El juguete rabioso; Roberto Arlt

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Índice:
• Biografía
• Resumen de la obra
• Estilo y temática
..las medias no funcionaban...la gente le decía que mejor se dedicara a escribir y no perdiera el tiempo con
eso. Pero él seguía ilusionado con su invento..."
El juguete rabioso; Roberto Arlt
Bibliografía del autor:
Roberto Arlt nació en Buenos Aires el 26 de abril de 1900, hijo de Karl Arlt, prusiano de Posen (hoy
Poznan, en Polonia), y de Ekatherine Iobstraibitzer, natural de Trieste y de lengua italiana. El carácter de su
padre, un soplador de vidrio también capaz de confeccionar tarjetas postales art nouveau, no facilitó su
inserción en el hogar de la familia, que abandonó en 1916. Aunque hasta esa fecha había asistido a varias
escuelas, aprendió sobre todo en las calles del barrio porteño de Flores, donde transcurrió buena parte de su
infancia y adolescencia. La necesidad lo haría pintor de brocha gorda, ayudante en una librería, aprendiz de
hojalatero, peón en una fábrica de ladrillos y estudiante fracasado de la Escuela de Mecánica de la Armada,
por recordar algunas de las ocupaciones que llenaron sus días. Un matasellos y una máquina de prensar
ladrillos le dieron las primeras y tempranas ocasiones de comprobar la escasa atención que iba a merecer su
persistente carrera de inventor, pasión que había de encontrar un eco notable en su obra literaria.
En 1916 inició su trabajo de periodista, tarea con la que intentaría resolver sus problemas económicos y que le
permitió relacionarse con los círculos literarios porteños. En esa fecha dio a conocer su primer cuento,
«Jehová», con el que comenzó una carrera de escritor que se consolidaría desde que en 1926 dio a conocer El
juguete rabioso, novela sobre un adolescente que se inicia como delincuente y termina como traidor a los
suyos. En un tiempo de aparente prosperidad para el país, esa obra parecía hablar de la crisis de los proyectos
modernizadores del siglo XIX, que habían convertido a Buenos Aires en una babélica ciudad de inmigrantes,
moradores de inquilinatos y conventillos cuya única realidad era la de las calles en que se desenvolvía su
lucha por la vida. Eran la cara oculta de una Argentina agitada por conflictos ideológicos y de clase,
amenazada por una crisis económica inminente, observada por los militares que dominarían la escena política
a partir de 1930. La excepcional lucidez de Arlt haría de esta primera obra, interpretable como la voz de los
postergados por el sistema social vigente, el punto de partida de la novela argentina contemporánea.
La valoración de esas aportaciones se vio afectada durante mucho tiempo por las polémicas que agitaron la
vanguardia porteña de los años veinte. Su capítulo más recordado es el de las diferencias reales o aparentes
que enfrentaron a los grupos de Florida y Boedo. Aunque mantuvo relaciones con los escritores adscritos al
primero (por algún tiempo fue secretario de Ricardo Güiraldes, a quien dedicó El juguete rabioso, y colaboró
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en la revista Proa), Arlt no dejó de sufrir el desdén de los martinfierristas, representantes de un arte
minoritario y europeizado, jóvenes cultos que parecían detentar los derechos a la tradición literaria y a la
renovación. Ese rechazo lo llevaría a ocultar sus lecturas y alardear de sus deficiencias de estilo, despreciando
a quienes escribían bien y eran exclusivamente leídos por correctos miembros de su propia familia. En esa
tesitura, inevitablemente había de ser relacionado con el otro bando: con quienes desde el barrio popular de
Boedo defendían un arte comprometido con los problemas del hombre, preferían el cuento y la novela a la
poesía, y veían en la literatura una posibilidad de contribuir a la transformación de la sociedad.
