Ficha Triada de Micerinos - Colegio Santo Tomás de Aquino

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Colegio Santo Tomás de Aquino
Centro Autorizado E.S.O. y Bachillerato
TRÍADA DE MICERINOS (MENKAURE).
1. FICHA TÉCNICA: identificación y clasificación de la obra.
Localización temporal: 2639-2504 a de C. Imperio Antiguo (IV dinastía).
Localización: Museo egipcio de El Cairo. Fue descubierta en 1910 por un equipo de arqueólogos del
Museo de Bellas Artes de Boston, que estaba excavando el templo funerario de la pirámide de dicho
faraón.
Tipología: altorrelieve
Material: pizarra gris.
Dimensiones. Altura: 92,5 cm. Anchura: 46,5 cm. Longitud: 43 cm.
Estilo: escultura del antiguo Egipto.
La obra (2639-2504 a de C.) se sitúa en el IMPERIO ANTIGUO, durante la IV DINASTÍA (período
Menfita), época de consolidación de los rasgos básicos de la civilización egipcia y de máximo esplendor
artístico. El hecho de que no conozcamos el nombre del autor nos remite a una época en la que el
trabajo artístico tenía un carácter artesanal. La consideración social del artista en el artiguo Egipto se
situaba al mismo nivel que cualquier otro trabajador manual, aunque muy cualificado. Nadie le pedía que
fuese original o que crease nuevas formas, sino que fuese capaz de ser fiel a la tradición artística de la
que formaba parte como el eslabón de una cadena.
2. EL CONTEXTO HISTÓRICO:
Para entender la naturaleza y significado de esta obra, debemos hacer referencia a las siguientes
circunstancias:
La civilización del antiguo Egipto estuvo determinada, desde sus remotos orígenes, por el
espacio físico: “Egipto es un don del Nilo” (Heródoto). Egipto era una estrecha franja de tierra que
se prolongaba a lo largo de cientos de kilómetros, rodeada de desiertos y sometida a las periódicas
crecidas del río Nilo; estas inundaciones proporcionaban a los egipcios el necesario limo para hacer fértiles
unas tierras que, de otro modo, habrían sido estériles. La riqueza y properidad de Egipto se basó, pues, en
este fenómeno de la Naturaleza. El aislamiento que esta situación propiciaba y la visión de un ciclo que se
repetía anualmente, forjarán una manera de entender el arte, muy vinculada a la idea de orden y
continuidad. El conjunto de creencias religiosas de los antiguos egipcios se mantendrá inalterable a lo
largo de sus casi tres mil años de historia, haciendo que las convenciones artísticas fijadas en los primeros
siglos se mantuviesen, a su vez, intactas durante toda su historia. Este carácter casi inalterable de sus
concepciones artísticas hay que relacionarlo con sus creencias en la vida de ultratumba y la necesidad
de garantizar la supervivencia del difunto más allá de la muerte. Será en este marco espacial y religioso
donde se desarrolle un sistema político en cuya cúspide se halla el Faraón, un monarca absoluto que se
convierte en el fundamento de la supervivencia de la propia civilización egipcia. El Faraón, como
representante de los dioses en la tierra, está impregnado de su misma naturaleza divina. De él depende
que se mantenga el ciclo anual de las crecidas, el esfuerzo colectivo de todo un país, el Alto y el Bajo
Egipto, y la buena voluntad y la protección de los dioses. La sociedad egipcia acataba el poder absoluto
del faraón, porque era condición necesaria para su propia supervivencia. La religión egipcia
(politeísta), trufada de dioses antropomórficos con cabeza de animal, encarnaba la materialización de las
fuerzas de la Naturaleza que gobernaban la vida de los hombres. El Sol, la Luna, etc. convergían en la
persona divina del faraón, convirtiendo Egipto en una Teocracia. La casta sacerdotal y los templos que
administraba, era uno de los pilares sobre los que se sostenía este sistema. El trabajo de miles de
campesinos, librado de las tareas agrícolas durante las crecidas, y el de miles de esclavos, hará posible
levantar las gigantescas tumbas y templos que jalonan el valle del Nilo, testimoniando la grandeza del
poder de los faraones y su voluntad de permanencia e inmortalidad.
