Blog 1 Fe y razón - Jorge Capella Riera

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FE Y RAZÓN
"Omne verum, a quocumque dicatur, a Spiritu Sancto est"
Toda verdad, dígala quien la diga, viene del Espíritu Santo
(Santo Tomás de Aquino)
De Orleans al Marne
Charles Péguy
1873-1914
por Abel Moreau
EN EL BARRIO DE BOURGOGNE
Péguy nació el 7 de enero de 1873
"En la antigua Orleans severa y seria"
Su padre, Désiré Péguy, carpintero, había participado en la guerra de
1870 de la cual había vuelto enfermo. Se casó el 8 de enero de 1872, no
pudo retomar su oficio, se empleó en la municipalidad y falleció el 18 de
noviembre de 1873.
La madre de Péguy, originaria de Gennetines, cerca de Moulins, había
aprendido a restaurar sillas. Era un buen oficio,- veinte centavos por una
silla común, treinta y cinco centavos por una silla satinada-, con la
condición de levantarse a las cuatro de la mañana y acostarse poco antes
de la medianoche. Su abuela la ayudaba, el pequeño Charles también.
Vivían en el barrio de Bourgogne, "una casa baja...La ventana estaba
enmarcada por una hilera de ladrillos carcomidos y sobre el borde se
alineaban las pesadas macetas en las que la abuela cultivaba
cuidadosamente, orgullosamente, maternalmente sus fucsias y sus bellos
geranios rojos."
Su madre le había enseñado a leer y a contar. A los siete años entró en la
escuela anexa de la Escuela Normal. Se levantaba a las seis de la mañana
para aprender sus lecciones y hacer los deberes, lustraba los zuecos,
comía una rodaja grande de pan embebida en café negro y partía hacia la
escuela.
Los Péguy eran católicos, tal como se entendía en aquella época, es decir
estaban bautizados e iban a misa los días de fiesta. Péguy iba pues al
catecismo. Pertenecía a la parroquia Saint-Aignan:
Nuestros jóvenes vicarios nos decían exactamente lo contrario
de lo que nos decían nuestros jóvenes alumnos-maestros... No
nos dábamos cuenta. La República y la Iglesia nos
dispensaban enseñanzas diametralmente
opuestas...Tomábamos todo al pie de la letra. Creíamos
enteramente, y de la misma forma, y con el mismo
convencimiento, en todo lo que había en la gramática y en todo
lo que había en el catecismo...No habíamos olvidado ni a una
ni al otro."
Estos primeros recuerdos del barrio de Bourgogne llenarán toda su
vida: "Todo estaba definido antes que tuvieramos doce años", escribe. Y a
pesar del liceo Lakanal, Sainte-Barbe y la Escuela Normal, Péguy seguirá
siendo el hijo de viejos campesinos y de viejos artesanos que conoció y
amó:
"Durante toda mi infancia vi restaurar sillas exactamente con
el mismo amor, y con la misma mano, que este pueblo había
tallado sus catedrales..."
Amor por el trabajo bien hecho; Péguy conservará ese amor toda su vida.
En los Cuadernos, pasará días enteros en la composición, velando por la
perfección de su obra, como buen obrero de las letras que era.
Otro recuerdo del barrio de Bourgogne: Juana de Arco. Todos los años,
el 29 de abril y el 8 de mayo, el niño Péguy ve entrar a Orleans, por la
puerta de Bourgogne, una Juana de Arco a caballo, rodeada de clérigos,
consejales y bomberos: "Avanzaba, blanca, erguida, mirando el cielo...Yo,
la miraba..."
DESCUBRIMIENTO DE PARIS Y EL MUNDO
Alumno-de 1885 a 1891- del liceo de Orleans, en el que había obtenido
todos los premios, Péguy viene a estudiar retórica superior al Lakanal. Es
la época de la huelga de Carmaux. Péguy se inflamó con los mineros,
trabajó para ellos lo que le creó problemas con la administración.
Adelantándose a la convocatoria, vuelve a Orleans para su año de
servicio voluntario, del que egresa como sargento y, en octubre de 1893
entra en la Escuela Sainte-Barbe. Los Tharaud han contado sus paseos
interminables en el Patio Rosado, en el que Péguy, ávido por dirigir,
muestra ya dotes de líder.