Pero tampoco era ése su lugar. Las empresas colectivas no parecían interesarle, ni siquiera cuando iban
encaminadas a mejorar las condiciones de vida de los desheredados. Las razones de su acusado
individualismo pueden encontrarse en sus experiencias personales, que determinaron en alguna medida la
visión negativa de la institución familiar y de la mujer que ofrecen sus personajes, su temor de la miseria, la
fascinación ante quienes mostraran poseer la fortaleza necesaria para sobrevivir solos en un medio social
hostil. El juguete rabioso se alimentaba en buena medida de ese material autobiográfico, y descubría vidas
difíciles en un Buenos Aires hasta entonces prácticamente ignorado. Las novelas Los siete locos (1929) y Los
lanzallamas (1931) ampliaron después esa indagación con un tratamiento alegórico que la convertía en una
reflexión sobre la sociedad argentina e incluso sobre la condición humana. Los apodos simbólicos de algunos
miembros de una sociedad secreta, financiada mediante la explotación de los prostíbulos y destinada a
provocar una conflagración universal, son el indicio más evidente de la condición expresionista de esos
relatos, que convierten la realidad en una fantasmagoría donde se dibujan con nitidez los perfiles de un mundo
que se desmorona. La voz burlona o cínica del narrador se encarga de parodiar ese drama hasta convertirlo en
una mascarada, desde la perspectiva de quien conoce la falsedad de los valores, la inutilidad de los esfuerzos,
lo insensato de las ilusiones, el fracaso inevitable de los proyectos y lo terrible del fin. De paso, es posible
percibir las consecuencias de una modernidad tecnológica tan fascinante como amenazadora, de unas
prácticas revolucionarias tan esperanzadoras como grotescas, de la alineación social y psicológica que padece
el hombre contemporáneo. La única salida (falsa también) se concreta en la transgresión, en la degradación
que permite una absurda apariencia de ser, en la perversidad que al menos permite la certeza de existir en el
mal. En El amor brujo (1932), sin duda su novela menos comentada, Arlt insistiría aún en la presentación de
personajes obsesionados por la felicidad y a los que la fantasía permite evadirse de una existencia gris.
La factura realista fue la dominante en los nueve relatos reunidos en el volumen El jorobadito (1933),
próximos a las inquietudes características de las novelas citadas. Eso no impidió que algunos mostraran una
proclividad hacia lo fantástico que había de acentuarse progresivamente. Aparentemente ajena a la literatura
argentina, la obra de Arlt encontraría en esa dimensión la posibilidad de afirmarse en una tradición que en el
Río de la Plata contaba ya con notables manifestaciones de ese signo. Arlt insistió en ella tras visitar España y
Marruecos en los últimos meses de 1935 y los primeros de 1936. Fruto de ese viaje fueron los cuentos que en
1941 reunió en El criador de gorilas: aunque también estaban presentes el África negra y algunos escenarios
asiáticos de cultura islámica, las referencias geográficas remitían sobre todo a Marruecos, con preferencia por
Tánger, cuyo estatuto internacional favorecía la actividad de los Servicios Secretos de distintas potencias, y
por los territorios entonces sometidos al control de España. Allí fue donde Arlt se sintió fascinado por un
mundo seductor y repulsivo, conjunción violenta de medioevo y modernidad, fiesta de colorido determinada
por la diversidad de los tipos humanos, primitivos y refinados, generosos y crueles. Crímenes, venganzas,
pasiones y otros ingredientes daban a las historias una atmósfera oriental, cuyo encanto resultaba corregido
por el cinismo que una vez más solía caracterizar a los narradores, y que daba una dimensión paródica a la
pretensión moralizadora o ejemplar que adoptaban en ocasiones. También afectaba a la crítica social (del
fanatismo, del abuso de poder, de la avaricia) que permitían deducir.
Los relatos de El criador de gorilas alejaban a Arlt del ámbito de Buenos Aires, y parecían también ajenos
a las preocupaciones metafísicas que antes eran ingrediente fundamental en las complicadas psicologías de sus
personajes. Con ese nuevo espíritu guarda relación Un viaje terrible, una «nouvelle» derivada de la estancia
del escritor en Chile, en 1940, y publicada cuando regresó a Argentina en 1941. Aquella experiencia le
permitiría imaginar un viaje hacia Panamá iniciado en el puerto de Antofagasta, y que estuvo a punto de
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concluir trágicamente para el narrador cuando el barco navegaba frente a la costa del norte de Perú. El relato
reitera intereses manifiestos en la vida y en la literatura de Arlt. Ya en 1920, en su breve ensayo «Las ciencias
ocultas en la ciudad de Buenos Aires», había mostrado esa mezcla de fascinación y sarcasmo con que se
refería ahora a las artes adivinatorias o a la carta astral que parecían determinar los destinos de sus
estrafalarios personajes. También se encuentran ecos de sus inquietudes científicas del momento, ocupado
como estaba en llevar a buen término el proceso de gomificación de las medias de señora del que esperaba la
fama y la riqueza. La voz divertida y sarcástica del narrador, que ha emprendido esa «Travesía del Terror»
forzado por sus últimas estafas, da un tono de farsa a la aventura y a sus protagonistas, cuyos deméritos y
fracasos no entrañan concesión alguna al patetismo.
