuda a lograrla el tener una amplia variedad de
experiencias vitales.
No es menos importante la capacidad de comunicar la comprensión de las necesidades,
significados, sentimientos, de manera verbal y no verbal. Particular relevancia adquiere la
reformulación, que, con la dosis de interpretación de la que inevitablemente irá añadida,
constituye, junto con la escucha activa, el elemento esencial de la dimensión conductual de
la empatía.
Cada vez más se va matizando el concepto de empatía, subrayando la diferencia con la
simpatía, con la que frecuentemente se confunde. El mismo Max Sheler distingue entre
simpatía o “compasión en general”, identificación afectiva e identificación vital. Se
distingue también entre empatía y simpatía o compasión y entre empatía e intuición.
Simpatía sería sentir-con, consentir, mientras que empatía sería sentir-en, sentir-desde
dentro.
Fases de la empatía
Fase de identificación. El ayudante penetra en el campo del otro. El otro lo acapara,
lo conmueve y lo envuelve. Llega a identificarse con él. Es como decirse: “yo en su
lugar tendría las mismas reacciones, obraría de la misma manera”. Es como “meterse
en el pellejo del otro.
Fase de incorporación y repercusión. Es la experiencia del “también yo”
(incorporación) no sé qué decir, experimento ansiedad, “vibro con él”. Prácticamente la
observación del otro se hace observación de uno mismo.
Fase de separación. Es el momento de retirarse de la implicación en el plano de los
sentimientos y de recurrir al plano de la razón y restablecer la distancia social y psíquica
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con serenidad y entereza. Se trata de mantenerse en una distancia amorosa. Retirarse
para no quemarse.
Habrá que tener siempre en cuenta que empatía significa penetración en el mundo de
los sentimientos ajenos permaneciendo uno mismo.
Dificultades de la empatía
Tener una actitud empática significa meterse en el mundo subjetivo del otro
participando en su experiencia como si fuera la nuestra y transmitir al interlocutor la
certeza de que ha sido comprendido.
Esta es una actitud exigente que llega a ser espontánea solo mediante el
adiestramiento, por ello las dificultades son muchas:

Meterse en el punto de vista del otro poniendo entre paréntesis,
momentáneamente, las propias opciones, creencias, gustos..., exige disciplina,
sentido del límite, respeto de la diversidad. Va contra la inclinación natural de
tranquilizar, dar consejos, proponer soluciones inmediatas. Es más fácil juzgar e
interpretar, que comunicar comprensión. Lo que se hace muchas veces es
defenderse de la implicación emotiva.

Si se mete en el pellejo del otro la propia persona queda afectada, se encuentra
con la propia vulnerabilidad. El mayor desafío de la empatía lo constituye el hecho
de que hace vulnerables a los que la practican y susceptibles de verse heridos por la
vivencia del interlocutor.

No conseguir calibrar bien el grado de implicación emotiva, de modo que se pasa
de comprender al otro como si fuera el otro, a la simpatía, es decir, a la
identificación emocional.
En el fondo, la empatía es la actitud que nos indica el grado de implicación
emocional con el sufrimiento ajeno. Se trata de regular bien cuánto nos metemos “en el
pellejo” del otro y cómo somos capaces de separarnos para no quemarnos (burn-out) en
la relación. Los peligros residen tanto en la escasa implicación emocional como en el
exceso de implicación. No implicarse impide la comprensión y no separarse impide la
propia salud psicológica.
Para pensar
CUENTO: El viejo, maestro de empatía
En una granja colectiva de un país lejano había un asno. Era ciertamente un asno
especial, con largas orejas sedosas y grandes ojos brillantes, y todos los niños lo querían
mucho. Por tanto, cuando un día desapareció, todos los niños se preocuparon. El asno
había sido la atracción favorita de la granja infantil. Por las mañanas, los niños
acostumbraban a llegar en grupos de dos o tres, o en grupos más numerosos acompañados
por sus maestros para visitar al asno. Los más pequeños hasta efectuaban cortos paseos
sobre él. Por las tardes, los niños acudían a verlo trayendo a sus padres, para que éstos
también saludaran a Shlomo, el asno. Ahora, sin embargo, el asno no estaba y los niños se
sentían abatidos.
