EL CONDE LUCANOR El autor: El Infante Don Juan Manuel don Manuel

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EL CONDE LUCANOR
El autor: El Infante Don Juan Manuel
1282. Nace el 6 de mayo en Escalona (Toledo).
Es hijo del Infante don Manuel y de doña Beatriz de Saboya. Nieto del rey Fernando III el Santo.
1284. Muere su padre.
1290. Muere su madre, quedando huérfano a la edad de 8 años.
Es educado en la Corte de su sobrino, Sancho IV (hijo de Alfonso X), donde muy pronto se convierte en su
favorito a causa de su inteligencia e ingenio. Recibe, por herencia familiar, el tÃ-tulo de Adelantado del reino
de Murcia.
El infante Alfonso de la Cerda (aspirante al trono castellano), habÃ-a prometido al rey aragonés el Reino
de Murcia por su apoyo. Por lo que don Juan Manuel siempre se decantarÃ-a por Sancho IV el Bravo.
1295. Una vez muerto el rey Sancho, hereda el trono su hijo, Fernando IV.
Jaime II de Aragón, aprovecha y reclama el Reino de Murcia, por lo que don Juan Manuel pierde Elche.
En cambio, de MarÃ-a de Molina, obtiene el Marquesado de Villena, que incluye Alarcón, Belmonte y el
Castillo de GarcÃ-muñoz.
1299. Casa a la edad de diecisiete años con la infanta Isabel de Mallorca, pero la infanta muere dos años
después, antes de poder reunirse con ella.
1303. Se entrevista con el rey aragonés, para intentar recuperar el Reino de Murcia. No lo consigue, pero
obtiene de Jaime II la mano de su hija Constanza (quien cuenta con 3 años de edad).
AsÃ- mismo, se compromete a no guerrear con su futuro suegro en caso de guerra con Castilla.
El rey castellano, enterado de estos avatares, intentará la eliminación fÃ-sica del infante don Juan Manuel,
sin conseguirlo.
1304. Conseguida la paz entre los reinos castellano y aragonés, Elche queda definitivamente incorporada a
la corona aragonesa, con gran pesar de don Juan Manuel, quien conserva Villena y cambia Alarcón por
Cartagena.
1306. Firma las capitulaciones matrimoniales con Constanza de Aragón (6 años de edad), trasladándola
al Alcázar de Villena y acordando no consumar el matrimonio hasta que ésta alcance los doce años de
edad.
Su hermana muere asesinada, según muchos, por el infante portugués don Alonso. A pesar de ello, el
belicoso don Juan Manuel no tomará represalias contra el portugués.
1309. Castilla y Aragón acuerdan atacar el reino moro de Granada.
1310. En plena campaña, los aragoneses y don Juan Manuel se retiran, dejando solo al rey castellano,
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quien fracasa en su intento. Desde este dia, el Rey de Castilla se convierte en un enemigo irreconciliable.
1311. Casa en Jativa con la infanta aragonesa Constanza.
1312. Recibe con satisfacción la noticia de la muerte del rey castellano Fernando IV.
Hereda el trono su hijo Alfonso XI, quien tiene un año de edad.
Sin embargo, su alegria dura poco. Las Cortes castellanas nombran regentes a don Pedro y don Juan.
Estos, le retiran del cargo de Adelantado de Murcia, entregándoselo a don Diego López de Haro. Al
infante don Juan Manuel se le designa como Mayordomo del Rey.
1317. Nace su hija Constanza.
1319. Mueren los infantes don Pedro y don Juan durante la retirada del cerco de Granada.
1321. Ordena el asesinato del consejero del Arzobispo de Toledo, don Diego GarcÃ-a. El motivo es la
inducción de éste a la desobediencia del citado Arzobispo hacia el infante.
1321. Muere doña MarÃ-a de Molina.
A su muerte, ejercen la tutorÃ-a, el infante don Felipe, don Juan el Tuerto y el infante don Juan Manuel. Se
suceden las intrigas.
1322. En una de ellas el propio don Juan Manuel está a punto de perder la vida como consecuencia de un
intento de asesinato.
1323. El infante se retira a su villa de Belmonte.
1325. Alfonso XI pasa a reinar efectivamente sobre Castilla. Se prepara su boda y se celebran esponsales con
su hija, Constanza Manuel. Sin embargo, el matrimonio real va aplazándose.
1327. Muere su mujer, Constanza de Aragón, en su Castillo de Garcimuñoz.
En otro orden de cosas el infante vuelve a casar, esta vez con Blanca Núñez de Lara , nieta del rey
Alfonso X. De este matrimonio nacerán dos hijos: Fernando Manuel y Juana Manuel.
El joven Alfonso XI entra en negociaciones para casarse con MarÃ-a de Portugal, encarcelando a
Constanza Manuel en el Castillo de Toro.
A consecuencia de ello, el infante se declara en rebeldÃ-a y en guerra abierta contra su rey. Le hace enviar
una carta en la que no se considera súbdito castellano.
Renueva entonces su amistad con el rey aragonés, y con el rey moro de Granada.
Desde sus fortalezas guerrea contra el monarca castellano, contienda que se alargará hasta el año 1329,
cometiendo sus soldados todo tipo de abusos y tropelÃ-as.
Acuña moneda propia con leyendas religiosas. Dicha moneda tiene dos inscripciones: Santa Orsa y
Adepictaviacon.
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La primera hacÃ-a referencia a Santa Úrsula, princesa virgen asesinada por los hunos en el siglo V.
La segunda se refiere a su hija Constanza (CON), también virgen (VIA) y traicionada, como
representación (DEPICTA) de Santa Úrsula.
Es decir, el Infante, a la vez que se sirve de su dinero para pagar los gastos de la guerra, envia un mensaje a
sus usuarios: a imagen de Santa Úrsula, su hija Constanza, también virgen, ha sido traicionada y todo el
mundo sabe por quien.
Se consigue una tregua gracia a la mediación del Papa y del Obispo de Oviedo.
Mediante ella se consigue la libertad para Constanza Manuel, y que restitución del infante en su cargo de
Adelantado de Murcia.
A cambio de ello, el infante don Juan Manuel se compromete a ayudar a su monarca en La Reconquista de
Al−Andalus.
El infante además verá nacer otros dos vástagos: Sancho y Enrique, fruto ambos de sus amores
extraconyugales con Inés de Castañeda.
1335. Termina su libro "El Conde Lucanor" también llamado de los "exemplos".
No asiste a su rey en el cerco de Gibraltar contra los musulmanes.
Alfonso XI se ofende y persigue al infante y a su cuñado, Juan Núñez de Lara.
1336. Vuelve a reconciliarse brevemente con su rey y a enemistarse nuevamente por la negativa del monarca a
dejar partir a su hija Constanza Manuel, para que case con el Rey de Portugal.
Aliado a los portugueses, son vencidos en la Batalla de Barcarrota.
En esta ocasión la iniciativa corresponde claramente al monarca castellano, quien obliga al infante a ir
trasladándose sucesivamente, al tiempo que va rindiendo sus fortalezas.
Finalmente, termina refugiándose en Peñafiel.
AllÃ-, temiendo ser hecho allÃ- prisionero, con una pequeña escolta y por "logares encobiertos" pasa a
Aragón, donde será protegido por Pedro IV.
Su hija Constanza casa, finalmente, con el rey Pedro I de Portugal.
En diciembre se rinde al rey castellano, recuperando algunos de los castillos confiscados durante la contienda,
pero sin lograr recuperar el tÃ-tulo de Adelantado de Murcia, el cual será finalmente concedido a su hijo
Fernando.
1340. A pesar de ello, no dejará de ayudar a su rey (aunque sin demasiado entusiasmo) en la trascendental
Batalla del Salado, donde el poderÃ-o benimerin sufre un fuerte descalabro.
1344. También acude en el sitio de Algeciras, con resultado victorioso para los intereses castellanos.
Su última acción polÃ-tica será la de concertar el casamiento de su hijo Fernando con la hija menor de
Ramón Berenguer, hijo del rey aragonés.
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Pero el viejo infante intrigante no llegará a ver a su hija Juana Manuel convertida en Reina de Castilla por
su futuro casamiento con Enrique II de Trastamara.
Desde entonces se retira de la vida pública, dedicándose solamente al cuidado de su todavÃ-a enorme
Estado, y al cultivo de la literatura.
1348. Don Juan Manuel muere el 13 de junio, al parecer, en la ciudad de Córdoba. Según su testamento,
su cuerpo recibe sepultura en el Monasterio de los Frailes Predicadores de Peñafiel, donde además
quedará por expreso deseo suyo, toda su obra literaria.
SU OBRA
Su agitada vida no le impidió dedicarse a trabajos literarios, pues era muy versado en letras clásicas y en
las obras de los escritores orientales y sarracenos. Fue también muy aficionado al latÃ-n, aunque sus
producciones las escribió en romance vulgar. Muchos de sus escritos se han perdido, como el Libro de los
Cantares, colección de poesÃ-as y Reglas como se debe trovar, el más antiguo tratado castellano de
versificación.
Su Libro del caballero y del escudero, inspirado en Ramón LLul; el Libro de los Estados, los varios
escritos históricos y el Libro infinito, también llamado de los castigos (castigo significaba entonces
enseñanza), son de mérito relativo. La obra más notable es el Libro de Patronio o El Conde Lucanor
(1328−34), conocido también como el Libro de los exemplos, donde se insertan unos cincuenta cuentos o
apólogos que Patronio, preceptor del Conde Lucanor, ofrece a éste para responder indirectamente a sus
preguntas. Muchos de estos cuentos, inspirados en las más variadas fuentes, particularmente árabes,
aunque populares en su tiempo, entraron por su mano en la literatura occidental. Todos terminan siempre por
una moraleja en verso, interesante repertorio para el estudio de la métrica, y algunos han adquirido el valor
de modelos del género. Anterior en trece años al famoso Decamerón de Bocaccio, fue en Castilla lo
que las Mil y una noches en el mundo oriental. La prosa de esta obra pone de manifiesto los progresos hechos
por el castellano en su evolución, y sus cualidades de claridad, precisión, ausencia de complicaciones,
escasez de imágenes y, por tanto, distanciamiento de la verdadera poesÃ-a, constituyen las notas esenciales
del arte de don Juan Manuel, acaso el primer prosista castellano que tuvo estilo personal.
Ficha del libro
• Explica la intención con la que el autor escribe este libro.
Don Juan Manuel era un moralista. Su intención era hacer una obra útil que enseñase y aconsejase para
un recto comportamiento. Para endulzar las enseñanzas acude a los cuentos.
• ¿Qué hizo Don Juan Manuel para que el libro llegase hasta nosotros?
Dio todo el conjunto de sus obras al Monasterio de Peñafiel, con el fin de conservarlas tal y como él las
habÃ-a escrito. Estos textos se perdieron en un incendio. Han llegado a nosotros a través de copias, estas
copias están de múltiples incorrecciones.
• ¿Qué dificultades tuvo en aquella época para escribirlo? (¿estaba mal visto?)
En su entorno, algunos le reprocharon su vocación literaria porque pensaban que un noble de alta alcurnia no
debÃ-a perder el tiempo hilvanando palabras sobre un pergamino, pero don Juan Manuel encontraba en las
letras un remanso de orden y consuelo que le aliviaba de sus amarguras, asÃ- que nunca pensó en
abandonarlas, quienes le criticaban, les respondió con firmeza que sus libros resultaban útiles para aquellos
que los leÃ-an y que, en esta vida hay vicios mucho peores que la pasión de escribir. Antes de escribir y leer
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tenÃ-a que combatir y no le sobraba mucho tiempo pero a la mÃ-nima no dejaba los libros solos ni un
momento.
