Patios de Toledo: tiempo y sombra “...para los que no sabían apreciar el arte que encierran sus muros, la ciudad de Toledo no era más que un poblachón destartalado, antiguo, ruinoso...” El beso, G.A. Bécquer. Toledo se ha vestido de gala con motivo de la celebración del Corpus Christi. Durante la semana de festejos, junto a los vistosos toldos y pendones que adornan el tradicional recorrido de la Custodia, los toledanos y todos los que se han acercado a la capital castellano-manchega han podido disfrutar con la visita de los típicos patios toledanos. Pero cualquier momento es bueno para perderse entre las callejuelas de la ciudad y descubrir muchos de estos patios, que permanecen abiertos durante todo el año. Los patios del casco antiguo de Toledo surgen ante los ojos del viajero como pequeños islotes donde el tiempo parece haberse detenido; embalsado durante siglos, aún parece resonar entre sus muros, fuentes, balaustradas y artesonados el rumor lejano de épocas diluidas en el ineludible transcurrir del tiempo que en Toledo parece adquirir una velocidad distinta, un paso lento y cansino. Como auténticos pequeños corazones de la ciudad, los patios recogen junto a un silencio sobrecogedor y sombrío el olor de siglos pasados, el sabor añejo de un pasado histórico convertido en recuerdos viejos y polvorientos, transformados en leyendas, en olvidos, en ecos remotos de sigilosas y deslizantes babuchas árabes, de misteriosos y enigmáticos tesoros ocultos de judíos huidos, del chasquido metálico de armaduras medievales, de historias de amor surgidas al abrigo del desolador sol castellano o de las hermosas lunas de verano. Junto a la monumentalidad de la vieja ciudad castellana, arrasada en verano por un sol implacable, los patios del casco antiguo de Toledo encarnan la otra cara de la belleza de la ciudad. Pequeños rincones, ocultos a la mirada del turista, refugios contra el sol y contra el tiempo, estos patios representan la belleza oculta de una ciudad que rezuma historia en cada rincón, en cada esquina, en cada plaza. El frescor de las fuentes y los pozos, de los aljibes, de las innumerables plantas que como vergeles contrastan en verano con el calor del exterior. Historia Los patios toledanos constituyen uno de los motivos ornamentales más característicos de nuestra ciudad. Hace años, no había en Toledo ninguna casona antigua que tuviese un patio con una balaustrada de madera, enredaderas, geranios, macetas en torno a un pequeño estanque central (reminiscencia de la cultura árabe). Concebidos como consecuencias del clima de la ciudad, fueron durante años un elemento fundamental en torno al cual se organizaba la vida doméstica, dado el clima extremo del verano y el abigarramiento de casas, sin jardines, ni grandes avenidas, ni paseos. En los momentos cuando el sol golpea con más fuerza los empedrados toledanos, pasar al interior de una casa con patio era igual que llegar a un oasis en pleno desierto. El típico patio toledano no fue patrimonio exclusivo de las casas principales; la mayoría de las casas, tanto de los barrios más céntricos como de la periferia, las casas artesanas y las de la vecindad poseían un patio, cubierto en verano, habitualmente, con un toldo. Estos pequeños rincones eran, en realidad, una acuciante necesidad motivada por las extremas temperaturas que se alcanzan en verano. Los patios, además de sombra y frescor en los momentos más crudos del verano castellano, significaban, luz y ventilación en todo tiempo, lugar de convivencia de los vecinos, y con la llegada en invierno, luz para los corredores más altos. Aunque el tiempo y las reformas ha hecho que algunos de estos patios desaparezcan, arrasados por esa implacable ley de la modernidad, la funcionalidad y el aprovechamiento máximo de cada rincón, todavía son muchos los que permanecen, con todo su encanto, su belleza y sus adornos, ajenos a nuestro tiempo, a cualquier tiempo. Pequeños tesoros que el viajero no puede dejar de visitar para conocer de verdad la belleza más oculta de Toledo, ese encanto que el turista más acelerado (otra consecuencia de la modernidad: viajar mucho y no ver nada) suele olvidarse de descubrir, porque es aquí, en estos patios, donde todavía se pueden escuchar los verdaderos y ancestrales latidos de nuestra ciudad. Carlos Soto