Resistencia al gobierno civil (Desobediencia civil)

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Resistencia al gobierno civil (Desobediencia civil)
[ Nota sobre el texto/ A note on the text]
[1] Acepto de todo corazón el lema "el mejor gobierno es el que menos gobierna"; y
me gustaría verlo en acción de un modo más rápido y sistemático. Puesto en práctica,
viene a ser lo mismo que este otro, en el cual también creo: "el mejor gobierno es el
que no gobierna en absoluto"; y cuando los hombres estén preparados para él, ése
será el tipo de gobierno que tendrán. En el mejor de los casos, el gobierno no es más
que una conveniencia, pero la mayoría de los gobiernos son inconvenientes por lo
general, y todos lo han sido alguna vez. Las objeciones que se han alzado en contra
de un ejército permanente—que son muchas y de peso y merecen prevalecer—
pueden plantearse también contra un gobierno permanente; tal ejército no es más que
un brazo de tal gobierno. El propio gobierno, que es sólo el medio elegido por el
pueblo para ejecutar su voluntad, es igualmente susceptible de abuso y corrupción
antes de que el pueblo pueda servirse de él. Vean si no la presente guerra de Méjico,
obra de relativamente unos pocos individuos que usan el actual gobierno como
instrumento a su servicio; pues, de entrada, el pueblo no habría consentido esta
medida.
[2] Este gobierno americano, ¿qué es sino una tradición—una tradición bien
reciente—que se esfuerza, a pesar de que a cada instante pierde algo de su
integridad, en transmitirse intacta a la posteridad? No tiene la vitalidad ni la fuerza de
un hombre de carne y hueso; pues un solo hombre puede doblegarlo a su voluntad. Es
para el pueblo una especie de rifle de palo y seguramente se quebraría, si alguna vez
fuese utilizado con intención por unos contra otros, como si fuese de verdad. Pero no
es menos necesario por eso; porque el pueblo debe tener alguna que otra maquinaria
complicada, y oír su estrépito, con el fin de que vea satisfecha la idea que se hace del
gobierno. La existencia de gobiernos muestra así con cuánto éxito puede someterse a
los hombres, que llegan hasta el punto de someterse a sí mismos para su propio
beneficio. Excelente, debemos admitirlo; pero este gobierno nunca fomentó empresa
alguna por otro medio que no fuera su presteza al quitarse de en medio. Este gobierno
no mantiene libre el país. Este gobierno no coloniza el Oeste. Este gobierno no educa.
Todo lo realizado hasta el momento lo ha conseguido el carácter propio del pueblo
americano, que hubiera hecho aún más si el gobierno no se hubiera interpuesto en su
camino. Pues el gobierno es una conveniencia por la cual los hombres intentan de
buen grado dejarse en paz los unos a los otros; y—como se ha dicho—cuanto más
deja en paz a los gobernados, tanto más conveniente es. El mercado y el comercio, si
no fueran de caucho, nunca podrían arreglárselas para saltar sobre los obstáculos que
los legisladores ponen continuamente en su camino; si uno juzgase a estos hombres
sólo por los efectos de sus acciones y no en parte por sus intenciones, merecerían ser
castigados y contados entre esos malhechores que ponen barricadas en las vías del
tren.
[3] Mas, para hablar con sentido práctico y como ciudadano—a diferencia de ésos
que se llaman a sí mismos hombres antigobierno—reclamo, no ya la ausencia de
gobierno, sino inmediatamente un gobierno mejor. Que cada hombre haga saber qué
clase de gobierno ganaría su respeto, y ése será un paso para obtenerlo.
[4] Después de todo, una vez que el poder está en manos del pueblo, la razón
práctica por la que a una mayoría se le permite gobernar—y continuar haciéndolo por
largo tiempo—no es que sea más probable que estén en su derecho, ni que esto
parezca más justo a la minoría, sino que físicamente son los más fuertes. Pero un
gobierno en el cual la mayoría gobierna de forma absoluta no puede fundamentarse en
la justicia, al menos tal como los hombres la entienden. ¿No puede haber un gobierno
en el que las mayorías no decidan virtualmente lo que está bien o mal, sino que sea la
conciencia quien lo haga? ¿Un gobierno en el cual las mayorías sólo decidan sobre
aquellas cuestiones para las que la regla de conveniencia sea aplicable? ¿Debe el
ciudadano siquiera por un momento, o en el menor grado, delegar su conciencia en el
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legislador? Entonces, ¿para qué tiene cada hombre su conciencia? Creo que
debiéramos ser hombres antes que súbditos. Cultivar el respeto por la ley no es tan
deseable como cultivar el respeto por la justicia. La única obligación que tengo
derecho a asumir es la de hacer en cada momento lo que creo justo. Se ha dicho con
mucha razón que una corporación no tiene conciencia; pero una corporación de
hombres de conciencia es una corporación con conciencia. La ley nunca hizo a los
hombres un ápice más justos; y, gracias al respeto que se le tiene, hasta hombres bien
dispuestos se convierten a diario en agentes de la injusticia. Un resultado común y
natural del indebido respeto a la ley es que puedas ver una fila de soldados, coronel,
capitán, cabo, reclutas, mozos de artillería y demás, marchando en admirable orden
por colinas y valles hacia las guerras, en contra de su voluntad, ¡ay!, en contra de su
sentido común y de sus conciencias, lo cual hace que la marcha sea en verdad muy
penosa, y provoca palpitaciones del corazón. No tienen la menor duda de que están
metidos en un asunto condenable; todos están inclinados a la paz. ¿Qué son,
entonces? ¿Hombres? ¿O pequeños fuertes y polvorines móviles, al servicio de algún
tipo sin escrúpulos en el poder? Visiten una base naval y vean un marine, un hombre
como el gobierno americano sabe hacerlos, o como puede hacerlos con sus negras
artes: una mera sombra y reminiscencia de humanidad, un hombre amortajado, vivo y
en pie, y ya, por así decirlo, enterrado bajo sus armas con honores funerarios, aunque
pudiera ser que
"no vibró el tambor, ni oyó fúnebre clamor,
mientras su cadáver a la fosa apresuramos;
ningún soldado descargó salva de honor
sobre la tumba donde a nuestro héroe enterramos."
[5] Así las masas sirven al Estado no como hombres, sino como máquinas, con
sus cuerpos. En esto consiste el ejército permanente y las milicias, los carceleros, los
alguaciles, los ayudantes del sheriff, etc. En la mayoría de los casos no hay libre
ejercicio del juicio ni del sentido moral; sino que se ponen a sí mismos al nivel de la
madera, la tierra y las piedras; y quizá puedan fabricarse hombres de madera que
sirvan igual de bien para ese propósito. Tales hombres no merecen más respeto que
unos hombres de paja o un montón de estiércol. Tienen el mismo valor que los
caballos y los perros. Sin embargo, hombres como éstos son generalmente
considerados buenos ciudadanos. Otros—como la mayoría de los legisladores, los
políticos, los abogados, los ministros y los funcionarios—sirven al Estado
fundamentalmente con sus cabezas; y, como rara vez hacen distinciones morales,
sirven por lo general al diablo, sin pretenderlo, como si se tratara de Dios. Unos
pocos—como los héroes, los patriotas, los mártires, los reformadores en el buen
sentido de la palabra y los hombres—sirven al Estado también con sus conciencias,
por lo que necesariamente se le oponen en su mayor parte; y éste por lo general les
trata como enemigos. Un hombre prudente sólo será útil como hombre, y no se
someterá a ser "arcilla" y "tapar un hueco para que no entre la brisa"; esa función
preferirá dejársela a sus cenizas:
"Soy demasiado bien nacido para ser propietario,
para ser un segundón bajo control,
o útil criado, instrumento al servicio
de cualquier Estado soberano de alrededor."