Un viaje terrible confirma la impresión de que Arlt optaba por indagar en territorios de imaginación que a
veces parecían rondar la literatura fantástica. Curiosamente, estos relatos que completan su obra narrativa
recuerdan sus principios: responden a los gustos declarados en El juguete rabioso por Silvio Astier, cuando a
la edad de catorce años se abandonaba a los deleites de la literatura bandoleresca y anhelaba inmortalizarse
como un delincuente de alta escuela. Quizá las creaciones de Arlt pueden verse como una búsqueda de salida
o de sublimación personal por medio de los sueños o la literatura, o eso es lo que indica su producción teatral,
también relevante. Si se deja al margen el fragmento de Los siete locos que el Teatro del Pueblo escenificó en
1932 con el título de El humillado, esa producción se inicia con 300 millones, obra representada en julio de
ese mismo año por el conjunto de Leónidas Barletta. Arlt abordaba allí el análisis de las razones que llevan a
una muchacha a suicidarse, y para ello recurría a la concreción teatral de las fantasías que la habían ayudado a
sobrevivir por algún tiempo: en escena aparecen Rocambole, la Reina Bizantina, el Galán, el Demonio o la
Muerte, creando un clima de farsa ajeno a cualquier pretensión realista y emparentable con la factura
expresionista que sus narraciones alguna vez habían conseguido. Por otra parte, esa corporización de los
sueños permitía entrever la capacidad de las ficciones para subsistir por sí mismas. Saverio el cruel y El
fabricante de fantasmas, piezas estrenadas en 1836, le permitirían mostrar con precisión las relaciones entre
esos fantasmas y la creación literaria. Si 300 millones hablaba de la imaginación como una posibilidad de
supervivencia, sublimando las frustraciones de una existencia mediocre, El fabricante de fantasmas dio vida a
los que atormentaban a un dramaturgo, ahora hasta llevarlo al suicidio. Como esos fantasmas eran a la vez el
fruto de la imaginación y de los remordimientos de un escritor, la literatura se mostraba capaz de revelar las
dimensiones profundas de la personalidad, a la vez que el juego entre la imaginación y la realidad convertía al
autor y a sus personajes en una sucesión de máscaras sin identidad precisa. En esa idea insistiría Saverio el
cruel, apelando al recurso pirandelliano del teatro dentro del teatro para conjugar una broma canallesca con la
reflexión sobre la farsa de las relaciones y las ilusiones humanas y el análisis de los mecanismos del poder,
hasta dar al conjunto una dimensión trágica.
Arlt estrenó La isla desierta en 1937, África en 1938, y La fiesta del hierro en 1940. A esas obras hay que
sumar Prueba de amor, «boceto teatral irrepresentable ante personas honestas» que se editó en 1932, las
«burlerías» La juerga de los polichinelas y Un hombre sensible publicadas en 1934, y El desierto entra en la
ciudad, una farsa dramática que Arlt concluyó poco antes de morir en Buenos Aires, el 26 de julio de 1942.
De esas obras, que dan a su autor un lugar de notable relieve en la vanguardia teatral argentina, merece
especial atención África, cuyos cinco actos van precedidos de un exordio en el que Baba el Ciego, un «jefe de
conversación», declara su intención de narrar las historias que luego conforman la obra. África se propone así
como una ficción dramática que a su vez genera otras, y afirma su relación con la práctica oral del relato que
Arlt había observado en el norte de África y que también inspiró los cuentos de El criador de gorilas.
