LA CRISIS DEL 98 EN ESPAÑA: CAUSAS Y CONSECUENCIAS

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LA CRISIS DEL 98 EN ESPAÑA: CAUSAS Y CONSECUENCIAS
TEMA 4
EL IMPERIO COLONIAL ULTRAMARINO ESPAÑOL.Los restos del imperio colonial español, tras la pérdida de la
América continental a principios del siglo XIX, consistían en las dos
grandes islas del Caribe: Cuba y Puerto Rico, las islas Filipinas en el
Pacífico occidental y un conjunto de islotes y pequeños archipiélagos
dispersos por este océano.
A fines del siglo XIX, el régimen establecido por Cánovas se vio
sacudido por una fuerte crisis, provocada por la guerra colonial y la
pérdida de los últimos restos del imperio ultramarino. España vio
reducida su posición en la política internacional, al entrar a formar parte
de las naciones débiles o “moribundas” frente a las naciones fuertes o
“vitales”.
Paralelamente, España se vio envuelta en una crisis interna, fruto de
lo que los coetáneos denominaron el “Desastre”, que acabó reorientando
las principales líneas de la acción política española.
El fin de siglo está marcado en Europa por la supremacía de
Alemania en la política internacional del continente. Cánovas teniendo en
cuenta esto y la debilidad presupuestaria de España, es partidario de
mantener una política de neutralidad que evite enfrentamientos que
España no puede sostener económicamente. Los políticos españoles
partían de la idea de la decadencia de España y de los países latinos
frente a la superioridad de las potencias germanas y anglosajonas. Esta
política aislacionista es revisada por los liberales, que buscan alianzas
para salvaguardar los intereses españoles en Marruecos y en Ultramar.
Con este objetivo, España se adhiere al Pacto del Mediterráneo
mediante un acuerdo bilateral hispano-italiano, quedando unida
indirectamente a la Triple Alianza, de la que forman parte Alemania,
Italia y Rusia. La política exterior española tiene que hacer frente a tres
problemas fundamentales: Marruecos, las islas Carolinas y Cuba.
En los primeros tiempos de la ocupación de África, España fija sus
posiciones de alineamiento con Francia en la Conferencia de Madrid de
1880, para garantizar la integridad de los territorios marroquíes limítrofes
con las ciudades españolas de Ceuta y Melilla. Los frecuentes roces con
las cabilas marroquíes obligan a incrementar la presencia militar española
con Martínez Campos al frente, el cual realiza varias campañas llenas de
éxitos, y como consecuencia de las mismas se amplían los límites
territoriales y se hace pagar una indemnización al sultán de Marruecos.
La penetración en el continente africano se consolida con el Tratado de
Paris de 1900, que reconoce la ocupación española de Guinea Ecuatorial
y del Sahara.
Alemania está interesada en el establecimiento de un protectorado
sobre las islas Carolinas y Palaos para que abastezcan de carbón a sus
barcos, pero estas islas son consideradas territorio español por el
Gobierno de Madrid que dispone el envío de tropas al gobernador de
Filipinas para que ejerza el dominio sobre dichos territorios. El conflicto
estalló con el enfrentamiento entre comerciantes de diversas
nacionalidades asentados en las islas. La solución del conflicto llega con
la intervención del Papa, que sanciona la soberanía española sobre las
islas y otorga la libertad de comercio y abastecimiento de carbón a
Alemania.
La situación de Cuba y Puerto Rico presentaba unos rasgos
coloniales muy peculiares: ambas islas, situadas en las cercanías de
Estados Unidos, tenían una vida económica basada en la agricultura de
exportación, con el azúcar de caña y el tabaco como principales
productos. Aportaban a la economía española un flujo continuo de
beneficios. Todo esto se debía a las fuertes leyes arancelarias que Madrid
imponía a esas colonias. Constituían un mercado cautivo, obligadas a
comprar las carísimas harinas castellanas y los textiles catalanes, e
impedidas de exportar azúcar a Europa y privadas de toda capacidad de
autogobierno. La dependencia de España se mantuvo únicamente por el
papel que cumplía la metrópoli, que aseguraba con sus tropas y su
administración la explotación esclavista en beneficio de una reducidísima
oligarquía.
En el archipiélago de Filipinas, en cambio, la población española
era escasa y los capitales invertidos no eran relevantes. Durante tres
siglos la soberanía se había mantenido gracias a una fuerza militar, no
muy amplia, y a la presencia en las islas de varias órdenes religiosas.
EL CONFLICTO CUBANO.Cuba había sido una colonia muy especial, más rica que la
metrópoli en muchos aspectos desde el primer tercio del siglo XIX,
momento en el que se implantan en la isla una nueva forma de
explotación basada en el sistema de plantaciones, especialmente de
azúcar, tabaco y café. De la prosperidad cubana habla el hecho de que el
primer tren que funcionó en España fue el de la Habana-Güines.
Durante el gobierno de Sagasta de 1893 a 1895, el ministro de
Ultramar, Antonio Maura, elaboró un plan de reformas por el que se
concedía cierta autonomía a Cuba. Este fue bien acogido por los
autonomistas, pero lo combatieron los independentistas y también los
asimilacionistas.
