El conde Lucanor Índice:

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El conde Lucanor
Índice:
La sociedad feudal en los siglos XIII y XIV −−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−− págs. 3, 4, 5
El autor, don Juan Manuel −−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−− págs. 6, 7, 8
La obra, el conde Lucanor −−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−− págs. 9, 10
Análisis del reflejo de la sociedad feudal en el libro −−−−−−−−−−−−−− págs. 11, 12
Bibliografía −−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−− pág.
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El feudalismo fue un sistema contractual de relaciones políticas y militares entre los miembros de la nobleza
de Europa occidental durante la alta edad media. El feudalismo se caracterizó por la concesión de feudos (casi
siempre en forma de tierras y trabajo) a cambio de una prestación política y militar, contrato sellado por un
juramento de homenaje y fidelidad. Pero tanto el señor como el vasallo eran hombres libres, por lo que no
debe ser confundido con el régimen señorial, sistema contemporáneo de aquél, que regulaba las relaciones
entre los señores y sus campesinos. El feudalismo unía la prestación política y militar a la posesión de tierras
con el propósito de preservar a la Europa medieval de su desintegración en innumerables señoríos
independientes tras el hundimiento del Imperio Carolingio.
El feudalismo alcanzó su madurez en el siglo XI y tuvo su máximo apogeo en los siglos XII y XIII. Su cuna
fue la región comprendida entre los ríos Rin y Loira, dominada por el ducado de Normandía. Al conquistar
sus soberanos, a fines del siglo XI, el sur de Italia, Sicilia e Inglaterra y ocupar Tierra Santa en la primera
Cruzada, establecieron en todas estas zonas las instituciones feudales.
En cambio, en España, tradicionalmente se ha afirmado que no se feudalizó. Esa opinión derivaba del
concepto de feudalismo que se manejaba, entendido como sistema social y político que estuvo vigente en
Europa occidental entre los siglos X y XIII. En esa concepción se tenían en cuenta básicamente las relaciones
entre señores y vasallos, es decir las instituciones feudovasalláticas. Aunque en la época visigoda hubo en
tierras hispanas un esbozo de sociedad feudal, la invasión musulmana cortó el proceso. Posteriormente sólo el
territorio de la Marca Hispánica, por su vinculación con el Imperio Carolingio, conoció el desarrollo pleno de
las instituciones feudales. A los reinos de Castilla, León, Navarra y Aragón llegaron ciertamente elementos
del sistema feudal, pero de forma tardía e incompleta. De ahí la afirmación de la no feudalización de la
España medieval.
En concreto, a propósito de Castilla, Claudio Sánchez Albornoz afirmaba que era "un islote de hombres libres
frente a la Europa feudal". Pero si se parte de la concepción del feudalismo como modo de producción o como
totalidad social, las cosas cambian. Desde el punto de vista socio−económico sí que hubo en la España
medieval feudalismo, pues se desarrollaron las relaciones de dependencia a todos los niveles, desde el
económico hasta el político. Al tiempo que se formaba una tupida red de relaciones jerarquizadas entre los
grupos sociales dominantes, la mayor parte del campesinado fue cayendo en una situación de dependencia
respecto a los grandes propietarios territoriales. Hay que señalar que en esta segunda concepción del término
feudalismo se contemplan conjuntamente el régimen propiamente feudal y el régimen señorial. La
feudalización de las tierras hispanas, aunque tenía precedentes de épocas anteriores, se alcanzó básicamente
con posterioridad al año 1000. Muchos de sus elementos perduraron después de la edad media, llegando
incluso hasta comienzos del siglo XIX.
