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LA SEGUNDA REPUBLICA ESPAÑOLA
1931-1939
La Segunda República española fue proclamada el día 14 de abril de 1931. Nunca el nacimiento de un
régimen político, ni antes ni después, había venido rodeado de tanto entusiasmo popular y nunca, ni antes ni
después, se habían depositado tantas esperanzas en que el nuevo régimen viniera a solucionar y a dar satisfacción
a tantos problemas y aspiraciones. Nada podía hacer pensar que la “niña bonita”, como pronto fue bautizada la
República, tuviera un tan trágico y rápido final.
Para las clases populares, la República no era solo una modificación en el procedimiento por el que se
elegía al Jefe del Estado. La palabra “República” significaba en el imaginario popular, de un modo vago y difuso,
tierra, justicia, promoción social, fin del oscurantismo; es decir, todo aquello por lo que muchos habían venido
luchando durante bastante tiempo atrás. La República, pensaban, vendría acompañada de un reparto más justo
de la propiedad de la tierra, de unos salarios dignos, de cultura para todos, de punto final al caciquismo que
desde tiempo inmemorial enseñoreaba la España rural. Para los obreros industriales, la República pondría fin a
los eternos abusos con que los patronos habían oprimido al proletariado, haciendo negocios fabulosos y
consiguiendo pingües beneficios, a base de unos sueldos miserables y de unas condiciones laborales en las que se
desconocía cualquier atisbo de asistencia social. Por último, los pensadores e intelectuales veían en la República
el fin del atraso secular español. La República era la razón frente al oscurantismo medieval, frente a la España
negra e ignorante, frente al analfabetismo imperante en la sociedad de la época.
Ahora bien, si la República era para muchos la panacea para todos los males, otros la veían con temor.
Todos aquellos que habían vivido cómodamente instalados en sus privilegios, vieron con desagrado la llegada de
un nuevo régimen político que podría tambalear su situación. Y no dudaron de enmascarar ese deseo de
continuar en el disfrute de sus privilegios envolviéndolo en sutilezas “ideológicas”.
Para su desgracia, la República nació en un momento difícil. La crisis mundial de 1929, cuya expresión más
conocida es el famoso “crack” de la bolsa neoyorquina va a coincidir con una serie de cambios a nivel mundial,
justo en el mismo momento en que el nuevo régimen español daba sus primeros pasos. El liberalismo
económico clásico es cuestionado, pero también lo es el político, se producen los ascensos de los movimientos
totalitarios en Alemania e Italia, las relaciones internacionales se crispan, muchos políticos creen que es
cerrándose al exterior como mejor se pueden combatir los perniciosos efectos de la crisis, lo que lleva a una gran
insolidaridad internacional. Los políticos republicanos tendrán que dirigir la nave del nuevo Estado en esas aguas
procelosas.
La República fracasó por la conjunción de tres factores, que si aisladamente pudieron haber sido
combatidos con eficacia, unidos fueron de un efecto letal.
En primer lugar: los deseos y las ambiciones de quienes estaban ávidos de cambios no tuvieron la
paciencia que hubiera sido de desear para que estas mudanzas se hubieran realizado con ciertas garantías. La sed
de tierras y de justicia social produjo incidentes como los de Casas Viejas; la sed de justicia de los trabajadores, y
también el temor a un involucionismo político por parte de la CEDA llevó a revueltas como la de los mineros de
Asturias; las ansias autonomistas provocaron incidentes como los de Barcelona en 1934. Todos ellos fueron
reprimidos con demasiada dureza. Es posible que no se hubiera podido hacer de otro modo, pero es cierto que
sembraron el camino de la República de unos odios y de unos deseos de venganza, que serán muy difíciles de
erradicar y que estallarán de modo violento en 1936.
Por otra parte, las clases acomodadas exageraron el temor a los males que, según ellas, la República traía.
Ni España iba a convertirse en una república soviética, ni existía realmente un peligro cierto de ruptura de su
unidad, ni el Cristianismo estaba a punto de volver a las catacumbas. Es cierto que los excesos verbales de unos
y otros contribuyeron a fomentar un ambiente apocalíptico que en nada contribuía a la mesura necesaria en
tiempos tan difíciles.
Por último las potencias totalitarias, ávidas de engrandecerse, vieron en España el terreno propicio para
saciar su voracidad. Las potencias democráticas, en especial Francia y Gran Bretaña fueron timoratas. La
Historia se encargó de no darles la razón. Ni Austria ni Checoslovaquia ni España fueron suficientes para saciar
el ansia expansionista nazi-fascista. Hubo que pararles los pies en Polonia. Pero eso, para España, llegaba tarde,
demasiado tarde. El error de apreciación política por parte de los países democráticos fue muy grave. España lo
pagó muy caro. De algún modo lo seguimos pagando en la actualidad. Miles y miles de muertos, heridos,
damnificados, exiliados; un atraso considerable con respecto a la Europa que nos rodea ha sido el elevadísimo
precio que hemos tenido que satisfacer por tantos errores.
Ojalá la memoria histórica sirva para que no repitamos equivocaciones del pasado. Creo, que con ser
importante la exhumación de los restos mortales de represaliados y víctimas del franquismo, no ha de ser ese el
objetivo central de la memoria histórica. La meta de esta ha de ser, que en el futuro no haya que exhumar nunca
más restos de cadáveres derivados de cainitas guerras civiles. Tenemos que aprender que no es con el odio al que
disiente de nosotros como podemos convencerle, sino con la razón.
He dicho.
Javier Soriano Muñoz
Arroyo de la Miel, 4 de mayo de 2011
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