La verdad - Cuenta y Razón

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Libros recientes de Ensayo y
Ciencias Sociales
En la presente entrega de esta sección de "Cuenta y Razón" vamos a ofrecer dos textos
importantes de más allá de nuestras fronteras: el primero de ensayo sobre el colapso del
comunismo y el segundo las memorias de un personaje de primera importancia en la política
contemporánea. En cuanto a los libros aparecidos en España nos vamos a referir principalmente a
aquellos que se refieren a las efemérides del vigésimo aniversario del comienzo de la transición y de la
Restauración de la Monarquía.
JAVIER TUSELL
Ensayo
ublicado ya hace unos
meses en Francia, el
libro de Frangois Furet,
"El pasado de una
ilusión", México, FCE, 1995, se ha
convertido en un plazo corto de
tiempo no sólo en un resonante
éxito editorial en aquel país, lo que
explica su rápida traducción al
castellano. Furet, un historiador
consagrado, ingresó en ese mundo
más prometedor de laureles que es
el ensayo hace ya unos años con
ocasión de la conmemoración de
la
revolución
francesa,
momento que aprovechó para
publicar un libro iconoclasta y
P
brillante. "El pasado de una
ilusión" es un tipo de libro
diferente en cuanto que el autor no
es especialista en la época, ni en ese
país.
No se trata, por tanto, de un
libro en que un historiador deriva
hacia el ensayo, sino el de un
ensayista que conserva de la
condición del historiador la
extensión y erudición de su libro
pero que, sobre todo, tiene una
cuestión pendiente que resolver
con el comunismo y a ella le da el
tratamiento intelectual que le place.
Sin embargo el lector tiene a veces
la sensación de que los límites del
libro resultan titubeantes: el
centro de atención se sitúa en el
impacto que sobre los intelectuales han tenido la revolución rusa
y el comunismo, pero en
ocasiones la deriva del autor le
conduce hacia cuestiones que,
aunque conexas, se alejan de esa
cuestión primordial. Quizá un
lector al tanto de las cuestiones que
aborda Furet hubiera preferido
más concreción a una sola temática
y también un desarrollo más
completo de la misma. Eso
hubiera bastado para que el
libro tuviera la mitad de páginas.
La tesis fundamental de Furet es
la que ha sido habitual en la
sovietología considerada como
más derechista, por lo menos
propicia a aceptar lo que la
URSS decía acerca de sí misma y de
sus propósitos en las relaciones
internacionales. Si bien se mira,
Furet no dice nada más que lo que
escribieron en Francia personas
como Alian Be-sanc,on o Helene
Carrere d'En-causse, por citar
sólo autores franceses, y que sólo
muy poco a poco ha llegado a
convertirse en una certeza para los
medios intelectuales. Ahora ya
sabemos de sobra que el
comunismo, producto de ideas
occidentales, es sencillamente
un fracaso absoluto que, tras su
desaparición, no deja tras de sí
mas que la nada: ninguna
civilización ni tampoco un
modelo parcial sino tan sólo la
enseñanza, que es dudoso que se
acepte como tal, de que a
veces la Humanidad elige
sendas equivocadas que conducen
a ninguna parte. El aparente
enigma que plantea Furet es
cómo, en esas condiciones, esa
idea ha podido tener un
prestigio tan desbordante en el
mundo
intelectual.
Ese
interrogante no pasa de ser
ficticio porque se hace con la
respuesta ya sabida y conduce a un
resultado que se podía dar por
descontado con antelación, la
autoflagelación
de
los
intelectuales, tan característica del
ensayismo francés.
En el origen del éxito inicial de la
idea comunista Furet ofrece
algunas motivaciones que resulta,
desde el punto de vista interpretativo,
muy brillantes y alguna otra más
discutible. La revolución de 1917
no tuvo nada que ver con el
proletariado y en última instancia
poco
con
Marx; fue la
consecuencia de la acción de una
minoría profesional sobre una
turba de soldados-campesinos de
un Estado en descomposición.
