UNIVERSIDAD LATINA, S.C. DERECHO PROCESAL PENAL FELIX ARAIZA BORBOA 14-12-02

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UNIVERSIDAD LATINA, S.C.
DERECHO PROCESAL PENAL
FELIX ARAIZA BORBOA
14-12-02
UNIDAD 1. PROCESO
1.1. CONCEPTO DE DERECHO PROCESAL PENAL:
Para Manzini, el Derecho Procesal Penal, es el conjunto de normas, directa e
indirectamente sancionadas, en que se funda la institución del órgano
jurisdiccional y que regula la actividad dirigida a la determinación de las
condiciones que hacen aplicable en concreto el Derecho Penal Sustantivo.
Colín Sánchez considera que el Derecho de Procedimientos Penales es el
conjunto de normas que regulan y determinan los actos, las formas y
formalidades que deben observarse durante el procedimiento para hacer
factible la aplicación del Derecho Penal Sustantivo.
Para el autor Manuel Rivera Silva, es el conjunto de actividades
reglamentadas por preceptos previamente establecidos que tiene por objeto
determinar qué hechos pueden ser calificados como delitos, para en su caso
aplicar la sanción correspondiente.
Las definiciones anteriores, se encuentran visibles en la página 25 del libro
Manual de Derecho Procesal Penal, de Oronoz.
El autor JULIO A. HERNÁNDEZ PLIEGO, define al Derecho Procesal Penal,
como el conjunto de normas jurídicas, correspondientes al Derecho Público
Interno, en tanto regulan relaciones entre el Estado y los particulares,
destinatarios de ellas (aunque no en exclusiva) que hacen posible la
aplicación del Derecho Penal sustantivo, a los casos concretos, con el
propósito de preservar el orden social.
1.2
LUGAR QUE OCUPA EL DERECHO PROCESAL PENAL DENTRO DEL
UNIVERSO DE LA CIENCIA DEL DERECHO EN GENERAL.
Es importante conocer el sitio que ocupa nuestra asignatura, dentro del
universo de la ciencia del derecho en general, al iniciar su estudio.
Algunas disciplinas examinan al delito con el método de las ciencias naturales,
otras con el de las sociales y el Derecho Procesal Penal, lo hace con el de las
ciencias normativas.
Desde el ángulo causal explicativo, la Criminología estudia al delincuente, las
causas que propician el delito y sus medios de represión y prevención; la
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Política Criminal se propone su prevención (del delito), a través de la
promoción del mejoramiento de las condiciones de vida de la colectividad; la
Criminalística o Policía Científica, por su lado propende a la administración de
la justicia punitiva, que comprende a la administración de la justicia punitiva,
que comprende la pesquisa en relación al delito y delincuente y la formación
técnica de policías, investigadores, jueces, abogados y funcionarios de
prisiones. La ejecución de las penas y medidas de seguridad, en tanto
herramientas de resocialización o reeducación, o sólo como medios de
intimidación o castigo del delincuente, constituyen el objeto de estudio de la
Penología; el Derecho de ejecución de sanciones, definido por Cuello Calón,
como el que contiene las normas jurídicas que reglamentan la ejecución de
las penas y medidas de seguridad, con un predominante sentido de garantía
de los derechos del penado, comprende el Derecho penitenciario que ,
modernamente, reivindica su autonomía frente a aquel, y se muestra como el
conjunto de normas jurídicas encargadas de regular la ejecución de las penas
privativas de libertad.
No esta por demás subrayar, que la ejecución de la sentencia, es actividad
jurisdiccional, la de la pena o su cumplimiento, en cambio, corresponde a la
moderna disciplina, denominada derecho ejecutivo. Efectivamente, en
ejecución de sentencia, el juez puede actuar resolviendo incidentes de
ejecución, declarando las modificaciones o extinciones que sobrevengan a las
penas, etc.
El delito también es objeto de estudio tanto del Derecho Penal sustantivo,
como del adjetivo, el primero, lo analiza como un ente abstracto, a través de la
sistemática jurídica, en tanto que el otro, y aquí encontramos la ubicación del
Derecho Procesal Penal, lo analiza en su aplicación al caso concreto.
Debe tenerse presente que se halla indisolublemente vinculado a la Teoría
general del proceso, que generalmente es una disciplina joven, nacida a
mediados del siglo pasado, con los estudios de Oscar Bülow en su Obra “La
teoría de las excepciones dilatorias y los presupuestos procesales”.
La Teoría general del proceso, se encarga del estudio de los fundamentos de
todo el Derecho Procesal, sin hacer distingos por especialidades, lo unifica y
examina sus temas básicos: organización judicial, teoría de la prueba,
sentencia, cosa juzgada y ejecución, recursos o medios de impugnación.
Para la realización de su tarea, el Derecho Procesal Penal se vincula con otra
serie de ciencias, entre ellas el Derecho Procesal Civil al que Históricamente
estuvo unido en un tiempo y con el que lo ligan innegables relaciones, como
que ambos reconocen su génesis en las normas de la teoría del proceso, al
grado de que Goldschmidt y Florián, contemplan la posibilidad de que proceso
civil y penal, sólo hayan manejado diferencias circunstanciales, no de esencia,
hasta que la pena adquiere el carácter de pública, en que cada ciencia toma
su propio
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Derrotero, inclinándose el Derecho Procesal Penal por la realización de la
pretensión punitiva acogida por el Estado, antes siquiera de que nazca el
delito.
Pero también el Derecho Procesal Penal reclama su independencia, tanto de
la Teoría General de la que se nutre, como del derecho material que
instrumenta, como en su momento lo hizo el Derecho Procesal Civil y lo han
hecho el Derecho Procesal Fiscal, Administrativo, Laboral, etc, y su carácter
accesorio no es signo de subordinación, antes bien, deviene de que sólo
surge después del delito, al nacer la pretensión punitiva del Estado, cuya
actualización propende a llevar a cabo.
Lo expuesto no significa, ni con mucho, que el Derecho Procesal Penal se
halle en una isla, ajeno a las otras ramas del saber humano. Por el contrario,
se relaciona con casi todas ellas.
Así, con el Derecho Constitucional, que es la rama del Derecho Público, cuyo
objeto es señalar la forma de gobierno adoptada soberanamente por el
pueblo, organizar la división de funciones, la relación entre sus órganos y las
de éstos con los gobernados y, finalmente, hacer reserva de los derechos
públicos subjetivos del gobernado.
Esta vinculación casi podríamos decir causal, se manifiesta, al decir del
Doctor García Ramírez, en cinco series de normas: La que fija el principio de
legalidad al Derecho material; La que atañe a las normas orgánicas y
funcionales de los órganos de la jurisdicción, la acusación y la defensa; la que
se refiere a los principios procedimentales capitales, como la publicidad; la
que agrupa a las instituciones cautelares; incomunicación, detención, prisión
preventiva, arraigo, libertad provisional, etc.; y las que se refieren al número
de instancias o a la vía impugnativa.
La relación con el Derecho Internacional, concebido como la rama del derecho
que estudia las relaciones jurídicas surgidas entre dos o más Estados
soberanos, deriva de la multiplicidad de instrumentos de carácter
internacional, suscritos por nuestro país y que se integran al derecho
doméstico por mandato constitucional, que por su contenido procesal, ha de
considerar nuestra disciplina, como los concernientes a debido proceso legal,
detención y prisión, presunción de inocencia, asilo, etc.
El Derecho Administrativo, definido como la rama del Derecho Público Interno
que determina la organización y funcionamiento de la administración pública
centralizada o paraestatal, concurre con el Derecho Procesal Penal,
organizando los entes de carácter público que participan en el enjuiciamiento:
Ministerio Público, Defensor de Oficio, así como la organización de los
tribunales, la forma de nombrar a sus integrantes, los requisitos que deberán
cumplir, emolumentos que percibirán, etc.
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Con lo anterior hemos hecho referencia a la relación que guarda el Derecho
Procesal Penal, con la llamada enciclopedia de las ciencias penales, por la
coincidencia de su objeto de estudio.
1.3 DIFERENCIAS EXISTENTES ENTRE PROCEDIMIENTO, PROCESO Y JUICIO.
Ahora explicaremos la diferencia que existe entre procedimiento, proceso y
juicio, que aunque así pudiera juzgarse a primera vista, no es tarea inútil ,
Aparte de que a través de su comprensión, se marca la importancia de
aspectos destacados de la justicia penal, no cabe duda que el orden
presupone un lugar para cada cosa, y cada cosa en su lugar, y conviene
esclarecer, desde ahora, el sentido de expresión que, con mucha frecuencia,
manejamos en el desarrollo del programa de estudios de esta materia.
Procedimiento y proceso, se diferencian esencialmente en cuanto a su
finalidad. El primero, se integra con una serie de actos ordenados y
encaminados hacia un objetivo. En este sentido se alude al procedimiento
idóneo para alcanzar alguna finalidad, o al procedimiento para la elaboración
de un objeto. El fin perseguido en el procedimiento, no necesariamente habrá
de ser, como el proceso, la resolución judicial de un conflicto de intereses,
sometido al conocimiento de la autoridad.
El proceso, palabra que se recoge del Derecho Canónico y deriva de
procedere, avanzar, caminar hacia delante, además, sólo puede presidirse por
un miembro del poder judicial; solamente en función del juez, tiene sentido
hablar del proceso, porque como señala Marco Antonio Díaz de León, con él ,
cumple el Estado su deber de prestar el servicio judicial que, en nuestro
medio, impone el artículo 17 C., al establecer: “Ninguna persona podrá
hacerse justicia por sí misma, ni ejercer violencia para reclamar su derecho.
Toda persona tiene derecho a que se le administre justicia por tribunales que
estarán expeditos para impartirla en los plazos y términos que fijen las leyes,
emitiendo sus resoluciones de manera pronta, completa e imparcial. Su
servicio será gratuito, quedando, en consecuencia, prohibidas las costas
judiciales...”
El titular del procedimiento, en cambio, puede serlo un órgano del ejecutivo o
del poder legislativo, como ocurre, verbigracia, con el Ministerio Público, que
dependiendo del ejecutivo, es el que preside el procedimiento penal de
averiguación previa, o en el caso del legislativo que preside el procedimiento
para la declaratoria de procedencia en el juicio político relacionado con un
diputado federal, por ejemplo.
Por lo demás entre proceso y procedimiento existe una relación del todo con
una de sus partes.
Claramente resulta esto, de la lectura del artículo 1° del Código Federal de
Procedimientos Penales (CFPP), que menciona los procedimientos penales
que regula, a saber: el de averiguación previa, preinstrucción, instrucción,
primera y segunda instancia, ejecución y los relativos a inimputables,
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menores y a quienes tienen el hábito o la necesidad de consumir
estupefacientes o psicotropicos.
De estos procedimientos, según el artículo 4° del Código citado, sólo cuatro
integran el proceso penal federal: el de preinstrucción, instrucción, primera y
segunda instancia.
Si intentáramos un concepto del proceso penal, diríamos que es el conjunto
de actos conforme a los cuales el juez, aplicando la ley, resuelve el conflicto
de intereses sometido a su conocimiento por el Ministerio Público.
Ese conflicto de intereses planteado a la autoridad judicial por el órgano de la
acusación, se traduce principalmente en estas interrogantes: ¿en el caso
concreto, existe delito? y de ser afirmativa la respuesta: ¿el inculpado es
responsable penalmente de él?.
De haber una contestación afirmativa también, y sólo en ese caso, es decir,
de concluirse en una sentencia condenatoria, la autoridad judicial procederá a
la imposición de las penas o medidas de seguridad que procedan.
La expresión juicio, tiene diversas connotaciones. En una de ellas, equivale a
proceso. En este sentido se alude, por ejemplo, a que el juicio penal no podrá
tener más de tres instancias, o el juicio que se instruye por determinado
delito; en otra, tiene el significado del expediente del juzgado, es decir, de los
documentos mismos en que constan las actuaciones del proceso, alúdese así,
al número con que está marcado el juicio, por ejemplo.
Parece que la acepción más importante, es la que entiende el juicio como el
acto del juez, que sucede al análisis y ponderación de los hechos de la causa,
a la luz de la totalidad de los elementos de prueba aportados al proceso, y que
es anterior al dictado de la sentencia.
El juicio es la convicción a la que arriba el juez, luego de examinar los hechos
sometidos a su conocimiento, enlazando a ese análisis las pruebas allegadas
al proceso. Es en ese momento intelectual, cuando se afirma que el juez se
queda solo, con su reflexión y su conciencia.
1.4. NATURALEZA JURÍDICA QUE CORRESPONDE AL DERECHO
PENAL.
PROCESAL
En relación con la denominación de nuestro objeto de estudio, se sostiene
que lo correcto es llamar a esta disciplina, “Derecho de los Procedimientos
Penales”, pues resulta reducida la expresión “Derecho Procesal Penal”,
habida consideración de que no sólo se limita a examinar el proceso penal,
sino que su campo de estudio, abarca por lo menos otros procedimientos, la
acción y la jurisdicción que lo rebasan.
Sin desconocer la veracidad de la anterior afirmación, lo cierto es que para
nadie existe duda acerca del panorama de estudio que abarca nuestra
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materia y no ofrece, por ende, ningún problema su denominación, cualquiera
que ella sea.
Cabe aquí hacer alguna reflexión, acerca de la importancia teórica y práctica
del Derecho Procesal Penal. Se ha dicho que la enseñanza de esta asignatura
en la escuela, fuera del marco de referencia en el que se realizan los actos
procesales, o sea, enseñada en el aula universitaria, equivale a enseñar a
nadar en una alberca sin agua.
Se afirma así, que no puede establecerse cuál resulta ser más importante, y
por ende, cuál debe predominar, si la práctica o la teoría, porque si esta
última, hay que decir que salvo la investigación por la investigación misma
cuyo valor no negamos, la teoría sola, no aplicada aterrizándola en la realidad
viviente, jamás dará sus frutos.
No obstante, también la práctica aislada de la teoría, a la postre conduce a la
formación de técnicos y no científicos del derecho.
Por eso, lo sensato es considerar de pareja importancia la práctica y teoría en
el aprendizaje del Derecho Procesal Penal, porque usando la expresión del
maestro GARCÍA MAYNEZ, no puede señalarse cuál es la pata más
importante de un tripié y, al fin de cuentas, si de teoría y práctica se trata, una
reconoce su sustento en la otra, de manera que practicar es aplicar la teoría y
sólo el conocimiento de ésta, permite su ejercicio práctico.
Acerca de la naturaleza jurídica del Derecho Procesal Penal, debe decirse que
es una parte del derecho público interno y trata de realizar el derecho frente a
cualquiera que pretenda evitar que la pretensión penal estatal se lleve a cabo,
empleando para ello, de ser necesario, medios coercitivos procesales.
Se inclina a proteger los derechos del individuo, pero al mismo tiempo procura
el bienestar y la seguridad de la colectividad, al posibilitar la aplicación del
derecho penal sustantivo al caso concreto.
1.5. OBJETOS DEL PROCESO PENAL.
Hemos dicho que sin el proceso penal, el jus punendi carecería de
actualización, con lo cual el propósito de nuestra disciplina, de preservar el
orden social, con la amenaza de la aplicación de la pena, estaría desprovista
de eficacia y finalmente, la sanción no produciría el efecto jurídico que se
propone, ni habría forma de hacerlo efectivo.
El proceso penal resulta así, el único camino a través del cual el Estado,
ejercita su derecho de sancionar. El previo proceso se eleva en nuestro
medio, al rango de garantía individual por el artículo 14 constitucional, cuando
previene que a nadie se le podrá privar de la vida, de la libertad o de sus
propiedades, posesiones o derechos, sino mediante juicio seguido ante los
tribunales previamente establecidos, en el que se cumplan las formalidades
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esenciales del procedimiento y conforme a las leyes expedidas con
anterioridad al hecho (nulla poena sine iudicio).
Delito, pena y proceso, como dice Carnelutti en su “Teoría del Delito”, se
complementan de tal forma que excluido uno, no pueden darse los otros dos;
no hay delito sin pena y sin proceso; ni pena sin delito y proceso; ni proceso
penal sino para determinar el delito y actuar la pena.
Aunque debe admitirse que el anterior enunciado, no funciona al revés, puede
sin duda darse proceso, sin existir delito ni pena.
El proceso entonces, se manifiesta como la única posibilidad legal de aplicar
la pena, a quien cometió un delito, preservando así el orden social.
El objeto del proceso se ha diferenciado en:
a) principal, y
b) accesorio.
1.5.1 El objeto principal
Éste, ya se ha dicho, está constituido por el conflicto de intereses que ha de
resolverse por el juez, aplicando la ley.
De esta suerte, el proceso penal persigue de manera fundamental, la
represión de los actos punibles, a través de la imposición de las sanciones. En
este sentido, la pretensión punitiva del Estado, objetivada por el ejercicio de la
acción penal en contra de un individuo, constituye el objeto más importante
del proceso.
Sin embargo, hay que precisar que en el proceso se van a ventilar hechos
delictuosos imputados a alguien, a los cuales el juez enlazará el derecho,
según el valor que atribuya a las pruebas desahogadas, obteniendo un juicio
que volcará en sentencia.
Gómez Orbaneja y Herce Quemada, injustamente criticados por Colín
Sánchez, sostienen que el objeto del proceso, lo constituye el hecho por el
que se acusa a alguien, el contenido sobre el que versa su conducta, la
actividad del individuo que se estima delictiva y que ha de juzgarse por
sentencia, en una palabra, el objeto del proceso es un hecho estimado como
delito.
Por si el objeto del proceso se estimara un “crimen” (una figura delictiva) y no
un “factum” (hecho delictuoso), según sostienen con propiedad, “bastaría
modificar el punto de vista jurídico, la calificación, para excluir la litispendencia
o la cosa juzgada; se podría volver a juzgar a la misma persona con el mismo
hecho”, con sólo calificar el hecho, de un modo distinto, con otro nombre
diferente, al de la figura delictuosa aludida en la sentencia.
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Pero también se ocupa el proceso penal de otros objetos que figuran al lado
del principal, según ahora veremos.
1.5.2 OBJETOS ACCESORIOS DEL PROCESO PENAL
Pudieran constituirlos aquellas otras cuestiones que surgen de manera
marginal, al conflicto esencial sometido al conocimiento del juez, como en
algún sentido podría ser la reparación del daño, según veremos a
continuación.
1.5.2.1. LA REPARACIÓN DEL DAÑO
Estimamos que la reparación del daño resultaría cuestión accesoria, sólo
cuando ejercitada la acción penal por el Ministerio Público, el ofendido o su
legítimo representante promovieran la acción reparadora de daños en el
proceso, contra algún tercero ajeno al inculpado, adoptando así la forma de
responsabilidad civil.
Porque si la acción reparadora la ejercita el Ministerio Público, al mismo
tiempo que la acción penal, contra el inculpado, entonces ocuparía junto con
ésta, el objeto principal del proceso.
El fenómeno no representa novedad, especialmente para el jurista mexicano,
porque el proceso penal tiende a la represión de los actos punibles, mediante
la imposición de penas, y a la luz de los artículos 24, 29, 31 y 34 del Código
Penal, la reparación del daño constituye, junto con la multa, una pena, la
sanción pecuniaria justamente que, solicitada por el Ministerio Público en el
proceso, contra el infractor (solicitud que la ley le obliga a formular en todos
los casos, y que también resolverá obligatoriamente el juez, a riesgo de ser
sancionados, con multa de treinta a cincuenta días de salario mínimo) no
queda duda de que se trata de una pena pública, y como tal, malamente
podría estimarse como objeto accesorio del enjuiciamiento penal.
En cambio, nada se opone a que se considere a la reparación del daño,
cuando asume la forma de responsabilidad civil (o sea, si la reclama el
ofendido o su representante, a alguna de las personas relacionadas en el
artículo 32, en los términos del artículo 34 párrafo tercero del Código Penal)
como un objeto accesorio del proceso penal, como también objetos
accesorios del él, podrían considerarse las cuestiones que son materia de los
puntos resolutivos de la sentencia, que no aludan a la cuestión principal: el
decomiso de los instrumentos del delito o en algún caso, la orden de
destrucción del estupefaciente objeto del propio delito, por ejemplo.
El daño o afectación sufridos en la esfera jurídica del ofendido o la víctima,
con motivo del hecho delictivo, debe corresponderse con su reparación.
En términos del artículo 32 del Código Penal, la reparación del daño
comprende: la restitución de la cosa obtenida por el delito, y si no fuere
posible, el pago de su precio, así como la indemnización del daño material y
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moral y de los prejuicios causados, incluyendo el pago de los tratamientos
curativos que, como consecuencia del delito, sean necesarios para la
recuperación de la salud de la víctima.