Como la tristeza es algo contagioso, antes de que terminara el día, todos los miembros
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de la granja se habían congregado en el espacioso comedor y, con preocupación en todos
los rostros, discutían tratando de decir qué hacer. Ya habían buscado por todas las partes
Shlomo, el asno, que no aparecía por ningún lado.
En esa misma graja vivía un viejo, padre de uno de los primeros fundadores.
Ultimamente había empezado a dar muestras de senilidad y, a veces, los niños se
burlaban de él abiertamente, aunque los adultos eran un poco más circunspectos. Pues
bien, cuando toda la población de la granja estaba en el nuevo y espacioso salón-comedor
preguntándose qué hacer, entró el viejo tirando de Shlomo, el asno, a sus espaldas.
- Si el júbilo fue grande, el asombro fue todavía mayor. Mientras los niños rodeaban al
asno, los adultos se congregaron alrededor del viejo.
- ¿Cómo es -le preguntaron- que tú, entre todos, hayas encontrado al asno? ¿Cómo lo
hiciste?
Bien. El lector puede imaginarse la incomodidad del viejo, y su placer también, viendo
que era el centro de la atención. Se rascó la calva coronilla, miró al techo y luego al piso,
sonrió y al fin dijo:
- Fue muy sencillo, simplemente me pregunté yo mismo: "Shlomo -porque el viejo
también se llamaba así-, si tú fueras Shlomo, el asno, ¿adónde irías?" Entonces fui, lo
encontré y lo traje de regreso.
Cuestionario
- La palabra “empatía”, clave del acompañamiento espiritual, es muy utilizada.
¿En qué sentido el uso popular se ajusta a su significado más genuino?
- Hay quien tiene dificultad a entrar en el mundo del otro (escuchar) y quien tiene
dificultad para separarse. Reflexionar sobre la propia dificultad experimentada
más intensamente.
- ¿En qué sentido puede relacionarse la empatía con el misterio de la
Encarnación?
Compromiso
Para orar
TU PUEDES ALENTAR AL QUE
CAMINA POR LA ENFERMEDAD
* Si te acercas a él con sinceridad
y entras en su mundo
* Si le acompañas y eres solidario
en sus necesidades.
* Si le escuchas y sintonizas
con sus sentimientos.
* Si evitas las palabras vacías
y las frases hechas.
* Si le permites desahogarse y
manifestar sus sentimientos,
sus rebeldías y sus cansancios.
* Si le das ánimo y ganas de luchar
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con la enfermedad.
* Si rezas por él y con él
cuando lo desea.
Icono bíblico de «Emaús», el recorrido del desconcierto (Le 24: 13-35)
El segundo viaje propone el encuentro de Jesús con los discípulos de Emaús.
Se trata de un encuentro que, por un lado, ilustra la provisoriedad y la precariedad de las
certezas humanas, puestas en evidencia por el desaliento de los discípulos ante la muerte
de Jesús y, por el otro, la importancia de descubrir que no estamos solos en el dolor,
sino que alguien camina a nuestro lado, si es que no somos ciegos o sordos a su
presencia.
Analicemos la narración bíblica para poner de relieve los reflejos pastorales.
– La iniciativa de Jesús
“Mientras ellos conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió con ellos”.
La iniciativa de Jesús permite que la narración de Emaús pase a la historia. Si hubiese
elegido no presentarse a los desconocidos, no habría sucedido nada, mientras que su
acercarse se ha transformado en oportunidad de curación.
También el agente de pastoral ofrece su presencia no requerida a los enfermos,
consciente de que hay alguien a quien no le agrada o no tiene necesidad de este
contacto, así como hay quien lo desea, u otro para quien un encuentro casual despierta
la fe o hace nacer la esperanza o la necesidad de reconciliación.
No hay la posibilidad de relación sin el ofrecimiento de una presencia y no hay
ofrecimiento de presencia sin la capacidad de proponerse, dejando al interlocutor la
libertad de elegir la actitud por asumir.
– Entrar en la parte viva de la historia
“El les dijo: ‘¿De qué discutís entre vosotros mientras vais andando?’”
