¿QUE ES EL POSTMODERNISMO

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¿QUE
ES
EL POSTMODERNISMO?
Marco Antonio de la Rosa Ruiz Esparza, mg.
Primero veremos el concepto de “Modernidad”.
Dejando de lado algunos datos esporádicos que se remontan hasta la Edad Media, el
término va adoptando sucesivamente la acepción de “renovación”, “norma de cambio”,
“actividad vanguardista” –J.J. Rousseau (1712-1778)-. En el ámbito artístico-literario,
Ch. Baudelaire (1821-1867) asignará a “moderno” el sentido de efímero, pasajero,
transitorio y mundano, sometido a la prueba de la moda y contrapuesto a lo eterno. K.
Marx (1818-1867) amplía el campo de aplicaciones y con ello también el horizonte de
significación; así, en un primer estadio de su análisis crítico que incide ante todo sobre
el ámbito socioeconómico, lo “moderno” equivale a una categoría más bien negativa que
viene a identificarse con la abstracción y dualismo que alienan al hombre y de cuya
superación depende la realización del hombre; posteriormente, al hacer extensivo su
análisis al ámbito político y tocado él mismo por la visión optimista de la época ante el
progreso, atribuye a la modernidad una noción más positiva: la transición de una
sociedad menos desarrollada a otra más desarrollada en la que se hacen presentes los
nuevos elementos progresivos –si bien, el progreso no ha de entenderse aquí
necesariamente en su vertiente moral de mejoramiento, sino en el sentido histórico de
incremento y acumulación, con el que se da paso a la liberación del hombre en el nuevo
tipo de sociedad (socialista) que surge-“ (Rubio M., El contexto de la Modernidad y de la
Postmodernidad. En: Vidal M., Conceptos fundamentales de ética teológica. Trotta.
Madrid 1992, págs. 111-112).
Resumiendo en un cuadro:
Condicionamiento dialéctico de las funciones epistemológicas de la razón
Tesis (Fase afirmativa)
MODERNIDAD:
Apego y exaltación de la razón; optimismo racionalista,
fe en la razón; tiempo de teorías y sistemas;
Antítesis (fase negativa)
POST-MODERNIDAD:
(como “negación” de la modernidad)
crisis y acabamiento –muerte- de la razón;
1
pesimismo, desconfianza en la razón;
tiempo de praxis y escepticismo;
Síntesis (fase negativa/positiva)
POSTMODERNIDAD:
(como “superación” de la modernidad)
superación
–en
la
discontinuidad-
de
las
contradicciones de la modernidad;
nuevo conocer (nuevos paradigmas):
+ distinción entre uso-abuso de la razón;
+ incorporación de la experiencia y el sentimiento;
tiempo de sin-razones e irracionalidad;
transformación (como hipótesis o como posibilidad
real) (Rubio M., op. cit., pág. 137).
I.
¿QUE ES LA POSTMODERNIDAD?
+ Explicación del “post”: no se trata de una mera sucesión, sino de un “ajuste de
cuentas” con el proyecto emancipador de la Modernidad.
+ La Postmodernidad, más que un sistema racional es una sensibilidad.
+ Sus teóricos vienen del Sur: Lyotard, Baudrillard, Vattimo, Lipovetzky...
Rasgos de la Postmodernidad
1) El desencanto de la razón
+ La razón se ha convertido en “razón instrumental”, tecnoburocrática:
tecnifica las conciencias y deshumaniza la sociedad.
+
La razón ha dejado de ser transparente. Ya no puede ser totalizante,
fundamentadora, omnicomprensiva.
+
Seamos consecuentes: renunciemos a los saberes y respuestas últimas.
Quedémonos con un pensamiento débil.
2) El entierro de las utopías
2
+ Constatación de que el soñado “campo total” es imposible.
+ ¡Muera Prometeo! ¡Viva Diónisos!
+
Desenmarascamiento de las “divinas palabras”: Progreso, Justicia,
Igualdad, Fraternidad... El “proyecto emancipador” de la Modernidad es pura
retórica.
+
Hay que ser incrédulo ante los “metarrelatos” (cosmovisiones globales
portadoras de sentido).
+ Sólo existen relatos, pequeños y fragmentarios.
3) Crítica del cristianismo como “metarrelato”
+ Hay que ser consecuentes con el grito de Nietzche, “!Dios ha muerto!”:
hay que borrar su sombra.