[6] Aquél que se entrega enteramente a su prójimo aparece ante él como inútil y
egoísta; pero al que lo hace de forma parcial se le nombra benefactor y filántropo.
[7] ¿Cómo le conviene comportarse a un hombre con este gobierno americano
hoy? Respondo que no puede asociarse con él sin deshonra. Ni por un instante puedo
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reconocer como mi gobierno a esa organización política que es también el gobierno
del esclavo.
[8] Todos los hombres reconocen el derecho a la revolución; esto es, el derecho a
resistirse y negarle lealtad al gobierno cuando su tiranía o su ineficacia sean grandes e
insoportables. Pero casi todos dicen que ése no es el caso actual. Sin embargo,
piensan que sí fue el caso en la Revolución de 1775. Si alguien me explicara que
aquél fue un mal gobierno porque cargó un impuesto sobre ciertos artículos de lujo
llegados a sus puertos, lo más probable sería que no lo tomase en consideración,
pues puedo pasarme sin ellos: toda máquina tiene su fricción; y posiblemente ésta
haga mucha falta para equilibrar el mal. En todo caso, es un mal mayor mover un dedo
sólo por eso. Pero cuando la fricción llega a tener su propia maquinaria, y la opresión y
el robo están organizados, entonces digo: no nos permitamos mantener tal máquina
durante más tiempo. En otras palabras: cuando una sexta parte de la población de una
nación llamada a ser el refugio de la libertad son esclavos, y un ejército extranjero
invade y conquista injustamente todo un país, sometiéndolo a la ley marcial, pienso
que no es demasiado pronto para que los hombres honestos se rebelen y subleven. Lo
que hace este deber más urgente es el hecho de que el país invadido no sea el
nuestro, sino que nuestro sea el ejército invasor.
[9] Paley, reconocida autoridad en cuestiones morales, en su capítulo sobre el
"Deber de sumisión al gobierno civil" reduce toda obligación civil a la conveniencia; y
procede a decir "que mientras el interés de la sociedad en su conjunto lo requiera, esto
es, mientras que no se pueda resistir o cambiar al gobierno establecido sin causar
inconvenientes públicos, es la voluntad de Dios que se obedezca a ese gobierno, y
sólo hasta ese punto." "Admitido este principio, la justicia de cada caso particular de
resistencia se reduce a un cálculo de la cantidad de agravio y peligro por un lado, y de
la probabilidad y coste de corregirlo por el otro." Sobre esto, dice, cada hombre juzgará
por sí mismo. Pero Paley no parece haber contemplado esos casos en los que no se
aplica la regla de conveniencia, en los cuales un pueblo—al igual que un individuo—
debe hacer justicia, cueste lo que cueste. Si he arrebatado injustamente una tabla a un
náufrago, debo devolvérsela aunque yo mismo me ahogue. Esto, de acuerdo con
Paley, sería inconveniente. Pero aquél que salvase su vida, en un caso así, la
perdería. Este pueblo debe cesar de mantener esclavos y de hacer la guerra en
Méjico, aunque ello le cueste su existencia como pueblo.
[10] En su práctica, las naciones obran de acuerdo con Paley; pero ¿piensa
alguien que en la actual crisis Massachusetts hace exactamente lo que es debido?
"Una ramera de Estado, una mujerzuela de vestido plateado,
levanta su cola en alto y arrastra su alma en el barro."
En realidad, los oponentes a una reforma en Massachusetts no son cien mil políticos
del Sur, sino cien mil mercaderes y granjeros de aquí, que están más interesados en el
comercio y en la agricultura que en la humanidad, y no están dispuestos a hacer
justicia al esclavo y a Méjico, cueste lo que cueste. No lucho contra enemigos lejanos,
sino contra aquéllos que, aquí mismo, colaboran y hacen causa común con ellos, sin
los cuales éstos últimos serían inofensivos. Nos hemos acostumbrado a decir que las
masas no están preparadas; y es que la mejora es lenta, ya que, materialmente, los
pocos no son mejores ni más sabios que los muchos. Pero no importa tanto que haya
muchos tan buenos como tú, sino que haya alguna bondad absoluta en algún lugar;
pues ésa fermentará la masa entera. Hay miles que se oponen de opinión a la
esclavitud y a la guerra, y que de hecho no hacen nada para ponerles fin; que,
estimándose hijos de Washington y Franklin, se sientan con las manos en los bolsillos,
y dicen que no saben qué hacer, y no hacen nada; que incluso posponen la cuestión
de la libertad a la cuestión del libre comercio, y después de cenar leen tranquilamente
el índice de precios al consumo junto con las últimas noticias de Méjico, y—podría
ser—caen dormidos sobre ambos. ¿Cuál es la cotización de un patriota y de un
hombre honesto al día de hoy? Dudan y se lamentan y a veces reclaman, pero no
hacen nada serio y efectivo. Esperarán, bien dispuestos, a que otros reparen el mal,
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para que ya no tengan que lamentarlo más. Como mucho, solamente dan un voto
barato, una débil aprobación y un "vaya usted con Dios" a la justicia mientras ésta
pasa a su lado. Hay novecientos noventa y nueve patrocinadores de la virtud por cada
hombre virtuoso; pero es más fácil tratar con el poseedor real de una cosa que con su
custodio temporal.
[11] Toda votación es una especie de juego, como las damas o el backgammon
con un débil matiz moral, un juego con el bien y el mal, con cuestiones morales; y el
apostar lo acompaña naturalmente. La reputación de los votantes no está en juego.
Deposito mi voto, quizá, guiado por la justicia; pero no me concierne vitalmente que
esa justicia deba prevalecer. Estoy dispuesto a dejar eso a la mayoría; cuya
obligación, por consiguiente, nunca excede la de la conveniencia. Hasta votar por la
justicia no significa hacer nada por ella: es tan sólo expresar débilmente a los demás
tu deseo de que debería prevalecer. Un hombre prudente no dejará la justicia en
manos del azar, ni deseará que prevalezca mediante el poder de la mayoría. Hay poca
virtud en la acción de las masas. Cuando al final la mayoría vote por la abolición de la
esclavitud, será porque le es indiferente, o porque ya casi no quede esclavitud que ser
abolida con su voto. Ellos serán entonces los únicos esclavos. Sólo puede apresurar la
abolición de la esclavitud el voto de aquél que hace valer su propia libertad con su
voto.