• Busca el verdadero origen de los cuentos que recoge en su libro.
La mayor parte de los cuentos están tomados de las tradiciones orientales (indias,
Persas, egipcias, árabes, hebreas..) o de los fabulistas latinos Fedro y Esopo.
• ¿Cómo está estructurado el libro?
• Pregunta del conde Lucanor a Patronio, su consejero.
• Exemplo de Patronio (cuento).
• Moraleja (en verso).
Un privado de confianza
Estaba el conde Lucanor hablando con Patronio, su consejero, y le dijo:
Hace unos dÃ-as un caballero muy rico que es amigo mÃ-o me comento que por cosas que le
habÃ-an ocurrido querÃ-a irse de esta tierra para no volver nunca mas .Y me dijo también que
como me aprecia mucho me venderÃ-a una parte de sus tierras y cediéndome el resto .Yo se que su
decisión me beneficia mucho pero querrÃ-a que me dieras un consejo sobre lo que debo hacer.
Patronio le dijo: aunque se que mi consejo no le hace falta se lo daré por pedÃ-rmelo. Yo creo que
este amigo tuyo solo quiere ponerte a prueba, creo que os ha pasado con el lo mismo que a cierto rey
con su privado.
HabÃ-a una vez un rey que tenÃ-a un privado de mucha confianza y los ministros del rey lo
envidiaban mucho por esto, asÃ- que decidieron enemistarlo con su rey, pero por muchas cosas malas
que le dijeron el rey no dudo de su privado. AsÃ- que al final decidieron mentirle al rey diciéndole
que su privado planeaba matarle y luego cuando su hijo sea coronado lo matará como a usted para
quedarse con el trono. Aquellas palabras alertaron al rey y decidió poner a prueba a su privado
siguiendo el plan que le propusieron sus ministros. Unos dÃ-as después cuando el rey hablaba con
su privado le dio a entender que ya estaba arto de esta vida que le parecÃ-a que todo era fantasÃ-a,
pero no le dijo nada más .DÃ-as después el rey volvió ha decirle a su privado que cada dÃ-a se
sentÃ-a peor con la vida y con la manera de ser de la gente. Al fin un dÃ-a el rey le dijo a su privado:
he decidido abandonar el trono y marcharme lejos de este paÃ-s donde nadie me conozca. Cuando el
privado escuchó lo que su rey le dijo intento convencerle para que se quedara diciéndole muchas
cosas buenas. Entre otras cosas le dijo: pensad en vuestros impensados que hoy viven en paz,
empezarán a debatir y acabarán enfrentados en guerras, y si eso no os detiene pensad en vuestra
esposa y su hijo, ellos le necesitan.
A lo que el rey contesto mi intención era que tu cuidaras de mi mujer, de mi hijo y de mi reino,
siempre os habéis portado muy bien conmigo y sois la persona en quien más confÃ-o, se que si
vuelvo alguna vez encontraré a buen cuidado lo que os deje.
Cuando el privado escucho esto se puso muy contento aunque supo disimularlo, al llegar a su casa le
contó a su esclavo lo que le habÃ-a ocurrido, ya que su esclavo es muy sabio le explicó que el rey
solo querÃ-a ponerle a prueba por eso le habÃ-a dicho todo aquello por lo tanto se dio cuenta de que
su vida corrÃ-a peligro pero le dijo que si hacÃ-a lo que el le aconsejaba todo irÃ-a bien. El privado
siguió sus consejos asÃ- que se rapó la cabeza, se afeitó la barba, se vistió con una túnica vieja
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y rota, cogió un bastón y se puso unos zapatos rotos y entre las costuras de su ropa vieja y rota
escondió una gran cantidad de monedas, antes de que saliera el sol se fue al palacio del rey. En
cuanto llegó se acercó al soldado q vigilaba la puerta y le dijo: −Avisa al rey, que se levante
enseguida que debemos irnos. Cuando el rey se enteró que su privado le fue a buscar vestido como
un mendigo ordenó que le dejaran pasar, cuando lo tuvo delante le preguntó:−¿Por qué va
vestido asÃ-? El privado le respondió:
−Voy a acompañaros allá donde quiera ir para ayudaros en todo lo que pueda, y no os
preocupéis por nuestro alimento llevo escondidas suficientes monedas entre mi ropa vieja. Pero
como tenemos que irnos es mejor que se levante de inmediato para que nadie nos vea marcharnos.
Al escuchar aquello, el rey se dio cuenta que su privado era fiel y le contó que no querÃ-a abandonar
el reino que todo habÃ-a sido una estrategia para ponerlo a prueba.
Y asÃ- fue como el privado que estuvo a punto de perderlo todo por su egoÃ-smo salvó su vida
gracias a los consejos de su esclavo.
−En cuanto a vos, señor conde − dijo Patronio−, no o dejéis engañar por quien dice ser su
amigo porqué solo quiere probaros.
El conde pensó que el consejo de Patronio era bueno asÃ- que lo siguió y le fue bien.
Moraleja: Nadie se va a perjudicar por beneficiar a otro.
Si escuchas los buenos consejos y con la ayuda de Dios todo te ira bien.
El canto del cuervo
Otro dÃ-a estaba el conde Lucanor hablando con Patronio, su consejero y le dijo:
−Patronio un señor amigo mÃ-o comenzó a decirme grandes alabos, dándome a entender que
tengo muchas cosas por las cuales satisfacerme: respeto, poder y un montón de méritos.
Después de haberme alabado tanto me propuso un trato que parecÃ-a provechoso para mi .El conde
explicó lo que le habÃ-a propuesto su amigo, pero Patronio se percató del engaño que querÃ-a
hacerle este hombre al conde Lucanor.
−Señor conde Lucanor, este amigo suyo lo que quiere es engañaros por eso os da a entender que
sois mas poderoso y respetado de lo que sois en realidad. Pero para que se de cuenta quisiera contarle
lo que le ocurrió al zorro con el cuervo.
En cierta ocasión un cuervo encontró un pedazo de queso y voló a lo alto de un árbol para poder
comérselo tranquilamente sin que nadie lo molestase o se lo pudiera robar. Pero entonces pasó un
zorro por ahÃ- y vio el pedazo de queso que tenÃ-a el cuervo y empezó a meditar como robárselo.
Se decidió por dedicarle elogios y asÃ- lo hizo.
−Don cuervo, hace mucho tiempo que oigo hablar de vos y nunca he tenido ocasión de conoceros,
ahora puedo comprobar que es mucho mejor de lo que me habÃ-an contado y para que vea que no lo
digo por interés asÃ- como le digo sus virtudes le diré sus desperfectos.
Todo el mundo dice que el color de vuestras plumas y vuestros ojos y vuestro pico y vuestras uñas y
patas es demasiado oscuro por eso os llaman feo .Pero se equivocan, porqué es verdad que vuestros
ojos son negros pero son los más bonitos del mundo, pues los ojos negros son los que menos cansan
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la vista. De manera que vuestro pico y vuestras uñas y patas son las más fuertes de todas las aves y
su cuerpo el más ligero ya que podéis volar contra viento con facilidad. Y, como Dios siempre
pone los cinco sentidos en todo lo que crea estoy seguro que debe cantar mejor que cualquier otra ave,
puesto que el Señor me dejó comprobar que sois mejor de lo que dicen de vos quisiera poder
escucharle cantar.
Cuando el cuervo vio que parte de las cosas que le decÃ-a el zorro eran verdad creyó que el zorro
era su amigo y no sospechó que todo aquello era una estrategia para robarle el queso, como el zorro
habÃ-a sido tan amable el cuervo se decidió a cantar, y, en cuanto abrió el pico el queso cayó a
tierra y el zorro lo cogió y se marcho corriendo.
AsÃ- fue como el zorro engañó al cuervo haciéndole creer que era que era más bello y mejor
de lo que era en realidad.
−En cuanto a vos, señor conde Lucanor −dijo Patronio−, aunque Dios os ha regalado tantas cosas
buenas ese hombre os da a entender que tenéis más poder y respeto de lo que vos sabéis que
tenéis en realidad, daros cuenta que lo hace para engañaros asÃ- que alejaros de él si queréis
obrar como un hombre juicioso.
Al conde le gustó mucho lo que Patronio le dijo, asÃ- que siguió su consejo y se salvó se cometer
un grave error.
Moraleja: Cuando te dicen cosas buenas que no mereces es que quieren quitarte algo que tienes.
Doña Truhana sueña despierta
Otro dÃ-a estaba el conde Lucanor hablando con Patronio, su consejero y le dijo:
−Patronio un señor me ha planteado un negocio y me ha comentado como hacerlo. Es un negocio
tan provechoso que si Dios quiere que salga según lo planeado me traerá un gran provecho. El
conde le contó a Patronio en qué consistÃ-a el negocio y como habÃ-a que hacerlo. Y entonces
Patronio le respondió:
−Señor conde, siempre he escuchado que debemos amoldarnos a las cosas concretas y no confiar en
irreales ilusiones, porque nos podrÃ-a pasar lo mismo que a doña Truhana.
Hubo una vez una mujer que se llamaba doña Truhana que era muy pobre, una vez salió con una
jarra de miel en la cabeza, yendo por el camino, decidió que iba a vender esa jarra para comprar
huevos de los que nacerÃ-an gallinas y luego venderÃ-a las gallinas para comprar ovejas, y asÃ- fue
comprando y comprando con todas las ganancias que pensaba hacer hasta que se imagino la mas rica
de sus vecinas. Decidió que con aquella fortuna casarÃ-a a sus hijos y que un dÃ-a irÃ-a por la calle
con sus yernos y nueras y a la gente dirÃ-a:
−¡Qué suerte doña Truhana! ¡Con lo pobre que era antes y lo rica que es ahora!
Al pensar en todo aquello doña Truhana se alegro mucho y comenzó a reÃ-r con tan mala suerte
que la jarra de miel se le cayó al suelo rompiéndose en pedazos.
Cuando doña Truhana vio la jarra rota empezó a llorar desesperada, pensando que habÃ-a perdido
todos los beneficios que pensaba sacar de la venta de la miel. Y es que, como Truhana habÃ-a puesto
toda su confianza en una ilusión irreal, se quedó sin nada de tanto que esperaba.
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−AsÃ- que, señor conde −dijo Patronio−, si queréis conseguir verdaderos beneficios, confÃ-a
siempre en cosas razonables y no en ilusiones irreales. Y si queréis arriesgaros en algún negocio
por probar hacedlo siempre sin arriesgar nada que sea de valor.
Al conde le gustó lo que Patronio le dijo, y siguió el consejo y le fue bien.
Moraleja: Piensa en cosas sensatas y aleja los sueños inconsistentes
El pacto de los caballos
Otro dÃ-a hablaba el conde Lucanor con Patronio, su consejero y le dijo:
−Patronio desde hace mucho tiempo tengo un enemigo con el que me llevo muy mal. Pero resulta que
un tercer hombre mucho mas poderoso que mi enemigo y yo ha empezado ha hacer cosas que
podrÃ-an perjudicarnos mucho.
Mi enemigo me ha sugerido que nos juntemos para defendernos de ese hombre.
Pero no se que hacer, por una parte temo que mi enemigo me traicione pero por el otro, si no me uno
con el perderé todo lo que tengo.
Y como confÃ-o tanto en vuestros consejos, querÃ-a que me aconsejarais lo que debo hacer.
−Señor conde− dijo Patronio. Para que entendáis mejor lo que debéis hacer os explicare lo que
les paso en Túnez a dos caballeros que vivÃ-an con el infante don Enrique.
