El laberinto de la soledad Arturo Jiménez

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El laberinto de la soledad, anuncio de la modernidad
* México ya no es tan dependiente de las mitologías, asevera
Arturo Jiménez * Con El laberinto de la soledad, ensayo de Octavio Paz acerca del "ser del mexicano", el
nacionalismo se concentra y se despide abriendo al exterior a México, el país de la soledad y del fatalismo; a
la vez, anuncia el tránsito a la modernidad, dijo ayer el escritor Carlos Monsiváis en el Palacio de Bellas
Artes.
"Y este nivel del libro (el menos frecuentado gracias al ánimo turístico de extranjeros y nacionales que usa El
laberinto... para entenderse con el México de los signos cósmicos y las festividades como el Día de Muertos)
resulta el más actual ahora, en un país ya no culturalmente periférico y ya no tan dependiente de las
mitologías."
El autor de Días de guardar y quien sostuviera con Paz una polémica sobre la izquierda mexicana, dictó en la
sala Manuel M. Ponce la conferencia inaugural del coloquio internacional "Por El laberinto de la soledad, a
50 años de su publicación", que concluirá el próximo domingo 27 y se realizará en varios lugares, como el
ITAM, el FCE, El Colegio de México, el Museo Nacional de Antropología, la Fundación Octavio Paz y la
UNAM.
En el coloquio también participarán, mediante conferencias o mesas redondas, intelectuales como Manuel
Durán, Alvaro Matute, Anthony Stanton, Roger Bartra, Alejandro Rossi, Ramón Xirau, Leopoldo Zea, David
Brading, Marta Lamas, Adolfo Sánchez Vázquez, Eduardo Matos Moctezuma, Enrico Mario Santí y Enrique
Krauze, varios de ellos presentes ayer.
El asombro de un nativo viajero
Monsiváis leyó su texto "El laberinto de la soledad: el juego de espejos de los mitos y las realidades", en el
que apuntó que este libro del Nobel de Literatura es una lectura de México que "vislumbra un país oculto con
el asombro de un nativo que es al mismo tiempo un viajero que combina la admiración y la crítica".
Luego de una reflexión sobre la modernización que implica el nacionalismo y del término "mexicano",
Monsiváis ubicó histórica y críticamente este texto:
"Durante una larga etapa, El laberinto... es la mejor versión disponible de las maneras utilizadas por una
sociedad para visualizarse o verbalizarse a sí misma, en el entrecruce de nacionalismo y modernidad. Si
entonces se cree con cierta beatitud en la originalidad extrema del país es, entre otras cosas, porque ni se
acepta ni se entiende lo diverso. Si México no es uno, su existencia carece de sentido. Paz acepta estas reglas
de juego y las trastoca."
Y luego Monsiváis trajo a cuento un señalamiento en ese sentido hecho por el poeta a Claude Fell: "Una de
las ideas ejes del libro es que hay un México enterrado pero vivo. Mejor dicho: hay en los mexicanos,
hombres y mujeres, un universo de imágenes, deseos e impulsos sepultados.
"Intenté una descripción −−claro que fue insuficiente: apenas una ojeada−− del mundo de represiones,
inhibiciones, recuerdos, apetitos y sueños que ha sido y es México... En ese sentido mi libro quiso ser un
ensayo de crítica moral: descripción de una realidad escondida y que hace daño."
Ante eso, Monsiváis comentó: "Paz tiene razón, pero lo que medio siglo de trabajos, debates y recuentos
históricos ha vuelto inocultable es el papel de la censura estatal y social en la configuración del México
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'enterrado pero vivo'. No es sólo asunto de pulsiones y deseos ocultos, sino de autoritarismo y represión
eclesiástica y gubernamental".
Monsiváis comentó el hecho asumido por Paz de que su reflexión no era sobre toda la población sino sobre un
grupo reducido de mexicanos que tienen "conciencia de su ser", revisó el famoso análisis que sobre la palabra
"chingada" hiciera el poeta y recordó la importancia dada por el ensayista a la Revolución Mexicana en El
laberinto de la soledad.
Al final, declaró que en 1950 se "anuncia el fin del aislamiento y del aislacionismo de la cultura mexicana. Si
la 'soledad' de la nación es fruto de la psicología fatalista de los mexicanos, o es el resultado de los modos
operativos de la historia, es asunto a debatir.
"Se demanda la liquidación del nacionalismo cultural (en medio de la mística nacionalista aún viva) y se
impulsa la apertura industrial, informativa, artística, que, sin prisa alguna, irá de la minoría a las mayorías. El
laberinto... anuncia el tránsito a la modernidad entendida como desatadura".
La participación de Monsiváis fue presentada por Adolfo Castañón. Y antes, tras unas palabras de bienvenida
de Gerardo Estrada, Guillermo Sheridan dio por comenzado el coloquio.