[12] He sabido de una convención que tendrá lugar en Baltimore—o dondequiera
que sea—a la que acudirán principalmente directores de periódicos y políticos
profesionales para elegir un candidato a la presidencia; pero me pregunto: ¿qué le va
en ello a cualquier hombre independiente, inteligente y respetable?, ¿no nos
beneficiaremos igualmente de su prudencia y honestidad sea cual sea la decisión a la
que puedan llegar? ¿No podemos contar con algunos votos independientes? ¿Acaso
no hay en el país muchas personas que no asisten a convenciones? Pues no: resulta
que el presunto hombre respetable ha desertado de su puesto en el acto y desespera
de su país, cuando es su país el que tiene más razones para desesperar de él.
Inmediatamente acepta a uno de los candidatos como el único disponible, probando
así que es él mismo quien está disponible para cualquier propósito del demagogo. Su
voto no tiene más valor que el de cualquier mercenario nativo, o extranjero sin
principios, que pueda haber sido comprado. ¡Loado sea el hombre que es un hombre
y—como dice mi vecino—tiene un hueso en la espalda que no puedes doblar con la
mano! Nuestras estadísticas son erróneas: la población ha sido sobrevalorada.
¿Cuántos hombres hay en este país por cada mil millas cuadradas? Difícilmente habrá
uno. ¿No ofrece América a los hombres ningún aliciente para que se establezcan
aquí? El americano ha degenerado en un Odd Fellow, ejemplar reconocible por el
desarrollo de su espíritu gregario y por una manifiesta ausencia de intelecto y alegre
confianza en sí mismo; alguien cuya ocupación primera y principal, al llegar a este
mundo, es comprobar si los hospicios están en buenas condiciones y—antes incluso
de haberse vestido legalmente la toga viril—reunir un fondo para el apoyo de las
viudas y los huérfanos que pudiera haber; alguien que, en resumen, se aventura a vivir
únicamente con la ayuda de la compañía de mutuas de seguro, que le ha prometido
enterrarlo decentemente.
[13] No es deber del hombre, en circunstancias normales, el dedicarse a la
erradicación de ningún mal, ni siquiera del peor de los males; puede tener
perfectamente otros asuntos de los que ocuparse; pero tiene el deber, como mínimo,
de lavarse las manos del mal y, si no le fuera a dedicar más pensamientos, de no
prestarle su apoyo en la práctica. Si yo me dedico a otros propósitos y
contemplaciones, debo ver primero, al menos, que no los persigo sentado sobre los
hombros de otro hombre. Primero debo bajarme de allí, para que también él pueda
proseguir con sus contemplaciones. Vean qué gran contradicción se mantiene. He
oído a algunos de mis vecinos decir: "Me gustaría que me ordenasen marchar a
Méjico, o prestar ayuda para sofocar una insurrección de los esclavos; ya verías si
voy." Y es que cada uno de esos mismos hombres, directamente por su adhesión y
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también indirectamente—al menos—por su dinero, han suministrado un sustituto. El
soldado que rehúsa servir en una guerra injusta es aplaudido por aquéllos que no
rehúsan sostener al injusto gobierno que hace la guerra; es aplaudido por aquéllos
cuyos actos y autoridad él desdeña y desprecia; como si el Estado fuera penitente
hasta el punto de contratar a uno para que le azote mientras peca, pero no hasta el
punto de dejar de pecar ni siquiera por un momento. Así, en el nombre del orden y del
gobierno civil, al final nos han hecho a todos sostener y rendir homenaje a nuestra
propia mezquindad. Tras el primer rubor del pecado llega la indiferencia; y de inmoral
se convierte, por así decirlo, en amoral, y no poco necesario para la vida que nos
hemos organizado.
[14] El error más extendido y predominante requiere, para sustentarse, de la
virtud más desinteresada. Son los nobles los que por lo general más incurren en el
leve reproche que comúnmente se hace a la virtud del patriotismo; aquéllos que,
mientras desaprueban el carácter y las medidas del gobierno, le otorgan su lealtad y
apoyo, son sin duda sus partidarios más conscientes y a menudo el obstáculo más
serio para la reforma. Los hay que solicitan al Estado que disuelva la Unión, con el fin
de ignorar las exigencias del presidente. ¿Por qué no la disuelven ellos mismos—la
unión entre ellos y el Estado—y rehúsan pagar sus cuotas a Hacienda? ¿No se
encuentran ellos en la misma relación con el Estado que el Estado con la Unión? ¿Y
no son las mismas razones que han impedido al Estado resistirse a la Unión las que
les han impedido a ellos resistir al Estado?
[15] ¿Cómo puede un hombre estar satisfecho sólo con mantener una opinión y
además disfrutarlo? ¿Hay algún disfrute en ello, si su opinión es que ha sido
agraviado? Si tu vecino te estafa un solo dólar, no te quedas satisfecho con saber que
has sido estafado, ni con decir que has sido estafado, ni siquiera reclamándole que te
pague lo que te debe; sino que inmediatamente tomas medidas efectivas para
recuperar la cantidad total y te aseguras de que nunca más te volverán a estafar. La
acción basada en principios—la percepción y realización de la justicia—cambia las
cosas y las relaciones; es esencialmente revolucionaria y no del todo coherente con lo
que hubo antes. No sólo divide Iglesias y Estados, divide familias; ¡ay!, divide al
individuo, separando en él lo diabólico de lo divino.
[16] Existen leyes injustas: ¿nos contentaremos con obedecerlas?, ¿o nos
esforzaremos en enmendarlas, obedeciéndolas mientras no tengamos éxito?, ¿o las
transgrediremos de una vez? Generalmente los hombres, bajo un gobierno como éste,
piensan que se debe esperar hasta haber persuadido a la mayoría para alterarlas.
Piensan que, si se resistiesen, el remedio sería peor que la enfermedad. Pero que el
remedio sea peor que la enfermedad es culpa del propio gobierno. El gobierno lo hace
peor. ¿Por qué no está listo para anticiparse y proponer una reforma? ¿Por qué no
aprecia a su prudente minoría? ¿Por qué grita y se resiste antes de ser herido? ¿Por
qué no alienta a sus ciudadanos para que, dispuestos a señalar sus fallos, hagan algo
por mejorar lo presente? ¿Por qué siempre crucifica a Cristo, y excomulga a Copérnico
y a Lutero, y declara rebeldes a Washington y Franklin?
[17] Uno podría llegar a pensar que la negación deliberada y fehaciente de la
autoridad de un gobierno es el único delito que ninguno ha contemplado; si no, ¿por
qué no han designado aún su castigo adecuado, preciso y proporcionado? Si un
hombre que carece de propiedades rehúsa una sola vez ganar nueve chelines para el
Estado, se le mete en prisión durante un tiempo al que ninguna ley que yo conozca
pone límites, determinado únicamente por la discreción de aquéllos que le metieron
allí; pero si robase al Estado noventa veces nueve chelines, en seguida se le permite
salir en libertad de nuevo.