Señor conde, cuando el infante don Enrique vivÃ-a en Túnez tenÃ-a a su servicio a dos caballeros
que eran muy amigos, por eso siempre que se hospedaban en algún sitio lo hacÃ-an juntos.
Pero asÃ- como ellos se tenÃ-an mucho cariño, sus caballos no se llevaban nada bien.
Los caballeros no eran tan ricos para hospedarse por separado, pero por culpa de los caballos tuvieron
que hacerlo.
Llegó un momento que se cansaron de aquella situación, fue cuando le contaron a don Enrique lo
que les pasaba y le pidieron que echase a los caballos a un león que tenÃ-a el rey de Túnez.
Don Enrique pensó que era una buena idea, asÃ- que habló con el rey, quien aprobó la decisión.
Los caballeros protegieron a sus caballos y los metieron donde estaba el león. Cuando los caballos se
vieron allÃ- dentro, antes de que el león saliese de la jaula, comenzaron a golpearse con mucha
fiereza. Pero cuando abrieron la leonera, los caballos empezaron a temblar de miedo y poco a poco se
iban arrimando el uno al otro, hasta quedar pegados. AsÃ- estuvieron varios segundos, sin moverse.
Pero después comenzaron a avanzar juntos hacia el león y a darle coces y mordiscos con mucha
rabia, entonces el león no tuvo de otra que retroceder hacia la jaula de la que habÃ-a salido.
Por suerte los caballos quedaron sanos y salvos, pues el león ni les toco.
Desde entonces aquellos dos caballos se llevaban tan bien que comÃ-an muy a gusto en el mismo
pesebre y compartÃ-an sin ningún problema un establo muy pequeño.
La razón por la que comenzaron una amistad tan estrecha fue por el miedo que pasaron al ver al
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león.
−En cuando a vos, señor conde Lucanor− dijo Patronio, si veis que vuestro enemigo os necesita
para defenderse, creo que, asÃ- como los caballos fueron acercándose hasta perder el miedo, vos
debéis coger confianza con vuestro enemigo. Y, si él os corresponde con fidelidad, y llegáis a
la conclusión de que nunca os hará daño por muy bien que le vayan las cosas, entonces juntaros
con él para que un tercer hombre os destruya y se quede con vuestras tierras. Pero si sospecháis
que vuestro enemigo, una vez le ayas ayudado, podrÃ-a volverse contra vos, harÃ-as mal en ayudarle.
Al conde le gustó lo que Patronio dijo, y pensó que era muy buen consejo.
Moraleja: Protege tus cosas de quien quiera tenerlas buscando la mejor manera de guardarlas.
El deán de Santiago y el maestro de Toledo
Otro dÃ-a hablaba el conde Lucanor con Patronio, y le dijo:
−Patronio, un hombre vino a pedirme ayuda por un problema que tenÃ-a y a cambio me dijo que me
darÃ-a todo lo que pudiera darme respeto y provecho, asÃ- que le ayude. Sin embargo hace poco le
pedÃ- un favor y el pensando que ya no me necesitaba me puso una excusa para no ayudarme. Otro
dÃ-a le pedÃ- otro favor y volvió a ponerme otra excusa, lo mismo me a ocurrido con todos los
favores que le he pedido. El caso es que el problema por el cual me pidió ayuda todavÃ-a no esta
resuelto, y no se resolverá si yo no quiero. Y, como confÃ-o mucho en usted querrÃ-a que me
aconsejara que debo hacer sobre este asunto.
−Señor conde− dijo Patronio−, para que hagáis lo debido quisiera explicarle lo que le pasó a un
deán de Santiago con don Illán, el gran maestro que vivÃ-an en Toledo.
Señor conde, en Santiago habÃ-a un deán que querÃ-a aprender el arte de la nigromancia. Y,
como oyó decir que don Illán de Toledo sabÃ-a de aquella ciencia más que nadie en el mundo,
fue a visitarlo para que se la enseñara.
Nada más llegar a Toledo se presentó en casa de don Illán, a quien encontró leyendo en una
habitación muy apartada. Don Illán le trató con mucha amabilidad y le dio a entender que estaba
muy contento con su visita pero le advirtió:
−Hasta que no acabemos de comer no quiero que me digas a que habéis venido a verme.
Entonces acabaron de comer y le explicó que habÃ-a ido a verle porque querÃ-a aprender la ciencia
de la nigromancia y le rogó a don Illán que le enseñara, prometiéndole que le devolverÃ-a ese
favor con creces. A lo que el maestro le contestó:
−Vos sois un hombre de alta condición y podéis llegar lejos en la vida, pero los que consiguen
grandes beneficios, en cuanto consiguen lo que quieren se olvidan de lo que otros hicieron por ellos.
Pienso que en cuanto hayáis aprendido lo que queréis saber no os mostraréis tan agradecido
como decÃ-s.
−Yo os afirmo− dijo el deán−, que por muy bueno sea lo que aprenda, haré siempre todo lo que
me digáis.
Al fin llegaron a un acuerdo. Don Illán le dijo a su invitado:
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−Para enseñaros la ciencia de la nigromancia es necesario que vayamos a un sitio lejano que os
enseñaré esta noche.
AsÃ- que cogió al deán de la mano y lo llevó hacia una escalera de pierda. Una vez allÃ- llamó
a una criada y le dijo:
−Quiero que pongáis perdices para cenar, pero no las pongáis ha asar hasta que yo lo diga.
Después de decir esto, don Illán y el deán comenzaron a bajar por la escalera durante mucho
rato hasta que llegaron a una vivienda, donde se encontraban los libros que don Illán y su invitado
habÃ-an de leer. Estos se sentaron para pensar que libro podÃ-an leer primero. En esto que entraron
por la puerta dos hombres que traÃ-an una carta para el deán. Era de un tÃ-o suyo que era
arzobispo, le comunicaba que estaba enfermo y le pedÃ-a que fuese lo antes posible a Santiago si
querÃ-a verle con vida. El deán se entristeció mucho al enterarse de que su tÃ-o estaba enfermo y
que a demás tenÃ-a que irse de Toledo sin haber aprendido la ciencia de la nigromancia. Y en vez
de ir a Santiago le escribió una carta a su tÃ-o y se la envió. En pocos dÃ-as llegaron otros dos
hombres con dos nuevas cartas para el deán. En una le contaban que su tÃ-o habÃ-a muerto y en la
otra que en la catedral de Santiago querÃ-an que él fuese el sucesor de su tÃ-o. Y, por esta razón
le avisaban que no fuese a la catedral, que era mejor que lo eligieran mientras el no estaba allÃ-. Al
cabo de una semana llegaron dos escuderos muy bien vestidos, y nada más ver al deán le besaron
la mano y le entregaron una carta, en la que le decÃ-an que habÃ-a sido elegido arzobispo. Cunando
don Illán escucho aquello, le dijo al deán:
−Os pido por favor que le deis a mi hijo el cargo de deán que ha quedado libre.
A lo que el nuevo arzobispo de dijo:
−Os ruego que me dejéis darle este cargo a un hermano mÃ-o, pero os aseguro que os
compensaré de otra manera. VenÃ-os conmigo a Santiago y traeros a vuestro hijo.
De manera que viajaron a Santiago. Un dÃ-a cuando ya llevaban allÃ- vario tiempo, llegaron unos
mensajeros del Papa y le dieron una carta al arzobispo, que le decÃ-a que le concedÃ-a el obispado
de Tolosa y que podÃ-a ceder el cargo de arzobispo a quien quisiese.
Cuando don Illán oyó aquello, le recordó al arzobispo el acuerdo que hicieron el Toledo, asÃ- que
le pidió que le diera el cargo de arzobispo a su hijo. Pero el deán respondió:
−Os suplico que me dejéis conceder el arzobispado a un tÃ-o mÃ-o hermano de mi padre.
Don Illán disgustado le dijo:
− Estáis cometiendo una gran injusticia conmigo, pero acepto con tal de que me compenséis como
debo.
−AsÃ- lo haré− aseguró el arzobispo. Y ahora os pido que me acompañéis a Tolosa y que os
traigáis a vuestro hijo.
En Tolosa pasaron dos años, cuando llegaron dos mensajeros del Papa con una carta para el
arzobispo, donde le anunciaban que le habÃ-an nombrado cardenal y que podÃ-a ceder el obispado
de Tolosa a quien quisiese.
Don Illán le dijo al obispo:
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−Puesto que ya habéis roto vuestras promesas tantas veces no aceptaré más excusas, asÃ- que,
entregarle a mi hijo el cargo de obispo.
−Permitidme cederle el obispado a un tÃ-o mÃ-o hermano de mi madre, que es un anciano muy
conocido. Pero puesto que ahora soy cardenal le conviene que venga conmigo a la Corte, donde
seguro que tendré muchas ocasiones de ayudaros.
−Don Illán se quejó mucho, pero aceptó la propuesta y se fue con él a la Corte. AllÃestuvieron bastante tiempo, y cada dÃ-a don Illán le insistÃ-a al cardenal que le concediese una
gracia a su hijo, pero el cardenal siempre le ponÃ-a una excusa.
Al cabo del tiempo murió el Papa, y todos eligieron por Papa al cardenal.
−Ya no podéis poner más excusas para cumplir lo prometido −dijo don Illán.
El Papa le respondió que no le exigiera tanto, que ya encontrarÃ-a ocasión para favorecerle. Don
Illán se quejó mucho y le reprochó al Papa sus falsas promesas.
−El mismo dÃ-a que os conocÃ- −dijo− supe que actuarÃ-as como un desagradecido. Y puesto que
habéis llegado a Papa y seguÃ-s sin cumplir lo prometido se que ya no puedo esperar nada de vos.
El Papa se molestó mucho con aquellos reproches y amenazó a don Illán diciéndole:
−Si seguÃ-s con esa actitud, mandaré que os encarcelen, pues se muy bien que sois hereje y que en
Toledo vivÃ-ais de enseñar la nigromancia.
Cuando don Illán vio el mal pago que recibÃ-a por su ayuda se despidió del Papa diciéndole:
−Puesto que no tengo nada para alimentarme, tendré que comerme las perdices que pedÃ- hace un
rato.
AsÃ- que llamó a su criada y le ordenó que asara las perdices.
Cuando don Illán dijo aquello, el Papa se encontró otra vez en Toledo y vio que seguÃ-a siendo
deán, lo mismo que cuando habÃ-a llegado a la ciudad, pasó tanta vergüenza que no supo que
decir.
−Como ya he comprobado que de vos no puedo esperar nada, ofreceros mis perdices serÃ-a lo mismo
que tirarlas −dijo don Illán despidiéndole−.
−En cuando a vos señor conde Lucanor, −dijo Patronio−, si veis al hombre al que ayudáis se
muestra desagradecido, es mejor que no arriesguéis mucho por el, pues podrÃ-a pagaros tan mal
como el deán de Santiago a don Illán.
Al conde le pareció que Patronio le habÃ-a dado un buen consejo, asÃ- que lo siguió y le fue muy
bien.
Moraleja: Quien no te agradece la ayuda que le has dado peor te lo agradecerá cuando sea alguien
más importante.
El mejor sucesor
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Un dÃ-a hablaba el conde Lucanor con Patronio, su consejero y le dijo:
−Patronio, en mi casa se crÃ-an muchos muchachos, unos de alta nobleza y otros de descendencia
más humilde. En ellos veo comportamientos muy diversos, asÃ- que, como vos sois un hombre que
entiende mucho, os suplico que me digáis como puedo descubrir cual de esos mozos llegará a ser
un hombre de gran provecho.
