CIUDAD EN QUE VIVO

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http://www.prensalibre.co.cr/2007/diciembre/15/opinion08.php
La Prensa Libre, San José, Costa Rica, sábado 15 de diciembre de 2007,
LA CIUDAD EN QUE VIVO
Pedro Calvo H.
[email protected]
Espero que la ciudad en que vives o
trabajas no reúna lo que la mía. Soy
un comerciante costarricense y doy
fe de mis palabras. Lo siguiente me
recuerda una historieta de
Supermán. Se trataba de un lugar
donde todo era y funcionaba al
revés. Se llamaba Ciudad Bizarra.
Recientemente, estando en una
floristería, el comerciante le pidió
mayor cantidad de flores al
proveedor. Éste le preguntó que si
le compraba más sería mayor el
precio.
No se le ocurra venir a esta ciudad,
pero si tiene que hacerlo debe venir
con un espejo y una bolsa en su
mano. El espejo es para que pueda
ver las cosas al derecho mientras se
acostumbra como yo. Y lo de la
bolsa se lo diré al final de este
artículo.
Tampoco le recomiendo venir a
nuestro estadio de fútbol sin tomar
un seguro de vida, después de un
bochornoso acto perpetrado en un
partido internacional. Noticia
vandálica que recorrió el mundo.
Aquí el caminar por las aceras es
tarea imposible. Mis conciudadanos
no caminan por la derecha, por lo
que siempre nos atravesamos en
absoluta dificultad para avanzar.
Además, el sinnúmero de
obstáculos en el camino a los que
estamos acostumbrados las hacen
intransitables. En algunas partes no
las hay. Los huecos y las trampas
son incontables. Partes de tubo
negro donde se colocarán
basureros “yo no sé cuando”
sobresalen de la acera. Es difícil
esquivarlos a todos, siempre
tropezamos. Los peligros abundan,
son inminentes.
Nos obligan a caminar por la calle.
La calle la cruzamos de una acera a
la otra por cualquier parte. Casi
nunca lo hacemos en las esquinas.
Toreamos a los autos y nos
jugamos la vida. Los automovilistas
no guardan la zona blanca al hacer
un alto. Suenan sus pitos como
desesperados al auto de adelante
cuando están cruzando peatones.
Los peatones optamos por cruzar
por el lugar más peligroso.
Aquí las alcantarillas no tienen
protección. Los ladrones se roban
las parrillas para venderlas a los
que compran hierro. Ahora las
alcantarillas son utilizadas como
basureros subterráneos, creando
las conocidas inundaciones que nos
vendrán en el invierno. Sacar a la
gente quebrada de la fosa lo vemos
como algo normal. El consabido
peligro de caer en esas trampas
aumenta cada día, en todas las
esquinas, en toda la ciudad.
Miles de vecinos aquí sacan sus
perros todos los días a hacer sus
necesidades en la calle, sin
importarles la enfermedad, el mal
aspecto, los malos olores, ni el
derecho ajeno.
La basura la exhibimos, la vamos
sacando desde el día anterior a la
calle, en bolsas plásticas o en lo
que sea, sin separarla. Cuando el
camión recolector pasa, nuestras
calles parecen el relleno de Río
Azul. Los animales y una cuadrilla
de hombres y mujeres “buzos”
indigentes se encargan de
romperlas provocando el desmadre
cotidiano que me niego a describir.
Quisiera hacerle un parte por lo
menos a los chinos de tantos
restaurantes y ventas de pollo,
donde los huesos, sobras y
plásticos llegan a la otra esquina.
Los hombres recolectores del
camión se ven obligados a utilizar
palas y escobones. En su apuro
gran parte la dejan derramada. Aquí
abundan los “ecolocos”. Antes y
después de que el camión pasa es
triste narrar el espectáculo de
descomposición que queda. Hasta
que llegue el sacrificado barrendero
(a).
Hay basureros insuficientes, los hay
uno aquí y otro por allá. Nunca dan
abasto. Es común ver estos
depósitos rodeados de basura
derramada, que no cupo en él y que
es tomado como lugar para arrojarla
a su pie, en tal cantidad que a veces
impide el paso.
