El grito silenciado; Ana Tortajada

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RESUMEN DE LIBRO
“El grito silenciado”.
Ficha
Tortajada Ana. Autora
“EL GRITO SILENCIADO” Diario de un viaje a Afganistán.
PROLOGO: Escrito por Carmen Alborch.
Grupo editorial Randon house Mondadori,S.L.
MITOS VOCES
El libro habla precisamente de eso, un grito dedicado a nuestras mentes occidentales y nuestra cómoda vida.
Ana Tortajada y dos compañeras más, Mercè Guilera y Sara Comas emprenden un viaje a Afganistán
en plena era talibán (2000) para comprobar con sus propios ojos la situación y difÃ−cil vida de esta
región tan sumamente castigada por la guerra, el hambre y las desigualdades.
Desde el principio descubrimos dos mundos insalvablemente apartados (purdah), el femenino y el masculino,
propios de las sociedades musulmanas y árabes en general. Incluso visto desde la perspectiva del año
2007, después de todos los impactantes acontecimientos acaecidos posteriormente a este viaje, no creo que
la sociedad afgana haya mejorado mucho la interacción de la mujer con el hombre en la vida cotidiana y el
trabajo. Se ratifica algo que ya se intuÃ−a: una barrera cultural infranqueable entre ambos sexos. A pesar del
rico mundo femenino ( los harenes) en el que se han movido las tres protagonistas, no es suficiente y acaba
siendo poco por no compartir con los hombres más experiencias. Y sin embargo se adivina en esos hombres
que andan alrededor de todas las mujeres de la historia hay una cierta envidia y un querer formar parte de su
mundo.
También hay que recalcar el extremo peligro al que se han visto expuestas, en su incursión a un
Afganistán en ruinas, fÃ−sica y psicológicamente. Sus visitas a las escuelas casa y centros de
alfabetización a escondidas pusieron en peligro no sólo su vida, sino también la de los colaboradores
afganos que les ha apoyado y guiado. “Lo único que os pedimos es que, por razones de seguridad, no
mencionéis los nombres de las poblaciones donde habéis visitado casas escuela, fue el ruego común de
nuestros contactos en Afganistán”. Nos cuenta en su libro la autura.
Con una preparación exhaustiva sobre el nudo, historia, polÃ−tica y costumbres de la sociedad afgana, las
tres viajeras aterrizan en el primer punto de contacto: Islamabad (Pakistán), a la que posteriormente
volverán, que describen como la capital nueva del Pakistán nuevo, exuberante y verde, ciudad
geométrica, con grandes avenidas, edificios modernos, hermosa y frÃ−a. A pesar de que la maleta de Meme
(Mercè Guilera) se pierde, encaran la situación con mucha filosofÃ−a, llenas del entusiasmo que les inspira
el lugar. Denuncian las condiciones
económicas tan desastrosas en que se encuentran los refugiados, al igual que la zona que está en un bypass
de “servicios mÃ−nimos”. “El avión que nos llevará a Peshawar (ciudad fronteriza con Afganistán) es
pequeño, cuarenta plazas, y funciona con unas hélices que un hombre pone en marcha desde el suelo”,
empieza sorprendiendo el diario. Resaltan el color ocre del paisaje y las restricciones y cortes del suministro
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eléctrico asÃ− como la falta de teléfono.
Entre las anécdotas destaca el hecho de que las familias afganas kabulÃ−es no usan pañales para sus
bebés, lo que demuestra lo sencilla y simple que resulta la vida allÃ−. A destacar que en las calles
principales de la ciudad sÃ− que existe algún local con conexión a internet que por supuesto hay que pagar
a precio de oro.
La viajeras son recibidas por Azada, la mujer afgana que será su guÃ−a y traductora y que pertenece y dirige
la organización humanitaria HAWCA para la asistencia de mujeres y niños de Afganistan, donde van a
parar los beneficios obtenidos por la publicación de este diario. HAWCA es una escuela para niños y
niñas pobres donde trabajan como maestras tanto Azada como sus vecinas y amigas. Al ser una escuela
gratuita no puede autofinanciarse, por lo tanto requiere de ayuda y donaciones externas.
Las tres viajeras tienen que acabar comprando prendas de vestir locales, puesto que no se pretende llamar la
atención. A pesar de ello, confiesan sentirse cómodas en los frescos y prácticos ropajes (apropiados para
el clima caluroso de la región).
