UNA MIRADA A LA DISCAPACIDAD

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UNA MIRADA A LA DISCAPACIDAD
El Psicoanálisis ha dado cuenta de que el Yo se conforma a
partir de una cierta forma de identificación con una imagen. Las
personas que sufren algún tipo de discapacidad motora, atraviesan
una serie de instancias donde la mirada-imagen del otro adopta un
valor de gran importancia. Atravesados por esa mirada, irán
delineando las coordenadas de una posible relación con el mundo que
deberán enfrentar.
LAS FORMAS EN EL ESPEJO
Fueron autores alemanes quienes sentaron las bases de lo que
hoy conocemos como Teoría de las Formas, o “Gestalt”. Aprendimos
entonces que la percepción de las formas se rige por ciertas reglas,
que en su conjunto podríamos decir que tienden a la “completud”, a
ver formas completas aún en la fragmentación.
Una experiencia biológica a demostrado que la maduración de
las gónadas de las palomas sólo se desarrolla ante la visión de un
congénere, no importa cual sea su sexo. Tal es así, que dicho proceso
puede llevarse a cabo si se pone ante ella simplemente un espejo en
el cual reflejar su propia imagen.
Es común observar que los bebés, a una edad de
aproximadamente seis meses en adelante, hallan cierto placer en ver
su propia imagen en el espejo. Claro que ellos no saben que se trata
de “su” imagen hasta pasado cierto tiempo. Juegan con ella, y en
cuanto comienzan a articular algunas de esas palabras que sólo los
padres entienden, tomamos noticia de que para ellos se trata de “otro
bebé”, y no de él mismo.
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Quien tuvo la idea de relacionar cuestiones tan dispares como
el concepto de “Gestalt”, las gónadas de las palomas y un bebé
fascinado ante el espejo, fue Jaques Lacan, uno de los indiscutibles
pilares del Psicoanálisis.
Entre cierto grupo de disciplinas es ya común hablar de lo que
Lacan denominó el “estadio del espejo”, concepto que se ha ido
aceptando en la comunidad científica, y sobre el que tal vez sea
conveniente hacer algunas precisiones.
Lacan lo definió como una “identificación”, es decir, “la
transformación producida en el sujeto cuando asume una imagen...”1
Ya el uso del término antiguo “imago” hacía referencia a estas
características. Diríamos entonces, que el sujeto asume una imagen
como propia, se identifica con ella transformándose en el proceso.
Esta identificación cumple con la importante función de
“unificar”, de dar cuerpo al organismo.
Imago, forma perfecta, completa, o dicho de otro modo una
“gestalt”. ¿Cuál es entonces el descubrimiento de Lacan?. Que esta
gestalt, esta imagen en el espejo, de manera relativamente análoga a
las palomas, es capaz de “efectos formativos sobre el organismo”, es
decir, hace de un organismo nada menos que un “cuerpo”,
identificación mediante.
El niño se apropia de un cuerpo, lo conforma, a partir de la
identificación con la imagen de otros cuerpos. El cuerpo, como tal, es
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Lacan, Jaques “El estadio del espejo como formador del yo (je) tal como
se nos revela en la experiencia psicoanalítica”. Escritos 1. Ed. Siglo XXI.
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una representación psíquica que se construye, que no viene dada de
fábrica.
Puede pensarse que la denominación de “estadio” hace
referencia a una fase evolutiva, sin embargo la relación “especular” al
otro forma parte de las relaciones intersubjetivas, es, por así decir,
su matriz.
Esta matriz, cuya función podríamos denominar estructural,
sigue funcionando en el adulto, ya atravesado por el lenguaje que va
otorgando significaciones a estas imágenes.
Somos gordos o flacos, altos o bajos en relación a este otro,
cuya mirada nos devuelve una cierta imagen con la que
identificarnos, definirnos por la diferencia, rechazarla; pero en todo
caso sigue siendo una referencia ineludible, un punto de anclaje del
“Yo”, por el cual es posible decir “Yo soy...”
Esta relación entre imágenes y lenguaje es fundamental, en la
medida que las palabras “nombran” esas imágenes, dándoles un
sentido.
En el imaginario social, donde podemos reconocer algo así
como un reservorio de significaciones compartidas, dadas por la
lengua y la cultura, la discapacidad se presenta como una
“incompletud", una diferencia.
LOS OJOS SON EL ESPEJO DEL ALMA
Si de espejos hablamos, es del decir común que la mirada
expresa los sentimientos más profundos de las personas. Esta
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afirmación, sin embargo, encierra un otro saber: la mirada del otro
es, en alguna medida, un “espejo” en el que nos conformamos como
individuos, asumimos esa mirada aún sin saberlo. Respondemos a
ella en cierta forma.
En algunas oportunidades realizamos una experiencia con
estudiantes de Psicopedagogía de la Universidad de El Salvador, con
la intensión de pensar esta idea. Les pedimos a cuatro de ellos que se
colocaran unos carteles en la frente que nosotros habíamos
preparado, de manera tal que ninguno pudiese ver el propio, pero sí
el de los demás. Los carteles decían: MIRAME, SOBREPROTEGEME,
TEMEME, IGNORAME. La consigna fue que circularan por el salón sin
hablar, y actuaran con sus compañeros de acuerdo al cartel que
llevaban en su frente. Sólo les era permitida la expresión corporal.
