Cuenta Conmigo- Un tango, una vida

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Un tango, una vida
Hay diferentes tipos de ausencias
Sección: Cuento Contigo
Autor: Liana Castello
Todos los días y casi a la misma hora, tomaba el subte para ir a su trabajo. Todos
los días o casi todos, escuchaba a una joven que cantaba a cambio de unas
monedas. Nunca le había prestado demasiada atención, la escuchaba como si lo
que la joven cantaba fuese una música de fondo y no alguien que estaba
poniéndole la voz a unas pocas monedas en una gorra.
Sin embargo, un día la joven cambió su repertorio y comenzó a interpretar una
melodía que a Claudia le resultaba muy familiar. Era un tango que durante muchos
años había escuchado por ser uno de los preferidos de su padre. A Claudia no le
gustaba el tango, pero ese en especial sí porque representaba un pedacito de su
papá que ya no estaba. Era su infancia, era su padre y la sonrisa que se reflejaba
en su rostro cuando lo escuchaba, era un trozo de su vida juntos, era mucho más
que cualquier canción.
Repasando la letra que sabía casi de memoria, comenzó a pensar en cuánto tiempo
hacía que no escuchaba ese tango. ¿Desde la muerte de su padre? Primero pensó
que sí, y eso la entristeció, pero la tristeza fue aún mayor cuando se dio cuenta de
que su padre había fallecido casi un año atrás, y ella no escuchaba esa canción
hacía por lo menos diez, desde que él había dejado de ser quien era para
convertirse en otro ser.
Hay personas que no necesariamente se van cuando mueren. Hay seres que, por
alguna razón o varias, van desapareciendo. Su brillo es esfuma, su lenguaje
cambia, la expresión de sus ojos también. Personas que no son felices y que nos
muestran una especie de sombra de lo que fueron en otros tiempos. Seres que
acunan grandes tristezas o frustraciones y que no han podido reinventarse, barajar
y dar de nuevo, y quedan ahí como si estuvieran, cuando en realidad no están.
Aunque los vemos, no son los que eran. Tienen sus mismos rostros, no su misma
expresión.
Entonces Claudia se puso a pensar cuándo había perdido realmente a su padre y se
percató de que mucho antes de que falleciera. Ese hombre, con empuje, con
carácter y decisión, se transformó en una persona silenciosa, que mantenía la vida
solo porque ahí estaba. Una persona que, poco a poco, fue dejando de lado las
cosas que tanto había disfrutado, entre ellas, ese tango que entonaba la joven y
todos los otros también.
Su padre había cambiado hacía ya muchos años. Por diferentes motivos, su vida
había dado algunos giros que no pudo afrontar: un trabajo que hacía con amor y
que se desvaneció, otros trabajos que tuvo que aceptar para mantener a su familia,
pero que no le llenaban el alma, hijos que crecieron y partieron. En cierto modo,
ese hombre había quedado atrapado en un pasado más feliz, donde los tangos eran
parte de esa dicha. No pudo reinventarse, no pudo ver que quizás la felicidad podía
haber cambiado su fisonomía, sin embargo, aún estaba allí porque tenía a su
familia y, hasta ese momento, salud.
Es muy doloroso convivir con la ausencia de un ser amado, pero también lo es ver
que ese ser está solo en apariencia. Una apariencia teñida de un gris que se llevó
esa luz que alguna vez tuvo.
Ninguno de los dos recuerdos era bueno para esa hija que extrañaba a su padre, ni
el de la muerte ni el de la figura taciturna en la que su padre se había convertido.
¿Cuál había sido en realidad? ¿El de su primera infancia o el de los últimos años?
¿Aquel hombre fuerte y decidido o el otro callado y solitario?
El tango ya había terminado, la joven se había bajado del subte, pero Claudia
seguía su viaje. Notó que ella seguía tarareando por lo bajo, como si no se hubiera
podido despegar de esa melodía, como si cantándola su padre volviese un ratito.
Sintió entonces que poco importaba cuál de esos dos hombres había sido su padre,
pues tal vez había sido ambos o ninguno, pero él la había amado y ella lo amaba a
él, con eso bastaba. No siempre las personas o las cosas son de una sola manera,
lo mismo ocurre con las ausencias, porque no hay una sola manera de estar y
muchas de estar ausente.
Como fuere, Claudia sonreía. Ese día, su padre había vuelto en la letra de ese
tango, en la voz de esa joven o, mejor dicho, se había acercado aún más, porque lo
cierto es que jamás se fue de su vida.
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