Hoy, en la mesa redonda El Laberinto Político, participan Carlos Castillo Peraza, Enrique González Pedrero,
Luis Medina, Federico Reyes Heroles y Rafael Segovia, en el auditorio Raúl Bailleres del ITAM, a las 12
horas. Y a las 7 de la noche, en la librería Octavio Paz del FCE, Manuel Durán dictará la conferencia "El
laberinto de la soledad y Postdata: una aventura del pensamiento".
El martes, al mediodía, habrá una mesa redonda en El Colegio de México. Y a las 19 horas, en el Museo
Nacional de Antropología, Roger Bartra dará la conferencia "El laberinto y su mapa".
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"El Laberinto de la Soledad" sigue hoy tan vigente para los mexicanos como cuando se escribió. Comienza el
autor describiendo a los mexicanos tal y como somos, al méxico−norteamericano o Pachuco, pero también
nos muestra a los norteamericanos, sobretodo cómo los vemos nosotros.
Encontramos explicadas muchas facetas de nuestra sociedad y de nuestro ser; por ejemplo, la mentira, que en
nuestro país es ya institucional y en la que nos movemos con naturalidad y que ha propiciado entre otros
desastres la falsificación de la historia que aprendemos en la escuela y la longevidad del sistema político que
padecemos.
Encontramos descripciones de fiestas populares, donde el autor nos recuerda esa verdad de que los países
ricos no tienen fiestas populares porque no las necesitan. Es cierto, en la India, por ejemplo, las fiestas
populares son muy importantes, pero ¿qué fiestas populares se festejan en los Estados Unidos?. Nos dice Paz
que los mexicanos gritan desaforadamente durante una hora en la fiesta en que se recuerda el "grito" de
Independencia para callar mejor el resto del año, la típica resignación del pueblo mexicano. También nos
explica la manera como celebramos los "días de muertos". La relación de los mexicanos con la muerte es muy
especial, difícil de entender para otras culturas. El mexicano desprecia a la muerte, a la vez la venera y piensa
que cada quien recibe la muerte que se busca.
Más adelante compara situaciones históricas de México, como la Revolución y la Reforma, sabiamente nos
hace ver que las revoluciones no se hacen con palabras, ni las ideas se implantan con decretos. Analiza
grandes personajes como José Vasconcelos y Alfonso Reyes.
Hay especialmente unas páginas del libro, que me gustaría que leyeran los políticos actuales de México. Nos
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explica cómo se convirtieron en profesionales de la política, cómo el banquero sucede al general
revolucionario y por qué existen diferencias atroces entre los ricos y los desposeídos, es decir, desequilibrio.
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Después de varios años, no he podido escapar del laberinto que inicié la primera vez que abrí las páginas de la
obra de Octavio Paz. Desde entonces emprendí un viaje en el interior del mexicano, una eterna búsqueda por
la propia identidad. Las líneas por las que me condujo son palabra viva que invita a despojarnos de las muchas
máscaras que vestimos. El laberinto de la soledad fue un encuentro conmigo mismo. Es una obra destinada a
releerse, porque en cada una de ellas he encontrado su propio significado. En 2000, a 50 años de su
publicación, sigo estando de acuerdo con Paz en que la humanidad no ha encontrado un camino para hacer de
éste, "un mundo en donde no imperen ya la mentira, la mala fe, el disimulo, la avidez sin escrúpulos, la
violencia y la simulación". Hoy, al releer El laberinto de la soledad me doy cuenta de que ésta es nuestra
oportunidad para trascender, "somos, por primera vez en nuestra historia, contemporáneos de todos los
hombres
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En 1950, los rostros ocultos tras una aparente realidad mexicana −la que el mexicano creyó tanto tiempo
como única− fueron liberados de sus máscaras más atrofiantes: aquéllas que escondían un presente fantástico
y sobre las cuales se fundaba toda una ideología histórica, social y cultural... Una forma equívoca de
entendernos como nación y, sobre todo, como pueblo, como raza, como ese núcleo de seres humanos que
comparten un pasado. Entonces, la voz de Octavio Paz gritó: "El laberinto de la soledad" para mostrar cómo
aquella "fuente" no era ya un manantial de renovaciones −quizá nunca lo fue−, sino un estanque donde todo
giraba en torno de lo ya establecido. Cincuenta años después cabría preguntarnos qué ha sucedido con dicho
receptáculo; qué antifaces nos esconden aún como país; qué hemos asumido como propio y qué hemos
asimilado de foráneo. Por supuesto, no con el afán de una autocrítica pasiva sino con la voluntad de esclarecer
lo que los hombres ensombrecemos por olvido, por marginación de la memoria, por cerrazón al otro, por
preferir, en fin de cuentas, escondernos a enfrentarnos a la realidad