−Señor conde −dijo Patronio−, lo que me pedÃ-s es muy difÃ-cil de descubrir, pues nadie puede
saber lo que aun está por venir. Pero tal vez averigüéis lo que queréis saber si prestáis
atención a ciertas señales que se ven en el fÃ-sico y en la manera de ser de los muchachos.
Atended a las facciones de la cara, a los ojos y a la cortesÃ-a del rostro, al color de la piel de la cara y
al aspecto del cuerpo, eso os indicara como están constituidos los órganos principales. AsÃ-, la
cintura del cuerpo os dará a entender si un muchacho ha de ser hombre valiente o ligero. Sin
embargo esos vestigios no os dirán si ese mozo es malvado o bondadoso, asÃ- que os conviene
prestar atención también a las señales que conciernen el modo de ser. Y para que aprendáis a
reconocerlas me gustarÃ-a que supieseis la historia del rey moro que probó a sus tres hijos.
Señor conde Lucanor, hubo una vez un rey moro que tenia tres hijos.
Y, como entre los moros, el rey puede elegir a cual de sus hijos le deja el trono, cuando el rey llegó a
viejo, sus hijos le pidieron que les dijese cual iba a ser sucesor. El rey les dijo que les darÃ-a la
respuesta en menos de un mes. Pasada una semana llamó a su hijo mayor y le dijo:
−Mañana a la hora del alba quiero salir a cabalgar, y me gustarÃ-a que viniese conmigo.
Al dÃ-a siguiente por la mañana, el hijo mayor se presentó ante su padre pero no llegó tan
temprano como este le habÃ-a pedido. El rey le dijo:
−Manda que me traigan la ropa, que me quiero vestir.
El infante le ordenó al camarero que trajese la ropa, y el camarero le pregunto:
−¿Qué ropa quiere Su Majestad?
El infante volvió con su padre y le pregunto que ropa querÃ-a ponerse, a lo que el rey respondió:
−La aljuba.
Entonces el infante volvió junto al camarero y le dijo que querÃ-a la aljuba.
Y lo mismo hizo con todas las otras prendas, de modo que fue y volvió hasta que su padre tuvo todas
las prendas. Entonces acudió al camarero, quien vistió y calzó al rey.
Un vez listo, el rey mandó al infante que hiciera traer su caballo. El infante le dijo al caballerizo que
le llevara el caballo al rey. A lo que el caballerizo preguntó:
−¿Qué caballo querrá Su Majestad?
El infante volvió a su padre para preguntárselo, y lo mismo hizo con la silla y el freno, la espada y
las espuelas y con las demás cosas que eran útiles para cabalgar. Cuando todo estaba listo el rey le
dijo al infante:
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− No puedo ir a cabalgar, ves tu y presta atención a todo lo que veas para contármelo luego.
El infante paseó a caballo por toda la ciudad, escoltado por los cortesanos del rey, y en compañÃ-a
de músicos que tocaban trompas, timbales y mas instrumentos. Luego su padre le preguntó:
−¿Qué os ha parecido lo que habéis visto?
A lo que el infante le respondió:
−Me ha parecido bien pero me ha molestado el ruido de los instrumentos.
Algunos dÃ-as después, el rey llamó a su hijo mediano y le dijo:
−Ven a verme mañana bien temprano.
El infante obedeció, y el rey sometió al muchacho a las mismas pruebas que a su hermano mayor.
EL joven salió ha cabalgar por la ciudad y ha la vuelta, le respondió al rey lo mismo que su
hermano.
Algunos dÃ-as después el rey llamó a su hijo menor y le dijo:
−Ven a verme mañana bien temprano.
El infante madrugó tanto que, cuando llegó a la habitación del rey este todavÃ-a dormÃ-a. AsÃque se quedó esperando, y cuando su padre por fin despertó, el infante entró a la habitación del
rey y le hizo una reverencia en señal del respeto. Entonces el rey le dijo:
−Manda que me traigan mi ropa, que me quiero vestir.
El infante le preguntó qué ropa y qué calzado querÃ-a, y se lo llevó todo de una sola vez, y no
permitió que el camarero vistiese al rey, sino que lo hizo él, dando a entender que se sentÃ-a feliz
de hacerlo.
Una vez listo el rey le dijo al infante:
−Haz que me traigan el caballo.
El infante le preguntó qué caballo querÃ-a y qué silla le iba a poner y qué freno y espada iba
a utilizar y quién querÃ-a que le acompañase y asÃ- siguió con todas las preguntas que venÃ-an
al caso. Cuando el muchacho supo que no necesitaba saber nada más fue a buscar las cosas que le
pidió el rey y se las trajo tal y como las habÃ-a pedido y de una sola vez.
Una vez todo estaba preparado el rey le dijo al infante:
−No me apetece salir a cabalgar, sal tú y cuando vuelvas ven a contarme todo lo que hayas visto.
El infante cabalgó por toda la ciudad en compañÃ-a de los cortesanos. Al salir del palacio, el
infante pidió que le enseñasen la ciudad calle por calle y preguntó dónde estaba guardado el
tesoro del rey y que le llevaran a conocer las mezquitas y los monumentos de la ciudad y quiso saber
cuantos habitantes tenÃ-a la villa. Luego atravesó la muralla y pidió que salieran con él al campo
todos los hombres de armas. Mientras lo hacÃ-an el infante estuvo mirando los muros, las torres y las
fortalezas de la ciudad, y una vez vio todo aquello regresó junto a su padre.
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Cundo volvió, ya era muy tarde. AsÃ- que el rey le preguntó por todas las cosas que habÃ-a visto,
a lo que el infante respondió:
−Con vuestro permiso, os diré todo lo que pienso.
−Os exijo que seáis sincero −replicó el rey−, pues, de lo contrario os retiraré mi bendición.
−Sin duda sois un buen rey, pero no tanto como deberÃ-ais, pues, teniendo tantos buenos caballeros y
tanto poder no entiendo como no habéis conquistado el mundo entero.
Al rey le gustó mucho ese reproche, asÃ- que, cuando llegó la hora de anunciar quien le habÃ-a de
suceder, nombró a su hijo menos como futuro rey, pues aunque hubiese preferido que le sucediera
alguno de sus hijos mayores, no le pareció correcto elegirlos, pues los vio menos adecuados para el
cargo que su hijo menor.
−En cuanto a vos, señor conde −dijo Patronio− , si queréis saber cual de los mozos que se crÃ-an
en tu casa será un hombre de mayor provecho, prestad atención a el comportamiento que tengan y
asÃ- podréis sacar alguna conclusión sobre cómo serán en el futuro.
Al conde le gustó mucho el consejo de Patronio, asÃ- que lo siguió y le fue bien
Moraleja: Por la manera de actuar se reconoce al muchacho que mañana será buena persona.
El árbol de la Mentira
Un dÃ-a hablaba el conde Lucanor con Patronio su consejero, y le dijo:
−Patronio, tengo unos enemigos con los que discuto continuamente. Son gente que se pasa la vida
mintiendo, pero lo hacen con tanta habilidad que han conseguido poner a mucha gente en mi contra.
Si yo quisiera mentir como lo hacen ellos seguro que lo harÃ-a igual de bien, pero se que las mentiras
no traen nada bueno, por eso nunca las he querido utilizar. Y, como vos entendéis tanto, quisiera
que me digáis que comportamiento conviene que adopte con esos hombres que tanto me perjudican.
−Señor conde Lucanor −dijo Patronio−, para que hagáis lo esencial, me gustarÃ-a que supieseis lo
que les pasó a la Mentira y a la Verdad.
Señor conde Lucanor, la Mentira y la Verdad vivÃ-an juntas. Un dÃ-a la Mentira le dijo a la
Verdad que convenÃ-a plantar un árbol para tener fruta y disfrutar de la sombra en los dÃ-as de
calor. La Verdad como es tan amable aceptó la idea.
Cuando el árbol comenzó a crecer la Mentira le dijo a la Verdad:
−Es mejor que nos repartamos el árbol.
A la Mentira le pareció bien, y entonces la Mentira le dio a entender, que la raÃ-z es la mejor parte
del árbol, pues lo nutre y le da vida. AsÃ- que le aconsejo a la verdad que se quedara con las
raÃ-ces del árbol que estaban bajo tierra.
−Yo, en cambio −dijo la Mentira−, me quedaré con las ramas que son poca cosa y aún están por
salir. Fijaos que me arriesgo mucho, pues puede ser que los hombres corten las ramas, o que los
pájaros las quiebren, o que el calor las seque, o que el frió las hiele, son peligros que nunca
correrá la raÃ-z.
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Cuando la Verdad oyó todo aquello, como es muy confiada, pensó que la Mentira le estaba
haciendo un gran favor, asÃ- que se quedó con la raÃ-z del árbol y se sintió muy afortunada, pues
pensaba que se habÃ-a quedado con la mejor parte. En cuanto a la Mentira, quedó muy satisfecha
por la gran facilidad con que habÃ-a engañado a su compañera.
El caso es que la Verdad se metió bajo tierra para vivir entre las raÃ-ces mientras la Mentira se
quedaba en la superficie. Como la Mentira es muy zalamera, impresionó a todo el mundo en poco
tiempo.
Pasaron meses y años, y el árbol empezó a crecer. Echó unas ramas grandiosas y unas hojas
anchÃ-simas que daban mucha sombra y unas flores preciosÃ-simas de bonitos colores. Cuando la
gente vio aquel árbol tan hermoso, comenzó a reunirse para disfrutar de su sombra y quedarse
mirando sus coloridas flores. La Mentira, como es tan astuta, agradaba a quienes se sentaban bajo el
árbol y les enseñaba sus malas artes, que la gente se alegraba mucho se aprender. Y, como a la
sombra de la Mentira se aprendÃ-a tanto, la gente ansiaba estar junto al árbol y aprender sus
mentiras. Todo el mundo adoraba a la Mentira, y quien no acudÃ-a a aprender de ella era muy mal
visto.
En cambio, a la desafortunada Verdad nadie la apreciaba. La pobre seguÃ-a escondida bajo tierra, sin
que nadie supiera dónde estaba. Y, sucedió que, como no tenÃ-a nada que comer, la Verdad
comenzó a roer las raÃ-ces del árbol para no morirse de hambre. AsÃ- que aquel árbol se quedó
sin raÃ-ces antes de que pudiera dar frutos. Un dÃ-a en que la Mentira se encontraba con todos sus
discÃ-pulos a la sombra del árbol, vino un viento y lo tumbó, el árbol cayó sobre la Mentira y la
dejó malherida, y todos los que estaban allÃ- acabaron muertos o heridos de mucha gravedad.
Entonces, salió la Verdad por un hueco que el tronco dejó en la tierra, y vio a la Mentira y a sus
discÃ-pulos en un estado lastimoso, arrepentidos de haberse valido de las malas artes de la Mentira.
−En cuanto a vos, señor conde Lucanor −dijo Patronio−, debéis tener en cuenta que la Mentira
tiene unas ramas muy grandes, y que sus dichos resultan muy placenteros, pero sólo son una sombra
que no da fruto.
Por lo tanto, si vuestros enemigos se valen de la mentira, alejaos de ellos y no los imitéis, ni
envidiéis la buena suerte que han conseguido valiéndose del engaño. Pues, cuando se sientan
más afortunados, su suerte se derrumbará igual que cayó el árbol de la Mentira. AsÃ- que
agarraos a la verdad por más que otros la desprecien.
Al conde le gustó mucho el consejo de Patronio, asÃ- que lo siguió y le fue bien.