Respecto al último rubro mencionado, pudiera entrar en conflicto con la parte
final del artículo 20 Constitucional, que sólo señala para la víctima, el derecho
a que se le preste atención médica de urgencia cuando la requiera, y sólo una
interpretación extensiva, aunque no necesariamente injusta incluiría aquí el
pago de los gastos que originen los tratamientos curativos (honorarios
médicos, sanatorio, medicinas, prótesis, instrumental quirúrgico, en su caso,
etc.) a que alude el Código Penal.
Ya se ha dicho que la reparación del daño, puede adoptar el doble carácter:
de pena pública o de responsabilidad civil y se fijaron más arriba, las
condiciones de cada caso.
A la reparación del daño, tienen derecho, en el siguiente orden: 1° El
ofendido; 2° En caso de fallecimiento del ofendido, su cónyuge supérstite,
concubinario o concubina, y los hijos menores de edad; a falta de éstos, los
demás descendientes y ascendientes que dependieren económicamente de él
al momento del fallecimiento, artículo 30 bis del Código Penal.
Los jueces fijarán la reparación, según el daño que precise repararse de
acuerdo con las pruebas aportadas, las cuales podrán hacerse llegar al
proceso por el ofendido o sus derechohabientes, directamente al juez, o a
través del Ministerio Público, y versarán sobre la procedencia y monto de la
reparación, artículos 31 y 34 del Código Penal.
La ley (artículo 34 párrafo segundo del Código Penal), sanciona con multa “el
incumplimiento por parte de las autoridades de la obligación anterior”, aunque
al parecer el legislador secundario, al expresarse en plural, se olvidó de que la
única autoridad en el proceso es el juez.
Si no pudiera obtenerse la reparación del daño en sede penal, en virtud del no
ejercicio de la acción por parte del Ministerio Público, sobreseimiento o
sentencia absolutoria, se podrá recurrir a la vía civil de acuerdo con la
legislación correspondiente. Artículo 34 in fine Código Penal.
La reparación del daño, como la multa, se harán efectivas a través del
procedimiento económico coactivo. Artículo 37 del Código Penal.
Finalmente, el artículo 39 del Código Penal, autoriza al juez , con vista del
monto del daño y la situación económica del obligado, a conceder plazos no
mayores de una año, para el pago, pudiendo solicitar garantía.
1.6. LOS FINES DEL PROCESO PENAL
En términos generales, no son distintos o ajenos a los fines que persigue el
derecho: procurar el bien común, la justicia, la seguridad.
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Ahora bien, en tratándose del proceso penal, existe también coincidencia
entre sus fines y los del proceso en general, así como con los del derecho en
general, a que hemos hecho alusión.
La doctrina establece, siguiendo a Eugenio Florián, la clasificación entre fines
generales y específicos del enjuiciamiento penal.
1.6.1. EL FIN GENERAL DEL PROCESO PENAL, MEDIATO E INMEDIATO
El fin general del proceso penal, a su vez, se distingue en:
a)
Mediato que “se identifica con el del Derecho Penal (prevención y
represión del delito) en cuanto está dirigido a la realización del
mismo, que tiende a la defensa social, entendida en sentido amplio,
contra la delincuencia”
b)
El fin general inmediato del proceso penal, es la aplicación de la ley
abstracta e impersonal, al caso concreto y particular, lo que significa
que el objetivo general inmediato del proceso penal, se encaminará a
demostrar, por una parte la existencia del hecho delictivo y por otra,
la responsabilidad del inculpado.
1.6.2. Específicos: La verdad histórica y la personalidad del procesado.
Se afirma que los fines específicos del proceso penal, están representados
por:
a)
El descubrimiento de la verdad histórica (que revelará la
existencia del delito y la responsabilidad del imputado), y
b)
La personalidad del delincuente.
c)
Con relación a la verdad histórica que busca el proceso penal,
es claro que el término “histórico”, alude a la verdad de lo
ocurrido en el pasado, es decir, a la forma real en que
ocurrieron los hechos delictivos que serán el objeto principal del
proceso penal, o como gráficamente señala el Doctor Pedro
Hernández Silva, consiste en volver atrás, desde su inicio, la
película en la que constan los hechos justiciables.
En este fin específico, la búsqueda de la verdad histórica, término que se
equipara al de la verdad real, es de tal trascendencia, que se ha fincado en él,
la diferencia con el proceso civil que, se asegura, trata de encontrar sólo la
verdad formal, es decir, aquella que las partes quieran mostrar al juez.
Admitir este aserto, equivale a estar conforme en la existencia de varios tipos
de verdades, una verdad real o la verdadera, una media verdad y otra verdad
para efectos formales, ello a pesar de que la Axiología, capitulo de la Filosofía
que estudia los valores, establece la unicidad del valor verdad.
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Quizás por lo que a este punto atañe, la diferencia entre el proceso civil y el
penal, deba buscarse más bien la forma en que se accede, en cada caso, a la
verdad.
En relación con la personalidad del delincuente, debe decirse que el logro de
esta finalidad específica, que se propone el proceso penal, está en íntima
conexión con la individualización de la sanción, es decir con la determinación
del quantum de la pena, problema que enfrentará el juzgador, una vez
resuelta la pretensión punitiva estatal, en sentido afirmativo.
La muy reciente orientación de nuestras leyes penales, tanto sustantivas
como adjetivas, hacia el llamado Derecho Penal de acto (que lo atribuye a los
Estados de derecho, y conforme al cual, habrá que sancionar con base en la
conducta del infractor, en lo que hizo, en el grado de culpabilidad que le sea
reprochable) y no el Derecho Penal de autor (que se fija esencialmente en
quién es el delincuente, qué grado de peligrosidad social representa y hasta
qué punto es probable su reincidencia) al parecer le han restado la
importancia que tradicionalmente había tenido, para la fijación de la métrica
de la pena o medida de seguridad, al estudio de la personalidad del
delincuente.
No obstante, el artículo 51 del Código Penal, obliga al juez, para la aplicación
de las sanciones, a tomar en cuenta las circunstancias exteriores de ejecución
del delito y las peculiares del delincuente. Por otro lado el artículo 52 del
mismo Ordenamiento, exige al juez adecuar las sanciones, dentro de los
límites señalados para cada delito, a la gravedad del mismo y al grado de
culpabilidad del agente, teniendo en cuenta:
I.
II.
III.
IV.
V.
VI.
VII.
La magnitud del daño causado al bien jurídico, o al peligro a que
hubiere sido expuesto;
La naturaleza de la acción u omisión y de los medios empleados
para ejecutarla;
Las circunstancias de tiempo, lugar, modo u ocasión del hecho
realizado;
La forma y grado de intervención del agente en la comisión del
delito, así como su calidad y la de la víctima u ofendido;
La edad, educación, ilustración, costumbres, condiciones
sociales y económicas del inculpado y los motivos que lo
impulsaron o determinaron a delinquir y, además si pertenece a
alguna etnia, sus usos y costumbres;
El comportamiento posterior del acusado, con relación al delito
cometido, y
Las demás condiciones especiales y personales en que se
encontraba el agente, en el momento de la comisión del delito,
si son relevantes para determinar la posibilidad de haber
ajustado su conducta a las exigencias de la norma.
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Cabe mencionar que nuestros Códigos adjetivos, imponen por igual al
Ministerio Público y al juez, la obligación de allegarse, oficiosamente, los
informes sobre las cuestiones anteriores, durante la instrucción e inclusive en
la averiguación previa; en este caso, para que el órgano de la acusación
pueda hacer fundadamente, los señalamientos y peticiones que
correspondan, al ejercitar acción penal o al formular conclusiones. Artículo
146 del Código Federal de Procedimientos Penales y 296 bis del Código de
Procedimientos Penales para el Distrito Federal.
1.7. SUJETOS DE LA RELACIÓN JURÍDICO PROCESAL
Para hablar de los sujetos que integran la relación jurídico procesal, es muy
importante de modo previo, dar un vistazo a los sistemas de procesamiento,
porque constituyen las reglas conforme a las cuales ha de regirse y se va a
resolver, el conflicto de intereses planteado al órgano jurisdiccional.
Los sistemas de procesamiento, se integran con el conjunto de normas que
regulan de manera ordenada la forma en que se lleva a cabo el
procesamiento de quien ha sido inculpado de la comisión de un hecho
delictivo.
Esto significa que a aquel que se le enjuicia por un delito, debe aplicársele
cierta normatividad que es común a todos los justiciables, porque no es
propósito del legislador hacer escarmientos con nadie. Por esa razón, nuestra
Constitución, prohibe el juzgamiento por leyes privativas o tribunales
especiales, al expresar el artículo 13: “Nadie puede ser juzgado por leyes
privativas ni por tribunales especiales. Ninguna persona o corporación puede
tener fuero, ni gozar más emolumentos que los que sean compensación de
servicios públicos y estén fijados por la ley. Subsiste el fuero de guerra para
los delitos y faltas contra la disciplina militar; pero los tribunales militares, en
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ningún caso y por ningún motivo, podrán extender su jurisdicción sobre
personas que no pertenezcan al Ejército. Cuando en un delito o falta del orden
militar estuviese complicado un paisano, conocerá del caso la autoridad civil
que corresponda”.
Pues bien, los sistemas de procesamiento, establecen esas formas que son
utilizadas para llevar a cabo el enjuiciamiento de alguien, a quien se atribuye
la comisión de un delito.
Tradicionalmente se señalan tres sistemas de procesamiento diversos que, en
orden de antigüedad, son los siguientes: el acusatorio, el inquisitorio y el
mixto.
De manera uniforme, se admite que ninguno de ellos se muestra totalmente
puro, pues siempre se permea en uno, alguna o algunas de las características
que normalmente se atribuyen al otro sistema, no obstante lo cual, el número
predominante de las pertenecientes a uno u otro, es lo que permite conocer
su perfil característico y por ello, asimilarlo al correspondiente sistema.
Históricamente se ha identificado cada uno de los sistemas de enjuiciamiento,
con las características que corresponden al régimen de gobierno del país en
que se aplican, de modo que en términos generales, en los países
gobernados democráticamente, es el sistema acusatorio el que regula las
formas de procesamiento, reservándose el inquisitivo para los regímenes de
gobierno dictatoriales o totalitarios, en los que se anteponen a las garantías y
derechos del individuo, los preferentes intereses sociales, posponiendo de
esta forma, la aplicación de la ley en aras de las razones de Estado.
A) Se afirma que el sistema de procesamiento acusatorio, encuentra
sus orígenes en Grecia y en la República Romana. A la fecha, con
algunos signos de identificación propios, se aplica en Inglaterra y
en los Estados Unidos de América.
Reconoce como principales características, las siguientes:
1.
Se encuentran diferenciados perfectamente los órganos de
juzgamiento, acusación y defensa, por lo que las funciones
respectivas, están encomendadas a órganos diferentes, que
las realizan de modo independiente. Esta separación de las
funciones integradoras del triángulo procesal, permite a la
vez que formar un proceso de partes, garantizar mayor
objetividad e imparcialidad en el juzgamiento.
En sus orígenes, como en la actualidad, la facultad de decisión la ha ejercido
un órgano del Estado, sin embargo, inicialmente, el órgano jurisdiccional no
podía abrir el juicio ex oficio (oficiosamente), pues requería de la acusación
privada previa, es decir, del impulso del afectado por el delito o del de sus
familiares. Más tarde, se admitió la intervención de cualquier ciudadano como
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denunciante, lo que permitió establecer la distinción entre delitos privados y
públicos.
En la actualidad, confiado el ejercicio de la acción penal en exclusiva, a un
órgano del Estado, el juez no puede iniciar el proceso sin que esa acción sea
previamente deducida ante él.
De la misma manera, la debida constitucionalidad del procesamiento, exige la
presencia del defensor en todos los actos de éste, so pena de declararse nulo
lo actuado sin su concurrencia.
2.
En el sistema acusatorio, rigen los principios de oralidad,
publicidad y concentración de los actos procesales, lo que
significa que el enjuiciamiento es tramitado verbalmente, y
sólo lo esencial se documenta por escrito. Las diligencias en
que se realizan actos de procesamiento, pueden ser
presenciadas por cualquier persona y se propende a realizar
la totalidad del procesamiento en una sola audiencia, en la
que se desahogan las pruebas, se reciben los alegatos de
las partes y se pronuncia la sentencia.
3.
La libertad probatoria y la libre valoración del juez respecto
del material convictivo, son constantes del sistema
acusatorio, no existe límite en cuanto al material de prueba
que puedan aportar las partes, y no existe tasación del valor
de la prueba.
4.
También identifican este sistema, entre otras, las siguientes
peculiaridades: la igualdad procesal de las partes, que da
equilibrio a la causa; la inapelabilidad de la sentencia, el
estatismo del juez, que no está facultado para buscar
pruebas, reclasificar delitos, intervenir en los interrogatorios
oficiosamente, es decir, queda sujeto el juez a la actividad
de las partes; la existencia de un juez que solo se ocupa de
instruir la causa, y otro u otros de dar el veredicto; el
predominio del interés particular sobre el social, al estimarse
que el delito primordialmente ofende a aquél; la figura del
inculpado como sujeto y no como objeto del procesamiento;
y, la libertad del encausado durante el procesamiento.
A propósito de esta última característica del Doctor Fíx Zamudio dice: “Si
entendemos que la prisión preventiva es una privación de derechos sin previo
juicio, debemos concluir que, en buena lógica, constituye una violación a la
presunción de inocencia. En aras de la defensa de la sociedad contra el delito,
la prisión preventiva debería, pues, aplicarse únicamente en casos
excepcionales y, en esos casos, durante el menor tiempo posible.” “En México
el 74.23 % de las personas privadas de su libertad son personas sin condena,
es decir, son procesados sometidos a prisión preventiva. Esta situación se
14
debe a que las normas procesales impiden al procesado en múltiples casos,
obtener su libertad bajo caución y a la excesiva duración de los procesos...”
B) En el sistema inquitivo, campean los principios opuestos al
acusatorio, y la Roma imperial así como la baja Edad Media, dan
testimonio fiel de su acuñación, siendo el derecho canónico su
mejor representativo, y la amplia vigencia que tuvo en Francia,
terminó con la entronización de las ideas liberales y democráticas,
que enarboló la revolución de ese país.
Así, pues, caracterizan a este sistema:
1.
La Fusión en un solo órgano, de las funciones de acusación,
defensa y juzgamiento;
2.
El secreto en las actuaciones;
3.
La escritura como principio predominante, y
4.
La continuidad o práctica de sucesivas audiencias en las
que se realizan los actos procesales;
5.
La restricción en la prueba, y el valor de ella tasado en la
ley: La prisión preventiva del inculpado;
6.
El desequilibrio entre las partes;
7.
La existencia de múltiples medio impugnativos;
8.
La actividad jurisdiccional representada por el juzgador que
busca los materiales de prueba;
9.
El interés particular subordinado al social, y
10. La figura del
juzgamiento.
procesado
sólo
como
un
objeto
de
Estos son los signos predominantes de la inquisición.
C) El sistema de procesamiento penal mixto, encuentra justificación
en la deontología procesal, que propende al equilibrio entre el
interés social y el particular, y remonta sus orígenes a la etapa
previa a la revolución francesa, cuyas ideas liberales determinaron
la acogida del sistema acusatorio, que estaba ya presente en el
procesamiento inglés.
Hay que aclarar que no es sólo la mezcla de los sistemas anteriores. El mixto
más bien halla acomodo en las dos partes en que tradicionalmente se ha
dividido el procesamiento, a saber, el sumario y el plenario.
15
En la primera etapa, se acoge la inquisición y predominan por eso, la
escritura, el secreto y la concentración y la otra fase, es perfectamente
acusatoria, aunque debe aclararse, conforme se lleva dicho, que una u otra,
no deben entenderse en su forma pura y, además, en la legislación procesal
de cada país, se imprimen las características que le son propias, por eso se
ha dicho que no hay un solo sistema mixto, sino tanto como códigos lo
adoptan.
No es ocioso aclarar que tanto el sumario o instructivo, como el plenario, se
tramitan ante la autoridad judicial, supuestos que constituyen formas de
procesamiento y el proceso, sabido es que constituye una cadena de actos
que progresivamente se desarrollan, en busca de su fin último, normalmente
constituido por la sentencia, pero en todo caso, se sigue en sede judicial.
D) Respecto del sistema penal de procesamiento que rige a nuestro
país, la doctrina casi de manera unánime se pronuncia por un
sistema mixto, si bien difieren en la estimación de si se inclina al
acusatorio, o más bien está dominado por el inquisitorio.
Ahora nos referiremos a los actores de lo que el Maestro Carrancá y Rivas
llama el “Drama Penal”. Al aludir a ellos y para no enfrascarnos en la polémica
doctrinaria que surge a propósito del concepto de “parte”, al que más abajo
haremos referencia, los mencionaremos como los sujetos de la relación
jurídico procesal penal y, en su orden, los estudiaremos hasta donde sea
posible, de acuerdo con las exigencias de nuestro plan de estudios.
FUNDAMENTO CONSTITUCIONAL
La justicia penal mexicana, se halla regulada por distintas normas
constitucionales, que aluden a los órganos a cuyo cargo, quedará su
procuración y administración.
Artículos 116 y 122 Constitucionales, el 116 fracción III, establece: El Poder
Judicial de los Estados se ejercerá por los tribunales que establezcan las
Constituciones Locales...”. El 122 Base Cuarta dice: Respecto al Tribunal
Superior de Justicia y los demás órganos judiciales del fuero común...”. En la
Base Quinta, inciso D, se indica que el Procurador General de Justicia del
Distrito Federal será nombrado en los términos que señale el Estatuto de
Gobierno.
Artículo 20 Constitucional fracción IX, “En todo proceso de orden penal,
tendrá el inculpado las siguientes garantías: IX. Desde el inicio de su
proceso... tendrá derecho a una defensa adecuada, por sí, por abogado, o por
persona de su confianza. Si no quiere o no puede nombrar defensor, después
de haber sido requerido para hacerlo, el juez le designará un defensor de
oficio. También tendrá derecho a que su defensor comparezca en todos los
actos del proceso y éste tendrá obligación de hacerlo cuantas veces se le
requiera... X. ... Las garantías previstas en las fracciones... IX también serán
16
observadas durante la averiguación previa, en los términos y con los requisitos
y límites que las leyes establezcan...”
El fundamento constitucional en el orden federal, se obtiene de los artículo 94
al 101, 102 y 120 fracciones IX y X de la Constitucional, que aluden, en su
orden, a la justicia federal, al Procurador General de la República y a la ya
citada institución de la defensa, en estos términos:
Artículo 94 C: “Se deposita el ejercicio del Poder Judicial de la Federación en
una Suprema Corte de Justicia, en Tribunales Colegiados y Unitarios de
Circuito, en Juzgados de Distrito y en un Consejo de la Judicatura Federal...”;
artículo 102. “La ley organizará el Ministerio Público (sic) de la Federación,
cuyos funcionarios serán nombrados y removidos por el Ejecutivo, de acuerdo
con la ley respectiva. El Ministerio Público de la Federación estará presidido
por un Procurador General de la República, designado por el Titular del
Ejecutivo Federal con ratificación del Senado, o en sus recesos, de la
comisión Permanente...” Líneas arriba nos referimos a la normas
constitucionales (artículo 20 IX y X C) que establecen la institución de la
defensa en el orden común y que son aplicables en materia federal.
De las funciones que corresponden a cada uno de los órganos mencionados,
se ocupan los artículos 16, 19, 20, 21 y 102 y siguientes, de la
Constitucionales.
Concepto
Ante la enconada polémica acerca de si existen o no partes en el proceso
penal, a la que brevemente nos referiremos más adelante, para no tomar
partido y enfrascarnos en espesas consideraciones, nos referiremos
simplemente, como hemos manifestado, a los sujetos de la relación procesal
penal.
Entendemos que son sujetos de dicha relación, los que de alguna forma
intervengan en ella y los clasificaremos a continuación, para más tarde
ocuparnos del examen así sea somero, de cada uno de ellos.
Clasificación
a)
Llamaremos sujetos INDISPENSABLES de la relación procesal
penal, a aquellos sin cuya concurrencia no pueda darse la
relación: El juez, el Ministerio Público, el inculpado y el defensor.
No incluimos en esta categoría al ofendido por el delito, en virtud de que en
primer lugar, existen delitos en los que no está personalizado de manera
concreta, sino general, como ocurre, por ejemplo, en tratándose de los delitos
de traición a la patria, portación de armas prohibidas o posesión de drogas, y
su ausencia material, no determina la inexistencia de la relación jurídica
procesal penal.