+ La “sombra de Dios” son esas palabras tan mayúsculas y tan absolutas
como “Libertad”, “Hombre”, “Justicia”, “Igualdad”...
+ La ”muerte de Dios” significa, simplemente, que nos hemos quedado sin
valores últimos, absolutos.
+ Esto es un “nihilismo positivo”: abre al hombre la posibilidad de ir dando
valor, creativamente, a las cosas.
+ Además, el cristianismo se presenta como un “metarrelato” (un proyecto
que pretende dar un sentido único y totalizante a la vida). Tiene, pues,
funciones manipuladoras y totalitarias.
4.- El fin de la Historia
+ Vivimos en un tiempo sin horizonte histórico, sin orientación ni visión de
la totalidad.
+ Esto se debe a que los “mass-media” nos saturan de información, sin
permitir a la noticia durar ni al destinatario reflexionar sobre ella.
+ Con este continuo presentismo de los acontecimientos que nos ofrecen
los “mass-media”, hemos perdido el marco de referencia de la Historia.
+ Vivimos en la inmediatez, en el presente. Nos movemos en un espacio
sin horizonte.
+ No hay una Historia conjunta que se dirija a una meta.
3
5.
Esteticismo presentista y micropolítica
+ No hay que escapar del presente, sino disfrutarlo: “carpe diem”.
+ Frente a la “razón instrumental”, que se acerca a la vida buscando lo que
sirve para otra cosa, hay que tener el “pensamiento de la intuición”, es decir,
disfrutar los momentos de la vida por sí mismos.
+ Hay que abrirse, a cada momento, a la “inagotable riqueza de la vida” y
aceptar la discontinuidad, el disenso, la heterogenedidad, la diferencia... que la
vida nos ofrece.
+ Así podremos arribar a una sociedad en la que el ideal no sería ya la
eficacia y el rendimiento, sino la capacidad de vivir lo bello.
+ Sólo mediante esta “estetización general” de la vida podremos ofrecer
resistencia a esta sociedad y a esta cultura tecnocráticas.
+
También podremos resistir a nuestras sociedades desarrollistas,
dominadas por la “razón instrumental”, practicando la “micropolítica”, es decir,
por la vía de las acciones no integrables en el sistema y en estrecha conexión con
los nuevos movimientos sociales.
6. “Politeísmo” de valores y consensos “blandos”
+ No hay valores absolutos.
+ Vivamos “bajo el signo de Diónisos”: exaltación de la vida en su finitud,
de los valores múltiples, menguados y parciales, de las realizaciones nunca
plenas.
+ Al reconocimiento de estos valores y criterios de validez sólo se puede
llegar mediante acuerdos o consensos.
+
Pero los consensos han de ser “blandos”: ni fuertes ni definitivos ni
universales.
+ Sólo caben consensos temporales, locales y, por tanto, rescindibles.
+ Esta “ética débil y provisional” es la única que respeta al hombre en lo
que tiene de particular, de imprevisible y, en el fondo, de infinito.
+ Vivimos en una sociedad bajo el “síndrome del billete de vuelta”.
4
7.
Hiperindividualismo hedonista
+ La Postmodernidad significa la “segunda revolución del individualismo”
(Lipovetzky).
+ La sociedad consumista e informatizada posibilita el “vivir a la carta”.
+ El lema de este individualismo es: “el mínimo de coacciones y el máximo
de elecciones privadas posibles; el mínimo de austeridad y el máximo de
deseo”.
+
Sus valores son: hedonismo, respeto por las diferencias, culto a la
liberación personal, psicologismo, culto a lo natural, sentido del humor.
+ Es una cultura narcisista y “psi”: el individuo está centrado en la propia
realización emocional, da prioridad a la esfera privada y reduce la inversión
de carga emocional en el espacio público (abandono de lo político e
ideológico).
+
La sociedad postmoderna no tiene ni ídolos ni tabúes; ni imagen
gloriosas de sí misma ni proyecto movilizador alguno. Esta regida por el
vacío; un vacío que no comporta ni tragedia ni apocalipsis. (El encanto de
estar desencantados).
+
Genera un “narcicismo colectivo”: la solidaridad del “microgrupo de
idénticos”.
+
Valora lo comunicativo por encima de lo productivo; pero busca una
comunicación narcicista: oírse uno a sí mismo.