Moraleja: Apartar la mentira y querer la verdad que el mentiroso siempre acaba mal
Las dos vidas del zorro
Otro dÃ-a hablaba el conde Lucanor con Patronio, su consejero y le dijo:
−Patronio, tengo un pariente al que maltratan en su tierra, pues no es tan poderoso para impedirlo.
Quienes mandan allÃ- desean que mi pariente cometa algún error para tener una excusa y atacarle.
Mi pariente sufre mucho con las barbaridades que le hacen y preferirÃ-a arriesgar todo lo que tiene
antes que seguir soportando una vida tan amarga.
Os ruego que me digáis que le puedo aconsejar para que viva lo mejor posible sin tener que irse de
su tierra.
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−Señor conde Lucanor −dijo Patronio−, para que podáis aconsejar a vuestro pariente, me
gustarÃ-a que supieseis lo que le pasó a un zorro que se hizo el muerto.
Señor conde, una noche entró un zorro en un corral donde habÃ-a gallinas, discutió tanto con
ellas, que, cuando quiso salir, ya era de dÃ-a, asÃ- que si se arriesgaba a salir del corral, se pondrÃ-a
en gran peligro, pues la calle estaba llena de gente. Decidió salir del corral con mucho cuidado y
echarse en la calle como su estuviera muerto.
Cuando las gentes lo vieron, pensaron que estaba muerto de verdad y no le hicieron caso. Al cabo de
un rato pasó un hombre por allÃ- y dijo:
−La guedeja que el zorro tiene en la frente es muy útil para remediar el mal de ojo cuando se pone
en la frente de los niños.
AsÃ- que cortó con unas tijeras el mechón del pelo que el zorro tenÃ-a en la frente y se lo llevó.
Al cabo de un rato pasó otro hombre y dijo lo mismo del pelo del lomo, y más tarde pasó otro y
dijo lo mismo del pelo de las ijadas, hasta que al fin fueron tantos los que pasaron por ahÃ- y dijeron
lo mismo que el zorro quedó completamente trasquilado. Pero por más que le quitaron el pelo el
zorro nunca se movió, pues sabia muy bien que perder el pelo no le dañaba en nada.
Más tarde, pasó por allÃ- otro hombre y dijo:
−La uña del pulga del zorro es buena para curar los panadizos.
AsÃ- que le arrancó la uña.
Luego llegó otro y dijo:
−Los colmillos de los zorros son buenas para el dolor de muelas.
AsÃ- que le saco los colmillos.
Al cabo de un rato apareció otro y dijo:
−El corazón del zorro es un remedio buenÃ-simo para el dolor del corazón.
AsÃ- que fue a coger el cuchillo para sacarle el corazón al zorro, pero cuando el zorro vio que
querÃ-an quitarle el corazón y que no podrÃ-a recuperarlo, y que por lo tanto se morirÃ-a, pensó
que era mejor arriesgarse a cualquier cosa que le pudiera pasar antes que sufrir un mal que le
llevarÃ-a a la muerte. AsÃ- que arriesgo y puso todo su empeño en escapar, y logró huir con
mucha facilidad.
−En cuando a vos, señor conde −dijo Patronio−, aconsejadle a vuestro pariente que si sufre ofensas
de poca importancia las soporte fingiendo que no le afectan, pero si le hacen una ofensa grave, que
plante cara aunque tenga que arriesgarlo todo, pues es mejor morir defendiendo los derechos que vivir
sufriendo constantes daños.
Al conde le pareció que Patronio le habÃ-a dado un buen consejo.
Moraleja: Sufre las cosas cuando debas y evÃ-talo cuando puedas.
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El traje invisible
Otro dÃ-a hablaba el conde Lucanor con Patronio, su consejero y le dijo:
−Patronio, un hombre ha venido a verme y me ha sugerido un negocio que asegura que me dará
grandes provechos. Pero me ha pedido que no le diga nada a nadie. Y tanto me insiste en que guarde
el secreto, que ha llegado a decirme que si le digo algo a alguien, mi casa y mi vida correrÃ-an
peligro. Y, como vos sabéis diferenciar a quienes hablan con buena intención o mienten, os
suplico que me aconsejéis sobre lo que debo hacer.
−Señor conde Lucanor −dijo Patronio−, para que veáis lo que os conviene me gustarÃ-a que
supieseis lo que le pasó a un rey con tres pÃ-caros que fueron a engañarle.
Señor conde, tres pÃ-caros fueron a ver a un rey moro, y le dijeron que ellos eran grandes maestros
del tejer, y que podÃ-an elaborar una tela que solo podÃ-an verla aquellos quienes eran en verdad
hijo de quien creÃ-a su padre.
El rey se entusiasmó mucho al oÃ-r aquello, pensó que asÃ- podrÃ-a descubrir quienes eran en
realidad hijas de del hombre al que consideraban su padre, de esa manera podrÃ-a enriquecerse
mucho. Y, es que entre moros, sólo los hijos de aquel que es en realidad su padre heredan los bienes.
El rey ordenó que se dispusiera en su palacio un salón donde los tejedores pudiesen hacer la tela.
Los tejedores le dijeron que se quedarÃ-an encerrados en ese salón hasta que terminaran la tela. Al
rey le gustó la idea, y puso a disposición de los tejedores todo lo que pudieran necesitar. Ellos
pidieron oro, plata, seda y dinero, aseguraron que les hacÃ-a falta para tejer, cuando lo tuvieron todo
se encerraron en el salón.
Unos dÃ-as después, uno de los pÃ-caros fue a buscar al rey, para decirle que la tela ya estaba
empezada, y que podÃ-a ir a verla cuando quisiese, pero sin que nadie le acompañara.
Pero el rey no querÃ-a ser en primero en ver si la tela tenÃ-a de verdad la virtud mágica que
decÃ-an los tejedores. AsÃ- que envió a un criado suyo para que fuese el primero en verla. Cuando
el criado vio a los tejedores delante de los telares y les oyó decir <<Fijaos en este adorno, mirad
aquella figura>>, no se atrevió a confesar que no veÃ-a nada, y le dijo al rey que la tela era preciosa.
Aún asÃ- el rey no se atrevió a ir a verla, y mandó a un segundo criado. Y pasó lo mismo que
con el primero: tampoco vio la tela pero le dijo al rey que le habÃ-a encantado. Y lo mismo pasó con
todos los demás criados que fueron a ver la tela.
Y como todos sus criados le habÃ-an dicho al rey que habÃ-an visto la tela decidió ir a verla él
también. Cuando entró en el salón vio a los pÃ-caros que movÃ-an las manos sobre el telar
como si estuvieran tejiendo de verdad, y oyó que decÃ-an grandes elogios de la tela, pero el no
veÃ-a nada, asÃ- que pensó que no era el hijo del que siempre habÃ-a creÃ-do su padre, pero no
dijo nada, pues temÃ-a perder el trono si decÃ-an que no era el hijo del rey que le habÃ-a dejado el
trono. De modo que volvió a su habitación, para reencontrarse con sus cortesanos, y les habló de
lo maravillosa que era la tela, aunque en realidad estaba muy desconcertado.
A los pocos dÃ-as envió a su alguacil para que viese la tela, advirtiéndole que era maravillosa. Y
como el alguacil oyó a los tejedores decir que la tela era de preciosa y se acordó de lo que le dijo el
rey, no se atrevió ha decir que no veÃ-a nada, y pensó que era porque no era el verdadero hijo de
quien creÃ-a su padre. Pensó que si decÃ-a que no veÃ-a la tela serÃ-a deshonrado, asÃ- que
empezó a elogiar la tela tanto como el rey. Cuando le dijo al rey que la tela era preciosa, el rey aún
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se entristeció más, pues pensó que ya no habÃ-a duda de que no era el hijo de aquel que creÃ-a
su padre.
Cierto dÃ-a en que se celebró una gran fiesta, el rey tenÃ-a que prepararse un traje para lucirlo en
aquello ocasión tan especial.
Entonces los tejedores sacaron la tela envuelta en unas sábanas muy grandes, hicieron que la
desenrollaban y le preguntaron al rey que tipo de traje querÃ-a que le hicieran con esa tela. El rey
explicó el tipo de traje que querÃ-a, y los tejedores hicieron como que cortaban la tela y que
calculaban el talle que debÃ-a tener el traje, y prometieron que lo coserÃ-an en poco tiempo.
Cuando llegó el dÃ-a de la fiesta, los pÃ-caros le llevaron el traje al rey y fingieron que lo vestÃ-an.
El rey no se atrevió ha decir que no veÃ-a el traje, asÃ- que dejó que se lo pusieran, luego subió a
caballo y empezó a desfilar por toda la ciudad sin darse cuenta que iba desnudo.
Todo el mundo sabÃ-a que al rey le habÃ-an hecho un traje que sólo podÃ-an ver quienes eran hijos
de aquel al que creÃ-a su padre. AsÃ- que cuando la gente vio que el rey iba desnudo, empezaron a
elogiar al traje por miedo a que, si decÃ-an la verdad, se reirÃ-an de ellos y quedarÃ-an deshonrados
para siempre.
Pero un negro que se encargaba de alimentar al caballo del rey de atrevió a hablar, como no tenÃ-a
honra, no podÃ-a perderla. AsÃ- que se acercó al rey y le dijo:
−Señor, a mÃ- me da igual que digan que no soy hijo de mi padre, pero os diré una cosa: o yo
estoy ciego o vais desnudo.
El rey le dijo al negro:
−Lo que pasa es que tu madre te engendró con otro que no era su marido, por eso no ves el traje que
llevo puesto.
Pero ocurrió que uno que estaba cerca oyó lo que decÃ-a el negro, y dijo:
−Pues yo también os veo desnudo, Majestad.
−Y yo también −dijo otro.
−¡Y yo también! −exclamó un tercero.
De modo que todos empezaron a decir lo que veÃ-an, asÃ- que todo el mundo incluido el rey le
perdieron el miedo a la verdad y entendieron que los tejedores les habÃ-an tomando el pelo. Entonces
corrieron a buscar a los tres pÃ-caros, pero no los encontraron, se habÃ-an ido con todo el dinero que
le habÃ-an sacado al rey por aquella tela que nadie veÃ-a.
−En cuando a vos, señor conde Lucanor −dijo Patronio−, puesto que el hombre que os ha propuesto
el negocio os insiste tanto en que guardéis el secreto, tened por seguro que pretende engañaros.
Pues no puede ser que él, que no os debe fidelidad alguna, desee más vuestro bien que quienes
pertenecen a vuestra familia.
Al conde le pareció que Patronio le habÃ-a dado un culto consejo, asÃ- que lo siguió y le fue bien.
Moraleja: Quien te hace desconfiar de un buen amigo quiere engañarte como a un niño.
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Una esposa de armas tomar
Otro dÃ-a hablaba el conde Lucanor con Patronio, su consejero y le dijo:
−Patronio, un criado mÃ-o me ha dicho que van a casarle con una mujer muy rica. La boda le
beneficia mucho, salvo que le han dicho que su prometida es la más enfadadiza del mundo. AsÃque os suplico que me aconsejéis si debo insistirle para que se case con esa mujer, aun sabiendo
cómo es, o si es mejor que le convenza para que no se case.
−Señor conde −dijo Patronio−, si vuestro criado sabe comportarse como aquel mozo moro que era
hijo de un hombre respetado, aconsejadle que se case, pero, si no es asÃ-, dale razones para que no lo
haga.
