Edad Media en la Península Ibérica

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HISTORIA DE ESPAÑA − EXAMEN TEMA 2
Primera Parte: La Península Ibérica en la Edad Media: al−Ándalus
A) Evolución Política: Conquista, el Emirato y el Califato de Córdoba
Dirigidos por Tariq, los musulmanes derrotaron en la batalla de Guadalete (711) al último rey visigodo,
Rodrigo. Los invasores decidieron proseguir el avance por las tierras hispanas, primero en dirección a Toledo,
posteriormente hacia Zaragoza. En apenas 3 años, los musulmanes lograron conquistar la mayor parte de
las tierras hispánicas sin encontrar casi resistencia, salvo en la zona cantábrica y pirenaica.
Algunos datos indican que varios magnates nobiliarios visigodos decidieron pactar con los invasores.
El Emirato
La España visigoda, como consecuencia de la invasión musulmana, había desaparecido. En su lugar surgía
una nueva provincia del mundo islámico, al−Ándalus. Al frente de este territorio se colocó a un emir o
gobernador, que actuaba como delegado del califa musulmán (Omeya), cuya sede se hallaba en Damasco. Los
musulmanes realizaron algunas incursiones por el norte de la Península, pero fueron derrotados por los satures
en Covadonga (722). También penetraron en suelo franco pero sufrieron un duro golpe en Poitiers (732). No
faltaron disputas internas de los musulmanes, sobre todo contra los beréberes norteafricanos.
A mediados del siglo VIII los Omeyas fueron víctimas de la revolución abasí, pero un miembro de la familia
derrotada, Abderramán I, logró escapar, refugiándose en al−Ándalus, donde se proclamó emir. Con él
comenzó en al−Ándalus el periodo conocido como emirato independiente, debido a que rompió el contacto
político con los califas abasíes, que habían establecido su sede en Bagdad.
La etapa del emirato independiente, cuyo centro del poder estaba en Córdoba, duró desde mediados del s.
VIII hasta comienzos del X. El dominio musulmán de España se consolidó en esos años, pero no impidió
conflictos internos, revueltas sociales o pugnas entre el poder cordobés y los dirigentes de las marcas
fronterizas de al−Ándalus. La sublevación más peligrosa fue la que inició, en el 879, Omar Ibn Hafsum,
perteneciente a una antigua familia noble visigoda que había aceptado la religió musulmana. Unos años más
tarde, Omar Ibn Hafsum se convirtió al cristianismo. Estas tensiones en la segunda mitad del siglo
posibilitaron que los cristianos del norte ocuparan las llanuras semidesiertas de la cuenca del Duero.
El Califato de Córdoba
Un importante paso en el fortalecimiento de al−Ándalus se dio en el 929, cuando el emir Abderramán III
decidió proclamarse califa, cargo en el que confluían el poder político y el religioso.
Alcanzó importantes éxitos, pues logró acabar con las luchas internas que se repetían en el territorio andalusí,
entre ellas la peligrosa revuelta de Omar Ibn Hafsum y sus hijos. Frenó el avance de los cristianos del norte
y se enfrentó a los fatimíes, corriente musulmana de signo radical que estaba progresando a pasos agigantados
por el norte de África. Al mismo tiempo, mantuvo buenas relaciones con Bizancio y Alemania, lo que le dio
una buena proyección internacional.
El califa residía en el alcázar de Córdoba, situado junto a la gran mezquita. Después Abderramán III ordenó
construir la impresionante ciudad−palacio de Madinat al−Zahra, residencia califal y centro del poder político
de al−Ándalus.
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B) Crisis del siglo XI: Reinos de taifas e imperios norteafricanos
Almanzor y la crisis del califato de Córdoba
A Abderramán III le sucedió su hijo al−Hakam II (961−972), que protagonizó una época de paz, tanto con
los fatimíes como con los cristianos del norte peninsular. La aparición de los vikingos en las costas
occidentales de al−Ándalus, no empañó la tranquilidad del mandato de al−Hakam II que fue un decidido
protector de las letras de las artes.
En las últimas décadas del siglo X Almanzor se hizo con el poder efectivo en al−Ándalus; ejercía el cargo de
hachib, una especie de primer ministro. Mientras tanto, el nuevo califa, Hisham II (976−1009) vivía reducido
en el palacio de Madinat al−Zahra sin ejercer en lo más mínimo el poder político. Almanzor, que basaba su
poder en el Ejército y que adoptó medidas para ganarse a la población, organizó terroríficas campañas
contra los cristianos del norte. Numerosas ciudades de la España cristiana sufrieron las terribles acometidas
de Almanzor.
Es probable que esas campañas estuvieran motivadas por la escasez de metal precioso que sufría al−Ándalus.
La muerte de Almanzor (1002), tras sufrir una derrota en Catalañazor, abrió en al−Ándalus una larga etapa de
auténtica guerra civil.