Código básico para “circular” por la postmodernidad
1.
Frente a la razón totalizante, el pensamiento débil.
2.
Frente a los “metarrelatos”, los relatos.
3.
Frente a los compromisos definitivos, los “consensos blandos”.
4.
Frente a los valores absolutos, el “politeísmo” de valores.
5.
Frente a la Historia unitaria, las historias parciales.
6.
Frente a un mejor Futuro colectivo, el esteticismo presentista.
7.
Frente a la Universalidad, el fragmento.
8.
Frente a Prometeo, Diónisos y Narciso.
9.
Frente a la militancia, el microgrupo.
5
10. Frente a lo productivo, lo comunicativo.
11. Frente a la uniformidad, la diferencia.
II.
REPERCUSIÓN EN LA VIDA RELIGIOSA
+ Desconcierto ante el diálogo con una “cultura del fragmento”.
+ Necesidad de entender (“intus-legere”) la matriz sociocultural en que
vivimos (”formación permanente”).
+ Discernimiento: “es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los
signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio” (Gaudium et Spes, n. 4).
+ Hemos de ser “contemporáneos críticos”.
¿Cómo está influyendo en nosotros?
1. Dimensión de la Fe
La matriz sociocultural genera indiferencia religiosa o increencia ambiental y
proclama el entierro de las utopías.
Nos afecta en nuestra “espiritualidad de ida y vuelta”:
+ En la “ida”: debilita el sentido de trascendencia; dificulta la experiencia
profunda del Dios vivo.
+
En
la
“vuelta”:
espiritualismo
desencarnado
(“comunidades
emocionales”).
2. Dimensión de la Misión
La matriz socio-cultural genera el “politeísmo de valores”, la vivencia del “ahora”,
el presentismo inmediatista, los “consensos blandos”, el hedonismo narcicista.
Nos afecta en la búsqueda de un apostolado autogratificante o de gratificación
inmediata que rehuye el “ad extra” y la cruz.
3. Dimensión de la Afectividad-sexualidad
6
La matriz socio-cultural proclama la revolución sexual, la desmoralización del
sexo, el “vivir a la carta” a través de proceos de “seducción/sex-ducción”.
Nos afecta haciendo difícil la autotrascendencia; favoreciendo el narcisismo
inmaduro; obstaculizando la abnegación; haciéndonos más vulnerables.
4. Dimensión de la “Pertenencia”
La matriz socio-cultural es profundamente individualista y tiende a subrayar
fuertemente la diferencia y la disidencia. A lo más que induce es a identificaciones
grupales, no a grandes pertenencias.
Nos afecta en nuestra “inserción fuerte y creativa” en la Iglesia, en la pérdida del
sentido del cuerpo, en el escepticismo ante los proyectos apostólicos coordinadores.
Posibilidades y exigencias
La postmodernidad nos posibilita y nos exige:
1. Una fe experiencial y “narrativa”
+ La Postmodernidad concede primacía a la experiencia y valora, frente al
“metarrelato” (concepciones globales, abstractas y globalizantes), el relato (una
narración que transmite experiencias).
+ Para la sociedad postmoderna, la “ortopraxis” es más importante que la
“ortodoxia”.
+ La fe ha de brotar hoy de una experiencia profunda del Dios vivo, y sólo
podremos contagiarla, no a base de argumentos, sino “narrándola como experiencia
propia”.
2. Una fe inculturada
+ La Postmodernidad subraya el pluralismo cultural, la fragmentariedad en
que nos encontramos. También acentúa el derecho a la diferencia y exige el
reconocimiento del otro ensu ser otro.
+ Vivimos en un policentrismo cultural. Esto plantea a la Iglesia una tarea
ineludible: la inculturación de la fe.
+ En la vida diaria, nos exige “bajar al fragmento”, “pegarnos a lo concreto”,
7
“amar los realtos individuales”.
3. Una fe dialogante y modesta
+
Ante el pluralismo cultural en que vivimos, no podemos presentar el
cristianismo como una receta barata para solucionar todos los problemas.
+ La modestia habrá de basarse en una “pacífica pasión por la verdad”, lo
cual no significa la actitud fanática de quien se cree “poseedor de la verdad”.
+ Se trata de reconocer que la riqueza insondable de la Verdad permite otros
acercamientos sin fin; de estar serenamente convencidos de que –incluso a través de
conflictos- toda verdad parcial será finalmente armonizable.
