reseña biografía de la profesora olimpia garcía de llerena

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RESEÑA BIOGRAFÍA DE LA PROFESORA OLIMPIA GARCÍA DE LLERENA
Cuando me contó la forma cómo había llegado a ser profesora en la escuela de Pisonaypata,
inmediatamente acudieron a mi mente imágenes de niños y adolescentes que se reclutaban en la
segunda guerra mundial, para defender a la patria. Ojitos desconcertados y caritas sucias que se
perdían en la holgura de los cascos y uniformes. Esfuerzos extremos para cargar un fusil, procurar
no rebotar tanto con cada disparo y esquivar a la muerte que rondaba tan prematuramente.
Con ese aspecto pueril y una responsabilidad monumental a cuestas, aparece en mi mente la
imagen de la profesora Olimpia, cuando tuvo que asumir, a sus escasos 15 años, la tarea de
alfabetizar y educar a los pobladores de un lugar muy pintoresco, pero a la vez muy olvidado. No
iba a ofrendar su vida por una causa noble en un instante como aquellos niños de la guerra, pero tal
vez lo haría durante el curso de su existencia.
Corría el año 1951 y la aun niña Olimpia cursaba el tercer año de secundaria en el colegio
Las Mercedes de Lima, cuando el Ministro de Educación don Fructuoso García Campana, a la
sazón tío de la profesora Olimpia, la visitó personalmente una mañana para decirle: – Hijita, sería
muy conveniente que retornes a Curahuasi a acompañar a tus papás y, de paso, podrías enseñar en
la escuela que está en la puerta de la casa de tus papás.
Para esa estudiante inquieta que veía su futuro en la Capital, aquella no fue una invitación,
fue una orden inapelable que tenía que cumplir muy a su pesar. Eran los tiempos en que los padres
decidían inconsultamente el destino de su hijos y más aun el de sus hijas. Sin duda, el ilustre
familiar solo había reproducido el acuerdo de alguna conversación sostenida con don Valentín
García Bohórquez y María Manuela Campana de García, padres de la profesora Olimpia.
La orden del Ministro no pudo ser acatada plenamente, pues los funcionarios de la
departamental manifestaron que no habían plazas en la escuela de Curahuasi y le preguntaron si no
quería hacerse cargo de Pisonaypata.
El espíritu vivaz, optimista y decidido que caracteriza a la profesora Olimpia, la hizo
responder afirmativamente en el acto. Le habían dicho que las profesoras no duraban en
Pisonaypata, debido al acoso implacable de algunos de sus pobladores. Eso sonó como un reto para
sus oídos y se lanzó al destino, sin imaginar siquiera lo escabroso que sería el camino después.
En aquellos tiempos, era usual que los hacendados procuren tener a sus peones en la más
absoluta ignorancia, para utilizar su mano de obra barata y Pisonaypata no escapaba a esta regla. Se
supone que por esta razón, “no duraban” las anteriores profesoras que iban desde Abancay y,
también, por la que la escuela era prácticamente solo un nombre, pues no había ni maestro, ni
alumnos ni local y la humilde chocita era solamente alquilada.
Para superar este designio fatal tuvieron que coincidir dos circunstancias: La primera, es
que la profesora Olimpia era hija de personas muy respetadas en el lugar, hecho que frenaba los
ímpetus de los opositores a la luz del conocimiento y, la segunda, su espíritu decidido y
perseverante, que es arrollador cuando se propone algo.
“Fue un 13 de mayo de 1953, día de la Virgen de Fátima, cuando por primera vez llegué a
la escuela, acompañada de mi papá – contó la profesora Olimpia – Solamente nos recibieron 4
personas: El teniente Alcalde don Julio Campana Cuellar, la Sra. Rosaura Zavala de Castillo, Julio
Zavala y el “Gringo” Zavala. Todo lo que había en lo que se denominaba la escuela, era una choza,
con paredes tapiadas y techo de retama. – Agregó – Adentro no había ningún mueble, solo unos
cuantos adobes en el piso que fungían de asientos y una pizarrita negra mal colgada de un palito,
con un trocito de tiza blanca”. Don Valentín García cooperó con el primer mobiliario de la escuela
donando una mesita y una silla.
La primera y más complicada labor sería la de conseguir alumnos, por ello la profesora
Olimpia comenzó por persuadir a los padres de familia para que matriculen a sus hijos en la escuela
y no los hagan faltar; para lo cual visitaba permanentemente las viviendas aledañas. Paralelamente,
para capacitarse, tomaba clases superintensivas en las noches en su casa de Curahuasi. Sus
profesoras fueron: Clorinda de Tejada, Maura Palomino y Elia Meléndez; afortunadamente sus
estudios anteriores en los colegios Educandas y Santa Ana del Cusco, le dieron una buena base.
Como todo estaba por hacerse y la tarea era gigantesca, los días se hicieron cortos, la
profesora ya no podía retornar diariamente a Curahuasi. Algunas veces se quedaba en casa de su
padrino don Hildebrando Díaz y otras veces con su amiga Marina Pancorbo. Finalmente terminó
alquilando una parte de la casa de la familia Zavala.
