Domingo 6 de febrero de 2011

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Mensaje del Domingo 6 de febrero de 2011 – La luz y la verdad.
No basta tener un ojo, es necesaria la luz para poder ver. La luz nos permite descubrir
el mundo, captar las diferencias, darnos cuenta dónde estamos, captar a los demás, incluso
reconocer nuestro cuerpo y nuestro rostro. Esta experiencia básica nos lleva a la imagen
universal de la luz, como aquello que permite todo conocimiento. En un caso concreto,
opinamos que ‘a la luz’ de los datos que se tienen podemos llegar a una conclusión. Cuando
algo llega a ser conocido por todos, ‘sale a la luz’. El conocimiento no es algo mecánico, implica
el sujeto; entonces juzgamos que alguien ‘tiene pocas luces’, o por el contrario ‘es una luz’.
Hablamos también de la luz de la razón, como esa potencia que ilumina los datos que
recibimos y los ordena de tal modo que nos permite comprenderlos, con una comprensión que
también posibilita organizar la existencia. El siglo XVIII es llamado el Siglo de las luces, o
Ilustración, por el desarrollo de la razón científica, y la exaltación del poder del hombre de
someter todo a unos principios racionales. La cultura de todos nosotros está toda ella en el
ámbito del desarrollo de la razón, aplicada a la ciencia y la técnica para dominar el mundo y
hacerlo producir, y del intento de dominar todo con el razonamiento. De alguna forma todos
estamos en el ámbito de una cultura ‘ilustrada’: todos participamos de los beneficios de la
ciencia y de la técnica y también todos queremos vivir en una sociedad racionalmente
ordenada, que respete los derechos humanos, que sea justa.
Por otra parte, como el ser humano es libre y además mira al futuro, es prospectivo,
busca alcanzar lo que aún no tiene, en todo el actuar del hombre se requiere la fe. No se trata
específicamente de la fe religiosa, sino de que cada uno afirma y elige fiarse de que una
realidad o una idea sirve para algo, es buena, es posible que se alcance. Hablamos de fe
humana, es decir, de ‘creer que vale la pena’, ‘creer que es posible’, fiarnos de que por
nosotros mismos o con la ayuda de los demás se llegará a la luz. En este sentido decimos: ‘yo
creo en la ciencia”, es decir, juzgo que es un valor y que puede obtener un bien; ‘creo en la
democracia’, es decir, juzgo con razones que es una buena forma de organización social, que
es posible, y espero que sea justa y provechosa; creo que me irá bien con determinada
persona. Vemos, pues, que la fe, el creer, es parte del conocer de todos los hombres, incluido
el más racionalista – cree en la razón – y el más ateo – cree que su opción es correcta y buena.
Todo hombre razona y todo hombre cree. Comprendida así, la Ilustración fue una inmensa
opción de fe en que algunos principios permitirían encasillar la realidad, dominarla y hacerla
de alguna forma perfecta. De esa misma fe humana participaron las grandes ideologías que
quisieron organizar el mundo, justificadas en parte por alguna comprensión racional –
determinadas razones – y por la fe de que así se lograba un mundo mejor. Con frecuencia
obligaron a pueblos enteros a someterse a una supuesta verdad creída como salvadora y los
sometieron a muchas injusticias.
Si me he explicado bien, todos los hombres cuando pensamos, cuando dialogamos,
cuando discutimos, cuando buscamos la luz de la verdad, es bueno darnos cuenta de dos
órdenes de luces que utilizamos. Uno es el de la razón y las razones que damos. Otro es el que
se funda en razones, pero también tiene una cuota de voluntad, de ‘creer’, de ‘esperar’, de
‘confiar’. En todos los casos tenemos que sopesar las razones y también darnos cuenta del
valor de ese ‘creer’. Cada fe y cada razón deben interactuar y, de alguna forma, criticarse
mutuamente.
En el proceso de recibir la luz, no basta que haya luz, es necesario tener un ojo para
poder ver. Por eso, Jesús dice: “La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, todo tu
cuerpo estará luminoso; pero si tu ojo está malo, todo tu cuerpo estará a oscuras. Y, si la luz
que hay en ti es oscuridad, ¡qué oscuridad habrá!” (Mt 6, 22-23). Entonces, la razón del
hombre no piensa sola, depende de las actitudes interiores, de los intereses, de la pureza, de
la rectitud, del amor a la verdad, de la humildad para aceptar la realidad, cuando gusta y
cuando no. En gran parte, la posibilidad de alcanzar la verdad, depende de la capacidad de
dejarse iluminar, de aceptar lo que es aunque contradiga nuestra voluntad de poder, en
humillarnos ante la verdad, aunque me muestre lo que no me agrada o no pensaba. En parte
encontramos la verdad, si recibimos la luz y si estamos dispuestos a dejarnos iluminar por ella
y a reconocerla.
El miércoles 2 de febrero, Fiesta de la Presentación del Señor Jesús en el templo, del
Encuentro de Dios con los hombres, la Iglesia ha proclamado con las palabras del Evangelio a
Jesús como “luz para alumbrar a las naciones y gloria del pueblo de Dios Israel” (Lc. 2,30).
Los católicos tenemos que ser apasionados de la verdad. Los católicos creemos que la
luz de la razón es buena, y que tenemos que dejarnos guiar por ella, porque es un reflejo de
Cristo, el Verbo, el Logos, la Luz verdadera, que todo lo ha creado. Por eso defendemos la
razón, la capacidad del hombre y de los hombres de alcanzar la verdad y el valor universal de la
verdad. Al mismo tiempo, sabemos que el Verbo y Palabra de Dios, al venir a este mundo,
ilumina a todo hombre con lo que Él ha hecho y dicho en su carne (cf. Jn.1,9.14.18). Nuestra fe
personal se fía de él y se deja iluminar plenamente por quien es la luz del mundo. La razón nos
sostiene y nos hace ver la razonabilidad de la fe. La luz de la fe nos hace comprender mejor lo
que la razón piensa, y la levanta a alturas inimaginables. El entendimiento busca la fe; la fe
busca el entendimiento. De esta forma, crece también la cultura católica, con su inmensa
complejidad, que abarca todo lo existente. Como seguidores de Jesús, estamos llamados a ser
luz del mundo, es decir dejar que Cristo, luz verdadera se refleje en su Iglesia. Por eso,
debemos tanto actuar, como dar testimonio de la verdad. Para ello, los católicos estamos
continuamente llamados a generar una rica cultura de razón y de fe. Tenemos que dar razón
de nuestra esperanza (1 Pe.3,15), y saber comunicar la luz de la fe, arraigados y cimentados en
la caridad (Ef.3,17), sólidamente cimentados en la fe, firmes e inconmovibles en la esperanza
del Evangelio que oísteis, que ha sido proclamado a toda criatura bajo el cielo (Col.1,23).
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