Jesús debe haber captado la expresión turbada y consternada de los caminantes e
inmediatamente trata de entrar en el meollo del tema y le hace una pregunta para sacar a
la luz su historia interior. La pregunta es el medio para iniciar un coloquio, animar la
reflexión y favorecer la apertura y la comunicación.
El agente de pastoral a menudo inicia sus visitas con una pregunta: “¿Cómo está,
señora?” “¿Cómo reacciona a la terapia?” “¿Ha recuperado un poco de energías durante
la noche?”.
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A veces existe el riesgo de preguntar demasiado y que el coloquio se transforme en
interrogatorio o en curiosidad, en vez de un verdadero encuentro con el otro.
Cuando la pregunta está en sintonía y trata de entender mejor el mundo interior del
enfermo, se vuelve ocasión para una escucha más profunda y permite que el otro narre
su historia.
– Dar voz al dolor
“Ellos se pararon con aire entristecido. Uno de ellos llamado Cleofás les respondió:
‘¿Eres tú el único residente en Jerusalén que no sabe las cosas que en estos días han
pasado en ella?’”
Hay un sentimiento que predomina en esta fase de la narración y es la tristeza. Cleofás
explica al desconocido los motivos de esta tristeza ligada al trágico destino de Jesús,
clavado en una cruz, y a la caída de sus expectativas: “Nosotros esperábamos que sería
él el que iba a librar a Israel”.
Existe otro sentimiento que acompaña al trágico epílogo y es la perplejidad ante el
testimonio de “algunas mujeres de las nuestras nos han sobresaltado, porque fueron de
madrugada al sepulcro y, al no hallar su cuerpo, vinieron diciendo que hasta habían
visto una aparición de Ángeles, que decían que El vivía”.
Esta sección es la parte más larga de la narración: incluye la pena de los discípulos, la
narración del desarrollo dramático de los hechos, la contrariedad por las expectativas
perdidas, la aprehensión ante particulares difíciles por descifrar. Les escucha un
peregrino desconocido que les deja desahogarse, no interrumpe la narración, permite
que den voz al dolor.
El estilo de Jesús sirve como guía para quienes se acercan a los enfermos e invita a
superar las diferentes tentaciones de juzgar lo que el otro dice o prueba, de dar fáciles
consejos, de minimizar o hacer vano el dolor, de culpabilizar a quien se lamenta
poniendo la atención sobre quienes cargan sufrimientos mucho más grandes de sí
mismos, de interrumpir cada vez que el interlocutor toma aliento, de cambiar de tema
llevando la conversación sobre cosas superficiales.
La historia de cada uno, entretejida de expectativas y contratiempos, de ilusiones y
desilusiones, tiene el derecho de ser escuchada. La escucha atenta permite al ayudante
redimensionar su necesidad de colocarse en el centro para dejar que el otro se abra con
su historia, sus límites y sus capacidades.
– La confrontación realista
“El les dijo: '¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los
profetas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?”
A la atenta escucha sigue una confrontación honesta, porque los discípulos de Emaús
son intérpretes de una visión parcial de la verdad, que contempla la espera gloriosa del
Mesías pero se olvida de la vivencia dolorosa.
La confrontación tiene como objetivo abrir la mente y el corazón a la verdad y ampliar
el horizonte de la propia perspectiva para acoger el designio de Dios que salva al
hombre a través de la suprema prueba del don total de sí.
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Jesús no niega que la meta final sea la gloria y la resurrección, pero recupera el pasaje
obligado que es la cruz.
La actitud de los discípulos refleja la de muchos enfermos ilusionados de poder vivir
relativamente tranquilos y no han puesto en su presupuesto sorpresas desagradables,
como tener que enfrentarse al dolor.
El impacto con el sufrimiento, con una diagnosis infausta o una muerte inminente
provoca incredulidad, desconcierto y la sensación de haber sido traicionados: “¿Por qué
justo a mí?” “¿Por qué Dios no se las agarra con los despachadores do droga o las
prostitutas, en vez que con mi familia?” “¿Por qué Dios hace sufrir a los inocentes y no
castiga a los malos?”.