En ese lugar, por las noches, a la luz titilante de velas y lamparines a kerosene, empezó a
educar también a los padres de familia. Les enseñaba a leer, escribir, firmar, hábitos de higiene,
limpieza del hogar y de la comunidad, normas de trato social, etc.; pero, especialmente enseñaba a
que “eduquen a sus hijos para que ellos sean mejores y algún día salgan profesionales”. Costó
trabajo que la gente entienda que no era malo ni absurdo el estudio. Al principio fueron dos, luego
cuatro y después muchos los que asistían a ensayar garabatos con sus manos duras y callosas y la
paciencia de la profesora tuvo que ser infinita. Con el tiempo, incluso los maridos llevaban a sus
mujeres, cosa que era inconcebible en la sociedad de aquel tiempo, en la que la mujer era sólo un
ente reproductor y de apoyo a labores agrícolas; a ellas, además de lo anterior, les enseñaba cocina,
laboral, bordados, tejidos, etc
El entusiasmo que irradiaba la profesora Olimpia fue contagiante, al poco tiempo de
iniciadas las labores, se registraron como los primeros alumnos de la escuela de Pisonaypata, varios
muchachitos de apellidos: Gamarra, Vergara, Lizárraga, Borda, Ovalle, Castillo, entre otros. En ese
primer año se matricularon ocho alumnos.
Siguiendo su gran intuición, la profesora concentró sus actividades en el logro de dos
grandes objetivos: Primero, construir una verdadera escuela en el lugar, con infraestructura y
recursos humanos suficientes y, segundo, convertir al conjunto de chacras en disputa, en una
comunidad civilizada, con personalidad propia, que propicie a sus miembros bienestar y desarrollo.
La compra del terreno fue un acto trascendente, la propiedad le pertenecía a don Palemón
Zavala y esposa, quienes pedían S/. 1,000.00 por el predio. La profesora se puso en movimiento y a
lo largo de 3 años lideró veladas musicales, kermeses y campañas de donativos, hasta completar esa
suma; finalmente se compró el terreno con todas las formalidades de ley. Luego, hubo que aplanar y
acondicionar el terreno, ya que éste era eriazo y estaba lleno de piedras y arbustos; también este
obstáculo fue vencido gracias a sus gestiones personales ante el Ministerio de Transportes y
Comunicaciones. La parte más complicada era definitivamente la construcción de aulas, para ello
realizó múltiples trámites ante el Ministerio de Educación, logrando la aprobación y asignación de
un presupuesto de S/. 18,000.00, el cual, junto a otros fondos producto de actividades y donativos,
sirvió para construir 5 aulas y, además, acondicionarlas con pizarras, carpetas, pupitres, etc.
En 1955, 4 años después, la escuela tenía hasta el tercer año de primaria, y habían más de
100 alumnos estudiando. Fue recién en esta ocasión que el Ministerio envió una profesora más, la
Srta. Graciela Guzmán. Después vendría la Sra. Esther Cervantes de Tamayo. A los 6 años se tuvo
primaria completa y con ello se incrementaron profesores y auxiliares muy destacados. Sin
embargo, las actividades nunca cesaron, por que había que seguir comprando puertas, ventanas,
carpetas, murales, etc. Y allí estuvo siempre la comunidad pisonaypatina con una actitud
permanente de respaldo. No se puede olvidar el gesto adverso de algunos pocos que quisieron
aprovecharse de algunos bienes e incluso palmos de terreno, pero felizmente sólo fueron vanos
intentos.
Para alcanzar el objetivo de lograr una comunidad con personalidad propia, desde el primer
año, la profesora organizó la participación pisonaypatina en distintos eventos. Las lóbregas noches
curahuasinas resplandecieron con los famosos “paseos de antorchas” y el frontis del templo de
Santa Catalina, retumbó en cada 28 de julio, con el paso marcial de briosos muchachos que
portaban banderolas con el nombre: Pisonaypata. La participación se extendió a eventos religiosos,
competencias deportivas y actividades culturales como la que llevaron a otros lugares como
Cachora. Pueden recordarse miles de anécdotas de heroicas jornadas futbolísticas en las que
Pisonaypata se consagró como el líder de las comunidades curahuasinas. Para aquellos
protagonistas y para los hermanos menores que hoy se preparan en esas aulas, decir: ¡Soy
pisonaypatino! Es un grito de identidad que los llena de profundo orgullo.
La profesora Olimpia se jubiló en 1981, después que cumplió 26 años de labor
ininterrumpida en el lugar.
Hace pocos años, el hijo de uno de sus alumnos fue a pedirle permiso a la profesora para
derruir las aulas en las que cumplió su misión de vida, debido a que había conseguido
financiamiento para erigir nuevas y más modernas aulas. Ella, estando en el lugar, sintió una
profunda pena por que los recuerdos allí estampados pronto se convertirían en polvo; pero,
comprendiendo que el vino nuevo necesita odre nuevo, decididamente dijo: “Autorizo la
demolición”. Tras esa actitud, nos queda una lección más de la profesora, nos dijo que lo material se
destruye, en cambio, las enseñanzas que moran en el alma de la gente perviven y trascienden por
generaciones. Por eso, hoy la profesora se siente orgullosa cuando ve que sus alumnos tienen una
mejor calidad de vida que sus ancestros; pero, se siente más realizada aun cuando ve que los hijos
de sus alumnos están superando a sus padres.
Lima, 31 de mayo de 2007
V. Herly Llerena García
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