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“NADA”, de Carmen Laforet
1. Situación de la novela en España al término de la Guerra Civil. La novela de
los años cuarenta
Al finalizar la guerra civil (1936-1939) el panorama de la novela era confuso y de gran
desorientación puesto que la vida cultural se vio tan profundamente alterada como el
resto de la realidad española. Algunos de los mejores novelistas del período de
anteguerra habían muerto, como por ejemplo Valle-Inclán y Unamuno, y muchos
escritores ya consagrados o que poco antes de la guerra comenzaban su carrera literaria
se exiliaron, y en muchos casos sus obras fueron prohibidas: Gómez de la Serna,
Sender, Max Aub o Ayala. Además, las temáticas de sus novelas pertenecían ya a “otro
tiempo” muy alejado de lo que había traído consigo la contienda.
Por otra parte, Azorín y Baroja volvieron a España después de un breve autoexilio y
continuaron en su línea narrativa, pero ya sin aportar nada renovador a su obra de
anteguerra.
En la novela de postguerra podríamos distinguir diferentes corrientes: el relismo
tradicional, la novela tremendista y la novela existencial. En esta última tendencia se
enmarca la obra de Carmen Laforet, Nada.
Al realismo tradicional pertenecerían autores como Juan Antonio de Zunzunegui e
Ignacio Agustí. La segunda corriente, la del “tremendismo” aparece con la publicación
en 1942 de La familia de Pascual Duarte, de Camilo José Cela. En esta corriente se
engloban obras que, como la anteriormente citada, los hechos se presentan en toda su
violencia, con personajes, situaciones y ambientes de aspecto desgarrado, cruel o
repulsivo.
Finalmente, la novela existencial será la que predominará en estos años 40, con
Carmen Laforet y con autores como Miguel Delibes, que, como ella, también ganará
el premio Nadal.
La novela existencial de la primera posguerra expresa, desde el testimonio personal, la
miseria y sordidez de la vida cotidiana. Los temas preferentes son la frustración, la
inadaptación, la enfermedad y la muerte. Los personajes son seres angustiados por la
dureza del vivir, frustrados en sus más sencillas ilusiones, solitarios –frecuentemente
por haber perdido a sus seres queridos- y marginados. En cuanto a la técnica narrativa
sigue las formas tradicionales y el realismo barojiano, que era el modelo vigente para
estos escritores que trataban de crear una novela que expresara la conflictiva sociedad
de aquella época y las inquietudes y el malestar general en que se vivía. Por todo ello,
las obras de esta época son anunciadoras de la novela social, pero aún no se les puede
dar este calificativo –y habrá que esperar a las que se escriban en los años 50- porque la
censura oficial ejercía sobre los intelectuales y artistas una presión que provocaba el que
los novelistas se inhibieran ante toda denuncia de las medidas políticas y económicas
del régimen franquista.
2. La autora y su obra
La joven escritora Carmen Laforet (Barcelona 1921) sorprendió a todo el mundo
ganando el Premio Eugenio Nadal con su primera novela Nada en 1945, una de la
novelas que causó mayor sorpresa y que mayor éxito ha tenido en toda la narrativa de
postguerra.
La acción se sitúa en Barcelona, poco después de terminada la guerra. Una joven,
Andrea, llega a la ciudad para iniciar los estudios universitarios y va a vivir a casa de su
abuela y sus tíos, en un piso de la calle Aribau. Allí se encuentra, en un ambiente
sórdido y asfixiante, con unos personajes desequilibrados y míseros, material y
moralmente, con los que es imposible la convivencia. Un clima también de sordidez y
frustración se respira en la Universidad y, en general, en toda la ciudad; y así, el
entusiasmo inicial de Andrea se convierte, poco a poco, en desencanto. La peripecia
vital de la protagonista sirve para testimoniar el deprimente estado colectivo de toda la
sociedad española en los primeros años de la posguerra. La novela, que narra en primera
persona, directa y literalmente, esa realidad desoladora, es un bello relato impregnado
de lirismo y espontaneidad, en el que se adivina, por su sinceridad, algunos rasgos
autobiográficos (a pesar de que la autora ha insistido en que la novela no era
autobiográfica, aunque sí captaba la realidad de un momento histórico concreto, la
realidad de una ambiente y una sociedad barcelonesa marcada por una guerra y los años
inmediatos de oscura posguerra).