Su mejor amigo, es por esa época Marcel Baudoin- con cuya hermana
habrá de casarse- un joven enigmático, de familia burguesa, socialista y
anticlerical, que iba a morir joven, durante su servicio militar y cuya
influencia en Péguy fue innegable.
Allí descubre la belleza del mundo. Primero París, con sus calles, sus
casas y sus palacios. El París vivo, que sufre, trabaja, ama y ruega. París,
ciudad de libertad y gloria, ciudad de miseria y revueltas, con "su cabeza
sin cerebro y el corazón más grande que haya latido jamás en el
mundo". París con su pueblo: trabajadores, curiosos, hombres
apasionados por la justicia "singular pueblo de Paris, pueblo de reyes,
pueblo rey."
Va al Louvre, en el "Français", oye a Mounet-Sully
en Polyeucte, ve Antígona "espíritu intratable que no sabe ceder ante el
infortunio". Sus grandes deslumbramientos datan de esta época: Homero,
Sófocles, Corneille, Victor Hugo.
¿La miseria? La conoció muy joven, sabe que su abuela "había luchado
sola contra la miseria y había cansado a la miseria, con los catorce centavos
que ganaba fregando diez horas por día". La reconoce en los suburbios, en
esa sopa de La miga de Pan, a la que el padre Battifol, capellán de SainteBarbe, lo ha invitado con sus compañeros; en esas conferencias de Saint
Vincent de Paul, a las que lo lleva su "fiel Lotte".
En 1894, entra en la Escuela Normal Superior. Tiene como maestros al
buen Ollé-Laprune, Bédier, al joven Romain Rolland, Bergson. El
bibliotecario Lucien Herr, "director de conciencia muy laico de la juventud
universitaria francesa", tiene una influencia considerable en él. El
porvenir de Péguy ya parece trazado. Pero vive en la «pocilga».
Utopía, frecuenta a Jaurès a quien admira...Luego de un año de escuela,
hace un alto y vuelve a Orleans.
JUANA DE ARCO
Péguy no había vuelto a la casa del barrio de Bourgogne, como se creyó
entonces, para hacer la Revolución o para convertirse en restaurador de
sillas. Simplemente venía a meditar sobre Juana de Arco y a terminar la
enorme obra de teatro que siempre llevaba consigo a todas partes en una
valija cerrada con llave:Juana de Arco (1897). Para Péguy, Juana de Arco
aparece como la perfecta encarnación de Francia: piadosa con el mal, fiel
a su rey, sólidamente enraizada en su suelo natal, hija de campesinos,
sana y lúcida, joven y fresca, derecha en su intención y corazón, insolente
con los doctores, cristiana y no clerical, heroica y santa, inteligente y
activa, "flor de coraje francés, de caridad francesa, de santidad francesa",
en resumen:
"La hija de Lorena a la que ninguna iguala"
Para Péguy es el tipo de héroe socialista; sólo obedece a su inspiración
que le viene de Dios y no tiene demasiado en cuenta a las autoridades
regulares.
El problema del mal ocupa ahora el primer plano en el pensamiento de
Péguy. Tiene pasión por la salvación, por la salvación humana y temporal
únicamente. "Les he dado mi pan, le hace decir a Juana, ¡vaya negocio!
Tendrán hambre esta noche, tendrán hambre mañana". Inútil es entonces
la caridad. "La religión de Cristo, concluye Péguy, es una religión de
desesperación, porque desespera de la vida y sólo tiene esperanza en la
eternidad". Estamos en 1897. Habrá que esperar trece años para oir a
Péguy hablarnos de nuevo de Juana de Arco. Pero entonces, Péguy se
habrá vuelto nuevamante cristiano y será el admirable Misterio de la
Caridad de Juana de Arco (1910).
SOCIALISTA Y PARTIDARIO DE DREYFUS
Reintegrado en 1896 a la Escuela Normal, luego de la muerte de Marcel
Baudoin, Péguy sólo iba a permanecer allí por poco tiempo más. En
efecto, se casa con la hermana de su amigo, funda una librería socialista y
publica Marcel, primer diálogo de la Ciudad armoniosa (1898), en el que
busca para el problema del mal una solución bien humana.