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En su forma más clásica, el feudalismo occidental asumía que casi toda la tierra pertenecía al príncipe
soberano bien el rey, el duque, el marqués o el conde que la recibía de nadie sino de Dios. El príncipe cedía
los feudos a sus barones, los cuales le rendían el obligado juramento de homenaje y fidelidad por el que
prestaban su ayuda política y militar, según los términos de la cesión. Los nobles podían ceder parte de sus
feudos a caballeros que le rindieran, a su vez, homenaje y fidelidad y les sirvieran de acuerdo a la extensión de
las tierras concedidas. De este modo si un monarca otorgaba un feudo de doce señoríos a un noble y a cambio
exigía el servicio de diez caballeros, el noble podía ceder a su vez diez de los señoríos recibidos a otros tantos
caballeros, con lo que podía cumplir la prestación requerida por el rey. Un noble podía conservar la totalidad
de sus feudos bajo su dominio personal y mantener a sus caballeros en su señorío, alimentados y armados,
todo ello a costa de sufragar las prestaciones debidas a su señor a partir de su propio patrimonio y sin
establecer relaciones feudales con inferiores, pero esto era raro que sucediera ya que los caballeros deseaban
tener sus propios señoríos. Los caballeros podían adquirir dos o más feudos y eran proclives a ceder, a su vez,
parte de esas posesiones en la medida necesaria para obtener el servicio al que estaban obligados con su
superior. Mediante este subenfeudamiento se creó una pirámide feudal, con el monarca en la cúspide, unos
señores intermedios por debajo y un grupo de caballeros feudales para servir a la convocatoria real.
Los problemas surgían cuando un caballero aceptaba feudos de más de un señor, para lo cual se creó la
institución del homenaje feudatario, que permitía al caballero proclamar a uno de sus señores como su señor
feudal, al que serviría personalmente, en tanto que enviaría a sus vasallos a servir a sus otros señores. Esto
quedaba reflejado en la máxima francesa de que el señor de mi señor no es mi señor de ahí que no se
considerara rebelde al subvasallo que combatía contra el señor de su señor. Sin embargo, en Inglaterra,
Guillermo I el Conquistador y sus sucesores exigieron a los vasallos de sus vasallos que les prestaran
juramento de fidelidad.
El vasallo tenia una serie de obligaciones que debía cumplir, por ejemplo, cuando el señor era propietario de
un castillo, podía exigir a sus vasallos que lo guarnecieran, en una prestación denominada `custodia del
castillo'. El señor también esperaba de sus vasallos que le atendieran en su corte, con objeto de aconsejarle y
de participar en juicios que afectaban a otros vasallos. Si el señor necesitaba dinero, podía esperar que sus
vasallos le ofrecieran ayuda financiera. A lo largo de los siglos XII y XIII estallaron muchos conflictos entre
los señores y sus vasallos por los servicios que estos últimos debían prestar. En Inglaterra, la Carta Magna
definió las obligaciones de los vasallos del rey; por ejemplo, no era obligatorio procurar ayuda económica al
monarca salvo en tres ocasiones: en el matrimonio de su hija mayor, en el nombramiento como caballero de
su primogénito y para el pago del rescate del propio rey. En Francia fue frecuente un cuarto motivo para este
tipo de ayuda extraordinaria: la financiación de una Cruzada organizada por el monarca. El hecho de actuar
como consejeros condujo a los vasallos a exigir que se obtuviera su beneplácito en las decisiones del señor
que les afectaran en cuestiones militares, alianzas matrimoniales, creación de impuestos o juicios legales.
El feudalismo alcanzó el punto culminante de su desarrollo en el siglo XIII; a partir de entonces inició su
decadencia. El subenfeudamiento llegó a tal punto que los señores tuvieron problemas para obtener las
prestaciones que debían recibir. Los vasallos prefirieron realizar pagos en metálico (scutagium, `tasas por
escudo') a cambio de la ayuda militar debida a sus señores; a su vez éstos tendieron a preferir el dinero, que
les permitía contratar tropas profesionales que en muchas ocasiones estaban mejor entrenadas y eran más
disciplinadas que los vasallos. Además, el resurgimiento de las tácticas de infantería y la introducción de
nuevas armas, como el arco y la pica, hicieron que la caballería no fuera ya un factor decisivo para la guerra.