Pero esa idea tampoco se puede
decir que naciera de un odio a la
burguesía (lo que, según Furet,
contribuiría a identificarla con el
fascismo) sino de un mito en el
fondo muy elemental pero
firmemente asentado en la
mente humana, el de que es posible
y es deseable una reconstrucción
desde la nada de la sociedad y que
lo es
tanto que
queda
inmediatamente exculpado elegir
cualquier atajo, por muy sangriento
que pueda parecer. Lo que
inicialmente ayudó, de cara a los
intelectuales, a la revolución rusa
fue la consideración acrítica de la
francesa y la aplicación de un
esquema convencional de lo que
había sido ésta a cuanto sucedía en
el otro extremo del Continente.
Ahora bien, tras este momento
inicial, ¿cómo se explica la
perduración de la idea comunista
en el mundo intelectual?. Si
Furet hubiera pretendido ser
tan sólo ensayista y no, al
mismo tiempo, historiador quizá
hubiera
enumerado
con
mayor precisión las razones,
pero su libro las revela de modo
suficientemente claro. Es obvio,
por ejemplo, que el óptimo
mecanismo para el éxito comunista
no fue otro que la radical
incapacidad para juzgar lo inédito.
Fue eso lo que hacía ver un
episodio familiar en lo que era
una esencia extravagante y atroz
a la que en ocasiones incluso
se la llegó a juzgar como ejemplar y,
por tanto, deseable. Sólo después de
esta deficiencia profunda en la
propia
capacidad
de
comprensión cabe hablar de
insuficiencias de otro tipo —casi
uno se atrevería a designarlas
como de carácter sentimental—
como la urgente necesidad de
entregarse al servicio de una
causa. Sobre este punto merece
la pena traer a colación una cita
de Saúl Be-llow a la que Furet
da toda la importancia debida:
"Tesoros de inteligencia pueden
ser invertidos al servicio de la
ignorancia cuando la necesidad
de ilusión es profunda".
En
realidad
el
tercer
protagonista del libro de Furet,
junto con el comunismo y los
intelectuales, es el fascismo, y al
llegar
a
él
hace
una
comparación, muy brillante, no
ya entre Hit-ler y Stalin, cuya
semejanza nadie negará después
de la doble biografía de Alian
Bullock, sino entre Lenin y
Mussolini, coincidentes no sólo en
el mundo en que viven, el de la
primera postguerra mundial, sino
en el comportamiento gangsteril,
por así denominarlo, gracias al
cual, mucho más que a las
ideas, se hicieron con el poder.
Pero lo esencial de la interpretación de Furet consiste en atribuir a
fascismo y comunismo la categoría
de géneros distintos dentro de la
común especie de totalitarismo.
Esto, que en el pasado fue
discutido y que en el momento
presente nadie pondrá en
cuestión, tiene directa relación
con la columna vertebral de su
interpretación.
En efecto no sólo fue el mismo
deseo de someterse a una causa lo
que llevó a muchos intelectuales
a tener tanto interés por el
comunismo como por el fascismo,
incluso de forma sucesiva, sino que
el antifascismo fue un mecanismo
para hacer perdurar en los
intelectuales
la
actitud
complaciente
respecto
del
comunismo: puesto que la URSS
era la patria del antifascismo de
manera necesaria debía quedar
vinculada al ideal de progreso. Y
eso que pareció tener sentido en los
años treinta todavía lo mantuvo en
los cuarenta cuando la verdadera
fuerza de Stalin era un Imperio
territorial conquistado por la
fuerza de las armas. La asunción
de respetabilidad del comunismo
se refugió entonces en el
anticapitalismo con la afirmación
de quien no tuviera nada que
decir contra el capitalismo tampoco
tenía nada contra el fascismo. A
este tipo de discurso lo que le
reprocha Furet, citando a Hook,
es la falta de responsabilidad,
compatible con la brillantez pero
lejana de cualquier tipo de
sentimiento respecto de quienes
padecen el totalitarismo.