A la hora de entender el porqué de la popularidad del problema
cubano en España, conviene tener en cuenta algunos datos objetivos
acerca de los vínculos no sólo culturales sino familiares, económicos y
sociales entre España y las islas de las Antillas. Cuba y Puerto Rico eran
sentidas desde la Península de manera similar a como lo eran las Baleares
o las Canarias.
En Cuba la guerra independentista era un fenómeno popular entre
las clases inferiores, especialmente entre los campesinos. La lucha de los
mambises contra España se hacia para mejorar su situación económica y
social, que a su entender tenía que pasar por la independencia nacional de
Cuba, a ejemplo de la independencia norteamericana emprendida por las
Trece Colonias contra los ingleses en el XVIII.
El recuerdo de la esclavitud y la persistencia del esclavismo en la
isla hasta tiempos muy recientes fue un factor decisivo para que la
mayoría de la población, especialmente los campesinos negros o mulatos,
se sumaran a la rebelión. El general Martínez Campos se dio cuenta
rápidamente de que la revuelta cubana era no sólo popular, sino también
revolucionaria y con escasas posibilidades de poder ser sofocada. En
España, la popularidad de la guerra era también prácticamente unánime.
Solo los federalistas, socialistas, anarquistas y algunos intelectuales y
políticos como Miguel de Unamuno o Sabino Arana, eran contrarios. Y
es que en Cuba confluían muchos sentimientos y demasiados intereses
económicos, especialmente catalanes. Muchas familias cubanas y
españolas que se encontraban repartidas en ambos territorios no deseaban
en modo alguno perder su identidad española, por lo que no cabe duda
que querían mantener a toda costa sus vínculos nacionales con España.
Por esta razón y por otras el problema cubano se sentía en la Península
como propio y como próximo, hasta el punto de que cualquier solución
que se le diera podía desatar auténticas tormentas políticas.
El apoyo popular fue disminuyendo a medida que se hacían visibles
los costes de la contienda. Los jóvenes adinerados llamados a filas
compraban la redención de sus servicio de armas, por lo que sólo
aquellos pertenecientes a las clases populares embarcaban hacia Cuba.
El interés de Estados Unidos era manifiesto, ya que la economía
cubana había ido entrando progresivamente en la órbita económica de
este país. El desarrollo del mercado norteamericano, la proximidad de la
isla de Cuba y la capacidad de la economía norteamericana para absorber
la producción cubana, hacían de Estados Unidos el mercado nacional de
la Isla.
Tanto en Cuba, como en España o Norteamerica se era consciente
de que la guerra de independencia cubana podría desembocar en un
enfrentamiento directo entre España y los Estados Unidos. El dilema para
nuestro país era terrible. O se iba a una guerra segura contra los
norteamericanos para defender lo que se suponía indefendible; o por el
contrario, se corría el riego del enfrentamiento con el ejército propio en el
caso de vender, abandonar o entregar la isla, arriesgando además lo que
era intocable: la monarquía y el equilibrio constitucional tan
laboriosamente conseguido.
Los brotes de conflictividad provocados por los independentistas
cubanos se reprodujeron ocasionalmente: la conocida como guerra
chiquita de 1879, las insurrecciones de 1883 y 1885. Estos conflictos y su
represión alimentaron el nacionalismo popular en Cuba, al que se
sumaron tanto los esclavos como los criollos ricos.
Los burócratas, comerciantes y azucareros españoles residentes en
la isla se negaban a admitir ningún tipo de autonomía. En la Península
también había muchos intereses pues el comercio con Cuba
proporcionaba a España un saldo positivo. La abolición de la esclavitud
en la isla fue tardía, el proyecto de autonomía no se llevó a cabo. Por el
contrario, España intentó convertirla en una provincia más enviando a
unos 700.000 emigrantes, sobre todo gallegos.
La presión diplomática estadounidense sobre la isla se incrementó;
en 1892 este país obtuvo un arancel favorable para sus productos y
después financió a los independentistas con la intención de ejercer de
árbitro cuando surgiera un conflicto entre Cuba y la metrópoli.
La guerra estalló de nuevo en febrero de 1895 con el Grito de Baire,
nombre con el que se conoce el levantamiento que tuvo lugar en la parte
oriental de la isla, durante la celebración del carnaval. El conflicto surgía,
por tanto, en un ambiente claramente popular y con un amplio apoyo de
la población negra y mulata. A continuación se proclamó el Manifiesto
de Montecristi, redactado por José Martí y Máximo Gómez, líderes civil
y militar de un grupo político que habían constituido, el Partido
Revolucionario Cubano. A la muerte de Martí al poco de iniciarse la
guerra, Gómez y Antonio Maceo, un mulato muy popular, asumieron la
dirección militar de los rebeldes.
A esta revuelta se unió la de Filipinas en 1896, encabezada por
Emilio Aguinaldo. En Filipinas había surgido una conciencia nacionalista
en algunas minorías tagalas. Se formaron grupos autonomistas que
derivaron pronto al independentismo cuando en 1892 José Rizal fundó la
nacionalista “Liga Filipina”. Las tropas españolas actuaron con extrema
dureza y ejecutaron al principal intelectual independentista del
archipiélago, José Rizal. La rebelión fue sofocada en 1897.