Reinos de taifas e impreios norteafricanos
Después de varios años de duras luchas, el califato de Córdoba terminó por desaparecer (1031). En su lugar
surgió un mosaico de pequeños reinos, llamados de taifas, expresión que significaba banderías, que se
mostraron sumisos hacia los dirigentes cristianos, a los que entregaban unos tributos llamados parias. No
obstante, en el 1086, hicieron acto de presencia en las tierras hispánicas los almorávides, agrupaciones de
tribus beréberes dedicadas a la ganadería que poco antes habían creado un imperio en el norte de África.
Caracterizados por el rigor religioso, los almorávides acabaron con los taifas, unificaron el poder político en
al−Ándalus y lograron contener el avance de los cristianos hacia el sur. Pero a mediados del siglo XII el
poder almorávide se vino abajo y surgieron en al−Ándalus los conocidos como segundos reinos de taifas.
Más tarde aparecieron en la Península Ibérica los almohades, que habían constituido años antes un nuevo
imperio también formado por beréberes. Los almohades, no solo unificaron nuevamente al−Ándalus, sino que
hicieron frente a los cristianos logrando algunos éxitos notables, como contra Alfonso VIII de Castilla. Pero la
aplastante derrota sufrida ante los cristianos en las Navas de Tolosa (1212) hundió el imperio almohade,
dando lugar a un nuevo establecimiento de pequeños reinos de taifas, cuya vida fue efímera, pues el avance
cristiano, después de aquel éxito militar, fue prácticamente incontebible.
El único taifa surgido tras la caída del imperio almohade que logró sobrevivir fue el de Granada, que tenía
como límite norte de la cordillera Penibética, y por el sur, el mar Mediterráneo, comprendiendo, más o menos,
las actuales provincias de Granada, Almería y Málaga. Granada pudo subsistir, entre otros factores, por la
crisis que afectó en el siglo XIV a la Corona de Castilla, que era a quien le correspondía conquistar aquel
territorio, y porque le socorrieron en ocasiones los benimerines norteafricanos. La zona fronteriza entre
Granada y Castilla fue objeto de frecuentes conflictos, a veces favorables a los castellanos. Asimismo, hubo
fuertes tensiones dentro de la Granada nazarí, sobre todo en el siglo XV.
La población de este reino era muy numerosa, pues allí se refugiaron parte de los mudéjares expulsados del
a Andalucía Bética por el monarca Alfonso X. Desde el punto de vista económico, destacaba la riqueza
agrícola de la vega de Granada. En cuanto a la producción artesanal, la actividad más relevante era la de la
seda. También fue muy activo el comercio de la Granada nazarí, en el que participaron hombres de negocios
genoveses.
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En la Granada nazarí alcanzaron un notable desarrollo tanto la literatura como las disciplinas científicas.
En el arte, la gran aportación fue el palacio de la Alhambra, establecido en Granada, que funcionaba como
residencia de los emires.
C) La organización económica y social de al−Ándalus
Organización Económica
Al−Ándalus supuso grandes innovaciones. Por ejemplo, en la agricultura impulsaron la práctica del regadío
y se difundieron cultivos como los cítricos, el arroz, el algodón o el azafrán.
Por lo que se refiere a la ganadería, destaca el impulso dado a animales como la oveja y el caballo, ligado a
las actividades militares. Por otra parte, la apicultura conoció un desarrollo espectacular.
Gran importancia tuvo, asimismo, la obtención de recursos naturales como la madera, la sal, o los metales
como el hierro, plomo, cobre o cinabrio.
En cuanto a la industria es importante la producción de manufacturas, en especial la producción textil, la
cerámica, las armas, la fabricación de papel y de vidrio y el trabajo de las pieles. La construcción de navíos
se efectuaba en las atarazanas de Sevilla.
El comercio se vio favorecido por la acuñación de dos tipos de monedas, el dinar de oro y el dirhem de plata,
pero también por la densa red viaria heredada de tiempos romanos. El comercio interior se efectuaba en el
zoco de las ciudades.
Al−Ándalus mantuvo también un intenso comercio exterior, tanto con los restantes países islámicos como
con la Europa cristiana. Exportaba productos agrícolas, minerales y tejidos e importaba especias y productos
de lujo del Próximo Oriente, pieles, metales, armas y esclavos de la Europa cristiana, pero también oro y
esclavos negros procedentes de África
La sociedad
En al−Ándalus había una población sumamente diversa, tanto por si origen étnico como por la religión que
profesaban. A esta población hubo que agregar los invasores musulmanes, beréberes procedentes del norte de
África. Se establecieron en las zonas más pobres de Hispania. También llegarón a al−Ándalus esclavos
procedentes de la Europa oriental o del continente africano.
Desde el punto de vista religioso, en al−Ándalus había gentes de tres religiones: musulmanes, cristianos
(mozárabes) y judíos, aunque las tres compartían algunos rasgos de proximidad.