Arlt había escrito para el diario El Mundo, donde empezó a trabajar en 1928, las Aguafuertes porteñas que
reunió parcialmente en un volumen publicado con ese título en 1933. El mismo periódico lo envió a España y
Marruecos en 1935−1936, y antes y después a Uruguay y Brasil, en 1930, y a Chile, en 1940. Entre las
crónicas de viaje escritas a raíz de esas experiencias, sobresale la selección y publicación en 1936 de sus
Aguafuertes españolas (1ª parte. Impresiones), además de los artículos en que dejó constancia de los rudos
trabajos de las campesinas marroquíes, de su visión crítica de determinadas costumbres árabes, y de la
fascinación que también llevaría a sus relatos y a su teatro. Las aguafuertes de El Mundo constituyen la parte
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de mayor interés literario en una producción periodística que incluyó también las notas redactadas en 1926
para la revista Don Goyo, así como las crónicas policiales escritas en 1927 y 1928 para el diario Crítica. Esa
producción permite comprobar la gran capacidad de su autor para adentrarse en los problemas sociales y
políticos de su tiempo, y para exponerlos con imaginación y rigor: no sólo los que afectaron a la Argentina de
su época, sino también los que pudo observar en los países por los que viajó y los que determinaban la
atmósfera internacional cada vez más enrarecida que llevó a la segunda guerra mundial.
Resumen de la obra:
El autor narra en cuatro episodios la lucha de un adolescente (Silvio Astier) por escapar de la miseria y
humillación a la que se ve sometido como consecuencia de su condición social, marcada por la marginación y
la pobreza.
En el primer capítulo "Los ladrones", Silvio Astier tiene 14 años y alimenta su imaginación con libros sobre
ladrones y aventureros: "yo soñaba con ser bandido y estrangular a corregidores libidinosos; enderezaría
entuertos, protegería a las viudas y me amarían singulares doncellas"(p. 89). Conoce entonces a Enrique
Izurbeta, de sobrenombre "el falsificador", un muchacho con edad próxima a la suya con el que empieza a
robar. Es Enrique quien lo inicia en el crimen, pero Silvio describe cómo ya antes la ociosidad lo hubiera
llevado aplicar la inteligencia en actividades delictivas, una de ellas, fabricar un cañón con el cual dañó la
muralla de una carpintería. Pero es con Enrique que Silvio adquiere el hábito de robar, hasta llegar a, con la
ayuda de un tercer chico, formar "el club de los caballeros de la media noche" (que tiene algo de parecido con
la sociedad secreta propuesta por el Astrólogo en Los 7 locos), una pequeña sociedad secreta de tres dedicada
al hurto. Silvio descubre en el robar el deleite de obtener dinero fácil, sin trabajar. Es un tiempo de felicidad
para él. Con dinero disponible, la ciudad toma contornos agradables, y el dinamismo del ambiente urbano y la
modernidad se vuelve motivo de felicidad. En las palabras de Silvio:
(...)esperábamos a una tarde de lluvia y salíamos en automóvil. ¡Qué voluptuosidad entonces recorrer entre
cortinas de agua la ciudad! (...)nos imaginábamos que vivíamos en París o en la brumosa Londres. (...)
Después, en una confitería lujosa, tomábamos chocolate con vainilla, y saciados volvíamos en el tren de la
tarde, duplicadas las energías por la satisfacción del goce proporcionado al cuerpo voluptuoso, por el
dinamismo de todo lo circundante que con sus rumores de hierro gritaba: ¡adelante, adelante! (p.101)
El robo se muestra como un medio de vida en la ciudad, un medio para acceder a los deleites ofrecidos por la
metrópolis. Así los tres muchachos planean un robo a una biblioteca y de hecho lo ejecutan con pericia, pero
cuando Enrique se iba a casa un policía le indaga qué lleva. Enrique corre a la casa de Silvio y los dos sienten
el peligro que pasaron: la pérdida de la libertad, que tanto temían. Pasan por angustiantes minutos mientras la
policía pasa por la calle. Ya lo habían conversado antes y Silvio fue enfático: "A mi no me cachan. Antes
matar"(p. 106). Después del incidente, que Silvio nombra "el gran peligro", los tres muchachos deciden
deshacer la sociedad. Si el crimen era la forma de moverse y disfrutar la ciudad y domarla, con el gran peligro
queda claro que no es tan sencillo hacerlo y que las consecuencias son temibles. La urbe no se deja dominar, y
Silvio ha fracasado en su primer intento por encontrar un espacio en la ciudad.
En el segundo, "Los trabajos y los días" es ya más característico con la hostilidad de la ciudad hacia Silvio.
