elogio.pdf

Anuncio
Vamos a bendecir al Señor, cantemos, dancemos, riamos sin vergüenza, no te sonrojes por tus carcajadas,
porque Dios nos ha concedido una vida abundante, llena de los rostros de todas las personas que han pasado
por estos caminos, que han trillado el terreno por el que luego pasaron y pasarán nuestros pasos todavía
vacilantes, todavía asustadizos. Da gracias al Señor con tu vida: duerme y vela, trabaja y descansa, salta de
gozo y llora por el encanto de un Dios que se hace presente en nuestra historia, en todas aquellas hermanas
que han hecho realidad el amor del Maestro y la protección de su Madre. Entonemos un canto de alabanza a
Dios por todas ellas.
Jóvenes que arriesgasteis, que os dejasteis conquistar por un proyecto nuevo, que asumisteis con gozo las
intuiciones de Cosme, Luis y Marina porque os hablaban de ese Evangelio que ya os había agarrado el
corazón. Vuestra generosidad ha sido semilla de amor en el mundo.
Hermanas y madres que vivisteis el día a día de colegios y comunidades, siempre abiertas, orantes,
acogedoras, sin tiempo porque todo vuestro tiempo era para los demás. Tenéis un tesoro en el cielo y en la
tierra porque vuestro amor es inextinguible.
Maestras de vida, que hicisteis que los libros hablaran para vuestros alumnos, los lápices pintaran flores, las
agujas cosieran los más hermosos tapices hechos con los hilos de la oración, la sencillez y el buen ejemplo...
Vosotras enseñasteis a soñar y a convencer de que los sueños se hacen realidad. Amando explicasteis las
complicadas matemáticas, las letras, desde las vocales hasta los hondos suspiros de Cervantes y Juan de la
Cruz, la alta filosofía, la música bellísima... Y vuestro amor enseñó que no hay nada como ser libre y que para
ser libre hay que saber, estar abierto a Dios y al mundo, entregarse en el trabajo; enseñasteis otro modo de
ser mujer. Sois benditas porque vuestra vida es nuestro estímulo, porque vuestra mayor alegría fue el daros a
vosotras mismas sin guardaros nada, porque cada día de clase ha perdurado.
Hermanas porteras, cuántas personas vivieron esperando vuestra sonrisa, la conversación agradable, la
escucha y el consejo en tantos momentos de la vida. Sois el rostro de nuestras comunidades y obras, la mano
cariñosa, la voz que acompaña, la que siempre está presente. Hoy nos gozamos con vuestra vida que nos enseña
a abrir las puertas a todos, a ser acogedoras, abiertas al otro, confiadas y esperanzadas en todo lo que está por
venir.
Hermanas abiertas a “abrazar con los dos brazos todos los trabajos”, Señor, gracias por ellas, son tantas que
son incontables. Hermanas dispuestas a enseñar, coser, cocinar, limpiar, abrir puertas, cuidar enfermos,
visitar encarcelados... Son la tierra sobre la que nos afianzamos, su disponibilidad es un tesoro, el amor que te
tienen las llevó a estar dispuestas a todo, a caminar sabiendo que tú eres el camino, la verdad y la vida.
Servidoras y animadoras de las comunidades, hermanas superioras, cercanas a quienes más os necesitaron,
pendientes de las mayores y enfermas, de aquellas a las que más les costaba caminar, facilitando procesos,
acompañando el paso, potenciando la fe, no sólo en Dios, sino en todas las personas. Vuestra mirada ilumina a
las comunidades, vuestros esfuerzos abrieron nuevas maneras de hacer las cosas, vuestra visión de futuro nos
ayuda a ser hoy más coherentes y a buscar que las personas den siempre lo mejor de ellas mismas.
Hoy, Señor, te alabamos, te damos gracias, nuestra boca no se cansa de decirte bien, porque nos has mirado
en tu misericordia. Te bendecimos por todas nuestras hermanas en la historia, ellas han permitido que tú
conviertas el éxodo en historia de salvación. Tú las has bendecido con tu inmenso amor y con los dones de tu
sabiduría, ellas han sabido acoger esos dones, por eso permanecen entre nosotras y su recuerdo allana nuestros
sueños, sueños que están siempre habitados por ti.
En el IV Centenario de la Congregación
1607-2007
Descargar