A comienzos del siglo VIII, la población de la España visigoda era cristiana, pero con el tiempo la mayor
parte de esos habitantes terminó aceptando la religión islámica. A esos se les denominó muladíes o renegados.
Los cristianos y los judíos gozaban de cierta autonomía y podían practicar si religión. Los judíos, que habían
sufrido persecuciones en la época visigoda, vieron en principio con buenos ojos la presencia islámica en suelo
hispano. Los cristianos vivieron fases de tensión y algunos de ellos emigraron hacia las zonas cristianas del
norte de la Península.
Aunque la mayor parte de la población de al−Ándalus vivía en el medio rural, las ciudades tuvieron una gran
importancia. Eran herencia de los tiempos romano−visigodos. Pero los musulmanes también crearon
ciudades nuevas, como Almería, Madrid o Catalayud.
La más pujante de los siglos VIII al X, fue Córdoba, que en la época califal contaba con más de 100.000
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habitantes. En ella había un mercado de libros y otro de esclavos.
Desde el punto de vista social, en al−Ándalus había grupos aristocráticos, llamados jassa, integrados por
familias de origen árabe, aunque figuraban entre ellos algunos linajes de ascendencia visigoda. Se
caracterizaban por el orgullo de su linaje, sus grandes dominios territoriales y la ocupación de altos puestos en
la Corte. En el extremo contrario se encontraban las masas populares o amma, formadas por artesanos
modestos y los labriegos. Poco a poco fue surgiendo una especie de clase media, formada por los mercaderes.
También había en al−Ándalus esclavos procedentes del exterior. Hay que destacar por último la evidente
situación de inferioridad de la mujer en aquella sociedad.
Organización Política
Desde que Abderramán III adoptó el título de califa, este cargo representó la máxima autoridad en
al−Ándalus. Ejercía un poder absoluto en el terreno político, pero también espiritual. Los símbolos de su
soberanía eran el trono y el cetro. Por debajo del califa se hallaba el hachib, especie de primer ministro, y
después, los visires, que eran como ministros secundarios.
También era importante el sistema de recaudación, que se nutría principalmente de la limosna que
aportaban los musulmanes y de los tributos que se cobraba a los mozárabes y a los judíos.
La justicia corría a cargo de los cadíes, personas que debían conocer a fondo los textos sagrados del Islam y,
sobre todo, el Corán, así como poseer virtudes como la dignidad, la rectitud y la integridad. El cadí más
importante de al−Ándalus era el de Córdoba, que se consideraba juez de la comunidad. Había otros muchos
funcionarios, como el zalamedina, que era una especie de prefecto de las ciudades, o el zabacoque, inspector
de los zocos o mercados.
El ejército de tierra estaba integrado por combatientes a caballo. Su jefe máximo era el califa, a cuyas órdenes
se situaba un mando inferior, el caíd. La marina adquirió un notable empuje para contrarrestar a toda costa el
peligro que representaban para al−Ándalus los fatimíes del norte de África.
Segunda parte: La Península Ibérica en la Edad Media: Los reinos cristianos
A) Los primeros núcleos de resistencia. El nacimiento de León y Castilla.
El reino astur
El primer núcleo político cristiano que se constituyó fue el astur, que surgió tras el triunfo obtenido sobre
los musulmanes en Covadonga por el noble visigodo Pelayo al frente de los satures. Ese acontecimiento en el
año 722 sería considerado por los eclesiásticos de las zonas cristianas como la salvación de España.
Los sucesores de Pelayo, que adoptaron el título rey, efectuaron diversas correrías por el valle del Duero,
pero a la vez extendieron sus dominios por el oeste, hacia las tierras de Galicia, y por el este, hacia el País
Vasco.
En el transcurso del siglo IX se fue desarrollando el proceso colonizador de las llanuras de la cuenca del
Duero, que en aquellas fechas eran una especie de tierra de nadie, pues los musulmanes tenían establecida su
frontera septentrional en la zona del Sistema Central. A finales de siglo, con Alfonso III de Asturias, los
cristianos colonizaron los márgenes del río Duero.
A comienzos del siglo X, este reino pasó a denominarse astur−leonés, debido a que el centro del poder
político se había trasladado a la antigua ciudad romana de León. La expansión de los cristianos hacia el sur
quedó paralizada debido a la impresionante fuerza militar que por esas fechas tenía al−Ándalus. La única
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excepción fue la época de Ramiro II, que logró derrotar al califa omeya Abderramán III en la batalla de
Simancas (939).
En esta misma época fueron ganando gran autonomía otras dos entidades políticas: al oeste, el reino de
Galicia, y al este, el condado de Castilla, que de la mano del conde Fernán González fue avanzando hacia la
independencia.
El pirineo: Pamplona, Aragón y los condados catalanes
Pamplona
A comienzos del siglo IX surgió en el norte de Navarra el llamado reino vascón de Pamplona. Unos años
antes, en 778, los vascones, que habitaban aquella zona montañosa, derrotaron en Roncesvalles al ejército
carolingio. No obstante, la dinastía que se consolidó en aquel trono fue la de Jimena, que comenzó a reinar en
las inicios del siglo X.