La tercera reencarnación de la
URSS y de la idea comunista
fue, en la interpretación de Furet, el
estadio en que la primera se había
convertido en postota-litaria y la
segunda lanzaba mensajes de
permanente revisionismo. En
este punto nuestro autor es el más
patente testimonio de hasta qué
punto han cambiado las ideas
comúnmente admitidas en el plazo
de tan sólo una decena de años.
En
1985
decir
que
la
desestalinización no era otra cosa
que pasar del culto positivo a la
personalidad al negativo y juzgar a
Krus-chef o al eurocomunismo
como testimonios de disolución y
no como una filosofía, estrategia,
programa o idea hubiera sido
considerado como una herejía.
Quizá todavía lo sigue siendo
opinar que Gorbachev fue una
especie de reformador confuso del
que nunca se supo qué es lo que
quería pero que desde luego no
quiso lo que verdaderamente
ocurrió. Ahora no debiera ser
sometido ni siquiera a dudas
que el comunismo resultaba
simplemente irreformable. Las
esperanzas de que una revisión lo
cambiara de forma sustancial
estaban en la cabeza de los
intelectuales pero no se fundamentaban en ninguna razón
objetiva y, ni siquiera, la presunción de que el anticomunismo
era peor permitía justificar la
benevolencia hacia la URSS.
El brillante libro de Furet no
ofrece sensación de novedad — al
menos en quien opinó en
sentido semejante antes de
leerlo— aunque proporciona
muy buenos argumentos para
justificar esa posición. Su lectura
siempre será provechosa para
los interesados en Historia,
cuestiones actuales o relaciones
internacionales.
Memorias
De entre los libros de memorias
recientemente publicados merece
la pena citar el de Margaret
Thatcher, "El camino haciael
poder", Madrid, El País-Aguilar,
1995, que ha sido todo un éxito
editorial mundial y ha permitido
la reaparición de la política
británica
en
muchas
televisiones e incluso su aparición,
aunque tan sólo unas horas, en
España.
Si hay un político contemporáneo
cuyos textos resultan más
irrepetibles, por lo personales, es
Margaret Thatcher. El lector que
se adentra por cualquier de ellos
sabe que, a no ser que sea un
entusiasta, deberá ir a ellos
dispuesto a combatir con la autora
y deberá ponerse el casco para
soportar el chaparrón de sus
prédicas.
Ahora aparece el segundo volumen
de las memorias de la política
conservadora
británica.
En
realidad, se trata del primero en
términos cronológicos porque se
detiene en el momento en que
llegó al poder pero, para no quitarle
actualidad, ha incluido toda una
segunda parte en que emite un
conjunto muy amplio de opiniones
acerca de la política actual en sus
más variados aspectos. El lector
que guste de las memorias
encontrará en esta última parte
del libro un género literario muy
diferente y que no tiene mucho que
ver con lo prometido en el título.
Como siempre, la exdirigente
conservadora se muestra muy
combativa e incluso radicaliza
sus posiciones de antaño.
Pero la primera parte, en cambio,
resulta de una lectura muy
atractiva y confortable. El anterior
volumen de las memorias de
Thatcher fue criticado, con
razón, por su redacción algo
apresurada, lagunas informativas
y una evidente egolatría.
Ahora, en cambio, la escritura es
más reposada y la autora, cuya
inteligencia nunca nadie pondrá
en duda, la combina con la
ironía y el buen humor,
ofreciendo un contraste entre
ella misma y la imagen que
otros han dado de su persona;
su crítica a la organización de la
Europa comunitaria.
Un aniversario español
además reconoce el papel que
otros tuvieron en la elaboración de
su ideario político, principalmente
Keith Joseph, a quien va dedicado
el libro.
Como siempre Thatcher practica la
confrontación y el profe-tismo.