Empieza con la mudanza de barrio que la familia de Silvio tiene que hacer por sus condiciones económicas:
Silvio es desplazado y pierde contacto con sus amistades. Se van a vivir a un barrio más pobre. Él tiene ya 15
años y su madre empieza a presionarlo para que trabaje: "Tenés que trabajar, ¿entendés? Tú no quisiste
estudiar. Yo no te puedo mantener. Es necesario que trabajes." La reacción de Silvio es de repulsa, repulsa a
tener que trabajar para tener dinero: "[yo] Hablaba estremecido de coraje; rencor a sus palabras tercas, odio a
la indiferencia del mundo, a la miseria acosadora de todos los días, y al mismo tiempo una pena inominable:
la certeza de la propia inutilidad"(p. 128). Con quince años y condición económica precaria, era inevitable que
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la ciudad viniera a buscarlo y a lanzarlo en la realidad de la metrópolis: todas las maravillas de la modernidad,
los trenes, automóviles, los arcos voltaicos, los suntuosos cafés, son para pocos, entre los cuales Silvio Astier
no se encuentra. Como destino para un ser urbano joven de clase decadente, la gran ciudad reservaba las
garras de los pequeños comerciantes explotadores y ambiciosos. Silvio trabaja y vive en una librería de un
inmigrante italiano, D. Gaetano, y su esposa, tiene que humillarse sacudiendo un cencerro ante el
establecimiento para atraer clientes. Una tarde decide pasar por la casa de un señor adinerado que había
prometido conseguirle un empleo, pero éste lo recibe muy mal y le grita que se retire y no moleste más. Es
una clara señal de la distancia entre las camadas sociales y la segregación de los ricos hacia los pobres,
aunque, en otro ámbito de análisis, esa presencia caracteriza la polifonía de la novela de Arlt. Una tarde Silvio
se ve obligado a cargar objetos pesados por varias cuadras mientras las personas lo observan pasar, se siente
completamente humillado y desposeído de fortuna:
Ahora íbamos por calles solitarias, discretamente iluminadas, con plátanos vigorosos al borde de las aceras,
elevados edificios de fachadas hermosas y vitrales cubiertos de amplios cortinados. Un adolescente y una niña
conversaba en la penumbra(...). Todo el corazón se me empequeñeció de envidia y de congoja. Pensé. Pensé
que yo nunca sería como ellos..., nunca viviría en una casa hermosa y tendría una novia de la aristocracia.
Todo el corazón se me empequeñeció de envidia y congoja. (p.152)
En otro fragmento, Silvio describe cómo ha sido afectado por la vivencia en el ambiente mezquino de la
librería. Es una evidente consecuencia de la interacción con la mezquindad del pequeño comerciante. Es decir,
mas que la influencia de don Gaetano mismo, es la corrosión causada por un componente de la ciudad: así
como Silvio sufre la segregación y el engaño del hombre rico, y no de un hombre rico, sufre con el pequeño
comerciante como una especie que compone en parte a la ciudad. En las palabras de Silvio:
Una sensación de asco empezó a encorajinar mi vida dentro de aquel antro, rodeado de gente que no vomitaba
más que palabras de ganancia o ferocidad. Me contagiaron el odio que a ellos les crispaba la jeta(...). Tenía la
sensación de que mi espíritu se estaba ensuciando, de que la lepra de esa gente me agrietaba la piel del
espíritu, para excavar ahí sus cavernas oscuras. (p.156)
El pasar de los días en esas condiciones de humillación y deterioro lo llevan a Silvio a concluir que ha
aprendido algo: "Entonces repetí palabras que antes habían tenido un sentido pálido en mi experiencia.
−Sufrirás −me decía− sufrirás..., sufrirás..., sufrirás... −Y la palabra se me caía de los labios. Así maduré todo
el invierno infernal" (p. 158).
En el capítulo tercero, titulado "El juguete rabioso", Silvio tiene 16 años y ha vuelto a la casa de su madre.