4. Una fe “fruitiva”
+ Nuestra fe deberá abrirse hoy, fruitiva y gozosamente, a las “inagotables
riquezas de la vida”.
+ Deberemos mosgtrar, en la praxis, que nuestro monoteísmo (creemos en un
solo Dios que es amor) es compatible con la aceptación de todo lo bueno y bello de
la vida.
+ Esto nos conduce a un “humanismo de talante ecuménico”: a gozarnos, sin
celos ni recelos, en todo valor humano, venga de donde venga.
Lo irrenunciable
+ “La vida religiosa es una forma institucionlizada de recuerdos peligrosos
para el mundo“ (J.-B. Metz).
+
¿Qué recuerdos son esos que, en esta época postmoderna, debemos
recordar peligrosamente con nuestros votos vividos auténticamente y con “nuestro modo
de proceder”?
1. “Memoria Passionis” (función profética)
+ Ante la tendencia postmoderna al individualismo insolidario y hedonista, y
frente a su tenue “micropolítica” de resistencia a los sistemas deshumanizadores,
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debemos ser “el recuerdo de los sufrimientos de Jesús en los sufrimientos de los
hombres”.
+ Y proclamar que no hay otro más “otro”, más diferente y más desigual que
el pobre, el desamparado, el marginado...
+
El reconocimiento del otro sólo es posible mediante el amor gratuito y
solidario.
2. “Memoria Resurrectionis” (función escatológica)
+ Ante la Postmodernidad, instalada en la finitud y en lo privado, que ha
sustituido el mito del futuro por el mito del presente y ha taponado y roto el
sentido de la Historia, hemos de recordar que caminanos hacia el cielo nuevo y una
tierra nueva, garantizados en la Resurrección de Jesús.
+ Y proclamar con nuestra vida que esa “ciudad celeste”, en la que Dios será
todo en todos, es al mismo tiempo don de Dios y tarea humana solidaria.
+ Es posible, ya en la tierra, sembrar Resurrección.
Com-padecimiento
(“Memoria
Passionis”)
y
Esperanza
(“Memoria
Resurrectionis”): éstos deberían ser, en el hoy postmoderno, nuestros “recuerdos
peligrosos”.
(Tomado de Colomer J., S.J., Postmodernidad, fe cristiana y vida religiosa. En: Sal
Terrae, Tomo 79, Mayo 1991/5, págs. 413-420, Santander.)
III.
ESPIRITUALIDAD
ZEN
PARA
UNA
SOCIEDAD
POSTMODERNA
Quienes vivimos en sociedades influidas por la cultura europea occidental
(independientemente del hemisferio en que se encuentren) hemos venido albergando
desde hace tiempo la idea de que con la “modernización” hemos alcanzado la cima de
nuestro desarrollo histórico. La sociedad occidental moderna ha sido considerada la
norma a seguir y a alcanzar por todas las demás.
Sin embargo, una mirada más extensa a la historia de la tierra y a la historia humana
nos ofrece ahora una mejor perspectiva para ver que, de hecho, la así llamada sociedad
moderna, con las actitudes y estructuras que ha traído consigo, ha introducido muchos
de los factores que están detrás de nuestra crisis actual como comunidad de la tierra.
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Son muchos los que han señalado en la sociedad moderna, entre otros, los siguientes
rasgos característicos: 1) individualismo, 2) una visión dualista de la realidad basada en
las dicotomías de sujeto-objeto y cuerpo-mente, 3) una visión mecanicista de la
naturaleza que percibe a esta como un objeto susceptible de dominio y control humanos,
4) una visión idealizada de la historia basada en el mito del progreso, y 5) una
estructura de relaciones interhumanas y entre los seres humanos y la naturaleza de
tipo patriarcal, con un sesgo predominantemente masculino.
Al examinar esas características de la modernidad con más detenimiento, podemos
verificar que todas ellas son manifestaciones concretas que tienen por origen un modo
de conciencia que opera por igual en los niveles individual y corporativo de nuestro ser.
Por decirlo de otra manera, “la sociedad moderna” es la manifestación histórica y
colectiva de nuestra conciencia egocéntrica.