En tiempos de su primer rey, Sancho Garcés I (905−925) los navarros se expandieron por las tierras llanas
del alto Ebro. Su sucesor, García Sánchez I (925−970), incorporó al reino de Pamplona el condado de Aragón,
al casar con la heredera de aquel territorio. Las acometidas de Almanzor, en las últimas décadas del siglo X,
paralizaron a los monarcas navarros.
La crisis se superó con Sancho Garcés III (1004−1035), pues incorporó los condados de Sobrarbe y
Ribagorza y conquistó la ciudad de León. Además, añadió a sus dominios el condado de Castilla.
Condado de Aragón
Más al este del reino de Pamplona surgió el condado de Aragón, que en un principio estuvo bajo la tutela
directa de los reyes francos. Inicialmente comprendía un pequeño territorio montañoso, integrado por los
valles de Hecho y de Cafranc. A mediados del siglo X, el condado de Aragón se incorporó al reino de
Pamplona.
Condado de Barcelona
En el territorio de la futura Cataluña, nacieron a finales del siglo VIII y comienzos del IX diversos condados,
todos ellos bajo la órbita de los reyes francos, que estaban interesados en proteger su frontera meridional de
los posibles ataques de los musulmanes. La alianza entre los hispani y los carolingios se tradujo en
importantes éxitos militares, como la conquista de Girona (785) y, sobre todo, la de Barcelona (801).
A finales del siglo X, el conde Borrell II (948−992), aprovechando el fin de la dinastía carolingia, dejó de
prestar el homenaje que habían rendido sus antecesores a los reyes francos. Ese acontecimiento ha sido
considerado el punto de partida de la independencia política de Cataluña.
Los reinos de Castilla y León
Castilla, antiguo condado del reino astur−leonés, se convirtió en reino en el año 1035 con Fernando I
(1035−1065), un hijo de Sancho III, el Mayor de Pamplona. Fernando I pasó a ser rey de Castilla y León.
Los dos núcleos volvían a estar unidos. Esa unión se fragmentó al morir el monarca, pero en el año 1072
Alfonso VI (1072−1109) volvería a unificar los reinos, que se mantendrían así hasta la muerte de Alfonso
VII (1157).
León y Castilla se volvieron a separar al morir el emperador. En esa etapa se produjeron agrias disputas
entre Casilla (Alfonso VIII 1158−1214) y León (Fernando II 1157−1188 // Alfonso IX 1188−1230). En ese
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sentido es significativo que en el enfrentamiento que Alfonso VIII de Castilla tuvo con los musulmanes en las
Navas de Tolosa participaron todos los príncipes cristianos, excepto Alfonso IX de León. De todos modos, en
1230, Fernando III (1217−1252), protagonista del gran avance cristiano por las tierras del valle del
Guadalquivir, volvió a unir esos reinos, esta vez con carácter definitivo. A Fernando III le suciedió su hijo
Alfonso X el Sabio (1252−1284), quien completó el dominio de la Andalucía Bética al incorporar la ciudad
de Cádiz (1262).
Los años finales del siglo XIII y los de principios del XIV fueron testigos de fuertes disputas en los reinos
de Castilla y León, en parte debidas a las minoridades regias. El monarca más destacado de la mitad del siglo
XIV, Alfoso XI (1312−1250), dio un importante paso al llevar a cabo la conquista para los cristianos de la
zona del estrecho de Gibraltar.
En tiempos de su sucesor, Pedro I (1350−1369), los reinos de Castilla y León fueron testigos de una guerra
fratricida entre este monarca y su hermanastro, Enrique de Trastámara. El triunfo de este último, Enrique II,
dio paso al establecimiento de la dinastía Trastámara. Durante el reinado de Juan I (1379−1390) hubo una
dura pugna entre los reinos de Castilla y Portugal, en la que salió vencedor este último.
En el siglo XV, los reinos de Castilla y León estuvieron gobernados por Juan II (1406−1454) y Enrique IV
(1454−1474).
B) Actividad repobladora y organización social. La Mesta
Los cristianos aprovecharon los momentos favorables, coincidentes con épocas de crisis en al−Ándalus para
proceder a colonizar aquellos territorios que, aparte de no estar bajo ningún control político, se hallaban
prácticamente semidesiertos.
En el noroeste peninsular se efectuó la repoblación de la plana de Vic. Los colonizadores procedían a la
aprisio, ocupación y puesta en cultivo de la tierra. Esa colonización la protagonizaron tanto magnates
nobiliarios como monjes y labriegos. Al frente del territorio se puso a un vizconde, que actuaba como
delegado del conde de Barcelona.
El territorio más extenso de la España cristiana que fue objeto de repoblación fue la cuenca del Duero, que
en esas fechas contaba con una población muy reducida y no se hallaba bajo ningún poder político concreto.
