CENICIENTA SIGLO XXI - Educastur Hospedaje Web

Anuncio
CENICIENTA SIGLO XXI
La protagonista de esta historia se llama Alicia, y trabaja de cajera en un
supermercado de esos que tenemos muchos en nuestras ciudades, y que, cuando viajas a
otros sitios de España, por lejanos que sean, descubres que también los hay allí, que las
chicas y los chicos visten el mismo uniforme y los letreros de las ofertas son iguales.
Su jornada laboral no se ajusta a las ocho horas de contrato, pues, a petición de
otras chicas que empezaron como ella, muchas veces debe quedarse para cumplir
órdenes variadas. Los días que debería acabar su trabajo a las tres no llega a casa hasta
las cinco, los que debería acabar a las 10 de la noche no llega a casa hasta las 12.
Alicia tiene 18 años y le hubiera gustado ser enfermera, pero eso fue al empezar el
Bachiller, cuando murió su madre. A partir de entonces quedó con su padrastro y dos
hermanastros gemelos, Anastasio y Griseldo, y su situación de niña cambió en un
momento a la de ama de casa y a la vez trabajadora fuera de casa.
El día comenzaba bien pronto para ella, pues o bien debería de ir a trabajar
habiendo preparado previamente los desayunos y la ropa de sus tres familiares, o bien
trabajaba por la tarde y entonces los desayunos serían servidos en la cama, los baños de
agua caliente preparados a temperatura y todas las tareas propias de la mañana de un
ama de casa realizadas con esmero.
No sería la primera vez que su padrastro recién llegado de tomar su vermut en el
bar (él no trabajaba, pues estaba prejubilado de una empresa minera) le recriminaba no
haber limpiado el polvo de los muebles, o no haber salado suficientemente el cocido o
echar demasiado tiempo haciendo la compra por haber parado a hablar con alguna
amiga de su madre.
Pero no todo iba a ser amargo para Alicia, porque ella sabía vigilar y cuidar un
pequeño tiempo de intimidad, a salvo de aquellos que se dedicaban a hacerle poco
menos que imposible su vida. Una vez sola en casa a la mañana o en su habitación a la
noche nadie sabía que ella poseía un pequeño tesoro: el diario de su bisabuelo
Belarmino, abuelo de su madre.
Belarmino había sido un trabajador minero que había vivido en tiempos peores
que los de ella según describía. Unos tiempos en los que los mineros pasaban hambre y
frío, no había televisión y, según contaba en su diario, ir al cine era todo un
acontecimiento.
Alicia había leído el diario montones de veces y siempre pensaba que sus
desgracias no eran nada comparadas con las que se describían en el cuaderno de las
mujeres carboneras, del tiempo de cárcel del abuelo, de la guerra. Eso le daba fuerza
para soportar aquella pandilla de salvajes que tenía en casa.
Los momentos del cuaderno la llevaban al pasado: a la voz suave de su madre, al
tiempo con ella en el sofá viendo la televisión apoyada en su hombro, a sus besos, a los
días de vacaciones de colegio acompañándola al mercado, a su risa, a la nocilla de la
merienda recién llegada del colegio. Nadie le podría quitar aquello y el diario su abuelo
decía montones de veces que: “pasado no es futuro, y el futuro es el que yo decida”
Y llegaron las navidades. Todas sus compañeras hacían planes para la salida del
día de Nochevieja. Las chicas con novio saldrían a cenar y en el mismo lugar estarían
bailando con ellos hasta muy tarde. Las que no tenían novio habían ya quedado para
verse delante del Ayuntamiento, poco antes de las 12 y celebrar juntas la llegada del
nuevo año para luego ir a los bares de copas. Alicia, cuando era invitada con éstas
últimas a participar, inventaba mil disculpas sabiendo que su padrastro no la dejaría
salir. Solía decir que se encontraría cansada después de haber trabajado por la tarde o
que por qué había que obligatoriamente divertirse precisamente ese día, como si no
pudiera ser cualquier otro.
Y llegó el día de Nochevieja. Alicia, por la mañana, debió de preparar la sopa de
marisco, el besugo, carne y postres que le impuso su padrastro sabiendo que ella lo
cenaría sola en la cocina bien pasadas las once de la noche. Y así fue. Cuando llegó a
casa lo que encontró fueron las habituales voces discutiendo por cualquier cosa un
montón de cosas por recoger en la mesa del comedor y botellas de coñac y güisqui
medio vacías. Sabía que a su buenas noches no habría respuesta y que poco más tarde y
con destinos diferentes los tres saldrían de casa. No se equivocó.
Se puso su delantal, y sin poder aguantar más, se derrumbó sobre la mesa de la
cocina, la cara sobre el antebrazo, llorando. Pasó el tiempo, la angustia que sentía ya se
le había pasado, pero es que eran las dos y cuarto. Se había quedado dormida sin
saberlo. No le quedaba ya nada dentro de todo aquello tan fuerte que había sentido, se
sentía diferente.. Pudiera ser que se fuera a la cama a leer aquella pequeña joya; pero,
pensándolo bien, esta vez no lo haría así...
Pocas cosas había que recoger en su habitación y todas cogían en la vieja maleta y
en el neceser de su madre así que haría lo que había leído tantas veces al abuelo sin
hacerle el menor caso. Definitivamente se marcharía porque como bien decía él:
“pasado no es futuro, y el futuro es el que yo decida”.
RIGEL
ALUMNA: VERA PÉREZ SÁNCHEZ
COLEGIO: ÉCOLE
Descargar