Influído por Lucien Herr, Péguy se había inscripto en el Partido
Socialista durante el primer año de la Escuela Normal: "Todo era puro
entonces,escribirá más tarde, todo era joven, un socialismo joven, un poco
grave, un poco niño". Evidentemente Péguy nunca fue tomado en serio
por Jaurès. ¿Su Socialismo? Consistía primero en llevar la felicidad al
mundo. Y para ello en restaurar el gusto por el trabajo y la pobreza: "Un
socialismo de San Francisco", al decir de los Tharaud. La doctrina
importaba poco, si se tenía un impulso del corazón, si uno sabía
sacrificarse por los demás, ser sincero. Así entendido, el socialismo de
Péguy ¿era algo distinto de la caridad?
«La caridad, dijo Dios, no me asombra...
Esas pobres criaturas son tan desgraciadas que a menos que se
tenga un corazón de piedra, ¿cómo no tendrían caridad unas
de otras?..."
Ese socialismo de Péguy iba a ser rudamente puesto a prueba con el caso
Dreyfus. El caso empezó verdaderamente en enero de 1898, con el
artículo de Zola "Yo acuso". Péguy se lanza a la lucha, es arrestado en
Versalles, conduce el combate en la Sorbona, pone al Barrio Latino en
estado de defensa republicana: "Herr comandaba a las fuerzas
republicanas los días en que no se combatía; yo las comandaba los días en
que se combatía".Péguy agrega: "Hay que decir simplemente que fuimos
héroes, y más precisamente héroes a la francesa"..."Para él,escriben los
Tharaud, el caso Dreyfus había tomado de pronto una especie de grandeza
sagrada...Era el debate que continuaba entre Creón y Antígona, entre Félix
y Polyeucte".
Hay que decir, y Péguy no nos desmentiría, que en filas dreyfusistas, todo
no era absolutamente puro. Al lado de los cristianos y los utopistas,
estaban los revolucionarios, los adversarios del régimen cualquiera que
sea, los anarquistas, los agentes del extranjero, contentos de ver a los
franceses despedazarse unos a otros, los aprovechadores y los hábiles,
siempre listos para sacar partido de la batalla y enriquecerse con los
despojos de los vencidos. Péguy, el poeta Péguy, no se dio cuenta al
principio. El formaba parte de los utopistas. Se explicaba y su explicación
es la de un cristiano más que la de un socialista:
"Una sola falta, un único deshonor alcanza para perder el
honor, para deshonrar a todo un pueblo. ...No nos
colocábamos en otro lugar que no fuera el de la salvación de
Francia... En el fondo, no queríamos que Francia se
constituyera en pecado mortal".
FRANCIA
El 5 de enero de 1900, Péguy lanza Los Cuadernos de la Quincena y, en el
otoño de 1901, se instala en el N°8 de la calle de la Sorbona. La 3a serie
iba a ser publicada. Los Tharaud nos han descrito minuciosamente el
comercio con sus montones de libros sin vender, las conversaciones de los
jueves en las que tronaba "nuestro maestro Sorel", la trastienda en la que
trabajaba Péguy.
Péguy rompió con Herr, con Jaurès que logró poner en
pie L'Humanité, el diario con el que había soñado Péguy y para el que
tanto había trabajado. En adelante, Jaurès será para Péguy sólo
un "grueso fabulador".
¿Qué había ocurrido? Lo siguiente: Guilllermo II había desembarcado en
Tánger en marzo de 1905 y Delcassé, ministro de Asuntos Exteriores,
había sido obligado a renunciar. El caso Dreyfus, las fichas del general
André, la política de Combes habían desorganizado al ejército y
debilitado la moral francesa. No estábamos prontos para hacer la guerra.
Péguy, por su parte, no duda un segundo, va al Bon Marché a comprarse
ropa y equipos, "todo lo que hay que llevar un día de movilización". De allí
su cuaderno Nuestra Patria.