La decadencia del feudalismo se aceleró en los siglos XIV y XV. Durante la guerra de los Cien Años, las
caballerías francesa e inglesa combatieron duramente, pero las batallas se ganaron en gran medida por los
soldados profesionales y en especial por los arqueros de a pie. Los soldados profesionales combatieron en
unidades cuyos jefes habían prestado juramento de homenaje y fidelidad a un príncipe, pero con contratos no
hereditarios y que normalmente tenían una duración de meses o años. Este `feudalismo bastardo' estaba a un
paso del sistema de mercenarios, que ya había triunfado en la Italia de los condotieros renacentistas.
Don Juan Manuel es el principal impulsor de la literatura castellana en prosa y uno de los narradores más
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originales de la literatura medieval española.. Es un escritor de procedencia aristocrática, que se muestra
orgulloso de su posición social y de su valía política y literaria.
Nació en Escalona (Toledo) en 1282. Hijo de Castilla y de León Don Manuel y de Dña. Beatriz de Saboya,
nieto de Fernando III el Santo y sobrino de Alfonso X el Sabio, a quien admiraba por todo lo que hizo en
acrescentar e alumbrar el saber. Desde muy joven ejerció importantes cargos y participó en las luchas
castellanas por el poder entre nobleza y monarquía, aliándose tanto con los cristianos como con los
musulmanes según los intereses en cada momento. Después de repartir su vida entre las intrigas políticas y su
labor literaria murió en el año 1349 (se cree que en Córdoba), después de buscar la paz en el monasterio de
Peñafiel, ya cansado de luchar, y rodeado de libros y ordenando sus escritos; los depositó en este monasterio
con el fin de que se conservaran y evitar que sufrieran alteraciones en manos de los copistas. Sus precauciones
fueron inútiles puesto que dichos manuscritos se perdieron en un incendio.
La importancia de su linaje así como la posesión de recursos, vasallos y tierras le permitieron desde muy
pronto ocupar puestos políticos de relevancia de entre los cuales cabe destacar la pertenencia a los consejos de
regencia de Fernando IV y Alfonso XI, la ostentación del Adelantamiento Mayor del Reino de Murcia y los
Señoríos de Villena y Alarcón. Estas posiciones y su propia ascendencia, que le permitieron participar
activamente en las luchas nobiliarias que tuvieron lugar durante los reinados de los mencionados monarcas,
harían de él uno de los nobles más influyentes de su tiempo hasta el punto de que su presencia fue constante
en los acontecimientos que marcaron la historia de los reinos de Castilla, de Aragón−Valencia y del Estado
musulmán de Granada; todos ellos de extraordinaria importancia política y cultural en el entorno de las
monarquías occidentales. En primer lugar en el plano particular, porque su intervención directa e interesada en
los enfrentamientos sucesorios a la muerte de Alfonso X le convirtieron, a su pesar, en uno de los partícipes
más activos en la crisis del sistema feudal en Castilla de la que dichos enfrentamientos son anecdóticos, pero
significativos. En segundo lugar en el plano general, porque los límites temporales de su vida constituyen un
periodo de eclosión cultural en la península ibérica donde pudieron convivir de forma, desde luego, difícil
pero relativamente pacífica tres religiones: la cristiana, la musulmana y la semita; unas religiones cuyos
fundamentos ideológicos y acervos científicos encontrarían un punto de confluencia en un Don Juan Manuel
que, además de político batallador, fue un extraordinario amante del saber. Un Don Juan Manuel que, como
ha dicho José Antonio Maravall (1983, 455) es un hombre gótico que presencia y trata de explicarse muchas
novedades de su tiempo en honda crisis.