17
Además, aun cuando estuviera personalizado de manera concreta el
ofendido, pero por cualquier circunstancia, se opusiera a figurar en el proceso,
ello no implicaría necesariamente, la inexistencia de la relación procesal
penal, la cual en cambio se realizaría normalmente. Por eso es que esto no
significa que tratemos con indiferencia a esta importantísima figura del
procedimiento y del proceso penal. Un poco después haremos algunas
consideraciones acerca de la trascendencia del ofendido en el enjuiciamiento.
b)
Después tenemos a los SUJETOS NECESARIOS, que son
aquellos cuya presencia es requerida en el proceso pero no como
determinante de la existencia de la relación procesal penal. O sea,
son necesarios, pero su concurrencia en el enjuiciamiento es
contingente, puesto que nada se opone a que asistan, pero su
falta no altera la existencia del proceso. Entre ellos señalaremos al
ofendido por el delito, los testigos, los peritos, intérpretes,
secretarios, policías, funcionarios de prisiones, etc.
c)
Finalmente, nos referiremos a los TERCEROS, que intervienen en
la relación procesal penal, pero sólo en lo relativo a la reparación
del daño, cuando ésta adopta el carácter de responsabilidad civil.
A estos terceros, ya aludimos con anterioridad y están señalados
en el artículo 32 CP que, entre paréntesis, amerita una urgente
reforma legislativa. Esta norma estatuye: “Están obligados a
reparar el daño en los términos del artículo 29: I: Los
ascendientes, por los delitos de sus descendientes que se hallaren
bajo su patria potestad; II. Los tutores y los custodios, por los
delitos de los incapacitados que se hallen bajo su autoridad; III.
Los directores de internados o talleres, que reciban en su
establecimiento discípulos o aprendices menores de 16 años, por
los delitos que ejecuten éstos durante el tiempo que se hallen bajo
el cuidado de aquéllos; IV. Los dueños, empresas o encargados
de negociaciones o establecimientos mercantiles de cualquier
especie, por los delitos que cometan sus obreros, jornaleros,
empleados, domésticos y artesanos, con motivo y en el
desempeño de su servicio; V. Las sociedades o agrupaciones por
los delitos de sus socios o gerentes directores, en los mismos
términos en que, conforme a las leyes, sean responsables por las
demás obligaciones que los segundos contraigan. Se exceptúan
de esta regla a la sociedad conyugal, pues en todo caso, cada
cónyuge responderá con sus bienes propios por la reparación del
daño que cause, y VI. El Estado, solidariamente, por los delitos
dolosos de sus servidores públicos realizados con motivo del
ejercicio de sus funciones, y subsidiariamente cuando aquéllos
fueren culposos”
Durante el curso, estudiaremos particularizadamente a cada uno de los
sujetos indispensable de la relación procesal penal y, hasta donde sea posible
a algunos de los sujetos necesarios.
18
Situación jurídica del ofendido en el proceso penal.
Adelantándonos un poco, por ahora diremos algunas palabras en relación con
el ofendido por el delito, que es quien ha resentido por modo directo, alguna
afectación o ha visto peligrar al menos, su esfera de derechos como
consecuencia del hecho delictivo.
Por eso, a diferencia de lo que ocurre con el inculpado, según veremos,
ofendido puede serlo cualquier individuos, incluyendo a los inimputables y a
las personas morales, o al hombre mismo antes de su nacimiento (así en el
aborto) o sólo en cuanto a su integridad corporal, lesiones o su patrimonio
(robo) a su honra, dignidad (calumnias, difamación) etc.
Aun cuando muchas veces la ley, la doctrina y la jurisprudencia hablan de
ellas con poca atingencia, equiparándolas o confundiéndolas, pensamos que
lo correcto es no perder de vista la diferencia entre el ofendido, y la víctima del
delito. Esta última, sufre la afectación o puesta en peligro de su esfera
jurídica, de modo indirecto, por la comisión del delito. De esta manera, víctima
del delito pueden serlo los familiares del ofendido, pero también la propia
familia del inculpado, por ejemplo.
Merced a las reformas del artículo 20 constitucional a partir de 1993 a la
fecha, el ofendido ha recibido distinto trato legal, al que con todo desaire, le
reservaba la legislación anterior, en que ocupaba, ciertamente, el papel de
patito feo de la relación procesal penal.
Ahora, acordes con dichas reformas, en todo proceso penal tendrá la víctima
o el ofendido por algún delito, con el rango de garantías individuales, los
siguientes derechos:
a)
A recibir asesoría jurídica. Sobre este particular, aplicando la garantía
individual, el artículo 141 CFPP, añade el derecho del ofendido a “ser
informado, cuando lo solicite, del desarrollo de la averiguación previa o
del proceso”
b)
A que se le satisfaga la reparación del daño cuando proceda. Acerca de
este punto, véase supra 1.5.2 A), debiendo agregarse que los artículos
141 CFPP y 9° CDF, para ese efecto, autorizan la presentación ante el
Ministerio Público o Juez, de datos y pruebas, que conduzcan a justificar
la procedencia y monto de la reparación del daño.
c)
A coadyuvar con el Ministerio Público. También autorizan los artículos
141 CFPP y 9° CDF, a la víctima u ofendido, a proporcionar al Ministerio
Público o al juzgador, directamente o por medio de aquél, todos los datos
o elementos de prueba con que cuenten, que conduzcan a acreditar los
elementos del tipo penal y a establecer la responsabilidad del inculpado.
La parte final del citado artículo 141 CFPP, ordena que en todo caso, el
juez oficiosamente, cite a la víctima u ofendido, para que comparezcan
por sí o por su representante designado en el proceso, a manifestar lo
19
que a sus intereses convengan en relación con lo previsto en dicho
artículo.
d)
A que se le preste atención médica de urgencia cuando lo requiera. La
fracción III del artículo 141 CFPP, agrega que también tiene derecho a
recibir asistencia sicológica de ser necesaria, la que quizás pudiera estar
comprendida ya, en la atención médica referida en la Constitución. Por su
lado, la parte final del artículo 9° CDF, hace depender de la Procuraduría
General de Justicia del Distrito Federal, el sistema de auxilio a la víctima
del delito.
e)
Los demás que señalen las leyes. En relación con este inciso, el artículo
141 CFPP, abundando en las garantías del ofendido, permite que esté
presente en los actos procesales en que el inculpado tenga ese derecho,
con lo que se propende el equilibrio e igualdad de las partes en el
proceso.
En un recorrido por las disposiciones de nuestros Códigos procesales,
encontramos las siguientes normas que aluden a la situación del ofendido o
de la víctima:
Del CFPP: artículo 2 VI. Compete al Ministerio Público Federal asegurar o
restituir al ofendido en sus derechos en los términos del artículo 38, que a su
vez ordena el aseguramiento o restitución de sus derechos, si están
legalmente justificados, cuando en las actuaciones, estén acreditados los
elementos integrantes del tipo del delito de que se trate; 23, que autoriza al
ofendido para imponerse de los autos en la Secretaría del tribunal, 28 y 31
que ordenan se provea de intérprete al ofendido, si no habla o entiende
suficientemente el castellano, o si fuere sordomudo; 16, que faculta el acceso
a las actuaciones de averiguación, a la víctima u ofendido y/o su
representante, si los hubiere, 115, que alude a la querella del ofendido menor
de edad, pero mayor de dieciséis años; 133, que autoriza al denunciante,
querellante u ofendido a inconformarse contra la resolución en que el
Ministerio Público determine no ejercitar acción penal.
Del propio CFPP, el artículo 146, que ordena al Tribunal tomar conocimiento
directo de la víctima y la calidad de las personas ofendidas por el delito; 248,
conforme al cual el testigo dirá si está ligado al ofendido por vínculos de
parentesco, amistad o cualesquiera otros, o si tiene algún motivo de odio o
rencor contra de él; 249, que señala la facultad de la víctima u ofendido para
interrogar a los testigos; 365, que otorga al ofendido o sus legítimos
representantes, el derecho a apelar, cuando hayan sido reconocidos por el
juez de primera instancia, como coadyuvantes del Ministerio Público, para
efectos de la reparación de daños y perjuicios.
Del CDF: el artículo 28, conforme al cual el tribunal o juez, comprobados los
elementos del tipo penal, dictarán oportunamente las providencias para
restituir al ofendido en sus derechos que estén plenamente justificados; 35, el
ofendido o la víctima podrán pedir el embargo precautorio de bienes, cuando
20
haya temor fundado de que el obligado a la reparación del daño los oculte o
enajene; 36, El ministerio Público practicará las diligencias necesarias para
integrar debidamente la averiguación previa, cuando se haya negado la orden
de aprehensión o de comparecencia o auto de libertad por falta de
elementos...”; 70, que autoriza a la víctima, el ofendido o su representante a
comparecer a la audiencia y alegar en las mismas condiciones que los
defensores; 80, en tanto deben ser notificadas a la víctima u ofendido o al
coadyuvante del Ministerio Público, todas las resoluciones apelables;
Del propio CDF, el artículo 146, que establece que la reconstrucción de
hechos se practicará después de la inspección y habiendo sido examinado el
ofendido que deba intervenir en ella; 183, que ordena nombrar intérprete al
ofendido o víctima que no hablen o entiendan suficientemente el castellano;
206, igual al 248 CFPP, 264 que alude a la querella del ofendido; 271,
establece que el Ministerio Público hará que el ofendido sea examinado por
los médicos legistas, para que dictaminen, provisionalmente, acerca de su
estado psicológico; 296 bis, que obliga al juez del proceso, durante la
instrucción a allegarse datos respecto a la calidad de las víctimas u ofendidos
por el delito; 417, que concede derecho de apelar al ofendido o sus legítimos
representantes, cuando coadyuven en la acción reparadora y solo en lo
relativo a ésta; 487, que autoriza al ofendido o la víctima para promover la
acumulación; 569 y 572 II, que ordena hacer efectiva a favor de la víctima o
del ofendido por el delito, la garantía relativa a la reparación del daño.
21
UNIDAD 2 SUJETOS PROCESALES
2.1. ÓRGANO JURISDICCIONAL
CONCEPTO DE JURISDICCIÓN PENAL
Ahora fijaremos nuestra atención, en el primer sujeto indispensable de la relación
procesal penal, concretamente el juez, que también denominamos órgano
jurisdiccional penal, órgano de la administración de justicia penal, etc.
Es precisamente el órgano del Estado al que se encarga la función de hacer
justicia, la función jurisdicente, (del latín juris dicere, decir el derecho) ello por
expreso mandato del artículo 21 Constitucional, que al establecer la división de
poderes o de funciones, reservando la investigación, la persecución de los delitos
al Ministerio Público y a la policía, que estará bajo su autoridad y mando
inmediato, determina la imposición de las penas, como función propia y exclusiva
de la autoridad judicial.
El juez penal podemos decir, es el órgano del Estado encargado de resolver,
mediante la aplicación de la ley, los conflictos de intereses que el Ministerio
Público somete a su conocimiento, con el propósito de preservar el orden social.
Ese conflicto de intereses que el Ministerio Público pone en conocimiento del juez,
se presenta entre la sociedad (representada por el Ministerio Público) y el
inculpado, a quien se señala como culpable del delito.
Ese es precisamente el conflicto de intereses que el órgano jurisdiccional habrá
de dirimir, para preservar el orden social, aplicando la ley.
COMPETENCIA EN EL FUERO COMÚN, EL FEDERAL Y EL MILITAR.
Por definición, todos los jueces, tienen igual facultad de decir el derecho,
independientemente de su rango o importancia y del tipo de conflictos que les
corresponda resolver.
Pero es claro que el juez no va a andar por ahí diciendo el derecho en cualquier
plaza, u ofreciendo al público sus facultades jurisdicentes; por eso es importante
señalar los límites de la función jurisdiccional, es decir, el señalamiento del campo
en que puede el juez desempeñar su jurisdicción permitirá propiciar orden en la
administración de justicia.
22
La función de administrar justicia, no hay duda que constituye una de las más
grandes e importantes misiones del hombre sobre la tierra, porque juzgar a un
semejante es, bien visto, lo que más se asemeja a la función de la divinidad.
Por eso, es menester que los hombres que aspiren a encarnar el órgano al que se
asigna tan trascendente función, reúnan un mínimo de requisitos y cualidades,
que agrupa así la doctrina:
1. Capacidad subjetiva, que a su vez se subdivide en capacidad subjetiva en
abstracto y capacidad subjetiva en concreto, y
2. Capacidad objetiva, también denominada competencia.
A) La capacidad subjetiva en abstracto, está integrada por las condiciones
personales exigidas por la ley, a los sujetos que pretendan convertirse en
administradores de justicia, y que se traducen en requisitos de carácter:
a)
b)
c)
d)
e)
f)
Ético;
Técnico;
Físico;
De nacionalidad;
De residencia;
De ajeneidad a otras funciones públicas, y
De otros tipos.
Estas condiciones no son iguales en todos los casos y no son requeridas todas,
de igual manera, como requisitos para ocupar los cargos de administrador de
justicia. O sea, que no se va a exigir el cumplimiento de iguales requisitos, a quien
aspira a ser Ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, que a quien
sólo aspira a ser titular de un juzgado de Paz, por ejemplo.
Así, el artículo 95 Constitucional, señala que para ser Ministro de la Suprema
Corte de Justicia de la Nación, se necesita;
I.
Ser ciudadano mexicano por nacimiento, en pleno ejercicio de sus
derechos políticos y civiles, es decir, está reclamando del aspirante, un
requisito de nacionalidad que no se satisface, obviamente, siendo
mexicano por naturalización. (Requisito de nacionalidad).
II.
Tener cuando menos treinta y cinco años cumplidos el día de la
designación. Este requisito que agrupamos entre los de carácter físico, ya
se contemplaba antes de la reforma de 1993, a la disposición que
contamos, aunque se establecía como límite de edad a la que podían ser
electos, los sesenta y cinco años.
La ley secundaria establecía la obligación a los ministros, de jubilarse
forzosamente, al cumplir los setenta años de edad.
III.
Poseer el día de la designación, con antigüedad mínima de diez años,
título profesional de licenciado en derecho, expedido por autoridad o
institución legalmente facultada para ello. (Requisito de carácter técnico).
23
Nótese que esta función de decir el derecho en el más alto nivel jerárquico, hasta
ahora no la hemos perdido los Licenciados en Derecho, como sí hemos perdido
otras áreas que según parecía, antaño teníamos reservadas en exclusiva.
También debe subrayarse que nuestra ley fundamental en este apartado, no
requiere que se haya ejercido realmente la profesión por el beneficiado con la
designación de Ministro, lo cual estima irrelevante, siendo suficiente la antigüedad
en la obtención del título profesional, cosa que al parecer, encierra una gran
incongruencia.
IV.
Gozar de buena reputación y no haber sido condenado por delito que
amerite pena corporal de más de un año de prisión; pero si se tratare de
robo, fraude, falsificación, abuso de confianza u otro que lastime
seriamente la buena fama en el concepto público, inhabilitará para el
cargo, cualquiera que haya sido la pena. ( Es evidente que estamos ante
un requisito de orden ético).
V.
Haber residido en el país durante los dos años anteriores al día de la
designación. (Requisito de residencia).
VI.
No haber sido secretario de estado, jefe de departamento administrativo,
Procurador General de la República o de Justicia del Distrito Federal,
senador, diputado federal ni gobernador de algún Estado o jefe del Distrito
Federal, durante el año previo al día de su nombramiento. (Requisito de
ajeneidad a otras funciones públicas).
B)
La capacidad subjetiva en concreto, se refiere al órgano de la
jurisdicción, pero ya en el desempeño del cargo.
Se traduce en que el juzgador, no se encuentre impedido para resolver el caso
concreto que fue sometido a su conocimiento, por existir alguna causa que pueda
afectar la imparcialidad de su juicio, como sería, por ejemplo, estar relacionado
con las partes de alguna forma, por vínculos de consanguinidad, parentesco,
amistad, razones de enemistad, odio o rencor, etc.
En el caso, lo que procede es que el juez, existiendo el impedimento, se excuse
de conocer del asunto, y sólo en caso de que no lo haga, cualquiera de los
interesados podrá solicitar su recusación. Los artículos 515 y 522 del Código de
Procedimientos Penales para el Distrito Federal establecen los impedimentos de
los jurados y de los Magistrados, Jueces y Secretarios de los tribunales del Ramo
Penal y la Ley Orgánica del Poder Judicial de la Federación (LOPJF), señala los
impedimentos de los Ministros, Magistrados de Circuito y Jueces de Distrito.
Nada más de paso, diremos que el artículo 225 I del Código Penal, señala como
delito cometido contra la administración de justicia, el conocer de negocios para
los cuales se tenga impedimento legal, o abstenerse de conocer de los que le
correspondan, sin tenerlo.
2. La capacidad objetiva. La literatura procesal penal se refiere a la capacidad
objetiva, identificándola con la competencia, que es definida como aptitud del
24
órgano del Estado, constitucionalmente facultado para ello, para ejercer la
jurisdicción en un caso concreto.
Conforme a nuestra Carta Fundamental, todo acto autoritario debe respetar la
garantía formal de mandamiento escrito, y además de provenir de autoridad
competente, para que pueda afectar válidamente, la esfera jurídica del
gobernado.
El artículo 16 Constitucional, imperativamente establece que “nadie puede ser
molestado en su persona, familia, domicilio, papeles o posesiones, sino en virtud
de mandamiento escrito de la autoridad competente, que funde y motive la causa
legal del procedimiento”.
Se dice que la competencia es el límite de la jurisdicción, (todos los jueces tienen
jurisdicción, pero no todos son competentes para conocer y resolver determinados
asuntos) lo cual significa que la facultad del juez de resolver mediante la
aplicación de la ley los conflictos sometidos a su conocimiento, está restringido
por la competencia. Ésta, se establece de las siguientes formas:
1. Por territorio;
2. Por la materia;
3. Por el grado;
4. Por la cuantía;
5. Por el turno;
6. Por la seguridad de la prisión, y
7. Por conexidad.
1. En materia de competencia por el territorio, nuestra legislación procesal penal
acoge el principio de la territorialidad, conforme al cual, es competente para
conocer de un delito, el juez del lugar en que se cometa. El artículo 6 del
Código Federal de Procedimientos Penales dice: “ “Es tribunal competente
para conocer de un delito, el del lugar en que se comete, salvo lo previsto en
los párrafos segundo y tercero del artículo 10. Si el delito produce efectos en
dos o más entidades federativas, será competente el juez de cualquiera de
éstas o el que hubiera prevenido.” 446 y 447 del Código de Procedimientos
Penales para el Distrito Federal.
Por su lado, el artículo 1° del Código de Procedimientos Penales del Distrito
Federal, señala: “Corresponde exclusivamente a los tribunales penales del Distrito
Federal: I. Declarar; en la forma y términos que esta ley establece, cuando un
hecho ejecutado en las entidades señaladas es o no delito; II. Declarar la
responsabilidad o irresponsabilidad de las personas acusadas ante ellos, y III.
Aplicar las sanciones que señalen las leyes. Sólo estas declaraciones se tendrán
como verdad legal.
Los párrafos segundo y tercero del artículo 10 del Código Federal de
Procedimientos Penales, estatuyen: “En caso de concurso de delitos, el Ministerio
Público Federal será competente para conocer de los delitos del fuero común que
tengan conexidad con delitos federales, y los jueces federales tendrán, asimismo,
competencia para juzgarlos. También será competente para conocer de un
asunto, un Juez de Distrito distinto al del lugar de comisión del delito si por
25
razones de seguridad en las prisiones, atendiendo a las características del hecho
imputado, a las circunstancias personales del inculpado y a otras que impidan
garantizar el desarrollo adecuado del proceso, el Ministerio Público Federal
considera necesario llevar el ejercicio de la acción penal ante otro juez. Lo anterior
es igualmente aplicable para los casos en que por las mismas razones, la
autoridad judicial, de oficio o a petición de parte, estime necesario trasladar a un
procesado a algún centro de reclusión de máxima seguridad, en los que será
competen el tribunal del lugar en que se ubica dicho centro.”
Ventajas de la territorialidad. La aplicación de este principio, propicia ventajas
importantes. Una de carácter procesal, pues es innegable que las pruebas, por
regla general, se hallan en el lugar de comisión del hecho delictivo, y el juez,
como las partes, por esa razón, tendrán la facilidad de ofrecerlas y desahogarlas.
Otras ventajas de la territorialidad, tienen que ver con la reafirmación de la
soberanía del Estado o del país que aplique sus leyes y juzgue por medio de sus
tribunales, los delitos ocurridos en su territorio.
Ciertamente, queda en entredicho el carácter soberano de un pueblo, cuando otro
país ajeno, tiene que juzgar los delitos cometidos en aquél. Esta fue la tesis de
México en el caso del Doctor Álvarez Machain, inculpado de haber intervenido en
el homicidio del agente policíaco norteamericano Enrique Camarena Salazar.