Señor conde, en una ciudad vivÃ-a un hombre respetado con su hijo, que era el mejor mozo del
mundo. El muchacho no tenÃ-a mucho dinero asÃ- que andaba siempre muy insatisfecho. En esa
misma ciudad vivÃ-a otro hombre mucho más poderoso y rico, que tenÃ-a una sola hija. La moza
era lo contrario al muchacho este, él era bueno y agradable y ella tenÃ-a un carácter malo y
difÃ-cil. Todos pensaban que aquella moza era el mismÃ-simo demonio, por eso nadie querÃ-a
casarse con ella.
Un dÃ-a, el buen muchacho le dijo a su padre que le gustarÃ-a que le casara con alguna muchacha
rica para que le diera medios de vida. Al padre le pareció bien, entonces el mozo le preguntó si
podÃ-a pedirle al vecino tan rico que tienen que le case con su hija. Al padre le pareció una locura,
pero el hijo insistió tanto que consiguió que su padre esa misma tarde fuera a ver a su vecino, de
quien era buen amigo, y le explicó los deseos de su hijo. El padre le la muchacha le dijo que si él
casara a su hijo con su hija, se portarÃ-a como un mal amigo, pues vos tenéis un hijo muy buena y
si mi hija se casa con el, acabara por matarlo o le amargarÃ-a la vida. El padre del mozo le
agradeció la advertencia pero le suplico que le diera a su hijo la mano de la muchacha ya que asÃ- lo
querÃ-a el mozo.
AsÃ- que se celebró el matrimonio, y llevaron a la novia a casa del novio. Como es tÃ-pico de los
moros, el dÃ-a de la boda les preparan la cena a los novios y los dejan solos en casa hasta la mañana
siguiente.
Pero tanto la familia del novio como la de la novia estaban muy inquietos, pensaban que a la
mañana siguiente encontrarÃ-an al novio muerto o malherido.
Una vez se quedaron solos en la casa, se sentaron a la mesa, y el novio vio que a los pies de la mesa
habÃ-a un perro, y le dijo con voz muy enfadada:
−¡Perro, tráenos agua para que nos lavemos las manos!
Por supuesto el perro no le hizo caso y el mozo volvió a repetirle la orden con más fiereza.
Pero el perro tampoco le hizo caso, el mozo al ver que el perro no le obedecÃ-a sacó la espada y fue
hacia el perro, este se echó a correr, pero el mozo empezó a perseguirlo hasta que lo atrapó,
entonces le cortó la cabeza y las cuatro patas y lo acuchilló mil veces hasta dejarlo hecho pedazos.
Lleno de rabia se sentó otra vez en la mesa y volvió a mirar a su alrededor. Entonces vio a un gato
y le dijo:
−¡Gato, tráenos agua para que nos lavemos las manos!
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Como el gato no le hizo caso el mozo le gritó con más furia la misma orden.
Aún asÃ- el gato no le obedeció, entonces el mozo agarró al gato y lo tiró contra la pared con
tanta fuerza que lo dejó partido en más de cien pedazos.
Después de esto, el mozo volvió a la mesa y miró a todos lados, y vio a un caballo, que era el
único que tenÃ-a y le ordenó con furia:
−¡Caballo tráenos agua para que nos lavemos las manos!
Por supuesto el caballo no le hizo caso, el mozo gritó:
−¿Acaso piensas que no te haré nada por que no tenga otro caballo? No te engañes, si no me
obedeces te mataré como al perro y al gato, y lo mismo haré con todo aquel que no me obedezca.
El caballo si se enteró, entonces el mozo se enrabió tanto que fue hacia el y le cortó la cabeza.
Cuando la mujer vio que su marido mataba al único caballo que tenÃ-a y juraba acabar con todo
aquel que no hiciera caso, entendió que aquello no era una broma y se asustó tanto que se dio por
muerta.
El mozo volvió a la mesa y miró hacia todos los lados, y como no vio nada que estuviera vivo,
miró a su mujer y le dijo:
−¡Levantaos y traedme agua para que me lave las manos!
La mujer, temiendo que el marido fuera a matarla se levantó corriendo y trajo un jarro de agua.
Luego el muchacho le ordenó que le diese de comer, y ella le obedeció enseguida. Y asÃ- pasó
con todo lo demás: cada vez que él daba una orden ella la obedecÃ-a.
Cuando se fueron a dormir el mozo le dijo a su esposa:
−Con los disgustos que he tenido esta noche, me va ha costar mucho dormirme asÃ- que preocúpate
de que nadie me despierte mañana por la mañana y tenedme preparada la comida para cuando me
levante.
Estaba haciéndose de dÃ-a cuando los padres y los parientes de los novio se acercaron a la puerta
de la casa, y como no oyeron hablar a nadie pensaron que el novio estaba muerto. Al abrir la puerto
solo vieron a la novia, asÃ- que pensaron que sus peores indicios se habÃ-an cumplido.
La novia que vio a sus parientes fue a buscarlos en silencio y les dijo:
−¡Locos, traidores! ¿Cómo os atrevéis a venir aquÃ- a hablar? ¡Callaros inmediatamente o
mi marido nos matará a todos!
Cuando los parientes oyeron aquello se quedaron muy asombrados, pero enseguida supieron lo que
habÃ-a pasado aquella noche, y empezaron a elogiar al novio por lo bien que habÃ-a sabido
tranquilizar el carácter de su esposa.
Desde aquel dÃ-a, la moza fue la mujer más pacifica y obediente del mundo, y el matrimonio llevó
una vida tranquila y feliz.
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Viendo esto el padre de la moza quiso imitar a su yerno, asÃ- que un dÃ-a que estaba comiendo con
su esposa mató a un gallo porque no le obedecÃ-a. La esposa que le vio las intenciones le dijo la mar
de tranquila:
−¡Qué tarde espabilas, esposo! Si querÃ-as asustarme para que te obedeciera en todo, tendrÃ-as
que haberlo hecho hace mucho tiempo. A estas alturas ya nos conocemos de sobras y no te servirá
de nada esa furia, aunque mates a cien caballos.
−En cuanto a vos, señor conde −dijo Patronio−, si creéis que vuestro criado sabrá comportarse
como el mozo del cuento, aconsejadle que se case con esa mujer, pero si no es asó dejadle a su
suerte y que decida por sÃ- mismo lo que le conviene. Tened en cuenta que este consejo vale para
otros muchos casos de la vida, pues quien quiera que se os acerque debéis darle a entender desde el
principio de que manera os a de tratar.
Al conde le pareció que el conseja era bueno, asÃ- que lo siguió y le fue bien.
Moraleja: si al principio no te muestras como eres, ya no podrás hacerlo cuando quieras.
El ahogado por codicia
Otro dÃ-a hablaba el conde Lucanor con Patronio, su consejero y le dijo:
−Patronio, me han prometido que si viajo a cierto lugar, me darán dinero, lo que me traerá buen
provecho. Pero temo que, si me detengo allÃ- mi vida correrá peligro, asÃ- que os ruego que me
aconsejéis sobre lo que me conviene hacer.
−Señor conde −dijo Patronio−, para que hagáis lo que os conviene, me gustarÃ-a que supieseis lo
que le pasó a un hombre que tuvo que pasar un rÃ-o cuando iba cargado de unas piedras hermosas.
Señor conde, hubo una vez un hombre que iba con un saco dónde llevaba una gran cantidad de
piedras hermosas. Yendo por el camino el hombre topó con un rÃ-o y no tubo más remedio que
travesarlo para llegar a la otra orilla. Como el saco pesaba tanto a mitad del rÃ-o el hombre empezó
a hundirse. Un vecino que estaba a la orilla del rÃ-o comenzó a gritarle que soltara el saco que
llevaba en el hombre, o si no se ahogarÃ-a sin remedio. Pero aquel hombre era tan egoÃ-sta, que no
supo ver que si se ahogaba no solo perderÃ-a las piedras preciosas sino su vida, mientras que si
soltaba el saco, solo perderÃ-a las piedras pero salvarÃ-a su vida. Pero como era tan ambicioso, no
soltó el saco, y murió ahogado.
−En cuanto a vos, señor conde Lucanor −dijo Patronio−, aunque hacéis bien en querer el
beneficio que os espera en el sitio que decÃ-s, os aconsejo que no os quedéis allÃ- por ambición
si es que vuestra vida puede correr peligro. El que se arriesga por egoÃ-smo o por simple arriesgo, es
que valora poco su vida.
Al conde le pareció que aquel consejo era bueno, asÃ- que lo siguió y le fue bien.
Moraleja: Quien por ambición mucho se arriesga muy poco tiempo la suerte le dura.
La beguina diabólica
Otro dÃ-a estaba el conde Lucanor hablando con Patronio, su consejero y le dijo:
−Patronio, el otro dÃ-a hablaba con unos conocidos y nos preguntamos << ¿Que tendrÃ-a que hacer
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un hombre malo para causar el mayor daño posible a los demás?>> Unos decÃ-an que tendrÃ-a
que maltratar a sus vecinos o hablar mal de la gente. Y como vos entendéis tanto, os suplico que
me digáis cual de esas barbaridades es la más dañina.
−Señor conde Lucanor −dijo Patronio−, para que os quede clara esa cuestión me gustarÃ-a que
supieseis lo que le pasó al diablo con una beguina.
Señor conde Lucanor, en cierto pueblo vivÃ-an un matrimonio que llevaba una vida muy tranquila
porque nunca discutÃ-an. El diablo rabiaba al ver tanta felicidad, asÃ- que trató de malmeter en
aquel matrimonio, pero no lo consiguió.
Un dÃ-a que paseaba muy triste porque no conseguÃ-a salirse con la suya, se encontró con una
beguina, que le pregunto porque estaba tan apenado, y el diablo le dijo que era porque en aquel pueblo
de allá vivÃ-a un matrimonio muy feliz y por mas que intentaba malmeter no lo lograba, y como
habÃ-a fracasado tantas veces su amo, que es Satán le habÃ-a rechazado.
La beguina le dijo que le sorprendÃ-a mucho, pues no podÃ-a creer como un hombre tan sabio como
él era incapaz de llevar el mal a un matrimonio, le dijo que ella le ayudarÃ-a, pero que él
tendrÃ-a que hacer todo lo que ella le dijera.
AsÃ- pues la beguina consiguió conocer a la mujer del matrimonio feliz, y le dijo que ella se habÃ-a
criado en casa de su mare, y querÃ-a agradecérselo en todo lo que pudiera. La mujer la creyó y
metió a la beguina en su casa, acabó por contarle todas sus cosas, igual hizo su marido. Cuando la
beguina llevaba cierto tiempo en esa casa, le dijo a la mujer que se habÃ-a enterado que su marido se
habÃ-a encaprichado de otra. Cuando la mujer oyó aquello se puso muy triste. Entonces la malvada
beguina esperó al marido en el camino donde tenÃ-a que regresar, y le echó en cara todo lo que le
estaba haciendo a la mujer. El marido pensó que la mujer no tenÃ-a motivos para preocuparse, pero
se puso muy triste, la beguina volvió a la casa y le dijo a la mujer que su marido estaba muy
enfadado con ella, que podÃ-a comprobarlo ahora mismo porque venÃ-a muy triste. Luego la beguina
fue a buscar al marido y le dijo lo mismo. Cuando el marido entró a la casa y vio a la mujer tan triste
su tristeza aumentó y lo mismo le pasó a la mujer.
Al cabo de un rato, cuando el marido habÃ-a salido de la casa, la beguina le dijo a la mujer que ella
podÃ-a buscar a un sabio que le diera algún remedio para el enfado de su marido, la mujer le
suplicó que lo hiciera, asÃ- que la beguina se marchó y a los pocos dÃ-as volvió, y le dijo a la
mujer que habÃ-a encontrado a un sabio, que le habÃ-a dicho que tenÃ-a que llevarle un mechón
del pelo de la barba de su marido, para que pudiera preparar una bebida que harÃ-a que su marido se
olvidara de su enfado. AsÃ- que cuando llegara su marido a casa tenÃ-a que hacer que se durmiera en
su regazo, para poder quitarle el mechón de pelo de la barba, la beguina le dio una navaja para que la
mujer pudiera cortárselo.
