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Primer Finalista Juvenil
“MUJERES ABRIENDO CAMINO”
Cuando has llegado a lo más hondo de un pozo, no puedes ver la luz
que hay arriba. Eso había pensado cuando todo ocurrió.
Ahora, sin embargo, las emociones se encontraban lo suficientemente
diluidas para no hacer que le picaran los ojos y se viera obligada a
contestar la temida pregunta: “No, no estoy llorando, es que se me ha
metido una pelusilla…”
Lo recordaba y seguía doliendo, pero de forma distinta. El corazón se
le había acelerado, y parado. Había sentido las sombras de los
reproches, de las discusiones, de todo lo que había dejado en el
tintero… mirarla, señalarla, reírse, culparla, abalanzarse sobre ella. Y
no había podido. No había podido soportarlo. Había fallado, otra vez.
Días oscuros. Días apagados con noches sombrías y canciones trágicas
que hablaban con nostalgia de tiempos luminosos en los que valía la
pena vivir. Entonces se había preguntado si esos momentos habían sido
sólo una ilusión, si la felicidad era sólo una mariposa que te roza, muy
sutilmente, un par de ocasiones en la vida, y después te deja
desorientado, anhelando su presencia.
Entonces no lo había
comprendido. Entonces había creído que el camino terminaba ahí, con
ella.
Había querido estar sola, siempre concentrada en sí misma, siempre
atendiendo sus propios problemas. Ahora consideraba su postura tan
errónea que le entraban ganas de reír. No era únicamente tu vida,
estabas sólo tú. Estaban los que te rodeaban y Él. En ese momento
abrió los ojos y entendió que no estaba sola, sino que siempre había
habido alguien con ella: alguien que no la habría dejado ni aunque ello
lo hubiese rechazado. Comprendió que no era ella, sino ella y todos
los demás. Y con Su apoyo, reaccionó, y, lentamente, emprendió su
andadura.
Se dio cuenta de que cosas tan simples como sonreír a alguien por la
calle o escuchar las preocupaciones de otras personas podían cambiar
el mundo de esa persona. Era su forma de devolver un poquito del
cariño recibido. Aun así sabía que nunca sería suficiente, pero Él la
había auxiliado cuando se encontraba a oscuras, y ella correspondería
dado a todos lo mejor de si misma. Con otras personas, se sentía
renovada. El mundo era excitante y maravilloso cuando dejabas el
prójimo entrar y entrabas tú con él. El camino era largo pero
sorprendentemente fácil si permitías a los demás andarlo contigo. Sí
que merecía la pena vivir la vida.
Ahora dolía, pero era un dolor lejano, un eco de la pena que había
sentido antes. Ahora levantaba la cabeza, tomaba las riendas, confiaba
en Dios y en su Creación, y, de esa forma, se abría camino.
Tu camino no termina contigo: tú empiezas con él. Tienes que andarlo,
tropezar y levantarte, seguir adelante por muchos obstáculos que haya
en él; y quizás, algún día, alguien te admire y crea que has abierto un
camino no solo para tí, sino para muchas otras personas. Y, tal vez,
esa persona quiera seguir tus pasos, imitar tu comportamiento y muchas
otras vayan tras ella.
Puede que, al final, todos logremos ser un poquito mejores. Podría ser,
entonces, que comprendamos, de una vez, que todos somos parte de
un mundo.
Noelia Gallego Cruz-17 años
Cº Espíritu Santo
Baena (Córdoba)
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