Luego de unos pocos minutos, se les pidió que asumieran una
postura que representara lo que a su juicio, de acuerdo a la
interpretación que hubiesen hecho de la actitud de sus compañeros,
decía el cartel que llevaban en su frente. A continuación cada uno
debía arriesgar la palabra escrita, expresando a su vez la razón de la
postura que habían adoptado.
En los pocos casos que no acertaron la palabra correcta,
mencionaron sinónimos con alto grado de acercamiento. En algunos
casos, sólo la mirada era suficiente para sentirse rechazados, temidos
o menospreciados. La sensación de impotencia nos llevó a pensar en
las diversas formas de alienación a la que un sujeto se ve
confrontado: la imagen que el espejo de la mirada les devuelve entra
en tensión con el sujeto, y ante la falta de reconocimiento sobreviene
la angustia, el síntoma.
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La discapacidad confronta al sujeto con una imagen
fragmentada de su propio cuerpo, y este hecho en sí es con
frecuencia traumático. La imagen de sí que el otro le devuelve
sanciona una pérdida, a veces irreversible.
Pongamos el ejemplo de un bebé que nació con un síndrome
genético, donde lo más manifiesto era una hidrocefalia y la “falta” de
una mano. En una oportunidad el padre buscaba al bebé y a su
madre y preguntando por ellos se refirió al bebé - haciendo un gesto
con sus manos- de “la mano cortada”.
La madre a su vez, abrigaba la esperanza de que se le pudiese
hacer un injerto de mano, y aún había considerado la posibilidad de
que la mano “le creciera”.
El carecer de una de las dos manos que conforman la
“Gestalt”, la imagen completa, constituía el signo distintivo de ese
niño, podríamos decir que lo nombraba.
Sin embargo el niño nació con esa forma, es así su cuerpo. La
falta de una mano se establece por el imaginario social, del que los
padres forman parte. Distinto hubiese sido el caso si nacido con
ambas manos se le hubiese amputado una de ellas. En ese caso sí se
podría hablar de una falta real.
El lenguaje entonces nombra esa imagen como incompleta. Uno
puede esperar entonces que el niño enfrente ciertas dificultades en
asumir una imagen que se le presenta como incompleta.
OJOS QUE NO VEN...
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Algunas de las causas más frecuentes en pacientes adultos de
secuelas discapacitantes motoras, son los accidentes cerebro
vasculares (ACV) y las lesiones medulares, en primer lugar, y
enfermedades degenerativas, tumores amputaciones, etc. en
segundo lugar. Las secuelas más comunes van desde parálisis totales
o parciales de los miembros superiores e inferiores hasta alteraciones
del lenguaje de distinto grado.
En estos casos, existe una “imagen corporal” previa a la
discapacidad, imagen completa, libidinizada, amada, conocida...,
imagen con la que el sujeto se identifica asumiéndola como propia:
“este soy yo”.
La discapacidad implica una serie de pérdidas, que exigen del
sujeto un difícil proceso de acomodación de las relaciones de pareja,
familiares, sociales, de lo laboral, etc. También, como es lógico, el
entorno familiar deberá acomodarse a la nueva situación.
Durante el período de internación para su rehabilitación, estos
procesos se ven facilitados, en cierta medida, por el contexto
institucional. En la Institución encuentran un espacio de contención,
con profesionales especializados en quien depositar la confianza, las
esperanzas, y también los enojos y frustraciones. Allí todo está
preparado para atenderlo: rampas, ascensores, baños, camas,
accesos, etc.
Si bien es cierto que el impacto inicial del paciente que es
internado es muy fuerte, pues la primera reacción es la extrañeza o
el rechazo a “ser uno de ellos”, un discapacitado, en la medida que se
van generando vínculos con profesionales y otros pacientes, la
persona va recuperando cierto grado de individuación: comienzan a
circular entre los mismos pacientes recomendaciones y pronósticos,
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conocen otros pacientes que llevan más tiempo de tratamiento y
pueden “rehacer su vida”, etc.
A la vez, el “afuera” comienza a convertirse en una imagen
hostil, un escenario temido. Volver a su hogar, a sus amigos, les
significa enfrentar una mirada de... compasión, rechazo, y aún temor.
Esta es una de las razones por las que el alta de internación
suele ser un momento difícil, en donde pueden aparecer recaídas, o
síntomas de todo tipo. El ser mirado, el espejo de esa mirada, los
sanciona como discapacitados.
VER PARA CREER
En aquellos casos donde esta imagen de discapacitado es
asumida, la identificación en el “ser” va generando un nuevo orden de
alienación, donde las respuestas adquieren las formas de la negación,
de la culpa, de la depresión o el síntoma neurótico, etc.
Otras veces, es posible llevar a cabo un trabajo de duelo, donde
el sujeto pueda hallar una salida, un “lugar”. Tal vez sea el punto de
viraje donde el “mirado” pueda adueñarse de su propia mirada.
Es este un camino que permite, en primer lugar, una
recomposición del Yo, que es siempre un Yo corporal. Elaborar las
pérdidas conlleva la posibilidad de una nueva relación con el propio
cuerpo. En este proceso intervendrá la pareja, los padres o los hijos,
los amigos; dado que se modifican un sinnúmero de rutinas,
expectativas, y vínculos.
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La posibilidad del Yo de creer –facultad que le es propia- en el
tratamiento, en sus propias fuerzas, en las posibilidades y recursos
que no ha perdido, determinan incluso el deseo de vivir.
Lic. Horacio Navarre
Publicado en Revista “El Cisne N° 87”. Buenos Aires, 1997.
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