[18] Si la injusticia forma parte de la necesaria fricción de la maquinaria del
gobierno, que siga, sí, que siga: quizá con el desgaste se suavice, y con toda
seguridad la máquina acabará rompiéndose con el uso. Si la injusticia tiene un muelle,
una polea, una manivela o una correa exclusivamente para ella, entonces tal vez
puedas considerar si el remedio no será peor que la enfermedad; pero si es de tal
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naturaleza que requiere de ti que seas agente de la injusticia para con otro, entonces
digo: Rompe la ley. Haz que tu vida sea una contrafricción para detener la máquina. Lo
que tengo que hacer es observar, en cualquier circunstancia, que no me presto al
mismo mal que condeno.
[19] En cuanto a adoptar los medios que el Estado ha provisto para remediar el
mal, nada sé de tales medios. Llevan demasiado tiempo y consumirían la vida de un
hombre. Tengo otros asuntos que atender. No vine a este mundo para hacer de él un
buen lugar donde vivir, sino para vivir en él, sea bueno o malo. Un hombre no tiene por
qué hacerlo todo; y como además no puede hacerlo todo, no es necesario que haga
algo injusto. No es asunto mío andar solicitando al gobernador o a la legislatura más
de lo que ellos me solicitan a mí; si no escuchasen mi solicitud, ¿qué haría yo
entonces? Pero en este caso el Estado no ha provisto medio alguno: su propia
Constitución es el mal. Esto puede parecer duro, obstinado e intransigente; pero
equivale a tratar con la mayor bondad y consideración sólo a aquel espíritu que pueda
apreciarlo o lo merezca. Así es todo cambio a mejor, como el nacimiento o la muerte
que convulsionan el cuerpo.
[20] No dudo en decir que ésos que se llaman a sí mismos abolicionistas
deberían retirar inmediata y efectivamente su apoyo—tanto personal como material—
al gobierno de Massachusetts, y—antes de que resulte afectado su derecho a
prevalecer mediante ella—no esperar a constituir una mayoría de un voto de
diferencia. Pienso que es suficiente con que tengan a Dios de su parte, sin esperar a
nadie más. Más aún, cualquier hombre más justo que sus vecinos constituye ya una
mayoría de uno.
[21] Me reúno con este gobierno americano—o su representante, el gobierno del
Estado—directamente, cara a cara, una vez al año—y no más—en la persona de su
recaudador de impuestos; ésta es la única manera en la que un hombre de mi posición
necesariamente se lo encuentra; y entonces dice claramente: Reconóceme; y la
manera más simple, más efectiva y—en la presente situación—más indispensable de
tratar con él a este respecto, de expresar tu poca satisfacción y amor por él, es negarlo
en ese preciso momento. Mi convecino el recaudador de impuestos, el hombre real
con el que tengo que tratar—pues, después de todo, peleo con hombres y no con
papeles—, ha escogido voluntariamente ser un agente del gobierno. Hasta que le
obliguen a considerar si me tratará a mí—su vecino, por quien siente respeto—como
tal vecino y hombre bien dispuesto, o como maníaco y perturbador de la paz, y a
examinar si puede superar este obstáculo a su vecindad sin que ningún pensamiento
más rudo e impetuoso acompañe su acción, ¿cómo llegará jamás a conocer bien lo
que es y hace como funcionario del gobierno, o como hombre siquiera? Sé muy bien
que si un millar, si un centenar, si una decena de hombres que pueda nombrar—si
únicamente diez hombres honestos—, ¡ay!, si un hombre HONESTO, en este Estado
de Massachusetts, dejando de tener esclavos, llegara a retractarse en este mismo
momento de su complicidad y se le encerrase por ello en la cárcel del condado, eso
sería la abolición de la esclavitud en América. Pues no importa cuán pequeño pueda
parecer el comienzo: lo que queda bien hecho una vez, queda para siempre. Pero
preferimos hablar sobre ello: decimos que ésa es nuestra misión. La reforma cuenta
con muchas columnas periodísticas a su servicio, pero con ningún hombre. Si mi
estimado vecino, el embajador del Estado—que dedicará sus días a plantear la
cuestión de los derechos humanos en la Cámara del Consejo—, en vez de ser
amenazado con las prisiones de Carolina, fuera a sentarse prisionero de
Massachusetts—ese Estado que está tan ansioso por imputar el pecado de la
esclavitud a su hermana, aunque de momento sólo pueda descubrir una falta de
hospitalidad como fundamento de su disputa con ella—, el próximo invierno la
legislatura no desestimaría del todo el tema.
[22] Bajo un gobierno que encarcela injustamente a alguien, el lugar apropiado
para un hombre justo es también una cárcel. Hoy el lugar adecuado, el único lugar que
Massachusetts ha provisto para sus espíritus más libres y menos desalentados está
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en sus prisiones, para encerrarlos y separarlos del Estado por acción de éste, tal y
como ellos mismos ya se han separado de él por sus principios. Allí se encontrarán el
esclavo fugitivo, el prisionero mejicano en libertad bajo palabra y el indio llegado para
reparar los daños infligidos a su raza; en ese suelo separado, pero más libre y
honorable, el Estado coloca a aquéllos que no están con él, sino contra él: ésa es la
única casa en un Estado esclavista en la que un hombre libre puede permanecer con
honor. Si alguien piensa que su influencia se perderá allí y que sus voces no volverán
a afligir los oídos del Estado—que no serán como un enemigo dentro de sus muros—,
es que no sabe hasta qué punto la verdad es más fuerte que el error, ni cuánto más
elocuente y eficazmente puede combatir la injusticia quien la ha experimentado un
poco en su propia persona. Deposita todo tu voto, no una mera tira de papel, sino toda
tu influencia. Una minoría es impotente mientras se conforma a la mayoría; ni siquiera
es un minoría entonces; pero es irresistible cuando se interpone con todo su peso. Si
la alternativa es mantener en prisión a todos los hombres justos o acabar con la guerra
y la esclavitud, el Estado no dudará qué escoger. Si este año mil hombres no pagasen
su declaración de impuestos, ello no sería una medida tan sangrienta ni tan violenta
como lo sería pagarlas, capacitando así al Estado para cometer violencia y derramar
sangre inocente. Esta es, de hecho, la definición de una revolución apacible, si es que
es posible alguna así. Si el recaudador de impuestos, o cualquier otro funcionario
público, me pregunta—como alguno ya ha hecho—"¿Pero qué voy a hacer?" mi
respuesta es "Si realmente deseas hacer algo, renuncia a tu puesto." Cuando el
súbdito ha rehusado ser leal, entonces la revolución se ha hecho realidad. Pero
supongamos que incluso se llegase a derramar sangre. ¿No hay, en cierta medida,
derramamiento de sangre cuando se hiere a la conciencia? A través de esa herida
fluyen la auténtica humanidad e inmortalidad de un hombre, y se desangra hasta la
muerte eterna. Veo fluir esta sangre ahora.