Se colocan parrillas rechonchas
para acceso a personas
discapacitadas, según la ley 7.600,
que son auténticos armatostes
salidos sobre el camino y salidos de
mentes retrógradas. Con peligro de
muerte para motorizados ciclistas y
peatones. Están doblados a pesar
de su fortaleza por tanta colisión. De
muy mal gusto para nuestros
visitantes.
Los autobuseros paran sus
unidades donde sea para que sus
pasajeros bajen o suban, haciendo
presas y poniendo en peligro a los
usuarios. Primero nos dan un rodeo
por toda la ciudad. En las paradas
los autobuseros no apagan el motor.
Contaminan, consumen y enferman
a la población ciudadana.
Los taxis ocupan la calle 6 entre
avenidas 1 y 0, y más allá, cuando
el primero en la fila sale, todos los
demás hasta 16 unidades, por su
posición hacia arriba, arrancan sus
motores para quedar de nuevo en
posición. El último utiliza 15 veces
su arrancador para alcanzar el lugar
de salida. Desperdicio, trabajo,
contaminación, aberración.
Los viejos rótulos luminosos inútiles
y sus torres, enormes o pequeños,
que ahora son prohibidos por estar
sobre la línea de la carretera, se
están cayendo a pedazos. El
municipio y a quien corresponda no
hacen nada por evitar muertes y
abolir adefesios.
Todavía no puedo decir si esto es
un bulevar, cuando vamos en
bicicleta los autos no nos respetan.
Esto es un “bulevar” donde se han
tomado prioridad los autos y hasta
los camiones. Los caminantes
ocupamos un segundo lugar.
En el comercio no hay sanitarios
para el público, los comerciantes los
niegan. Hay tres que son
remunerados: en el mercado
municipal y dos en paradas de
autobuses, para toda la población.
Solo funcionan en el día.
Durante todo el año no encuentra
usted un policía de a pie, aunque lo
busque por toda la ciudad. Unos
están concentrados y matan la
culebra. Otros cuidan espaldas
temerosas, casas e intereses de los
que nos desgobiernan. Pero en
diciembre no sé de dónde salieron,
abundan como abejones en mayo.
Las ventas callejeras de todo tipo,
como mercado persa, proliferan día
y noche. Dificultan el libre paso.
Afean la ciudad. Cuando se retiran
dejan la basura tirada. En su
mayoría extranjeros
indocumentados.
Abundan los talleres de todo tipo,
muchos son empíricos. Usted deja
un artefacto, cuando llega a retirarlo
ya el taller no existe. Desconocen la
ética y la garantía. Muchos son
extranjeros. Cualquier travieso
aprendiz pone taller. Igual pasa con
celulares, automóviles,
computadoras, relojes.
Muchos de los electrodomésticos
que aquí se venden tienen una corta
vida, a veces de unas horas, porque
su calidad es pésima y no existe
ninguna oficina de control de calidad
ni de defensa al consumidor. Siguen
entrando al país por toneladas, casi
todos de Oriente. Seguimos
botando el dinero.
Los almacenes que venden
bagatelas importadas nos ahogan,
en su mayoría son artículos para un
día. Así vuelan nuestras divisas.
En muchas esquinas, indígenas
panameñas con su traje típico a
solas o con niño piden limosna
tiradas en el suelo, compitiendo con
los de aquí y las de allá.
Proliferan las casas de empeño.
Cobran diez por ciento de interés.
Prestan un mínimo por el artículo.
La ley es clara que deben rematar
los artículos vencidos y publicarlo
en La Gaceta, pero ninguna lo hace.
Los artículos son puestos a la venta
con altos precios. Se aprovechan de
las necesidades del pueblo. La
abundancia de garroteras es el
termómetro para saber las
indigencias que aquejan a nuestra
población.
Los drogadictos (as) abundan en
esta ciudad. Muchos esperan el
descuido para robar y conseguir los
¢500 que vale la piedra. Todos
saben bien dónde la venden,
siempre la consiguen.