Una vecina avisa que en la Escuela Militar de Aviación estaban reclutando jóvenes para ser mecánicos. Silvio
decide ir por esa oportunidad y de hecho, después de mostrar inteligencia convence a los reclutadores de que
aún que las inscripciones ya se habían encerrado deberían aceptarlo. Y lo logra, lo que le da alguna esperanza
de ser alguien pero que no consigue ahuyentar el fantasma de la miseria social y el destino de los pobres en la
metrópolis:
En el futuro, ¿no sería yo uno de esos hombres que llevan cuellos sucios, camisas zurcidas, traje color vinoso
y botines enormes, porque en los pies les han salido callos y juanetes de tanto caminar, de tanto caminar
solicitando de puerta en puerta trabajo en que ganarse la vida? Me tembló el alma ¿Qué hacer, qué podría
hacer para triunfar, para tener dinero, mucho dinero? Seguramente no me iba a encontrar en la calle una
cartera con diez mil pesos ¿Y qué hacer entonces? Y no sabiendo si pudiera asesinar a alguien, si al menos
hubiera tenido algún pariente rico, a quien asesinar y responderme, comprendí que nunca me resignaría a la
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vida penuriosa que sobrellevan naturalmente la mayoría de los hombres. Pag173
Y ese destino se hace presente cuando al cuarto día de estar reclutado lo dan de baja. Silvio indaga por qué lo
hicieron y le dicen:
"Su puesto está en una escuela industrial. Aquí no necesitamos personas inteligentes, sino brutos para el
trabajo"pag.178
Sale de la escuela sin rumbo, recorriendo las calles, generando una de las escenas más expresivas de la novela,
en donde más que pintar la ciudad, se describe el estado psíquico de quien la recorre y la vive:
Ahora cruzaba las calles de Buenos Aires con estos gritos adentrados en el alma.
Calor de fiebre me subía a las sienes; olíame sudoroso, tenía la sensación de que mi rostro se había
entosquecido de pena, deformado de pena, una pena hondísima, toda clamorosa.
Rodaba abstraído, sin derrotero. Por momentos los ímpetus de cólera me envaraban los nervios, quería gritar,
luchar a golpes con la ciudad espantosamente sorda... Y súbitamente todo se rompía adentro, todo me
pregonaba a las orejas mi absoluta inutilidad pag. 178
Termina pasando la noche en un conventillo, adonde un chico homosexual, que trabaja prostituyéndose, lo
acosa. Por la mañana Silvio sale del conventillo y deambula por la ciudad, generando otra escena de
desesperación de un individuo que no tiene su lugar en la ciudad, que se ve obligado a estar en movimiento
constante, intentando llevar la vida. Se compra un revólver y piensa irse a Europa trabajando en un navío,
pero le niegan trabajo en el puerto. La desesperación llega a un punto culminante:
De las calles de sombras formadas por los altos muros de los galpones, pasaba a la terrible claridad del sol, a
instantes un empellón me arrojaba a un costado, los gallardetes multicolores de los navíos se erizaban con el
viento; más abajo, entre la muralla negra y el casco rojo de un transatlántico, martilleaban incesantemente los
calafateadores, y aquella demostración gigantesca de poder y riqueza, de mercaderías apiñadas de bestias
pataleando suspendidas en el aire me azoraba de angustia. Y llegué a la inevitable conclusión:
−Es inútil, tengo que matarme. (p. 192)
Pero el revólver falla y Silvio se salva.
En el cuarto y último capítulo, titulado "Judas Iscariote", Silvio parece más adaptado a la vida en la
ciudad, estabilizado. Trabaja como vendedor ambulante de papeles. Pero conoce a un señor de apodo "El
Rengo", que le propone un realizar un robo a la casa de un arquitecto. Es una nueva oportunidad de
conseguirse dinero abundante y fácil. Pero algunas horas antes de poner en marcha el plan del "Rengo", Silvio
va a la casa del arquitecto y lo cuenta todo.
Una visión retrospectiva, muestra a un Silvio de catorce años idealista y soñador, mientras el último ha
llegado a la traición. Lo que se observa es que la vida de Silvio es un constante movimiento, desde el
momento en que su madre le dice que tiene que trabajar para mantenerse. Cuando Silvio cumple los catorce
años, la gran ciudad implacable vendrá a buscarlo, a hacerlo vivir su destino como ser urbano y a
transformarlo. Silvio está más reaccionando a la ciudad que actuando en ella.