[23] He considerado el encarcelamiento del infractor, más que el embargo de sus
bienes—aunque ambos sirvan al mismo propósito—, porque aquéllos que defienden la
justicia más pura, y en consecuencia son más peligrosos para un Estado corrupto, por
lo común no han empleado mucho tiempo acumulando propiedades. A tales
ciudadanos el Estado rinde comparativamente un servicio pequeño, y un leve
impuesto les parecerá exorbitante, en especial si están obligados a ganarlo trabajando
adicionalmente con sus manos. Si hubiese alguno que viviera sin utilizar dinero en
absoluto, el propio Estado dudaría en reclamárselo. Pero el rico—sin ánimo de hacer
ninguna comparación odiosa—está siempre vendido a la institución que le hace rico.
Hablando con carácter absoluto, a más dinero, menos virtud; pues el dinero se
interpone entre un hombre y sus objetos, y los obtiene para él; ciertamente no hay
mucha virtud en semejante logro. El dinero pone al margen muchas cuestiones que de
otra manera el rico estaría obligado a responder; mientras que la única cuestión nueva
que impone es la difícil pero superflua de cómo gastarlo. De este modo, el fundamento
moral del rico desaparece bajo sus pies. Las oportunidades de vivir disminuyen
proporcionalmente al aumento de los llamados "medios de vida". Lo mejor que un
hombre puede hacer por su cultura cuando se hace rico consiste en esforzarse por
llevar a cabo los proyectos que albergaba cuando era pobre. Cristo respondió a los
partidarios de Herodes de acuerdo a sus condiciones. Dijo: "Enseñádme la moneda
del tributo", y uno sacó un centavo de su bolsillo. Si usáis dinero que lleva acuñada la
imagen del César, y que él ha hecho corriente y valiosa, esto es, si sois hombres del
Estado, y de buen grado disfrutáis de las ventajas del gobierno del César, entonces
pagadle las vueltas de lo suyo cuando os lo demande. "Por lo tanto, devolvedle al
César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios", dejándolos sin saber más que
antes sobre para quién era cada cosa; pues lo que ellos deseaban no era saber.
[24] Cuando hablo con el más libre de mis vecinos, percibo que, digan lo que
digan sobre la magnitud y la seriedad de la cuestión y sobre su consideración por la
tranquilidad pública, lo crucial del asunto estriba en que no pueden sustraerse a la
protección del gobierno existente y temen las consecuencias de la desobediencia para
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sus propiedades y familias. Por mi parte, no me gustaría pensar que alguna vez haya
de necesitar la protección del Estado. Pero, si niego la autoridad del Estado cuando
me presente sus impuestos, pronto tomará y arrasará toda mi propiedad, y así me
acosará sin tregua a mí y a mis hijos. Esto es duro. Esto hace imposible a un hombre
vivir honesta y al mismo tiempo confortablemente en cuanto a lo externo. No merecerá
la pena acumular propiedades, que seguramente volverían a perderse. Debes ocupar
o alquilar cualquier sitio, sembrar nada más que una pequeña cosecha y comértela
pronto. Debes vivir en tu interior y depender de ti mismo, siempre recogido y listo para
marchar, y no tener muchos asuntos que atender. Un hombre puede hacerse rico
hasta en Turquía, si es en todos los aspectos un buen súbdito del gobierno Turco.
Confucio dijo: "Si un Estado se gobierna por los principios de la razón, la pobreza y la
miseria son objeto de vergüenza; si un Estado no se gobierna por los principios de la
razón, riquezas y honores son objeto de vergüenza." No: mientras no requiera que se
me aplique la protección de Massachusetts en algún distante puerto del Sur, donde mi
libertad esté en peligro, o mientras no me ocupe únicamente en aumentar aquí mis
bienes raíces mediante pacífica empresa, puedo permitirme rehusar lealtad a
Massachusetts y negar su derecho a mi vida y propiedad. Me cuesta menos en todos
los sentidos incurrir en el castigo por desobediencia al Estado, que llegar a obedecer.
Me sentiría de mucho menos valor en ese caso.
[25] Algunos años atrás, el Estado me abordó en nombre de la Iglesia y me
ordenó pagar cierta suma para el mantenimiento de un clérigo cuya predicación
escuchaba mi padre, pero yo no. "O pagas,—me dijo—o a la cárcel." Decliné pagar.
Pero, desgraciadamente, otro hombre creyó oportuno efectuar el pago por mí. No veía
por qué se debe imponer al maestro de escuela la manutención del sacerdote y no al
sacerdote la del maestro de escuela; pues yo no era maestro de la escuela pública,
sino que me mantenía por suscripción voluntaria. No veía por qué el Liceo no debería
presentar sus impuestos, al igual que la Iglesia, y el Estado respaldar su demanda. Sin
embargo, a petición de los administradores municipales, condescendí a realizar la
siguiente declaración por escrito: "Sepan todos por la presente que yo, Henry Thoreau,
no deseo que se me considere como miembro de ninguna sociedad a la cual no me
haya unido." La entregué al secretario del ayuntamiento, y él la guarda. El Estado,
habiendo sabido así que yo no deseaba que se me considerase miembro de esa
Iglesia, nunca me ha hecho una demanda semejante desde entonces; aunque
manifestó que aquella vez tuvo que adherirse a su presunción original. Si hubiera
sabido cómo nombrarlas, hubiera consignado entonces y en detalle todas las
sociedades con las que nunca había firmado; pero no supe dónde encontrar una lista
completa.
[26] No he pagado el impuesto de capitación durante seis años. Me metieron en
la cárcel una vez por este motivo, durante una noche; y, mientras contemplaba los
muros de sólida piedra, de dos o tres pies de grosor, la puerta de hierro y madera, de
un pie de grosor, y la reja de hierro que tamizaba la luz, no podía evitar sentirme
impresionado por la estupidez de una institución que me trataba como si yo fuera
meramente carne, sangre y huesos que encerrar. Me preguntaba si finalmente habían
concluido que éste era el mejor uso que podían darme, sin haber pensado jamás en
beneficiarse de algún modo con mis servicios. Vi que, si bien había un muro de piedra
entre mis conciudadanos y yo, había otro aún más difícil de subir o atravesar antes de
que pudieran llegar a ser tan libres como yo. No me sentí confinado ni por un
momento; los muros asemejaban un gran desperdicio de piedra y mortero. Me sentía
como si sólo yo, de entre todos los ciudadanos, hubiese pagado el impuesto. Ellos,
manifiestamente, no supieron cómo tratarme: se comportaron como unos malcriados.
En cada amenaza y en cada cumplido había un despropósito; pues pensaban que mi
mayor deseo era estar al otro lado de aquel muro de piedra. No podía sino sonreír al
ver cuán diligentemente cerraban la puerta durante mis meditaciones, las cuales les
seguían afuera de nuevo sin permiso ni obstáculos, y realmente ellas eran todo lo
peligroso allí. Como no podían alcanzarme, habían resuelto castigar mi cuerpo; igual
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que niños, que si no pueden alcanzar a la persona con quien se han enfadado, la
emprenderán con su perro. Vi que el Estado era medio tonto, remilgado como una
mujer solitaria con sus cucharas de plata, y que no distinguía sus amigos de sus
enemigos; perdí todo el respeto que me quedaba por él y le compadecí.