Es en este contexto en el que hay que entender obras como la que vamos a comentar: las
creencias religiosas y los ritos funerarios asociados a la vida de ultratumba, lo condicionan
todo. Los egipcios creían que el alma humana podía seguir viviendo después de la muerte, así que era
necesario proveerla de todo lo necesario para el viaje a la otra vida y, sobre todo, para seguir viviendo
después. El arte, pues, no se concibe como algo que adorna o embellece, sino como parte de un ritual
mágico en el que el colosalismo arquitectónico o escultórico, el racionalismo matemático de sus
creaciones, el simbolismo de sus imágenes y la idea de eternidad, no son más que conceptos que se
derivan de su forma de entender la vida y de organizar el tránsito al más allá. Es, en definitiva, un arte
en el que se da más importancia a la vida de los muertos que a la de los vivos.
3. ANÁLISIS FORMAL DE LA OBRA
La obra representa al faraón Micerino, la diosa Hathor (diosa del cielo, símbolo de la luz y del
calor de la vida; es la madre divina, la que proporciona la vida, la diosa del amor. su nombre significa
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mansión de Horus; porta su tradicional corona formada por el disco solar enmarcado en unos cuernos de
vaca) y la divinidad del nomo (el nº 17) de Cinópolis, identificada con Bat. Las figuras se encuentran
adosadas a una amplia pilastra dorsal (de base extendida), que sirve como elemento unificador y
sustentador de las mismas, pero que también indica que la pieza fue diseñada y labrada para ser
observada frontalmente. A los pies, en la base, podemos encontrar una serie de inscripciones jeroglíficas
alusivas a los personajes.
El faraón, semidesnudo y vestido con el típico faldellín plisado, se halla en el centro del grupo, adelantado
respecto a las figuras femeninas de la diosa Hathor y de la divinidad del nomo de Cinópolis, que le sujetan
por el brazo. El faraón porta, además, la corona blanca del Alto Egipto y la barba postiza, símbolos de su
poder. Las figuras femeninas están vestidas con túnicas casi trasparentes, lo que permite apreciar sus
formas anatómicas, ya que la tela se adhiere con suavidad al cuerpo. Las tres figuras presentan la tensión
y rigidez características de la plástica egipcia: hombros y caderas son dos líneas rectas y paralelas, los
brazos pegados al cuerpo, los puños cerrados, la barbilla ligeramente levantada, las piernas juntas, la
mirada perdida en un horizonte distante, etc. proporcionando al conjunto un estricto hieratismo. Sólo las
figuras del faraón y de la diosa Hathor, están dotadas de cierto movimiento, ya que adelantan su pierna
izquierda, aunque más el faraón que la diosa, como corresponde a su mayor rango. Los rostros son
inexpresivos, no aparece en ellos ninguna emoción que pudiera denotar algún tipo de conexión con lo
humano. No obstante, hay que destacar el detallismo con el que se reproduce el rostro del faraón, tal vez
muy parecido al real; esto puede deberse al carácter funerario de esta imagen y a la necesidad de que el
alma de difunto (Ka) se reconociese en ella.
La composición de la obra viene determinada por la concepción del grupo como un todo adosado e
integrado en un bloque. El faraón es el eje de simetría que sirve para articular de forma armoniosa la
obra. Las figuras han sido sometidas a un proceso de síntesis anatómica, predominando las formas
redondeadas, sin aristas, de los personajes y la geometrización de las partes que conforman sus cuerpos.
