PRUEBAS DE ACCESO A LA ...

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PRUEBAS DE ACCESO A LA UNIVERSIDAD
FASE GENERAL: MATERIAS COMUNES
CURSO 2011 - 2012
CONVOCATORIA:
MATERIA: LENGUA CASTELLANA Y LITERATURA
El alumno debe escoger una de las dos opciones A o B
OPCIÓN A
Comentario crítico del siguiente texto (10 puntos)
Con 31 años de experiencia laboral a mis espaldas creo que voy aprendiendo a sintetizar lo que quiero.
Quiero, por ejemplo, que los directivos de los medios de comunicación sean escrupulosos en el tratamiento
que se les da a las mujeres, no sólo desde la información o el editorial sino también desde las columnas. La
chulería y el desprecio hacia la condición femenina aún tiene un sorprendente hueco celebradísimo en el
columnismo español. Me gustaría que los sueldos de las mujeres igualaran a los de los hombres, que se
considerara la promoción de las mujeres a puestos directivos si éstas cuentan con los mismos méritos que los
hombres. Quiero que se respete la maternidad en los centros laborales porque es algo que, entre otras cosas,
nos beneficia a todos. Quiero que en el trabajo se nos trate con igual consideración que a los hombres. Es
posible que los varones no sean conscientes de ello pero es habitual percibir un trato condescendiente o
paternalista que se nos concede, para colmo, como un regalo.
Quiero que el sentido común que desprende el documento escrito por el filólogo Ignacio Bosque y suscrito
por varios académicos sobre el lenguaje no sexista contagie de sentido común otras decisiones de la Real
Academia, que entre elegir a un nuevo ilustre mediocre o a una nueva ilustre mediocre se suelen decantar con
demasiada frecuencia por la primera opción. Es decir, que traten de predicar con los hechos; al fin y al cabo,
es lo que están defendiendo en su escrito.
No quiero que sindicatos, centros laborales dependientes de un ministerio o comunidades autónomas, etcétera,
presionen a trabajadores o aspirantes a utilizar el lenguaje de determinada manera. Son tan fundamentales los
aspectos que las mujeres deseamos mejorar que, francamente, estar incluida en un plural masculino que se
entiende como genérico me importa bien poco.
(Elvira Lindo, Quiero, El País)
PRUEBAS DE ACCESO A LA UNIVERSIDAD
FASE GENERAL: MATERIAS COMUNES
CURSO 2011 - 2012
CONVOCATORIA:
SEPTIEMBRE
MATERIA: LENGUA CASTELLANA Y LITERATURA
El alumno debe escoger una de las dos opciones A o B
OPCIÓN B
Comentario crítico del texto siguiente (10 puntos)
(Nota: La actitud obsesiva de Ángela Vicario, “el odio y el amor son pasiones recíprocas”, le permite en la novela ganar independencia con respecto a su
madre pero una voluntaria dependencia de Bayardo San Román. El llamado “maltrato psicológico” dentro de la violencia de género parece responder a esos
elementos de dependencias psicológicas. Argumenta tu posición al respecto)
Dueña por primera vez de su destino, Ángela Vicario descubrió entonces que el odio y el amor son pasiones recíprocas. Cuantas más cartas mandaba, más encendía
las brasas de su fiebre, pero más calentaba también el rencor feliz que sentía contra su madre. «Se me revolvían las tripas de sólo verla -me dijo-, pero no podía verla
sin acordarme de él.»
Su vida de casada devuelta seguía siendo tan simple como la de soltera, siempre bordando a máquina con sus amigas como antes hizo tulipanes de trapo y pájaros de
papel, pero cuando su madre se acostaba permanecía en el cuarto escribiendo cartas sin porvenir hasta la madrugada. Se volvió lúcida, imperiosa, maestra de su
albedrío, y volvió a ser virgen sólo para él, y no reconoció otra autoridad que la suya ni más servidumbre que la de su obsesión.
Escribió una carta semanal durante media vida. «A veces no se me ocurría qué decir -me dijo muerta de risa-, pero me bastaba con saber que él las estaba
recibiendo.» Al principio fueron esquelas de compromiso, después fueron papelitos de amante furtiva, billetes perfumados de novia fugaz, memoriales de negocios,
documentos de amor, y por último fueron las cartas indignas de una esposa abandonada que se inventaba enfermedades crueles para obligarlo a volver. Una noche de
buen humor se le derramó el tintero sobre la carta terminada, y en vez de romperla le agregó una posdata: «En prueba de mi amor te envío mis lágrimas». En
ocasiones, cansada de llorar, se burlaba de su propia locura. Seis veces cambiaron la empleada del correo, y seis veces consiguió su complicidad. Lo único que no se
le ocurrió fue renunciar. Sin embargo, él parecía insensible a su delirio: era como escribirle a nadie.
Una madrugada de vientos, por el año décimo, la despertó la certidumbre de que él estaba desnudo en su cama. Le escribió entonces una carta febril de veinte pliegos
en la que soltó sin pudor las verdades amargas que llevaba podridas en el corazón desde su noche funesta. Le habló de las lacras eternas que él había dejado en su
cuerpo, de la sal de su lengua, de la trilla de fuego de su verga africana. Se la entregó a la empleada del correo, que iba los viernes en la tarde a bordar con ella para
llevarse las cartas, y se quedó convencida de que aquel desahogo terminal sería el último de su agonía. Pero no hubo respuesta. A partir de entonces ya no era
consciente de lo que escribía, ni a quién le escribía a ciencia cierta, pero siguió escribiendo sin cuartel durante diecisiete años.
Un medio día de agosto, mientras bordaba con sus amigas, sintió que alguien llegaba a la puerta. No tuvo que mirar para saber quién era. «Estaba gordo y se le
empezaba a caer el pelo, y ya necesitaba espejuelos para ver de cerca -me dijo-. ¡Pero era él, carajo, era él!» Se asustó, porque sabía que él la estaba viendo tan
disminuida como ella lo estaba viendo a él, y no creía que tuviera dentro tanto amor como ella para soportarlo. Tenía la camisa empapada de sudor, como lo había
visto la primera vez en la feria, y llevaba la misma correa y las mismas alforjas de cuero descosido con adornos de plata. Bayardo San Román dio un paso adelante,
sin ocuparse de las otras bordadoras atónitas, y puso las alforjas en la máquina de coser.
-Bueno -dijo-, aquí estoy.
Llevaba la maleta de la ropa para quedarse, y otra maleta igual con casi dos mil cartas que ella le había escrito. Estaban ordenadas por sus fechas, en paquetes cosidos
con cintas de colores, y todas sin abrir.
(Gabriel García Márquez, Crónica de una muerte anunciada)
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