Péguy ve venir la guerra. No le da miedo porque reubicará a la Francia
vencida, descorazonada, sin alma, en las cimas de las que la precipitaron
los intelectuales y el dinero. Los intelectuales son antes que nada la
Sorbona y Péguy tiene una vieja cuenta que ajustar con ella. Para él
representa el mundo moderno contra el que lanza invectivas:
"El mundo moderno envilece. Envilece la ciudad, envilece al
hombre. Envilece el amor, envilece a la mujer...Logró envilecer
lo que tal vez sea más difícil de envilecer en el mundo, porque
es algo que tiene en sí... una clase particular de dignidad: ha
envilecido la muerte".
Junto a la Sorbona, y con ella, el dinero es el gran corruptor. Símbolo del
mundo moderno, es también su rey y su Dios:
"Sola, usted lo sabe, que el dinero sólo es amo
Y que ha puesto su trono en el lugar de Dios"
Péguy volvió varias veces sobre este punto que le importaba mucho y
Léon Bloy no lo desmintió:
"Cuando se entrega a los chicos de las escuelas primarias
libretas de cajas de ahorro, se hace lo correcto. Ya que se les da
un breviario del mundo moderno...es decir un diploma de
avaricia y de venalidad en el orden del corazón... Y se tiene
mucha razón en presentarlo con tanta ceremonia y como un
símbolo y como una coronación y como un cofre de la ley. De
la misma manera que los Evangelios son una reunión total del
pensamiento cristiano, la libreta de caja de ahorro es el libro y
la reunión total del pensamiento moderno. El por sí solo es
bastante fuerte para resistir a los Evangelios, porque es el libro
del dinero, que es el Anticristo".
Pero todo puede aún ser salvado: Péguy, el "profeta Péguy", el hijo del
campesino del Loire y de la restauradora de sillas del barrio de
Bourgogne, reencontró, con Nuestra Patria, la verdadera tradición
francesa. Se da un gran paso por la vía de la salvación.
LA GRACIA DE DIOS
El 3 de enero de 1913, Alain Fournier escribía a Jacques Rivière a
propósito de Péguy: Digo, sabiendo lo que digo, que no ha habido
probablemente, desde Dostoïevski, un hombre que haya sido, tan
claramente, hombre de Dios. ¡Hombre de Dios! ¿Qué significa? Según
creo, que nadie como Péguy había conocido la miseria del hombre, ni se
había aproximado a ella con tal claridad.
Pero entonces Dios entra en escena, la gracia de Dios. Por un relato
del "fiel Lotte" oímos a Péguy decir por primera vez que es cristiano.
Estamos en 1908. Lotte ha encontrado a su amigo acostado y enfermo.
Tiene sed de reposo, piensa abandonar Los Cuadernos y pedir un puesto
de profesor de filosofía en el interior de Francia. Y de pronto,
enderezándose en su lecho, agrega, con los ojos llenos de lágrimas: "No te
he dicho todo. Reencontré la fe, soy católico".
Y Lotte agrega, lo que no es menos conmovedor : De pronto fue una gran
emoción de amor, mi corazón se derritió y, con la cabeza entre mis manos,
le dije, casi a pesar mío: "¡Ah! ¡Pobre viejo, en eso estamos todos!" ¡En eso
estamos todos! ¿De dónde me surgían esas palabras ya que hacía apenas un
instante no era aún creyente. ¿De qué trabajo, de qué lento, oscuro y
profundo trabajo eran el resultado? En ese minuto sentí que era
cristiano.Lotte acababa de ser cruelmente sacudido por la muerte de su
esposa y de su hija. Menos de dos años después, recibirá la Eucaristía.
Paul Claudel no quire que se hable, con respecto a Péguy, de conversión,
y el propio Péguy en Un Nuevo Teólogo (1911), declara:
Por una profundización constante de nuestro corazón en la
misma senda, y no por una marcha atrás hemos encontrado el
camino de la cristiandad. No la hemos encontrado volviendo.
La hemos encontrado al final".
Daniel-Rops dirá incluso: Péguy volvió al cristianismo por fidelidad a sí
mismo..., a su familia, a su raza, a su lenguaje, a la misión histórica de su
patria...Porque, sólo en la religión encontraba la paz para el gran tormento
que lo obsesionaba cuando pensaba en el mal y en nuestra común
complicidad con la falta. El creyente agregará esto: porque su corqje, su
pobreza, su vida entera,habían merecido que Dios lo llamara.