Gran parte de lo que predicó en
su momento vino a convertirse en
una rectificación de la democracia
en
todos
los
países
occidentales. Ahora, cuando se
admiten sus aciertos, la lectura de
otras opiniones suyas en
materias como el nuevo desorden
mundial o el nacionalismo
revelan que, aunque fuera muy
influyente, defendía también el
puro y simple conservadurismo
en una versión vetusta y casi
grotesca. Como de pasada,
recuerda Thatcher que, en su
momento, siendo joven política,
estuvo dispuesta a defender el
castigo
corporal
de
los
gamberros. Su nacionalismo
radical está emparentado con
opiniones como ésa, aunque no
haya que descartar por completo
A lo largo del mes de noviembre
pasado
hemos
venido
conmemorando el comienzo de
la transición española a la
democracia
previa
la
Restauración de la Monarquía.
Sobre estas dos cuestiones han
sido muchas las publicaciones
aparecidas y a alguna de ellas ya
se ha hecho mención en estas
páginas. Vamos a procurar
completar la panorámica editorial
ofreciendo algún libro más de
interés.
De todos los de carácter
periodístico aparecidos hasta
la fecha sobre la transición, aparte
de la serie de Temas de hoy
dedicada al vigésimo aniversario,
se debe citar en un puesto
eminente a Victoria Prego, "Así se
hizo la transición", Barcelona,
Plaza y Janes, 1995.
La serie televisiva que a la
transición
dedicó
esta
periodista obtuvo en su día un
éxito muy considerable, tan
merecido corno inesperado para
la propia Televisión pública cuya
miopía al situarla en horas
inhóspitas quedó una vez más
demostrada con creces. De la serie
resultaba óptimo el esfuerzo por
encontrar documentación fílmica,
el conocimiento de todo lo publicado hasta la fecha y la voluntad
rectilínea de ofrecer una
versión rigurosamente imparcial
de lo acontecido en esos años
decisivos. Es casi imposible que
se haga una serie de calidad
parecida acerca del mismo período
y la realizada establece unas
cotas de calidad a las que por lo
menos habrían de aspirar quienes
quieran abordar un propósito
semejante.
Ahora
Victoria
Prego
ha
convertido la serie televisiva en
libro y su lectura permite justificar el
traslado a la letra impresa. El
grueso volumen conserva las
características de la serie
televisiva pero, además, tiene la
ventaja complementaria de que la
inmensa
documentación
oral
recogida para ella aparece aquí en
su integridad y con la solidez y
permanencia de lo escrito. El
estilo de Prego es fluido y la
narración mantiene un dramatismo que hace pensar a veces en
la novela, de no estar tan
ceñida a una información tan
cuidadosa y completa.
Sin embargo el libro, aun estando
muy por encima de lo que han
escrito los periodistas acerca de la
transición, testimonia también
que el lenguaje de Prego es el
televisivo. Aparte de faltar el
testimonio
de
Suárez
es
indudable que el libro parte de
una cronología muy discutible,
que
concluye la transición
alrededor de febrero de 1976. No
siempre, además, las preguntas a las
que la autora ha tratado de
responderse han sido las más
oportunas: la información es
siempre muy buena pero el análisis
es más discutible porque el
excelente reportaje no se convierte
en libro de Historia o de Ciencia
Política. Habría que desear que
Prego continuara su serie para
años sucesivos y que para ello requisiera los asesoramientos pertinentes y obtuviera las ayudas
imprescindibles.
La segunda —y coincidente—
efemérides española se refiere a la
Restauración de la Monarquía.
Sobre el particular se han editado
tres libros más ligeros (Tom
Burns
Marañan,
"Conversaciones sobre el Rey", Barcelona, Plaza y Janes, 1995;
Juan Balansó, "Trío de Príncipes", Barcelona, Plaza y Janes,
1995; Javier González de Vega
"Yo, María de Barbón",
Madrid, El País-Aguilar, 1995) y
una biografía que sin ser de
investigación tiene el mérito de
ofrecer una panorámica de carácter general acerca de nuestro
Rey.