La beguina fue a buscar al marido, y le dijo que su mujer planeaba matarlo para luego irse con un
amante que tiene, y para que viera que no le mentÃ-a, le dijo que lo harÃ-a asÃ-: cuando él se
acercara a ella, ella intentarÃ-a que se durmiera en su regazo y una vez dormido le degollarÃ-a con
una navaja.
Al oÃ-r aquello, el marido se sorprendió mucho y quiso probar a su esposa, para ver si lo que le
habÃ-a dicho la beguina era verdad. Al llegar a casa la mujer le dijo que siempre estaba trabajando, y
le propuso que se echara en su regazo para que ella pudiera espulgarle, el marido apoyó la cabeza en
el regazo y hizo como que se quedaba dormido, cuando pasó un rato la mujer sacó la navaja para
cortarle el mechón de pelo de la barba, pensando que él estaba dormido.
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De repente el marido abrió los ojos, y como vio que tenÃ-a la navaja a dos dedos de su cuello
pensó que su mujer querÃ-a matarlo, asÃ- que le quitó la navaja de las manos y sin pensárselo
dos veces la degolló.
Los gritos de la mujer fueron tan grandes que se oyeron en todo el pueblo, asÃ- que los familiares de
la moza acudieron a la casa, y al ver a la joven degollada fueron a por el marido y lo mataron, y pasó
lo mismo que con la joven, entonces fueron la familia del mozo y mataron a los que habÃ-an matado
al joven, y asÃ- sucesivamente hasta que murieron media población.
Todo aquello pasó por las falsas palabras de la beguina, pero ella también tuvo su castigo, porque
al final se supo que todo habÃ-a ocurrido por su culpa, asÃ- que la justicia la condenó a una muerte
muy cruel.
−En cuando a vos, señor conde Lucanor −dijo Patronio−, debéis saber que nadie causa males tan
grandes como los que se hacen pasar por una persona bondadosa, pero tiene malas intenciones y crea
mentiras para que la gente se enfrente. AsÃ- que os aconsejo que os alejéis de quien se hace pasar
por buena persona. Y para poder saber quien son esas personas, aprended el consejo del Evangelio
que dice: `Por sus obras los conoceréis'. Pues sabed que nadie puede esconder su voluntad por
mucho tiempo.
El conde pensó que el consejo que le habÃ-a dado Patronio era muy bueno, asÃ- que lo siguió y le
fue muy bien.
Moraleja: Para que no te mienta una persona traicionera presta atención a sus actos y no a sus
apariencias.
Los tres caballeros
Otro dÃ-a hablaba el conde Lucanor con Patronio, su consejero y le dijo:
−Patronio, hace cierto tiempo me vi metido en una guerra y estuve a punto de perderlo todo. Cuando
necesitaba mas ayuda, ciertos criados mÃ-os, que se habÃ-an criado en mi casa y tenÃ-an mucho que
agradecerme, me abandonaron ante el peligro y hicieron lo posible por hacerme daño. Des de ahÃmi confianza en la gente se ha quedado muy reducida.
Como vos entendéis tanto, quisiera que me dijerais como he de tratar a esos criados mÃ-os.
−Señor conde −dijo Patronio−, si esos criados se hubieran parecido a don Pedro Núñez de
Fuente Almejir , don Ruy González de Cervallos y don Gutierre Ruiz de Blaguiello o hubieran
sabido lo que les sucedió , no os habrÃ-an traicionado.
Señor conde Lucanor, el conde don Rodrigo se casó con una mujer, que era hija de don Gil
GarcÃ-a de Zagra. Y aunque la mujer era muy buena, el marido la acusó de una falta que no habÃ-a
cometido, ella dolida por aquella juzga le rogó a Dios que si ella era culpable la castigara, pero si por
lo contrario, era inocente que castigase a su marido. Nada mas decir aquello el conde enfermó de
lepra y la mujer lo abandonó.
El conde viendo que no se podÃ-a curar de la lepra decidió ir a Tierra Santa y morir allá. Le
acompañaron los tres caballeros que he nombrado antes. Pasaron mucho tiempo allÃ-, tanto que
gastaron todo el dinero que tenÃ-an y se quedaron en la pobreza. Dos de los caballeros siempre iban a
la plaza donde encontraban trabajo, mientras que el otro caballero se quedaba cuidando al conde.
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AsÃ- siguieron esa vida hasta que el conde murió, luego lo enterraron y esperaron que su carne se
descompusiera, y cuando solo quedó el esqueleto, metieron sus huesos en una arqueta, con la que los
caballeros pensaron cargarla por turnos. Luego pidieron que les hicieran el acta de todo lo que les
habÃ-a `pasado en Tierra Santa y por fin empezaron el viaje de vuela. Llegaron a tierras de Tolosa, y
al entrar en un pueblo vieron a mucha gente, y llevaban a una joven a la hoguera para quemarla,
porque su cuñado la habÃ-a acusado de haber sido infiel a su esposo. Si un caballero la salvaba no
morirÃ-a, pero ningún caballero se ofreció a salvarla. Cuando don Pedro Núñez oyó aquello
les dijo a sus compañeros que si supiera que la moza era inocente, la salvarÃ-a, asÃ- que fue a
preguntárselo y ella le respondió que nunca le habÃ-a sido infiel aunque habÃ-a sentido ganas de
serlo. Don Pedro supo que la joven habÃ-a pecado, aunque solo hubiese sido en pensamiento, y
pensó que si se ponÃ-a de su parte cometerÃ-a una injusticia, pero como ya se habÃ-a
comprometido a salvarla y al fin y al cabo ella no habÃ-a sido infiel, dijo que él la defenderÃ-a.
Una vez dentro del terreno del desafÃ-o, don Pedro Núñez venció la lid y salvó a la dama. Pero
en el combate, perdió un ojo, y de esa manera se cumplieron sus malos pensamientos. La moza y su
familia se lo agradecieron dándole dinero, asÃ- que los tres caballeros pudieron seguir el viaje hacia
Castilla con los huesos del conde.
Cuando el rey de Castilla supo que aquellos tres caballeros habÃ-an venido desde Tierra Santa solo
para devolver a su patria los huesos del conde, se alegró mucho, enseguida envió a unos mensajeros
para que les dijeran que se presentaran en su corte. El rey salió a su encuentro caminando, tantas
ganas tenÃ-a de recibirlos que caminó más de 25 kilómetros.
Como querÃ-an honrar al conde y a los tres caballeros, el rey y su séquito acompañaron los
huesos del conde hasta Osma donde los sepultaron. Una vez enterrado el cuerpo los caballeros se
fueron para sus casas.
El dÃ-a en que don Ruy González entró a su casa, se sentó a la mesa con su esposa para comer, la
mujer le dio las gracias a Dios por haberla dejado ver un trozo de carne y vino, pues el bien sabÃ-a
que no probaba esto desde que su marido se fue. El le preguntó que porque no habÃ-a probado la
carne en todo este tiempo y ella le dijo que cuando el se fue le dijo que llevara una vida honrada, y
asÃ- no le faltarÃ-a un trozo de pan ni una jarra de vino. Y para no salirse en lo que él le dijo no ha
comido más que pan y ha bebido más que agua.
Igual, cuando don Pedro Núñez llegó a su casa y se quedó a solas con su mujer y sus familiares,
todos se mostraros muy felices por el reencuentro y rieron mucho. Pero, cuando don Pedro vio reÃ-r a
los demás pensó que se burlaban de él porque habÃ-a perdido un ojo, asÃ- que se cubrió la
cabeza con un manto y le echó en la cama. Cuando su esposa lo vio tan apenado se entristeció
mucho, y le pregunto lo que le pasaba, él le dijo que le habÃ-a dolido que se rieran de él por ser
tuerto. Cuando su mujer oyó aquello cogió una aguja y se la hincó en uno de sus propios ojos
hasta desgarrárselo, y entonces de dijo al marido, que habÃ-a hecho eso porque si alguna vez se
reÃ-a no pensara que lo hacÃ-a para burlarse de él.
Y de esa forma, Dios compensó a los tres caballeros por la bondad con la que habÃ-an actuado.
−Estoy seguro, señor conde −dijo Patronio−, de que, si los que os han tratado asÃ- hubieran
conocido la recompensa que recibieron los tres caballeros del conde, no os hubieran traicionado. Pero
aún asÃ- no tenéis que dejar de ser bueno, porque los que son malos se perjudican a sÃ- mismos,
no a vos. En esta vida no todos os agradecerán lo que hagáis por ellos, pero quizá baste la
gratitud de uno para que tengáis por bien empleado lo que hagáis por todos.
Al conde le pareció que aquel consejo era bueno y que era justo la verdad.
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Moraleja: Aunque alguien te trate mal, no dejes tú de actuar con bondad.
La falsa miedosa
Otro dÃ-a hablaba el conde Lucanor con Patronio, su consejero y le dijo:
−Patronio, tengo un hermano más mayor que yo, y pienso que debo hacerle caso como si fuera mi
padre. El tiene fama de ser buen cristiano, pero yo soy más rico y poderoso, y por esa razón me
tiene envidia, aunque trata de disimularlo. Cada vez que le pido un favor, me da a entender que no
puede ayudarme, porque lo que le pido le harÃ-a pecar, con esa excusa me da largas, hasta que dejo
de pedirle ayuda. Pero cuando es él el que me necesita, me da a entender que debo arriesgar mi vida
para hacer lo que quiere. Como esto me pasa casi siempre, os ruego que me aconsejéis sobre lo que
debo hacer en este caso.
−Señor conde −dijo Patronio−, lo que os pasa con vuestro hermano me recuerda a lo que cierto
moro le dijo a su hermana.
Señor conde, un moro tenÃ-a una hermana muy miedosa. El hermano de esta moza era muy buen
muchacho, aunque muy pobre. Como la pobreza a veces obliga a los hombres ha hacer cosas que no
querrÃ-an aquel muchacho se ganaba la vida de una manera muy deshonrosa. Cada vez que morÃ-a
alguien en la ciudad, iba de noche y le robaba la mortaja. Y asÃ- podÃ-a mantener a su familia.
Cierto dÃ-a murió un hombre muy rico. Al que enterraron con vestidos muy lujosos y con cosas de
gran valor. Cuando la hermana se enteró le dijo a su hermano que ella querÃ-a ir esa noche para
ayudarle a coger las cosas de la tumba de ese hombre. Cuando llegó la noche, el mozo y su hermana
fueron al cementerio y abrieron la tumba, se dieron cuenta que solo habÃ-an dos formas de
sacárselas: o le rompÃ-an la ropa o le quebraban la cerviz, cuando la hermana vio que si no le
rompÃ-an el pescuezo al difunto tendrÃ-an que romper la ropa y perderÃ-an mucho dinero, cogió la
cabeza del muerto y le desencajó los huesos. De esa manera pudieron quitarle la ropa al muerto, y
todo lo que habÃ-a de valor, lo recogieron todo y se fueron a su casa.
Al dÃ-a siguiente, a la hora de comer, el mozo se puso a beber agua de su jarra, y al oÃ-r el ruido su
hermana le dijo que ese ruido le daba tanto miedo que estaba apunto de desmayarse, entonces el
hermano le dijo <<¿AsÃ- que os da miedo el ruido de la jarra que hace boc boc y no os asustáis
cuando descoyuntáis el pescuezo de un muerto?>>
Esa frase ahora la utilizan muchos moros.