Hemos llegado a un punto de nuestra historia en el que podemos desentrañar la
naturaleza aberrante de la sociedad moderna, con sus mitos y las actitudes hacia la
realidad que subyacen a estos. Estamos, por tanto, en condiciones de apreciar la
necesidad de forjar direcciones alternativas hacia nuestro futuro común, hacia una
sociedad postmoderna, como prerrequisito para nuestra supervivencia como comunidad
de la tierrra.
Así pues, ¿cómo concebiremos un futuro común que sea viable, una sociedad
postmoderna que nos movilice para curar la tierra herida y llevar una existencia común
que nos permita celebrar la vida juntos en lugar de destruirnos unos a otros y cada cual
a sí mismo?
Quienes han abordado los problemas que plantea la modernidad han presentado
diferentes escenarios desde las perspectivas literaria, filosófica, sociológica y otras. Sin
entrar en excesivos detalles de los argumentos procedentes de diferentes grupos y
disciplinas que han contribuido al debate de la modernidad, mantenemos que la
sociedad postmoderna, lejos de ser un hecho establecido, continúa siendo un mero ideal
en la mente de muchos individuos y que necesitamos tomar decisiones y dar pasos
concretos para convertirla en una realidad viable. Tomemos las características de la
modernidad arriba señaladas como un punto de partida para examinar las
características de una sociedad postmoderna, y así trazar un mapa con trayectorias
alternativas para configurar nuestro futuro.
+
En primer lugar, una sociedad postmoderna habrá de ir más alla del
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individualismo. Podremos apreciar, entonces, el hecho de que no somos entidades
aisladas sino que cada uno de nosotros tiene su existencia en el contexto de una red de
interrelaciones con todos cuantos comparten esta vida con nosotros. El reconocimiento
de que son nuestras interrelaciones las que nos hacen ser lo que somos nos permitirá
superar las tendencias separatistas y divisorias que ha traído consigo el individualismo
moderno. No será necesario, sin embargo, negar o renunciar a los avances modernos de
nuestra conciencia humana en torno al respeto a los derechos humanos, la dignidad
personal y otras nociones afines, sino que éstas se situarán en el contexto de nuestra
interconexión e interdependencia como comunidad de la tierra.
+ En segundo lugar, la postmodernidad avanzará hasta la superación del dualismo
que caracteriza nuestra comprensión de nosotros mismos y del mundo, y que influye en
el modo de vivir nuestra corporeidad. Ello implica caminar hacia un sentido renovado de
conexión con el mundo, entendiendo la polaridad sujeto-objeto implícita en nuestro
pensamiento y actividad no como una forma de ser dicotómica, sino como una condición
relacional interactiva y mutuamente participativa. Ésta se traducirá en una forma de
conciencia que supere la dicotomía cuerpo-mente, permitiendo una reapropiación de
nuestro modo corporal de estar-en-en-mundo en las diversas dimensiones que eso
entraña. (Véase Cap. 6 “Este es mi cuerpo”, del Habito R., El aliento curativo.
–Espiritualidad Zen para una tierra herida-. San Pablo. Madrid 1994, 151-176, para
una descripción de los elementos que comprende esta forma de conciencia).
+
En tercer lugar, la sociedad postmoderna podrá superar una concepción
mecanicista de la naturaleza. Verá una relación orgánica entre todos los elementos que
comprende la naturaleza, a la par que admitirá que nosotros somos una parte íntima de
la propia naturaleza. Este modo de ver nos liberará del deseo de dominar o controlar la
naturaleza, capacitándonos para participar en el proceso de su continua creatividad, con
los dones de racionalidad y previsión propios de los seres humanos. Al contemplar la
naturaleza como un organismo vivo, aprenderemos a reconocer los aspectos
impredecibles, misteriosos, la cara caótica de la naturaleza en definitiva, sin sentirnos
por ello amenazados, sino aceptándola y abrazándola como parte del funcionamiento de
las cosas.
+ En cuarto lugar, una sociedad postmoderna ya no será presa de mito del progreso.
En contraste con una sociedad moderna, que se considera a sí misma la vanguardia de
la historia avanzando hacia grados cada vez mayores de progreso gracias a las destrezas
11
tecnológicas, la sociedad postmoderna estará mejor equipada para apreciar y apropiarse
de los tesoros de la antigüedad, aprendiendo de las sociedades que antaño fueron
denominadas primitivas, pero que realmente presentan estilos de vida llenos de
sabiduría y sensibilidad hacia nuestra interconexión con la tierra. Ya no estará tentada
de rendir culto al ídolo del progreso por sí mismo, siempre a la búsqueda de un futuro
mejor, sino que podrá celebrar la vida en su presente “novedad”, esto es, en su “no-edad”.
