Historia de la Forrajería

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LA FORRAJERÍA DE LA FAMILIA GARCÍA
Hacía poco más de 20 años que el ferrocarril, en sus tres distintos trazados, había comenzado a
surcar estas tierras de Vicente López, cuando llegó a éstas don Félix García. Era noviembre de
1911. Dos meses antes había zarpado de Cádiz (España) con sólo sus dieciocho años a cuestas.
Había nacido en Sanchotello, un pueblito de la provincia de Salamanca, en donde la crianza y
comercialización de animales era la forma de sobrevivir. Aún hoy, ese pequeño pueblo tiene su
sustento económico en los frigoríficos de chacinados.
Félix, era el mayor de ocho hermanos, tres varones y cinco mujeres. Eran tiempos difíciles y la
posibilidad de emigrar a tierras americanas con promisorio futuro, seguramente lo llevaron a no
dudarlo. Vaya a saber qué motivos le trajeron a Florida, ya que aquí no había ni familiares ni
amigos que pudieren substituir el dolor del desarraigo.
Como todos los inmigrantes que llegaban a Florida, el negocio de Luis Poggi, con su almacén y
despacho de bebidas en San Martín y Juan B. Justo fue el lugar de hospedaje. Allí no sólo
encontró albergue, sino que también era el lugar que servía para saber en dónde se necesitaba
gente para trabajar. Así fue como se conchabó como peón durante algún tiempo, en la quinta
Villa Delia, de Antonio Trabucco, hoy la conocida Quinta Trabucco.
La estación Florida, era en ese entonces una estación importante, pues poseía playa de
maniobras y de cargas. Mucho de lo que se recolectaba en las innumerables quintas de la zona,
llegaban a la Capital desde esta estación. Hasta aquí también llegaban trenes con mercaderías
del interior del país como semillas, papas, leña y carbón. Quizás haya sido esto lo que despertó
en él la posibilidad de abrir un comercio de estos insumos. En su España natal había conocido el
mercado de animales desde muy chico. Este era otro negocio, pero negocio al fin para su natural
instinto de comerciante.
Fue así como a los pocos años de llegar a la
República Argentina abrió su primera forrajería,
en un pequeño local que le alquilaba a la familia
Anselmi, en la Intersección de las calles Arenales
y Liniers, el cual existe actualmente.
Trabajó duro como lo hacían la mayoría de los inmigrantes de aquella época. Como mínimo dos veces por semana
partía con su chata tirada por un caballo hacia Casa Amarilla en La Boca. Hacia allá partía antes
del amanecer para poder comprar bolsas de papas que después comercializaría a los clientes en
su negocio.
En 1919, conoció a una coterránea, doña Aquilina Simón Delgado. Ella había partido del puerto
de La Coruña tan sólo dos meses después que don Félix. Pero ella provenía de otro pueblito, San
Pedro de la Viña, provincia de Zamora y, a diferencia de él, ella vino directamente a Florida
porque aquí la esperaba el primo y su familia, don Juan Delgado. Este había venido ya años
antes de aquel mismo pueblo y se había instalado en este Barrio en la calle Diego de la Riva (hoy
España) al 1200. A diferencia de Félix, Aquilina que era la menor de todos los hermanos, no fue
quien decidió venir a América. Fue su familia quien decidió que sería ella la que debía salvarse
de las penurias económicas que se vivían en aquel entonces en España.
Al poco tiempo de conocerse, en ese mismo 1919, Félix y Aquilina contrajeron enlace en Florida.
Un año después, nacería Florencio, el primer hijo del matrimonio. En ese mismo año, el esfuerzo
de su duro trabajo, le permiten al matrimonio comprar dos terrenos contiguos en Gral. José M.
Paz y Arenales. Enseguida se levantan dos piezas, cocina y baño y un gran galpón que le
permitiera montar y ampliar su propio negocio. Fue así que se abrió la nueva forrajería en José
M. Paz 1584. A la venta de semillas para los gallineros, los palomares y los jaulones, a la de
papas y cebollas, se agregó la venta de carbón y leña a granel. Ahora se disponía del espacio
como para poder almacenar mayor cantidad de mercadería y poder atender mejor a su clientela.