Desde mediados del siglo IX, la repoblación adquirió un carácter oficial, debido a que solía efectuarla el
propio monarca o algún noble que actuaba en su nombre. El proceso repoblador dio lugar a la creación de un
importante sector de campesinos que poseían sus propias parcelas de tierra, los llamados pequeños
propietarios libres. Pero, a la larga, se impusieron las grandes propiedades, lo que explica que hubiera muchos
campesinos dependientes. La colonización de las llanuras del Duero posibilitó que el reino astur−leonés
adquiriera una dimensión agraria.
La Mesta
La etapa comprendida entre los siglos XI y XIII se caracteriza por la expansión económica. Las conquistas
de los cristianos permitieron incorporar zonas de gran fertilidad, como los valles del Tajo y del Ebro, las
huertas de Valencia y de Murcia y el valle del Guadalquivir, así como nuevos cultivos.
La ganadería, especialmente la ovina, de la que se obtenía abundante lana para la industria textil, conoció un
espectacular desarrollo, sobre todo en la Corona de Castilla. Allí se creó, durante el reinado de Alfoso X, el
Honrado Concejo de la Mesta, institución encargada de proteger los intereses de los ganaderos. Las ovejas
recorrían las cañadas en busca de pastos. Durante el verano pastaban en zonas montañosas y en invierno, en
las llanuras de la España meridional. En la corona de Castilla se constituyeron cuatro grandes cañadas: la
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leonesa, la segoviana, la soriana y la conquense.
Pero el rasgo más significativo de esa época fue el crecimiento de las ciudades, y con ellas, el impulso
alcanzado por las actividades artesanales y mercantiles. Sin duda, el auge del camino de Santiago tuvo
mucho que ver en el desarrollo de los núcleos urbanos.
El comercio se apoyaba en la difusión de monedas, acuñadas por los reyes, pero también en la mejora de
caminos, herencia de las calzadas romanas, y en la creación de mercados que solían celebrarse con carácter
semanal, y de ferias, donde concurrían hombres de negocios de diversos lugares.
C) Principales etapas de la Reconquista
La conquista de Toledo
La fragmentación del poder político en al−Ándalus facilitó la expansión de los núcleos de la España
cristiana hacia el sur. Los primeros avances tuvieron lugar en el occidente peninsular. Fernando I
(1035−1065) primer monarca que utilizó el título de rey de Castilla, conquistó diversas villas del norte de
Portugal. Años más tarde, los reinos de Castilla y León, unidos desde el punto de vista político, procedieron a
la repoblación del territorio situado entre el río Duero y el Sistema central, al que se denominaba las
Extremaduras.
La repoblación de este territorio, fronterizo con al−Ándalus, tuvo un carácter militar, lo que explica el papel
dirigente que tuvieron en ella los caballeros y la necesidad de que las ciudades de las Extremaduras se
rodeasen de fuertes murallas, como en Ávila.
El éxito más importante fue la conquista llevada a cabo por Alfonso VI (1065−1109), en 1085, de la ciudad
de Toledo, así como de buena parte del valle del Tajo. El monarca adoptó el pomposo título de emperador de
toda España. Por esas mismas fechas, el noble castellano Rodrigo Díaz de Vivar (el Cid Campeador),
después de ser desterrado de sus tierras castellanas por Alfonso VI, ocupó amplios dominios de los
musulmanes en la zona mediterránea, incluida la ciudad de Valencia, donde resistió hasta su muerte (1099).
Más al este, el reino de Aragón, con Ramiro I (1035−1063), se extendió en dirección al sur, hacia la zona
del Prepirineo. A finales del siglo XI, el monarca aragonés Pedro I (1094−1104), incorporó las localidades de
Huesca (1096) y Barbastro (1100). Así, incorporó un territorio más extenso, la denominada Tierra Nueva.
Por su parte, los condes de Barcelona rebasaron el límite de la llamada Cataluña Vieja, procediendo a
repoblar diversas comarcas al sur del río Llobregat. Los éxitos más notables los logró Ramón Berenguer II
(1076−1082) al conquistar Tarragona.
Siglo XII: Progresos limitados
La llegada a España de los almorávides a finales del siglo XI, procedentes del norte de África, logró
contener la progresión cristiana hacia el sur de la Península. Pero el monarca aragonés Alfonso I
(1104−1134) protagonizó en las primeras décadas del siglo XII una gran ofensiva sobre la zona del valle
medio del Ebro. La ciudad de Zaragoza pasó a poder cristiano (1118), así como Catalayud, Tudela y Daroca.
A mediados de siglo, Ramón Berenguer IV (1131−1162), conde de Barcelona y rey de Aragón, incorporó a
sus dominios el bajo valle del Ebro. Destaca la toma de Lleida (1149). El territorio recién conquistado fue
objeto de repoblación, aunque en él permaneció la mayor parte de la población mudéjar.