Por lo que respecta al panorama cultural de la época, aparte de la confluencia ideológica de las tres religiones
peninsulares de las que se nutre Don Juan Manuel, es preciso tener en cuenta el extraordinario
acrecentamiento bibliográfico que supuso la fundación de las Universidades así como la revitalización de las
grandes bibliotecas catedralicias y de escuelas de traductores como, por ejemplo, la de Toledo cuyos fondos,
incorporados al entonces reciente al reino castellano, parece que fueron conocidos por el hijo del Infante Don
Manuel. Sin embargo, de entre todas las iniciativas culturales que contribuyeron de forma decisiva en la
conformación del imaginario filosófico, científico y literario del escritor castellano, lo más reseñable quizás
sea el impulso literario concreto llevado a cabo por Fernando III y Alfonso X algunas décadas atrás. Sus obras
constituyeron un punto de inflexión en la tradición cultural de la Antigüedad con el que se auguraba, si no una
renovación inmediata de los saberes sí, al menos, un cambio de perspectiva: en el caso del reinado de
Fernando III, el inicio de la traducción de la Etimologías de san Isidoro y la puesta en marcha del género
filosófico de los catecismos político−morales; y en el caso de su hijo, Alfonso X, la compilación bibliográfica
tan extraordinaria, además de la producción propia, entre teológico−filosófica, jurídica y científica, que
pasaría a engrosar la biblioteca del rey Sancho IV de Castilla en la que había de formarse Don Juan Manuel.
Toda su experiencia política y su cercanía a los círculos más cultos de la nobleza, unida a una densa
formación religiosa al lado de los dominicos que hicieron su aparición en la escena social y política medieval
no sólo como defensores de la Iglesia romana sino también como salvaguarda del orden social en oposición a
herejías que trataban de minar el orden: social, le llevaron a concentrar sus intereses intelectuales en los
componentes principescos y aristocráticos de la sociedad así como en la importancia de la nobleza y el alto
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clero en la guía moral de los hombres. Algo que condicionaría su forma de hacer literatura aunque, como ha
puesto de manifiesto Luciana de Stefano (1982, 338), Don Juan Manuel se presenta como una figura
controvertida si se pretende abarcar conjuntamente dos imágenes tan opuestas como son, por una parte, su
vida pública, marcada por el signo del orgullo y sagacidad política y, por otra, su deliberada, aunque no
siempre bien conseguida, modestia literaria. A este respecto, al contrario que algunos de los más destacados
escritores castellanos del momento como Juan Ruiz, en quien la pluralidad temática unida a la sátira social y
la frescura del sentido práctico ofrecía una literatura espontánea, popular y desenvuelta, Don Juan Manuel no
pudo escapar a la línea literaria doctrinal y moralizante de tono grave imperante en el resto de Europea: si por
una parte expresa su intención deliberada de ser claro para acercarse al lector común, por otra, no se despega
completamente de la oscuridad retórica propia del orgullo artístico e intelectual que le caracterizaba.
En las obras conservadas de este autor hay obras de carácter teórico sobre diversas cuestiones, como por
ejemplo el Libro de la caza o el Libro de las armas, a través de las cuales se pueden apreciar los amplios
conocimiento del infante y, al mismo tiempo, hacerse la idea de su carácter calculador y reservado,
excesivamente intelectual y poco dado a los afectos y afusiones. A pesar de ello, fue un artista refinado, que
supo comprender la belleza y al que tal vez la vida le impidió ser más humano y abierto. Seguramente fue un
hombre envidiado y temido por su poder. Debió poseer gran capacidad de trabajo, pues de no ser así, no
hubiera podido armonizar su actividad política con el sosiego que exigía la elaboración de sus obras. Por otra
parte, también escribió obras narrativas como el Libro del caballero y del escudero (de 1326, con influencia
de las Partidas de Alfonso el Sabio y del Libro de la orden de caballería, de Ramón Llull) y el Libro de los
estados, 1328−1330, útil por su descripción de la sociedad organizada en estados o estamentos y sobre los
deberes de cada uno de ellos para lograr la salvación del alma. Pero sin duda su obra capital es el Libro de
Patronio o conde Lucanor, por la que se le debe considerar como el creador del cuento en Europa, así como el
creador de la prosa literaria española (como ya he mencionado antes), pues rehuyó todo vulgarismo y dotó de
gran fluidez a sus diálogos.