Al parecer, el profesional fue trasladado a los Estados Unidos de manera
subrepticia y ahí, sometido a juicio por los hechos mencionados, ocurridos en
Guadalajara, Jalisco.
Nuestro gobierno, sostuvo el principio de la territorialidad, argumentando que si
los hechos delictivos habían ocurrido en México, éramos entonces, el único país
facultado para juzgar de ellos, con independencia de la culpabilidad o inocencia
del inculpado, sobre la cual, al final de cuentas, no prejuzgaba nuestro país.
A la postre, aunque por caminos distintos (el juez norteamericano estimó que no
había datos para enjuiciar por el homicidio, al inculpado y lo liberó), se respetó el
principio de la territorialidad, esgrimido por México.
También propende la territorialidad, a la consecución de los fines de la pena.
Efectivamente, una de las múltiples finalidades asignadas a la pena, es la
prevención del delito. Esta puede ser particular o general.
La prevención particular se dirige al delincuente, para evitar su reincidencia (te
impongo esta pena para que no vuelvas a delinquir) La general, se dirige a la
colectividad (observen lo que le ocurrió al transgresor de la ley, ustedes
motívense por la norma, para que no les ocurra lo mismo).
A pesar de las múltiples ventajas que acarrea la acepción del principio de la
territorialidad, no puede invocarse en todos los casos, porque aplicado
irrestrictamente, pudiera conducir a la impunidad.
26
Cierto, si en todos los caos se va a aplicar la ley y van a juzgar los tribunales del
lugar en que se cometió el delito, será bastante con que el inculpado se salga de
ese lugar, para que no pueda juzgársele en otro sitio.
Si alguien cometiera un homicidio en Guadalajara, Jalisco, e inexorablemente
tuviera que ser procesado y juzgado por los tribunales y con las leyes de ese
Estado, en aplicación indiscriminada del principio de territorialidad, bastaría con
que se trasladara al Estado de Guanajuato, para que quedara impune su delito.
Estas razones, es decir, la inconveniencia de aplicar siempre, en todos los casos,
la territorialidad, y también la lucha contra la impunidad de los delitos, han dado
lugar a establecer en algunos casos, la aplicación extraterritorial de la ley
mexicana, sólo como casos de excepción.
De esta suerte, las excepciones al principio enunciado, son,
a) El estatuto personal;
b) El estatuto real, y
c) La justicia universal.
Conforme al primero, son competentes para conocer del delito, los tribunales de la
nacionalidad del delincuente, sin importar dónde se cometió, ni la nacionalidad de
la víctima.
Según el estatuto real, serán competentes para conocer del delito, los tribunales
de la nacionalidad de la víctima, con abstracción del lugar en que haya tenido
lugar el delito y de la nacionalidad del delincuente.
Finalmente, la justicia universal preconiza la competencia de los tribunales del
lugar en que se encuentre el delincuente, ello para dar respuesta a los problemas
de impunidad que pudieran derivarse del avance de la civilización, que se traduce
en la rapidez de las actuales vías de comunicación, que permiten al delincuente
trasladarse de un Continente a otro, en unas cuantas horas.
Claros ejemplos de la aplicación de la extraterritorialidad estudiada, los
encontramos en el artículo 4 del Código Penal, veamos:
Se juzgarán con arreglo a las leyes mexicanas, los delitos cometidos en territorio
extranjero por:
a) un mexicano contra mexicanos (estatuto real o personal, según se vea);
b) mexicano contra extranjeros (estatuto personal);
c) extranjero contra mexicanos (estatuto real).
¿Cuando se van a juzgar esos casos en el país?, la respuesta esta en el mismo
artículo 4 del Código Penal, al señalar las condiciones para que eso ocurra:
a) Que el acusado se encuentre en nuestro país,
b) Que no haya sido definitivamente juzgado en el país en que delinquió, y
c) Que la infracción de que se le acusa, tenga carácter de delito, allá y acá.
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No debemos concluir este apartado, sin hacer una reflexión acerca de la
extradición, por la estrecha relación que tiene con las ideas que estamos
manejando, pues a través de esta institución, aunque por otros caminos, también
se pretende evitar la impunidad de los delitos.
Si bien la extradición es una institución de carácter claramente jurídico, no puede
negarse que también tiene un tinte tangencialmente político, porque al final de
cuentas, su procedencia o sea, la entrega o no del individuo solicitado (extraído o
extraditado) depende de la soberana voluntad del país requerido, y esa voluntad
cuando pertenece a un Estado poderoso, es difícil inclinarla al cumplimiento de la
ley, por carecerse de efectivos mecanismos de coerción para ello en el plano
internacional.
Si intentáramos una definición, diríamos que la extradición, es la institución
jurídico política por virtud de la cual un Estado llamado requirente, solicita de otro,
llamado requerido, el envío de uno de sus nacionales, para que compurgue una
pena o para que se le juzgue por algún delito.
En algún sentido, podríamos considerar que la extradición, como contrapartida del
asilo, que se define como el refugio que se otorga a un extranjero que por razones
ideológicas, o de raza , se encuentra expuesto en su país a persecuciones, cárcel
o muerte.
El artículo 15 Constitucional, no autoriza la celebración de tratados para la
extradición de reos políticos, ni para la de aquellos delincuentes del orden común,
que hayan tenido en el país donde cometieron el delito, la condición de esclavos.
Estas son las limitaciones constitucionales que se señalan para extradición.
2. La jurisdicción también se limita en razón de la materia;
a)
Dada la forma en que se organiza políticamente nuestro país, como una
República representativa, democrática, federal, compuesta de Estados libres
y soberanos en todo lo concerniente a su régimen interior; pero unidos en
una Federación ( artículo 40 Constitucional) podemos hablar de competencia
federal, que abarca la jurisdicción para conocer de delitos del orden federal, y
competencia local o estatal, que alude a la competencia de los jueces, para
conocer de delitos comunes.
La Ley Orgánica del Poder Judicial Federal, publicada en el Diario Oficial de 26 de
mayo de 1995, dice en su artículo 50, que los jueces penales federales,
conocerán: I De los delitos del orden federal, que son los siguientes: a) Los
previstos en las leyes federales y en los tratados internacionales; b) los
señalados en los artículos 2° a 5° del Código Penal;
Artículo 2°.- “Se aplicará, asimismo (el CP): I. Por los delitos que se inicien,
preparen o cometan en el extranjero, cuando produzcan o se pretenda que tengan
efectos en el territorio de la República, y II. Por los delitos cometidos en los
consulados mexicanos o en contra de su personal, cuando hubieren sido juzgados
en el país en el que se cometieron.”.
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ARTÍCULO 3°.- “Los delitos continuos cometidos en el extranjero, que se sigan
cometiendo en la República, se perseguirán con arreglo a las leyes de ésta, sean
mexicanos o extranjeros los delincuentes. La misma regla se aplicará en el caso
de delitos continuados”.
ARTÍCULO 4°.- “Los delitos cometidos en territorio extranjero por un mexicano
contra mexicanos o contra extranjeros: o por un extranjero contra mexicanos,
serán penados en la República , con arreglo a las leyes federales, si concurren los
requisitos siguientes: I. Que el acusado se encuentre en la República; II. Que el
reo haya sido definitivamente juzgado en el país en que delinquió; y, III. Que la
infracción de que se le acuse tenga el carácter de delito en el país en que se
ejecutó y en la República.”
ARTÍCULO 5°.- “Se consideran como ejecutados en territorio de la República: I.
Los delitos cometidos por mexicanos o por extranjeros en alta mar, a bordo de
buques nacionales; II. Los ejecutados a bordo de un buque de guerra nacional
surto en puerto o en aguas territoriales de otra nación. Esto se extiende a bordo
de un buque de guerra nacional surto en puerto o aguas territoriales de otra
nación a que pertenezca el puerto; III. Los cometidos a bordo de un buque
extranjero surto en puerto nacional o en aguas territoriales de la República, sí se
turbare la tranquilidad pública o si el delincuente o el ofendido no fueren de la
tripulación. En caso contrario, se obrará conforme al derecho de reciprocidad; IV.
Los cometidos a bordo de aeronaves nacionales o extranjeras que se encuentren
en territorio o en atmósfera o aguas territoriales nacionales o extranjeras, en
casos análogos y los que señalan para buques las fracciones anteriores, y V. Los
cometidos en las embajadas y legaciones mexicanas.”
b)
Los cometidos en el extranjero por los agentes diplomáticos, personal oficial
de las legaciones de la República y cónsules mexicanos; d) Los cometidos
en las embajadas y legaciones extranjeras; e) Aquellos en que la federación
sea sujeto pasivo; f) Los cometidos por o en contra de un servidor público o
empleado federal, en ejercicio de sus funciones o con motivo de ellas; g) Los
perpetrados con motivo del funcionamiento de un servicio público federal,
aunque dicho servicio esté descentralizado o concesionado;
También son federales: h) Los perpetrados en contra del funcionamiento de un
servicio público federal o en menoscabo de los bienes afectados a la satisfacción
de dicho servicio, aunque éste se encuentre descentralizado o concesionado; i)
Todos aquellos que ataquen, dificulten o imposibiliten el ejercicio de alguna
atribución o facultad reservada a la Federación; j) Los señalados en el artículo 389
Código Penal, cuando se prometa o proporcione un trabajo en dependencia,
organismo descentralizado o empresa de participación estatal del Gobierno
Federal;
k) Los cometidos por o en contra de funcionarios electorales federales o de
funcionarios partidistas en los términos de la fracción II del artículo 401 del Código
Penal.
|
ARTICULO 401.- “Para los efectos de este capítulo, se entiende por: II.
Funcionarios partidistas, los dirigentes de los partidos políticos nacionales, sus
candidatos y los ciudadanos a quienes en el curso de los procesos electorales
29
federales los propios partidos otorgan representación para actuar en la jornada
electoral ante los órganos electorales en los términos de la legislación federal
electoral”,
l) De los procedimientos de extradición, salvo lo que se disponga en los tratados
internacionales.
Por exclusión, delitos del común serán todos los no expresados en la anterior
relación.
Pues bien, resulta claro que los jueces federales limitan su jurisdicción, en este
aspecto de competencia por materia, al conocimiento en exclusiva, de los delitos
del orden federal; los jueces locales, conocerán sólo de delitos comunes.
En este mismo aspecto, se alude a los jueces militares cuya jurisdicción se
restringe al conocimiento de los delitos establecidos por el Código de Justicia
Militar, cometidos precisamente por militares. Sirve aquí de fundamento el artículo
13 Constitucional, que hace subsistir el fuero de guerra para los delitos y faltas
militares en ningún caso y por ningún motivo, podrán extender su jurisdicción
sobre personas no pertenecientes al ejército, en el concepto de que se surtirá la
competencia civil, si en un delito militar se viese complicado alguien que no lo
sea.
También por la materia, tenemos la llamada competencia constitucional,
conforme a la cual, en algún caso, surge la competencia de la Cámara de
Senadores, convertida en sentenciadora, para el juzgamiento de determinados
hechos delictivos atribuidos al Presidente de la República. Artículo 111, párrafo
cuarto Constitucional “Por lo que toca al Presidente de la República, sólo habrá
lugar a acusarlo ante la Cámara de Senadores en los términos del artículo 110.
En este supuesto, la Cámara de Senadores resolverá con base en la legislación
penal aplicable.”
Por último, por la materia, la jurisdicción se limita en tratándose del jurado
popular, conforme a lo dispuesto por los artículo 20 fracción VI y 111
Constitucional, en relación con los artículos 56 a 66 de la Ley Orgánica del Poder
Judicial de la Federación.
b) Pero también en relación con la materia, la jurisdicción se ve limitada por la
especialización, y así tenemos, jueces de lo civil, familiar, concursal, de la
inmatriculación judicial, penal, laboral, etc., y en materia federal, existen Juzgados
de Distrito cuya jurisdicción está restringida al conocimiento sólo de asuntos
civiles, penales, administrativos, etc., si bien existen Juzgados de Distrito en la
República Mexicana, que no tienen esta limitación competencial por la
especialidad, sino que conocen y resuelve negocios de cualquier materia.
3. La competencia por el grado, es aludida por el artículo 23 Constitucional, en la
medida en que señala que los juicios del orden criminal no deberán tener más de
tres instancias. Así, se habla de jueces de primer grado o primera instancia y de
segundo gradado o instancia. Ambos, como se viene señalando, tienen
jurisdicción, sólo que los jueces de primer grado, no pueden ejercerla en asuntos
de segunda instancia y al revés. Estos últimos, generalmente tienen asignada
30
competencia para conocer de los medios de impugnación, recursos o
inconformidades que se interpongan, contra las resoluciones dictadas por los
jueces de primera instancia.
4. Por la cuantía, en el orden común, la competencia de los juzgados de Paz, en
materia penal, es para conocer, sumariamente, de estos delitos:
ARTÍCULO 11. “Para fijar la competencia cuando deba tener por base la sanción
que la ley señale, se entenderá: I. A la sanción correspondiente al delito mayor, en
caso de acumulación; II A la suma de los máximos de las sanciones de prisión,
cuando la ley disponga que a la correspondiente a determinado delito se
agreguen otra u otras de la misma naturaleza, y III A la sanción de prisión, cuando
la ley imponga varias de distinta naturaleza”:
En materia federal, los Juzgados de Distrito en Materia Penal, conocen de toda
clase de asuntos federales, sin que para ello sea relevante el quantun de la pena
a imponer.
5. En materia federal, los Juzgados de Distrito en el Distrito Federal, limitan su
jurisdicción por el turno semanal. O sea, cada uno de los doce juzgados federales
penales, está en turno una semana, sucesivamente en el año, durante la cual,
reciben todas las consignaciones que envíe el Ministerio Público Federal, además
de las demandas de amparo penal que se presente. Los Tribunales Colegiados y
Unitarios de Circuito en el Distrito (Primer Circuito) y también cuando otro circuito
distinto de éste, se establezcan dos o más tribunales con idéntica competencia y
residencia en un mismo lugar (por ejemplo en Monterrey o en Guadalajara) el
turno rige estableciéndose una oficina de correspondencia común, que recibirá las
promociones, las registrará por orden numérico riguroso, y las turnará
inmediatamente al tribunal que corresponda, de acuerdo con las disposiciones del
Consejo de la Judicatura Federal.
En el orden común, el turno resulta ser aleatorio porque lo fija al azar una
computadora, que distribuye de manera equitativa aunque sin orden
predeterminado, las consignaciones que van a los 66 juzgados penales del
Distrito Federal.
6. El párrafo final del artículo 10 del Código Federal de Procedimientos Penales
establece la competencia para conocer de un asunto, a un juez de distrito distinto
al del lugar de comisión del delito, si por razones de seguridad en las prisiones,
atendiendo a las características del hecho imputado, a las circunstancias
personales del inculpado o a otras que impidan garantizar el desarrollo adecuado
del proceso, el Ministerio Público Federal considera necesario llevar el ejercicio de
la acción penal ante otro juez.
Esto es aplicable también, cuando el juez, de oficio o a petición de parte, estime
necesario trasladar a un procesado a algún centro de reclusión de máxima
seguridad, en los que SERÁ COMPETENTE EL TRIBUNAL DEL LUGAR EN QUE
SE UBIQUE DICHO CENTRO.
7. El otro caso de jurisdicción limitada por la conexidad o atracción, deviene del
mismo artículo 10, párrafo segundo del Código Federal de Procedimientos
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Penales, pues en caso de concurso de delitos, declara que el Ministerio Público
Federal será competente para conocer de los delitos del fuero común que tengan
conexidad con delitos federales, y los jueces federales tendrán, asimismo,
competencia para juzgarlos.
Son delitos conexos, dice el artículo 475 del Código Federal de Procedimientos
Penales:
a) Los cometidos por varias personas unidas;
b) Los cometidos por varias personas, aunque en diversos tiempos y lugares,
pero a virtud de concierto entre ellas;
c) Cuando se ha cometido un delito: para procurarse los medio de cometer otro,
para facilitar su ejecución, para consumarlo o para asegurar la impunidad.
De manera esquemática explicaremos cómo se organiza la justicia penal federal y
local, en nuestro medio.
A)
En materia penal federal (artículo 94 Constitucional) el máximo tribunal de
justicia de la Nación, que actualmente se integra con once Ministros y
funciona en pleno o por Salas, según la competencia del caso concreto
señalada en la ley. Uno de los Ministros será electo democráticamente
por los otros, para desempeñar el cargo de Presidente, durante cuatro
años, sin poder ser reelecto. Respecto a la forma de su designación el
artículo 96 Constitucional, dice: “ Para nombrar a los Ministros de la
Suprema Corte de Justicia, el Presidente de la república someterá una
terna a consideración del Senado, el cual previa comparecencia de las
personas propuestas, designará al Ministro que deba cubrir la vacante. La
designación se hará por el voto de las dos terceras partes de los miembros
del Senado presentes, dentro del improrrogable plazo de treinta días. Si el
Senado no resolviere dentro de dicho plazo, ocupará el cargo de Ministro la
persona que, dentro de dicha terna, designe el Presidente de la República.
En el caso de que la Cámara de Senadores rechace la totalidad de la terna
propuesta, el Presidente de la República someterá una nueva, en los
términos del párrafo anterior. Si esta segunda terna fuera rechazada
ocupará el cargo la persona que dentro de dicho terna designe el
Presidente de la República”:
Cada Sala la integraran cinco Ministros. La Primera Sala, conoce de problemas
de constitucionalidad en asuntos civiles y penales. La Segunda, de
constitucionalidad de asuntos administrativos y laborales.
Los ministros, durarán quince años en su encargo, sólo podrán ser removidos por
incurrir en responsabilidad y durante el cargo no podrá disminuirse su
remuneración. (Requisitos para ser Ministro de la Suprema Corte de Justicia: Ver
supra 2.1.2. A)
También se deposita el ejercicio del Poder Judicial de la Federación, Tribunales
de Circuito y Jueces de Distrito. Artículo 97 Constitucional párrafo primero: “Los
Magistrados de Circuito y los Jueces de Distrito serán nombrados y adscritos por
el Consejo de la Judicatura Federal, con base en criterios objetivos y de acuerdo a
los requisitos y procedimientos que establezca la ley. Durarán seis años en el
32
ejercicio de su encargo, al término de los cuales si fueran ratificados o promovidos
a cargos superiores, sólo podrán ser privados de sus puestos en los casos y
conforme a los procedimientos que establezca la ley”.
En el Distrito Federal, existen en materia penal, cuatro Tribunales Colegiados de
Circuito integrados por tres magistrados, cada uno de ellos y cuatro Tribunales
Unitarios de Circuito, que como su nombre la indica, están presididos por un
magistrado cada uno de ellos.
En términos generales, los Colegiados conocen y resuelven los recursos que se
interpongan contra resoluciones dictadas en amparo indirecto penal, por los
Jueces de Distrito y Tribunales Unitarios de Circuito, y también conocen, en única
instancia, de juicios de amparo directo penal, es decir, del amparo que se hace
valer en contra de resoluciones que constituyen cosa juzgada.
Los Unitarios, también en términos muy generales, conocen y resuelven de los
recursos que se interpongan, en contra de las resoluciones dictadas por los
jueces de distrito, en los procesos penales federales. En los términos de la
recientemente publicada LOPJF, también tienen competencia para conocer de
amparo indirecto, contra resoluciones dictadas por otro Tribunal Unitario, siempre
que no se impugne la sentencia definitiva.
Igualmente, en el Distrito Federal existen doce Juzgados de Distrito, cuatro en
cada uno de los tres Reclusorios Preventivos del Distrito Federal, y tienen
competencia para instruir y resolver procesos penales por delitos del orden
federal, por un lado, y además, conocen, en primera instancia, del juicio de
amparo penal indirecto o biinstancial.
Se deposita también el Poder Judicial de la Federación, para su ejercicio, en el
Consejo de la Judicatura Federa, acordes con el artículo 100 Constitucional, que
tendrá a su cargo la administración, vigilancia, disciplina y carrera judicial del
Poder Judicial de la Federal, con excepción de la Suprema Corte de Justicia de la
Nación y estará integrado por siete miembros: El Presidente de la Suprema Corte
de Justicia de la Nación, que también presidirá el Consejo; un Magistrado de los
Tribunales Colegiados de Circuitos; uno de los Tribunales Unitarios de Circuito; un
Juez de Distrito; dos Consejeros designados por el Senado y uno por el
Presidente de la República.
El Consejo funcionará en Pleno o en comisiones. En Pleno, resolverá sobre la
designación, adscripción y remoción de magistrados y jueces. Salvo el Presidente,
los Consejeros durarán cinco años en su cargo, y no podrán ser nombrados para
un nuevo período.