En la segunda mitad del siglo XII se reanudó el avance militar de los cristianos hacia el sur de la
Península. Surgieron en los reinos de Castilla y León las primeras órdenes militares como las de Calatrava,
Alcántara y Santiago, que realizarían una importante labor, tanto militar como colonizadora.
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En esta época, los reyes de Castilla y de Aragón firmaron tratados de reparto (Tudillén; Cazorla), en los que se
asignaban los territorio de al−Ándalus que cada uno de ellos debía conquistar en el futuro. Pero la llegada de
los almohades, procedentes del norte de África, a finales de siglo XII, supuso un nuevo freno al avance
cristiano.
Siglo XIII: Las grandes conquistas
La severa derrota sufrida por los almohades en las Navas de Tolosa (1212) ante el rey de Castilla Alfonso
VIII y sus aliados, abrió definitivamente a los cristianos las puertas de lo que quedaba de al−Ándalus. En unas
pocas décadas, una buena parte de las tierras que habían constituido el corazón de la España musulmana
pasaron a poder cristiano.
El primer logro importante fue la conquista de las islas Baleares por el monarca catalano−aragonés Jaime I
(1213−1276). En 1229 caía en poder cristiano la ciudad de Palma de Mallorca y unos años más tarde toda la
isla estaba en sus manos. Las demás islas cayeron poco después en poder cristiano.
El siguiente paso fue la ocupación del reino de Valencia, tarea que exigió varios años de lucha y que
culminó con la entrada en la ciudad de Valencia en 1238, después de un largo asedio. La última conquista
importante fue la de Alzira (1245). No obstante, Jaime I encontró bastantes dificultades en el sur del reino de
Valencia, donde permanecieron muchos mudéjares.
En el oeste de la Península Ibérica el rey de León Alfonso IX aprovechó el éxito de las Navas de Tolosa para
incorporar a sus dominios Cáceres (1227), así como Mérida y Badajoz. Pero el progreso más espectacular
fue el que llevó a cabo Fernando III, rey de Castilla y León desde el año 1230, pues todo el valle del
Guadalquivir pasó a integrarse en sus reinos. En un primer momento conquistó el alto Guadalquivir y la
ciudad de Córdoba (1236). El suceso de mayor calado fue la toma de Sevilla (1248). Una vez ocupadas las
tierras andaluzas, se efectuaron repartimientos a los que acudieron, ante todo, pobladores de la submeseta
norte. Casi por las mismas fechas pasó a formar parte de los dominios castellanos el reino de Murcia.
El reino de Navarra
Navarra siguió un camino diferente al de Castilla y Aragón. Tras la muerte de Sancho IV, en 1076, este reino
quedaría incorporado al de Aragón. Tras la muerte de Alfonso I de Aragón, en 1134, el reino de Pamplona,
que en adelante se llamaría de Navarra, volvió a tener autonomía gracias a la labor de García Ramírez
(1134−1150).
Después de Sancho VII, el trono navarro fue ocupado por nobles franceses, que hasta la desaparición de la
dinastía Capeta, en 1328, los reyes de Navarra lo fueron simultáneamente de Francia.
Tercera Parte: La baja Edad media. La crisis de los siglos XIV y XV
A) La organización Política. Las instituciones
Organización Política
En la España cristiana de los siglos VIII al X había reinos y condados. En el caso del reino astur−leonés, el
poder regio se transmitía por vía hereditaria, lo que contrastaba con el sistema electivo que había estado
vigente en la época visigoda. Era un poder que oscilaba entre el ámbito púbilco y el privado. Al lado del rey
astur−leonés se hallaba el Palatium, órgano cuyos principales oficiales eran el mayordomo, el notario y el
armiger, encargado del Ejército. La hacienda era muy modesta y se basaba en los dominios reales. Desde el
punto de vista territorial, el conjunto del reino estaba dividido en condados, que tenían un conde a su frente.
El condado más importante de este reino era el de Castilla.
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Los condes de la futura Cataluña eran vasallos de los reyes francos. El conde actuaba en sus dominios con
plenos poderes. Por debajo del conde se hallaban los vizcondes. A su vez, cada condado se dividía en
distritos de carácter militar, las vicarías, que tenían como centro estratégico un castillo. Al frente de cada
vicaría se hallaba un vicario o veguer.
Instituciones Castellano Leonesas
El rey gozaba de amplios poderes. A su lado se hallaba la Corte, integrada por los grandes oficiales, entre los
que destacaban el mayordomo y el notario, y el Consejo Real. En el siglo XIV se creó la Audiencia, órgano
supremo de justicia.
Una institución de suma importancia fue la de las Cortes, derivada de la anterior Curia Regia, a la que
acudían nobles y eclesiásticos, pero la novedad fue la presencia de delegados de las ciudades y villas, es
decir, del tercer estado. Las primeras Cortes conocidas tuvieron lugar en la ciudad de León en 1188.