TRAYECTORIA
Péguy, como vimos, nació católico. Amó la Iglesia, fue alumno aplicado
tanto en el catecismo como en la escuela y desde entonces permaneció
sano, honesto, púdico, moral, en una época en la cual eso era poco común.
¿Cuándo perdió la fe? ¿En Lakanal? ¿En Sainte-Barbe? Lo que se sabe,
es que a los veinticinco años, se declara no creyente. Pero a los veintisiete,
retoma la lectura de Pascal. No porque admita el consuelo de la
esperanza religiosa, sino porque prefiere "una preocupación y un
horror sinceros". Lo que le reprocha entonces al catolicismo es que
sea "una falsificación, una mala réplica de la vida". Pero al mismo tiempo
pensando en su amigo Baillet, que se convirtió en benedictino en
Solesmes, comenta: "Si yo aún fuera católico, sin duda me habría
convertido en sacerdote como él".
No es anticlerical tampoco es antirreligioso, protesta contra la
persecución, contra la metafísica a contrapelo de Combes y Viviani que
pretende haber haber «apagado en el cielo luces que no volverán a
encenderse más». Escribe, en 1902, a su amigo Baillet, cuando los monjes
de Solesmes son expulsados de su convento:
«Vosotros católicos, regocijaos. Las persecuciones de los
radicales preparan indiscutiblemente un renacimiento de la fe
católica en Francia»
A partir del caso Dreyfus, se inclinó por lo espiritual y contra la tiranía
sin importar su origen. Se indigna por la implantación de fichas en la
Universidad, por las parodias sacrílegas y ridículas del culto católico. Es
la época en que su amigo Baillet oficia misa en su nombre cada
mañana :«Era, escribe Th. Quoniari, cristiano de corazón...mientras que
su inteligencia rechazaba adherirse al dogma».
En 1902, el Cuaderno de Navidad se abre con la balada de Villon a Notre
Dame. A partir de 1905, Péguy ya casi no escribe en los Cuadernos y se
justifica:
«No quiero comprometer (a mis lectores) en esta
profundización de mi ser religioso, a la cual, evidentemente
estoy dedicado desde hace varios años»
Incluso el tono cambia así como las palabras. Comentando el verso de
Vigny,«Gemir ,llorar, rogar es igualmente cobarde» observa: «Rogar
pertenece a otro orden que las otras dos (palabras)». Prepara una edición
de lujo de Polyeucte, la que no se llevará a cabo y, hablando un día con
Daniel Havely, declara: «Para nosotros, la Imitación es un libro sagrado».
En 1907, 1908 y 1909, trabaja en Clio, que va a publicarse después de su
muerte, allí estudia «la mística relación entre lo temporal y lo eterno, entre
el héroe y el santo, entre el pecador y el santo». Finalmente, el 11 de enero
de 1910, publica el Misterio de la Caridad de Juana de Arco.
LA PEREGRINACION A CHARTRES
Péguy no cultivó demasiado su tendencia inicial, ésta era por supuesto
atea, pero con llamaradas de caridad, con relámpagos de esperanza. Aún
cuando proclama su espíritu laico, ese espíritu no se opone a la fe.
Reconoce que su acción dreyfusista fue cristiana y motivada solamente
por la caridad. Fracasa en casi todos los planos y le confiesa a Lotte:
«La vida no puede aparecérsenos sólo como una farsa siniestra
con lo que se cae en la deseperación, o como una lucha
heróica con lo que se tiende los brazos hacia Dios».
Péguy es ahora cristiano, no está más triste, no habla más de
morir. Le dice a Lotte:
«¡Piensa entonces en lo que es la señal de la cruz! ¡En cubrirse con una
señal de la cruz! ¡Qué comunión con Jesús!»
Así comienza la época feliz- literariamente hablando- en la que produce
más y piensa más.
Pero una prueba sentimental lo agobia, de la que saldrá tristemente
vencedor. Una joven lo admira, viene a menudo a los Cuadernos. Es para
Péguy una amistad preciosa, «la comunión perfecta». Pero, es un amor
imposible, con el que corre el riesgo de degradarse, de destruir su hogar y
de renunciar a su vida religiosa que lo sostiene cada vez más. Convence
entonces a su amiga de que se case y quiere «estar sólo frente a frente con
el confuso misterio del dolor». Escribe a su amiga Mme. Favre: «Prefiero
estar enfermo antes que faltar a mi vocación por un desarreglo de mi
corazón». Y evoca este dolor y esta resolución en la Tapisserie de Notre
Dame:
«Cuando hubo que sentarse en la cruz de dos caminos.
