El Halcón maltés; John Huston

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Crítica de
Director : John Houston
Guión : John Houston
Basado en el libro de Dashiell Hammett del mismo título.
Fotografía : Arthur Edeson
Música : Adolph Deutsch
Montaje : Tom Richards
Sonido : Oliver S. Garretson
Supervisor Musical: Leo F. Forbstein
Dirección artística : Robert M. Haas
Productor Asociado: Henry Blanke
Maquillaje: Perc Westmore
Vestuario: Orry−Kelly
Productora : Warner Bros.
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USA 101 min. 1941 Disponible en Color y en B&N
Intérpretes :
Humphrey Bogart (Samuel Spade), Mary Astor (Brigid O'Shaughnessy), Peter Lorre (Joe Cairo), Sydney
Greenstreet (Kasper Gutman el Gordo), Ward Bond (Detective Tom Polhaus), Barton MacLane (Detective Lt.
Dundy), Gladys George (Iva Archer), Lee Patrick (Effie Perine), Jerome Cowan (Miles Archer), Elisha Cook,
Jr. (Wilmer Cook), James Burke (Luke), Murray Alper (Frank Richman), John Hamilton (Attorney Bryan),
Emory Parnell (Segundo de Abordo), Hank Mann (Reportero), Jack Mower (Locutor), Charlie Drake
(Reportero), Creighton Hale (Taquígrafo), Walter Huston (Capt. Jacobi, El Capitán del Barco), Robert E.
Homans (Policía), William Hopper (Reportero)
Inversamente a lo que ocurrió en Europa, la guerra supuso para los Estados Unidos un período de gran
prosperidad económica. Sin desempleo en el país, las perspectivas futuras eran todavía más esperanzadoras.
Con Europa destrozada y Japón avasallado, los Estados Unidos se habían convertido indiscutiblemente en la
primera potencia económica del mundo. En la industria cinematográfica la situación era también óptima.
La popularidad de la televisión en los años 40 y 50 redujo drásticamente la asistencia al cine. Hollywood se
defendió con espectaculares obras épicas e innovaciones tales como El Cinerama ultra amplio, el 3D y el
sonido estereofónico. Se imponían en estos años las grandes personalidades a las corrientes ideológicas. Así,
tenemos a Orson Welles y su Ciudadano Kane (Citizen Kane, 1941), de gran fracaso comercial, y un año más
tarde El cuarto mandamiento (The magnificent Ambersons, 1942), ambos retratos de la verdadera América.
Toda la potencia de Hollywood se pone al servicio de la lucha, glorificando a sus soldados e intentando
tranquilizar a los pacifistas. Así, William Wyler realiza, para compensar los sentimientos antibritánicos
nacidos en el país, La señora Miniver (Mrs. Miniver, 1942), Howard Hawks, El sargento York (Sergeant York,
1941) e incluso Hitchcock realiza, con este sentimiento patriótico, Enviado especial (Foreign correspondent,
1940) y Sabotaje (Saboteur, 1942) con la intención de arrancar a los Estados Unidos de su aislacionismo.
Los años de posguerra son también años de meditación. La influyente y activa minoría católica de Hollywood
se plasma en películas llamadas edificantes, películas como ¡Qué verde era mi valle! (How green was my
valley, 1941) de John Ford. Quedan los extranjeros, como Ernst Lubitsch y Fritz Lang, que aportan a la causa
antinazi Ser o no Ser (To be or not to be, 1942) el primero y Hangmen also die (1943) el segundo.
Con todo esto nos encontramos ante una versión, la tercera, de la obra de Dashiell Hammett (la primera la
realizó diez años antes Roy del Ruth, con Ricardo Cortez, y en 1936, titulada Satán conoció a una mujer
(Satan Met a Lady, 1936) con Bette Davis y dirigida por William Dieterle) El halcón maltés, un clásico
publicado por primera vez en 1929, reeditado cientos de veces en varios idiomas. Hay que señalar que la
novela se volvió internacionalmente famosa por esta versión, con la que John Huston hizo su debut como
director.
La trama de la novela se centra en una figura procedente de la época de los Templarios que representa un
halcón de color negro, El halcón maltés, por la que varios hombres están dispuestos a disparar sus pistolas.
Una mujer alta, cimbreña, sin un sólo ángulo, derecha y alta de pecho llega a la oficina de los detectives
privados Spade y Archer para que persigan a un hombre que tiene secuestrada a su pobre e inocente hermanita
de 17 años. Los hombres aceptan y se meten en un lío que tiene ya varios muertos encima. Lo más encantador
de la novela es, tal vez, la moral sucia y gamberra de sus protagonistas. No hay buenos ni malos, nadie es fiel
a nada, no existe la amistad ni hay leyes para respetar. No hay causas que vayan más allá del dinero, un buen
trago y un cigarrillo en la oscuridad. Un personaje con vocación de mito desde su mismo nacimiento: Sam
Spade. En la cinta que nos ocupa el personaje está encarnado por el no menos mítico Humphrey Bogart, actor
que le aportó su sabiduría y serenidad interpretativa para incorporar al cínico, perspicaz y parlanchín
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detective. En su papel, (ofrecido inicialmente a George Raft), Bogart dio con la imagen que adoptaría para el
resto de su carrera cinematográfica: un héroe duro y romántico a la vez, con un código de honor muy
personal.