El territorio estaba dividido en merindades, a las que se añadieron los adelantamientos, entre los que se
encontraban los territorios recién incorporados: Andalucía y Murcia. A nivel local, el órgano esencial de
gobierno era el concejo, integrado por un número fijo de regidores que eran nombrados directamente por el
rey.
Instituciones de la Corona de Aragón
Al frente de la Corona de Aragón se hallaba el rey, aunque también había lugartenientes del monarca en los
diversos núcleos de que constaba esta Corona. El poder regio aragonés tenía un carácter pactista, era necesario
alcanzar un acuerdo con los poderosos antes de tomar una decisión.
En el siglo XIII nacieron las Cortes, primero en Cataluña, luego en Aragón y más tarde en Valencia. En
Aragón cada territorio mantuvo sus propias Cortes, aunque en determinadas circunstancias se reunían las
Cortes Generales de toda la Corona. Como delegación de las Cortes de Cataluña nació una institución clave:
la Diputación del General o Generalitat.
Desde el punto de vista territorial, Aragón estaba dividido en merindades. El órgano de gobierno local era el
municipio.
Instituciones de Navarra
Los reyes de Navarra accedían al trono mediante el alzamiento sobre un escudo por parte de los miembros de
la alta nobleza, y debían jurar la guarda de los Fueros. Contaban con un Consejo Real, que les prestaba
asesoramiento, y con una Cámara de Comptos, que era un órgano hacendístico. El reino de Navarra se
dividía en merindades. Las Cortes surgieron en el siglo XIV.
Sistema Feudal
La sociedad de la España cristiana medieval se dividía en 3 estamentos: los que oran, los que guerrean y los
que trabajan la tierra. Los eclesiásticos y los guerreros eran grupos privilegiados mientras que los
campesinos formaban el llamado sector popular. En los siglos XIV y XV se produjo una profunda
señorialización de la sociedad.
La alta nobleza poseía amplios dominios territoriales donde gozaban de derechos jurisdiccionales sobre
los campesinos que los poblaban; ostentaba el señorío directo y territorial de amplias extensiones de tierra y
ejercía el poder político sobre sus vasallos. En el siglo XIV la nobleza amplió sus dominios y al final de la
Edad Media, el triunfo de la institución del mayorazgo hizo posible que los grandes señoríos se transmitieran
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al primogénito de forma íntegra.
La baja nobleza estaba compuesta por los caballeros y los hidalgos, infanzones y caballeros villanos.
También poseían tierras pero en menor medida que la alta nobleza.
Dentro del mundo eclesiástico se distinguen el clero secular y el regular. La Iglesia también poseía
importantes señoríos. Algunos grandes monasterios y catedrales tenían bajo su jurisdicción territorios
similares en extensión a los más altos títulos de la nobleza. El bajo clero se hallaba bastante más cercano a los
sectores populares.
El campesinado constituía la mayor parte de la población. Su situación variaba mucho de unas zonas a
otras en función de cómo se hubiera producido la ocupación y repoblación del territorio. En Cataluña estaban
sometidos a una fuerte dependencia de sus señores, obligados a prestaciones de trabajo personal y pago de
todo tipo de rentas y de tributos. Los campesinos libres disponían incluso de tierras comunales, además de
sus propiedades libres.
En Castilla había una situación similar con los hombres de behetría que podían elegir depender de uno u otro
señor.
En ocasiones se produjeron revueltas campesinas dirigidas contra los señores de la tierra. Las más conocidas
las protagonizaron los payeses de remensa catalanes.
La Burguesía
Con el desarrollo de las ciudades surgió un nuevo grupo social, la burguesía, cuya dedicación preferente era
la artesanía y el comercio. En un principio, los burgueses protagonizaron conflictos con los señores de la
tierra en la que vivían. Pero progresivamente, los burgueses fueron logrando importantes victorias en la
consecución de sus derechos.
Con el tiempo se produciría una clara división entre el grupo dirigente de la burguesía, el patriciado, y el
sector popular, denominado común o gente menuda.
Minorías y marginados
También existían minorías religiosas: los mudéjares y los judíos. Unos y otros gozaban de cierta autonomía,
al tiempo que se aceptaba la práctica de su religión. Los mudéjares se dedicaban al trabajo de la tierra; los
judíos, que vivían en núcleos urbanos, al mundo de las finanzas.
La acusación que pesaba sobre los judíos por haber dado muerte a Cristo hizo que fuese creciendo la
hostilidad popular antijudía. Muchos judíos, para salvar su vida, se convirtieron al cristianismo, y fueron
llamados conversos.
Para completar el cuadro social se alude a la presencia de colonias de hombres de negocios extranjeros, y a los
sectores marginados como los mendigos, vagabundos o leprosos.
B) La crisis demográfica, económica y política
El siglo XIV fue testigo de graves crisis económicas que afectaron profundamente a la sociedad hispana. A
ello contribuyó el estancamiento de una agricultura extensiva de muy bajos rendimientos, que llevó al límite
la contradicción entre unos recursos y alimentos limitados, y una población creciente: de ahí la desnutrición
y la hambruna que, con la frecuencia de los malos años, en los que prácticamente se perdían todas las
cosechas, y la llegada de epidemias, provocó enorme mortandad.