Y elegir entre el pesar y el remordimiento...
Usted sola sabe, dueña del secreto,
Que uno de los dos caminos corría más abajo
Usted conoce el que eligieron nuestros pasos...
«Y no por virtud, ya que no poseemos mucha,
Y no por deber, ya que no nos gusta...
«Y para colocarnos mejor en el eje de nuestra angustia,
Y por esa sorda necesidad de ser más desgraciado...»
En ese momento, agobiado por las preocupaciones materiales y
familiares, Péguy, desesperanzado, escribióun hermoso himno a la
Esperanza, el Portal del misterio de la segunda virtud (octubre de 1911) «la
fe que más amo, dice Dios, es la esperanza», más tarde Los Santos
Inocentes (marzo de 1912), que no es más que la continuación lógica
del Portal.
«Yo soy, dice Dios, Dueño de tres Virtudes...
La Fe es una esposa fiel.
La Caridad es una madre ardiente
Pero la Esperanza es una pequeñísima hija»
En el Portal, el leñador, temiendo por la salud de sus hijos y no
soportando más, los encomienda a la Santa Virgen:
«Tómelos, se los doy. Haga con ellos lo que quiera. No resisto más».
Y he aquí que- en junio de 1912- el hijo de Péguy, Pierre, cae gravemente
enfermo, Péguy hace una promesa y va en peregrinación a Chartres:
«Mi viejo, escribe a Lotte, sentí que era grave...Peregriné a
Chartres...Hice 144 kms en tres días... Se ve el campanario de
Chartres a 17 kms en el valle. Desde que lo vi, fue un éxtasis.
No sentía nada más, ni el cansancio, ni mis pies. Todas mis
impurezas cayeron repentinamente, era otro hombre. Recé una
hora en la catedral el sábado de noche, recé una hora el
domingo de mañana antes de la gran misa...Recé, mi viejo,
como jamás había rezado, pude rezar por mis enemigos...Mi
niño se salvó, encomendé a los tres a Notre Dame, yo no puedo
ocuparme de todo...Mis pequeños no están bautizados. Que la
Santa Virgen se ocupe de ellos».
De ahí en más su fe está asegurada. Lo proclama en El Dinero (1913):
«Nosotros no creemos ni una palabra de lo que nos enseñan
nuestros maestros laicos... no solamente no creemos, estamos
íntegramente nutridos de lo que hay en el catecismo. Creemos
firmemente en el catecismo y se ha convertido en nuestra
carne.
Y en la Oración de Residencia en Notre Dame declara, renegando de su
pasado, de casi todo: "No tenemos otros altares que los vuestros".
En Chartres ante
"La flecha irreprochable y que no puede fallar",
volvió a encontrar la esperanza y confirmó definitivamente su fe.
CATOLICO SIN LOS SACRAMENTOS
«Si Dios te llama, escribió Péguy en la Continuación del misterio de la
caridad de Juana de Arco (publicado en 1926), si Dios se ha fijado en tí...
jamás volverás a hallar reposo»
Péguy no halló reposo en la fe. La preocupación persiste, pero Juana lo
guía. Como ella, él no quiere conocer sólo el credo y el catecismo de su
infancia. No pretende ser un Padre de la Iglesia: «ya es suficiente con ser
un hijo», dice. Y agrega:
«Nada es más simple que la palabra de Dios.
Nos dice sólo cosas comunes.
Muy comunes.
La Encarnación, la salvación, la Redención, la palabra de Dios.
Tres o cuatro misterios.
La oración, los siete sacramentos.»