En ese sentido más amplio está la ciudad en esta novela de Arlt, es ella más que un elemento, un personaje
compuesto. Su presencia como escenario es evidentemente importante, pero su interacción con el protagonista
y su influencia como algo pulsante y vivo es mayor. Aún así, es importante darle atención a las descripciones
de la ciudad y sus elementos. Son ellas en parte, nos parece, una demostración de la dureza de la prosa de
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Arlt. En El juguete rabioso el cielo de la ciudad es azul y límpido y junto con el sol sirve de contraste o fuga
de la ciudad que está debajo:
(...)conservo el recuerdo de un cielo resplandeciente sobre horizontes de casas pequeñas y encaladas(...) Por
las chatas calles del arrabal, miserables y sucias, inundadas de sol con cajones de basura a las puertas, con
mujeres ventrudas, despeinadas y escuálidas hablando en los umbrales y llamando a sus perros o a sus hijos,
bajo le cielo más límpido y diáfano, conservo el recuerdo fresco, alto y hermoso. Y más y más me embelesaba
la cúpula celeste cuanto más viles eran los parajes donde traficaba(...) (p.203).
Más adelante, el sol ilumina el interior de una carnicería, en un paisaje grotesco, decadente, en contraste con
el cielo de afuera:
Un rayo de sol iluminaba en lo oscuro las bestias de carne rojinegra colgadas de ganchos y de soga junto a los
mostradores de estaño. El piso estaba cubierto de aserrín, en el aire flotaba el olor de sebo, enjambres negros
de moscas hervían en los trozos de grasa amarilla, y el carnicero impasible aserraba los huesos, machacaba
con el dorso del cuchillo las chuletas... y afuera estaba el cielo de la mañana, quieto y exquisito, dejando caer
de la azulidad la infinita dulzura de la primavera (p.203).
El resentimiento de sus repetidos fracasos lo impulsa a delatar a un hombre común, marginado como él. La
única vez que no falla en sus intenciones, falla como ser humano, delatando al que lo consideraba su amigo y
confidente.
Comentario sobre el estilo y temática:
La obra nos habla de algún modo de la propia historia de Arlt. No siendo exactamente autobiográfica, la vida
de Silvio Astier, el protagonista, posee ciertos referentes imposibles de evadir si de la historia de su autor se
trata; una marca concreta es el empleo de Astier como vendedor en una librería. Pero referirse a esta novela en
términos de relaciones biográficas sería un error, pues este juguete está envuelto en grandes capas de grueso y
rugoso papel.
Los envoltorios de este juguete son ásperos, duelen. La pobreza, la marginación, la imposibilidad de ascender
y concretar sueños, son apenas algunas de las heridas marcadas en la piel de Astier, y serán estas lesiones y la
incapacidad de doblegar las ansias y el orgullo, las que lo conducirán a robar. Silvio Astier verá no sólo
lacerados sus sueños, sino que dolida su vida.
El trabajo humilde y salariado es el único remedio que ve la madre, pero aunque Silvio opte por él, finalmente
conducirá sus pasos por el crimen, la envidia y vivirá traiciones y humillación en aquellos lugares donde el
latrocinio es lo que se impone, lo que él se impuso.
El escritor juega con un artefacto, es decir, toma un instrumento y le quita sus funciones normales para
convertirlo en otra cosa. Pero esta cosa no es algo inerte, sino que se subleva de modo enrabiado contra su
autor y contra sus lectores. Les estalla en las manos, los obliga a ponerse activos, defenderse o complicarse
con el curioso artefacto.
Para trabajar con tan riesgosa maquinaria, Arlt contaba con un dispositivo aparentemente escaso. No era un
escritor de la tradición letrada, sobreescrita, culterana, que había cobrado identidad «profesional» a partir del
modernismo. No contaba con la enciclopedia lingüística y literaria de un Lugones o un Larreta, con la
ambición de polígrafos que animaba a Ricardo Rojas o a Manuel Gálvez. Tampoco sumaba las astucias de
biblioteca de su contemporáneo Borges. Ni siquiera lo inquietaban las novedades técnicas y las densas
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justificaciones doctrinarias de las vanguardias, que proliferaban en los tiempos de su juventud.