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Las consecuencias económicas de esta doble crisis agraria y demográfica fueron tremendas: reducción de
las tierras de cultivo, despoblación de amplias zonas, escasez de mano de obra, alza de precios y descenso de
las rentas que percibían los grandes propietarios territoriales.
Las consecuencias sociales fueron el aumento de la conflictividad y las luchas sociales entre grupos y clases
por el mantenimiento de sus rentas y recursos, llegando incluso a una guerra civil en Castilla que provocó el
cambio de dinastía con la ocupación del trono por la familia Trastámara.
Las crisis de la época afectaron al mundo rural. Es más, el comercio catalán en el Mediterráneo alcanzó un
gran auge en el siglo XIV. Era un comercio que se proyectaba en diversas direcciones. Los catalanes
exportaban básicamente paños e importaban sedas y especias. Pero en el transcurso del siglo XV Cataluña
vivió numerosas dificultades, patentes sobre todo en el declive del comercio.
En la Corona de Castilla conoció un notable auge la ganadería ovina trashumante. Se abrió para Castilla el
mercado de Flandes.
En los últimos siglos de la Edad Media se desarrollaron actividades bancarias, como la aparición de la letra
de cambio, pero también la creación de sociedades mercantiles.
C) La expansión de la Corona de Aragón
La Corona de Aragón surgió en el año 1137, a raíz del matrimonio del conde Ramón Berenguer IV con
Petronila de Aragón. Sus sucesores, Alfonso II (1162−1196) y Pedro II (1196−1213) se interesaron en
especial por los dominios situados al otro lado de los Pirineos, aunque sin mucho éxito. Un gran monarca fue
Jaime I (1213−1276), con quien fueron incorporados a la Corona de Aragón los territorios de Valencia y de
las Baleares. La proyección hacia el mar Mediterráneo, iniciada en tiempos de Jaime I, prosiguió con Pedro
III, en cuyo reinado Aragón, aprovechando la revuelta contra los angevinos que ocupaban el poder en Sicilia,
sumó esta isla a sus dominios. Durante el reinado de Jaime II, la Corona de Aragón hacía acto de presencia
en Cerdeña. Bajo su gobierno destacó la expedición de los almogáraves a tierras de Bizancio.
Excepcional importancia tuvo el largo reinado de Pedro IV (1336−1387). Con él se incorporó a la Corona de
Aragón el reino de Mallorca, que había funcionado en el pasado con independencia. También sumó a sus
dominios los ducados de Atenas y Neopatria.
A principios del siglo XV, la dinastía reinante hasta entonces en Aragón se extinguió. En el compromiso de
Caspe (1412) fue elegido rey de Aragón el castellano Fernando de Antequera, miembro de la dinastía
Trastámara. Le sucedió su hijo Alfonso V que fue el conquistador del reino de Nápoles. El último monarca
medieval de Aragón fue Juan II.
D) Rutas Atlánticas: Castellanos y portugueses. Islas Canarias
El interés de Castilla por el Atlántico se debía a razones de índole económica. Por un lado, la ruta hacia el
Atlántico norte era la vía principal de exportación de productos como la lana castellana o el hierro
vizcaíno. Por otro lado, la ruta sur, en torno al eje Sevilla−Cádiz, controlada por los genoveses, facilitaba
el acceso al oro, el marfil y los esclavos, y a los paños y telas italianas y productos y especias de Oriente.
La unión entre las dos rutas se producía a través de una cadena de ferias. Destaca la de Medina del Campo,
cerca de Valladolid.
También es importante la actividad pesquera y naval. Con el fin de proteger la ruta atlántica sur, Castilla
colaboró con Portugal y Aragón para hostigar el reino nazarí de Granada y a los benimerines del Norte de
África y controlar el estrecho de Gibraltar.
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Los problemas internos en Castilla impidieron una política exterior más activa y Portugal se convirtió en un
poderoso rival. Así mismo, estrechó su alianza con Inglaterra.
Las islas Canarias
Las islas Canarias debían de haber sido un objetivo de Portugal. Por su parte, la actividad de los marinos
genoveses, andaluces, mallorquines y vizcaínos en las costas africanas ya era intensa desde el siglo XIV.
Entre 1402 y 1428 se enviaron varias expediciones a las islas. La primera, auspiciada por Enrique III de
Castilla, fue encabezada por el aventurero normando Jean de Béthencourt, que se apoderó de Lanzarote y,
más tarde, de Fuerteventura, La Gomera y El Hierro. Enrique III lo nombró rey vasallo de Canarias.
Las restantes islas no serían conquistadas hasta finales del siglo XV. Muy pronto se instalaron en ellas colonos
andaluces y empresarios genoveses. La empresa colonizadora fue prácticamente privada hasta la época
de los Reyes Católicos.
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