Decidido a toda costa a convertirse en director, según cuenta la historia, Huston envió a las oficinas de Jack
Warner un detallado borrador de la historia, escena por escena. Warner lo aprobó de inmediato, impresionado
por lo que creía era el guión final. Sin embargo, advirtió a Huston que debía limitarse a seis semanas de rodaje
y a un presupuesto de 300 mil dólares. Huston siguió las indicaciones al pie de la letra y elaboró un cuidadoso
plan de rodaje, en el que cada toma estaba planeada con precisión matemática. El resultado fue un filme
asombrosamente fiel al guión original, algo que casi nunca sucede en el mundo del cine.
Huston se rodeó de un reparto insuperable, encabezado por Humphrey Bogart, y donde destacan también las
actuaciones de Mary Astor, Peter Lorre (como el afeminado Joe Cairo) y Sidney Greenstreet (como el
deliciosamente maligno "el Gordo" Gutman). Greenstreet hizo su presentación en el cine con esta película y
tanto él como Lorre compartirían créditos de nuevo con Bogart en la inolvidable Casablanca (1942).
Si la película es importante en la historia del cine es por haber inaugurado un nuevo género dentro de la
temática cinematográfica, el cine negro. Este género literario nació por una razón, la misma que motivó el
nacimiento de la cinta que nos ocupa, El halcón maltés (the maltese falcon, 1941). Ubiquémonos en el
contexto histórico cinematográfico en los periodos durante los cuales destacó aquel oscuro movimiento.
Uno, primero, es necesario situarlo entre 1941 y 1946. En ese tiempo se establece el estilo visual (encuadres
siempre esquivos, iluminación expresionista que permitía destacar entre las sombras casas solitarias,
callejones sin salida, muelles deprimentes, cuartuchos descascarados, siempre cargados de violencia) y
algunas notaciones temáticas, a cargo del detective privado, que fue un hombre completo, un hombre de honor
por instinto, sin pensarlo y por cierto sin decirlo, un hombre relativamente pobre, porque de lo contrario no
sería detective, un hombre que jamás aceptó el dinero de nadie, ni la insolencia de nadie, un hombre solitario
que hablaba con tosco ingenio y con un vivaz sentimiento de lo grotesco. Por el contrario las mujeres casi
siempre representaban el papel de brujas intrigantes y duras, llenas de codicia y lujuria, capaces de envenenar
cualquier situación. Ellas eran las causantes de la violencia, y como mejor ejemplo, Brigid O'Shaughnessy
encarnada por Mary Astor.
Después de la guerra vino la segunda fase (1945−49) en la que la recreación de la realidad resultó más
evidente. El antihéroe, se tornó menos romántico y más fatalista. Obras como La ciudad desnuda (Naked city,
1948) de Jules Dassin es ejemplo de esa etapa.
El tercer periodo iniciado en 1949, es cuando el film noir alcanza su momento más rico y complejo: universo
hostil, antihéroes capaces de atestiguar la desintegración de sus convicciones, como ocurre en aquel laberinto
creado por Orson Welles titulado Sed de mal (Touch of evil, 1958).
De esa manera, en el film que nos ocupa, perteneciente al nacimiento de este género, podemos ver ya
cómo predomina el plano picado sobre cualquier otro tipo de plano. Esto es debido a la intención de
magnificar y mitificar el personaje de Bogart y la figura que representa dentro de la trama, y debido
también a características técnicas, ya que el actor era de baja estatura y no admitía otro plano que no
fuese éste, tan antinatural. Además es curioso señalar cómo en todos los planos siempre hay algún
personaje más bajo que él, ya sea de estatura como por estar sentados u otra estratagema.
La iluminación que presenta la obra es una luz cenital que destaca la frente de todos los personajes y
acentúa los rasgos faciales con zonas en sombra y zonas iluminadas, dando así a entender que siempre
se guardan algo que no muestran, que no existe la sinceridad en estos personajes.
La ambientación, fotografía, música, el ritmo y la planificada elaboración de las escenas son los puntos fuertes
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de un film hipnótico que, a pesar de su gran cantidad de palabrería, fluye al compás que necesita la acción.
En resumen, El halcón maltés es una película clásica tanto por sus actores, por su director, por su realización
(el Hollywood de los mitos) como por su carácter de iniciadora de un género que llega hasta nuestros días.
Humphrey Bogart se convertiría en uno de los grandes iconos en la historia del séptimo arte a partir de este
papel. Por todo esto y por la profundidad de una trama aparentemente complicada pero que te absorbe como
un remolino hasta el último minuto de cinta, merece el reconocimiento de gran película.
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