En estas circunstancias, en febrero de 1898, tuvo lugar un
incidente: la voladura del Maine, un acorazado estadounidense que se
encontraba en el puerto de La Habana, en el que murieron más de 250
marinos norteamericanos. La prensa y el gobierno de Estados Unidos
culparon a España de la voladura y se ofrecieron para comprar la isla.
Los políticos de la Restauración prefirieron una derrota honrosa antes que
una paz comprada; la opinión pública y la prensa española se mostraron
muy belicistas y nacionalistas. Estados Unidos declaró la guerra a España
en abril de 1898.
Las fuerzas militares españolas dieron en Cuba el ejemplo que no
supieron dar los políticos y las oligarquías del sistema en aquel momento
decisivo. El ejército español era muy superior en número al
norteamericano, pero mal armado, mal abastecidos y minado por las
enfermedades tropicales. La armada española era similar a la americana
en cuanto al número de barcos, aunque eran más ligeros y con un blindaje
mucho más débil. Aún así el problema más grave era el armamento
inadecuado de nuestros navíos de guerra, claramente inferior al
americano.
La guerra se decidió en el mar: las escuadras estadounidenses
derrotaron a las españolas, primero en Cavite, frente a Manila, y después
frente a Santiago de Cuba. El 10 de diciembre de 1898 se firmó el
Tratado de París, por el cual España reconocía la independencia de Cuba
y cedía a Estados Unidos Puerto Rico, la isla de Guam, en las Marianas,
y las Filipinas. En 1899 España vendía al Imperio Alemán los restos de
su imperio insular en el Pacifico, las islas Carolinas, las Marianas y
Palaos.
LAS CONSECUENCIAS DEL “DESASTRE”.La crisis del 98 ha sido un hecho fundamental que ha marcado la
historia de España; un acontecimiento que obliga a una reflexión
profunda sobre nuestro país. En 1898 se bajaba el telón de una época que
había periclitado sin tener previsto como abordar la siguiente situación:
que España había dejado de ser un Imperio en el que se reconocían todas
las partes, para pasar a ser solamente una nación en la que no todos se
reconocían.
La pérdida del imperio de ultramar fue considerada un desastre
tanto militar como diplomático, sobre todo porque desde la prensa y los
púlpitos se había propagado desmedidamente la creencia en la
superioridad militar española. A pesar de ello, la derrota no provocó
ningún cambio político.
Una de las primeras consecuencias fue la formación de una
corriente de opinión muy amplia a favor de la regeneración de España.
Una regeneración que habría de acometerse en todos los órdenes, desde
el político al social, pasando por el económico e intelectual.
Las consecuencias del desastre a medio plazo fueron relevantes:
a) La vieja presencia en ultramar se trató de sustituir con una mayor
atención al norte de África. El africanismo sustituyó al
colonialismo ultramarino y al recogimiento diplomático. Pero es
evidente que España pasa de ser una potencia mundial con
territorios en los cinco continentes, a pequeña potencia regional.
b) Se abrió un gran debate sobre los defectos que padecía la nación
española y las medidas que había que adoptar para remediarlos.
Este era el mensaje del regeneracionismo, que rechazaba el sistema
político y social de la restauración al considerarlo una lacra para el
progreso de España o en el caso de los más extremos, un símbolo
fiel de la decadencia moral y espiritual de España. Entre sus
representantes más ilustres cabe señalar a Unamuno, Joaquín Costa
y Ángel Ganivet. El regeneracionismo tuvo una vertiente literaria,
la generación del 98, que dio nuevos impulsos a la vida intelectual
y política del país en las primeras décadas del siglo XX.
c) La coyuntura favoreció el viraje hacia el proteccionismo
económico, que había comenzado unos años antes con el arancel de
1891.
d) El resentimiento de los militares hacia los políticos, que los habían
utilizado haciéndoles perder la guerra; la oposición política no
rentabilizó la derrota.
e) El crecimiento de un antimilitarismo popular. La circunstancia de
que el reclutamiento pudiera evitarse pagando una cantidad en
metálico, y el espectáculo de la repatriación de los soldados heridos
y mutilados, incrementó el rechazo al ejército entre las clases
populares. El movimiento obrero hizo campaña contra ese
reclutamiento injusto, lo que provocó, a su vez, la animadversión
de los militares hacia el pueblo y las organizaciones obreras.
f) La emergencia de los nacionalismos, la otra vía alternativa de la
identidad española tras la pérdida del imperio. De igual forma surge
un republicanismo distinto del que había tenido lugar durante el
Sexenio.
g) El surgimiento del obrerismo organizado y el deterioro del orden
público.
La defensa del mercado interior, así como la aplicación de medidas
propias de un nacionalismo económico fueron las consecuencias más
duraderas de la crisis del 98, ya que se prolongaron hasta el Plan de
estabilización de 1959, durante la dictadura franquista.
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