Pero Péguy no estaba casado religiosamente, su esposa y sus hijos no
estaban bautizados y él mismo no se acercaba a los sacramentos y no
asistía a misa. «Voy a la Iglesia, pero no podría asistir a misa, al santo
sacrificio de la misa, creo que me sentiría mal.». Sus amigos insistieron:
Maritain, Psichari, P. Baillet, Péguy no cede: «Rezo sin cesar, y a pesar de
ello soy terriblemente infeliz.» ¿Cómo explicar esta posición paradojal? Su
esposa se negaba a ser bautizada y rechazaba seguir a Péguy en su
evolución religiosa, pero, Péguy no quiere salvarse sólo: «debemos
salvarnos juntos, dice Hauviette en el Misterio de la Caridad, debemos
llegar juntos a la casa del Buen Dios. Debemos presentarnos juntos. No
debemos llegar a encontrar al Buen Dios los unos sin los otros. Deberemos
volver todos juntos a la casa de nuestro padre.
Es pues la situación matrimonial de Péguy la que le impide acercarse
lícitamente a los sacramentos. Su esposa rechaza el bautismo y el
casamiento religioso. Ella aceptará el bautismo un año después de la
muerte de su marido. A pesar de todo Péguy sostiene su fidelidad:
«Convénzanse pues de una vez por todas que no corro ningún peligro en lo
que respecta a la fe. En el fondo sólo corro el peligro de ser temporalmente
infeliz.»
Pero, privado de sacramentos, Péguy se refugia en la oración. Por las
calles de París, recita Ave Marías y en las plataformas de los ómnibus,
rompe repentinamente en llanto:
«Y al fondo (de la flota de los Pater), veo la segunda flota. Es una flota
innumerable, ya que es la flota de las velas blancas, la innumerable flota de
los Ave Marías... Y todos esos Ave Marías, y todas esas oraciones de la
Virgen y el noble Salve Regina son blancas carabelas humildemente
acostadas bajo sus velas al ras del agua.»
Utiliza, en el sentido más elevado, su sufrimiento:
«Hay un tesoro de los sufrimientos, un tesoro eterno de los sufrimientos, la
pasión de Jesús lo colma eternamente. La pasión de Jesús lo colma de una
sola vez, lo colma completamente, lo colma infinitamente, lo colma para la
eternidad, he aquí lo que no entendieron los doctores de la tierra.»
Y le parece bien, en efecto, que a pesar de esta ausencia de vida
sacramental, Dios lo haya colmado con sus gracias: « soy un pecador,
escribe a Lotte, pero un pecador que tiene tesoros de gracia y un ángel de
la guardia sorprendente... ¡Ah! los moralistas, los protestantes, los
jansenistas... no entienden nada.» Y además «nadie imagina lo que Sainte
Geneviève, Saint Aignan, Saint Louis, Juana de Arco hacen por mí y lo que
logran.»
Sólo una vez escuchó misa, fue el 15 de Agosto de 1914, apenas tres
semanas antes de su muerte, en una Iglesia del frente de batalla.
¿Comulgó? No se sabe. ¿Quién se atreverá a juzgarlo? El cardenal
Verdier, en el prefacio de un compendio de sus pensamientos,
escribía: «Leyendo a Péguy se tiene la firme esperanza de que Dios dió
satisfacción a esta alma»
FRENTE A DIOS
De 1910 a 1914, la obra de Péguy es considerable, «la más considerable,
escribe Lotte, que haya producido el catolicismo desde el siglo XIV.»
Había publicado en 1910 Victor-Marie, Conde Hugo, en 1911, Un Nuevo
Teólogo y El Portal del Misterio de la Segunda Virtud, en 1912, El Misterio
de los Santos Inocentes y Tapisserie de Sainte-Geneviève y de Juana de
Arco en 1913. El Dinero, El Dinero Continuación, Tapisserie de NotreDame, Eva.
En Tapisserie de Notre-Dame, terminaba así Presentación de la Beauce
en Notre-Dame de Chartres:
«No pedimos otra cosa, refugio del pecador,
que el último lugar en vuestro purgatorio,
para llorar largamente nuestra trágica historia,
y contemplar de lejos vuestro joven esplendor.»
Y en Clio, que debía publicarse después de su muerte, habla de «lo más
grande que hay en este mundo... es ser cortado en la flor, perecer
inacabado, morir joven en un combate militar. El destino de Aquiles» La
hora había llegado, su anhelo se iba a cumplir.