Don Juan Manuel fue el primer escritor que intentó conscientemente forjarse un estilo propio y personal. En el
prólogo al Conde Lucanor el mismo manifiesta: Escribí este libro con las palabras más hermosas que pude.
Y también explica la forma elegida para escribir su obra a la vez que se muestra preocupado por la fiel
transmisión de la misma.
Don Juan Manuel no utiliza términos abstractos, sino que se expresa de forma clara y concisa. Como su
intención es didáctica, elige el sistema de cuento y procura expresarse dentro de él de forma sencilla. Así, por
ejemplo, en las explicaciones del ayo a Patronio el autor utiliza únicamente las palabras necesarias, con el fin
de mantener la claridad de las ideas.
El Conde Lucanor es una colección de 51 cuentos, su intención era que los hombres hicieran en el mundo
obras que reportaran una aumento de honra y poder y que les pusieran en camino de la salvación. Así, el
autor, don Juan Manuel, recogió los cuentos más provechosos que oyó contar, pata que el lector aprendiera
con ejemplos. Todos esos cuentos responden a la misma idea: un diálogo inicial en el que el joven conde,
Lucanor, le plantea a su ayo, Patronio, sus dudas acerca de cuestiones que se le plantean en el gobierno de sus
estados y algún que otro problema familiar y le pide consejo; el ayo responde a estas cuestiones con un cuento
o relato relacionado con el tema planteado por el conde, una aplicación concreta, donde Patronio aplica el
cuento al caso mencionado por Lucanor; se dice que el conde lo aplica y que le va bien y don Juan Manuel
resume la moraleja en un pareado que remata el cuento. La estructura está tan fijada que hasta hay algunas
frases que se repiten en todos los cuentos.
Podríamos definir al conde Lucanor como una persona de gran riqueza, alto nivel social y que quiere hacer el
bien. Es un hombre con mucho sentimiento, que piensa en los demás y por eso siempre pide consejo, ya que
confía mucho en su ayo, el siempre le dice la opción correcta que debe escoger, y así consigue reinar su
territorio muy bien.
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Patronio es su consejero, su ayo; es un hombre muy sabio y servicial, nunca muestra ningún tipo de
sentimiento ni nada parecido, sólo se limita a contar las historia, que después aplicadas, le sirven de muy buen
consejo para el conde. En él deposita toda su confianza y le cuenta todo tipo de detalles.
Los cuentos y sus temas son muy variados y están tomados de muy diversas fuentes: desde fábulas clásicas
hasta relatos de Evangelios, pasando por cuentos orientales y por diversas crónicas; guerras contra enemigos
del conde, por ejemplo contra los moros, problemas de consejos de alguien o propuestas muy tentadoras que
prometen dinero; en ellos, al principio siempre parece que al conde le atrae la idea de hacer lo que al final es
desaconsejado por Patronio, pero siempre tras el consejo. Ahora bien, don Juan Manuel no se limita a
refundirlos, sino que los recrea con un estilo personal que demuestra una gran maestría narrativa. También
aparecen todos los estados y estratos sociales − ricos y pobres, nobles y plebeyos, mercaderes, frailes,
burgueses y prelados − están todos presentes en ella. Con ello don Juan Manuel nos muestra la realidad
española de la época en toda su riqueza y complejidad.
En esas historias, aparecen una gran diversidad de personajes, desde animales como distintas aves como
búhos, garzas, halcones, gallinas; zorros o leones, por las fábulas que aparecen, hasta distintos reyes, condes u
otras personas de poder semejante con problemas como guerras, mujeres, o sucesiones, pasando por
personajes irreales como la verdad y la mentira que están en un árbol y muchos miembros de la iglesia:
clérigos, papas, arzobispos, cardenales...