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Paradigma de medio siglo. Hace 50 años que Octavio Paz nos reveló que por primera vez en nuestra historia
éramos contemporáneos de todos los hombres; nos puso frente al espejo de lo que somos, sin máscaras,
desnudos en y por sus palabras que se han convertido en una de las piedras angulares de la construcción del
pensamiento en el cual nos descubrimos mexicanos. En la era de la postmodernidad, la cibercultura, las
transiciones, donde se confunden las identidades −y las soledades también− precisamos volver a nuestro
laberinto; las raíces enunciadas por Paz que en esta búsqueda por inventarnos otra vez no se agotan: vuelven y
permanecen
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La primera vez que leí El laberinto de la soledad he de confesar que me resultó imponente y revelador. Me
impresionó la lucidez y contundencia con que Octavio Paz ahondó en lo que significa el mexicano y su
naturaleza. De la lectura El laberinto de la soledad se desprendieron dos necesidades, primero de leer a
Samuel Ramos y, segundo, buscar más trabajos que versen sobre el mismo tema. Lo cual detonó en que
reafirmara y asumiera parte de las tesis que apunta Paz −posteriormente algunas serían más detalladas en El
ogro filantrópico−, pero también en que difiriera de algunas de las ideas del Nobel mexicano, por ejemplo, en
el juicio que hace de La Malinche. De ninguna manera creo que El laberinto de la soledad pretendiera ser un
libro totalizador, por el contrario, hay que concebirlo como un minucioso e imprescindible estudio, pero que
para sacarle el jugo que en verdad tiene se debe confrontarlo y discutirlo
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En sus 50 años de luminosa existencia, El laberinto de la soledad se ha mantenido como piedra inaugural del
pensamiento mexicano moderno. Escrito con pasión vital, construye para el nativo de estas tierras un rostro
capaz de presentarlo dentro del acelerado concierto de las civilizaciones que llamamos occidentales. Como en
casi todo lo escrito por el poeta de Mixcoac, los niveles de su expresión intelectual son capaces de registrar los
más variados y ricos tonos haciendo de la prosa, aun cargada de todo poder de significación, un delicioso
suceso de la sensibilidad. El laberinto de la soledad es el basamento sobre el cual se ha erguido la conciencia
autocrítica del mexicano actual; esta obra ha quedado ya para siempre, como símbolo y señal del paso del
tiempo y de la historia
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Dentro de la historia latinoamericana, el mexicano resulta un ser lleno de tradiciones que, de una u otra forma,
es la voz de la raza. Los orígenes, las actitudes características y las procedencias distintivas atan al hombre
con su cultura, manteniendo así la estructura del espíritu nacionalista, latente hoy y siempre dentro de nuestras
fronteras. Por ello, El laberinto de la soledad es enmarcar la filosofía y la ciencia social con la riqueza del
lenguaje y la razón humana
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Históricamente podemos observar que El Laberinto de la Soledad dio inicio a una serie de ideas con las que se
califica a los mexicanos como seres jodidos, colonizados, bastardos... De ella se desprenden otros libros, todos
en la misma dirección: los mexicanos son unos seres que se quieren destruir porque son bastardos, y además
aman su condición de bastardía.
La condición humana del mexicano está puntualizada por Paz, con un adjetivo que todos aceptan con un nivel
de rechazo que finalmente es vencido. Todos los mexicanos somos "hijos de la chingada" y vivimos felices
siéndolo.
Este calificativo carecería de importancia si no tuviera sus consecuencias sociales. Esta condición de bastardía
nos hace indolentes, apáticos, perezosos, incapaces... y por ello se justifica que gringos y europeos −y hoy
asiáticos− vengan y nos colonicen, vengan y nos exploten, vengan y se roben nuestras riquezas.
Y al momento del reclamo, si llegara haber alguno, justificar el robo con la explicación que enuncia que
somos unos güevones y como no aprovechamos nuestros recursos naturales para hacernos ricos es justo que
ellos −los extranjeros− se enriquezcan.
Es mejor que ellos los disfruten a que se echen a perder esos recursos, o simplemente no produzcan más
riqueza.
Las ideas que sobre mexicano sostiene El Laberinto de la Soledad justifican la presencia explotadora de los
extranjeros en nuestro territorio.
Los mexicanos somos unas lacras que el intelectual indicia con el índice de fuego.
Muchos intelectuales nacionales manejan contenidos en los que desprecian a los mexicanos, con una doble
intención, que no es muy obvia.
1) Hacer que los mexicanos crean que así son y lo acepten y en consecuencia admitan la colonización como
algo necesario, o incluso agradezcan la presencia de los colonizadores y sean felices por ser colonizados.