La anatomía ha sido representada de forma idealizada, subrayando los rasgos propios de cada sexo: el
faraón-dios-varón con el torso, los pectorales y la línea del vientre muy marcados; las diosas-mujeres con
sus finos vestidos del cuello hasta los tobillos, permitiendo adivinar las formas femeninas: pecho, vientre y
pubis. La geometrización anatómica se aprecia, además, en el tratamiento que el escultor hace de las
piernas del faraón, marcando la línea vertical de las mismas y la articulación de las rodillas. La armonía y
perfección ha sido conseguida empleando el canon de proporción de los 18 puños (dos puños para la
cabeza, diez puños desde la cabeza hasta la altura de las rodillas y seis hasta los pies). Las tres figuras se
hallan firmemente asentadas sobre el suelo, ya que las plantas de los pies no se despegan, por lo que la
sensación de movimiento que pudiera derivarse de la pierna izquierda adelantada, queda neutralizada,
dándole al conjunto la sensación de haber sido “congelado” al caminar. La piedra utilizada, caliza grisácea,
y el fino pulimentado al que ha sido sometida, refuerza la sensación de perfección que el escultor quiere
transmitir: formas de suave modelado, sin aristas que pudieran quebrar la perfección de unos cuerpos
redondeados y bien proporcionados, detenidas en el tiempo y en el espacio. La piedra ofrece una textura
brillante y compacta, adecuada a la duración e inmortalidad que se pretende dar a las imágenes.
4. INTERPRETACIÓN
En la Tríada de Micerino lo humano (el realismo idealizado) se funde con lo mitológico (la
divinidad del faraón y la protección que éste recibe de los dioses), aludiendo además a una estrategia
propagandística de imposición territorial del poder político que el faraón encarna y representa. Las tres
figuras constituyen la base del sistema político (el faraón-dios), administrativo (el nomo o provincia como
demarcación territorial) y religioso (el panteón de dioses protectores de los que el faraón es parte al
mismo tiempo) del antiguo Egipto. Las figuras femeninas que sujetan con sus manos los brazos del
soberano, le otorgan su protección y, al mismo tiempo, le ayudan en el tránsito hacia la vida eterna; por
eso su figura está adelantada, mostrando a su vez quién es el más importante (jerarquización). Esta tríada
expresa la potencia de la autoridad que gobierna Egipto, que va más allá de lo terrenal, que se impone
más allá de lo humano y que perdura en la eternidad; de ahí la ausencia de movimiento, el hieratismo y a
la inexpresividad de las figuras. Son imágenes de y para la eternidad, que han roto la frontera de lo
humano y han franqueado la puerta que conduce a la inmortalidad. Las dos diosas conducen al faraón a
esa nueva dimensión donde seguirá reinando. No hay, por ello, nada temporal o anecdótico en las
imágenes, todas ellas sometidas a un arquetipo ideal de clara finalidad propagandística.
La obra, pues, hay que entenderla como parte de un ciclo propagandístico y publicitario del
carácter divino y político del faraón (Teocracia). Esta pieza y otras de semejante factura y lectura (se
conservan otras tres tríadas), fueron colocadas en un recinto arquitectónico de culto al faraón que era, al
mismo tiempo, parte de un recinto funerario en el que se destacaba su tumba. Esta obra, a pesar de su
pequeño tamaño, contiene los elementos básicos de la concepción plástica egipcia: frontalidad,
hieratismo, jerarquización y legitimación de la naturaleza divina del faraón.
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Los modelos de referencia de este tipo de obras se hallan en las misma génesis del arte egipcio,
por lo que este grupo se integra en una tradición escultórica que prácticamente permanecerá inalterable
hasta la conquista romana de Egipto. Por otro lado, este tipo de concepción de la figura humana, así como
su tratamiento, será aprendido por los griegos, quienes emprenderán su búsqueda de la belleza y la
perfección partiendo de lo hecho por los egipcios, como se puede apreciar al examinar los primeros Kouroi
de la estatuaria griega en la época arcaica.
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