La autora apenas nos da unas pinceladas de la pre-historia de la vida de Andrea antes de
llegar a Barcelona. El año intenso y a la vez vacío va a ser la materia exclusiva del
relato. En la estructura, aparentemente parece que la historia quedará abierta, al final
se abre una nueva etapa para Andrea, pero la novelista muestra una voluntad de cierre
narrativo al repetir los gestos de la protagonista. El abandono de la casa a la que llegaba
al comienzo de la obra la lleva a hacer un balance final:
“Bajé la escalera despacio. Sentía una viva emoción. Recordaba la terrible esperanza, el anhelo
de vida con que las había subido por primera vez. Me marchaba ahora sin haber conocido nada
de lo que confusamente esperaba: la vida en su plenitud, la alegría, el interés profundo, el amor.
De la casa de la calle de Aribau no me llevaba nada. Al menos, así creía yo entonces”
El título de la obra se configura aquí, NADA, y el espacio, la casa de la calle de Aribau,
se reafirma como el marco fisico del tiempo vivido. Pero aunque Andrea pensaba no
llevarse nada, las 276 páginas de la novela dan fe de lo contrario pues son la muestra de
que aquel año le sirvió a la protagonista como parte de su camino de aprendizaje en el
paso de la adolescencia a la edad adulta. Su afirmación final hecha ya desde la distancia
de los hechos narrados confirman que aquel vacío, aquella nada configuraron un
momento determinado de su vida, pero su experiencia vital no fue en vano al formarse
como persona.
El tiempo del relato –se enmarca en dos comienzos de otoño- no tiene fecha histórica
precisa. Carmen Laforet escribió la novela en Madrid, de enero a septiembre de 1944, y
el relato se situaría pocos años antes de estas fechas. En la novela, el fluir del tiempo se
irá marcando con rasgos tópicos: la mención de la estación, del mes; las sensaciones de
frío, calor; las fiestas que marcan la sucesión temporal: Navidades, verbena de San
Juan.
En cuanto al espacio, podríamos señalar unos cuantos: Barcelona, la Universidad, la
casa de la calle Aribau.
Barcelona : el nombre de la ciudad ya aparece en la segunda línea del relato y su
estanción de Francia es el pórtico de llegada de Andrea. Sus sensaciones iniciales llenas
de entusiasmo están provocadas por la ciudad. Las referencias a calles y lugares
concretos son abundantes en la novela. La Vía Layetana, donde está la casa de su amiga
Ena, la catedral, el puerto, las Ramblas, la calle Pelayo, Plaza Universidad, Aribau, el
Tibidabo, Santa Maria del Mar, el barrio chino (donde se adentrará una vez
persiguiendo a su tío Juan, hasta descubrir que Gloria, su mujer no se prostituye sino
que es una jugadora que con el dinero que gana en partidas ilegales paga las medicinas
de su hijo enfermo) y el barrio de la Bonanova ( aquí tendrá por fín una experiencia
como protagonista: asistirá a un baile con su primer pretendiente. Pero sus zapatos rotos
la harán avergonzarse desde el saludo inicial de la madre de Pons. Andrea se marchará
desconsolada y avergonzada,”Unos seres nacen para vivir, otros para trabajar, otros para
mirar la vida. Yo tenía un pequeño ruin papel de espectadora. Imposible salirme de él.
Imposible libertarme”
La Universidad: es descrita vagamente; hay unas mínimas referencias a sus claustros,
su reja, su puerta, pero casi ni existen las aulas, ni los profesores, ni los estudios.
Sabemos que se sienta en el último banco de la clase y poco más.