Por último, el Poder Judicial de la Federación ejerce: a) por el jurado popular de
ciudadanos (artículos 56 a 66 LOPJF) cuya competencia se limita a conocer y
resolver los delitos cometidos por medio de la prensa contra el orden público o la
seguridad exterior o interior de la Nación, que sólo mencionamos de paso, por su
escasa o nula importancia práctica, habida cuenta de que es muy rara su
actuación en el desempeño de sus funciones, y b) Por todos aquellos tribunales
de los Estados y del Distrito Federa, que deben actuar en auxilio de la justicia
federal.
33
B) En el orden común, de acuerdo con el artículo 122 Base Cuarta
Constitucional y 619 del Código de Procedimientos Penales para el Distrito
Federal, la función judicial se ejercerá por el Tribunal Superior de Justicia
del Distrito Federal.
Cada Sala Penal del Tribunal, se compone de tres Magistrados y en términos
generales, conocen y resuelven los recursos interpuestos contra resoluciones
dictadas por Juzgados Penales del orden común y por los Juzgados de Paz, del
Distrito Federal.
De conformidad con el artículo 116 Constitucional, fracción III, párrafo tercero, los
Magistrados deberán reunir los requisitos señalados en las fracciones I a V del
artículo 95 Constitucional serán nombrados por el Jefe de Gobierno del Distrito
Federal, con aprobación de la Asamblea de Representantes, durarán seis años en
su cargo, podrán ser reelectos y si lo fueren, sólo podrán ser privados de sus
puestos por incurrir en responsabilidad oficial, articulo 122 Base Cuarta
Constitucional.
La función judicial en el Distrito Federal, se ejerce por Jueces Penales de Primera
Instancia, distribuidos equitativamente en los tres Reclusorios Preventivos del
Distrito Federal, y Jueces Penales de Paz que están localizados en las diferentes
Delegaciones Políticas del Distrito Federal.
Los primeros, conocen y resuelven, en general, los procesos penales instruidos
por delitos del fuero común. Los de Paz, conocen e instruyen procesos penales ,
en delitos del orden común, cuya pena máxima no rebase los cuatro años de
prisión, o bien cuando estén sancionados con pena diferente a la privativa de
libertad, en términos de los artículos 10 y 11 del Código de Procedimientos
Penales del Distrito Federal.
La administración, vigilancia y disciplina del Tribunal Superior de Justicia del
Distrito Federal, de los juzgados penales y demás órganos judiciales, también en
los términos del artículo 122 II Constitucional, estarán a cargo del Consejo de la
Judicatura del Distrito Federal, que funcionará en Pleno o en comisiones. El Pleno
resolverá sobre la admisión, adscripción y remoción de Magistrados y jueces; se
integrará por siete miembros, uno de los cuales será el Presidente de Tribunal
Superior de Justicia, quien también lo será del Consejo; un Magistrado; un Juez
de Primera Instancia; un Juez de Paz, electos mediante insaculación; dos
consejeros designados por la Asamblea de Representantes y uno por el Jefe del
Gobierno del Distrito Federal, durarán cinco años en su cargo, serán substituidos
en forma escalonada y no podrán ser nombrados para un nuevo período.
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FORMALIDADES ESENCIALES EL PROCEDIMIENTO
El artículo 14 Constitucional, en su párrafo segundo, dispone “nadie podrá ser privado de
la vida, de la libertad... sino mediante juicio seguido ante los tribunales previamente
establecidos, en el que se cumplan las formalidades esenciales del procedimiento...”
Efrain Polo Bernal, dice que las formalidades esenciales del procedimiento, son los
principios rectores que la técnica jurídico procesal da a las partes en un juicio, para la
debida oportunidad de defensa, demandando, probando y alegando ante el juez
competente y en la vía correspondiente, y al juzgador o autoridades competentes le
otorga la facultad de conocimiento, de documentación y justicia, legal resolución.
Juventino V. Castro, incluye a las formalidades esenciales entre las garantías del
procedimiento, al tiempo que Burguoa las coloca entre las garantías de seguridad
jurídica, y las define como “... el conjunto general de condiciones, requisitos, elementos o
circunstancias previas, a que debe sujetarse una cierta actividad estatal autoritaria, para
generar una afectación válida, de diferente índole, en la esfera del gobernado, integrada
por el summun de sus derechos objetivos”.
Estas formalidades, se identifican como los cauces jurídicos para que los sujetos de la
relación procesal penal, hagan valer sus pretensiones, ofrezcan y desahoguen las
pruebas que a sus intereses favorezcan, con el fin de obtener una resolución ajustada a
la ley, en la que se resuelva el conflicto de intereses, tomando en consideración las
cuestiones planteadas, debatidas y probadas.
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Es característico de los Estados de derecho, el que se otorgue audiencia al inculpado, en
un juicio en el que se cumplan las formalidades esenciales del procedimiento, ante
tribunales previamente establecidos y se juzgue con leyes expedidas con anterioridad al
hecho imputado, dando así a las partes, la debida oportunidad de ofrecer pruebas, de
alegar y de que estos y aquellas, se tomen en consideración con la autoridad que va a
dirimir la controversia.
Contempladas desde otro ángulo las formalidades esenciales del procedimiento, debe
decirse que la autoridad, por su lado, al emitir todo acto, se obliga a notificarlo a las
partes y otorgarles una dilación probatoria para que puedan estar en condiciones de
exponer sus razonamientos y consideraciones legales pertinentes, documentando el
procedimiento de audiencia que se otorgue, y dictando conforme a la ley, la resolución
respectiva, puesto que el no hacerlo, produce violaciones directas a la Carta
Fundamental.
La consecuencia del cumplimiento de las formalidades esenciales del procedimiento,
está constituida por la garantía de debido proceso legal. En la actualidad, existe
uniformidad en la ley, la doctrina y la jurisprudencia, en el sentido de que debe otorgarse
el máximo de defensa al inculpado, (inclusive en caso de que por ello, se encuentre en
conflicto con alguna otra garantía, como podría ser la de pronto proceso) estableciendo
dentro del debido proceso, en acatamiento a la garantía individual, las formalidades
esenciales del procedimiento, para evitar la indefensión.
Puede concluirse diciendo que las formalidades esenciales del procedimiento, están
integradas fundamentalmente por la garantía de audiencia, que se resuelve en otorgar al
inculpado, pero también a las demás partes, no sólo el derecho a ser oídos en juicio,
sino además, aportar las pruebas que acrediten su dicho, y a que sean consideradas por
la autoridad, al dictarse la resolución correspondiente.
Este derecho público subjetivo, no es ajeno a nuestra vida jurídica nacional, pues se
consagró desde los primeros ordenamientos constitucionales del país. Por ejemplo:
El artículo 28 del Decreto Constitucional para la Libertad de la América Mexicana,
sancionado en Apatzingán el 22 de octubre de 1814, decía: “Son tiránicos y arbitrarios
los actos ejercidos contra un ciudadano sin las formalidades esenciales de ley”.
La Constitución de Cádiz, que estuvo vigente en la Nueva España durante la Colonia,
establecía en su artículo 244: “Las leyes señalarán el orden y las formalidades del
procedimiento, que serán uniformes en todos los tribunales, ni las cortes ni el rey podrán
dispensarlas”.
Estos son los más antiguos precedentes de la garantía constitucional que otorga ahora el
artículo 14 Constitucional.
IMPARCIALIDAD DE LAS RESOLUCIONES Y LA SUPLENCIA DE LAS DEFICIENCIAS
DE LA DEFENSA.
El órgano de la jurisdicción, aunque parezca verdad de perogrullo, sólo se ocupa de
dictar actos jurisdiccionales (en algunos casos de verdadera excepción, el juez no emite
resoluciones sino acaso, opiniones, como en tratándose de la calificación de la quiebra, y
36
las recomendaciones que dicta en asuntos de extradición y las opiniones que emite al
ejercitar la facultad que confiere el párrafo segundo del artículo 97 Constitucional a la
Suprema Corte).
Los actos jurisdiccionales se denominan resoluciones y éstas, se clasifican en autos y
sentencias (en el orden común se alude también a decretos).
Los primeros, deben contener una síntesis de la materia que tratan y la resolución del
juez, precedida de su motivación y fundamento legal. Artículo 96 del Código Federal de
Procedimientos Penales y 72 párrafo tercero del Código de Procedimientos Penales del
Distrito Federal.
Por ejemplo, un auto, diría esto: “agréguese al expediente el escrito del defensor del
inculpado, por el que ofrece pruebas en favor de su cliente (ésta sería la síntesis de la
materia a tratar). Con apoyo en los artículos 150 y 206 del Código Federal de
Procedimientos Penales ( naturalmente este sería el fundamento legal de la resolución)
estando en tiempo, (esta sería la motivación del acto jurisdiccional) se admiten las
probanzas ofrecidas y se señalan las diez horas del día quince del actual, para su
desahogo, debiendo citarse a los testigos, en los domicilios que proporciona el oferente
de la prueba” (finalmente, éste sería el acuerdo o resolución del juez).
Las sentencias, son las resoluciones que terminan con la instancia, dirimiendo la
controversia sometida al conocimiento del juez, tanto en lo principal, como en las
cuestiones accesorias surgidas en el proceso. Artículo 94 del Código Federal de
Procedimientos Penales y 71 del Código de Procedimientos Penales para el Distrito
Federal.
Los decretos más bien son resoluciones judiciales de mero trámite. Artículo 71 del
Código de Procedimientos Penales para el Distrito Federal.
Doctrinariamente se mencionan las sentencias interlocutorias, que son resoluciones
judiciales que dirimen cuestiones incidentales del proceso. En otro tipo de
procedimientos, como los civiles o laborales, se reconocen estas sentencias
interlocutorias, pero el proceso penal solo se integra, como se señala, con resoluciones
judiciales denominadas decretos, autos o sentencias.
Pues bien, es de vital importancia, que cada resolución judicial desde un simple decreto,
hasta la más grave sentencia, estén presididos por la imparcialidad de la autoridad que la
dicta, dejando atrás favoritismos e intereses personales que perturben la buena marcha
de la justicia. Eduardo J. Couture, procesalista Uruguayo, dice que los ciudadanos no
tenemos derecho adquirido a la sabiduría del juez, pero si lo tenemos a su
independencia, a su autoridad y a su responsabilidad, y agrega que la obra de los jueces
es, en el despliegue jerárquico de preceptos jurídicos, un grado avanzado de la obra de
la ley; y la jurisdicción, como función pública de hacer justicia, es la que asegura la
continuidad del orden jurídico y por ello, la preservación del orden social.
La buena administración de justicia que se espera del órgano jurisdiccional, exige el
dictado de resoluciones desprovistas de mala fe o motivadas por mezquinos intereses,
como base de la rectitud del juicio de la autoridad. El juez sólo es la boca que pronuncia
las palabras de la ley, decía Montesquieu, estimando que desde este ángulo, la
imparcialidad de la autoridad como aplicadora de la norma, debe regirse únicamente por
37
su inteligencia, lo que resulta un acierto, aunque modernamente se considere que las
resoluciones judiciales, en tanto son producto de la interpretación y aplicación de la ley,
no pueden prescindir, además de la inteligencia, de la voluntad del juzgador.
El equilibrio de las partes en el proceso penal, es signo constante en los sistemas de
procesamiento acusatorios, en aras del cual deben otorgárseles iguales ventajas
procesales, de manera que ninguna de ellas quede en estado de indefensión.
No obstante, tradicionalmente se ha estimado que en la realidad, el inculpado resulta ser
la parte débil de la relación procesal penal y, en esas condiciones, se ha procurado
restablecer el equilibrio procesal, otorgando a él y a su defensor, alguna ventaja que
ponga a las partes en la misma situación de igualdad.
Estas ideas no se aceptan de manera unánime en la doctrina procesal penal, y al
contrario, se piensa que el otorgamiento de alguna ventaja al inculpado o a su defensor,
se traduce en un claro desequilibrio de las partes, que permite tener privilegios a una,
que le son negados a la otra, lo que conduce, como en el caso de la suplencia en la
deficiencia de la queja, por negligencia, ignorancia o falta de atingencia de la defensa, a
que el órgano jurisdiccional realice, al margen de la imparcialidad que debe regir su
actuación, labores defensivas, que sólo son permitidas en un régimen inquisitivo.
Los que así piensan, quizás olvidan o prefieren no darse cuenta, de que el Ministerio
Público en la relación procesal penal y por disposición legal, se le conceden una serie de
ventajas que también estrictamente, pudiera pensarse que rompen el equilibrio procesal.
El Doctor García Ramírez, sin duda uno de los más completos y mejores exponentes en
nuestro país, de la totalidad de las disciplinas penales, dice: “Parte privilegiada es el
Ministerio Público en razón del estado de ventaja, indudable, en que se encuentra con
respecto al inculpado. Esto acontece en situaciones diversas que recordaremos: Al
Ministerio Público se pueden entregar los expedientes para que los estudie fuera del
local del juzgado, pero no a la otra parte ( artículo 23 del Código Federal de
Procedimientos Penales y 15 del Código de Procedimientos Penales para el Distrito
Federal; el erario público soporta los gastos de diligencias promovidas por el Ministerio
Público, no así los de las solicitadas por el inculpado, salvo que el Ministerio Público
haga suya esa solicitud (artículo 36 del Código Federal de Procedimientos Penales y 23
del Código de Procedimientos Penales para el Distrito Federal); en ausencia del
juzgador, la policía de audiencias se ejercita por el agente del Ministerio Público
(artículos 93 del Código Federal de Procedimientos Penales y 63 del Código de
Procedimientos Penales del Distrito Federal); ciertas resoluciones cuyo éxito reclama
sigilo (cateo, aprehensión, providencias precautorias, aseguramiento, etc.) sólo se
notifican al Ministerio Público (artículo 105 del Código Federal de Procedimientos
Penales); al promoverse cuestión de competencia, de oficio, por un tribunal, se ordena
que resuelva oyendo previamente al Ministerio Público, pero no se dispone que él oiga al
inculpado (artículo 431 del Código Federal de Procedimientos Penales), y dispone en
general, el Ministerio Público, tiene en materia de competencias una intervención
superior a la del inculpado, lo que ilustra con el artículo 455 del Código de
Procedimientos Penales para el Distrito Federal, que prohibe a los tribunales entablar o
sostener competencia alguna sin audiencia del Ministerio Público; determinadas
decisiones del Ministerio Público vinculan la suerte del proceso y obligan a sobreseer;
desistimiento de la acción y conclusiones no acusatorias (artículos 298 del Código
Federal de Procedimientos Penales y 323 del Código de Procedimientos Penales para el
38
Distrito Federal, éste sólo para las inacusatorias); además las conclusiones del Ministerio
Público precisan y limitan la posibilidad decisoria del juez, lo que no ocurre con las
conclusiones de la defensa; la suspensión del procedimiento sólo puede ser pedida por
el Ministerio Público (artículo 472 del Código Federal de Procedimientos Penales y 481
del Código de Procedimientos Penales para el Distrito Federal).
Estas son sólo algunas de las ventajas que anota el autor citado, reconocidas por la ley
en favor del Ministerio Público, pero no agotan la lista, porque además, existe la potestad
reconocida al órgano de la acusación, para escoger y asignar competencia al juez, en
caso de seguridad en las prisiones (artículo 10 del Código Federal de Procedimientos
Penales) y otras más, aun cuando la ventaja mayor de la acusación, que no menciona la
ley, pero que no podría negarse, es el cautiverio en que se halla el inculpado durante el
procesamiento, es decir, la prisión preventiva, que además de todo, le resta la posibilidad
de proveer por sí mismo a su defensa, buscando personalmente, como protagonista
principal del drama penal, los medios probatorios que acrediten su inocencia.
Por eso estimamos que la queja deficiente de la defensa del inculpado, con
independencia de las protestas de los siempre inconformes, debe ser suplida por el
órgano jurisdiccional, por las argumentaciones señaladas y por dos razones adicionales,
la primera, para auxiliar a que se haga efectiva la garantía constitucional de defensa
adecuada del inculpado (artículo 20 fracción IX Constitucional) y, además, porque
modernamente la justicia material, que no la formal, se orienta hacia el reconocimiento
de las injusticias económicas y sociales, la desigualdad en la distribución de la riqueza, la
explotación del trabajo ajeno y tiende a eliminar privilegios derivados de la mejor
preparación cultural o prejuicios de raza, religión, de clase social o de ideas políticas,
para resolver en justicia, tomando en cuenta todas estas cuestiones que no pueden ser
ajenas a los fines del proceso penal.
Por su lado, la ley ha atemperado los formulismos excesivos y las exigencias de
expresión, en todos los campos del derecho, evitando en materia procesal penal, la
innecesaria dilación de los procesos y procurando su simplificación, pensando que al
final, lo que interesa es asegurar la juridicidad de las resoluciones judiciales y ello se
garantiza siguiendo la autoridad de las normas que rigen su actuación. Así establece que
la inconformidad manifiesta contra una resolución judicial, implica la interposición del
recurso que proceda (artículo 409 del Código de Procedimientos Penales para el Distrito
Federal); que no se entenderá consentida una resolución judicial, sino cuando notificada,
se conteste expresamente de conformidad o se deje pasar el término señalado para la
interposición del recurso que proceda (artículo 79 del Código de Procedimientos Penales
para el Distrito Federal) y, los múltiples casos en que se autoriza la actuación oficiosa del
juez para encausar el proceso penal, para cambiar la clasificación del delito o para
allegarse pruebas para mejor proveer.
Algo más que debe resaltarse, es la presunción de inocencia, en relación con la cual,
Hernando Londoño Jiménez dice: “La validez de este principio, desde la sola atribución a
una persona de un hecho punible, hasta la declaración jurisdiccional de responsabilidad
penal mediante sentencia ejecutoriada, entraña de por sí una filosofía tan profunda, tan
humana y espiritista del proceso, que de no olvidarse de dicho postulado cuando se
analiza y se juzga la conducta del hombre frente a la ley penal, la justicia cumpliría mejor
y más rápidamente su sagrada misión de dar a cada uno lo suyo.”
2.2. PARTES
39
Concepto de parte
Un problema que preocupa a muchos procesalistas, es el concerniente a determinar, si
las partes que como tales figuran en el proceso civil, pueden equipararse,
conceptualmente, a las que participan en el proceso penal.
Mucho se discute en la doctrina, acerca del concepto de “parte procesal” y ríos de tinta
se han escrito, para averiguar si el concepto civil de parte, puede ser trasplantado al
proceso penal.
Es claro que este concepto de partes procesales, sólo atañe al sistema de
procesamiento acusatorio, que distingue claramente los órganos de juzgamiento,
acusación y defensa, pues en el inquisitivo, estas funciones no se hallan diferenciadas, y
una sola persona u órgano, puede desempeñarlas, resultando ocioso plantear el
problema a que nos referiremos.
Nuestra legislación procesal penal, con frecuencia alude a las partes, a veces de manera
descuidada, o confusa, o sin precisarlas, y otras incluyendo entre ellas, además del
Ministerio Público, al inculpado y al defensor, al ofendido y a la parte civil, sin fijar una
posición. Así por ejemplo, cuando alude a: “parte ofendida”, en los artículos 263, 360,
568 III y 264 del Código de Procedimientos Penales para el Distrito Federal; “a petición
de parte” en los artículos 10, 124 Bis, 277, 298 VIII, 300 del Código Federal de
Procedimientos Penales y 139, 183, 285 Bis, 663 del Código de Procedimientos Penales
para el Distrito Federal; parte inicial en el artículo 537 CDF; “Parte legítima”, en los
artículos 364 CFPP y 15, 505 CDF; “Alguna de las partes”, en los artículo 208, 217, 261,
270 etc. del Código Federal de Procedimientos Penales y 151, 220, etc. CDF; “El
Ministerio Público conciliará a las partes”, en el artículo 2 Frac. X del Código Federal de
Procedimientos Penales; “El juez y las partes”, en el artículo 174 del Código de
Procedimientos Penales para el Distrito Federal, etc.
Pero claro que no es bastante para que lo sean, con que la ley las denomine “partes”,
razón por la que debe averiguarse si por su naturaleza, realmente lo son.
En este copioso examen del tema, se descubren múltiples puntos de vista, desde
quienes niegan que haya partes en el proceso penal, argumentando que sólo puede
hablarse de ellas, donde hay intereses contrarios, porque las partes se contraponen en el
proceso y cada una de ellas concurre a defender sus propios intereses ya que en un
proceso de partes, por su definición, hay contienda de intereses en la que los
intervinientes, cuentan con iguales medios.
En cambio, dicen, nada de esto ocurre en el enjuiciamiento penal, porque con frecuencia
el Ministerio Público coincide con los intereses del inculpado, como cuando pide su
absolución, solicita el sobreseimiento, o formula conclusiones de no acusación, además
de que no representa intereses propios, sino que tiene a cargo por mandato
constitucional, la representación de los intereses sociales.