En 1921, nacería la hija del matrimonio de Félix y Aquilina, María Elena. Mientras tanto el
negocio seguía creciendo. Ubiquemos que este tipo de negocio en aquellos momentos era tan
importante como el almacén. Para la cocción de alimentos y para calefaccionarse en invierno era
menester tener carbón o leña, pues aún no existía la red domiciliaria de gas. Es más, si bien hacía
muy poco tiempo que había llegado la luz eléctrica al Barrio, eran muchos los vecinos que aún se
manejaban con faroles a querosén. También, eran infaltables los gallineros en los fondos, para lo
cual había que comprar semanalmente el maíz partido, o para los canarios, cardenales y
cotorras, que en general eran muchos en un jaulón, el alpiste, mijo o girasol. ¡Hasta hubieron
vecinos que criaban chanchos!!!. También la forrajería tenía la alfalfa necesaria para alimentar a
los caballos que tiraban chatas, carros y carruajes.
Aquella era la época en que todos los vecinos se conocían. Eran épocas en donde la pujanza y el
interés del vecindario llevaban al progreso de un pueblo que se había formado alrededor de una
estación de tren hacía muy pocos años pero que en esos pocos años había dejado de ser
solamente un paraje para transformarse en un pueblo. Ese mismo vecindario que se dio a sí
mismo una Sociedad Progreso de Florida, que nivelaba y cuneteaba calles o plantaba árboles en
las aceras. Era la época en que los mismos vecinos se supieron dar atención médica, ya que no
existía un hospital, trayendo médicos de renombre; también trajeron un farmacéutico, el famoso
y querido Luis Carrá. Hasta bregaron hasta poder tener una iglesia, la Nuestra Señora de La
Guardia, que, gracias a la donación de terrenos de Antonio Trabucco y al esfuerzo y dedicación
de muchos vecinos, lograron erigir el edificio en 1931. Eran los tiempos de trabajo e iniciativas
que forjaron una identidad a Florida: el Club Atlético Florida, el Club Sportivo Balcarce, la
Biblioteca Nuevos Tiempos de Florida, que funcionaba en la avenida San Martín 2135, la
Filantrópica, hoy Club Gral. San Martín, y tantas otras entidades formadas, organizadas y
administradas por los mismos vecinos.
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En aquellos años todo se hacía mancomunadamente, porque se entendía que de esa forma se
podía avanzar mejor y más rápidamente. De la misma forma se hacía dentro de las familias. El
negocio siempre era manejado por el hombre de la casa, porque así lo mandaba la tradición y las
costumbres, pero era común que toda la familia estuviera involucrado de alguna forma en el
mismo. Esto era lo que ocurría en la familia García; esposos e hijos, pequeños aún tenían un
lugar dentro del negocio de la forrajería. Así, cuando don Félix debía irse a Casa Amarilla, tarea
que le demandaba casi todo el día en ir y volver, doña Aquilina quedaba a cargo del negocio. Y
cuando había que descargar algún camión cargado con mercadería todos ayudaban en su
descarga.
El negocio con esfuerzo y tesón marchaba exitosamente. Don Félix se había asociado a la Bolsa
de Cereales de Buenos Aires. Esto le permitía conocer mejor el mercado de las semillas y
también poder comenzar la venta al por mayor de esa mercadería. La mayoría de edad de su hijo
Florencio, permitió abrir nuevos horizontes. Éste, que había conocido este negocio desde muy
pequeño comenzó a darle nuevos bríos y hasta otra orientación, quizás porque supo comprender
tempranamente que este tipo de negocio y al menudeo, tendería a extinguirse con el tiempo. Ya
eran pocos los que no gozaban de luz eléctrica; el gas natural comenzaba a mandar a retiro a las
cocinas económicas; las panaderías comenzaban transformaban sus hornos a fuell-oil; ya los
carros tirados por caballos comenzaban a dejar paso a “modernos” camiones y autos. Florencio
García también comprendió rápidamente que el verdadero negocio estaba en la venta al por
mayor.
La incorporación definitiva de Florencio al negocio con su juventud y sus nuevas ideas trajo
nueva pujanza a la forrajería. Ya, para la compra de carbón, leña o alfalfa, no se utilizaba un
consignatario de Buenos Aires. Se iba a buscarlo directamente a las fuentes. En un viejo auto
Mercedes (nuevo para ese momento) viajaba Florencio a Santiago del Estero y al Chaco y
compraba directamente a los productores. De allí cargaba la mercadería en tren cuando éste era
un medio de transporte ágil y serio y la remitía a Buenos Aires. Dentro de un mes llegó a tener
hasta 60 vagones en tránsito. Antes de viajar hacia el norte normalmente ya había cerrado
negocios con los Hipódromos de San Isidro, de Palermo y de La Plata para la venta de alfalfa de
primera calidad para los caballos de carrera; o había ganado una licitación pública para
abastecer a la Facultad de Agronomía y Veterinaria; o al Ejército Argentino; o a alguna
municipalidad como la de Vicente López, San Isidro, San Fernando, San Martín; y también
enviaba mercaderías para forrajerías más pequeñas de la zona.