La reciente conmemoración del
vigésimo aniversario de la instauración (o restauración, que
sobre este punto las opiniones
discrepan) de la Monarquía ha
producido, en efecto, la aparición
de un número importante de
libros acerca de ella. Se podría
pensar que la cantidad de libros
publicados acerca de ella debiera
haber resuelto a estas alturas
cualquier interrogante acerca del
particular, pero no es ni
remotamente así. Más bien la
conclusión a la que parece
llegarse, de la lectura misma de
alguno de los libros, es la de que
existen no pocas preguntas
carentes de respuesta sobre una
cuestión política tan próxima y
tan fundamental. Incluso entre
quienes han escrito sobre el
particular no son pocos, por
ejemplo, los que se preguntan
acerca del momento en que D.
Juan Carlos empezó a pensar en
la posibilidad de llegar a una
democracia.
El libro de Tom Burns consiste en
una colección de entrevistas con
personajes relacionados, de una u
otra manera, con la causa
monárquica o su entorno. Las
preguntas
se
refieren
principalmente al momento mismo
de
la
transición
y
los
inmediatamente anteriores
y
posteriores. Los interrogados han
sido bien elegidos, aunque falta
alguno fundamental (Manuel
Prado y Colón de Carvajal, a
título de ejemplo) y las preguntas
resultan
siempre
oportunas
porque el
periodista
que
interroga ha estudiado con
profundidad la bibliografía
existente hasta el momento. La
interpretación a la que llega el
autor es, sin embargo, bastante
más discutible. Burns es muy
consciente de que el propósito
político de D. Juan Carlos, al
facilitar que el propio pueblo
español adquiriera la dirección de
su destino, data de fechas muy
anteriores a 1969. En ello, sin
duda, acierta pero llega también a
la conclusión de que D. Juan es un
autor secundario en este
drama y remite el cambio de
actitud de la Monarquía a un relevo
generacional, como aquel que
se produjo en la propia política
española a mediados de los
años setenta. Lo cierto es, sin
embargo, que D. Juan Carlos no
se explica sin D. Juan como
antecedente lo que equivale a
decir que hubo una política de la
Monarquía
que
permaneció
constante de uno a otro. Por
otro lado para un lector poco
informado la sucesión de entrevistas contradictorias, sin sentar un
definitivo criterio propio, puede
resultar más desorientadora que
otra cosa. Así se demuestra que
para hacer la Historia del pasado
inmediato no basta con las
entrevistas sino que es necesaria la
documentación. De todos los
modos el libro se lee con interés y
provecho.
El libro de Balansó tiene otras
características muy distintas. Lo
principal en él no es la reflexión
política (de la que carece por
completo) sino incidir en la
narración de la biografía de las
personas reales acerca de las
cuales
proporciona
alguna
información inédita en forma de
cartas privadas. Eso le da cierto
convirtiéndoles
grotescos.
interés circunstancial pero, al
mismo
tiempo,
presta
un
escasísimo favor a la Monarquía
y ni siquiera el lector llega a
entender la propia actitud del autor
con respecto a ella. Balansó, en
efecto, parece empeñado en un
género de cortesanía obsesiva en
la que lo principal parece no la
exaltación de los miembros de
la familiar real española sino la
morosa delectación en sus devaneos eróticos o sus problemas
económicos. Si a eso se une una
insistencia en explicar a los
miembros de la realeza cómo
deberían haberse comportado y una
radical carencia de interés en qué
podría ser o dejar de ser la
Monarquía desde el punto de vista
político, la conclusión que se extrae
es que no está claro qué razones
pueden haber inducido a Balansó a
convertirse en monárquico. Como
parece que lo es desde la edad
juvenil, la conclusión a la que el
lector llega es que a menudo
algunos monárquicos son bastante
peores que aquellos personajes de
familia real a los que describen
en
monigotes
La verdad es, por el contrario,
que estos resultan de mayor
interés en su directa espontaneidad que introducidos por el
intermedio de escritores en teoría
muy adictos. Se han publicado
recientemente los recuerdos de
Doña María de Borbón,
cónyuge de D. Juan y madre del
Rey de España, que no proporcionan
grandes claves políticas pero sí, en
cambio, algunos indicios en este
terreno de una cierta relevancia.