Las casas en las que se alojan siguen todas un mismo patrón: sin muebles, con alfombras, cojines, y clavos
en la pared para colgar la ropa. La tasa del baño consiste tan solo en un agujero en el suelo con un marco de
porcelana y un grifo en la pared. Comen con las manos, generalmente de un recipiente central del que se
sirven todos los comensales. La cocina afgana, al contrario de la pakistanÃ−, no es picante ni lleva muchos
especies, resulta suave, como en general los tonos y ornamentos de las ropas.
Llamativo les resulta ver la cantidad de atención y de afecto que reciben los niños por parte de los adultos,
no sólo en el seno de la familia, sino en todos los lugares. Y que la separación entre hombres y mujeres, el
purdah al que me he referido anteriormente, da la sensación de vivir en diferentes galaxias.
Peshawar está formado por unos 200 campos de refugiados registrados, cada uno de los cuales son como
pequeñas ciudades, con un Consejo (especie de gobierno interno del campo) y multitud de casas, de adobe o
ladrillo. Alrededor de los campos se han instalado numerosas fábricas pakistanÃ−es de ladrillo para
aprovechar y explotar la mano de obra barata. Algo que resulta asombroso y triste es el hecho de que estos
campos están edificados en zonas que pertenecen a propietarios pakistanÃ−es que cobran a los refugiados un
alquiler por la parcela que ocupa cada casa edificada.
Los campos son lugares de convivencia donde tienen cabida todas las etnias y se respeta a todo el mundo, no
en vano son refugiados del régimen talibán y grupos islamistas extremistas. Es curioso observar, apunta la
autora, que los afganos no se lamentan ni piden nada. Ningún afgano pretende inspirar lástima a nadie.
Permanecen unos dÃ−as en Peshawar manteniendo citas con diferentes miembros de organizaciones no
gubernamentales y empapándose de la situación presente y futura de Afganistán.
Una situación no menos extraña se produce cuando tienen que acudir al consulado talibán para poder
cruzar Afganistan, y visitar Kabul. Muy equivocados estamos si creemos que no son gente que no utilice la
burocracia y los despachos. Ana asÃ− nos lo cuenta: “En la mesa de al lado se sienta un auténtico talibán
y me produce un escalofrÃ−o, el turbante impecable, la ropa inmaculada, la barba negra, larga y poblada, los
ojos pintados con la raya negra en el párpado inferior: Si las leyendas y supersticiones afganas que hablan de
djin, diablos y espÃ−ritus malignos encarnados en cuerpos hermosÃ−simos fueran ciertas, este talibán
serÃ−a un claro ejemplo. Sólo sus ojos le delatarÃ−an”.
A pesar de la precariedad consiguen tener en casa alguna sesión de video, cuando la familia donde se alojan
piden prestado un reproductor de cintas. Es asÃ− que Ana y sus compañeras visionan documentales de los
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sucesivos conflictos, gobiernos y golpes de Estado de la zona. “De pronto podemos poner rostro a todos esos
nombres implicados en la destrucción de Afganistán, los lÃ−deres comunistas, los golpistas, los lÃ−deres
islamistas” escriben.
Pero encuentran también muros infranqueables, peligros y mentiras. Como la entrevista mantenida con el
responsable del ACNUR (Alto Comisionado de la Naciones Unidas para los Refugiados) en Pakistán, en
cuyo resumen no aparecen los talibanes, ni la violación permanente y sistemática de los derechos humanos
en Afganistán y sÃ− en cambio enumera unos campos de refugiados maravillosos que nuestras amigas no
han visto por ningún lado. Esto me recuerda los continuos anuncios publicitarios de la CNN sobre los
paÃ−ses árabes, como si fueran cuentos de las mil y una noches.
Por fin consiguen el visado para acudir a Kabul, viaje que supone largas horas de coche, registros e
interrogatorios en la frontera, continua vigilancia en el hotel donde las instalan, y obligatoria visita guiada.
Resulta prácticamente imposible la visita a las casas escuela, pero el dÃ−a antes de volver a Pakistán lo
consiguen aún con el riesgo que ello supone, especialmente para Azada, como mujer afgana a la que no le
está permitido trabajar, y todo el teatro que tienen que montar para hacer creer a los hombres que ejercen una
continua vigilancia a las tres europeas, que es una mujer a la que apenas conocen. Todo un capÃ−tulo que
pone los nervios de punta.
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