Por otro lado, hay quienes estiman que el proceso penal es de una sola parte: el
inculpado, ya que el Ministerio Público es un órgano del Estado y como tal, no puede
asumir una actitud parcial en el proceso. En sentido material, agregan, el Ministerio
Público nunca es parte porque, como se ha dicho, no defiende en juicio derechos que le
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sean propios, sino ajenos, aunque sólo en sentido formal será parte, en tanto se oponga
al inculpado, en la actividad procesal. Por lo demás, el defensor tampoco es parte
procesal, porque más bien su posición es la de representante del inculpado que, en todo
caso, es quien figura como parte.
Finalmente, se asegura que en el proceso penal no hay partes en el sentido procesal civil
de la expresión, aunque parece que la opinión dominante, admite la existencia de partes
sólo formalmente, no en el aspecto material, o sea, el Ministerio Público figura impropia o
formalmente como parte, en cuanto se opone al procesado en la actividad del proceso,
pero por lo demás es un órgano público, algunos dicen de buena fe, que hace valer la
pretensión del Estado, pero que se dirige a la actuación del Derecho sustantivo, por un
interés público, superior, y no de parte.
Por lo que a nosotros toca, al carecer de interés la polémica anterior para los efectos del
estudio que emprendemos, que no se altera un ápice si la eludimos, hablaremos mejor
de los sujetos de la relación procesal penal, en el concepto de que si utilizamos
eventualmente la expresión “parte”, producto de la costumbre adquirida por contagio de
la ley y en buena medida de la doctrina ya mencionada.
2.2.2. EL MINISTERIO PÚBLICO
Corresponde en este momento, referirnos al Ministerio Público, que junto con el órgano
jurisdiccional del que ya hablamos, constituye otro de los sujetos indispensables de la
relación procesal penal.
También denominado Representante Social, (en tanto defensor de los intereses de la
sociedad) o Fiscal, (como una reminiscencia del Derecho Inglés, en el que se
designaban Fiscales por el monarca, para cobrar coactivamente, a los súbditos de la
Corona, que no pagaban voluntariamente sus contribuciones a los gastos públicos),
reconoce su fundamento en el artículo 21 Constitucional, al estatuir imperativamente,
que la investigación y persecución de los delitos, incumbe al Ministerio Público el cual se
auxiliará con una policía, que estará bajo la autoridad y mando inmediato de aquél.
Esta disposición constitucional, permite que con exclusión de cualquiera otra persona o
institución, el Ministerio Público se encargue de la averiguación y persecución de los
delitos.
Históricamente, se buscan los orígenes del Ministerio Público en Grecia, donde existió la
acusación privada, en la que, el directamente ofendido por el delito, deducía su acción
contra el agresor, ante el tribunal de los Heliastas.
No es difícil imaginar los inconvenientes que esto trajo. Es un hecho, que no todos
contamos con la misma facilidad de persuasión, para defender nuestro derecho, que en
ocasiones es superada por la habilidad del transgresor; a veces el poder del infractor, ya
físico, económico o en maldad, supera al del agredido; otras, el mismo dolor producido
por la afrenta, impide una defensa cálida y convincente del derecho atropellado; en fin,
todas estas y otras cuestiones similares, pueden propiciar la impunidad del delincuente y
la recepción de su conducta agresora.
Para salvar esos obstáculos, surge la acusación popular, en la que un representante de
la comunidad, llevaba la voz de la inculpación. En esta etapa que se lee en los vivos
41
relatos del derecho romano, descuellan oradores fogosos que, como Cicerón, Catalina,
Catón, con implacable celo defienden el derecho del agraviado en encendidos discursos
plagados de citas jurídicas y sostenidos por los razonamientos legales incendiarios de
sus autores, algunos de los cuales todavía nos conmueven al repasarlos.
A esta época, sucede la de la acusación por parte del Estado, que se sustenta en una
idea diferente. En efecto, la persecución de los delitos deviene una función de vital
importancia para la conservación del orden social que debe prestar el Estado, para evitar
el regreso a épocas bárbaras de la humanidad, como la venganza privada o el Talión.
Originalmente, de manera equívoca, se confiere la persecución del delito al propio juez,
dando paso a la más inhumana inquisición y es hasta el advenimiento de la
acusatoriedad, cuando se independiza la función de juzgar, de la persecutoria, y se
entrega su ejercicio a una institución diferente de la judicial.
De aquí parte, seguramente, la conformación de la institución del Ministerio Público, en
la forma en que hoy la conocemos.
La doctrina encuentra sus antecedentes en Francia, si bien adosados a un conjunto de
características obtenidas de nuestra propia experiencia mexicana, tales como la doble
función de titular de la acción persecutoria del delito y, al mismo tiempo, jefe de la policía
ministerial, a cuyo cargo se encuentra la consecución de los elementos, con base en los
que decidirá si ejercita la acción penal; otra característica mexicana, no menos
importante y cuya constitucionalidad si habría de examinar en lugar aparte, consisten en
que siendo un órgano del Ejecutivo, realiza no obstante, actos de innegable carácter
jurisdiccional, como precisamente la determinación de si ejercita la acción penal, cuya
titularidad detenta.
La revolución francesa de 1789, trajo como consecuencia el derrumbe de las prácticas
procesales inquisitoriales y la entronización de algunas ideas del procesamiento ingles,
claramente de corte acusatorio, como una reacción natural del pensamiento liberal
propio de la época.
De esta forma, se estableció un Jurado de Acusación elegido por el voto popular, cuya
misión era formular acusación de oficio o por virtud de una denuncia del afectado,
representando no ya al Estado, sino a la sociedad que eligió al Jurado.
Junto a él, se instituyó el Jurado de juicio, encargado de instruir el proceso penal, con lo
cual quedó, de hecho, realizada la separación de las funciones: acusatoria y de
juzgamiento.
En nuestro país, a pesar de que desde la Constitución de 1824 se hablaba ya de un
Ministerio Fiscal, es la Ley de Jurados de Juárez, de 1869, la que por primera vez habla
del Ministerio Público, sin asignarle funciones especificas. Esas funciones reales del
Ministerio Público se conocieron y delinearon, hasta la Ley Orgánica del Ministerio
Público, de 1903, durante el gobierno de Porfirio Díaz, en que se le separa de la
administración de justicia y se le otorga la titularidad de la acción penal, poniendo a la
cabeza de la institución al Procurador de Justicia.
El artículo 21 Constitucional, como se ha visto, otorga modernamente el pefil, que da
características especiales al Ministerio Público, como un órgano del Estado al que
42
incumbe en exclusiva, por mandato constitucional, la investigación y persecución de los
delitos, mediante el ejercicio de la acción penal, ante la autoridad jurisdiccional, con el
auxilio de la policía que estará bajo su autoridad y mando directo, y las demás funciones
que específicamente le encomienda la ley.
Es importante traer a colación el mensaje que dirigió el Presidente Venustiano Carranza
al Constituyente de Querétaro, a propósito de la aprobación del artículo 21 Constitucional
mencionado. Decía: “... Pero la reforma no se define allí, sino que propone una
innovación que de seguro revolucionará completamente el sistema procesal que durante
tanto tiempo ha regido en el país, no obstante todas sus imperfecciones y deficiencias.
Las leyes vigentes, tanto en el orden federal como en el común, han aceptado la
institución del Ministerio Público, pero esta adopción ha sido nominal, porque la función
asignada a los representantes de aquél, tiene un carácter meramente decorativo para la
recta y pronta administración de justicia. Los jueces mexicanos han sido, durante el
periodo corrido desde la consumación de la independencia hasta hoy, iguales a los
jueces de la época Colonial; ellos son los encargados de averiguar los delitos y buscar
las pruebas, a cuyo efecto, siempre se han considerado autorizados para emprender
verdaderos asaltos contra los reos, lo que, sin duda alguna, desnaturaliza las funciones
de la judicatura. La sociedad entera recuerda horrorizada los atentados cometidos por
los jueces que, ansiosos de renombre, veían con verdadera fruición que llegase a sus
manos un proceso que les permitiese desplegar un sistema completo de opresión, en
muchos casos contra personas inocentes y en otros, contra la tranquilidad y el honor de
las familias, no respetando en sus inquisiciones las barreras mismas que
terminantemente establecía la ley. La misma organización del Ministerio Público, a la vez
que evitará ese sistema procesal tan vicioso, restituyendo a los jueces toda la dignidad y
toda la respetabilidad de la magistratura, dará al Ministerio Público toda la importancia
que le corresponde, dejando exclusivamente a su cargo, la persecución de los delitos, la
busca de los elementos de convicción que ya no se hará por procedimientos atentatorios
y reprobados y la aprehensión de los delincuentes. Por otra parte, el Ministerio Público
con la policía judicial represiva a su disposición, quitará a los presidentes municipales y a
la policía común, la posibilidad que hasta hoy han tenido, de aprehender a cuantas
personas juzguen sospechosas, sin más mérito que su criterio particular. Con la
institución del Ministerio Público, tal como se propone, la libertad individual quedará
asegurada, por el artículo 16 constitucional, nadie podrá ser detenido sino por orden de
la autoridad judicial, la que no podrá expedirse sino en los términos y con los requisitos
que el mismo artículo exige.”
En consonancia con nuestro sistema de gobierno, que nos conforma como una república
democrática, representativa y federal, integrada por Estados libres y soberanos en todo
lo concerniente a su régimen interior, pero unidos en una Federación, contamos con un
Ministerio Público Federal, que se ocupa fundamentalmente de la persecución de los
delitos federales, y un Ministerio Público local, que tiene como propósito esencial
perseguir los delitos del orden común.
El fundamento constitucional, por tanto, lo encontramos en el invocado artículo 21,
Constitucional y en los artículos 102, A) y 122 Constitucional Base Quinta inciso D.
El artículo 102 apartado A, dispone que los funcionarios del Ministerio Público Federal
serán nombrados y removidos por el Ejecutivo; estarán presididos por un Procurador
General de la República, que también designará el Titular del Ejecutivo Federal, con
ratificación del Senado o, en sus recesos, de la Comisión Permanente; fija los requisitos
43
para ser Procurador; y, le encomienda la persecución, ante los tribunales, de todos los
delitos del orden federal.
La otra disposición señala que el Ministerio Público en el Distrito Federal, estará a cargo
de un Procurador General de Justicia.
La literatura procesal penal, atribuye al Ministerio Público las siguientes características:
a)
Unidad o jerarquía, en tanto todos los funcionarios que lo integran, forman un
solo órgano y reconocen una sola dirección, con lo cual se evita la anarquía y
se propicia el cumplimiento de los fines de la Institución;
b)
Indivisibilidad, en la medida en que ante cualquier tribunal, sus Agentes
representan a una misma Institución, o como dice el jurista Juventino V.
Castro, a la pluralidad de la Institución: unidad en la diversidad, con lo que se
evita que se fraccionen sus actuaciones, y
c)
Irrecusabilidad, porque dentro de un proceso no puede recusarse el Ministerio
Público como Institución, aunque nada se opone a que sean recusados sus
agentes, en cuanto personas individuales, en el caso de estar impedidos para
intervenir en un caso concreto.
La legislación secundaria ha signado un doble papel al Ministerio Público:
Como autoridad, al asumir la titularidad del primer procedimiento penal, que es la
averiguación previa, con todas las implicaciones que ello apareja, como la realización de
actos de imperio, es decir, aquellos para cuya validez no requiere el concurso de la
voluntad de los particulares, o la procedencia del juicio de amparo en contra de los actos
que en dicho procedimiento penal realice, con excepción hasta ahora, de la omisión en
ejercitar la acción penal.
El carácter de autoridad, al momento de ejercitar la acción penal ante el juez, lo pierde el
Ministerio Público, para convertirse, por ese hecho sólo en una parte procesal.
En referencia a las atribuciones del Ministerio Público, no puede soslayarse la alarma
que produce en los estudiosos del tema, la múltiple y variada gama de funciones que de
manera increíble ahora le están encomendadas.
Como hemos visto, el Mensaje del Presidente Carranza al Constituyente de Querétaro
de 1917, sin embargo reconoció que las leyes federales y comunes, expedidas con
anterioridad en nuestro país, habían aceptado al Ministerio Público pero sólo
nominalmente, porque en la realidad, era una figura decorativa en el proceso penal y en
cambio, los jueces mexicanos, desde la Independencia, habían sido investigadores de
los delitos, recolectores de pruebas por procedimientos atentatorios y reprochados, e
inquisidores en la obtención de confesiones.
La aprobación del artículo 21 Constitucional, trajo como resultado la limitación más o
menos aceptable, de las funciones encomendadas al juez, que no son otras que las de
realizar actos de jurisdicción, con lo cual se procuró restituirle, para decirlo en palabras
del Mensaje de Carranza, toda su respetabilidad.
44
En cambio, se ha producido un fenómeno inverso en lo que mira al Ministerio Público,
pues ha sido investido de tantas funciones, que se ha propiciado, una verdadera
desnaturalización del órgano de la acusación por excelencia.
Algunas de esas funciones, totalmente ajenas a la original de perseguir los delitos,
enlista García Ramírez de esa forma: El Procurador General de la República participa en
el llamado Consejo de Ministros, para la hipótesis de suspensión de garantías, en caso
de invasión, perturbación grave de la paz pública, o de cualquier otro que ponga a la
sociedad en grave peligro o conflicto (artículo 29 Constitucional); el Ministerio Público
Federal es representante jurídico de la Federación en todos los casos en que ésta sea
parte; interviene en los casos de diplomáticos y cónsules generales (artículo 102
Constitucional); es custodio de la legalidad, en cuanto debe promover lo necesario para
la buena marcha de la administración de justicia, incluyendo la denuncia de las
irregularidades de los juzgadores (artículo 102 Constitucional párrafo segundo); el
Procurador General de la República, intervendrá personalmente en todas las
controversias y acciones a que se refiere el artículo 105 constitucional (artículo 102
constitucional párrafo tercero).
También intervendrá denunciando las leyes contrarias a la Constitución, promoviendo su
reforma, denunciando la contradicción de tesis sustentadas por la Suprema Corte o los
Tribunales Colegiados de Circuito; el Ministerio Público interviene en los juicios de
amparo para preservar la legalidad; interviene en el orden común, para investigar, hacer
cesar y promover el castigo de las detenciones arbitrarias; interviene en el control de la
manifestación de bienes de los servidores públicos; investiga los casos de
enriquecimiento ilícito, interviene en asuntos civiles y familiares (divorcios, sucesiones,
nombramiento de tutores o curadores, enajenación de bienes de menores o
incapacitados y transacciones acerca de sus derechos, informaciones ad perpetuam,
representa a los ausentes, etc.); en materia de nacionalización de bienes; en la represión
internacional contra la delincuencia; en casos de extradición; en ejecución de tratados
sobre repatriación de sentenciados; en actividades de orientación social, legal y juvenil,
en favor de los habitantes del Distrito Federal y particularmente de las víctimas del delito;
en prestar asesoría al ofendido y víctimas del delito etc.
Según parece, hace falta una nueva revolución procesal, pero ahora no para llevar a su
correcto sitial al juez, sino para cortar muchos de los tentáculos que significan las
demesuradas atribuciones del Ministerio Público, y restituirlo en el justo lugar que le
asigna la Constitución.
Legalmente, la Procuraduría General de la República se rige en cuanto a su organización
y funcionamiento, por la Ley Orgánica de la Procuraduría General de la República
(LOPGR) y su Reglamento; y la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal
(PGJDF), por la Ley Orgánica de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal
(LOPGJDF) y su Reglamento.
2.2.3. ORGANO DE LA DEFENSA
Nos ocuparemos, a continuación, del órgano de la defensa que se integra, por el
inculpado y su defensor.
El artículo 20 fracción IX Constitucional, establece que en todo proceso penal, tendrá el
inculpado las siguientes garantías: “Desde el inicio de su proceso será informado de los
45
derechos que en su favor consigna esa Constitución y tendrá derecho a una defensa
adecuada, por sí o por abogado, o por persona de su confianza. Si no quiere o no puede
nombrar defensor, después de haber sido requerido para hacerlo, el juez le designará un
defensor de oficio. También tendrá derecho a que su defensor comparezca en todos los
actos del proceso y éste tendrá obligación de hacerlo cuantas veces se le requiera”.
Característica del sistema de procedimiento acusatorio, como hemos afirmado en otro
lugar, es la existencia del órgano de la defensa en el enjuiciamiento, de manera
independiente a la acusación y al órgano de juzgamiento.
La garantía individual de defensa adecuada para el inculpado, la extiende nuestra propia
Carta Fundamental, por virtud del contenido de la fracción X, párrafo cuarto del artículo
20 ya transcrito, no solamente al proceso penal, sino a la averiguación previa del
Ministerio Público, al establecer que las garantías previstas en la citada fracción IX,
serán también observadas durante este procedimiento penal de averiguación previa, en
los términos y con los requisitos y límites que las leyes establezcan.
Conforme se advierte de la disposición constitucional, el inculpado puede proveer por sí
a su defensa, con lo que se conforma que este vértice del triángulo procesal, queda
integrado tanto por el inculpado, como por su defensor.
Por ello, para conseguir orden en la exposición, aludiremos primero al inculpado y
seguidamente hablaremos del defensor.
A)
SUJETO ACTIVO DEL DELITO
a) Su concepto y diversas denominaciones. El inculpado, obviamente, no solo es
un sujeto indispensable de la relación procesal penal, sino a no dudarlo, es el
principal actor de él. Surge el inculpado, en el momento mismo en que a
alguien se atribuye, en la denuncia o querella, participación en la realización
del delito.
Hay que distinguir, desde luego, entre el sujeto activo del delito y el inculpado, pues aun
cuando a primera vista pudieran confundirse y a menudo se trate efectivamente de la
misma persona, la realidad es que debe establecerse con claridad su diferencia, pues no
necesariamente y por eso no siempre, se trata del mismo sujeto.
El sujeto activo del delito es quien participó, de algún modo, en la comisión del hecho
delictivo, es decir, es la persona física que como autor, partícipe o encubridor, intervino
en la comisión del delito.
En cambio, el inculpado por el delito puede serlo una persona que de ninguna manera
haya participado en la realización del hecho delictivo, un inocente, una víctima del error o
la calumnia. Por eso, aun cuando suele converger en el sujeto activo del delito, la calidad
de inculpado, eventualmente puede inculparse a un inocente, es decir, a alguien ajeno al
delito, de ahí que pueda tratarse de sujetos diferentes y de ahí que
valga hacer la diferenciación, quedando claro que no siempre el inculpado es el sujeto
activo del delito.
Todavía una parte de la doctrina insiste en la discusión acerca de si las personas
morales o jurídicas, podrían ser inculpadas por un delito, argumentando que solamente a
46
los autores de los delitos, en obsequio al mandato constitucional que impide la aplicación
de penas trascendentales, puede imponérseles alguna pena, y en el caso, el Código
Penal señala sanciones que pueden ir desde la suspensión, hasta la disolución de las
sociedades mercantiles, cuando se estime necesario para la seguridad pública (artículo
11 del Código Penal).
Nosotros descartamos esa posibilidad, por varias razones que parecen concluyentes. En
primer término, porque es requisito para que pueda enjuiciarse a alguien, que ese
alguien tenga el mínimo de condiciones de salud y desarrollo mental al cometer el hecho
delictivo, que le permitan ser sujeto del reproche penal, cuestión de la que sería ocioso
investigar, tratándose de una persona moral; o sea, la imputabilidad sólo puede
concebirse en una persona física.
A la manera del artículo 13 VII del Código Penal, entendemos la imputabilidad como la
capacidad del individuo. al cometer el delito, de comprender el carácter ilícito de éste y
de conducirse de acuerdo con esa comprensión.
Por lo demás, en relación a los fines tradicionalmente reconocidos a la pena, es decir, la
aflicción, la prevención general y particular y la readaptación social del delincuente,
malamente podrían ser referidos a alguien que no fuera una persona física.
Por idénticas razones, no pueden figurar como inculpados, pues, los inimputables, los
toxicómanos en lo que toca al delito contra la salud en sus modalidades de adquisición y
posesión de estupefacientes o psicotrópicos (artículos 523 a 527 del Código Federal de
Procedimientos Penales), los muertos, sus sucesores testamentarios o legítimos, los
animales, ni los objetos.
Conviene añadir que no debe confundirse al sujeto activo del proceso, con el inculpado.
Aquél es el que ejercita la acción, es el actor en el proceso penal.
En todo proceso, sea de la índole que fuere, existe un actor y un demandado; el primero
es el titular de la acción que ejercita en el juicio, precisamente en contra del demandado
que ocupa el sitio de destinatario de la acción, contra él dirígese la acción ejercitada.
En el proceso penal, quien ejercita la acción penal es su único titular, el Ministerio
Público, por eso ocupa el lugar de sujeto activo del proceso. El inculpado, en cambio, o
sea persona en contra de quien se endereza la acción penal por el Ministerio Público, es
lógicamente el sujeto pasivo del proceso penal.