El libro se basa, principal e
incluso casi exclusivamente, en
conversaciones con la protagonista
cuyo papel político resultó, en
realidad, mínimo. A pesar de
ello, sin embargo, aparece de
forma clarísima en el curso de toda
la narración que esa imagen habitual de la relación entre Don
Juan y Franco según la cual resultaría que el primero tuvo
una posición muy cambiante
que incluyó etapas de buenas
relaciones con el segundo, no
resulta correcta. Los propios
sentimientos personales de
Doña María descubren la aspereza
de la relación entre los dos
personajes, que permaneció de
forma invariable como trasfon-do a
pesar de que en ocasiones pudiera
dar una impresión muy diferente si
atendemos tan sólo a la
correspondencia oficial cruzada
entre ambos. La forma de
expresarse Doña María de las
Mercedes resulta sincera, fluida y
espontánea, aunque no se
refiere a algún aspecto de la
vida familiar en el que ella jugó un
papel de primera importancia. Me
refiero a aquel momento en que,
después de que Franco nombró a
D. Juan Carlos com sucesor,
hubo un temporal empeoramiento
de relaciones entre padre e hijo.
Por lo demás la imagen de la vida
cotidiana de la familia real
española en los años del exilio
ofrece una panorámica que nada
tiene que ver con esa supuesta
corte
de
conspiradores
desocupados que Franco suponía
existente en Estoril. El libro
tiene el inconveniente de haber
sido redactado por su autor con un
lenguaje inconveniente de puro
cursi que contrasta con la llaneza
de la madre del Rey.
En cuanto a la biografía del
Rey de España, se trata de
Charles Powell, "Juan Carlos. Un
Rey para la democracia",
Barcelona, Ariel-Planeta, 1995. Este
joven historiador hispano-británico
fue autor de una obra de
importancia acerca de la
transición española a la democracia, titulada "El piloto del
cambio", con la que obtuvo el
Premio Espejo de España de la
editorial Planeta en 1991. En
realidad dicha obra se centraba en
gran parte en la figura del Rey,
cuya gestión política durante años
cruciales
describió
con
ponderación y finura de
análisis. Se trata de uno de los
mejores libros premiados por esa
editorial con el citado galardón.
En los orígenes déla biografía que
ahora publica Powell está el libro
citado de tal modo que, con honesta
sinceridad, advierte en las
primeras páginas que las fuentes
utilizadas son esencialmente las que
utilizó entonces. "Juan Carlos. Un
Rey para la democracia" es un libro
en el que se aprecia la vitola del
historiador y cuyos juicios son prudentes y, a la vez, no eluden
aquellas cuestiones de las que en
principio podría pensarse que
trataría de zafarse por ser
peliagudas. Powell en esta ocasión
ha prolongado su versión acerca
del monarca español hasta la
actualidad y, al mismo tiempo, ha
explicado el comienzo de su
trayectoria biográfica hasta su
acceso al trono. En conjunto el
libro es de grata y amena lectura.
El problema de este libro es, sin
embargo, que no proporciona, en
realidad, novedades aprecia-bles
para un lector culto español que
conoce ya, en líneas generales,
todo lo que el libro se cuenta.
Casi en su totalidad las fuentes
en que se basa son secundarias,
ya impresas, y las que no tienen
este carácter (documentación
de
archivos
públicos
diplomáticos,
británicos
y
españoles) no proporcionan una
información
verdaderamente
valiosa. No se trata, en definitiva,
de un libro de investigación que
proporcione
nuevos
conocimientos
acerca
del
personaje sino de un resumen de
lo ya conocido. Como tal, de
acuerdo
con
las
propias
declaraciones del autor, hay
que advertir que su intención
es dirigirse a un público extranjero. El hecho de estar redactado por
un historiador y el de utilizar
fuentes
secundarias
pero
recientes le pone, sin embargo,
claramente delante de otros
libros semejantes, como el de
Nourry.
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