[27] Así, el Estado nunca se enfrenta deliberadamente al sentido intelectual o
moral de un hombre, sino sólo a su cuerpo, a sus sentidos. No está armado con una
mayor honestidad o juicio, sino con una mayor fuerza física. Yo no nací para ser
forzado. Respiraré a mi manera. Veamos quién es el más fuerte. ¿Qué clase de fuerza
tiene la multitud? Sólo pueden forzarme aquéllos que obedezcan una ley más alta que
yo. Me obligan a intentar ser como ellos. No sé de hombres que hayan sido forzados a
vivir de una manera u otra por las masas. ¿Qué clase de vida sería esa? Cuando
encuentro a un gobierno que me dice: "la bolsa o la vida", ¿por qué debería
apresurarme a darle mi dinero? Puede estar en un gran aprieto y no saber qué hacer:
pero eso no puedo remediarlo. Debe ayudarse a sí mismo; hacer como yo hago. No
merece la pena lloriquear por ello. No soy responsable del buen funcionamiento de la
maquinaria de la sociedad. No soy el hijo del ingeniero. Observo que, cuando una
bellota y una castaña caen una junto a otra, una no permanece inerte para dejar paso
a la otra, sino que ambas obedecen sus propias leyes, y brotan y crecen y florecen tan
bien como pueden, hasta que una, tal vez, sobrepasa y destruye a la otra. Si una
planta no puede vivir de acuerdo con su naturaleza, muere; y lo mismo le ocurre a un
hombre.
[28] La noche en prisión fue bastante interesante y novedosa. Cuando ingresé,
los prisioneros estaban en mangas de camisa disfrutando de la charla y la brisa
vespertina en la entrada. Pero el carcelero dijo: "venga, muchachos, es hora de
cerrar"; de modo que se dispersaron, y oí el sonido de sus pasos regresando a las
habitaciones vacías. Mi compañero de celda me fue presentado por el carcelero como
"un tipo de primera y hombre inteligente". Cuando la puerta se cerró, él me enseñó
dónde colgar mi sombrero y cómo llevaba sus cosas por allí. Las celdas se
blanqueaban mensualmente; y ésta, por lo menos, era la más blanca, más
sencillamente amueblada y probablemente más pulcra habitación de todo el municipio.
Naturalmente, quería saber de dónde venía y qué me había traído allí; y, cuando se lo
dije, le pregunté a mi vez cómo llegó allí él, suponiéndole un hombre honesto, por
supuesto; y, tal como va el mundo, creo que lo era. "Vaya,—dijo—me acusan de
quemar un granero; pero jamás hice tal cosa." Por lo que pude descubrir,
probablemente había ido a acostarse borracho a un granero, fumó allí su pipa; y así un
granero quedó reducido a cenizas. Tenía reputación de ser un hombre inteligente,
había permanecido allí unos tres meses esperando a que llegase su juicio, y tendría
que esperar otros tantos más; pero estaba bastante domesticado y contento, pues
obtenía gratis su pensión y pensaba que le trataban bien.
[29] Él ocupaba una ventana y yo la otra; y me di cuenta de que, si uno
permanecía aquí largo tiempo, su principal ocupación consistiría en mirar por ella.
Pronto hube leído todos los panfletos que habían dejado allí; examiné por dónde
habían escapado anteriores prisioneros, por dónde se había aserrado la reja, y
escuché la historia de los diversos ocupantes de esa celda; pues descubrí que incluso
aquí había una historia y una chismografía que jamás circulaban más allá de los muros
de la cárcel. Probablemente ésta sea la única casa del municipio donde se componen
versos que se imprimen a continuación en una circular, pero no se publican. Me
mostraron una lista bastante extensa de ellos que habían sido compuestos por
algunos jóvenes que, descubiertos en un intento de evasión, se vengaban
cantándolos.
[30] Temiendo no volver a verle nunca más, sonsaqué a mi compañero de prisión
para exprimirle todo lo posible; pero finalmente él me mostró mi cama y me permitió
soplar el candil.
[31] Yacer allí durante una noche fue como viajar a un país lejano, tal como jamás
había esperado observar. Me parecía que nunca antes había oído el tañido del reloj
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municipal, ni los sonidos vespertinos de la villa; pues dormíamos con las ventanas
abiertas, las cuales estaban por dentro de las rejas. Fue como ver mi villa natal a la luz
de la Edad Media y a nuestro Concord convertido en un afluente del Rin; visiones de
caballeros y castillos pasaban ante mí. Eran las voces de los viejos burgueses las que
oía en las calles. Fui el involuntario espectador y oyente de todo lo que se hacía y
decía en la cocina de la adyacente posada de la villa; una experiencia curiosa y
completamente nueva para mí. Era una perspectiva más cercana de mi municipio
natal. Me encontraba justamente dentro de él. Nunca antes había visto sus
instituciones. Esta es una de sus instituciones peculiares, pues es cabeza de partido.
Comencé a comprender el hacer de sus habitantes.
[32] Por la mañana, pasaron nuestros desayunos a través de un agujero en la
puerta, en pequeñas latas rectangulares—fabricadas a tal propósito—que contenían
una pinta de chocolate, con pan negro y una cuchara de hierro. Cuando pidieron de
nuevo los recipientes, fui lo bastante novato como para ir a devolver el pan que me
había sobrado; pero mi camarada lo agarró, diciendo que lo guardase para el
almuerzo o la cena. Poco después él saldría para trabajar secando heno en un campo
vecino adonde iba todos los días y no estaría de vuelta hasta el mediodía; así que me
ofreció sus respetos, diciendo que dudaba verme de nuevo.
[33] Cuando salí de prisión—pues alguien se entrometió y pagó ese impuesto—
no percibí que hubiesen tenido lugar grandes cambios en la comunidad, como los que
podría observar quien entró joven y salió hecho un anciano cano y tembloroso; y, no
obstante, a mis ojos se había producido un cambio en la escena—el municipio, el
Estado y el país—mayor que cualquiera que el mero tiempo pudiera efectuar. Vi más
claramente el Estado en que vivía. Comprendí hasta qué punto eran buenos vecinos y
amigos de fiar las personas con las que vivía; que su amistad era sólo para los buenos
tiempos; que en gran medida no se proponían hacer el bien; que eran, por sus
prejuicios y supersticiones, de una raza distinta a la mía, como lo son los chinos y los
malayos; que, en sus sacrificios por la humanidad, no corren riesgos, ni siquiera con
sus propiedades; que, después de todo, no eran tan nobles, sino que trataban al
ladrón como él les había tratado a ellos, y esperaban salvar sus almas por una cierta
observancia externa, unas pocas plegarias y por caminar de cuando en cuando por un
sendero particularmente estrecho aunque inútil. Puede que esto sea juzgar a mis
vecinos severamente; pues creo que la mayoría de ellos no son ni siquiera
conscientes de que tienen en su villa una institución tal como la cárcel.