+ Finalmente, la postmodernidad será una sociedad postpatriarcal que pondrá el
acento sobre la dimensión femenina de nuestro ser para equilibrar los efectos
indeseables del carácter predominantemente masculino de nuestras vidas e
instituciones. Esa recuperación nos permitirá avanzar hacia estructuras renovadas de
relaciones y modos de comportamiento caracterizados por la cooperación, el cuidado y el
apoyo mutuos, en lugar de la competencia, la explotación y la destrucción.
Sin embargo, como antes se indicaba, esta era postmoderna no irrumpirá de una
forma determinista, es decir, como un movimiento inevitable de la historia. Si ha de
venir, lo hará en la medida en que haya más personas que tomen conciencia de la
situación crítica de nuestra condición presente como comunidad de la tierra, y en tanto
estas sientan la necesidad de dar un paso más allá de la mentalidad y estructuras de la
modernidad en la sociedad que han dado pie a esa condición, y adopten decisiones
concretas al respecto.
Dicho de otro modo, se requiere por nuestra parte una participación intencional
para el alumbramiento de un mundo postmoderno. Ello exigirá una transformación de
nuestra conciencia, que consecuentemente dejará sentir sus efectos en nuestra propia
autocomprensión, en nuestras relaciones con los demás y en las estructuras de la
sociedad que son manifestaciones visibles de esas relaciones. Esa transformación
afectará por igual a las diversas formas de nuestra vida personal y comunitaria, a las
manifestaciones culturales, a las expresiones religiosas y a los ámbitos económico,
político, educativo, académico, etc.
Estamos llamados a jugar un papel en la construcción de una era postmoderna si
consentimos ser transformados en nuestra conciencia, aprendiendo a superar el hechizo
que la actitud moderna ejerce en nuestro interior. Se ha repetido a menudo que es
necesaria una nueva cosmología para reemplazar a la anterior, asociada con la
modernidad. Esa nueva cosmología irá de la mano, y será el cimiento, de una nueva
espiritualidad para un mundo postmoderno.
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La espiritualidad postmoderna no proporcionará una vía de escape del mundo real, a
partir de ese ideal de desapego malinterpretado que deposita las esperanzas en una
dimensión ultraterrena y se basa en una concepción dualista de la realidad. En lugar de
eso, será una espiritualidad que, a la vez que lleva al individuo a un desprendimiento
radical de la conciencia egocéntrica y de sus deseos ilusorios, le invita a un compromiso
total con sus tareas históricas, enraizadas en una visión de conexión con todos los seres
que sufren y de compasión por todos ellos. En otras palabras, será una espiritualidad de
compromiso que se pone al servicio de la curación de la comunidad de la tierra.
En un contexto cultural y religiosamente plural, lo que nos hará alcanzar una edad
postmoderna no es sino una espiritualidad global. Con esa expresión queremos dar a
entender una forma de vida en contacto con lo espiritual, esa energía dinámica y
creativa que reside en lo hondo de nuestro ser, dispuesta a recibir inspiración de
diferentes tradiciones religiosas sin perder por ello su raigambre en una u otra en
particular. Tras el uso del término global subyace la visión de la tierra como una
totalidad, de la misma forma en que los astronautas, desde el espacio, pudieron verla y
después mostrárnosla en esas sorprendentes fotografías: una visión sin marca alguna de
fronteras nacionales, políticas, religiosas, o cualesquiera otras. (Cf. E.H. Cousins, Global
Spirituality: Towards the Meeting of Mystical Paths, Radhakrishnan Institute For
Advanced Study in Philosophy, Madras 1985; R. Habito, Towards a Global Spirituality:
Buddhist and Christian Contributions, en Zen Buddhism Today: Annual Report of the
Kyoto Zen Symposium 8 (1990) 112-123. Cita de Habito R., El aliento, op.cit., 220).