Inculpado, para buscar definirlo, es la persona física imputable, en contra de quien se
dirige la pretensión punitiva del estado, hecha valer por el Ministerio Público, a través del
ejercicio de la acción penal.
Puede serlo cualquier persona, sin distinción de raza, religión, sexo, nacionalidad o
ideología, inclusive, como ya vimos, siendo inocente.
Para referirse al inculpado, la Constitución Política, la legislación procesal e inclusive la
jurisprudencia de la Suprema Corte y de los Tribunales Colegiados, utilizan de manera
descuidada distintas denominaciones, como reo, procesado, probable responsable, etc.
47
Los distintos autores de Procesal Penal, aunque también usan erráticamente la
denominación que corresponde a ese sujeto indispensable, está conforme en que reciba
estos nombres, según la etapa procesal por la que vaya transitando: indiciado, durante la
averiguación previa, por existir apenas indicios de responsabilidad a su cargo;
procesado, una vez que se encuentra a disposición del juez, porque es ahí cuando
empieza el procesamiento; acusado, desde el momento en que el Ministerio Público
formula conclusiones acusatorias en el proceso; inculpado, encausado, incriminado o
imputado, es una denominación común que puede ser usada indistintamente, hasta este
momento procesal, sentenciado, al dictarse sentencia definitiva; condenado o reo, si esa
resolución es condenatoria, compurgado, si ha cumplido la condena impuesta.
Nada impide, por otra parte, que el procedimiento se inicie sin que se conozca ni esté
identificado el inculpado, es bastante con que se tenga noticia del delito. De hecho,
muchas averiguaciones previas son iniciadas por el Ministerio Público contra quien
resulte responsable (QRR), por ignorarse la identidad del inculpado. No obstante, al
consignarse sí debe existir certidumbre acerca del incriminado, pues no podría el
Ministerio Público ejercitar la acción penal contra persona indeterminada, como ocurre en
materia obrero patronal, por ejemplo, en que se ejercita la acción laboral contra quien
acredite ser el patrón. El corolario de lo expuesto, es que en materia procesal penal, no
existen los juicios en rebeldía, siendo condición para la realización del procesamiento, la
presencia física del inculpado.
Cabe aclarar que dentro del procesamiento penal, eventualmente podría establecerse en
presencia de una condena en rebeldía, pero solamente en lo que mira al pago de los
daños, y contra el obligado civilmente a repararlos. Tal ocurría si, por ejemplo, el
ofendido por el delito, dentro del mismo proceso penal que se instruye al inculpado,
reclama a uno de los terceros que menciona el artículo 32 del Código Penal, el pago de
la reparación del daño y emplazado dicho tercero, no concurría a juicio.
La identificación del inculpado al ejercitarse la acción penal, no necesariamente deberá
ser expresando su nombre y apellidos, es suficiente con que se mencione su
sobrenombre o apodo, porque con frecuencia estos sirven mejor para la citada finalidad,
que el nombre mismo.
b) Su legitimación procesal. En lo que concierne a la legitimación procesal del
inculpado, esta consiste en su aptitud para ejercer su carácter de parte.
Entendemos por legitimación, el vínculo jurídico existente entre las partes y la
relación de derecho penal que se debate en el proceso. En esta virtud, el
inculpado no requiere de alguna especial capacidad jurídica de actuar o para
ejercitar sus derechos, siendo bastante con que se trate, como hemos visto
antes, de una persona imputable.
c) Sus derechos y obligaciones. Es claro que en un régimen de gobierno en el
que imperen los procesos de desarrollo democrático, los derechos de que
disfrute el gobernado al ser sometido a procesamiento, serán más amplios
que los que se le otorgan en los gobiernos dictatoriales.
En efecto, en un Estado de derecho como el nuestro, el inculpado tiene múltiples
facilidades defensistas, ello no solo en el procesamiento, sino a partir de que empieza la
investigación en sede administrativa, puesto que está en aptitud de designar defensor o
persona de su confianza que lo defienda adecuadamente en esa etapa procesal, ante el
48
Ministerio Público, y la persona nombrada, puede intervenir en cumplimiento de su
cometido, aportando pruebas y asistiendo al inculpado en los actos en que se precise.
Además, el artículo 20 Constitucional, contiene todo un catálogo de derechos públicos
subjetivos del inculpado, que van desde la posibilidad de que obtenga la libertad
provisional bajo caución, cuando proceda; estar informado acerca de la naturaleza y
causa de la acusación; declarar o permanecer callado, sin que reciba presión alguna o
violencia física o moral; el derecho a un pronto proceso, a ser careado si lo solicita, con
quienes depongan en su contra y en presencia del juez; a declarar en audiencia pública.
Pero también otras disposiciones constitucionales permiten un justo proceso al
inculpado. Así, no podrá ser juzgado sino en tribunales establecidos previamente y con
leyes dictadas con anterioridad al hecho, no podrá aplicarse en su agravio una ley en
forma retroactiva, no se le podrán imponer penas crueles, injustas, infamantes,
inusitadas o trascendentales, etc.
Con todo, puede decirse que la garantía de audiencia que consagra en su favor la carta
fundamental, envuelve a los otros derechos, al concederle la potestad de ser oído en
juicio, aportar las pruebas que justifiquen su dicho, con la obligación imperativa para la
autoridad, de tomar en consideración tanto sus alegaciones como las pruebas
desahogadas, para el efecto de dictar la resolución correspondiente.
Para finalizar, hablaremos de las principales obligaciones del inculpado, entre las cuales,
se encuentran la de someterse a los actos de su procesamiento, es decir, estar presente
en ellos puesto que en nuestro medio, conforme se lleva dicho, está prohibido el
enjuiciamiento en ausencia del inculpado que, en cambio, se permite en otros países.
Esta presencia del inculpado, para asegurarla en ciertos casos que en su momento
trataremos, puede ser estando en prisión preventiva, o libre, bien porque el delito que se
le atribuya no amerite pena privativa de libertad o sea alternativa, porque disfrute de
libertad provisional bajo caución, sin caución o bajo protesta.
2.2.3. EL DEFENSOR
A) Naturaleza jurídica del defensor. El defensor constituye un sujeto
indispensable de la relación procesal penal, porque sin su presencia, según
veremos adelante con más detalle, resultarían nulos los actos del juicio, lo que
quiere decir que no puede concebirse sin él la relación procesal, ni inclusive,
algunos actos de la averiguación previa, tal sería por ejemplo, el caso de
algunos actos procedimentales de trascendencia, como los aludidos en el
artículo 388 II, VII bis del Código Federal de Procedimientos Penales, cuyo
corelativo en el Código de Procedimientos Penales del Distrito Federal es el
artículo 431 III y VI bis: “Habrá lugar a la reposición del proceso, por alguna de
las causas siguientes: ...II. Por no habérsele permitido nombrar defensor o no
nombrársele el de oficio en los términos que señala la ley; por habérsele
facilitado la manera de hacer saber al defensor su nombramiento y por
habérsele impedido comunicarse con él o que dicho defensor lo asistiere en
algunas de las diligencias del proceso; ...VII Bis. Por existir omisiones graves
de la defensa en perjuicio del sentenciado; se reputan como omisiones graves
de la defensa a) No haber asesorado al inculpado sobre la naturaleza y las
consecuencias jurídicas de los hechos imputados en el proceso; b) No haber
49
asistido a las diligencias que se practicaren con intervención del inculpado
durante la averiguación previa y durante el proceso; c) No haber ofrecido y
aportado las pruebas necesarias para la defensa del inculpado.”
Es claro que en los regímenes democráticos, el defensor tenga mucha mayor posibilidad
de actuar en ejercicio de su ministerio, que en países en que se gobierne
dictatorialmente, pues son aquellos regímenes los que adoptan, en lo general, la
acusatoriedad que es signo distintivo de los Estados de derecho.
Nuestra Constitución política, eleva al rango de garantía individual, el derecho del
inculpado a una defensa adecuada. El artículo 20 fracción IX constitucional, expresa: “En
todo proceso de orden penal, tendrá el inculpado las siguientes garantías: ...IX. Desde el
inicio de su proceso será informado de los derechos que en su favor consigna esta
Constitución y tendrá derecho a una defensa adecuada, por sí, por abogado, o por
persona de su confianza. Si no quiere o no puede nombrar defensor, después de haber
sido requerido para hacerlo, el juez le designará un defensor de oficio. También tendrá
derecho a que su defensor comparezca en todos los actos del proceso y éste tendrá
obligación de hacerlo cuantas veces se le requiera...”
Conforme a esta norma, cuatro son las formas en que puede asumir su defensa: por sí,
por persona de su confianza, por abogado particular, y , por un defensor de oficio.
El reconocimiento de que el inculpado pueda atender por sí mismo a su defensa, resulta
de los artículos 20 IX constitucional, 86 del Código Federal de Procedimientos Penales y
69 del Código de Procedimientos Penales para el Distrito Federal. El señalado artículo
del Código Federal de Procedimientos Penales establece: “Las audiencias serán
públicas y en ellas el inculpado podrá defenderse por sí mismo...”, disposición que copia
casi literalmente la norma del Código de Procedimientos Penales para el Distrito Federal.
Lo anterior implica que nuestra Ley Fundamental y la legislación secundaria, conceden el
derecho a la autodefensa, no admitido en muchas legislaciones, en las que se requiere,
siempre, la representación del inculpado en juicio, por un procurador, que es quien
comparece ante la autoridad para la realización de los actos del procesamiento, y un
letrado o abogado, que es quien tiene la dirección jurídica del asunto y presta el
asesoramiento necesario.
Si decide defenderse él mismo, igual que cuando nombre como defensor a alguien de su
confianza, que carezca de cédula profesional de Licenciado en Derecho o autorización
de pasante, deberá ser asistido, además, por un defensor de oficio que le nombre el
tribunal, para su orientación y adecuada defensa, teniendo presente que el órgano de la
acusación, está respaldado por profesionales del derecho, especializados en su tarea.
Artículo 160 del Código Federal de Procedimientos Penales.
En tal virtud, la designación de defensor puede hacerla de manera voluntaria el
inculpado, pero también le puede ser nombrado defensor de oficio, por el tribunal, para el
caso de que no quisiere o no pudiere designarlo, porque no cabe legalmente su renuncia
a ser defendido.
En cuanto al defensor particular, es potestativa su designación por parte del inculpado,
aunque esta potestad de elegir está naturalmente sujeta a sus posibilidades económicas.
50
Es importante tener presente el principio de igualdad en cuanto derivado de la defensa
en juicio, dice Clariá Olmedo pues se traduce en el equilibrio con respecto a las
oportunidades que deben tener las partes para hacer valer sus derechos y garantías. El
principio será violado cuando a una de ellas substancialmente se le otorgan durante el
proceso, posibilidades de actuación que le son negadas a la otra, especialmente en lo
que respecta a la alegación, a la prueba y a las impugnaciones en general.
Cuando un profesional del derecho decide intervenir, debe ajustar su actuación a la ley,
pero está obligado a actuar siempre en defensa de los intereses del inculpado, inclusive
en contra de la voluntad de éste, aprovechando cualquier circunstancia que figure en el
expediente y que pudiera favorecerle, lo que significa que no puede reclamársele
imparcialidad en su proceder, porque de ser esto así, no podría ofrecer ni aportar a la
causa, pruebas que pusieran al descubierto alguna falla de orden técnico en la
acusación, o en relación con el planteamiento de los hechos o bien respecto de
cuestionamientos jurídicos, que permitan la liberación del inculpado, o la reducción de la
gravedad de sus cargos.
Naturalmente, no es el caso de justificar prácticas antijurídicas, que podrían ir desde el
ilegal aleccionamiento del inculpado, el soborno, el amago, la presentación de
testimonios prefabricados o documentos alterados, y ni siquiera vale la pena detenerse
en quien utiliza ese tipo de corruptelas, sea el fiscal o el defensor aunque tampoco es
dable confundir a este último, como desafortunadamente se hace con frecuencia, con un
cómplice o encubridor del inculpado. Lo que es indudable, es que podrá valerse de todas
las probanzas que exculpen a su cliente y que figuren en autos, para encausar la
defensa.
UNIDAD 3. PREPARACIÓN DEL EJERCICIO DE LA ACCIÓN PROCESAL PENAL.
3.1. AVERIGUACION PREVIA
3.1.1. Concepto y finalidad
Antes de intentar explicar qué es la averiguación previa, es importante destacar que
el conocimiento, comprensión, manejo y explicación de este procedimiento penal y
de las instituciones jurídicas con él vinculadas, que son múltiples, crea una serie de
confusiones y ambigüedades en cuanto a su tratamiento legal, que derivan del
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hecho concerniente a que la averiguación previa no es una creación de nuestra
Constitución Política, sino de los códigos de procedimientos penales.
La Constitución no alude sino de paso, a la averiguación previa. Antes de ahora, se
mencionaba en el artículo 19, pero actualmente (a partir de la reforma constitucional
de 1993) sólo se menciona en el artículo 20, al señalar que las garantías
establecidas para el inculpado en el proceso penal, en sus fracciones V, VII y IX,
también serán observadas en la averiguación previa, en los términos y con los
requisitos y límites que las leyes establezcan y las de las fracciones I y II, no estarán
sujetas a condición alguna.
Pero la constitución no señala las bases para la regulación de la averiguación previa,
para la determinación de su temporalidad, la determinación de la autoridad que
habrá de presidirla, la forma en que debe concluirse y tantas otras cuestiones
similares, que generan múltiples trastornos, al grado de dividir a la doctrina en
posiciones irreductibles, respecto de algunos temas que son fundamentales en la
materia, y crear un caos en cuanto a la interpretación jurisprudencial, que se mueve
erráticamente, para concluir comprometiendo al legislativo, en una interminable serie
de parches colocados a la legislación ordinaria, con el fin de encontrar solución a los
problemas creados en la práctica diaria.
Pues bien, nuestra legislación adjetiva, preconiza la existencia de diversos períodos
o procedimientos penales, que permiten distinguir las dos grandes etapas en que se
desenvuelve el procedimiento en general, a saber, el sumario o instructorio y
plenario o procedimiento principal.
En el primero, que identificamos en nuestro medio con la averiguación previa, la
autoridad que la preside, prepara el ejercicio de la acción penal, y practicadas las
diligencias correspondientes, concluye con la determinación acerca de si existen los
requisitos mínimos para acudir al órgano jurisdiccional, solicitando su intervención
con el fin de que en el caso concreto de que se trate, aplicando la ley, determine
sobre la existencia del delito y la responsabilidad de su autor y, en su caso, imponga
las sanciones correspondientes.
Ya en el plenario, en cambio, se realizan los actos procesales característicos del
llamado triángulo procesal, (acusación, defensa y juzgamiento) iniciándose con el
auto de radicación, para algunos con el auto de formal prisión y concluyendo con la
sentencia definitiva.
Así, el artículo 1° del CFPP, dice que en él, se regulan distintos procedimientos
penales, de los cuales, el primero es precisamente el de Averiguación Previa a la
consignación a los tribunales, que establece las diligencias legalmente necesarias
para que el Ministerio Público pueda resolver si ejercita o no la acción penal.
El Código de Procedimientos Penales para el Distrito Federal, aunque no lo hace
expresamente, reglamenta los mismos procedimientos penales que el federal, de
manera que al estudiar ahora la averiguación previa, señalaremos la regulación
federal y local a la que está sujeta.
52
También hay que aclarar los siguientes puntos:
No existe uniformidad en la doctrina, acerca de la existencia de una acción procesal
penal, diferente de la acción penal propiamente dicha, inclusive puede afirmarse que
nuestra legislación objetiva, como tampoco el grueso de la literatura procesal penal,
hacen referencia a la existencia de aquella.
Sin embargo, no está demás aclarar un poco los conceptos. Quienes aceptan que
hay una acción procesal penal, distinta de la acción penal, señalan que el Ministerio
Público realiza dos tipos distintos de actos procedimentales: investigatorios, y
acusatorios, con diferentes consecuencias de cada uno de ellos, según se expresa a
continuación.
En la averiguación previa, que se inicia a partir de la denuncia o la querella, en su
caso, el Ministerio Público sólo realiza actos de investigación, en preparación del
ejercicio de la acción procesal penal, la cual, de satisfacerse los presupuestos
indispensables, será deducida al consignarse los hechos ante el juez. Se afirma,
entonces, que la acción procesal penal es posterior al delito y éste es el que la
origina.
La acción penal, en cambio, como derecho del Estado a castigar; es anterior al
nacimiento mismo del delito y la posee el Estado, independientemente del hecho
delictivo en sí, y en su caso, será ejercitada por el Ministerio Público, único titular de
ella, por mandato constitucional, pero hasta la etapa procesal en que le corresponda
precisar la acusación, o sea, hasta que formule sus conclusiones definitivas.
Hechas las salvedades del caso, nosotros optaremos por dejar de lado a la llamada
acción procesal penal, para aludir sólo a la acción penal, por estimar que es la que
sirve de base a la elaboración legislativa sobre el particular y, como se expresa
antes, la que sustenta la doctrina mexicana sobre el tema, de manera que no
entraremos por ahora en polémica sobre la cuestión, para evitar confusiones en su
tratamiento, ello sin perjuicio de que más adelante volveremos a hacer referencia a
la cuestión.
El artículo 21 constitucional, conforme hemos visto, establece que la investigación y
persecución de los delitos incumbe al Ministerio Público y a la policía bajo su
autoridad y mando.
Según la inobjetable concepción del profesor Elpidio Ramírez sobre el particular, el
legislador procesal penal entendió que al propio tiempo que la norma constitucional
establecía en favor del Ministerio Público la titularidad de la acción penal, también le
otorgaba la titularidad en el manejo de la averiguación previa, con lo que, al parecer,
se iniciaron los problemas irresolubles que hasta hoy subsisten, a pesar de tantas
modificaciones, y adiciones legales sobre el particular.
Por ejemplo, en nuestro medio, gracias a la legislación adjetiva penal, el Ministerio
Público figura como inquisidor en la averiguación previa, realizando una labor en la
que realmente se funden la inculpación, la defensa y el juzgamiento, lo que riñe con
el sistema acusatorio del procesamiento propio de nuestro régimen democrático
53
constitucional, sin que a ello se oponga el afirmar que la averiguación previa no
forme parte del proceso penal, argumentando que este nace con el auto de
radicación y después de que se ha ejercitado la acción penal por su titular, porque en
primera, con independencia de que la constitución no señala al Ministerio Público
como autoridad que deba presidir la averiguación previa, de manera dictatorial, como
lo maneja la ley secundaria, la realidad innegable es que realiza una serie de actos
materialmente jurisdiccionales, ajenos a la idea que le dio origen y en contravención
franca a las ideas expresadas en el Mensaje del Presidente Carranza, al que con
anterioridad ya hicimos referencia, que dio pié para su definición actual.
Como más adelante estudiaremos con mayor detalle, en el mencionado mensaje,
Venustiano Carranza, al someter al Constituyente de Querétaro de 1917, la
aprobación del artículo 21 constitucional, pretendió destacar ante todo, el sistema
de procesamiento acusatorio, acorde con la forma de gobierno democrática acogida
por la Constitución Política, y señalar la división de poderes, estableciendo como
propia y exclusiva de la autoridad judicial, la imposición de las penas, dejando la
persecución de los delitos al Ministerio Público y a la policía que estaría bajo su
autoridad y mando directo.
De hecho, el Constituyente se enfrentó a un sistema inquisitivo con la decidida
intención de realizar un cambio drástico, encargando al Ministerio Público la
persecución de los delitos y la búsqueda de las pruebas, pero fuera de los
procedimientos secretos, basados en la tortura, y ocultos utilizados antes, y
restituyendo a la judicatura toda su respetabilidad y dignidad también extraviadas.
Para el logro de sus propósitos, el artículo 21 constitucional estableció la división de
funciones: la investigación y persecución de los delitos la encarga al Ministerio
Público, colocándolo en su justa posición, de la que carecía en la Constitución de
1857, que lo incluía equivocadamente, por supuesto, en el organigrama de la
Suprema Corte de Justicia de la Nación, sin asignarle funciones específicas. El
citado error se conserva en nuestro Pacto Federal, al incluir el artículo 102 que
regula al Ministerio Público Federal, dentro del Capítulo relativo al Poder Federal.
Por otro lado, el mismo artículo 21 Constitucional señala como actividad propia y
exclusiva de la autoridad judicial, la imposición de las penas, con lo que le hace
recobrar su función de árbitro de los conflictos penales, realizando plenamente la
labor jurisdiccional para la que es creado, pero no podrá ya buscar pruebas,
reclasificar hechos o suplir deficiencias de las partes, labor inquisitiva que le resulta
totalmente ajena.