El agente de pastoral choca cotidianamente con una letanía de por qué que ponen a Dios
en el banco de los incriminados. Muchos enfermos protestan porque se consideran
víctimas de situaciones injustas y detrás de su grito existen expectativas que han sido
mortificadas y traicionadas; otros, están turbados porque Dios está en silencio, porque
no contesta, porque no interviene y su silencio provoca preocupación y consternación.
Junto a muchas criaturas heridas que protestan, Dios nos envía para que lo
representemos. No nos pide que lo defendamos, ni que entremos en elaboradas
discusiones teológicas sobre el por qué del dolor, ya que estas no resolverían el
sufrimiento de los protagonistas; lo que nos pide es permanecer al lado del que sufre, así
como María estuvo presente a los pies de la Cruz. María, en su silencio, ha representado
el amor que está presente.
En cada tragedia humana no es tanto la criatura que interroga a Dios, sino el dolor que
obliga a interrogarse al que sufre. Los momentos dolorosos de la vida ponen en claro la
propia visión del mundo, las propias falsas certezas y la ingenuidad. En la confrontación
sufrida con las verdades de la vida, el agente de pastoral no está allí para dar respuestas
que no posee, sino para aliviar el dolor interior de los protagonistas.
El por qué de tantas tragedias sigue siendo un misterio inescrutable. No hay mapas
nítidos y claros que ayuden a entender los significados de las desdichas humanas;
algunas son causadas por la irresponsabilidad, otras son fruto de la imperfección
humana, pero muchas ocurren sin que se pueda identificar un hilo lógico que nos ayude
para comprenderlas o para justificarlas.
El agente de pastoral acompaña a los enfermos haciendo lo posible para que de esta
confrontación se llegue a una reflexión más profunda sobre la vida y, un renovado
camino de fe. Es consciente, asimismo, que la estación del dolor tiene necesidad de
tiempo antes de que se transforme en estación de crecimiento y de esperanza, por esto
acoge el camino de la confusión y del desconcierto como pasaje obligado para la
consecución de la paz interior.
– La catequesis
“Y empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que
había sobre él en todas las Escrituras”.
Jesús pasa de la confrontación a la iluminación de la historia y guía a los discípulos para
que sigan la Sagrada Escritura y comprendan mejor la identidad y la misión de aquel
Jesús en quien habían depositado su fe.
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El profundo conocimiento de las Escrituras manifestada por el misterioso acompañador
ayuda a los viandantes para que contemplen bajo una nueva luz lo que ha sucedido.
El aspecto educativo es vital en la interiorización de una fe, encarnada y pascual. La
catequesis es un instrumento precioso, del que el agente de pastoral puede servirse para
promover el crecimiento humano y espiritual de sus interlocutores.
La catequesis consiste, a veces, en ayudar al enfermo a conocer a Dios y los misterios
de la fe cristiana cuando le ha faltado una verdadera formación religiosa; a veces
significa educarlo a descubrir el significado de la oración y de la Sagrada Escritura; en
otras ocasiones significa prepararlo para recibir los sacramentos; en algunas
circunstancias es buscar juntos el sentido del dolor o recurrir a las virtudes de la fe y de
la esperanza.
La enfermedad es, por su naturaleza, una ocasión fecunda para la reflexión.
El enfermo, confinado en una cama, está obligado a mirar dentro de si, y gracias a este
proceso de introspección, puede madurar convicciones e intuiciones que se sintetizan en
estas expresiones: “Por primera vez me he dado cuenta de lo que es realmente el
miedo”. “Ahora ya no me siento tan seguro como antes”. “Solo ahora me he dado
cuenta de cuántas personas me quieren realmente”. “Después de tantos años he
advertido la necesidad de orar y he pedido a Dios que me ayude”. “De ahora en adelante
cambiaré mi vida, no puedo comportarme más como antes si quiero continuar
viviendo”. “Estos días pasados en el hospital me han cambiado, ya no soy más la misma
persona que ha entrado aquí hace diez días”.
Para muchos la experiencia de hospitalización ayuda a humanizar, pone en discusión
modelos de vida, hace discernir lo efímero de lo que realmente es importante, crea
solidaridad con otros enfermos, obliga a responsabilizarse de la propia enfermedad y de
la propia salud, nos hace humildes y, al mismo tiempo, más sabios.