No es considerada una novela de hoy, pero El rabioso juguete sigue funcionando, estallando en rabietas e
interesando a gentes que están lejos de los lugares y los instantes que rodearon su aparición. Sus aventureros,
sus delirantes, sus locos, sus mujercitas, sus mujerzuelas, sus maniáticos, sus revolucionarios, sus déspotas,
sus ladronzuelos, sus rufianes, pertenecen para siempre al siglo XX que, fue problemático. Nos vuelven
capaces de horrorizarnos de sus desvaríos hasta la compasión porque son los nuestros. No lo sabíamos hasta
que Roberto Arlt fue capaz de mostrárnoslos.
Es una producción que condensa lo mejor de la vanguardia social de los años 20 en nuestra tierra, siendo la
primera novela del autor.
El rabioso juguete da en la cara de la modernidad con su sentido crítico, su sensibilidad, su denuncia, el
rescate de los personajes marginales, la otra cara de la idealización, el realismo crudo y lúcido, la esperanza
módica y las grandes pasiones albergadas en los pequeños cuerpos de sus protagonistas inolvidables. Por otro
lado merece ser destacado la actualidad que presenta para los habitantes de la Argentina del siglo XXI.
Por lo que observamos en la novela, la manifestación hostil de la ciudad hacia Silvio, el hecho de que lo
expulsa de un lado a otro y lo degenera, podemos situara Roberto Arlt como precursor de la narrativa urbana,
ya que éste eleva la ciudad del estatuto de escenario y ambiente, para el de personaje.
La novela, es por tema y tratamiento una novela de formación con muchos recursos, donde se describe las
andanzas picarescas de Silvio Astier por los arrabales bonaerenses, y aunque tiene la sinceridad de mostrar un
mundo que hasta entonces había sido poco tratado por los argentinos , la marginalidad urbana. Su verdadero
interés estriba en el final de la obra, cuando Astier delata el robo que planea hacer su mejor amigo y lanza una
perturbadora apología de la traición: "Hay momentos en nuestra vida", dice Astier, "en que tenemos necesidad
de ser canallas, de ensuciarnos hasta adentro, de hacer alguna infamia (...) de destrozar para siempre la vida de
un hombre (...) y después de hecho eso podremos volver a caminar tranquilos".
Al igual que en la novela picaresca, el héroe o antihéroe trata de conquistar el paraíso de la abundancia sin
obtener más que tropiezos caricaturescos en un entramado hostil, repleto de personajes patéticos, ruines y
desesperados que Silvio soporta con aires de resignación con tonos masoquistas: «Ya no tengo ni encuentro
palabras con las que pedir misericordia. Baldía y fea como una rodilla desnuda es mi alma.». La evolución del
personaje a través de la experiencia, le conduce nada más que a un pozo negro y grande idéntico a su barrio,
un mundo triste de valores y absurdas situaciones donde la injusticia dicta las leyes en cada gremio y
estamento: «Aquí no necesitamos personas inteligentes, sino brutos para el trabajo».
Así, el papel donde Astier describe su lucha por la vida, cada día está más humedecido. El pesimismo agarrota
sus sentidos, asi lo muestra el fragmento: «A mis oídos llegan voces distantes, resplandores pirotécnicos, pero
yo estoy aquí, solo, agarrado por mi tierra de miseria como con nueve pernos».
Cuando Silvio Astier toma conciencia de que nunca formará parte de ese otro mundo es derrotado por la rabia:
«Estremecido de odio, encendí un cigarrillo y malignamente arrollé la colilla encendida encima de un bulto
humano que dormía acurrucado en un pórtico».
Astier, toma el camino del orgullo y la venganza: su victoria económica es menor, se trata de ser un ser
excepcional, único, por un extremo o el contrario: «yo, por mi inquietud me siento, a pesar de mi canallería,
superior a usted», y es así, a través de la infamia, como Arlt, o Astier, se sitúan por encima de consideraciones
morales, siendo la hipocresía, la perversidad y por supuesto, la ironía, las armas de su triunfo: «El recuerdo,
semejante a un diente podrido, estaría en mí, y su hedor me enturbiaría todas las fragancias de la tierra, pero a
medida que ubicaba el hecho en la distancia, mi perversidad encontraba interesante la infamia».
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Para concluir cabe destacar el carácter realista que presenta la novela, reflejado en el protagonista ( Astier)
como si se tratase de la propia historia de Arlt.
Se trata de una obra con una gran cantidad de recursos ,que es lo que le da ese carácter tan real, donde Arlt
trata con toda naturalidad los temas que realmente le preocupan y han formado parte de su vida.
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