Ahora bien, si los actos procesales en juicio, serán presididos por el juez, lo lógico es
esperar que las pruebas de la defensa y del Ministerio Público, serán ofrecidas y
desahogadas ante la potestad de aquél.
Consecuencia de lo expuesto, es que el Ministerio Público en la función de
persecutor de los delitos que le encomienda el artículo 21 Constitucional, debe
buscar los medios de convicción pero de ninguna manera está autorizado para
desahogarlos ante sí, menos para valorarlos y todavía menos para realizar actos de
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jurisdicción, que por definición competen al juez, decidiendo si ejercita o no la acción
penal.
Estas son sólo algunas de las razones que nos inclinan a coincidir con la idea de que
la legislación secundaria, al no comprender los alcances reformistas liberales y
democráticos que inspiraron la aprobación por el Constituyente de Querétaro, del
artículo 21 Constitucional, introdujo las contradicciones y dislates que deforman
nuestra averiguación previa.
3.1.2. REQUISITOS DE PROCEDIBILIDAD.
Conforme se regula en nuestros códigos de procedimientos penales, el Ministerio
Público es pues, el órgano de la autoridad que está legalmente facultado para
presidir la averiguación previa.
Las leyes procesales no establecen una reglamentación acerca de los actos
concretos que habrá de realizar el Ministerio Público en el manejo de la averiguación
previa, tampoco hay una regulación en cuanto a la duración de este procedimiento
penal, cuando no existe detenido, que representa el porcentaje mayoritario de los
casos, y sólo hasta la reforma penal y procesal de 1993, al aclararse sin embages
los casos de “flagrancia” y “caso urgente”, quedó establecido el deslinde siempre
soslayado, del plazo de que dispone el Ministerio Público en la averiguación previa,
cuando ésta se maneja con detenido.
Sin embargo, la doctrina dominante establece que la averiguación previa se integra
con los siguientes actos procedimentales: a) La denuncia; b) Los requisitos de
procedibilidad, entre los que se cuentan la querella y algunos otros actos de
significación procesal similar con la autorización, la declaratoria de perjuicios y la
declaratoria de procedencia, esta última que, como veremos, podría quedar incluida
en la autorización misma; c) La actividad investigatoria, y d) La resolución que dicte
el Ministerio Público, que puede ser consignación o ejercicio de la acción penal; no
ejercicio de la acción penal o archivo; y reserva o archivo provisional, según sea el
caso.
a) LA DENUNCIA.
La doctrina procesal penal no se pone de acuerdo acerca de si denuncia y acusación
son términos sinónimos, o si una es la especie y la otra el género y hay además,
quienes sostienen que las expresiones sinónimas son acusación y querella,
atribuyéndoles a ambas, igual connotación.
La denuncia, constituye la llamada noticia criminis, que es la forma más usual por la
que llega a conocimiento del Ministerio Público, la existencia de un hecho
posiblemente delictivo, cuya investigación oficiosa, entonces, se vuelve obligatoria.
113 CFPP y 262 CDF. Por excepción, cuando las circunstancias del caso impidan
su formulación ante dicha autoridad, en materia federal, se faculta a la policía
ministerial a recibirla.
55
De acuerdo con el artículo 118 del CFPP y 276 CDF, puede expresarla oralmente o
por escrito cualquier persona perteneciente a cualquier raza, sexo, credo político o
religioso, sea particular o servidor público, nacional o extranjero, recluso o persona
en libertad caucional, etc., se contraerá a describir los hechos que se estimen
delictuosos, sin clasificarlos jurídicamente, al denunciante se le tomará previamente
protesta para conducirse con verdad, se le informará acerca de las penas en que
incurren los falsos declarantes, sin que puedan formular denuncias por medio de
apoderado legal, a menos de que se trate de personas morales que podrán actuar
por apoderado para pleitos y cobranzas. 120 CFPP y 264 CDF.
La denuncia, así, es el acto procesal por el que cualquier persona, verbalmente o por
escrito, ante el Ministerio Público (o ante la policía dependiente de él, en materia
federal) relata hechos posiblemente constitutivos de delito.
Como la ley establece la obligación de denunciar, a todo aquel que tenga
conocimiento de la existencia de un posible delito, perseguible de oficio (artículo 116
CFPP), surge la interrogante sobre si el incumplimiento de dicha obligación, acarrea
la comisión de algún hecho delictivo, acaso el de encubrimiento, por no procurar, por
los medios lícitos al alcance, impedir la consumación de los delitos que sabe van a
cometerse o se están cometiendo (artículo 400-V CP.).
Para el autor Manuel Rivera Silva, la denuncia es la relación de actos, que se
suponen delictuosos, hecha ante la autoridad investigadora con el fin de que ésta
tenga conocimiento de ellos. La denuncia, definida en la forma que antecede,
entrega los siguientes elementos:
1) Relación de actos que se estiman delictuosos;
2) Hechos ante el órgano investigador, y
3) Hecha por cualquier persona.
b) LA QUERELLA
Los requisitos de procedibilidad son aquellas condiciones sin cuya concurrencia no
puede iniciarse la averiguación previa o bien, si ya fue iniciada, no puede legalmente
continuar. 113 CFPP y 262 CDF.
La querella es también otra forma en que el Ministerio Público se entera de la
existencia de un posible delito, para proceder a su investigación.
Igual que la denuncia, la querella constituye una narración de hechos probablemente
constitutivos de delito, que se formula ante el Ministerio Público o, en su caso, ante
la policía dependiente de él, de manera oral o escrita, para el Rivera Silva, los
elementos de la querella son:
1)
2)
La querella contiene como primer elemento una relación de los actos
delictuosos hecha ante el Ministerio Público en forma verbal o escrita.
Requisito indispensable de la querella es que sea hecha por la parte
ofendida, y
56
3)
Debe contener la expresa manifestación de que se castigue al
responsable del hecho delictivo.
A las críticas del positivismo sobre el tema, se añaden las de una buena parte de la
doctrina, que rechaza en general, los delitos de querella necesaria, que se
denominan delitos privados, argumentando, entre otras razones, que se prestan a
criterios dispositivos, en donde el logro de la justicia se mueve conforme al mejor
postor, propiciándose la inmoralidad en la procuración y administración de justicia,
todo lo cual conduce a la pérdida de la satisfacción del interés general, orientado
esencialmente a evitar la impunidad de los delitos. En estos casos, se llega al
extremo de pedir la desaparición de este tipo de delitos.
No obstante, la realidad legislativa de nuestro país, parece ignorar las anteriores
criticas y de unos años a la fecha, han proliferado en las leyes, los delitos para cuya
persecución se hace necesaria la instancia de ofendido.
Se estima que han pesado más los argumentos concernientes a que, la publicidad
en ciertos delitos, causa mayores daños al pasivo, a su familia, que la ofensa misma
y, de seguro, también ha influido una realidad a la que no puede cerrarse los ojos,
consistentes en que, cuantitativamente, se obtiene en la práctica con mayor
frecuencia, protección para el ofendido o la víctima del delito, respecto a la
reparación de los daños o al menos parte de ellos, en los delitos de querella
necesaria, que en los otros, sobre todo tratándose de delitos de contenido
patrimonial, ello por el interés ostensible del inculpado, de que se le otorgue el
perdón, para que se extinga la acción penal o, en su caso, la pena.
Es conveniente distinguir entre la extinción del derecho a querellarse, y la extinción
de la acción penal, aunque hay casos en que por igual causa, se extinguen los dos.
Desde luego, el derecho a querellarse se halla en la esfera jurídica del ofendido por
el delito, forma parte de la universidad de sus derecho y si bien originariamente la
acción penal pertenece al individuo, al gobernado, no ocurre lo mismo respecto de
su ejercicio, cuya titularidad, conforme hemos visto, está conferida
constitucionalmente al Ministerio Público.
El derecho que tiene el ofendido a formular querella, en delitos perseguibles a
instancia de parte, constituye un derecho potestativo, cuyo ejercicio depende
solamente del interés o la conveniencia de su titular.
En cambio, la acción penal, no se rige por criterios de conveniencia, no por lo menos
teóricamente en nuestra legislación procesal penal, en la que por encima de los
intereses del Estado, se hallan los derechos públicos subjetivos del gobernado, de
modo que su ejercicio constituye un imperativo jurídico para el Ministerio Público,
cumplidos los requisitos legales que su ejercicio reclama. Es de esta manera, como
se reafirma el poder deber del Ministerio Público, en relación con el ejercicio de la
acción penal.
Esta diferencia, que ya se notaba en nuestros códigos de procedimientos penales,
se ha explicitado en la reciente reforma de diciembre de 1994, el artículo 21
57
Constitucional, párrafo cuarto, que autoriza la impugnación, por vía jurisdiccional, de
las resoluciones del Ministerio Público sobre el no ejercicio y desistimiento de la
acción penal.
Por ejemplo, si ocurriere la muerte del ofendido por el delito, pero antes del
fallecimiento formuló la querella respectiva, su muerte no implicará la extinción de la
acción penal: Igual será cuando existan varios querellantes y uno muera, caso en
que subsistirá.
Contrariamente a lo que piensa alguna parte de la doctrina, el perdón del ofendido,
más que extinguir el derecho a la querella, lo que extingue es la acción penal o la
pena, según el caso, porque el derecho a la querella, es obvio que fue ya ejercitado
por su titular, pues sólo así, existiendo la querella como presupuesto, puede surgir el
perdón.
Respecto a la denuncia o querella como condiciones para el inicio de la averiguación
previa por parte del Ministerio Público, no sobra insistir en que nuestra Constitución
las establece de manera limitativa, y al disponer el párrafo segundo del artículo 16
que no podrá librarse orden de aprehensión sino por la autoridad judicial y sin que
preceda denuncia, acusación o querella, las destaca como únicas formas de iniciar
la investigación de los delitos, no obstante lo cual, siguen iniciándose y
autorizándose inconstitucionalmente la delación anónima y secreta, la pesquisa
general o especial, las llamadas razias y la averiguación oficiosa, como formas
paralelas de investigación delictiva, por parte del Ministerio Público.
La delación, es la denuncia que no suscribe el denunciante, quien con asentimiento
de la autoridad, oculta su identidad. Al decir de Jiménez Huerta, estos delatores
constituyen lo peor de la especie humana.
A pesar de ello, a diario se lee en los partes policiacos, o en el inicio de las
actuaciones del Ministerio Público, que tuvieron conocimiento de los hechos
investigados, por una llamada telefónica anónima, o de persona que no quiso
identificarse, o bien por una nota o un letrero delator, encontrados en un sitio
determinado. En su momento, al percatarse de estas irregularidades, la autoridad
judicial parece cerrar los ojos, como si nada hubiera ocurrido, con lo que se alientan
y propician estas prácticas ilegales.
Esta situación anómala se agrava, al contemplar que ordenamientos legales, como
la LOPJF, antes que condenarla con energía, complaciente y con dudosa
constitucionalidad, admiten como forma de investigación la delación anónima y
secreta propia de la inquisición.
La pesquisa como forma de averiguar delitos, representa igualmente, un acto
procesal que repudia la Constitución, y consiste en abocarse de manera oficiosa, a la
investigación de hechos delictivos que no han sido denunciados ante la autoridad.
Esta pesquisa se denomina general, cuando se practica contra personas
indiferenciadas (como los ilegales retenes o puestos de revisión a cargo de policías o
soldados en las carreteras) y particular, cuando se dirige contra un ciudadano en
concreto.
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LA AUTORIZACIÓN.
Vamos a estudiar ahora la autorización, que al igual que la querella, constituye un
requisito de procedibilidad, es decir, una condición sin cuyo cumplimiento, no puede
iniciarse o continuarse, en su caso, la averiguación previa.
La ley está dictada para aplicarse a todos aquellos que se coloquen bajo su
supuesto, lo cual se ha expresado tradicionalmente, con el aforismo: “la ley es igual
para todos”, principio que recogen los artículos 1°, 2°, 12 y 13 Constitucional, al
establecer en lo conducente, que todo individuo gozará de las garantías otorgadas
por la Constitución; que está prohibida la esclavitud en nuestro país; que no se
concederán títulos nobiliarios, ni prerrogativas ni honores hereditarios, ni se dará
efecto alguno a los otorgados en otro país; y que niguna persona o corporación
puede tener fuero, aunque se admite la subsistencia del fuero de guerra para los
delitos y faltas contra la disciplina militar, pero con la advertencia de que los
tribunales militares, no podrán extender su jurisdicción sobre personas que no
pertenezcan al Ejército.
Este planteamiento, en el que se admite como principio la igualdad de todos frente a
la ley, se estudia doctrinariamente, dentro del ámbito de validez personal de la ley
procesal penal.
Sin embargo, se han reconocido algunas excepciones al principio general antes
enunciado, que obedecen a distintas razones, como la importancia del cargo
desempeñado por la persona y, por consecuencia, las altas responsabilidades a ella
confiadas; la investidura que ostenta y la garantía de independencia de que debe
disfrutar en el desempeño de la función; en fin, los compromisos internacionales
adquiridos por nuestro país y otra serie de motivos similares que justifican,
igualmente, los casos de excepción a la aplicación indiscriminada de la ley a todos
sus destinatarios.
También doctrinariamente, las excepciones al principio anunciado, se analizan a
través de la inviolabilidad y la inmunidad, esta última llamada igualmente fuero.
Conforme a la primera, el favorecido con ella, queda sustraído a la aplicabilidad de la
ley. Esto significa que inviolabilidad e impunidad, son términos equivalentes.
La inviolabilidad será absoluta, cuando todos los actos del favorecido con ella, estén
exentos de la aplicación de la ley; será relativa, cuando sólo algunos de esos actos
salgan del marco de aplicabilidad legal.
Nuestra ley no registra casos de inviolabilidad absoluta. (En Roma, la tienen el Papa
y los Cardenales durante el Cónclave y también son inviolables en sus países,
algunos Monarcas y Dictadores).
No obstante, legalmente existen reconocidos casos de inviolabilidad relativa, como
el que confiere el artículo 61 Constitucional, a los Diputados y Senadores, quienes
son inviolables por las opiniones que manifiesten en el desempeño de sus cargos, y
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jamás podrán ser reconvenidos por ellas. Anteriormente, cosa que inexplicablemente
no hace la ley actual, la LOPJF (artículo 91) también reconocía expresamente esa
inviolabilidad relativa para los Ministros de la Suprema Corte de Justicia de la
Nación, por los razonamientos que expresaran en sus resoluciones.
En lo que concierne a la inmunidad, implica un privilegio procesal para el favorecido
con ella, porque impide temporalmente la aplicación de la ley, por el tiempo en que
subsista el impedimento, lo que significa, a diferencia de lo que sucede en la
inviolabilidad en que se cancela de plano la aplicación de la ley, que su beneficiario
sólo estará eximido de la aplicación de ella, mientras dure el obstáculo relativo, que
por su naturaleza es esencialmente transitorio.
Entre las inmunidades que destaca la ley, tenemos:
1) Inmunidad presidencial. Deriva del párrafo segundo del artículo 108
Constitucional, en tanto establece que el Presidente de la República,
durante su encargo, sólo podrá ser acusado por traición a la patria y
delitos graves del orden común.
La defectuosa redacción de la norma constitucional, permitió durante muchos años,
la polémica en la que la doctrina tomó partido, acerca de cuáles eran los delitos
graves del orden común, sosteniendo algunos, que se aludía a los especificados en
el artículo 22 Constitucional (traición a la patria; parricidio con alevosía,
premeditación o ventaja; plagio; asalto en caminos; piratería; delitos graves del orden
militar) y otros, que se trataba de los que por el monto de la pena asignada, no
admitían libertad provisional bajo caución. Realmente, no existía en el texto legal,
diferenciación entre delitos graves y leves, lo que quizás, sin buscarlo
específicamente, se haya aclarado con la reforma penal de 1993, en la que si se
establece ya de manera expresa, esa clasificación, dando a cada tipo de delito un
tratamiento legal diverso.
Por lo demás, también se señala que se incurre en petición de principio al aludirse al
género (delitos graves del orden común) y a la especie (traición a la patria) como si
no hubiera esa relación y, finalmente, se critica el que se cometa la aberración de
amparar con inmunidad, a los delitos del orden federal que, por la naturaleza misma
de las funciones encomendadas al Presidente, existen mayores probabilidades de
que fueran cometidos, quitando esa inmunidad, según se ha visto, en referencia a
los delitos del orden común.
El párrafo cuarto del artículo 111 Constitucional, establece la forma de remover la
inmunidad, señalando que sólo podrá ser acusado por la Cámara de Senadores en
términos del artículo 110 Constitucional, la cual resolverá con base en la legislación
penal aplicable.
2) Inmunidad de otros servidores públicos. Se contiene en el artículo 111
Constitucional, al expresar que para proceder penalmente en contra de los
Diputados y Senadores al Congreso de la Unión, los Ministros de la
Suprema Corte de Justicia de la Nación, los Consejeros de la Judicatura
Federal, los Secretarios de Despacho, los Jefes de Departamento
Administrativo, los Representantes a la Asamblea del Distrito Federal, el
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titular del órgano de gobierno del Distrito Federal, el Procurador General
de la República y el Procurador General de Justicia del Distrito Federal,
por delitos cometidos durante su gestión, la Cámara de Diputados
declarará por mayoría absoluta de sus miembros presentes en sesión, si
ha o no lugar a proceder contra el inculpado y sólo en el primer caso, se le
pondrá a disposición de la autoridad competente, en el concepto de que
será reinstalado en su cargo, si es declarado inocente en sentencia.
En tratándose de los Gobernadores de los Estados, Diputados Locales, Magistrados
de los Tribunales Superiores de Justicia de los Estados y miembros de los Consejos
de las Judicaturas Locales, la inmunidad que representa el previa juicio de
procedencia, tendrá el efecto de que se comunique a las legislaturas locales, para
que procedan como corresponda.
3) Inmunidad diplomática. De la misma manera, disfrutan de esta
prerrogativa los Jefes de Estado y Agentes diplomáticos extranjeros que
se encuentren oficialmente en el país, a quienes no podrá aplicarse
nuestra ley, si bien podrán ser juzgados en su país de origen por delitos
cometidos en el nuestro acordes con la Convención de Viena sobre
Relaciones Diplomáticas de 18 de abril de 1961, publicada en el Diario
Oficial de 3 de agosto de 1965 (en derecho internacional, se acepta que la
inmunidad alcance también a los familiares de la representación
diplomática, al personal de servicio y doméstico, no nacionales, que
trabajan para la misión o sus miembros, e incluso, en otro orden de cosas,
se otorga trato especial a la “valija diplomática” ).
El Tratado de Letrán de 11 de febrero de 1929 y el Convenio sobre inmunidades de
la Organización de Naciones Unidas, de 13 de febrero de 1946, así como la citada
Convención de Viena, amparan la inmunidad del diplomático, en su tránsito por
terceros Estados. En nuestro país, la inmunidad alcanza a los Jefes de Estados
extranjeros en visita oficial (Emperadores, Reyes, Presidentes de la República)
incluyendo al Papa como Jefe del Estado Vaticano, a los representantes de los
Estados miembros de la Organización de las Naciones Unidas, a los de la
Organización de Estados Americanos (Carta de Bogotá de 1948) y a los de la Corte
Internacional de Justicia, según su Estatuto.
4) Inmunidad por reciprocidad internacional. La confiere el artículo 5° III y IV,
del Código Penal, cuando dispone que los delitos cometidos a bordo de un
buque extranjero surto en puerto nacional o en aguas territoriales de la
República, a bordo de aeronaves nacionales o extranjeras que se
encuentren en territorio o en atmósfera o aguas territoriales nacionales o
extranjeras, si el delincuente o el ofendido fueren de la tripulación y no se
turbare la tranquilidad internacional, lo que quiere decir que si el país al
que corresponde la bandera del buque o aeronave, ha declinado su
jurisdicción en favor de la mexicana, en casos similares procederá que se
retraiga la jurisdicción mexicana.
5) Inmunidad en la extradición. Se contempla en el artículo 10 fracción II de
la Ley de Extradición Internacional, en la medida en que prohibe al Estado
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requirente, procesar al extraditado por delitos cometidos antes de la
extradición y que no figuren en la demanda y sean inconexos con los
fijados en ella, excepto si lo acepta el inculpado expresamente.
6) Inmunidad de procesamiento a militares extranjeros. Surge de la
cotidianidad en el tránsito y la permanencia de tropas extranjeras en
países aliados o neutrales y encuentra fundamento en el artículo 301 del
Código Bustamante y el 61 del Código de Justicia Militar. Por virtud de
esta inmunidad, no podrá someterse a juicio a los militares extranjeros, por
delitos cometidos en territorio nacional, si se encuentran en él con
autorización otorgada por nuestro país.
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