Una espiritualidad global, por su propia definición, no será el monopolio de ningún
grupo o tradición religiosa particulares, sino el fruto de un proceso creativo mediante
encuentros y diálogos entre miembros de las distintas tradiciones. Se manifestará tanto
en un movimiento horizontal como vertical: el primero implica el enriquecimiento
mu-
tuo procedente del encuentro de las tradiciones religiosas del orbe planetario, tal como
se indicó; el segundo supone el movimiento descendente de la conciencia humana
excavando y descubriendo sus raíces en el corazón de la tierra.
Esa espiritualidad manifiesta una conciencia profunda de nuestra participación en
la red de vida entrelazada que llamamos tierra, y comparte por tanto características
básicas con lo que se ha dado en llamar una espiritualidad ecológica. Esta última es una
forma de vida que honra y reverencia a la tierra como hogar (del griego oikos, la raíz del
término ecología). Entre sus rasgos, concede un merecido reconocimiento y atiende
cuidadosamente al lugar en que esa vida se sutenta, es sensible y está dispuesta a
celebrar nuestra naturaleza corporal, y está impregnada de un sentido de misterio
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cósmico ante la interdependencia de todo cuanto existe. Manifiesta una sensibilidad y
una capacidad para escuchar los sonidos de la tierra, incluyendo todo el dolor que
proviene de una condición herida, y está dispuesta a responder de modo que conduzca a
su curación.
En breve, una espiritualidad comprometida, que es a su vez global y ecológica, habrá
de tomar forma a partir de una visión común de muchas de las personas que, quizá de
modos diferentes, compartimos el malestar de la tierra y sentimos la necesidad urgente
de forjar nuevos caminos en nuestra conciencia y estilos de vida. Las contribuciones a
esa visión común pueden proceder de quienes sean capaces de beber en las fuentes de
las ricas tradiciones espirituales que los predecesores de nuestra vida sobre la tierra nos
han dejado como herencia.
En el corazón del Zen se encuentra la experiencia del despertar a la realidad de
nuestra interconexión con todo el universo, una realidad accesible a nosotros cuando
escuchamos y nos rendimos a la fuerza del aliento. Este despertar tiene como fruto un
modo de vida que informa las dimensiones persona, social y ecológica de nuestro ser.
Cuando escucha al aliento, la persona despierta está en condiciones de abrir su ser y oír
los sonidos de una tierra herida en sus manifestaciones tangibles. Al hacerlo así, toma
su fuerza del mismo aliento curativo para transformarse en agente de sanación de esas
heridas, de la forma particular en que esté llamada a responder y llevar a cabo tareas
concretas, según sus propios dones, talentos y circunstancias vitales.
En otras palabras, la espiritualidad vivida es la base para la transformación de las
actitudes e instituciones que configuran nuestra manera de estar en el mundo.
Esto introduce a la estructura básica de la espiritualidad Zen, que, si bien procede de
la tradición budista, muestra resonancias profundas con una vida iluminada por el
mensaje cristiano. Se trata de una espiritualidad que puede aportarnos luz y fuerza
para poner los cimientos de una sociedad postmoderna viable y verdadera, si nos
entregamos a ese empeño y asumimos las enormes tareas de curación personal y global
que nos aguardan. (R. Habito, El aliento, op.cit, pág. 223, nota 10, nos dice: “Aquí
quisiera agradecer la sugerencia para mis exploraciones en torno a una espiritualidad
global comprometida al doctor Chandra Muzaffar, un destacado intelectual y crítico
social musulmán de Malasia. En 1987 fuimos invitados a un encuentro interreligioso de
activistas sociales en Bangkok, Tailandia, auspiciado por el Foro Cultural Asiático para
el Desarrollo, por entonces bajo la dirección de Sulak Sivaraksa. Entre los participantes
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se contaba con miembros de las tradiciones budistas, hindú, musulmana, cristiana, y
también maorí (indígenas de Nueva Zelanda). En nuestras conversaciones, el Dr.
Muzaffar señaló cómo todos estamos unidos en un lazo de espiritualidad común,
caracterizada por una postura de solidaridad con los seres de nuestras sociedades que
sufren y están oprimidos, y por un compromiso en las múltiples tareas de liberación en
nuestros contextos respectivos. Esa postura, compartida por los participantes,
trasciende nuestras diferentes tradiciones religiosas, pero encuentra su sostén y
expresión en cada una de ellas.)
(Tomado de: Habito R., El aliento curativo. –Espiritualidad Zen para una tierra
herida-. Col. Nuevos Fermentos 16. San Pablo. Madrid 1994, págs. 215-223).
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