La casa de la calle Aribau: En ella entra cuando se inicia el relato y de ella saldrá
cuando termine. Su primera mirada al interior desde la puerta recogerá su esplendor
pasado, su decadencia ruinosa, su caos, su suciedad, como lugar devastado por el paso
de esa reciente guerra que dejó a sus habitantes sin medios, sin ánimos para reorganizar
sus vidas. Le asignan como habitación el salón de la casa, lleno de muebles abigarrados,
con hedor a porquería de gato, y dormirá en una cama turca, todo en medio de un gran
desorden. Irá configurando a los personajes a partir de los espacios que ocupan: la
criada Antonia, siempre vestida de negro, y su perro también negro, reinará en la
cocina. La pelirroja Gloria y Juan, su enloquecido esposo, y el niño –sin nombre- en su
habitación, como “el cubil de una fiera”. Tía Angustias, en el único cuarto limpio y
ordenado. La abuela, más fantasmagórica que nadie, va como flotando sin que se
describa su habitación, refugio de las víctimas de los demás. Y por fín Román, el
manipulador que maneja los hilos de la casa desde su buhardilla, por encima de todos,
perturbándolos, enfrentándolos, destruyéndolos desde su mundo aparte, limpio y en
orden, lleno de encanto, con su violín, su chimenea, sus libros…
Los muebles, antaño elegantes y de calidad, hablan de otro tiempo vivido, son como
restos del naufragio en el que se ha hundido esta familia tras la guerra. La contienda
proyecta su sombra sobre la casa y sus habitantes. Son seres destrozados, enloquecidos,
que viven la miseria y pasan hambre, griten y se pelean. Tras la marcha de la tía
Angustias a un convento, Andrea ocupará su habitación, pero seguirá sin tener
intimidad porque el espacio deberá seguir abierto a todos por la presencia del teléfono.
Nunca pudo tener intimidad como puso en evidencia el episodio del pañuelo regalo de
su abuela y que ella regaló a Ena.
La presencia de esta última va a constituir en su existencia un mundo paralelo al de la
casa. Ena, guapa, rica, inteligente, irrumpe con fuerza en su vida; la figura de su novio
Jaime evita ambigüedades. La relación con ellos aleja a Andrea de la sordidez de la casa
y su familia.
Respecto a Los personajes, el mundo femenino invade la obra. Los hombres quedarán
casi siempre desdibujados, a excepción de Román y Juan. En su vida universitaria
sobresale Ena, personaje idealizado, a la que se unirá su madre; mientras su novio, su
padre quedan en un segundo plano. Pons, el otro compañero universitario de Andrea, le
introducirá en un grupo masculino de ricos que juegan a ser bohemios. El mundo de la
casa de la calle Aribau queda también absorbido por las mujeres: Angustias, Gloria, la
abuelita, la criada. Román es el único hombre con personalidad en la novela. El
enloquecido Juan es un muñeco a sus manos y descarga su brutalidad continuamente
sobre Gloria. Angustias encarna la moral de la época – siempre hablando del pecado y
de los peligros de la ciudad para una joven como Andrea-. Gloria es una mujer
maltratada por los dos hermanos, uno la tortura psicológicamente y el otro le propina
constantes palizas de manera arbitraria. Ella, a pesar de todo, resiste y no pierde su
carácter ingenuo y , a veces, jovial. La abuelita, bondadosa, fantasmal, salvadora, solo
sale de su mutismo y de sus rezos con su arrebato de cólera por los planes de Gloria; se
erige así como una madre protectora. La protagonista y narradora, Andrea, tiene 18
años, y prácticamente no tenemos datos sobre su aspecto físico; resulta una chica rara,
infrecuente, introvertida, que sólo observa lo que ocurre a su alrededor; no es nada
coqueta y su manera de vestir y arreglarse está muy condicionada por su pobreza. Es
una chica, en el fondo, de gran sensibilidad, y así lo demuestra en el análisis que hace
de sus propias sensaciones y de todo lo que les pasa a los personajes que la rodean.
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