[34] Había antiguamente en nuestra villa la costumbre, cuando un deudor pobre
salía de la cárcel, de que sus conocidos le saludasen mirando a través de los dedos,
los cuales se cruzaban para representar las rejas de una ventana de cárcel: "¿Cómo
está usted?" Mis vecinos no me saludaron así, pero me miraron primero, y después se
miraron entre sí, como si yo hubiera regresado de un largo viaje. Me metieron en la
cárcel cuando iba al zapatero para recoger un zapato que dejé para remendar.
Cuando me soltaron a la mañana siguiente, procedí a dar fin a mi tarea y, poniéndome
mi zapato ya arreglado, me uní a un grupo que, impacientes por ponerse bajo mi guía,
partía en búsqueda de arándanos; y en media hora—pues el caballo fue prontamente
enjaezado—estaba en medio de un campo de arándanos, sobre una de nuestras
colinas más altas, a dos millas de distancia; al Estado no se le veía por ningún lado.
[35] Y ésta es toda la historia de "Mis prisiones".
[36] Nunca me he negado a pagar el impuesto de carreteras porque estoy tan
deseoso de ser un buen vecino como de ser un mal súbdito; en cuanto al sostén de las
escuelas, ya estoy cumpliendo ahora con mi parte en la educación de mis paisanos.
No me niego a pagarlo por ningún detalle en particular. Deseo simplemente negarle mi
lealtad al Estado, retirarme y vivir deliberadamente lejos de él. No me preocupo en
rastrear el destino de mi dólar, si eso fuera posible, mientras no compre un hombre o
un mosquete con el que matarlo—el dólar es inocente—, pero me importa rastrear los
efectos de mi lealtad. De hecho, le declaro tranquilamente la guerra al Estado, a mi
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manera, aunque todavía haré uso de las ventajas que de él pueda obtener, como es
usual en tales casos.
[37] Si otros pagan, por simpatía con el Estado, el impuesto que a mí se me
exige, no hacen sino repetir lo que antes han hecho en su propio caso o, mejor dicho,
extienden la injusticia en un grado mayor que el exigido por el Estado. Y si pagan el
impuesto por un interés equivocado en el individuo en cuestión, para salvar sus
propiedades o evitar su ingreso en la cárcel, es porque no han considerado
prudentemente hasta qué punto dejan que sus sentimientos privados interfieran con el
bien público.
[38] Esta es, entonces, mi posición en el presente. Pero en estos casos nadie
puede estar demasiado en guardia si no quiere que su acción se predisponga,
dejándose llevar por la obstinación o por una consideración indebida para con las
opiniones humanas. Asuma entonces que, actuando de esta forma, sólo hace lo que
uno debe y lo que corresponde al momento.
[39] Pienso a veces: vaya, esta gente tiene buenas intenciones; son sólo
ignorantes; lo harían mejor si supieran cómo: ¿por qué dar a tus vecinos ese mal trago
de tratarte como no se sienten inclinados a hacerlo? Pero pienso de nuevo que ésa no
es razón para que yo haga como ellos o permita que otros sufran males mucho
mayores y de diferente clase. De nuevo, a veces me digo: cuando muchos millones de
hombres, sin vehemencia, sin mala voluntad, sin cuestiones personales de ningún tipo,
te piden unas pocas monedas sin la posibilidad—tal como están constituidos—de
retractarse o alterar su demanda actual y sin la posibilidad por tu parte de apelar a
otros tantos millones, ¿por qué exponerte a esta abrumadora fuerza bruta? No te
resistes tan obstinadamente al frío y al hambre, a los vientos y a las olas; te sometes
tranquilamente a mil parecidas necesidades. No metes la cabeza en el fuego. Pero
justo mientras contemplo esta fuerza como una fuerza no del todo bruta, sino humana
en parte, y considero que tengo relación tanto con esos millones como con otros
tantos muchos millones de hombres, y no meramente con cosas brutas o inanimadas,
veo que es posible la apelación, primero y de forma instantánea, de ellos a su
Creador, y seguidamente de ellos a ellos mismos. Mas, si pongo mi cabeza
deliberadamente en el fuego, no hay apelación al fuego ni al Creador del fuego, y sólo
puedo culparme a mí mismo. Si pudiera convencerme de que tengo algún derecho a
contentarme con los hombres tal y como son, y a tratarlos consecuentemente y no de
acuerdo, en algunos aspectos, con mis exigencias y mis expectativas de lo que ellos y
yo debiéramos ser, entonces, como buen musulmán y fatalista, me esforzaría en
contentarme con las cosas como son y decir que ésa es la voluntad de Dios. Y, sobre
todo, está la siguiente diferencia entre resistir a esto y resistir a una fuerza puramente
bruta o natural: que a esto puedo resistir con algún efecto; pero no puedo esperar,
como Orfeo, cambiar la naturaleza de las rocas, árboles y bestias.
[40] No deseo pelearme con ningún hombre o nación. No deseo hilar fino, hacer
sutiles distinciones o elevarme por encima de mis vecinos. Busco más bien una
excusa, por así decirlo, para conformarme a las leyes del territorio. Estoy más que
dispuesto a conformarme a ellas. Es más, tengo razones para sospechar de mí mismo
a este respecto; y cada año, cuando se acerca el recaudador de impuestos, me
encuentro listo para revisar la postura y las acciones de los gobiernos central y estatal,
así como el espíritu de la población, con el fin descubrir un pretexto para la
conformidad. [41] Creo que el Estado pronto podrá ahorrarme todo trabajo de este
tipo, y entonces no seré mejor patriota que mis paisanos. Observada desde un punto
de vista inferior, la Constitución, con todas sus faltas, es muy buena; las leyes y los
tribunales son muy respetables; incluso este Estado y este gobierno americano son,
en muchos aspectos, cosas muy admirables y escasas por las que dar gracias, tal
como muchos las han descrito; pero, observadas desde un punto de vista un poco
superior, estas cosas son como las he descrito yo; y observadas desde un punto de
vista aún más alto, o desde el más alto posible, ¿quién podrá decir lo que son, o si
vale la pena en absoluto contemplarlas o pensarlas?
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[42] Sin embargo, el gobierno no me concierne mucho y le dedicaré la menor
cantidad posible de pensamientos. No son muchos los momentos en los que vivo bajo
un gobierno, ni siquiera en este mundo. Si un hombre es librepensador, libre de
inventiva y libre de imaginación, y nunca le parece por mucho tiempo que es aquello
que no es, no hay necios legisladores ni reformadores que puedan interrumpirlo
fatalmente.