Por todo lado, de día y de noche,
hay indigentes durmiendo en las
aceras: en cajas de cartón o
metidos de cabeza en los
basureros. Compiten igual con
alcohólicos, drogadictos y locos
(as). Estos últimos son muy
abundantes. Es esta la ciudad de
los locos. En años anteriores se
celebraba la fiesta de los locos,
concurridísima por cierto, y
patrocinada por la Municipalidad.
Y qué decir de ovejas negras y
homosexuales de allá y de aquí.
Las tiendas arman tremendo
escándalo con sus amplificadores o
megáfonos, con las bocinas
colocadas hacia la calle, todo el
año, con altos decibeles. Con
locutor o payaso,
casi siempre extranjero. Los
comerciantes
inescrupulosos usan ese medio
para ahogarnos en contaminación
sónica. No hay opción dónde
recurrir para su control. Vivimos
alterados. Todos nos estamos
volviendo locos.
Abordé un autobús que va al norte
de esta ciudad. Sin basurero, sin
barra para sujetarse, sin timbre, sin
puerta trasera, con asientos para
escolares, con placa de otra
provincia y así hay otros en la
ciudad.
Los asaltos los veo desde mi
ventana, a diario, impotente,
cabizbajo. Hoy o mañana me tocará
a mí o a uno de los míos. Solo
espero me respeten la vida.
Las monedas de ¢100 escasean.
Los chinos las han acaparado para
sus máquinas tragamonedas que
aquí proliferan. Es este el “deporte”
que practican nuestros niños y
jóvenes. Cuando voy a cambiar a la
Mutual ¢10 mil en monedas debo
pagar ¢500 por el cambio.
En esta ciudad muchas personas,
hombres y mujeres se orinan o
defecan en la calle. Lo hacen aún
en el día. Solamente se arrinconan
y sin el menor pudor depositan su
desecho, con total impunidad.
Si visita la estatua al héroe nacional,
manténgase muy lejos para que no
lea las barbaridades que le han
escrito en su monumento.
De mi casa se robaron la
motocicleta. A mi negocio se han
metido en cuatro ocasiones en tres
años. Los descuideros se llevan
desde los bombillos o el basurero
hasta el lavamanos.
Recientemente un hidrante lanzaba
un enorme chorro al cielo, porque
se llevaron el tapón de bronce. Ya
no nos asustamos cuando al abrir el
negocio está sin electricidad, porque
se llevaron el interruptor, el cable de
tierra y hasta el medidor.
Y así seguimos día a día, uno a
uno, noche a noche, en zozobra los
comerciantes. Con alquileres que
tocan el cielo.
¿Dónde emigraremos con nuestros
hijos? Si con el TLC la brecha social
aumenta y con ello otra
descomposición mayor y vitalicia.
Nuestros gobernantes hacen como
aquel hombre que les ponía
anteojos verdes a las vacas para
que comieran aserrín.
Crean espejismos, principalmente
en diciembre y todo tipo de afeites,
sin importar los gastos en
cosmetería. La cosa es que no nos
permita ni siquiera oler la gravedad
del desquiciamiento social, humano,
económico y moral que ya no está
por venir, está presente y vino para
quedarse.
Los políticos empresarios son
sabedores del estado de cosas
creado. Se beneficiaron,
fomentaron, condicionaron,
omitieron soluciones a
conveniencia, sin moral. Hoy más
que nunca.
Empezaron eliminando la cívica de
escuelas y colegios. Patria es una
fotografía, la cultura se perdió, el
civismo desapareció, solidaridad:
nadie sabe qué es eso. Había que
llegar a esto para que se dieran las
condiciones que ahora
comprendemos y se resumen en
una palabra, comprobada en
recientes hechos: entreguismo.
A lo anterior le llaman desarrollo.
Sin planificación, impuesto por los
medios. Lejos de nuestra manera de
ser. Vivimos la consecuencia,
cargamos el descalabro.
Pisoteamos lo nuestro, lo auténtico,
lo verdadero, lo puro, lo mejor.
Ahora sí le puedo decir para qué
una bolsa si viene a esta ciudad. Le
prevengo, porque sentirá algo más
que náuseas. Aún me queda mucho
por describirle y no lo he hecho a
falta de espacio.
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