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2) Esta intención es más bien personal, pues el colonizador compensa con fama y dinero a los que difunden
ideas que motivan a los colonizados a buscar la felicidad en la colonización y a sentirse infelices por no estar
colonizados. Además tales indiciaciones crean la ilusión, a quien las hace de que son aceptados por los
colonizados, pero este proceso de aparente aceptación es lo que se conoce como "ladinización" de
conformidad al cual el ladinizado es usado como controlador, pues cuenta con elementos que sirven de enlace
entre unos y otros.
El ladino obtiene algunas prebendas por transmitir las órdenes del colonizador, pero nunca llega a formar
parte del grupo de éste.
Paz nunca será europeo aunque piense como tal y ellos le otorguen premios por el ejercicio de domesticación
que ejerce sobre sus compatriotas.
Los que ejercen el dominio social (un 5%, según la división de un ideológo del sistema) requieren que los
dominados (un 95% de la población) tengan una cosmovisión que facilite el dominio. Para ello pagan a los
intelectuales que expliquen, justifiquen o argumenten el logro de esa meta.
Y hay intelectuales que, en apariencia, están en contra de esos dominadores, pero que hacen creer a los
dominados que son lo que los dominadores quieren que crean, como es el caso del Laberinto de la Soledad.
Los miembros del noventa y cinco porciento de la población, los "jodidos", los "hijos de la chingada",
requieren de poner en tela de juicio todo aquello que descubra su alma, todo lo que dice que es así o asá, a fin
de no caer en la ceguera ideológica que conlleva el culto a la personalidad de los que pertenecen al conjunto
de los intelectuales famosos por sus publicaciones.
La dualidad que vivimos −estructura y superestructura− tiene sus manifestaciones en todos los ámbitos
sociales. El intelectual, visto así, también tiene una doble vida: la profesional y la política.
Un poeta puede dedicarse a la creación literaria como parte de su vida privada y a la política partidista como
parte de su vida pública.
Ganar el Nobel requiere del ejercicio de esa doble vida: trabajo profesional y trabajo político.
Además, si tomamos el trabajo profesional podemos, a su vez, definirlo en trabajo de investigación o creación
y trabajo de reproducción de las ideas dominantes.
Quiero cerrar esta reflexión proponiendo a los lectores que a todo libro, idea o conjunto de ideas, sin importar
el autor, lo pongan en tela de juicio, le apliquen la duda metódica.
Ningún autor, por famoso que sea, en la actualidad, puede ser digno de toda nuestra confianza.
En esta década, llamada "época de la sospecha" absolutamente todo tiene que caer bajo el manto de la duda.
Las apariencias han tomado el lugar de las esencias y debemos cuidarnos de eso.
Si el mexicano es −como asegura Octavio Paz− un solitario, ¿por qué ama las fiestas, los compadrazgos y las
reuniones públicas? El misántropo solitario rehúye las compañías. Para el mexicano −y el propio Paz lo
reconoce− "todo es ocasión de reunirse". Si somos un pueblo ritual, sensible y despierto, no podemos ser un
pueblo de solitarios. La soledad de un poeta no configura la soledad de un pueblo. Observamos nuestras
fiestas civiles y nuestras fiestas religiosas. Danzas, ceremonias, fuegos de artificio, trajes insólitos de colores
violentos −para que se vean−, plazas y mercados pletóricos de compradores y de simples paseantes,
calendario poblado de días de asueto para celebrar una victoria militar, el día del trabajo, la Virgen de
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Guadalupe o la Constitución de 1917. Celebramos en nuestras ciudades y pueblos, con unción y periodicidad,
el día del santo patrón. Los barrios se engalanan con sus festejos religiosos y las ferias dejan oír mariachis,
cohetes, silbidos, canciones rancheras y balazos al aire. Si México fuese un país de solitarios, México no
estaría en fiesta permanente."
Yo diría que derrochamos energías en saraos y convivios. Somos ricos en compadres y comadres. Exhibimos
abundancia de sociabilidad, porque somos hombres de ágora y no de reclusión solitaria. Decir que "la Fiesta
es un regreso a un estado remoto e indiferenciado, prenatal o presocial", como lo dice Octavio Paz, es caer en
típica afirmación gratuita. En la fiesta late un anhelo de convivencia, de comunión −lógrese o no, realícese de
manera satisfactoria o de modo insatisfactorio− pero nunca un anhelo de regresar a un estado prenatal o
presocial. Nuestro país puede ser, en algunos aspectos, un país triste −aunque "tenga tantas y tan alegres
fiestas"− pero nunca un país de personas nihilistas que buscan el "regreso a un estado remoto e indiferenciado,
prenatal o presocial". Nuestros impulsos sin salida, cuando no se liberan momentáneamente por las fiestas, se
subliman por vía religiosa (...). Agustín Basave Fernández del Valle.
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