El 31 de Julio de 1914 Albert Rivaud encuentra a Péguy frente a
los Cuadernos con uniforme de teniente de infantería: Tenía, escribe a
René Johannet, un sable de caballería que me mostró orgulloso, estaba en
un estado de exaltación y fiebre extraordinario. Seguro de que los alemanes
serían vencidos y que Francia sería regenerada, que todo saldría bien.
Subíamos la calle marcando el paso.
Al separarse de su mujer le dice: «Si no vuelvo le ruego que vaya cada año
en peregrinación a Chartres.» Recorre París para despedirse de todos sus
amigos, vuelve a ver el comercio de la calle de la Sorbona y, «alineadas a
lo largo de las paredes, como columnas de compañías, las quince series de
sus Cuadernos que aún no habían conocido la victoria», declara a un
amigo: «lo esencial para mí es partir con el corazón puro», y se separa de
su amiga, Mme. Favre, con estas palabras:«Gran amiga, parto como
soldado de la República, para el desarme general, hacia la última de las
guerras». No sonriamos, éramos muchos los que en ese momento
estábamos convencidos de ello...
Llegan algunas cartas suyas:
«Vivimos una especie de gran paz». «Vivo en ese encantamiento de haber
dejado París con las manos puras. Veinte años de espuma y mamarracho
fueron lavados instantaneamente.»
En este hombre tan lleno de contradicciones, (aparentes, las más de las
veces, por otra parte), aparece el verdadero Péguy, el más verdadero, el
que siempre fue: el soldado. «Salud admirable, proclama, en la vida al aire
libre, volví a sentir mis piernas de los veinte años.» Al fin va a poder
caminar con sus propios pies, como sobre la planicie de Saclay, a la que
conducía a sus amigos recitándoles versos. Y de hecho se camina mucho.
A pesar de sus 40 años Péguy está siempre a la cabeza y da el
ejemplo: Péguy combatiente, escribe Johannet, no menos admirable que
Péguy pensador y escritor.
Durante el descanso, impulsa a sus hombres: «¡A la carga, bayoneta
calada!». Pero baten en retirada, los soldados están descorazonados,
exhaustos: «¡Adelante la 19ª, de pie! grita Péguy – Ya no existe la 19ª,
responde un chico de Belleville – ¡Ah! ¿Eso crees? replica Péguy. Mira,
mientras yo esté aquí, existirá, la 19ª. ¡ Adelante mis amigos!»
El 4 de setiembre, Péguy llega con su compañía a Montmélian, cerca de
Saint-Witz. Allí hay una vieja capilla, con una vieja estatua de la Virgen.
Péguy y sus soldados depositaron flores al pie de la estatua. Péguy le ha
rogado largamente. Allí llega al día siguiente la orden de Joffre de pasar
a la ofensiva. Y entonces todo cambia. No hay más rezagados. Sólo hay un
ejército que combatirá y que sabe lo que está en juego en esa batalla.
Marchan en dirección de Meaux. En Nantouillet, el Sargento Victor
Boudon ve «a Péguy sentado sobre una piedra al rayo del sol, blanco del
polvo del camino, inundado de transpiración, con la barba crecida y los ojos
vivaces detrás de sus anteojos sin patillas, (que) relee con lágrimas de
alegría una carta de los suyos recibida el día anterior».
La 19ª se despliega en dirección de Villeroy. A las cuatro y media se
desencadena el ataque. Se dispara a los alemanes a quinietos metros.
Estos se baten en retirada. Con los prismáticos en la mano Péguy los ve
huir. Algunos oficiales caen alrededor suyo. Le gritan ¡Tírese al piso!.
Siempre de pie Péguy aúlla sus órdenes.
En ese momento cae, herido en el medio de la frente, sin gritar. Era la
víspera de la Batalla del Marne. «¡Suicidio!» Iba a exclamar más tarde el
Padre Sorel. ¡En absoluto! Sacrificio consentido, sin duda, muerte de
caballero sin reproche, muerto de pie como se supo morir durante siglos,
muerte que Péguy había deseado y merecido, muerte que en definitiva
había cantado en las estrofas inmortales de Eva, cuarto Cuaderno de la
décimo quinta serie:
«¡Felices los que han muerto en las grandes batallas,
Acostados sobre el piso frente a Dios.
Felices los que han muerto en el último sitial,
En el despliegue de los grandes funerales!»
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