[43] Sé que muchos hombres piensan de forma diferente a la mía; pero aquéllos
cuyas vidas están dedicadas profesionalmente al estudio de estos o parejos temas,
me satisfacen tan poco como cualquier otro. Estadistas y legisladores, al estar tan
completamente integrados en las instituciones, nunca las ven de un modo claro y
distinto. Hablan de movilizar la sociedad, pero carecen de punto de apoyo fuera de
ella. Pueden ser hombres de cierta experiencia y discernimiento, y sin duda han
inventado sistemas ingeniosos e incluso útiles, por los cuales sinceramente les damos
las gracias; pero toda su utilidad y buen juicio se mueven dentro de ciertos límites no
muy amplios. Tienden a olvidar que el mundo no está gobernado por la política y la
conveniencia. Webster nunca va más allá del gobierno y por eso no puede hablar de él
con autoridad. Sus palabras son prudentes para aquellos legisladores que no
contemplan ninguna reforma esencial en el gobierno existente; mas para los
pensadores, y para quienes legislan para todo tiempo, no da en el clavo ni una sola
vez. Sé de algunos cuyas serenas y prudentes especulaciones sobre este tema pronto
revelarían los límites del rango y la capacidad de la mente de Webster. No obstante,
comparadas con la barata profesionalidad de los reformadores, y la aún más barata
elocuencia y prudencia de los políticos en general, las suyas son casi las únicas
palabras sensatas y valiosas, y damos gracias al Cielo por él. En comparación, es
siempre fuerte, original y, sobre todo, práctico. Mas su cualidad no es la prudencia,
sino el comedimiento. La verdad del abogado no es la Verdad, sino la coherencia, o
una conveniencia coherente. La Verdad está siempre en armonía consigo misma y no
tiene por principal dedicación revelar la justicia que pueda coexistir con el mal.
Webster bien merece llamarse, como le han llamado, el Defensor de la Constitución.
No puede dar golpes que no sean defensivos. No es un líder: es un gregario. Sus
líderes son los hombres del 1787. "Nunca me he esforzado—dice—y nunca pienso
esforzarme; nunca he compartido un esfuerzo, y nunca he querido compartir un
esfuerzo para perturbar el acuerdo por el que los diversos estados llegaron a constituir
la Unión original." Pensando aún en la sanción que la Constitución otorga a la
esclavitud, dice: "Puesto que forma parte del pacto original, dejémosla estar." Es
incapaz, a pesar de su peculiar agudeza y habilidad, de tomar un hecho al margen de
sus relaciones meramente políticas y contemplarlo con carácter absoluto, tal y como lo
utilizamos intelectualmente cuando, por ejemplo, nos preguntamos qué le corresponde
hacer a un hombre aquí en América hoy día. Por el contrario, cuando profesa hablar
en privado y con carácter absoluto, se aventura o se ve llevado a dar la descabellada
respuesta que sigue: "La manera en que deben regular la esclavitud los gobiernos de
aquellos Estados en los que existe—dice—depende de su propia consideración, y
queda bajo su responsabilidad para con sus electores, para con las leyes generales
del decoro, la humanidad y la justicia y para con Dios. Las asociaciones formadas en
cualquier lugar, surgidas por un sentimiento humanitario o por cualquier otra causa, no
tienen nada que ver ahí. Nunca han recibido ningún aliento por mi parte y nunca lo
recibirán." De aquí, ¿qué nuevo y singular código de deberes sociales deberíamos
extraer?
[44] Aquéllos que no conocen fuentes más puras de verdad, quienes no han
rastreado su curso a más altura, están—y están prudentemente—con la Biblia y con la
Constitución, y beben de ellas con reverencia y humildad; pero aquéllos que
contemplan de dónde gotea el agua a este lago o a ese estanque, se ciñen los lomos
una vez más y continúan su peregrinación hacia el manantial.
[45] En América no ha surgido ni un solo hombre con genio para la legislación.
Son escasos en la historia universal. Oradores, políticos y hombres elocuentes, los
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hay a miles; pero todavía no ha abierto la boca para hablar el orador capaz de dirimir
las muy vejadas cuestiones de hoy. Amamos la elocuencia por sí misma, no por la
verdad que pueda pronunciar ni por el heroísmo que pueda inspirar. Nuestros
legisladores no han aprendido aún el valor relativo que para una nación tienen el libre
comercio y la libertad, la unión y la rectitud. Carecen de genio y de talento para
cuestiones relativamente sencillas de fiscalía y finanzas, comercio, manufacturas o
agricultura. Si para guiarnos nos abandonásemos únicamente al verboso ingenio de
los legisladores del Congreso, sin que su juicio se corrigiera por la oportuna
experiencia y las quejas efectivas del pueblo, América no mantendría por mucho
tiempo su posición entre las naciones. Quizá yo no tenga derecho a decirlo, pero hace
ya dieciocho siglos que se escribió el Nuevo Testamento; y ¿dónde está el legislador
con la suficiente prudencia y talento práctico necesarios para beneficiarse de la luz
que arroja sobre la ciencia de la legislación?
[46] La autoridad del gobierno, incluso aquélla a la que quisiera someterme—
pues obedeceré alegremente a aquéllos que sepan y puedan hacerlo mejor que yo, y
en muchas cosas hasta a aquéllos que ni sepan ni puedan hacerlo tan bien—, es
todavía impura: para ser estrictamente justa, debe tener la sanción y el consentimiento
de los gobernados. No puede tener más derechos sobre mi persona y mi propiedad
que los que yo le conceda. El progreso desde una monarquía absoluta a otra limitada,
desde una monarquía limitada a una democracia, es un progreso hacia un auténtico
respeto por el individuo. ¿Es una democracia como la que conocemos el último
adelanto posible en gobiernos? ¿No es posible dar un paso más hacia el
reconocimiento y la implantación de los derechos humanos? No habrá un Estado
realmente libre e ilustrado hasta que el Estado llegue a reconocer al individuo como un
poder independiente y superior, del cual se deriva todo su poder y autoridad, y a
tratarlo en consecuencia. Me complazco imaginando un Estado que finalmente se
permita ser justo con todos los hombres y tratar al individuo con el respeto de un
vecino; que ni siquiera conciba incompatible con su propio bienestar el que unos pocos
vivan a distancia, sin entrometerse ni ser sitiados por él, cumpliendo todos sus
deberes como vecinos y semejantes. Un Estado que sustente esta clase de fruto y
permita que vaya cayendo a medida que madure, prepararía el camino para un Estado
aún más glorioso y perfecto, que también he imaginado, pero que todavía no he visto
en ningún lugar.
Nota sobre el texto [Top]
La traducción que aquí se ofrece está basada en la edición de 1849 del ensayo de
Thoreau, titulado entonces "Resistance to Civil Government". En 1866 el ensayo
apareció con algunos cambios menores y titulado "Civil Disobedience". Para facilitar la
consulta del original, en el texto los parágrafos han sido numerados de acuerdo con la
edición de 1866. Traducción de Antonio Casado da Rocha bajo licencia copyleft: este
texto puede reproducirse mientras no se cambie su contenido, incluyendo esta nota.
A note on the text
This Spanish translation is based on the 1849 edition of Thoreau’s essay, entitled
"Resistance to Civil Government". In 1866 the essay was published again with some
minor changes and a new title, "Civil Disobedience". In order to make easier conferring
with the original, paragraphs have been numbered according to the 1866 edition.
Translation by Antonio Casado da Rocha—some rights reserved.
-------------------------------------------------------------------------------Copyleft 2005
Antonio Casado da Rocha
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