El agente de pastoral se hace presente en este proceso de introspección y, a través de la
relación de ayuda, ilumina la experiencia de sus interlocutores, valora las intuiciones y
los anima a llevar adelante los propósitos madurados.
– La experiencia de comunión
“Al acercarse al pueblo a donde iban, el hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le
forzaron diciéndole: ‘Quedate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado’.
Y entró a quedarse con ellos”.
La escucha de su historia, la capacidad do penetrar en las mentes y en los corazones con
su enseñanza, ha hecho nacer en los discípulos una corriente de confianza y de simpatía
hacia el desconocido.
Jesús ya no es un extranjero, sino un amigo. Ha entrado en su corazón, ha hecho caer
sus defensas y su presencia sanante los ha transformado.
El contacto inicial había partido de Jesús, ahora el deseo de profundizarlo nace de los
discípulos de Emaús. Es en el crecimiento gradual de intimidad en que se pasa de un
encuentro casual a una comunión autentica.
A menudo, también los enfermos advierten la necesidad de una presencia sanante junto
a ellos, particularmente cuando todo se vuelve oscuro y atardece en su vida, como en la
espera de una intervención quirúrgica, en los momentos de soledad, en la agonía de la
muerte.
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Permanecer con alguien se traduce en una presencia marcada por el silencio más que
por las palabras, por gestos de afecto o por una oración que infunde paz. La necesidad
de comunión se siente mayormente cuando el camino se vuelve más difícil.
El que está sumergido en el viernes santo tiene necesidad no tanto de alguien que le
anuncie la resurrección, sino de alguien que esté dispuesto a velar con él en el dolor.
Símbolo de resurrección es aquel que es capaz de caminar en el viernes santo.
– La revelación
“Cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo
partió y se lo iba dando. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron... Se
dijeron uno a otro: ‘¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros, cuando
nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?’”.
Es a través del rito de partir el pan cuando Jesús obra la transformación completa de los
discípulos. El lenguaje simbólico tiene una fuerza que supera el lenguaje verbal.
El gesto eucarístico de partir el pan y de la bendición recuerda a los discípulos otra cena
y enfoca la verdadera identidad del huésped. Ahora las piezas del mosaico son claras; el
pesar por la muerte de Jesús se transforma en regocijo por su resurrección; la tristeza se
transforma en gozo. Ya no hay necesidad de la presencia física del Resucitado porque se
han abierto sus ojos y se han transformado sus corazones.
Cada encuentro del agente de pastoral es entrar en el espacio sagrado de la revelación.
El enfermo se revela a través de los símbolos que le rodean: un periódico o un libro en
el comodín hablan de sus intereses culturales; un ramo de flores o una fotografía, de sus
afectos familiares; un libro de oraciones o un rosario, de sus sentimientos religiosos.
El enfermo se revela también a través de la comunicación verbal: los mensajes que
transmite, los sentimientos que participa, las esperanzas que lo habitan manifiestan su
mundo interior.
El agente de pastoral puede servirse de estos “indicadores” para entrar en el corazón de
las personas y comprender su identidad.
– El testimonio
“Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los
Once... Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le
habían conocido en el partir el pan”.
Pedro recuerda que debemos rendir cuenta de la esperanza que hay en nosotros (IP 3,
15); los discípulos de Emaús rinden cuenta de la esperanza y se convierten en
portadores de esperanza y anunciadores de resurrección.
También los enfermos que experimentan la curación física, psicológica o espiritual,
están llamados para dar su testimonio de la esperanza. El sufrimiento vivido les
convierte en evangelizadores creíbles; iluminados por el Espíritu, transforman sus
heridas en compasión y ponen su sabiduría al servicio de los sanos.
Cada día se repite el milagro del dolor que emana el amor, cuando enfermos de infarto,
drogadictos, cancerosos, dializados, viudos y otros, en vez de cerrarse en sí mismos, se
abren a los demás, crean grupos de ayuda reciproca, desarrollan iniciativas para irradiar
la esperanza.
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El agente de pastoral tiene el privilegio de palpar estas existencias cambiadas y, cuando
es posible, trata de que el testimonio de estas personas llegue a quien está sano y
contribuya para mejorar la sociedad.
Dolentium Hominum, nº 39 (1998, p. 20ss)
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