−En cuanto a vos, señor conde Lucanor − dijo Patronio, si veis que vuestro hermano os pone
excusas cuando le pedÃ-s ayuda, y en cambio os obliga a hacer todo lo que él os dice, no dudéis
que es como la mora del cuento. AsÃ- que os conviene pegarle con su misma moneda: decidle buenas
palabras y ponedle buena cara, pero no hagáis nada de lo que os pueda perjudicar.
Al conde le pareció que Patronio le habÃ-a dado un buen consejo, asÃ- que lo siguió y le fue bien.
Moraleja: Por quien no acepta lo que más te conviene no arriesgues lo que ya tienes
La vergüenza de SaladÃ-n
Otro dÃ-a hablaba el conde Lucanor con Patronio, su consejero y le dijo:
−Patronio, yo sé que entendéis tanto que nadie mejor que vos podrÃ-a contestar a cualquier cosa
que le preguntasen. Por eso os suplico que me digáis cuál es la mayor virtud que puede tener un
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hombre. Sé que las personas disfrutamos de muchas cualidades, pero esas cualidades son tantas que
quisiera que me dijerais un par de ellas para guardarlas en mi memoria.
−Señor conde Lucanor −dijo Patronio−, aunque me halagan vuestros elogios, os engañáis al
tenerme por el hombre mas sabio. Para saber como es alguien hay que fijarse en sus actos, y para
saber si es justo hay que observar si lleva con habilidad las riendas de su vida. Para explicaos cuál es
la mejor cualidad de un hombre, quisiera que supieseis lo que le pasó a SaladÃ-n con la mujer de un
criado suyo
Señor conde Lucanor, SaladÃ-n era sultán de Babilonia, y a todas partes que iba siempre llevaba
consigo con séquito muy numeroso. Tanto que una vez no cabÃ-an en el mismo lugar que su
acompañamiento, asÃ- que decidió hospedarse en casa se un criado suyo. SaladÃ-n se enamoró
de la esposa de su criado, entonces fue a un consejero que le aconsejó que tenÃ-a que hacer para
conseguir lo que querÃ-a, le dijo que tenÃ-a que darle al marido de esa moza un cargo importante y
que fuera ha hacer una misión en un lugar muy lejano, asÃ- cuando el caballero estuviera allÃ-, él
podrÃ-a acercarse a la mujer. AsÃ- lo hizo SaladÃ-n, y caballero se fue a cumplir la misión
creyéndose afortunado. Entonces SaladÃ-n fue a casa de su criado a ver a la mujer, que estaba sola,
la mujer recibió muy bien al sultán, agradeciéndole la merced que le habÃ-a hecho a su marido.
Después de comer, SaladÃ-n fue a su habitación y llamó mandar a la dueña. Ella fue enseguida
a verlo, y el sultán le dijo que la amaba mucho, ella se hizo la desentendida y le dijo que le
agradecÃ-a ese amor y que le deseaba lo mejor por la gran merced que le habÃ-a hecho a su esposo.
SaladÃ-n tuvo que explicarlo como era el amor que sentÃ-a por ella, porque ella fingÃ-a que no le
entendÃ-a, tantas veces le dijo que la amaba que no le quedaba mas remedio que aceptar lo que le
decÃ-a, y le dijo que ella sabÃ-a bien que a los señores importantes, les gustan una mujer y al
principio les hacen entender que harán todo lo que ella quisiese, pero cuando gozan de ella no vale
nada, y le advirtió que ella tenÃ-a miedo a que le pasara lo mismo.
El sultán intentó convencerla de que él no harÃ-a asÃ- y le prometió que harÃ-a todo lo que
ella quisiese. Entonces ella le dijo que si él prometÃ-a hacer una cosa que ella le pidiese le
obedecerÃ-a en todo lo que le mandara. Entonces la dueña besó la mano y el pie del sultán y le
dijo que querÃ-a que le dijese cuál era la mayor virtud que podÃ-a tener un hombre.
Cuando SaladÃ-n escuchó aquello, comenzó a pensar pero no supo que responder, y le dijo que
querÃ-a seguir pensando sobre aquella pregunta.
La mujer le dijo que cuando él le diera la respuesta, ella harÃ-a sin duda todo lo que le pidiese.
Hecho el acuerdo, el sultán fue a buscar a los sabios de su consejo y fingiendo que querÃ-a saberlo
por otra cosa, les pregunto cuál era la mayor virtud que podÃ-a tener un hombre.
Le dijeron un sin fin de virtudes pero a SaladÃ-n no le convencÃ-an. Y, como vio que nadie en su
reino podÃ-a contestarle aquella pregunta, decidió viajas a tierras extranjeras.
Fue de incógnito, vestido de juglar acompañado por dos auténticos juglares, atravesó el mar
hasta la corte del Papa, donde se reunÃ-an todos los cristianos, pero nadie le supo contestar a su
pregunta, desde allÃ- fue a la corte del rey de Francia y de todos los demás reyes, pero no encontró
la respuesta que buscaba.
En aquellos viajes el sultán se pasó tanto tiempo, que se llegó a arrepentir de lo que habÃ-a
empezado, y ya no le apetecÃ-a deshonrar a aquella dama que tanto habÃ-a deseado.
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Un dÃ-a, yendo de viaje SaladÃ-n y sus juglares se encontraron a un escudero que venÃ-a de cazar
un ciervo, y éste les pregunto quiénes eran y qué hacÃ-a ahÃ-. Ellos le dijeron que eran
juglares, el cazador al oÃ-r aquello se puso muy contento, pues querÃ-a que fueran a su casa para
celebrar lo bien que le habÃ-a ido la caza.
SaladÃ-n dijo que no podÃ-a ser porque tenÃ-an prisa, le explicó que salieron de su tierra hace
mucho tiempo, pero como no habÃ-an encontrado la respuesta que buscaban querÃ-an irse a casa.
El escudero no se conformó con aquello y SaladÃ-n tuvo que decirle la pregunta para la que estaban
buscando respuesta. El escudero le dijo que podÃ-a preguntárselo a su padre, y que si él no
podÃ-a contestarles nadie en el mundo podrÃ-a hacerlo. El escudero le contó que su padre habÃ-a
sido el mejor caballero de aquellas tierras, pero que estaba ciego y no podÃ-a salir de casa.
Cuando el sultán escuchó aquello, decidió visitar al padre del escudero acompañado por sus dos
juglares.
Al llegar a casa del escudero, éste le contó a su padre que llegaba muy contento, porqué la caza
le habÃ-a ido muy bien y que a demás traÃ-a consigo a tres juglares, que buscaban la respuesta a
una pregunta que nadie les sabia dar, y que les dijo que él podrÃ-a contestarles por eso fueron a
visitarle. El anciano le dijo que le dijera cuál era esa pregunta asÃ- que el escudero se la dijo, y el
anciano le dijo que les dirÃ-a la respuesta cuando hubieran comido. El escudero le dijo eso mismo a
SaladÃ-n.
Una vez quitada la mesa, el anciano le dijo a los juglares que su hijo le habÃ-a contado que estaban
buscando una respuesta a una pregunta que nadie les supo contestar. Les dijo que le dijeran la
pregunta y que él les dirÃ-a lo que le pareciera. SaladÃ-n le dijo la pregunta, y el anciano la
entendió muy bien, y a demás reconoció la voz de SaladÃ-n, que daba la casualidad que habÃ-a
vivido en su casa hace mucho tiempo.
El anciano le dijo que la mayor virtud que podÃ-a tener un hombre era la vergüenza, porque pos
vergüenza acepta uno hasta la muerte, y por vergüenza deja uno de hacer todo que le parece mal,
por mucho que quiera hacerlas. Cuando SaladÃ-n escuchó aquello supo que el anciano tenÃ-a toda
la razón.
Se despidieron de él y de su hijo, pero antes de que se fueran, el anciano le dijo al sultán que
sabÃ-a que era SaladÃ-n y le agradeció todas las mercedes que habÃ-a hecho por él.
SaladÃ-n regresó a su tierra, y se dirigió a casa de la buena dueña, después de comer fue a su
habitación y mandó llamar a la dueña. Cuando ella fue, el sultán le dijo que habÃ-a encontrado
la respuesta a la pregunta que le hizo, ella le dijo que se la dijera, y él le dijo que la mayor virtud
que puede tener un hombre era la vergüenza.
Al oÃ-r aquello la dueña se puso muy contenta, y le dijo que no habÃ-a duda que decÃ-a la verdad
y que habÃ-a cumplido lo que prometió, asÃ- que le preguntó si él pensaba que habÃ-a algún
hombre mejor que él, este le dijo que no lo creÃ-a.
Ella le dijo que acababa de decirle dos grandes verdades: una, que él era el mejor hombre del
mundo y segunda, que la vergüenza es la mayor virtud que se puede tener. Le suplicó que quisiera
para él la mejor cosa del mundo, la vergüenza y que le diera vergüenza lo que le pidió.
Cuando SaladÃ-n escuchó aquello advirtió que aquella mujer habÃ-a conseguido salvarle de esa
gran equivocación.
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Para corresponder la bondad de la dama mandó que fueran a buscar a su marido, les hizo tantos
honores que los convirtió en una de las familias más ricas del reino.
−Y, pues vos, señor conde −dijo Patronio−, me preguntáis cuál es la mejor virtud que se puede
tener, yo os digo que la vergüenza, pues la vergüenza hace que el hombre sea valiente, generoso,
educado y hace siempre el bien, nos aleja de cometer errores que a veces queremos hacer, asÃ- pues
tener vergüenza es la mejor cosa del mundo, pues quien no la tiene acaba yendo por mal camino y
luego tiene el castigo que merece.
>> Ya os he respondido a treinta preguntas, os habéis pasado tanto tiempo escuchándome que
seguro que alguno de los vuestros se habrá enfadado. Y los que más lo estarán son aquellos a los
que no les gusta las historias que enseñan cosas de provecho, como las bestias que van cargadas de
oro: sienten el peso que llevan a cuestas pero no aprovechan lo que vale. AsÃ- que tanto por el
enfado de los demás como por mi cansancio os digo que ya no quiero contestarle a más preguntas.
Al conde le pareció que el consejo que le habÃ-a contado Patronio era muy bueno, y prometió no
hacerle más preguntas, para no cansarlo.
Moraleja: Por vergüenza no hacemos el mal y por vergüenza actuamos con bondad.
Comentario personal
Este libro me ha gustado, y me ha hecho darme cuenta que en la vida las personas no son lo que
aparentan, y como creo que los consejos valen mucho, se que me harán un buen provecho en mi
vida.
Al final es un poco aburrido, porque te cansas de que siempre tenga la misma estructura, pero a pesar
de esto me ha gustado, son cuentos muy originales, pienso que en es esa época las pocas personas
que eran cultas, lo eran demasiado, porque este libro está muy bien argumentado, aunque sé que
el señor que hizo está adaptación cambio algunas palabras porque eran de un castellano muy
antiguo, el libro sigue siendo original, a mi me ha sido fácil de entender los consejos y las moralejas.
Aunque hay un par de cuentos que no me han gustado nada, como: `El árbol de la Mentira' pero en
cambio, otros me han encantado, como: `Los tres caballeros'.
En fin pienso que leyendo este libro he aprendido algunas cosas que me irán bien en la vida.
BibliografÃ-a o páginas Web consultadas
http://www.lenguayliteratura.net/literatura/medievla.htm
Introducción del libro.
Enciclopedia universal.
www.google.com
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