Cuando se trataba de la compra de semillas o papas, allí viajaba Florencio por toda la provincia
de Bs. As. para tratar directamente con los productores. Es por ello que las instalaciones de su
propio negocio estaban atiborradas de distintas mercaderías. Allí podía verse las pilas de fardos
de alfalfa cuidadosamente acopiadas para que entrasen mayor cantidad; o las estibas de bolsas
de distintos cereales: avena, maíz, cebada, afrecho, alpiste, mijo, etc.
A don Félix, que fue quien había comenzado este comercio, sintió seguramente que el negocio se
le había ido de las manos, que el mismo había tomado una dimensión y un ritmo para él
inalcanzable. Sin embargo, quedó con la venta minorista que como lo había previsto su hijo
había comenzado a declinar por los adelantos de la vida moderna, y al cual él sin embargo le iba
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agregando distintos rubros para poder continuar. Tampoco dejó sus habituales idas semanales
hasta la Bolsa de Cereales para conocer los precios y la situación de los cereales y para realizar en
el mismo recinto reuniones o negocios comerciales. Si bien estas reuniones en la Bolsa fueron
disminuyendo en frecuencia a medida que avanzaba la edad, lo hizo sin embargo hasta los 80
años cuando recibió medalla y diploma de socio vitalicio.
Don Félix, que había enviudado en 1969, fallece el 2 de mayo de 1982, con 88 años a cuestas.
Hasta los 86, religiosamente abría su negocio a las 8 de la mañana hasta el mediodía. A la tarde,
previa siesta, estaba otra vez frente al viejo mostrador y la balanza de dos platos que lo
acompañó toda su vida. A su muerte, la vieja forrajería bajó las persianas; tan sólo quedaban
algunos clientes que venían a buscar algún kilo de alpiste para el canario, o semillas de girasol
para los loros, o los chicos del colegio para hacer la famosa germinación que había pedido la
maestra; salvo algunos kilos de carbón o leña para algún asado de fin de semana. Ya habían
desaparecido los gallineros, los grandes jaulones, las conejeras, las cocinas económicas, los
faroles de noche. Ya no había más espacio para las forrajerías, y como muchos otros negocios
fueron sacados de circulación con el progreso. En las paredes vacías del galpón aún podía
escucharse la voz de Don Felix, renegando con algún chico que se le había subido a las pilas de
alfalfa de de más de 5 metros de altura o cuando se subían a la báscula para pesarse. Aún podía
olerse en el ambiente el aroma especial de la alfalfa verde…Su hijo Florencio sólo siguió el
negocio mayorista unos años más. Todo pareció desdibujarse rápidamente en el túnel del
tiempo.
Sin embargo, el 28 de septiembre de 2001, la vieja forrajería de la Familia García volvió a
levantar sus persianas. Ese año Florida cumplia 110 años y se organizaron múltiples festejos para
la ocasión. Aquí se hizo se quiso recrear uno de los negocios típicos de principios del siglo XX.
Todo estaba en el mismo lugar, como testimonio de un pasado reciente: la báscula, la balanza de
dos platos, sus pesas de bronce, las palas, las horquillas, hasta mercaderías que habían quedado
adentro cuando la forrajería se cerró. También el viejo camión Chevrolet modelo 1957, que
había servido para transportar mercadería, estaba allí diciendo ¡Presente! En su capot aún podía
leerse la leyenda “¡Pobre de ellos!”. En el ambiente todavía podía olerse el aroma del pasto seco
y de las semillas entremezclado con fotos antiguas de las distintas familias pioneras del Barrio.
Las persianas no se abrieron para volver a vender forrajes sino para reivindicar un pasado. El
pasado y el esfuerzo de una familia y el pasado y la pujanza de un Barrio, también, fue un tributo
a los vecinos que hicieron este lugar. Trata de ser una ventana por donde se pueda “espiar” el
pasado, sus personajes y sus costumbres. Lo que se había programado tan sólo para festejar el
cumpleaños de Florida y que tendría una duración de algunos días, se transformó en una
realidad actual.
Nos quejamos a menudo de que el patrimonio de nuestro país está siempre amenazado por su
permanente exclusión como tema de las agendas políticas. Es por ello, que creo que la
participación comunitaria puede ser el primer paso para la preservación y puesta en valor de los
patrimonios locales, que son sin lugar a dudas, motores del desarrollo y soportes de la memoria
colectiva. El pasado hace a la identidad de los pueblos y la identidad hace al futuro de los
mismos.
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