DICTADO 1 Aquella civilización había desarrollado bastantes progresos que demostraban gran sabiduría. Hablaban una hermosa lengua de gran antigüedad, y conservaban libros que escribieron antiguos habitantes de los valles de aquella región. Las tierras silvestres de alrededor eran ricas en abundantes hierbas, así que había en ellas herbívoros de muchas clases. Era fácil ver cómo volaban por encima los buitres, porque hallaban siempre muchos cadáveres de animales. Pero la gente fue allí muy hábil; produjeron, tras muchos ensayos, unas máquinas con las que cogían a veces animales que vivían cerca. Aun así, hubo un día en que iban varios niños por ahí que habían desobedecido a sus padres. De entre las hierbas surgió uno de los mayores monstruos que se haya visto nunca, y tuvieron que echar a correr valle abajo, sin volver la cabeza ni poder hacer otra cosa. Se sentían abandonados, y el pánico a ser devorados aumentaba aún más porque no recibían apoyo de sus papás, como cada vez que hicieron algo mal. Huyeron durante minutos horribles, resbalaron y recibieron en sus cuellos el aliento del monstruo. Cuando les parecía ya inevitable la muerte, en el momento decisivo se sumergieron en el fondo de un pozo, donde debieron esperar la llegada de ayuda, dirigiendo al cielo sus súplicas. DICTADO 2 En aquella ciudad, no es exagerado decir que la hegemonía sobre los plebeyos y humildes vasallos, era de los señores, que los tenían muy a raya, y los habían convertido casi en esclavos, que nuca concebía proyectos de rebeldía. Obviamente, a veces se observaba que gente harta iba a estallar, pero los jinetes de los señores los combatían con extraordinaria vigilancia. Cualquier excusa servía para asfixiar cuellos en la horca, para enviar a la hoguera o estrangular a los hostiles, que cayeron en una situación de pánico, devorados por escalofríos. En todo caso, hicieron lo posible por sobrevivir y resurgir, sin gemir excesivamente. Algunos de esos personajes, incluso de alto y honrado linaje, huyeron como el rayo fingiendo que se iban de viaje, pero echando en el equipaje fusiles y explosivos. La policía, cuando comprobó que sus vehículos no se hallaban donde debían, tomó como rehenes a los hijos de los huidos. Construyeron bastas vallas, rodeados de hondos agujeros, y ensayaron nuevas torturas: los lavaban en los desagües, los hundían en estiércol, les provocaban infecciones, les daban agua hirviendo, los hinchaban con inyecciones, les hacían llagas que inflaban con un fuelle, los acostaban sobre el hielo... y así la mayoría lloraba pidiendo auxilio, hasta que, faltos de apoyo, se desmayaban y yacían encogidos, ahogados, enajenados y próximos a la muerte. Tras esta exquisita hazaña, los dirigían a su hogar, de donde les prohibían salir, y les exigían vivir como ermitaños. Por tanto, las noticias que han llegado a nosotros sobre el subdesarrollo de aquella gente no son exageradas habladurías, sino bastante exactas, y no es fácil imaginar qué origen tuvo esta situación, cuyo fin yo tampoco sé. DICTADO 3 Tras poner un huevo en el hueco de la escalera, la gallina se ha ido a tomar su habitual desayuno debajo de la sombrilla del patio. Ayer anduvo malita y cuando se levantó ya no era hora de andar por ahí, porque en el trayecto a la casa del búho, además de que huele mal, no es extraño que vaya uno tan tranquilo y lo atropelle un vehículo. Hay que protegerse, y recogerse cuando se adviertan los primeros destellos de las motos. Esta mañana está de enhorabuena porque le dan su masaje semanal, aunque le dijeron que no iban a poder. Ya está viejecita y poco hábil: le desagrada que la lluvia le moje el traje de plumas que le trajo su tocaya de Israel, y le molesta que, yendo al garaje, le dé en la cara el viento. Por eso la hallarás siempre echada, con las alas flexionadas, al solito, ojeando la vasta llanura del campo, en el que el sol absorbe las gotitas de rocío de los capullos de las rosas, oyendo a los pajarillos cantar espontáneamente, al llegar la primavera. Siempre poseyó una buena biblioteca, hasta que le prohibió el médico que leyera; así que ahora ahorra gastos en libros, aunque conserva su colección de textos, que evita hojear hasta que pueda resolver su problema con la vista. En todo caso, a pesar de que su excelente médico le haya avisado, aún revela los misterios de alguna novela policíaca.