Algo muy característico de este libro, es decir, de sus historietas, es la moraleja final, en ella resume todo el
cuento y lo aplica con solamente dos versos que pueden servir de gran enseñanza. Unas cuantas moralejas que
reflejan perfectamente esto son:
Quien te alaba lo que tú tienes,
cuida que no te quite lo que tienes Cuento V
Si por descanso o deleites la buena fama perdemos,
al acabar nuestra vida deshonrados quedaremos Cuento XVI
Si guerra no pudieras dejar de tener,
ataca al más cercano, no al de mayor poder Cuento XXXIX
Análisis del reflejo de la sociedad feudal en el libro
Este libro se creó en el siglo XIV, acabando la etapa de máximo apogeo, y como se puede comprobar en su
lectura presenta muchas características de este sistema de relaciones:
Sólo empezando por el título El Conde Lucanor, ya aparece la palabra conde, un cargo político que aparece
mucho durante esa época. Actualmente el título de conde no sirve prácticamente para nada y no tiene ningún
tipo de poder, a diferencia de tiempos anteriores. Por eso en el título ya se puede apreciar que será de una
época anterior en la que es puesto tuviera mucha más importancia para que el personaje principal de la obra
sea conde.
El feudalismo se caracteriza por la concesión de tierras o trabajos que pertenecían al príncipe soberano (fuera
rey, duque, marqués o conde), y en todos cuentos de este libro se puede observar que el conde posee tierras en
las que tiene el poder absoluto sobre esas tierras y es el que lucha y las defiende, entre otras cosas para que
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sigan estando en su poder, aunque no se especifica claramente si le pertenecen o se las han sido cedidas a
cambio de una prestación política o militar. Lo que sí es seguro es que el conde sí tiene vasallos a los que ha
cedido sus tierras, como demuestra el cuento XXV en el que un vasallo le pide consejo.
Otro aspecto es que la sociedad musulmana aparece cuando en España se empieza con la sociedad feudal, así,
en el libro aparecen varias historias en las que intervienen los moros, ya sean como protagonistas de la historia
o como enemigos contra los que luchar, pero son importantes en un buen número de cuentos del libro.
La riqueza sale reflejada en forma de tentación, ya que le ofrecen al conde mucho dinero a cambio de otras
cosas que no valen tanto. Finalmente el conde acaba rechazándolo por consejo de Patronio, pero eso
demuestra la diferencia entre las clases sociales, ya que los de clase alta vivían con mucho lujo, y los de baja
clase no tenían ni siquiera nada que comer; aunque también explica en el cuento X que es muy fácil pasar de
la riqueza a la pobreza, y dice como una persona que es pobre y se cree que está en lo más bajo de todo se
consuela al ver a otro de más pobre todavía, y esto le sirve para salir de dicha pobreza y volver a ser rico.
En el libro también aparecen relaciones entre las clases sociales de un mismo nivel, como por ejemplo cuando
el conde explica a Patronio que hay algún problema con un vecino poseedor de esas tierras. Esto es algo que sí
se desarrolló mucho en el feudalismo español, ya que dicen que en España faltaron ciertos elemento del
feudalismo, estos elementos fueron tardíos o incompletos, pero la relación entre nobles no fue un de estos.
Por último, una de las características que aparece más veces en los cuentos, las guerras; muchos de los
consejos que pide el conde son sobre guerras, si debe atacar a un enemigo, si cuando acaba una guerra debe
empezar otra inmediatamente o descansar o si debe hacer las paces con algún enemigo. En el feudalismo,
como en muchas otras épocas, hubo guerras que quedan reflejadas de esta manera en el libro. Aquí también
podría añadir la traición, algo en lo que el conde está a punto de caer varias veces por tentaciones de señores
desconocidos que le visita pero que gracias a los consejos y a su agudeza consigue evitar, sabiendo siempre
cuando el visitante lo hace por su bien o por el bien propio.
Bibliografía:
Libro del Conde Lucanor
Enciclopedia del estudiante
Enciclopedia monitor, de Salvat
Gran Enciclopedia catalana
Distintas páginas web proporcionadas por el buscador google
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